16/04/2024

Un siglo de memoria de la Semana Trágica en la literatura nacional

Por Revista Herramienta

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.

Rodolfo Walsh

A cien años de uno de los sucesos más dramáticos e intensos de una historia nacional plagada de hechos que cumplen con esos requisitos, nos encontramos con relativa sorpresa de que está lejos de haber sido conmemorado como se merecería, política y académicamente hablando. El sociólogo y ensayista anarquista Christian Ferrer se asombraba en un aniversario anterior de que “una matanza de tal magnitud haya podido ser encajada por el sistema político sin más y disuelta misteriosamente de la memoria de los porteños, como si se hubiera tratado, apenas, de un mal sueño”.

Está bien, se trata de una historia de los de abajo y su sangrienta represión compromete directamente a uno de los partidos políticos fundamentales del régimen argentino, la Unión Cívica Radical, cuyos defensores jamás reconocieron estos crímenes de Estado. Durante muchos años, la memoria de esta dramática semana quedó en manos del anarquismo. Además, estamos ante una historia que transcurre en enero, probablemente el mes más invivible en la ciudad de Buenos Aires. Sólo en pocas ocasiones, como en aquél tan cercano –y, en vista del panorama político actual, al mismo tiempo tan distante– verano de 2002 logramos sobreponernos a la paralizante combinación de calor y humedad del veranito porteño para provocar algún hecho histórico. La historia argentina parece tener un favoritismo por el mes de febrero. En enero, poco y nada. Apenas una invasión inglesa (la segunda), alguna ocupación militar del Congreso por orden del presidente Figueroa Alcorta y una Semana Trágica.

Este texto no pretende una reconstrucción histórica de una de las mayores insurrecciones populares que vivió la ciudad de Buenos Aires (ya que hay numerosos trabajos dignísimos al respecto), sino apenas una sistematización del impacto de los hechos en la literatura nacional. Aprovechando los relativamente pocos textos que dieron cuenta de la heroica insurrección motorizada por los metalúrgicos de Vasena, iremos incorporando algunos datos históricos relevantes sobre la lucha que sacudió al país un siglo atrás. Hemos reseñado menos de una docena de textos, de todos modos una cifra mayor que la que esperábamos encontrar al inicio de esta modesta investigación (esto sin contar los numerosos relatos, obras de teatro y poesías aparecidos sobre el tema en los periódicos anarquistas de la época). Por supuesto, la mirada es, entonces, sesgada. Pero algo dirá del fenómeno y, en todo caso, el trabajo siempre puede ser completado con las amables sugerencias de lectoras y lectores sobre aquél texto que hayamos pasado por alto y que-no-podía-dejar-de-estar en esta selección.

Una autocrítica improbable

Una de las cosas más hermosas del hermoso Osvaldo Bayer (que nos dejó recientemente y por apenas 15 días no llegó al centenario de la Semana Trágica, sobre lo que seguramente hubiera tenido mucho que decir) era su intransigencia para con los crímenes del radicalismo. Una línea de conducta que sostuvo en dictadura, luego soportando el repudio durante esa primavera democrática donde era insultante vincular esos crímenes a la figura del doctor Raúl Ricardo Alfonsín y ya con mucha más legitimación histórica después de que la Alianza se despidiera ignominiosamente del poder en el verano de 2001/2002 con una nueva masacre en las calles de Buenos Aires.

En el prólogo a Días rojos, verano negro, de Horacio Ricardo Silva (una investigación sobre la Semana Trágica que el prologuista considera “definitiva”), escribe Bayer: “La Semana Trágica. La Semana de Enero. Algo inexplicable. Que un gobierno popular, votado por la mayoría, haya cometido un crimen tan atroz como lo ocurrido en ese enero de 1919... Represión que iba a ser el prólogo de otras dos represiones de trabajadores cometidas por el mismo gobierno de Hipólito Yrigoyen poco después: los fusilamientos de peones rurales patagónicos y la represión contra los hacheros de La Forestal. Represiones ante exigencias justas de los hombres del trabajo”.

Bayer sostiene que éste “se ha tratado de uno de los hechos más escondidos de nuestra historia reciente”. En el mismo prólogo del libro editado en 2011 agrega: “Siempre sigo refiriéndome a la falta de autocrítica del radicalismo acerca de esta increíble tragedia. Esperemos que después de esta profunda investigación, los historiadores y teóricos de ese partido lleven a cabo de una vez por todas un congreso de historiadores para debatir este tema y hacer valer de una vez por todas en nuestra historia la palabra ética. El saber reconocer los errores cometidos. Y éste, el de la Semana Trágica, es uno de los más injustos y dramáticos”. De más está decir que Bayer se fue de este mundo sin que la esperada autocrítica tocara los labios de un historiador radical.

Brevísimo contexto histórico

En 1919 Hipólito Yrigoyen se encuentra en el poder, encabezando por primera vez en la historia argentina un gobierno surgido del voto secreto, que además tiene pretensiones “populistas”, lo que genera un profundo rechazo y desconfianza de las clases acomodadas que han venido dirigiendo la política nacional hasta entonces. La Primera Guerra Mundial acaba de terminar mientras que –casi en simultáneo con la insurrección porteña– en Alemania se lleva adelante el fallido intento revolucionario espartaquista que se clausuraría con la muerte de Rosa Luxemburg y Karl Liebneckt y Béla Kun prepara la toma del poder en Hungría.

En Historia del pueblo argentino, Milcíades Peña resume: “Pero el obrerismo de Yrigoyen ponía en evidencia su verdadera naturaleza apenas se esbozaba un movimiento independiente de la clase obrera. Entonces el radicalismo masacraba al proletariado con tanta puntualidad y eficiencia como el más reaccionario de los gobiernos oligárquicos”. En el auge de la huelga, el presidente ordena la intervención del ejército y cede el control del conflicto al general Luis Dellepiane, quien moviliza cerca de 30 mil hombres y convoca a los regimientos 1, 2, 3 y 4 de infantería, 2 de artillería, 2 y 10 de caballería, 1 de ferroviarios, 2 de obuses y a las escuelas de tiro y de suboficiales, además de las tropas de infantería de la marina de guerra.

“Desde 1915 el proletariado luchaba con renovado vigor contra la tremenda explotación capitalista que sufría. En 1915 hubo 12.000 huelguistas y 24.000 al año siguiente. En 1917 paran 136.000 obreros y el ascenso proletario culmina en 1919 con más de 300.000 trabajadores en huelga”, detalla Peña. Y agrega: “En la semana del 7 al 14 de enero de ese año, 1919, el combativo proletariado metalúrgico de Buenos Aires movilizó tras de sí a la clase obrera y la población pobre en una huelga general que paralizó la capital de la República Argentina. El origen del movimiento se hallaba mucho menos en la influencia del triunfo de Lenin y Trotsky en Rusia que en la miseria de los trabajadores, que ganaban noventa pesos mensuales, menos de la mitad de lo requerido por la familia obrera”.

                                   

Una semana de holgorio, cuento de Arturo Cancela (1919)

Producido directamente al calor de los acontecimientos, el cuento fue publicado en la edición del 10 de febrero de 1919 de La Novela Semanal y luego compilado en la antología Tres relatos porteños, de 1922, siendo reeditado en numerosas ocasiones. En muchos puntos, el relato de Cancela parece una inversión irónica de la historia de Pinie Wald, el anarquista detenido y torturado a poco de iniciada la revuelta (sobre quién ya nos detendremos). El protagonista del cuento es el joven acomodado Julio Narciso Dilon, un “niño bien” confundido con un cabecilla revolucionario, experiencia que va a reflejar en el relato de sus vivencias entre el jueves 9 y el domingo 12 de enero. Una de las primeras cosas que aprenderá es a decir “Yo, argentino”, cuando un agente esté por detenerlo. Una expresión destinada a un largo recorrido en la lengua popular. El relato de Cancela lo propone como el primer “guardia blanca”, voluntario civil de juventud burguesa que se suma a las fuerzas policiales para evitar la toma del poder por parte de los “bolshevikis”.

Los motivos y tensiones sociales que estallaron en la Semana Trágica explicados desde el punto de vista de un socio del Jockey Club parodia las lecturas que ofrece La Nación, que inicialmente intenta ignorar la lucha de los trabajadores de Vasena, luego comienza a dar cuenta de los enfrentamientos en pequeños recuadros en la sección policiales hasta que, en el apogeo de la represión –el 14 de enero– el diario de los Mitre reconoce 100 muertos y 400 heridos. El comisario José Romáriz contabiliza entre 60 y 65 víctimas fatales al fin de la revuelta en su libro La semana trágica, su colega Octavio Piñero reconoce 141 en su Los orígenes y la trágica semana de enero de 1919, la edición del 23 de enero de La Protesta informa de 700 muertes y, según Edgardo Bilsky (en La semana trágica), la diplomacia de Estados Unidos dio la cifra de 1356 bajas. La mayor cantidad de bajas se produce en el ataque con cañones y ametralladoras a la fábrica tomada y en el ataque contra el cortejo fúnebre que acompañaba en procesión los féretros de las primeras víctimas al cementerio de Chacarita. Menos de una semana después ya el diario de la familia Mitre vuelve a desentenderse del pánico burgués ante lo que creyó era una asonada revolucionaria y, sin la ironía de Cancela, recurre a la hipótesis del malentendido para explicar los sangrientos hechos.

La Huelga, obra de teatro de Gonzalo Bosch (1919)

El drama en dos actos La huelga, de Gonzalo Bosch, se estrenó en el Teatro Mayo el 13 de noviembre de 1919 y antes de fin de año se editó como texto en el número 8 de la revista Teatro Popular. Bosch era principalmente médico y psiquiatra, pero ya había publicado una novela, un cuaderno de crónicas y firmado varias obras teatrales. La historia se centra en el drama de un inmigrante italiano dueño de una herrería que se niega a adherir a la huelga general en apoyo a la lucha de los metalúrgicos de los talleres Vasena. Mientras golpea el yunque, el italiano Pascual critica a los agitadores: “¡No se dan cuenta que la huelga trae la miseria y el hambre!”. Su hija, en cambio, los defiende, afirmando que “tienen razón” en pedir aumento de jornales “porque la vida es cada día más cara”. Ciertamente, la carestía fue uno de los factores desencadenantes de lucha durante 1919.

Pero en la obra se ve el conflicto entre el pequeño trabajador independiente y los agremiados que tratan de impulsar una práctica colectiva. En su investigación Trienio en rojo y negro, Roberto Perdía y Horacio Ricardo Silva relatan así el nacimiento del gremio que más claramente motorizará la metalúrgica: “Fue en ese marco de intenso desarrollo del movimiento obrero argentino y mundial que, el 21 de julio de 1918, nació la anarquista Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, a raíz de una escisión producida en el seno de la Federación Obrera Metalúrgica, adherida a la FORA IX”. La influencia del flamante gremio crecerá rápidamente por el impulso que da a “una serie de huelgas parciales en pequeños talleres que tuvieron casi todas ellas un éxito completo”, completándose con una creciente presencia también en las grandes empresas. En éstas, las condiciones de explotación eran realmente extremas, prohibiéndose a los trabajadores fumar o conversar en el trabajo, no se estipulaba la cantidad de horas de trabajo, quedando así la jornada a voluntad del patrón, sólo se reconocían cuatro feriados por año más los domingos (lo que no solía respetarse). Según publicaciones anarquistas de la época, “el espíritu que animó a los tétricos personajes de la Inquisición revive en los Vasena. Ultrajar a los obreros, ofenderlos, golpearlos, por la más insignificante causa o por gusto de malevaje, era cosa corriente”.

En el centro de la obra de Bosch está la imposibilidad de comprensión entre los obreros en lucha y un trabajador independiente autoexplotado “con mentalidad de patrón”, como lo define su propia hija, que acaba matando a uno de los agremiados a martillazos en el taller en el furor de la discusión política.

La Venus del arrabal, novela de Belisario Roldán (1920)

La obra, también publicada originalmente en La Novela Semanal, ficcionaliza una huelga que recupera acciones y participantes de la Semana Trágica. El eje dramático pasa por la difícil elección amorosa que debe hacer María Rosa, una tan humilde como hermosa dependienta de una tienda, entre tres candidatos que se la disputan, cada uno de los cuales representa a uno de los sectores sociales en pugna en el drama social del año anterior: Ernesto es el “niño bien” aristócrata que adhiere a la Liga Patriótica; Don Santiago, imagen del burgués, es el dueño del almacén del barrio; y Manolo es el trabajador cerrajero que finalmente acepta la calificación de anarquista.

En este momento, el anarquismo es una fuerza poderosa en el país. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA), fundada en 1901, había logrado en 1915, “por segunda vez en la historia del movimiento obrero desde principios del siglo XX”, como dice Edgardo Blisky en su clásica historia de la Semana Trágica, unificar a todas las organizaciones de la clase obrera en la misma organización. Pero la unidad durará poco y en ese mismo noveno congreso se producirá una ruptura, en la que un sector minoritario se resiste a abandonar la definición de “anarco-comunismo”, tal como había votado la mayoría del sector que se define como “sindicalista revolucionario”. Los que se retiran, fundarán la FORA V Congreso, para diferenciarse de los del noveno. A partir de 1916/17 se produce un crecimiento acelerado de los efectivos sindicales y la FORA IX, que en 1916 tenía poco más de 41 mil cotizantes pasa a 428 mil a fines de 1918. Una fuerza más que respetable para apoyar la lucha de Vasena.

En La Venus del arrabal, el anarquista triunfa en el amor porque, a diferencia del nacionalista, que mira el mundo “a través de una bandera, que es un símbolo”, él lo mira “a través del corazón, que es un órgano”. Que la heroína del relato finalmente elija al ácrata también da cuenta del acercamiento a la ideología anarquista que Roldán había vivido en sus últimos años.

Mate amargo, cuento de Samuel Glusberg (1924)

Samuel Glusberg lo publicó originalmente en la revista El Hogar, bajo el seudónimo Enrique Espinoza, para pocos meses después integrarlo a su libro de relatos La levita gris, que llevaba el subtítulo “Cuentos judíos de ambiente porteño”. La descripción del personaje principal, Abraham Petacóvksy, apunta a desarmar los estereotipos sobre el judío usurero o maximalista. El que luego será bautizado por unos socios criollos como “Tío Petaca”, es apenas un pequeño cuentapropista que ni siquiera tiene “pasta de comerciante”. Como el propio autor, como otros miles de compatriotas, Abraham llegó al país desde Europa del este, huyendo de los pogroms de la Rusia zarista.

Si bien un gran sector de la migración judía a nuestro país se asentó en zonas rurales, muchos eligieron la ciudad de Buenos Aires (alrededor del 30% en 1909, cifra que crecería hasta el 50% en 1934). Sus barrios favoritos serían Once y Barracas, los dos más golpeados por la represión en la Semana Trágica. Lejos de ser una comunidad homogénea, en ella convivieron distintas estrategias de adaptación a la vida local, más o menos integradas o ghetizadas (uno de los ejes de Mate amargo), y también fuertes diferencias de clase. Esto se evidenciaría, por ejemplo, en el repudio de la Federación Israelita al asesinato del odiado comisario Ramón Falcón por el anarquista judío Simón Radowitsky en 1909, o en los afiches pegados después de la Semana Trágica por la Congregación Israelita de la República Argentina (CIRA): “150.000 israelitas purgan los delitos de una minoría cuya nacionalidad no es excluyente y cuyo crimen infamante no ha podido gestarse en el seno de ninguna colectividad, sino en la negación de Dios, de la patria y de la ley”.

Sin embargo, la “integración negociada” de Petacóvsky (como la define Melina
Di Miró en su estudio sobre el cuento de Glusberg: Perspectivas en tensión sobre una nueva pertenencia) no será suficiente para salvarle la vida ante los disparos de los guardias blancos contra los libros con “barbudos” expuestos en la vidriera de su librería, uno de los cuales lo alcanzará: “–Libros maximalistas –señaló a gritos el más próximo […]. –Ahí está el ruso detrás –objetó otro. –¡Qué hipócrita, con mate, para despistar!”. Huyendo de los pogroms zaristas, el tío Petaca terminó víctima de un pogrom porteño.

Nadie la conoció nunca, obra de teatro de Samuel Eichelbaum (1926)

Una obra de la etapa más naturalista de Eichelbaum, previa a su tan revolucionaria como criticada etapa ibseniana, Nadie la conoció nunca cuenta la historia de Ivonne, una “mantenida burguesa”, financiada por un amante aristócrata ante quien se avergüenza de reconocer su origen judío. Pero las tensiones derivadas del pogrom de la Semana Trágica finalmente sacarán la verdad a la luz.

Aunque en buena parte de la historiografía se identifica a los ataques contra los barrios judíos durante enero de 1919 como el “primer pogrom argentino”, hay un antecedente previo en torno a los festejos del centenario. Tras ser deportados veintisiete anarquistas rusos acusados de complicidad en el atentado de Radowitzky contra Ramón Falcón, un grupo de jóvenes aristócratas organizados en la Policía Civil Auxiliadora bajo las órdenes de Luis Dellepiane (entonces jefe de policía porteño, mientras que para 1919 sería el general encargado de restablecer el orden), asaltaron locales del barrio del Once, violaron mujeres, incendiaron la Biblioteca Rusa y destruyeron la sede del Avangard. Casi diez años más tarde, los hechos de violencia se repitieron, tanto contra las instituciones judías como contra las personas. José Mendelson, citado por Herman Schiller en un artículo de Página 12, detalla: “Pamplinas son todos los pogroms europeos al lado de lo que hicieron con ancianos judíos las bandas civiles en la calle, en las comisarías 7ª y 9ª, y en el Departamento de Policía. Jinetes arrastraban viejos judíos desnudos por las calles de Buenos Aires, les tiraban de las barbas, de sus grises y encanecidas barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de los caballos, su piel se desgarraba raspando contra los adoquines, mientras los sables y los látigos de los hombres de a caballo caían y golpeaban intermitentemente sobre sus cuerpos”.

Frente a este escenario, Ivonne tiene que tomar la palabra y aceptar su origen judío ante su amante: “Mi padre fue muerto aquí, en enero de 1919... Esta noche tus amigos me dieron la visión de su muerte. Me pareció verlo sufriendo esa burla y yo sentí sobre mi cuerpo la tortura de esa humillación”. “Soy judía. Igual que el viejo a quienes ustedes cortaron la barba”, acepta finalmente.

Pesadilla, una novela de la Semana trágica, de Pinie Wald (1929)

Pinie Wald era periodista de Der Avangard, un periódico editado en idish por la comunidad judía de orientación socialista y sufrió prisión y torturas entre el 7 y el 17 de enero de 1919 por parte de las autoridades argentinas bajo la acusación, a todas luces insostenible, de ser el presidente del soviet que planeaba hacerse con el poder luego de la insurrección obrera en curso. En la introducción a su relato de esos diez días de horror, escribe, con el humor que atraviesa aún los momentos más terribles del texto: “La burguesía estaba aterrorizada; creía que se acercaba su fin. Un espectro rojo se había plantado frente a ella. Por doquier veía una rebelión maximalista. Estaba segura de que en algún oscuro escondite se hallaba el dictador maximalista con el cabello desgreñado, maquinando el plan de la conjura”.

El estereotipo del maximalista de la época, que en la definición de “ruso” sintetizaba su origen europeo, su religión judía y sus presuntas aspiraciones revolucionarias, estuvo lejos de desaparecer con la constatación de la inexistencia de un verdadero plan insurreccional y la asociación de la amenaza revolucionaria a lo foráneo estará destinada a un largo camino político en nuestro país. En 1919 Caras y Caretas intentaba diferenciar los justos reclamos de los trabajadores argentinos decentes del “elemento sin patria”, “ese elemento extraño que viene a nuestra tierra a provocar conflictos sangrientos, [...] gentes que en su mismo país son considerados indeseables”. En 1955, el ya citado comisario Piñero, hace el balance de los hechos de 36 años atrás y reitera definiciones como: “Deben también relacionarse con la acción disociadora, llevada a cabo por elementos anárquicos, de origen extranjero en su mayoría, infiltrados en las masas trabajadoras [...]. Esos elementos perniciosos, que nada bueno construyen y que todo lo destruyen, socavando los cimientos del orden, de la religión, de la libertad y de todo espíritu de empresa en el trabajo”. Junto con la metáfora del “pueblo sano”, que según el autor apoyó y colaboró activamente con la necesaria acción represiva del gobierno, la del “peligro foráneo” llegará saludable al discurso de la última dictadura.

El manuscrito de Koshmar (Pesadilla), escrito en idish, circulaba entre intelectuales judíos desde algunos años antes, pero recién tuvo una edición formal 1929. La obra recorrería buena parte del siglo XX como un secreto, hasta su primera traducción castellana en 1987 a cargo de Simja Sneh, para ser publicada en Crónicas judeoargentinas (1890-1944). Gracias a David Viñas, ésta se incorporaría a la currícula académica de Letras y en 1998 Pedro Orgambide rescataría la novela para su notable colección “Los precursores”, dándole una circulación más masiva. Este año fue reeditada por Astier Libros. En su nota preliminar, Orgambide resalta que el texto de Wald “parece anticipar la técnica de la real fiction (Truman Capote) y, entre nosotros, los memorables trabajos de Rodolfo Walsh”.

En la semana trágica, novela de David Viñas (1966)

Camilo Pizarro es un joven que ha logrado una precaria aceptación en la aristocracia porteña, que pretende consolidar con un casamiento conveniente con su novia Delfina (que espera se mantenga “pura” mientras él satisface sus “necesidades” en las casas de tolerancia) y con la asociación al Jockey Club. Su fervor por lo marcial, la necesidad de demostrar hombría y las presiones del grupo de amigos lo llevan a sumarse a la guardia blanca y a formar parte convencida de distintas vejaciones contra hombres, mujeres y niños sindicados como “maximalistas”, sobre todo por el temor a que las hordas de salvajes insurrectos lleguen a los barrios exclusivos, entren en las casas señoriales y le hagan a las esposas, novias o madres lo que sí es válido hacerle a las prostitutas.

En esos caldeados días de enero hará su debut la luego famosa Liga Patriótica, nacida años antes como Comisión pro defensores del orden.​ En medio de la huelga, los por entonces contraalmirantes Manuel Domecq García y Eduardo O'Connor repartieron armas automáticas a estos jóvenes en el Centro Naval, con las que fueron a sembrar el terror por la ciudad. El 19 de enero, con la huelga derrotada y cientos de muertos en su haber, la Liga Patriótica se constituyó oficialmente con el lema “Patria y Orden”. Domecq García fue su presidente provisional hasta que en abril se elige a Manuel Carlés, un dirigente y ex diputado de la Unión Cívica Radical. En su programa se puede leer: “Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, Patria, ni Ley”. Pertenecieron a la Liga personajes ilustres de la historia argentina como Dardo Rocha, Luis Agote, Francisco P. Moreno, monseñor Miguel De Andrea, Ángel Gallardo, Jorge Mitre, Carlos Tornquist, Miguel Martínez de Hoz, Julio A. Roca (hijo), Lisandro de la Torre y muchos otros, incluyendo al general Dellepiane, responsable principal de la represión durante la Semana Trágica. Finalizada la huelga, el diputado radical Horacio Oyhanarte llamó desde su banca a dar “un voto de aplauso, un voto argentino, un voto macho a los conscriptos, a los vigilantes y a los bomberos y a todos los guardianes armados del orden y de la tranquilidad pública” (citado por Julio Godio en La semana trágica de enero de 1919).

El texto de Viñas, además, presenta una impresionante y documentadísima descripción de los hechos, con citas de titulares, bandos de gobierno, informaciones sobre en qué esquina se instalaron las barricadas o cuántos tranvías fueron incendiados.

“Noúmeno”, cuento de Adolfo Bioy Casares (1986)

El recuerdo de la Semana Trágica que no encontramos en autores del grupo Boedo aparece sorpresivamente en Bioy. Uno de los cuentos de Historias desaforadas, “Noúmeno”, transcurre en enero de 1919. Como era de esperar en el dandy de la literatura argentina, el punto de vista es el de un grupo de jóvenes aristócratas que van al parque de diversiones del Jardín Japonés para tener una experiencia con el famoso Noúmeno, una especie de cine unipersonal que promete develar secretos del espíritu del espectador.

El punto más álgido de la huelga, y del calor veraniego, aparece como telón de fondo de este drama con algunos elementos de suspenso. Uno de los personajes decide salir de Buenos Aires y pasar unos días en uno de sus campos, pero la tarea no será tan fácil con la cotidianeidad ciudadana transformada por la irrupción de la lucha callejera: “Ni siquiera se veían coches particulares. ¿Iba a largarse a pie, a Constitución? [...]  'Otra idea', se dijo, 'sería irme ahora mismo a casa, recostarme a leer La ciudad y las sierras frente al ventilador y postergar el viaje para mañana; pero, con la huelga, quién me asegura que mañana corran los trenes. No hay que aflojar aunque vengan degollando'. Nadie venía degollando, pero la ciudad estaba rara, por lo vacía, y aún le pareció amenazadora, como si la viera en un mal sueño. 'Uno imagina disparates, por la cantidad de rumores que oye sobre desmanes de los huelguistas'.”

Si bien en la versión de La Nación, los “desmanes” estaban planteados de manera unilateral (en su edición del 5 de enero escribe: “Como los días anteriores, los obreros metalúrgicos en huelga de los talleres de Vasena, cometieron ayer varios desmanes, levantando el adoquinado en algunas calles próximas a los talleres, cortando los hilos telefónicos, etc. Se les atribuye, también, el haber obstruccionado algunos caños del agua corriente”), lo cierto es que en el apogeo de la lucha se construyeron decenas de barricadas con los adoquines de las calles (primero en la zona de Barracas cercana a la fábrica y luego extendiéndose hasta Congreso), se rompieron miles de lámparas del alumbrado público para dificultar la acción de los francotiradores, se destrozaron numerosas chatas de los “rompehuelgas” y se incendiaron más de 50 de tranvías, lo que dio lugar a una queja formal de la operadora inglesa. Durante unos días, una parte de la ciudad estuvo irreconocible.

           

“Caen los pájaros con el calor de enero” (1919), cuento de Pedro Orgambide (1986)

En Historias imaginarias de la Argentina, el ya mencionado Pedro Orgambide incorpora un cuento sobre la Semana Trágica, con cuatro páginas de diálogos callejeros de gente que comenta la muerte de un bombero al caer desde un techo, desde donde contribuía a la represión contra los huelguistas. En aquellos años los bomberos no eran el cuerpo amigable de la actualidad sino una de las fuerzas represivas que más decididamente actuó contra los insurrectos.

“–Cayó como un pajarito […] –Le tiraba lindo a los huelguistas… –Revoltosos –dijo uno. –Gringos –precisó otro– un montón de grébanos y rusos. […] –Alguien les tiró varios chumbos desde el carro. –Unos chicos cayeron como pajaritos. Hijos de huelguistas”.

La gran ola de inmigración europea a la Argentina tuvo lugar entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. La mayoría de los arribados fueron inmigrantes italianos y españoles, junto con otras nacionalidades, especialmente ucranianos, polacos, y rusos, franceses, alemanes e irlandeses, entre otros, que además de su fuerza de trabajo trajeron al país un caudal de ideas revolucionarias. Durante este período, llegaron un total de 4.500.000 europeos (esos grébanos que identifica el lunfardo caído en desuso).

Mientras continúan los comentarios sobre la muerte del bombero, el clima de odio y xenofobia va in crescendo, hasta tomársela con un pobre italiano organillero: “–Andate, gringo, aura no estamos para tangos organito. […] –Ellos tienen la culpa. –Los grébanos, los rusos, los anarquistas. […] Otro sacó el cuchillo. Chillaba la cotorra cuando lo sirvieron de una puñalada. –Arruinaron la Patria […]. –Gringos de mierda –dijo quien clavaba el cuchillo”.

El profundo sur, novela de Andrés Rivera (1999)

La novela de Rivera está organizada en cuatro capítulos con nombre propio: Roberto Bertini, Eduardo Pizarro, Jean Dupuy y Enrique Warning. Estos cuatro personajes confluyen en una esquina de Buenos Aires una mañana de enero, en un momento álgido de la represión estatal y paraestatal. Uno es un ex pequeño chacarero del sur que termina en la caja de un camión disparando contra los maximalistas junto a otros jóvenes desconocidos, otro es un estanciero poeta que sale a las calles por curiosidad y muere al recibir un balazo por la espalda del personaje anterior, el tercero es un estudiante de literatura parisino que por haber participado activamente en La Comuna debe exiliarse a Buenos Aires y el último un hijo de galeses que entró a trabajar a una metalúrgica porteña y que, luego de salvar su vida de casualidad en la Semana Trágica, termina enrolándose en las Brigadas Internacionales para luchar contra Franco en la revolución española.

Más allá de la masacre, la huelga general (levantada por la FORA IX el sábado 11 de enero luego de una reunión de sus representantes con el presidente Yrigoyen, con quien tenían una larga relación, mientras la FORA V intentaba convertirla en huelga general revolucionaria) fue, desde el punto de vista sindical, un éxito: se consiguió la jornada de ocho horas, aumentos de entre 20 y 40% en los jornales, un incremento de 50% en las horas extras que pasan a ser “no obligatorias”, la no sanción del estado de sitio, la abolición del trabajo a destajo, la reapertura de los locales obreros, el retiro de las tropas de la Capital, la libertad a los trabajadores detenidos (unos 1.500) y ninguna represalia por la medida de fuerza.

Apenas uno de los cuatro personajes de Rivera, el del relato más corto, es un obrero. Y no habla. Su habla se refiere, pero no se lo escucha. Es llamativo que ni siquiera el más proletario de nuestros escritores haya elegido como personaje principal a uno de los protagonistas centrales de la revuelta: un obrero inmigrante revolucionario. Es como si esta tragedia sólo pudiera contarla desde ese punto de vista quien la vivió efectivamente (como Pinie Wald), mientras que para todos los demás abordajes es más sencillo elegir el punto de vista de un aristócrata. Una de las rarezas de la producción literaria en torno al acontecimiento.

Ala de criados, obra de teatro de Mauricio Kartun (2009)

El maestro de dramaturgos Mauricio Kartun elige para el 90 aniversario de la Semana Trágica volver a la historia mediante un desplazamiento; ubica la acción de su obra en Mar del Plata, por entonces ciudad de descanso para las clases acomodadas que escapaban del infierno porteño. En un apéndice a la edición en papel de la obra cuenta que la idea de escribir algo sobre el tema le venía rondando hace por lo menos 20 años, junto con la intención de escribir algo de “cierta melancolía chejoviana y el pequeño mundito de esa aristocracia berreta que hemos padecido por décadas incidiendo en el poder y en nuestro destino”.

Más allá del desplazamiento propuesto por el autor para hacer destacar algunos de los elementos más ridículos y paranoicos del discurso de las clases dominantes en un escenario que está lejos de la crispación porteña, lo cierto es que la huelga general sí llegó a Mar del Plata, sobre todo por los portuarios, pero también a otras ciudades del país como Rosario, San Fernando, San Pedro, Santa Fe, Tucumán, Mendoza y Córdoba.

En torno al club de tiro a la paloma Pigeon Club, ubicado en el actual Torreón del Monje marplatense, se desenvolverá la historia de tres primos aristocráticos que logran reclutar a un “cuentapropista” para diversas acciones punitivas contra los “bolshevikis” de la ciudad. El reclutado se cree socio y par de los adinerados hasta que le demuestren que por más pruebas de adhesión que preste, su lugar siempre será el ala de criados. El eterno dilema de la clase media aspiracional que defiende los intereses de miembros de un club al que nunca le permitirán integrar. En uno de los apéndices de la edición de Ala de criados, Kartun explica: “El Pedro de la obra representa a la clase media que colabora con intereses ajenos a su clase, aún cuando intuye que terminará destruido por los mismos con los que colabora. Confío en que el sentido de la obra vaya más allá de esta afirmación, pero estoy convencido: como Borges decía de los peronistas, creo que la clase media argentina es 'incorregible'”.

 

Bibliografía

Abad de Santillán, Diego, La FORA. Buenos Aires: Utopía Libertaria, 2005.

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* Artículo enviado especialmente por el autor para su publicación en este número de Herramienta.

** Pedro Perucca es Periodista, editor de la revista Sonámbula, cultura y lucha de clases; integrante de Proyecto Synco, observatorio de ciencia ficción, tecnologías y futuros; integrante del consejo editor de Herramienta.

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