08/11/2024
Por Vedda Miguel , ,
Buenos Aires, Tutopía, 2006, 92 pp.
Hace dos años tuvimos ocasión de reseñar, en esta misma revista, la novela Tecnécrates, del filósofo italiano Antonino Infranca; en esta oportunidad, nos ocupamos de comentar un nuevo libro del mismo autor, y podemos decir que entre ambas obras percibimos una suerte de íntima complementariedad: si, en Tecnécrates, encontrábamos una novela filosófica, en Los filósofos y las mujeres descubrimos un ensayo sobre filósofos que puede ser leído, prácticamente, como una novela o -mejor aún- como una sucesión de novelas cortas. En su, por momentos, trágica singularidad, pero también en su carácter típico, las tres historias que integran el volumen se le presentan al lector como narraciones que son, en cada uno de los casos, coherentes y que se hallan sólidamente estructuradas, pero que también despliegan múltiples relaciones entre sí. Pero, al margen de los méritos estéticos, cabe destacar la elaboración de los contenidos: en tal sentido, corresponde decir, ante todo, que el libro no pretende abarcar el tema anunciado en el título, sino examinar en profundidad tres historias de amor específicas, pero, a la vez, representativas: las de Abelardo y Eloísa, György Lukács e Irma Seidler, y Martin Heidegger y Hannah Arendt. Como un hilo rojo atraviesa los tres estudios una serie de motivos conductores y de estrategias de análisis que Infranca desarrolla con acierto; así, ante todo, despunta la determinación -acorde con un hondo conocedor de la Filosofía de la Liberación como lo es Infranca- de adoptar el punto de vista de los "humillados y ofendidos"; en palabras del autor, "para juzgar un sistema [...] hay que ponerse de parte de la víctima de este sistema: solo desde la perspectiva de la víctima el sistema ofrecerá su cara más auténtica" (p. 5). En los casos analizados en este libro, se trata de destacar la perspectiva de las mujeres, que aparecen aquí como las víctimas de sistemas de pensamiento que, al margen de sus inocultables virtudes, avalan -consciente o inconscientemente- un punto de vista patriarcal. Si, como ha escrito Walter Benjamin, todo documento de la cultura es, a la vez, un documento de la barbarie, por cuanto no es solo el producto del gran genio que lo creó, sino también de la servidumbre anónima de sus contemporáneos, es posible afirmar que las filosofías de Abelardo, del joven Lukács y de Heidegger se encuentran, en parte, sustentadas en el silenciado sufrimiento de Eloísa, de Irma y de Hannah.
Pero podríamos preguntarnos ahora en qué sentido podría una filosofía fundarse en el sacrificio de una mujer; Infranca responde al interrogante indicando que, en los casos en cuestión -como en otros-, la mujer se entrega al hombre, pero este solo se entrega a su propia obsesión intelectual; frente a las mujeres que aman "a ese filósofo" que se "donan a él, sufren por él y con él, mueren por causa suya" (p. 7), los filósofos aman "a la Mujer Filosofía, por ella son capaces de sacrificar a otros seres humanos, de causar víctimas. Pero ¿cuánto vale una filosofía que para ser elaborada ha causado víctimas?" (ibíd.). Se trata, en el fondo, de un problema que ha preocupado al joven Lukács, y al que este designó, en Historia de la evolución del drama moderno, como tragedia del idealismo abstracto; una tragedia que se deriva de la ceguera de los grandes hombres que, tercamente orientados a la realización de su Idea, rebajan a sus semejantes y, sobre todo, a las personas más próximas y queridas, a la condición de simples medios. Particular intensidad adquiere este dilema -en estrecha relación con la biografía de Lukács- en el diálogo Acerca de la pobreza de espíritu, en que se alude a la saga sobre "la edificación del templo, donde los demonios destruían durante la noche todo lo que había sido edificado durante el día hasta que se resolvió que uno de aquellos que trabajaban en la construcción tenía que sacrificar a su mujer; a aquella mujer que, en un día determinado, fuera la primera en acercarse a ellos. Fue la mujer del capataz"[1]. Vemos aquí que el problema se vincula con la realización de la Obra [das Werk]; una Obra que, convertida en monomaníaca obsesión, termina alimentándose de vidas; en palabras del joven Lukács, "La obra ha nacido de la vida, pero también ha medrado fuera de ella; se ha originado en lo humano, pero es inhumana, e inclusive adversa al ser humano. La arcilla que une a la obra con la vida engendradora aparta a ésta de sí por toda la eternidad: está hecha de sangre humana"[2]. Sutilmente muestra Infranca que el sacrificio de la mujer en función de la creación de la Obra es el eje en torno al cual se desarrolló la relación entre Lukács e Irma Seidler; pero también que el motivo aparecía ya prefigurado en la actitud de Abelardo frente a Eloísa; es así que aquel
[...] busca enmascarar su amor, se avergüenza de ella y la ve como un motivo de escándalo, un obstáculo para su carrera intelectual, a la cual no renunciará jamás, en aras de la cual oprimirá y excluirá a Eloísa de su vida. Eloísa, por el contrario, resulta siempre oprimida, sufre la pasión de Abelardo,se apasiona a su vez por su maestro, como puede apasionarse una adolescente sensible ante la fascinación de la inteligencia (p. 25).
De un modo no del todo disímil prefirió Heidegger apartarse de Hanna Arendt, y esta debió resignarse, por cuanto sabía "todo lo que importaba para él la obra y todo lo que estaba dispuesto a renunciar con tal de continuar su trabajo teorético, su ‘hacer solo filosofía’" (p. 74). Pero encontramos aquí una significativa divergencia respecto de las historias anteriores: aquí nos hallamos ante una de las pensadoras más relevantes del siglo XX: una representante eminente de un período en el cual la mujer ha conseguido entrar como sujeto en la historia de la filosofía y dejar registrada en ella su propia voz. Junto con figuras de la talla de Rosa Luxemburg, Simone Weil o Simone de Beauvoir, Arendt representa, en el plano del pensamiento, un ejemplo cabal del modo en que la filosofía de las mujeres ha podido y puede someter a crítica una ancestral tradición de pensamiento patriarcal.
Para quienes conocemos la persona y la obra de Antonino Infranca, la aparición de un nuevo libro suyo es siempre un motivo de alegría; lo será también, sin duda, para los lectores que se ocupen con una obra que aborda un tema de tan irrefutable relevancia desde una perspectiva a la vez militante y perspicaz.
[1] Lukács, G., "Acerca de la pobreza de espíritu. Una conversación y una carta". En: Confines 8 (2000), pp. 190-197; aquí, p. 194.
[2] Ibíd.