29/03/2024

La huelga de masas en los escritos de Rosa Luxemburg

Por Revista Herramienta

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En el debate de comienzos del siglo XX, se trata, en lo fundamental, de la relación entre lo económico y lo político; entre partido y sindicatos; de una política del movimiento obrero; de la problemática de la huelga de masas como medio político, como medio de lucha para preparar la revolución o como forma de manifestación de la lucha proletaria en la revolución. Un punto de referencia histórica central es el papel de la huelga de masas en la revolución rusa de 1905, que analiza exhaustivamente Lenin –incluyendo el desarrollo histórico de las formas de protesta de la intelligentsia y de los trabajadores–. Rosa Luxemburg redacta escritos fundamentales sobre el tema, así como numerosas conferencias y artículos sobre huelgas de masas en Bélgica, Francia, Holanda, Italia, Austria, Suecia, España, EE.UU. que muestran la amplitud internacional y la presencia política de su agitación y su orientación política. El foco está puesto, en lo que sigue, no en la caracterización de las diferentes alas dentro de la Socialdemocracia (August Bebel, Wilhelm Liebknecht, Luxemburg; más tarde, Karl Kautsky), sino en las concepciones de Lenin y, ante todo, Luxemburg; es decir, en la modalidad que asume el pensamiento marxista dialéctico de ambos. Esto vuelve relevante la controversia para las luchas y la relación de tensión y de demarcación entre partido, movimiento y sindicatos. Las cuestiones vuelven a tornarse actuales a escala global en los debates en torno a la crisis y transformación después de 2008.

Los debates en torno a la huelga de masas caracterizan a las luchas entre diversas alas que tuvieron lugar durante casi dos décadas en el seno de la Socialdemocracia alemana (como líder del socialismo internacional) en el pasaje del siglo XIX al XX. De manera correspondiente, en el desarrollo de la táctica y la estrategia socialdemócratas se reflejan las luchas en torno a la huelga de masas; es decir, la huelga general. En las jornadas partidarias de 1893 (Colonia) y 1906 (Mannheim), son conservadas las líneas directrices. En 1893, Wilhelm Liebknecht da una respuesta negativa a la pregunta por la huelga general como medio político; y en 1906, partido y sindicatos se une en “Paz y Concordia” y, por ende, en un rechazo a las huelgas de masas políticas de carácter ofensivo y en un nuevo posicionamiento en relación con los papeles que debía corresponderles en cada ocasión; papeles que cobraban importancia en vista del crecimiento de tales huelgas.

En Bélgica, el Consejo General del Partido de los Trabajadores decide, en 1902, interrumpir las huelgas de masas con vistas a conquistar el sufragio universal, lo que es aprobado después de una acalorada discusión en la jornada partidaria inmediatamente posterior. La razón para la interrupción fue que los liberales (capitalistas), que habían apoyado en un comienzo la lucha por el sufragio universal, no participaron de la nueva huelga, ya que no solo se trataba del acceso a la Cámara, como en la exitosa huelga general de 1893, sino que, con la igualdad en el sufragio parecía preparado el camino para el dominio político del proletariado. En esta nueva constelación, los socialistas, traicionados por los liberales, aprobaron la interrupción de la huelga general. Luxemburg vuelve a interpretar en 1902 –especialmente en contra del ala anarquista, que afirma incondicionalmente la huelga general como medio exitoso, al mismo tiempo, para la conquista de objetivos políticos a pequeña escala y para la gran insurrección– el método científico de la aprobación o el rechazo, que se relaciona con el estudio concreto, en cada caso, del lugar, la época y de la dimensión nacional o internacional de la vinculación orgánica de la lucha política con las luchas sindicales concretas, cotidianas (cf. GW1 1/2: 235). Kautsky recomienda la posición de Luxemburg en esta disputa, a través de detalladas citas de los discursos de esta, a los que define como lúcidos y orientadores.[1]

En vista de la disputa en torno a la huelga de masas organizada en Bélgica para conquistar el sufragio universal, Luxemburg argumenta a favor de un análisis preciso, ya que “toda esquematización y todo rechazo o glorificación sumarios de esta arma” es “un acto irreflexivo”. En lo fundamental, ella discute, por un lado, contra la representación anarquista de la preparación de la revolución mediante huelgas generales; por otro lado contra la renuncia a toda utopía y el rechazo absoluto de la huelga general, la que, a causa de sus efectos políticos sigue siendo importante “en el plano local y ocasionalmente” (ibíd.: 236) para la agitación socialista. Criterios esenciales para decidir esto son la inserción histórica y política, la “unificación” (ibíd.: 238) de partido y sindicato, el grado de industrialización y centralización de un país.

Cuatro años más tarde, después de la primera revolución rusa de 1905, Luxemburg juzga los debates en torno a la huelga de masas en el socialismo internacional como “anticuados”, ya que partían de representaciones de la época previa “al gran experimento histórico con este medio de lucha a la más vasta escala” (Mass, 93) y, por ende, no iban más allá de la burlona condena que había hecho Engels de la “teoría anarquista […] sobre la huelga general como medio para iniciar la revolución social, en oposición la lucha política de la clase trabajadora” (ibíd.: 94). Luxemburgo propone una revisión de la línea socialdemócrata del movimiento obrero sobre la base del estudio concreto de la revolución rusa, en el que la huelga general no aparece justamente como “efecto teatral” desencadenante, sino como “un medio para crearle al proletariado por primera vez las condiciones para la lucha política diaria y, en especial, para el parlamentarismo” (ibíd.: 96). En consecuencia, “la dialéctica histórica, la roca sobre la cual descansa toda la teoría del socialismo de Marx” ha acarreado que “hoy el anarquismo, con el cual estaba vinculado indisociablemente la idea de la huelga de masas, haya entrado en contraposición con la propia praxis de la huelga de masas, mientras que, a la inversa, la huelga de masas, que fue combatida como antítesis de la acción política del proletariado, hoy aparece como el arma más poderosa de la lucha política por los derechos políticos” (ibíd.: 97).

La separación entre lo económico y lo político conduce, según Luxemburg, a la discusión teórica acerca de la sucesión de las luchas y el rango respectivo; pero este modo de consideración es “abstracto” y “ahistórico” (íd.); no acierta con la vida real o no toma conocimiento de ella. Qué es económico, qué es político es algo que se modifica durante el hacer y, con él se modificarían también los actores, así como la relación entre finalidad y medios. Luxemburg vincula, ya al comienzo, el debate con una tarea de investigación práctica: “No a través de especulaciones abstractas […] sobre la posibilidad o la imposibilidad, el beneficio o el perjuicio de la huelga de masas […], sino únicamente mediante la investigación de aquellos factores y aquellas relaciones sociales a partir de las cuales la huelga de masas se originan en la fase actual de la lucha de clases […] puede ser comprendido y también discutido el problema” (ibíd.: 100).

Luxemburg esboza un desarrollo posible: se da una ocasión, un acontecimiento –alguien es despedido, se produce un accidente, unas vacaciones forzadas sin salario para la coronación de los zares; de esto se deriva una huelga–; puede ser en un comienzo una huelga económica pero, desde un punto determinado, se transforma en política (ibíd.: 104), ya que las experiencias de padecimiento de la clase se hacen cada vez más consciente. Conciencia e instrucción, un incremento de saber convierten una huelga económica en una huelga política. No es posible propagar ni la revolución ni la huelga de masas, ya que ambos son “conceptos que por sí significan solo una forma extrema de la lucha de clases, y que solo tienen sentido y contenido en relación con situaciones políticas totalmente determinadas” (ibíd.: 100). La huelga de masas no es un “medio travieso, pergeñado con el fin de que la lucha proletaria tenga un efecto más enérgico, sino que es el modo de movimiento de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en la revolución” (ibíd.: 125).

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Es indudable que Luxemburg retoma observaciones de Lenin. Este describe el comienzo de la revolución rusa de 1905 como una suerte de proceso de aprendizaje de la intelectualidad revolucionaria y de los trabajadores insurrectos. Apunta cómo, a consecuencia del movimiento de huelgas a finales de la década de 1890, en poco tiempo “casi toda la intelectualidad revolucionaria” se vuelve socialdemócrata (febrero de 1905, LW: 8, 128). El Partido Socialdemócrata es fundado de 1898. El movimiento de movilización iniciado hacia 1900 es conducido mayoritariamente, en un comienzo, por estudiantes, a quienes acuden los trabajadores en busca de ayuda. En las regiones y ciudades abarcadas por las huelgas, en las que participan, en 1903, “más de cien mil trabajadores”, tienen lugar, de manera reiterada, “asambleas políticas de masas” (ibíd.). “Se percibe que estamos en vísperas de luchas de barricadas […]. Las vigilias, sin embargo, se muestran demasiado largas, como si ellas quisieran enseñarlos que las clases poderosas a veces reúnen sus fuerzas durante meses y años; como si quisiera poner a prueba a los intelectuales de poca fe que se sumaron a la socialdemocracia” (ibíd.). Concibe también el comienzo de la revolución como un estallido, a la manera de un volcán: “El movimiento proletario se levantó de golpe en uno de sus escalones más altos” y “la huelga y la manifestación comenzaron […] a desarrollarse como insurrección. La participación de la socialdemocracia revolucionaria organizada fue incomparablemente más numerosa que en los estadios precedentes del movimiento, pero todavía demasiado débil […] en comparación con la gigantesca necesidad que las masas proletarias activas tienen de una dirección socialdemócrata (ibíd.: 129).

Bajo el título Huelga política y lucha callejera en Moscú (octubre de 1905) registra Lenin un desplazamiento de las fuerzas determinantes: “El movimiento obrero ha impreso su sello en toda la revolución rusa. Comenzando con huelgas aisladas, se desarrolló rápidamente, por un lado, hasta la huelga de masas; por otro, hasta las manifestaciones callejeras. En 1905, la huelga política aparece ya como forma plenamente desarrollada del movimiento y se transforma […] en insurrección”; de vez encuando, “en el curso de pocos días, pasa de la huelga simple al gigantesco estallido revolucionario” (LW: 9, 346). Lenin comprende en pocas palabras cómo la huelga se convierte de una posibilidad discutida teóricamente en un movimiento real que aferra la vida de los seres humanos. “La salida inevitable de los trabajadores a la calle […] se transforma en una manifestación política”; se entonan canciones revolucionarias y “la exasperación largamente contenida ante la vil comedia de las elecciones ‘populares’ para la Duma consigue irrumpir. La huelga de masas pasa a ser una movilización de masas de aquellos que combaten por la libertad verdadera” (ibíd.). Por último, Lenin hace referencia al significado internacional de las experiencias rusas; así, la huelga de masas política se convirtió la cuestión principal de la Jornada Partidaria de Jena de la Socialdemocracia alemana (1905).

Como la “insurrección armada” es la “forma principal” de la lucha del proletariado en formación, Lenin considera las huelgas, en cierta medida, como recursos cuyo momento de aparición hay que subordinar a aquella forma principal. En dos pasajes intenta una especie de sistematización de la sucesión de las huelgas históricas y de su evolución. En primer lugar, habrían existido las “huelgas económicas de los trabajadores (1896-1900)”; luego, las “manifestaciones políticas de los trabajadores y los estudiantes (1901 y 1902); las agitaciones campesinas (1902)”; y luego, en 1903, por primera vez las “huelgas de masas políticas”; en 1905, la huelga general en toda Rusia, con barricadas e “insurrecciones parciales de los campesinos” (LW: 11, 2004). Lenin apunta, en 1913, que, como consigna de las huelgas políticas, “deben difundirse, con intensificada energía, las demandas revolucionarias fundamentales del presente: república democrática, jornada de ocho horas, confiscación de los latifundios” (LW: 19, 414). En enero de 1917, reflexiona en detalle, remontándose a 1905, acerca de la transición a la revolución: “Centenares de socialdemócratas revolucionarios crecieron hasta convertirse […] en miles. Miles se convirtieron en líderes de 2 a 3 millones de proletarios. La lucha proletaria produjo un gran fermento; en parte, un movimiento revolucionario dentro de la masa de 50 a 100 millones de campesinos; el movimiento campesino produjo simpatía en el ejército y condujo a insurrecciones militares […]. Así, el enorme país de 130 millones de habitantes ingresó en la revolución; así, de la adormecida Rusia surgió la Rusia del proletariado revolucionario y del pueblo revolucionario” (LW: 23, 246).

                                                   

Se trata de comprender esta transición. El estudio de las estadísticas de la huelga es considerado insuficiente por Lenin. La revolución rusa de 1905 “es la primera […] gran revolución en la historia universal […] en la cual la huelga de masas política cumplió un papel extraordinariamente importante”, y sería imposible “entender la alternancia de sus formas políticas sin buscar el fundamento […] de esa alternancia en la estadística de la huelga” (ibíd.: 247).

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Luxemburg plantea las formulaciones de Lenin de un modo diferente, sin contradecirlo explícitamente. Como la huelga de masas es una forma que asume la lucha, es, justamente, un medio que no se puede elegir; no puede ser planeada y ejecutada de acuerdo con un propósito, sino que es ella misma un producto. No es una “acción individual”, sino “el concepto aglutinante de […] un período de la lucha de clases que abarca tal vez décadas” (GW: 2, 125). Una huelga desarrollada según un plan y un propósito es, en cambio, la huelga con vistas a una movilización política (por ejemplo, la celebración del 1° de mayo); “un variante subordinada” (ibíd.: 127) que se torna imposible con el “crecimiento de la conciencia política y la instrucción del proletariado” (126). En su Propuesta de una huelga de masas política, presentada en la Jornada Partidaria de Magdeburg de 1910, recuerda las muchas huelgas con movilización en las luchas electorales y, al mismo tiempo, un arma más poderosa, “la negativa a trabajar, la huelga de masas política” (GW: 2, 459). El instante histórico no puede ser ni previsto ni producido; la aparente quietud contiene todos los factores: lucha por el salario, lucha por el tiempo de trabajo, maltratos y, finalmente, un factor que hace que el vaso rebalse. Así, el “conflicto de los dos trabajadores castigados en Putilov […] se transforma, en el curso de una semana, en el prólogo de la más imponente revolución de la Modernidad” (GW: 2, 110).

Luxemburg denomina huelga general a la huelga planeada por los sindicatos, y habla de huelga de masas cuando hace referencia a una confluencia espontánea de muchas luchas y masas de trabajadores, determinada por “la madurez de las condiciones históricas y económicas” (GW: 2, 460). Como Lenin, ella infiere de la historia real que, entre las luchas económicas y las políticas, existe “una interrelación plena”; ellas son solo “dos aspectos entrelazados de la lucha de clases proletaria”, a la que ella designa como el “estado de guerra de los trabajadores con el capital” (GW: 2, 128). “La lucha económica es el elemento que hace avanzar desde un punto nodal político a otro; la lucha política es la fertilización periódica del suelo para la lucha económica” (ibíd.).

Con expresiones como “azarosa” y “elemental” puede caracterizar Luxemburg la dinámica, al mismo tiempo, como resultado del trabajo de formación política y como algo imprevisible; aquello en lo que desemboca un acontecimiento son “frutos de varios años de agitación” (ibíd.: 104), y así puede retener el objetivo, la “profunda convulsión en las relaciones entre las clases sociales” (ibíd.: 129), sin decretar desde arriba el “cómo” exacto. Aquí, junto a las coincidencias, se hacen claras las divergencias respecto de la posición de Lenin. Así como el amplia e indefinida la manera en que Luxemburg abre el campo para lo posible, son definidas sus condenas de las generalizaciones prematuras que caracterizan el debate en torno a la huelga de masas. Esta no es una “navaja que uno puede […] abrir y usar cuando lo decida” (GW: 2, 98); y convertir a la huelga de masas “en objeto de una agitación conforme a las reglas” es tan “desagradable” como agitar por “la idea de revolución o de lucha de barricadas” (ibíd.: 100).

En lugar de esto, Luxemburg propone “ampliar el horizonte del proletariado, agudizar su conciencia de clase, profundizar su modo de pensar y fortalecer su capacidad de acción (ibíd.: 101) mediante la formación política, mediante el análisis de las luchas; que los trabajadores en su totalidad sean continuamente informados, implicados en discusiones, conducidos a aprender, de modo que actúen conscientemente. En su discurso ante los trabajadores metalúrgicos en Hagen en 1910 –se trata de una amenaza de lock-out patronal que afecta a 400.000 trabajadores–, define al movimiento obrero como una “obra cultural”, ya que “la imponente masa del pueblo trabajador se fabrica las armas para su propia liberación a partir de su propia conciencia […] y también de su propia comprensión” (GW: 2, 465). En el resultado, “no es la huelga de masas la que produce la revolución, sino que es la revolución la que produce la huelga de masas”; con lo cual la revolución no es concebida como un acto único, sino como un “período” (GW: 2, 130).

 

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La exposición que hace Luxemburg de la revolución rusa de 1905, escrita como un reporte periodístico, permite comprender que ni la huelga de masas ni la revolución ocurren según un plan, a partir de un centro, sino que la confluencia de movimientos individuales, que incluso pueden desarrollarse en direcciones contrapuesta, hace que huelgas inicialmente económicas se conviertan en políticas, y viceversa. La Socialdemocracia rusa, “que sin duda coopera con la revolución, pero no la ‘hace’”, debe ella misma aprender las leyes de acuerdo con las cuales “la historia” produce su “incalculable trabajo colosal” (GW: 2, 112). Luxemburg habla de un “sentimiento de clase” que se transforma en conciencia de clase; y, como Marx y, más tarde, Bertolt Brecht, asume que derrocar el orden vigente es al mismo tiempo un proceso de destrucción y uno de reordenamiento. Se trata de un “completo socavamiento del suelo social; lo más bajo es arrojado hacia arriba, lo más alto es arrojado hacia abajo; el ‘orden’ aparente es convertido en un caos y, a partir del aparente caos ‘anárquico’, se crea un nuevo orden” (ibíd.: 113 y s.). Con el mismo pathos, con el mismo esmero con que reúne los diversos factores, proporciona información sobre su propia teoría de la huelga de masas y explica el modo en que esta ha de ser llevada a la política práctica: “Todos los millares de padecimientos del proletariado moderno le recuerdan heridas antiguas, sangrientas. Aquí se lucha por la jornada de ocho horas; allí, contra el trabajo a destajo; aquí son ‘transportados’ en carretilla, metidos en una bolsa, unos patrones brutales; en otro lugar, se lucha contra sistemas de castigo infames; en todas partes, por mejores salarios; aquí y allí, por la abolición del trabajo a domicilio. Profesiones retrógradas, degradadas en grandes ciudades, en pequeñas ciudades provincianas –que hasta entonces vegetaban en un sueño idílico–, la aldea, con su legado de la propiedad feudal: todo esto súbitamente reflexiona, bajo el rayo de enero, sobre sus derechos, y ahora busca febrilmente recuperar lo perdido” (ibíd.: 112).

En noviembre de 1918, Luxemburg describe el movimiento en marcha en Alemania: “La revolución […] pisa el escenario de los acontecimientos. […] De ahí los esfuerzos febriles de los líderes sindicales no independientes, a fin de atrapar el huracán que está levantándose dentro de las redes de sus viejos y mezquinos medios burocráticos y oficiales, y a fin de paralizar y encadenar a las masas”; pero en el “período de la revolución […] tuvieron que fracasar miserablemente” (GW: 4, 420). Ella recuerda que “toda revolución burguesa de la Modernidad” fue “acompañada por un movimiento de huelga tempestuoso” (ibíd.); aunque, después de una fase de desequilibro, sobrevino una consolidación del dominio de clase burgués. En la revolución de noviembre de 1918, se trata, sin embargo, de un “enfrentamiento general entre capital y trabajo” (ibíd.: 421). Ella se equivoca de manera trágica. Persiste la idea de que se necesitaba de una chispa para desencadenar la comprensión general de la situación experimentada hacía tiempo, así como para despertar la esperanza en la perspectiva de liberación. Ser aprovechada; este es su parámetro: instrucción, conciencia de clase y organización.

En términos generales, Luxemburg inserta la huelga de masas dentro del proceso de evolución del proletariado, en lo cual, de vez en cuando, también comprende también a los empleados públicos, a los trabajadores domésticos y rurales, a los no organizados (GW: 2, 137 y ss. y 143); y concede al debate en torno a la huelga de masas, al mismo tiempo, el carácter de un espectáculo inútil; tal como presentará esto más tarde Brecht a través de la disputa de los filósofos en torno a la existencia o inexistencia del río Amarillo; los filósofos son arrastrados por el río, que desborda sus márgenes antes de haber podido decidir la cuestión (Turandot, GW: 5, 2211 y s.). Luxemburg revisa el desarrollo de la Socialdemocracia y los sindicatos y observa que el raudo crecimiento de estos se debe también a su “capacidad propagandística”, que proporciona a los trabajadores sindicalmente organizados la sensación de pertenecer a “un partido de los trabajadores”, de modo que estos no consideraban necesaria una doble membresía (ibíd.: 160), mientras que “los líderes sindicales” no parten de la unidad del movimiento sindical y el socialdemócrata, son que se convierten en “funcionarios sindicales” y se convierten en víctimas del “burocratismo” (ibíd.: 163). Así, se habría “constituido la circunstancia peculiar de que el mismo movimiento sindical que está completamente unido con la Socialdemocracia abajo, en las amplias masas proletarias, arriba, en la superestructura administrativa, se escinde abruptamente de la Socialdemocracia y se erige frente a ella como un segundo gran poder independiente” (ibíd.: 167). La necesaria reunificación es concebida por ella como transformación de la dirección en “intérprete de la voluntad de las masas” (ibíd.: 170); transformación que es una condición previa para la huelga de masas.

Luxemburg discute cómo las grandes manifestaciones a favor de la reforma electoral en Prusia revelan invariablemente éxitos (a excepción de siete socialdemócratas, entre ellos Karl Liebknecht, en 1908, en la cámara de diputados), pero que este movimiento de masas debería necesariamente ser llevado a otras campañas y ampliado. Las “movilizaciones callejeras” ya no satisfarán “en breve la necesidad psicológica, el ánimo de lucha, la exasperación de las masas; y si la Socialdemocracia no da un paso adelante con decisión, si deja pasar el momento político apropiado […], ya no logrará sostener durante mucho tiempo las movilizaciones callejeras; entonces la campaña finalmente se extinguirá” (GW: 2, 292). En cuanto un medio de lucha se haya convertido en “una necesidad de la burguesía democrática”, los socialdemócratas deberán elegir un medio más enérgico: “y este es la huelga de masas” (ibíd.: 293).

Así como son definidas claramente las fuerzas liberadoras en el proceso histórico, resulta poco válido el análisis que hace Luxemburg de los antídotos, ya sea bajo la forma de recompensas para la población trabajadora o ya, ante todo, bajo la forma de las estrategias en pleno desarrollo que emplea la clase dominante recurriendo a los medios masivos, o ya a través de las diversas instituciones, hasta llegar a la coacción; todos estos factores actúan en contra de la demanda de liberación, realizada con una conciencia clara. Después de la aprobación de los créditos para la guerra, en 1914, por parte de la fracción socialdemócrata y de la subsiguiente transformación de la educación y la información, en los medios socialdemócratas, a favor de la nacionalista “defensa de la patria”, Luxemburg analiza las fallas y el error, ante todo, dentro de las propias filas, y llega a la conclusión de que habría que combatir la burocratización. Su asesinato anula la posibilidad de seguir desarrollando este análisis. Conviene retener la idea de que ella insiste sobre la transformación en el hacer y, pues, sobre la incorporación de los muchos en la configuración de la sociedad; también, como Marx y Gramsci, insiste en que la autotransformación y la transformación de las circunstancias confluyen en la acción revolucionaria. En las “vicisitudes” de los resultados de las diversas huelgas y los “actos de venganza del capitalismo” permanece como “sedimento espiritual: el imponente crecimiento intelectual, cultural del proletariado” (GW: 2, 117) y el desarrollo del propio capitalismo como la “‘civilización’ de las formas bárbaras de la explotación capitalista” (149).

 

Bibliografía

Lenin, V. I. U.,  Werke (= LW). Ed. por el ML, en el Comité Central del KPdSU; ed. alemana del IML en el Comité Central del SED. 40 vols. + 2 vols. suplementarios. Berlín: Dietz, 1953 y ss. (reedición alemana desde ab 1990 ed. por el Institut für Geschichte der Arbeiterbewegung).

Luxemburg, Rosa, Gesammelte Werke (= GW). Vols. 1-5 edit. por el IML, en el Comité Central del SED, 1a ed. Berlín: Dietz, 1970-75; desde 1990,  ed. de la Rosa-Luxemburg-Stiftung, Berlín, 6 vols. ed. por A. Laschitza y E. Müller. Berlín: Rosa-Luxemburg-Stiftung, 2014.

 


· “Massenstreik”. En: Haug, Wolfgang Fritz et al. (eds.),  Historisch-kritisches Wörterbuch des Marxismus. Hamburgo: Argument Verlag, 2018, vol. IX/1, pp. 96-104. Trad. de Miguel Vedda. Traducido y publicado por autorización gentil de la autora.

·· Catedrática emérita de Sociología en la Univ. de Hamburgo. Integrante de la dirección del Berliner Institut für kritische Theorie (InkriT), coeditora de la revista Argument y del Historisch-kritisches Wörterbuch des Marxismus (Diccionario histórico-crítico del marxismo; han sido publicados hasta ahora nueve volúmenes), así como editora del Historisch-kritisches Wörterbuch des Feminismus (Diccionario histórico-crítico del feminismo; han aparecido hasta el momento tres volúmenes). Integrante del Foro Europeo de Feministas de Izquierda. Ha publicado más de veinte libros; entre ellos, Frauen-Politiken (Políticas de las mujeres, 1996), Die Vier-in-einem-Perspektive. Politik von Frauen für eine neue Linke (La perspectiva de cuatro-en-uno. Política de las mujeres para una nueva izquierda, 2008), Rosa Luxemburg y el arte de la política (Madrid, 2013; está en preparación una edición argentina), Der im Gehen erkundete Weg. Marximus-Feminismus (El camino explorado al andar. Marxismo-Feminismo, 2015).

[1] Cf. Der politische Massenstreik. Berlín, 1914, cap. 10.

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