28/03/2024

"La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, de Juan Ramón Capella"

Madrid, Editorial Trotta, 2005, 285 páginas.

Juan Ramón Capella es catedrático de la Universidad de Barcelona, jurista, filósofo político y político filósofo. Comunista libertario como lo fue también, sin hacer gala de ello, Manuel Sacristán, su maestro, amigo y compañero de andanzas y de luchas. Sobre él escribe, sobre su práctica política que fue su vida, como dirigente del comunismo español, más precisamente catalán, como militante fuera y dentro de las unidades académicas, como trabajador que era como él se concebía aun en su enseñanza de la filosofía (debe tenerse presente que en sus trabajos parece una constante la necesidad de superar -abolir, decía el Marx de La Ideología Alemana - la división social del trabajo).

Es que para este lógico, graduado en las universidades alemanas, la filosofía era concebida como una praxeología, variante de la filosofía de la praxis, al decir de Gramsci a cuyo estudio y difusión dedicó buena parte de sus labores. Práctico, no pragmático, porque innovador de prácticas de docencia, de militancia, de organización política.

El autor manifiesta su intención dirigida sobre todo a las jóvenes generaciones. Efectivamente es memoria de España. Para algunos de nosotros, ya veteranos, es rememorar la España del asesinato de  Julián Grimau, nuestras lejanas luchas por la libertad de los presos de Franco, porque esta biografía que nos ofrece está inundada de los sucesos posteriores a la Guerra Civil. Guerra que, como dijese Sacristán a la muerte de Grimau, levantando en protesta su clase de filosofía, no ha terminado, al estar de las informaciones sobre el destino del Valle de los caídos, los monumentos ecuestres del dictador y la aparición de los desaparecidos ocultados por los sucesivos gobiernos nacidos de la Moncloa.

Es que, en ese sentido, esta biografía también es enseñanza: los avatares de los partidos políticos y los movimientos sociales de aquélla España nos evocan casos y cosas que también hemos vivido. Algunas de las cuales, lamentablemente, no han tenido actores de la talla intelectual y, sobre todo, de la valentía de Manuel Sacristán. Tampoco, para contarlas, la investigación y la pluma de un Capella.

El autor confiesa el esfuerzo que le ha costado escribir "objetivamente" la biografía. La pasión puesta de su trabajo así lo denota, hasta parece - y así me lo ha dicho- que se ha quedado con ganas de escribir aun más. Hay para ello, al menos, dos razones: la multifacética obra de Sacristán y la contenida admiración del biógrafo. No obstante Capella no omite sus juicios sobre las equivocaciones y los equívocos de aquél. Tampoco ello le impide organizar sistemáticamente su escritura tratando las cosas en profundidad, aunque de modo accesible, didáctico y hasta entretenido (sabroso, diría).

Hacer un "balance" descriptivo de libro es tan difícil como dice Capella que es hacerlo de la obra de aquél a quién, luego de leer una veintena de páginas, no podemos ya llamarle sino Manolo, pues ya nos lo hace sentir un amigo, un camarada.

Véase, por caso, esta ambientación :

Las tareas en la dirección del partido eran las más costosas en términos de tiempo. Había que estar en contacto al menos semanal con los dirigentes clandestinos y reunirse con el comité local. Antes había que personarse en lo que Manolo llamaba «leederos»: casas se­guras, de militantes de gran confianza no fichados por la policía, donde se depositaban informes procedentes tanto de las diversas or­ganizaciones y campos de actividad como de la dirección del partido en el exterior. Era una época anterior a la fotocopiadora, cuando todo se leía mecanografiado en delgadas hojas de papel cebolla gracias al papel carbón de la máquina de escribir mecánica. Acudir a cada una de estas citas, a veces precedidas de otra «cita de seguridad», signifi­caba un enorme dispendio de tiempo. Había que asegurarse de no ser seguido. Y no de cualquier manera. Hay que proceder del modo más casual, observar sin que se note quién hay a tu espalda en la ca­lle reflejada en los cristales, en los escaparates de las tiendas; tomar un transporte público observando el comportamiento de los demás viajeros, ir a dar a algún lugar poco concurrido hasta tener la segu­ridad de que no te siguen, o de que has dado esquinazo si convenía (pero a veces no conviene o es preferible poner a la policía sobre una pista falsa), y sólo a partir de ahí encaminarte al lugar acordado, a veces en la otra punta de la ciudad, tomando nuevamente precaucio­nes; personarse en una ulterior «cita de seguridad» si el otro no se ha presentado; o bien, para abreviar, citarse con cautelas atenuadas al amanecer, antes de que empiece la jornada burocrática de la po­licía, que con todo hay que contar. Todo eso exigía además una ope­ración previa: llevar hechos los deberes, saber qué se va a discutir, haber reflexionado sobre los problemas, prevenir las tomas de po­sición de los colegas, elegir la línea de actuación pertinente. Y ade­más había que redactar una ingente cantidad de informes: informes para la dirección del PSUC [Partido Socialista Unificado de Cataluña. E.L.] en el exterior, papeles para las distintas organizaciones.

Información para los jóvenes, memoria para los viejos (o no tanto).

Es en ese ambiente, participando de esas actividades, donde Sacristán se gana la vida haciendo traducciones, se niega a convertirse en funcionario rentado de la organización y puede aun, entonces, sostener sus principios de manera no dogmática en momentos de rumbos inciertos. Como fueron aquéllos del asunto Claudín o, luego, las componendas por arriba, sin información o consulta con las bases, de Carrillo.

Es en ese ambiente también es en el que frente a la invasión de Checoslovaquia reflexiona de este modo sobre la legalidad socialista (debe recordarse también que, aunque nunca ejerció, se había licenciado en Derecho):

Juridicidad y ley son formas del poder político. Consiguientemente, son algo que el movimiento socialista se propone superar. Pero su­perando el poder, no haciendo a éste el favor de liberarle de la rela­tiva constricción jurídica, de sus formas. Por ese camino errado se ha llegado repetidas veces a algo que los comunistas checoslovacos de­nunciaron eficazmente: a la aplicación (ilegal, antijurídica) de la coac­ción de la dictadura del proletariado contra el proletariado mismo (…) No hay identidad metafísica entre el proletariado y su estado. Si la hubiera, no se ve por qué habría que desear la extinción del esta­do proletario. Y como no hay tal identidad, la clase ha de ponerle bozal a su propia Bestia: ha de imponerle la legalidad socialista. El poder político -según la teoría marxista- es un mal, aquí y donde sea. Mientras haya estado, el desprecio de la juridicidad socialista, aunque se crea revolucionario, es en realidad, a la corta o a la larga, complicidad con la Bestia.

La normatividad es algo que no puede despreciarse.

El trabajo de Capella se enriquece con fotografías, documentos inéditos, trascripciones de grabaciones, propias del autor o de allegados a Sacristán.

Vida bastante golpeada la de Manolo. Preso, torturado, condenado al ostracismo, echado o ninguneado varias veces de la universidad, fue quién identificado en la tradición marxista no desdeñó la lógica analítica sin, por ello, arrojar por la borda la dialéctica.

Diría que, si realmente la cultura socialista no quiere enquistarse en viejos y resistentes esquemas, debería conocer más a Manuel Sacristán a través de este libro al menos, y también más la de Juan Ramón Capella no sólo con esta obra. Quienes hayan leído Los ciudadanos siervos seguramente no me desmentirán.

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