28/03/2024

Venezuela, desde el lado lleno de la copa

Por Revista Herramienta

Una nueva canallada del Imperio

La primera reflexión que cabe sobre lo que sucede en Venezuela es que se está generando una situación que sólo puede caracterizarse como una nueva canallada del imperio norteamericano, del mismo nivel de las invasiones a Guatemala a mediados del siglo XX, o más recientemente a Irak. Esa canallada se monta sobre argumentos absurdos, que repiten como loros los gobiernos satélites y la comparsa mediática, a la que es preciso sumar la complicidad de los gobiernos socialdemócratas y buena parte de la intelectualidad del sistema en sus distintas variantes. La mención a Guatemala o Irak, no es ociosa.  Sostener que Nicolás Maduro renovó su mandato presidencial  en elecciones fraudulentas, es un disparate del mismo calibre que sostener que Jacobo Arbens estaba dispuesto a entregar su país a la Unión Soviética, o que Saddam Hussein tenía armas químicas.

Venezuela es un país  donde en los últimos 20 años se han disputado 23 elecciones, de las cuales 21 ganó el chavismo y se da la extraña paradoja que cuando  la oposición gana, reconoce los resultados y cuando pierde grita: ¡fraude! La elección que le permitió a la oposición  ganar la Asamblea Nacional se hizo con la misma Comisión Nacional Electoral (CNE)  con que perdieron la elección posterior a gobernadores y la elección que consagró la renovación del mandato de Maduro.   Incluso en la elección de gobernadores  reconocieron  los resultados en los  cuatro estados que ganaron. Cualquier observador que ha seguido los procesos electorales venezolanos sabe que no es cierto que el conjunto de la oposición no participó en la  última  elección presidencial. Sucedió que la oposición se dividió y si por un lado el sector de ultraderecha  no se presentó, sí lo hicieron algunos partidos y  una de las principales figuras de la MUD, Henry Falcón,  que hasta ese momento era gobernador del Estado de Falcón,  que perdió por una cantidad considerable de votos.

Por ello, plantear la ilegalidad de la elección que ganó Maduro y pretender legitimar los mecanismos con que fue electo  el  supuesto presidente Juan Guaidó Márquez, es tan descabellado que podría ser refutada por cualquier alumno de primer año de la facultad de Derecho que se haya tomado el trabajo de leer la Constitución Venezolana.  Además, los antecedentes políticos del personaje, un dirigente  de la organización de extrema derecha Voluntad Popular, de activa participación en hechos terroristas como los que protagonizaron durante las guarimbas en 2014 y 2017, parecen más bien un prontuario criminal, que debería encabezarse con la difundida foto de este sujeto,  pegándole una trompada a una mujer de la Guardia Nacional, que intentaba poner límites en posición de firme, sin armas ni escudo, a  una agresiva movilización callejera. La ilegitimidad de esta oposición para el pueblo venezolano, está demostrada en encuestas que afirman que sólo cuentan con una adhesión del 8%, pero queda mucho mejor representada en la foto que han difundido masivamente los medios de comunicación involucrados en la maniobra intervencionista,  que muestran una “multitud” de no más de 300 personas con un cartel que dice ” nosotros somos la democracia”.

Buena parte del apoyo que tuvo el gobierno en la elección de la Asamblea Constituyente  y  la decisión mayoritaria de no reclamar frente a la crisis mediante acciones callejeras, se ha sustentado en el temor que tiene el pueblo  de que el país pueda caer en manos de grupos como Voluntad Popular a los que se califica directamente como terroristas. Y motivos sobran para esa calificación: fueron esos grupos, de filiación neonazi y racista, los responsables de quemar vivos a jóvenes negros “por parecer chavistas”.  Uno de sus dirigentes, Rafael Pérez Venta, que posteriormente fue coordinador de Derechos Humanos de la ultraderechista Alianza Bravo Pueblo, fue detenido porque una cámara de la calle lo filmó cuando depositaban en un automóvil una valija con los restos de una mujer empresaria a la que habían descuartizado por diferencias económicas en agosto de 2015. (Caso Liana Aixa Hergueta González, asesinada por los militantes de ultraderecha José Rafael Pérez Venta,  Carlos Trejo y el delincuente común  Samuel Angulo Sánchez).

Lo que está en marcha en Venezuela es una aventura intervencionista diseñada desde  Estados Unidos que, habiendo apostado hasta el presente y sin éxito, a una asonada golpista, ha decidido seguir el libreto que utilizaron exitosamente en Libia. Se proponen desconocer al gobierno legítimo y crear un gobierno fantasma que les responda, utilizando a este mamarracho jurídico y político, como cabeza de puente para canalizar fondos, la mayoría de los cuales surgen de cuentas no pagadas al Estado venezolano y al  gobierno legitimo.

Esta escalada intervencionista enfrenta variados problemas. Uno de ellos es que los extremistas de Voluntad Popular ni siquiera representan al conjunto de la menguada oposición política. En la sesión de la Asamblea  Nacional donde se eligió a Guaudio faltó no solo el chavismo, sino una buena parte de los diputados de la oposición. Algunas de sus figuras reconocidas como Raúl Fernández, Claudio Fermín, y Enrique Ochoa Antich, han refirmado en las últimas horas que quien efectivamente gobierna es Maduro. Pero quizás su problema más grave es que la oposición no puede generar movilizaciones de masas o conflictos de alguna envergadura  que confirmen su argumentación  de que están enfrentando una dictadura. Desde hace muchos años la oposición ha intentando provocar al gobierno con acciones en la calle y guarimbas, para generar una represión desmedida del Estado, que justifique una intervención extranjera con la bandera de los Derechos Humanos.  Para intentar algo parecido estarían concentrando fuerzas para realizar una protesta el 23 de enero, que intentaría dar un marco de público a la proclamación de Guaidó y se asociaría al cierre de embajadas anunciado, pero no concretado, por los países del Grupo de Lima, con excepción de Paraguay.

No es necesario ser socialista para oponerse a la canallada promovida por Trump y acompañada por gobernantes de la catadura de Bolsonaro, el uribista Duque, el pinochetista Piñeira y el rehén del FMI,  Macri.   Alcanza con ser antiimperialista, incluso con ser decente.

La  novedad venezolana

Detallar mecanismos de presión económica, diplomática, financiera, paramilitar y psicológica ejercido contra la revolución bolivariana nos llevarían unos cuantos libros. Basta decir que todo el arsenal del capitalismo del siglo XXI ha estado disponible y que seguramente las estrategias para hacer chillar a la economía venezolana y desarticular el esfuerzo popular será motivo de estudio de las nuevas generaciones y base para los nuevos manuales imperiales de desestabilización de países rebeldes. Pero toda este batería de recursos de guerra de Cuarta Generación han sido aplicados en un contexto nacional e histórico que corresponde ser estudiado, para advertir las virtudes y aciertos que le permitieron sobrevivir 20 años y las flaquezas y debilidades que favorecieron el daño inducido.

La revolución  bolivariana fue una verdadera sorpresa en un país que a mediados de la década del 70 era calificado por agudos analistas como Samir Amín como un territorio colonial dependiente de Estados Unidos.  Venezuela era un país donde la relación del  Estado con el pueblo, por su condición de maltrato y abandono, se parecía más a los regímenes  de África del Norte, que a cualquier país latinoamericano. Cuando ese pueblo invisibilizado, que emergió en la insurrección del Caracazo, se encontró con una vanguardia cívico militar liderada por Chávez que protagonizó la rebelión de 1992, nació el chavismo.

El chavismo emerge en plena tormenta liberal de los 90, que había decretado el fin de la historia y de las ideas revolucionarias.  Nace  refrescando el viejo principio que confirmaron  la experiencia rusa, china y cubana de que quien quiere hacer una revolución debe ocupar el Estado.

Pero hay en el pensamiento de Chávez, que va refinándose con el tiempo, una identificación muy clara de las limitaciones del viejo Estado y de la necesidad de avanzar en la construcción de una nueva institucionalidad acorde con el proceso de transición al socialismo. Su primera iniciativa es bypassear a los Ministerios con las Misiones Sociales, después empieza a promover  las Comunas.

Más allá de la lucidez de su dirigente la revolución bolivariana se construye con lo que existe, en un país que arrastra una herencia de cien años de una matriz petrolera exportadora con todas sus consecuencias en el pueblo. Por eso la primera tarea de la Revolución es sacar al 60% de sus habitantes de la miseria, el abandono y la ignorancia, y la segunda, tratar de dar el salto entre una  cultura de trabajo que se reduce a brindar servicios (domiciliarios, venta ambulante) a una cultura productiva.

En un marco de grandes dificultades internas la revolución bolivariana se da una activa política de alianzas internacionales que empieza en América Latina, donde la oleada de gobiernos progresistas le brinda un terreno favorable, que permite avanzar con iniciativas como  UNASUR y la CELAC.  Las limitaciones de estos gobiernos ponen límites que impiden avanzar con propuestas más audaces como el Banco del Sur y la construcción de una fuerza militar regional, proyectadas como trincheras de contención,  en un mundo donde se imponen vasallajes por vía financiera y militar.

El ultimo legado de Chávez

Hacia 2013, Chávez advirtió que el Estado burgués se había empezado a convertir en una traba cada vez más pesada para avanzar hacia el socialismo y en su última Conferencia con los Ministros conocida como el ” Golpe de Timón”, poniendo blanco sobre negro,  propone un nuevo desafío para el proceso revolucionario:  ” Comuna o Nada”.

Su último legado, el Plan de la Patria, una precisa hoja de ruta para avanzar en la transición al socialismo, imbuido de la misma concepción, está pensado para ser ejecutado desde un Estado Comunal.   Su preocupación no tenía motivaciones exclusivamente  políticas, sino también económicas. Chávez advertía que los obstáculos para convertir a la revolución en un hecho irreversible, no sólo eran el peso de la burocracia del Estado y el cansancio de muchos altos funcionarios que lo acompañaron desde el principio. También y principalmente era una institucionalidad jurídica y política que, entre otras cosas, conspiraba contra el desarrollo endógeno, única posibilidad de sacudirse de la matriz rentista petrolera heredada.  Haciendo un balance advertía que todos los errores y despilfarros, que se realizaron con la Misión Vuelvan Caras y otras apuestas para promover el desarrollo endógeno desde el pueblo, eran infinitamente menores y menos costosos que los  que se cometían desde el Estado. Por eso apostó a las Comunas desde lo ideológico, lo político y lo económico y se las encomendó a Nicolás Maduro, a quien designaría como su sucesor, “como su propia vida”.  En la reflexión de Chávez,  mucho más elaborada en los últimos tiempos de su vida, por el aporte de teóricos muy lúcidos como Itzvan Mészaros, hay una constante que se repite en todo su pensamiento, desde que era cadete en la Escuela Militar: una enorme confianza en los “poderes creadores” del pueblo.

Este impulso de Chávez, después de su fallecimiento, sobrevivió en el gobierno apenas dos años. La reacción provino de  una fuerte coalición de intereses que se expresó en el Congreso del PSUV, de 2014  que se opuso al crecimiento del poder comunal. Se alinearon en ese bando, por un lado, la casi totalidad de los gobernadores,  y, por el otro, el sector militar que empezaba a manejar la economía a partir del crecimiento de la figura de Marcos Torres. Esas tendencias internas del chavismo tienen diferencias de intereses y opiniones pero comparten un acuerdo básico: no confían en el pueblo. Sobreactuando las dificultades y carencias de la conciencia popular, lo caracterizan como un sujeto que debe ser tutelado.

En esa disputa, vale la pena analizar el papel desempeñado por el Presidente Nicolás Maduro, que fue designado sucesor e impuesto por Chávez a otros líderes con pretensiones presidencialistas, heredó el gobierno, pero no las espaldas políticas de Comandante. Peor aún, habiéndose desempeñado en la Cancillería no contaba con un respaldo territorial, ni militar propio y,  fallecido Chávez, su apoyo seguro se limitaba al  de sus viejos camaradas de la Liga Socialista,  que es un partido muy pequeño.  Por eso, seguir  al mando le impuso negociar permanentemente con las distintas tendencias internas, mediar, relativizar, pero no poder obviar la opinión de los vencedores en esas disputas.  Digamos a favor del Presidente que, por bastante tiempo mantuvo desde lo discursivo y desde algunas propuestas que no cuajaron, la reivindicación del papel protagónico de las Comunas.

La pérdida de rumbo del proceso bolivariano

Si hasta fines de 2014 las decisiones políticas de gobierno se tomaron en un marco de relativa estabilidad económica y social que permitía neutralizar las presiones externas sobre la moneda y el abastecimiento popular, en 2015 se produjo un giro de la estrategia imperial. Advertidos de su fracaso por cuestionar la legitimidad de la primera elección de Maduro,  empezaron a concentrar sus fuerzas en la desestabilización económica del país.  El escenario internacional caracterizado por un horizonte de retroceso de los valores de las materias primas que empezaba a complicar la economía de países aliados (y proveedores de alimentos) como Argentina y Brasil, se presentaba favorable para desarrollar esta estrategia. Ese cambio de estrategia sorprendió al gobierno bolivariano estrenando su decisión de no confiar en las Comunas el desarrollo endógeno del país. Descartado el papel de las Comunas, solo quedaba el Estado,  sus empresas y algunos empresarios amigos del gobierno a cargo de la tarea gigantesca de modificar la matriz rentista petrolera para crear una Venezuela productiva.

A mediados de 2015, cuando ya la guerra económica empezaba a hacer daño al abastecimiento y la moneda, se produjo una reunión pública del Presidente con los principales empresarios del país, entre ellos el dueño del Grupo Polar,  Lorenzo Mendoza, cuyo significado cobrará dimensión muchos años después. En esa reunión el Presidente invitó a estos empresarios, de antecedentes golpistas y vaciadores de la economía del país, a acompañar el proyecto bolivariano. No se trataba de una mera maniobra táctica. Se trataba de una reorientación estratégica que incluía una recomposición de alianzas internas tratando de compensar el descalabro del frente internacional más cercano signado por las dificultades, y después caída, de los gobiernos progresistas. Como me lo anticipó lucidamente un veterano compañero de la izquierda venezolana: una arriesgada pretensión de “salvar al gobierno, postergando la revolución”.

La derrota electoral de diciembre de 2015 que permitió a la oposición tomar el control de  la Asamblea Nacional, y la abrupta caída de los precios del petróleo producida en 2016 profundizó esta línea estratégica de enroque de alianzas, donde el poder comunal intentó ser reemplazado por la burguesía local. Decimos intentó, porque si la parte que se cumplió fue el desplazamiento político de las Comunas en las decisiones y protagonismo político y económico, hay una parte que no se cumplió,  porque la burguesía local nunca honró los acuerdos con el gobierno, ni el gobierno ejerce poder para hacérselos cumplir. El fallecimiento de Chávez trajo, entro otras desgracias, la pérdida de la originalidad de la revolución bolivariana. Comenzaron las malas copias y esta apertura al capital privado es una traslación forzada del modelo chino, que obvia el dato elemental de que las posibilidades del PSUV y del gobierno venezolano  de imponer condiciones al capital privado local e internacional, son mucho menores que las del PC y el gobierno chino.

Volviendo al papel jugado por el presidente Maduro en este proceso de reconversión de la propuesta del chavismo, podemos advertir que también se ha expresado en su círculo  íntimo, donde ha  desplazado a sus viejos camaradas de la Liga Socialista, con excepción de  Eduardo Piñate,  reemplazándolos por altos  funcionarios de su gobierno,  que más allá de sus diferencias de origen y generacionales, expresan a sectores empresariales, o del chavismo “sifrino” (de clase media alta). En la elección de su círculo íntimo, no hay imposición de fuerzas internas, sino convicciones profundas.

Como es de suponer, esta reconversión estratégica de la orientación del chavismo ha supuesto una reafirmación del papel  del viejo Estado  y un desmonte de la nueva institucionalidad, que sólo se considera como auxiliar (los Consejos Comunales,  aún devaluados, han permitido la existencia de los CLAPS). La novedad es que en los últimos dos años ese mismo viejo Estado,  empieza a ceder protagonismo a las empresas privadas locales y extranjeras beneficiadas por leyes como la de Inversiones Extranjeras y por privatizaciones. Se mantiene la caracterización sobre la ineficiencia y burocratismo del viejo Estado burgués, pero se cambian las propuestas de solución. Lo ocurrido con las Batallas Productivas ejemplifican este cambio de postura. Frente a la evidencia de que buena parte de la capacidad de industrias vinculadas al Estado estaba deteriorada por falta de repuestos y tareas de mantenimiento, un sector de funcionarios y trabajadores del Ministerio de Industria promovieron las Batallas Productivas, que consistían en que grupos de trabajadores, de distintas industrias y con distintos saberes y capacidades técnicas, se convocaban gratuitamente para realizar intervenciones en empresas por una semana. Este modelo que crearon trabajadores de empresas del Estado Bolívar, tuvo su debut “oficial” en la empresa La Gaviota, donde volvieron a poner en marcha el sector de producción de harina de pescado. Después de este éxito ampliamente difundido en videos por las redes del pueblo chavista y algunos programas en canales oficiales, la propuesta se multiplicó, se realizaron nuevas batallas y la convocatoria a ser parte del ejército productivo obrero, que impulsaba las nuevas batallas llegó a reunir a dos mil trabajadores. Una de las primeras medidas que tomo Tarek el Aisammi cuando asumió el Ministerio de Industrias, fue remover a los funcionarios que habían impulsado esa propuesta y desalentar las batallas productivas con el argumento que competían con las empresas contratistas privadas de mantenimiento.

Seguramente la guerra económica y toda la inmensa maquinaria montada por el imperio y sus satélites en el plano económico, financiero, diplomático, paramilitar, y comunicacional, más la caída de los precios del petróleo entre 2013 y 2016 ,  son  las principales responsables del descalabro de la economía venezolana , pero debe advertirse que, como mínimo, los errores cometidos por el gobierno de Maduro al modificar su  orientación estratégica, han contribuido a presentar flancos débiles, promoviendo el desanimo de la base popular, raleando los mejores militantes y cuadros de funciones de conducción en el Partido y el Estado y facilitando la supervivencia de funcionarios corruptos, quebrados y oportunistas.

Los números de la decadencia

El combo de guerra económica, bloqueo financiero, baja de los valores del petróleo (su principal y casi único producto de exportación) y los errores cometidos por el gobierno se expresa en cifras que desnudan la decadencia de la economía venezolana.

El país lleva 13  meses en hiperinflación, su PBI se contrajo el 15% para 2018 y según cifras de la CEPAL 44,3 %  en 12 años. Las importaciones cayeron el  84% entre 2012 y 2018, y las  exportaciones 73%.   A partir de 2017, hubo leve recuperación de las exportaciones por el aumento de los precios de los hidrocarburos,  que no ha sido mayor por  la caída de la producción del petróleo, que descendió en los últimos 12 años un  44%, según PDVSA, y un 50%  según otras fuentes. Venezuela en los últimos  ocho años pasó a ser el país donde los trabajadores tenían mayores ingresos en América Latina a uno de los que tienen peores ingresos. Los salarios son de entre 5 y 15 dólares por mes. En un país donde cuesta encontrar cifras oficiales, algunos analistas estiman que el sector industrial  ha caído a niveles de subutilización de la capacidad instalada en torno al 80%, y la producción de hortalizas ha caído también en aproximadamente el 80%.  Quizás el número más optimista es que la deuda externa consolidada es de 157 mil millones de dólares, un número exiguo en relación a sus enormes riquezas en minerales (petróleo, oro, coltan), pero elevado en relación a su modesto PBI.

Venezuela,  desde el lado lleno de la copa  

Dicen que los optimistas son los que saben valorar el lado lleno de la copa. En el caso de Venezuela en el lado lleno de la copa está en primer lugar la obstinada resistencia del pueblo para defender la paz y la supervivencia del gobierno, aún soportando condiciones de gran precariedad  y de decadencia económica. Dentro de ese pueblo el papel protagónico lo han tenido las mujeres venezolanas habitantes de los barrios populares, trabajadoras, profesionales y campesinas. Han sido ellas, principalmente las que han sostenido las exiguas economías domésticas, los espacios comunitarios, los CLAPS, la defensa de la tierra y las semillas criollas. Han sido ellas las que mantienen vivos los pocos fueguitos revolucionarios que todavía arden en Venezuela  e identificadas por el Imperio son los principales blancos de la guerra económica.

Debe reconocerse a Nicolás Maduro, una férrea voluntad de no rendirse. Ha conjugado en su mandato los errores comentados, con aciertos extraordinarios como la convocatoria a la Asamblea Constituyente. Desde que asumió ha sido un presidente acosado en todos los frentes.  En el plano local ha estado sometido a las disputas internas del chavismo, un entramado de opiniones e intereses cada vez más diverso y complejo. También en el plano interno ha estado sometido  a la acción terrorista de la derecha, que comprende desde el sabotaje a los servicios públicos,  la promoción de guarimbas y el bachaqueo, el estímulo a la escasez  y maniobras de ataque contra el peso, y una ofensiva permanente para desalentar y corromper a funcionares y militares . En el plano internacional ha estado sometido al acoso diplomático, al bloqueo de alimentos y medicinas, a la confiscación de cuentas y activos en el exterior, y a una feroz campaña de demonización. Maduro hoy es un presidente maltrecho, pero sigue al mando por decisión popular mayoritaria.

Debe reconocerse a la militancia del núcleo duro chavista su enorme obstinación por seguir movilizada después de veinte años de esfuerzos, logros y decepciones. Su extraordinaria vocación por mantener la unidad  política del chavismo y su decisión de no dejar avanzar a la derecha vernácula y al imperio defendiendo lo que ha quedado en pie del proceso bolivariano. Y precisando qué es lo que ha quedado en pie: es más la Patria, que la Revolución.

La epopeya bolivariana que empezó reivindicando a Simón Bolívar, tiene hoy el aspecto del  Libertador cuando daba sus últimas batallas. Arrasado por los años y las traiciones, lastimada su salud,  con los huesos fatigados y la mente acorralada por la incertidumbre de haber arado en el mar, pobre de vestimenta y de medicamentos. Difamado, proscripto,   abandonado por muchos quienes alguna vez dijeron ser sus amigos. Pero con aquella  dignidad que sólo pueden mostrar quienes se animaron a protagonizar revoluciones, hechos extraordinarios de la historia.

Publicado por ContrahegemoníaWeb el 20 de enero de 2019.

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