28/03/2024

La tercera vía está de vuelta: el papel de los intelectuales sistémicos

Por Revista Herramienta

¿Ha perdido Sanders? Muchos se preguntarán a qué viene esto, ya que el conocido político demócrata norteamericano perdió hace tiempo frente a Biden y ahora solo se presentaba como senador. Me estoy refiriendo a otra cosa, a lo que podríamos llamar las múltiples consecuencias que va a tener la victoria de Biden. Hay un dato que empieza a aparecer en letra pequeña, como comentario en el marco de un debate más general: Sanders nunca hubiese ganado a Trump; para vencer a los populismos de derechas hace falta hacerlo desde la moderación y el centro-izquierda, el extremo centro que diría Tarik Alí.

Cuando cambia la administración norteamericana -es el Imperio- muchas cosas cambian en su mundo del que, de una u otra forma, formamos parte. Todos quieren ser vencedores, hacer méritos y apostar al futuro. Asombra la ingenuidad de una parte significativa de la izquierda que hace suyo el triunfo de Biden, que alaba la consistencia de la “democracia americana” y sueña con un mundo mejor. Trump es muy de derechas, la mayoría de las veces brutal, y conseguía como nadie hacerse antipático; no podía disimular su autoritarismo mezclado con supremacismo racial y un nítido desprecio por los sectores populares. Aun así, casi la mitad del pueblo norteamericano votó por él. Solo la Covid-19 lo pudo vencer. Tendríamos que explicar las raíces de un fenómeno que ya estaba en la sociedad norteamericana y que ahora ha ganado coherencia y fuerza.

Los EEUU vuelven y pasan a la ofensiva. Esa podía ser la consigna del momento. Muchos llevaban años esperándolo: vuelven los nuestros. Se ve con claridad que ha sido el trumpismo, una forma de repliegue ante un cambio geopolítico de grandes dimensiones. El presidente derrotado puso de manifiesto lo que todos sabían, que la hegemonía norteamericana en el mundo estaba en cuestión y que aparecía con mucha fuerza una potencia que los desafiaba. Los EEUU llegarán hasta el final para impedirlo, hasta el final y sin escatimar medios. Los europeos no están en capacidad para entender eso. Lucha por el poder puro y duro. Borrell quiere que aprendamos a pensar geopolíticamente, no será fácil. La diplomacia “a martillazos” de Trump dejaba claro que EEUU no estaba para juegos florales y que la amenaza era existencial. La prioridad era el hemisferio oriental y allí iba a concentrar todas sus fuerzas. A los aliados europeos les señalaba tareas: ocuparse del frente ruso, incrementar sus presupuestos militares y contribuir enérgicamente a la contención de China. La OTAN valía si cumplía estas misiones y mostró hasta la saciedad que no iba a perder mucho tiempo en convencerlos.

Tengo la seguridad de que los rasgos básicos de la política internacional del Trump serán seguidos por Biden. Cambiarán muchas cosas, pero no lo sustancial. Lo primero será una nueva estrategia. Los demócratas son especialistas en combinar poder duro y poder blando con mucha sofisticación; usan los medios de comunicación con pericia y confían que su modelo de vida siga siendo su mejor tarjeta de visita. Saben que no pueden ganar solos a una China en alianza con Rusia; es decir, necesitan construir un bloque trilateral que los aísle, los contenga y los sitúen a la defensiva. Una de las claves será la lucha cultural, los dispositivos discursivos y la industria de la comunicación en un sentido amplio. Los intelectuales volverán a cumplir misiones de importancia, legitimando las nuevas directrices de los poderes fuertes y combatiendo las ideas nocivas, todo lo que tenga que ver con el socialismo y que cuestionen el orden capitalista, púdicamente denominado “Orden internacional liberal”.

Las relaciones internacionales tienen estas cosas desagradables. La lucha por el poder, pido disculpas, es permanente, no descansa y llegará hasta la guerra; sí, la guerra. La derecha demócrata, que es la que ha ganado, no se debe olvidar, lo hará con oficio y de oficio. Saben de qué va esto. Se preparan para un periodo largo de acumulación de fuerzas, de desgate planificado e de complicidades múltiples, sumando aliados y disputando todos los espacios posibles. Lo hicieron una vez y lo volverán a hacer. Su estrategia será compleja y no tendrán demasiados problemas para intervenir en frentes ambiguos o impresentables. Usarán todos los medios, todos los instrumentos legales o paralegales; económicos o financieros, guerras hibridas o convencionales, inteligencia artificial y manejo fino del ciberespacio. O sea, una estrategia prolongada, sistemática e integral.

Los dispositivos hegemónicos serán muy importantes y los intelectuales sistémicos pieza clave. Los intelectuales orgánicos, tal como los hemos conocido, son cosas del pasado. Sus funciones se han socializado y degradado. El mundo del capitalismo financiero concede poco a la política y prefiere a gestores de imagen y potentes aparatos de comunicación. Los tiempos están cambiando y lo harán más, mucho más y rápidamente. La figura que emerge es el intelectual sistémico. Su papel es definir lo políticamente correcto; lo que se puede debatir y lo que no; sacar de la esfera pública los intelectuales críticos, condenarlos al ostracismo y vetar su presencia en los medios. Sus instrumentos son emitir discursos disciplinarios, criminalizar al disidente y etiquetarlos. Ellos son los operadores del discurso, los funcionarios de un poder que quiere construir marcos cognitivos e imaginarios sociales renovados para una conflagración global que quiere volver a un nuevo bipolarismo, al enfrentamiento existencial entre un Occidente bajo hegemonía de EEUU y un Oriente con su centro en China. Los primeros, liberales, partidarios del multilateralismo y libre comercio, comprometidos con los derechos humanos; los segundos autoritarios, nacionalistas, con capitalismos fuertemente intervenidos y corruptos, con valores culturales incompatible con las libertades individuales. No será fácil. El 15 de noviembre China y 14 países han firmado la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) un Tratado que crea una zona de libre comercio en la región de Asia-Pacífico. Se lo ha calificado de histórico; algo de eso hay. Abarca a un tercio del PIB y de la población mundial. Lo singular: no están los EEUU y lo han suscrito Australia, Corea del Sur y Japón, tres aliados clave de la gran potencia norteamericana.

La “depuración” de Jeremy Corbyn, nada más y nada menos que por antisemitismo, no es un acto singular y define una estrategia. El laborismo vuelve a la tercera vía y lo hace de la manera más radical posible, criminalizando a su antiguo secretario general y poniendo a la izquierda del partido a los pies de los caballos del sistema. Imagino que Corbyn se dará ahora cuenta que su dependencia de la derecha del partido ha sido nefasta y que no tener una postura clara sobre la UE, no solo le impidió ganar a Johnson, sino que, y es lo peor, hizo imposible la renovación y democratización del partido. Starmer, el nuevo secretario del Partido Laborista, anticipa un movimiento que será bastante común muy pronto, a saber, forjar una sólida alianza entre el gobierno demócrata estadounidense y lo que queda de la socialdemocracia europea. No es nuevo, lo fue con Clinton y, en parte, con Obama y ahora es mucho más necesario. Reforzar el vínculo transatlántico implica también una alianza de los social liberales, la renovación en clave post material de su ideario, apertura a Los Verdes y, en general, a las fuerzas centristas en un sentido amplio.

El retorno de la “tercera vía” pone fin a los minoritarios intentos de una salida por la izquierda de la crisis de la socialdemocracia y es funcional al tipo de integración europea dominante. Tampoco esto es nuevo. La tercera vía fue un intento más de “norteamericanización” de la vida pública europea, de poner fin a su identidad de postguerra; es decir, una democracia basada en el conflicto de clases, el constitucionalismo social y el control político del mercado. El sueño de las élites europeas sería traducir el sistema político americano a una Unión Europea en crisis, necesitada más que nunca de ideas y proyectos. Más Europa, profundizar en este tipo de integración europea, significará romper el nexo fundante entre soberanía popular y autogobierno de las poblaciones; entre libertades individuales y derechos sociales. Por vía de los hechos, a espaldas de los pueblos, se transita hacia democracias plutocráticas, limitadas y crecientemente autoritarias; la independencia nacional es devaluada hasta hacerla irreconocible y se acepta como inevitable la sumisión a un orden imperialista.

Los intelectuales sistémicos tienen una prodigiosa capacidad para adelantarse a los que mandan, buscar nuevas agendas e identificar a los enemigos. Su habilidad para integrar es inmensa; su especialidad es sumar a cuadros de la izquierda “mala”, combinando a la perfección el halago y el reconocimiento. El primer paso es siempre el mismo: acceso a los medios, salidas profesionales adecuadas y enganche a instituciones donde se reparten privilegios y prestigio. Lo sustantivo es el poder del poder, es decir, capacidad para definir y etiquetar normativamente a los demás. Detectan con finura los críticos integrables de aquellos que no se plegarán al poder; toman nota y archivan la información.

Refundar el vínculo euroatlántico y construir con solidez alianza con la nueva clase gobernante norteamericana va a exigir mucho trabajo, dedicación y hacer fuertes a unas élites que necesitan de nuevos relatos, nuevos imaginarios e ideas fuerza solventes. Pedro Sánchez se ha adelantado de nuevo -Iván Redondo siente crecer la hierba- y propone una alianza estratégica con los EEUU, más allá de Alemania y Francia. Temo, que pronto, muy pronto, los ministros de Unidas Podemos que con tanta ilusión han recibido a Biden, se darán cuenta que la nueva Administración del amigo norteamericano será un político internacional más intervencionista, más dura que Trump en áreas decisivas y mucho más beligerante en los alineamientos políticos.

Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder.

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