24/04/2024

La guerra en Ucrania y la izquierda antiimperialista. Una anticrítica

Cuando comenzamos a redactar el artículo titulado “Guerra en Ucrania, el relato dominante y la izquierda antiimperialista”[1], teníamos un doble objetivo. Se trataba, por un lado, de alertar a nuestras filas sobre el peligro político que las amenazaba a causa de la adopción, por algunos de sus integrantes, del discurso no solo dominante sino casi exclusivo (al menos en el espacio público oficial) sobre la guerra en Ucrania y sus entresijos, y, peor aún, el alineamiento (al menos puntual y temporario) con las consiguientes posiciones políticas: apoyo incondicional a Ucrania, respaldo militar de la OTAN, la seguidilla de sanciones económicas y financieras a Rusia, etc. Pero también, conscientes de que el acontecimiento en cuestión y la resultante situación política son complejas y están iluminadas por precedentes históricos similares (aunque no idénticos), intentamos abrir un debate con quienes cuestionábamos.

Suscitando algunas reacciones, en intercambios privados (E-mails) o públicos, al menos creamos condiciones para un intercambio. Respondimos personalmente a cada una/o. Acá damos una respuesta sintética repasando las críticas más frecuentes y tratando de responderlas, para hacer públicos los términos del debate y permitir que cada cual se pronuncie. Las examinaremos según su orden de importancia.

1. Muchos críticos nos reprocharon no haber identificado con precisión las personas, grupos, organizaciones, etc. cuyas posiciones criticábamos. Uno de ellos consideró incluso que, de ese modo, nuestro artículo “toma la solución cobarde de no enfadar a nadie”. Lo que está desmentido por la virulencia de algunas de las interpelaciones que recibimos, incluida la suya.

De hecho, elegimos deliberadamente no nombrar a nadie por cuatro razones. Por una parte, hubiera sido, si no imposible al menos difícil. La cantidad de las y los que expresaron y siguen expresando las posiciones que atacamos es tal que un artículo corto (como el que queríamos escribir para que tuviera alguna posibilidad de ser publicado) no podía recargarse con una catarata de citas. Además, las posiciones que criticábamos eran frecuentemente tan repetitivas en uno u otro texto, en una u otra reacción, que cualquier selección hubiera sido trabajosa y escolástica.

Por otra parte, nos parecía inútil. Y las reacciones registradas nos dieron la razón. Las y los principales interesados se reconocieron sin dificultad en los blancos que habíamos escogido, de lo contrario no hubieran contestado –sobre todo, no con tanta hostilidad–. Esto evidencia que los blancos eran fácilmente identificables sin que fueran mencionados explícitamente.

Además, tuvimos el cuidado –lo tenemos aún– de evitar disputas interpersonales, que derivan muy frecuentemente en polémica estéril al convertirse en una guerra de los egos que evita abordar las cuestiones de fondo. Las susceptibilidades heridas manifiestas en algunas réplicas recibidas muestran que, también en esto, hicimos bien…

Además, una tesis vale por su contenido (y su argumentación), no por la o las personas que la defienden, sean cuales fueren en cantidad y calidad. No por ser repetido trece veces se transforma un error en verdad…

Agreguemos por último que muchos de las y los que nos critican han sido y siguen siendo para nosotros camaradas. El hecho de no haber querido caer en polémicas, de haber dejado de lado deliberadamente todo ataque ad hominem y toda expresión condescendiente o hiriente, responde también al cuidado de salvar en lo posible esta camaradería política y de no hipotecar el futuro despertando rencores inútiles. Cuidado que, lamentablemente, no todos nuestros interlocutores tuvieron…

Por todas esas razones, continuaremos manteniendo ese anonimato sin privarnos empero de citar pasajes de los mensajes que recibimos, cuando parezca útil o resulte necesario hacerlo.

 

2. Algunos interlocutores también nos reprocharon no manifestar compasión ante los sufrimientos soportados por las poblaciones ucranianas ni admiración por su “resistencia heroica” en el marco de la “justa guerra” que sostienen contra la agresión rusa –las únicas cosas que parecen importar a sus ojos humedecidos–. Es lo que uno de ellos resumió calificando nuestra posición de “abstracta”, “descarnada” en suma.

Comencemos por recordarles que es siempre aventurado “arrogarse el monopolio del corazón” … Porque, en definitiva ¿quién tiene más corazón: el que ruidosamente manifiesta empatía con las víctimas. o el que busca con todo el rigor posible señalar al o los responsables? Tanto más cuanto que tener corazón no constituye ninguna garantía de que lo que se diga sea verdad.

Justificaremos nuestra aparente falta de corazón con dos razones. En primer lugar, por la voluntad de no caer en las trampas del contagio emocional. Porque anteponer los horrores de la guerra (las destrucciones, los muertos y los heridos, las víctimas civiles, principalmente mujeres y niños, los crímenes de guerra, etc.) o el heroísmo en la guerra, como masivamente han hecho y continúan haciendo “nuestros” medios, es la vía más eficaz para despertar o mantener los efectos de pavor y desconcierto que provoca la guerra, que son poderosos obstáculos para toda reflexión: para todo distanciamiento en relación con los acontecimientos y sus efectos, sin lo cual ningún análisis y ninguna evaluación racional son posibles.

Además, frente a un acontecimiento político (¿y qué acontecimiento puede ser más político que el desencadenamiento y la continuación de una guerra?), a quien quiera tomar posición política con respecto a él le es imposible mantenerse en el estadio del pathos: empatía con las víctimas y admiración por su resiliencia. Salvo que se reduzca la política a lo sentimental, lo efectista, y lo humanitario. Frente a una hambruna, por ejemplo, ¿hay que conformarse con sentir lástima por los hambrientos o quienes se mueren de hambre y llamar a socorrerlos organizando el envío y distribución de alimentos, como proponen la Cruz Roja, las agencias ad hoc de la ONU, las ONG, etc.? ¿Acaso un enfoque político no implica, además o independientemente de eso, buscar las causas económicas, sociales, políticas, etc. del fenómeno, sean ellas internas al país que sufre la hambruna o que se sitúen en las relaciones que el país mantiene con sus vecinos y, más ampliamente, en su inserción en el seno de la división internacional del trabajo modelada por el despliegue de mundial de las relaciones capitalistas de producción y la acción conjugada de empresas transnacionales, Estados centrales, organizaciones financieras internacionales (Banco Mundial, FMI, etc.)? Es lo que mutatis mutandis propusimos ante la guerra en Ucrania.

Ciertamente, nuestros oponentes hicieron lo mismo, pero al reducir su análisis al señalamiento de la Rusia de Putin como único (o principal) culpable no pudieron tomar voluntaria y explícitamente su distancia con respecto al pathos, respaldados en esto por el discurso dominante, vehiculizado por la casi totalidad de “nuestros” medios y del conjunto de “nuestros” gobernantes. Facilidad que nos estaba prohibida y que precisamente nos hemos prohibido.

 

3. En el mismo orden de ideas, se nos ha reprochado olvidar las posiciones adoptadas por la izquierda internacionalista en similares circunstancias anteriores: de respaldo a los pueblos agredidos contra los agresores y de partida en su socorro sin vacilación alguna. Y evocando, selectivamente o en bloque, diversos contextos históricos tan específicos y singulares como el de la guerra de España, guerra civil con dimensiones internacionales (1936-1939), el de las transacciones de Múnich, preludio de la Segunda Guerra Mundial (1938-1939); el de la guerra simultáneamente civil e internacional en Vietnam (1946-1975), el de la guerra de Argelia, que implicó casi una guerra civil en la metrópoli (1954-1962), el de las guerras de Afganistán (1980-1989, 1996-2021), etc.: aunque ellos mismos reconozcan que hay diferencias notables entre ellos, se los considera en definitiva como contextos con encrucijadas similares, transferibles no solamente de uno a otro sino también similares (y por tanto transferibles) a los del contexto actual de la guerra en Ucrania.

Pensamos que proceder de este modo es cometer un error metodológico básico. En efecto, todo acontecimiento histórico es singular y debe ante todo aprehenderse, analizarse y comprenderse en su singularidad histórica, en función de su propio contexto histórico, también singular, aunque pueda surgir de determinaciones generales. Ese es el sentido de la famosa fórmula leninista: hay que hacer “un análisis concreto de la situación concreta”.[2] Solo una vez hecho ese análisis y sobre la base de sus resultados se puede proceder a una comparación entre ese acontecimiento histórico y otros aparentemente semejantes, para determinar lo que tienen en común y de diferente.

Pero no fue de ningún modo ese el enfoque que adoptaron nuestros oponentes, que nos reprocharon no haber acercado la actual guerra que se libra en Ucrania a las antes mencionadas, para así deducir qué debía pensarse y qué actitud política debía adoptarse en consecuencia. Antepusieron el carro a los bueyes: partieron de una aproximación a priori, sin tomarse previamente el trabajo de abordar el acontecimiento contemporáneo en su singularidad. Dicho de otro modo, aplicaron un esquema acabado sobre el acontecimiento en cuestión, basándose en similitudes aparentes que pueden ser completamente engañosas y que, de hecho, en gran medida lo son, como se verá.

De hecho, la crítica acá examinada presenta el mismo gran déficit que la precedente: la ausencia o el déficit de análisis del acontecimiento. Con la diferencia de que quienes sostenían la primera pensaban que podían prescindir de él merced a la intensidad y sinceridad de su compromiso emocional, mientras que quienes respaldan la segunda (que a veces son los mismos) creían que podían ser eximidos de la necesidad de proceder a ese análisis al retomar los esquemas de análisis ya hechos.

 

4. Del “análisis concreto de la situación concreta”, nuestro articulo daba un ejemplo que al mismo tiempo poníamos en discusión. Articulaba dos afirmaciones conexas. Por una parte, la guerra que está actualmente en curso en Ucrania no puede comprenderse y evaluarse como si fuera solamente (¡lo que implica que también lo es!) un conflicto entre la potencia imperialista rusa, en busca de reconstituir el espacio de la antigua URSS o el del antiguo imperio zarista, y el joven Estado nación ucraniano nacido del estallido en pedazos de la URSS; ella pone en juego también un conflicto interimperialista entre el conjunto del bloque occidental, hegemonizado por la conducción de los Estados Unidos en el marco de la OTAN, y Rusia; conflicto que tiene su origen en el choque entre la expansión del primero en Europa central y oriental y el aumento del poderío de la segunda. Por otra parte, de los dos conflictos, el segundo sobredetermina al primero, explicando en particular por qué el último terminó por conducir a la guerra, pero solo lo hizo al término de todo un proceso del que hemos repasado algunas de sus principales fases.[3]

Esta tesis reconocía, pues, de entrada, el carácter complejo del conflicto en curso; complejo en el sentido de que combina dos conflictos diferentes en cuanto a sus dimensiones y en cuanto a sus encrucijadas, que nuestro análisis se proponía precisar, articular y jerarquizar. En visa del desarrollo del conflicto desde entonces, ahora conviene además complejizar aún más el análisis dado que, evidentemente, está en vías de dar a los Estados Unidos los medios de reafirmar y reforzar su hegemonía en relación con los aliados europeos, haciendo evolucionar a su favor la relación de fuerzas (ella misma compleja) que los opone con estos; haciendo pasar nuevamente al primer plano los componentes estratégicos y militares, nivel en el que disponen de una manifiesta superioridad. Y los Estados Unidos son al mismo tiempo, beneficiarios en el plano de las consecuencias de las sanciones económicas y financieras adoptadas contra Rusia y las contrasanciones de esta (en materia de exportación de cereales y de gas, sobre todo), que golpea mucho más a los europeos que al mentor norteamericano.

Es precisamente en nombre de la complejidad del conflicto que nos hemos levantado contra el simplismo (de hecho: unilateralidad) de lo que hemos llamado “el relato dominante”, masivamente narrado por “nuestros” medios y “nuestros” gobernantes, que no retiene más que el conflicto entre Rusia y Ucrania mientras deja en la sombra y guarda silencio del que existe entre Rusia y Occidente –que tiene su responsabilidad en la génesis de la situación que condujo a la guerra–. Y es precisamente el mismo simplismo que hemos reprochado a la posición adoptada por aquellas y aquellos miembros de la izquierda radical (en principio anticapitalista y por tanto antiimperialista), que retoma en lo esencial el mencionado “relato dominante”.

En estas condiciones, una discusión conducida según las reglas más clásicas de la disputatio hubiera querido que aquellas y aquellos que se propusieron respondernos atacaran precisamente esta tesis, elemento central de nuestro artículo, tratando de mostrar sus límites, insuficiencias o incluso radical falsedad. Pero de ningún modo fue así. A lo sumo, algunos han concedido que, ciertamente, el conflicto ponía también en juego las relaciones entre Rusia y Occidente, pero para recusar inmediatamente este elemento como secundario y no pertinente y (re)afirmar que solo importa el conflicto entre Rusia y Ucrania. Otros han estimado que la dimensión interimperialista del conflicto es puramente imaginaria y que su utilización en nuestros análisis nos hacía objetivamente, si no subjetivamente, cómplices de la agresión rusa. Los más despectivos solo mencionaron nuestra tesis para descalificarla de inmediato (lo que por supuesto es más fácil que discutirla seriamente) considerándola “neocampista” y acusándonos de ser, según el caso, “munichenses” o “rojipardos” y practicar “el antiimperialismo de los imbéciles”. La mayoría ni siquiera la mencionó, como si fuese insignificante. A menos que hayan temido que responder sobre esto los expusiera al riesgo de agravar más su lectura unilateral de los acontecimientos.

Entendámonos. Lo que nos ha sorprendido no es que nuestros críticos hayan persistido y reafirmado el enfoque que tienen del conflicto, sino que, frente a una tesis contraria, lo hicieran sin una argumentación seria, ya sea pro (en favor de su tesis) o contra (atacando nuestros argumentos). Así, nada se objetó a las referencias que hicimos al no respeto de los compromisos adoptados por los dirigentes occidentales de no extender a la OTAN en Europa central y oriental tras la descomposición del “bloque socialista” al comienzo de los años 1990; las repetidas advertencias sobre las consecuencias potenciales de tal expansión en términos de aumento de tensiones entre Rusia y las potencias occidentales; las repetidas violaciones, en el curso de las tres últimas décadas, del orden internacional por los Estados Unidos y algunos de sus aliados, dentro o fuera del marco de la OTAN, iniciando así varias agresiones y guerras injustas; del retiro unilateral de los Estados Unidos de varios tratados tendientes a la prohibición o limitación de cierto tipos de armamentos, etc.[4] Todo esto fue soberbiamente ignorado, reducido eventualmente al rango de detalle insignificante e irrelevante de la geopolítica más reciente; nunca fue discutido como causa, pertinente o no, de la situación actual.

Las escasas objeciones a uno u otro de estos puntos fueron inconsistentes. Así: “No es la OTAN la que se extendió al Este, son los países de la antigua zona soviética los que ha solicitado a la OTAN ser integrados”. Como recuerdan las actuales candidaturas de adhesión a la OTAN de Finlandia y Suecia, el procedimiento de elección implica siempre un pedido formal por parte del Estado candidato, que debe ser aceptada por el conjunto de los Estados ya miembros de la organización. Estos hubieran podido fácilmente rechazar la candidatura de los Estados de Europa central y oriental si lo hubieran querido. Pero su voluntad fue precisamente la opuesta: durante la cumbre de la OTAN que se realizó en Madrid en 1997, Hungría, Polonia y la República Checa fueron oficialmente invitadas a sumarse a la alianza atlántica.

Además ¿es serio pretender que recordar las responsabilidades occidentales en la génesis de la situación geopolítica que condujo a la actual guerra en Ucrania es convertirse en portavoz de Moscú? ¿O que acusar a la OTAN equivaldría a disculpar a Putin? Cuando alguien comete un crimen innegable, todo lo señala como evidente culpable y todo el mundo (o casi) lo denuncia como tal ¿Acaso significa disculparlo señalar que el asunto es un poco más complicado que eso, y que la realización del crimen implica también maniobras de un tercer delincuente que resulta estar también entre los principales acusadores del evidente culpable? Es simplemente tratar de aportar algo más de inteligibilidad a la secuencia que la aplanadora ideológica y mediática, que el actor en la sombra está en condiciones de activar para reducirla a un esquema maniqueo.

Lo que sorprende en este argumento, en la confusión entre explicación o comprensión y justificación: tratar de explicar o de comprender fenómenos, que además son complejos, equivaldría a justificarlos, a concederles legitimidad. ¡Vieja maniobra! Emmanuel Valls, cuando era primer ministro, ya la había utilizado tras los atentados de noviembre 2015 en París, al acusar a los historiadores, sociólogos y politólogos que trataban de explicar estos actos terroristas de querer justificarlos.

Incluso la crítica más detallada y más elaborada que nos hicieron flaquea en este aspecto.[5] Tampoco escapa a la ironía fácil: ¡referirse como factor explicativo a las contradicciones interimperialistas que atraviesan la actual fase de mundialización sería tan poco “serio” como invocar “las de la Providencia divina o del cosmos”! No se nos explica en qué consistiría tal falta de seriedad, pero nos ilustra al menos el caso que los autores de esta crítica hacen de la teoría del imperialismo… Después de lo cual nos reprochan “llevar lo desconocido a lo conocido”, como si este no fuera el método propio de todo conocimiento, hasta el punto de poner en evidencia la parte residual irreductible a lo conocido, parte que en este caso se cuidan de señalar: ¿qué habría de desconocido en la situación actual que se resistiría a los esquemas analíticos que propusimos? El lector no lo sabrá tampoco.

Salvo que se tratara de “los silencios incómodos” que nos reprochan inmediatamente después, referidos a la vez “a los altibajos en las relaciones ruso-norteamericanas desde la implosión de la URSS hasta 2014”, “la historia reciente de colaboraciones con el régimen de Putin, así como las estrechas relaciones entre el régimen ruso y fracciones del capitalismo alemán o también las ventas de armas de países occidentales a Rusia después 2014” o también la “agenda imperialista que [el régimen ruso] tiene”. Si hubo silencio de nuestra parte en relación con esta agenda, no tuvo nada de incómodo en relación con nuestra tesis central. No era necesario detenernos en este punto, dado que el “relato dominante” ya ha prestado muchísima atención a ese plato, mientras que nosotros proponemos precisamente otro menú. En cuanto a los otros dos puntos, remiten a un tipo de contradicciones presente en todas las conductas imperialistas; contradicciones que solo pueden confundir a quienes transforman al imperialismo en una potencia… ¡providencial o cósmica! Sin contar el evidente cambio de régimen que fue el paso de la “dirección” Yeltsin a la dirección Putin y luego las diferentes etapas de la política interior y exterior conducida por este, bajo presión occidental o no.

En definitiva, constatamos que el conjunto de respuestas que recibimos en ningún caso buscó discutir seriamente los dos elementos de nuestro “análisis concreto de la situación concreta” antes mencionados. ¡Peor aún! Cuando, en las respuestas personales, les propusimos una discusión pública, chocamos en muchos casos con rechazos categóricos. Cuando en un debate, incluso polémico, una de las partes trata de que la otra aparezca como un “paria”, un “apestado”, el debate ya no tiene ningún valor ni sentido. ¿O nuestros interlocutores temerían simplemente esa discusión pública? La única excepción sería el artículo publicado por Contretemps[6] que hemos felicitado.

 

5. A falta de una crítica a las dos afirmaciones centrales de nuestro planteo, tuvimos que soportar –repetida múltiples veces y en todos los tonos– la crítica dirigida a nuestra desaprobación de la ayuda multiforme aportada por las fuerzas militares de la NATO a Ucrania, a pesar de que esta se deriva de las primeras. Esta desaprobación sobre todo nos valió nuevamente la acusación de hacernos cómplices y partidarios de Putin, o de defender una posición que “no es compartido más que por estalinistas nostálgicos de la URSS” (mediante la identificación de Putin con Stalin, sobre lo que ya volveremos) o que “Alain de Benoit podría suscribir lo que se dice [en nuestro artículo]”. ¡Nada menos que esto! Consolémonos constatando que ahora la categoría de stalinista es un poco más elástica que antes y esto permite que nos pongan en una misma bolsa con gente muy distinta, entre ellas… ¡el Papa Francisco![7]

Aclaremos de una vez por todas esta cuestión. Frente a la agresión rusa, las poblaciones que viven en Ucrania no tienen otra opción inmediata que defenderse –al menos. las que se identifican como ucranianas y se identifican con el Estado nación ucraniano–. Tienen también derecho a hacerlo, reconocido internacionalmente. Tienen por tanto todo el derecho de apelar a la ayuda internacional, incluso a nivel estrictamente militar (envío de armas y municiones, ayuda a la formación y entrenamiento de tropas, enrolamiento de voluntarios internacionales, etc.). Y es en nombre de todos estos derechos que los Estados occidentales fueron en socorro de los ucranianos en lucha, con la aprobación del sector de la izquierda radical que hemos cuestionado. Pero toda la cuestión es saber si, siendo miembros de esta izquierda en principio antiimperialista, debemos y podemos quedarnos en eso: repitiendo simplemente los principios del derecho internacional que acabamos de mencionar. Responder afirmativamente, como lo hace el “relato dominante” en sus diversas versiones, es (a) precisamente avalar una limitada percepción del conflicto que lo reduce a la única dimensión de confrontación internacional entre Rusia y Ucrania. Y, sobre todo es, (b) considerar que, a nivel geopolítico, no hay otro marco analítico y axiológico posible (si no superior) que el definido por la división del mundo en Estados naciones, que es precisamente una de las características fundamentales del mundo en su configuración capitalista, y por el predominio de los intereses nacionales y de correspondientes derechos en dicho marco.

No consideraremos por ahora más que el primer punto; volveremos sobre el segundo más adelante. Desde que se considere que el conflicto actual en Ucrania está sobredeterminado por la rivalidad entre Occidente y Rusia, como pensamos, tres argumentos militan a favor de la denuncia y no de la aprobación de la ayuda militar multiforme que los Occidentales dan a Ucrania.

En primer lugar, esta ayuda permite a los primeros continuar y ampliar durante la guerra la política que precisamente ha conducido a la guerra; también para ellos, “la guerra es la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz). Como recordó oportunamente Wolfgang Streeck (antiguo director del Instituto Max Plank), “para gran alegría del gobierno ucraniano, los Estados Unidos y otros países occidentales, entre los cuales se encuentra el Reino Unido, también indicaron que, para ellos, el objetivo de la guerra era una ‘victoria’ sobre Rusia que debilitaría ‘de manera decisiva’ su ejército y su economía, haciendo todo lo necesario para que Putin sea juzgado por un tribunal penal internacional’[8]; y Biden ha sido incluso más explícito al desear ‘hacer caer el régimen de Putin’[9], etc., para lo cual se debería luchar hasta… ¡los últimos ucranianos! Es por esto que los dirigentes occidentales tienen sumo interés en que la guerra dure (y hacen además de todo para ello, alentando las ilusiones de la dirección política y militar de Ucrania, al tiempo que tienen el cuidado de medir el apoyo) y que los rusos paguen muy caro cualquier ganancia territorial, sin contar el precio que pagan de inmediato las poblaciones civiles rodeadas por los combates en la misma Ucrania.

En estas condiciones, la aprobación por una parte de la izquierda radical a la ayuda militar occidental es simplemente inútil desde el mismo punto de vista que privilegian los que la proclaman y la exigen; no agrega estrictamente nada al respaldo militar que recibe Ucrania de los Estados occidentales, que no esperaron esa aprobación para asegurar ese apoyo y pueden perfectamente prescindir de esa aprobación. Pero, si no beneficia en nada a los ucranianos, afecta en cambio gravemente a la izquierda antiimperialista a la que creemos pertenecer. Porque no tiene otro efecto que unirla a la política de la OTAN, transformarla en fuerza auxiliar de “nuestros” gobiernos avalando toda su responsabilidad en este asunto, privándola al mismo tiempo de toda autonomía política y llevándola a renegar de sus propios valores, ideales y horizonte político.

En segundo lugar, esta ayuda militar equivale a jugar con fuego… ¡nuclear! Porque existe ciertamente el riesgo de que este Kriegsspiel termine por derrapar, llevando a una confrontación directa entre Rusia y la OTAN, que podría escalar a los extremos (guerra nuclear, química y bacteriológica) que los militares de los dos campos preparan desde hace décadas. Diversos escenarios son posibles. ¿Qué ocurrirá cuando los rusos se cansen de recibir en la cara los obuses y misiles suministrados por los occidentales, aunque sean tirados por ucranianos, y tengan ganas de hacer lo mismo bombardeando los arsenales situados en Polonia y Rumania o simplemente las vías y medios de transporte de las armas hacia Ucrania? Y si Putin es ese loco sanguinario dispuesto a todo para alcanzar sus fines que algunos gustan describir, ¿no es de temer que aplique una respuesta “rápida y fulminante” (según sus propias palabras) en el momento en que estime que los intereses vitales de Rusia están en juego, amenaza que ya blandió en varias ocasiones? Situación que podría presentarse rápidamente en caso de un choque directo entre la OTAN y Rusia, dada la ventaja manifiesta de la que dispondría la primera a nivel de fuerzas convencionales, no dejando entonces a Rusia más solución que capitular o pasar a un nivel superior, recorriendo al armamento nuclear, táctico primero, estratégico en caso de réplica.

Se nos responderá que el riesgo de semejante confrontación es limitado, que los occidentales velan por no cruzar ninguna “línea roja” y prohíben que sus clientes ucranianos la crucen (por ejemplo: no bombardear territorio ruso). Pero ¿quién fija esas “líneas”? Hasta ahora, son los halcones revanchistas del Pentágono los que parecen conducir, semejantes a los que iniciaron y condujeron las guerras en Afganistán, en Iraq, en Libia, donde no puede decirse que hayan brillado por su prudencia y responsabilidad, a pesar de las advertencias que hicieron miembros de su propio gobierno.

Los camaradas que se felicitan al ver a la OTAN comprometida en este Kriegspiel tal vez deberían interrogarse sobre quiénes son los ganadores en este juego de guerra… ¡y quiénes son los perdedores! Entre los primeros están indudablemente las industrias armamentistas, cuyos encargos crecen a medida que se agotan los stocks de los arsenales occidentales a enviar a los ucranianos y debido a la puesta en marcha de los masivos planes de rearme decretados por todos los gobiernos occidentales frente a la denominada amenaza rusa.[10] Entre los perdedores están todas las poblaciones que pagarán el costo de la nueva carrera armamentista, ya sea con aumento de impuestos o, más seguramente aún, con fuertes cortes en el gasto público destinado a prestaciones sociales, servicios públicos y equipamientos colectivos. Es curioso que gente que se reclama de izquierda pueda tan ciegamente hacerse cómplice de este tipo de política.

Por último, apoyar esa ayuda militar es inscribirse totalmente en una lógica de guerra que no deja ninguna posibilidad (al menos, en lo inmediato) de alcanzar una paz negociada, dicho de otra manera, una salida diplomática. Otra vez, es curioso que en nuestras filas se retome, sin mayor examen, el discurso belicista de “nuestros” dirigentes, diciendo que, en lo inmediato, no hay otra solución que la derrota militar rusa in situ, para lo que deben crearse condiciones por medio de la ayuda militar multiforme aportada a Ucrania y las sanciones económicas y financieras contra Rusia. Así, los nuestros ignoran o menosprecian por completo que es a causa de que la vía diplomática no se emprendió antes del conflicto –porque los Occidentales no querían, porque no creían en la posibilidad/capacidad de que Rusia entrara en guerra o, peor, porque deseaban la guerra (hipótesis que no debe descartarse a priori)– que, ahora que el conflicto ya comenzó, se esté en una situación en la que esa vía es muy estrecha.

Pero, para ampliarla, la responsabilidad de la izquierda antiimperialista sería, en lugar de aullar con los lobos belicistas, comenzar por denunciar la responsabilidad que tienen “nuestros” dirigentes en la génesis de la situación actual; dicho de otra manera, “su” imperialismo, el imperialismo del campo en el que la ha colocado la historia y la geopolítica actual, luego tratar de movilizar la opinión pública, en primer lugar a los trabajadores que ya sufren los “daños colaterales” de la guerra en términos socioeconómico, a favor precisamente de una solución diplomática, tratar de impulsar un movimiento que presiones sobre “nuestros” gobiernos para que salgan de la lógica belicista y entre en la vía de resolución diplomática del conflicto. Lo que debería haberse hecho desde el comienzo y lo que hubiera indudablemente permitido evitar la guerra en curso.

Haciendo esa campaña y tratando de impulsar esas movilizaciones, seríamos mucho más fieles a nuestros valores, a los combates pasados de nuestra tradición y a nuestro ideal político que apoyando a los promotores de guerra occidentales, que son nuestros enemigos directos, y mezclando nuestras voces con las suyas. Porque defender esta vía es defender la causa de la paz, también en interés de las poblaciones ucranianas y rusas, así como de la humanidad en general. Volveremos sobre esto más adelante.

 

6. Casi todas las reacciones críticas que recibimos invocan sistemáticamente el principio de la autodeterminación de los pueblos, principio que habríamos negado al pueblo ucraniano. ¡Extraña lectura! Nosotros afirmamos ese derecho desde el comienzo del artículo; sin embargo, para ir más allá de la afirmación principista y mostrar la complejidad histórica y política (también teórica) del problema, dedicamos un parágrafo (titulado “Sobre la cuestión nacional en el marco de los conflictos interimperialistas”) a alertar contra los usos apresurados y descontextualizados de dicho principio. Nuestros contradictores ignoraron o esquivaron esta parte del análisis, reiterando la lectura sesgada que ya denunciamos. Sustancialmente, decimos que el principio de la autodeterminación de los pueblos no es un artículo de fe intangible y no está suspendido en el vacío; que siempre existe en función de contextos y relaciones de fuerza, internas y externas, que lo sobredeterminan y en función de los que debe interpretarse. No constituye en síntesis un valor absoluto. Después de todo, como señaló Rosa Luxemburg, incluso los Estados nación conservadores, represivos, e incluso los imperios coloniales pueden legitimarse agitando por su cuenta “el derecho de las naciones a disponer de sí mismas”.[11]

Dado que lo que dijimos sobre esta cuestión no fue escuchado, desplegaremos todas sus implicaciones. Comencemos por constatar que, en el sistema mundial de Estados naciones, según surge de las relaciones capitalistas de producción, toda autodeterminación es siempre y al mismo tiempo una heterodeterminación: cada uno de los Estados no adquiere ni puede conservar su soberanía si no en el marco de relaciones complejas hechas a la vez de cooperación, competencia, rivalidad y conflictos de intereses, generando una jerarquía móvil entre esos Estados; y el grado y forma de autonomía de cada uno esta finalmente determinado por el lugar en esta jerarquía. Y esto vale muy especialmente para los pequeños Estados naciones que, para asegurarse variables grados de autonomía, están obligados a hacer alianzas (que generalmente conducen más a la vasallización que a relaciones entre pares) con las grandes potencias del momento, que diseñan y rediseñan según sus intereses los espacios y las fronteras para dotarse de zonas de influencias y de seguridad.

En semejante marco, sería necio creer que existan en la materia “regalos gratuitos”.[12] En la era de guerras interimperialistas que abrió la Gran Guerra, las tensiones entre las reales aspiraciones a la autodeterminación y la no menos reales imposiciones de la heterodeterminación adquieren, para los pueblos víctimas del fragor de las armas, una dimensión de “crisis existencial” que alimenta el pathos nacional y nacionalista y que instrumentalizan a voluntad, cada cual a su manera, las estrategias de las potencias imperialistas en conflicto y también las diversas burguesías nacionales. La guerra en Ucrania reactualiza hoy esta vieja problemática que se remonta a la “primavera de los pueblos”, a la época de “revoluciones y contrarrevoluciones” de mediados del siglo XIX.

Además, es sabido que la cuestión nacional y de las nacionalidades atraviesa el pensamiento marxista en sus diversas variantes, desde Marx y Engels hasta nuestros días; una tradición de pensamiento que comparten sin duda muchos de nuestros críticos. Se sabe que Rosa Luxemburg (inspirándose en los escritos de Marx y sobre todo de Engels sobre las revoluciones y las contrarrevoluciones en Europa entre 1846 y 1850)[13] fue extremadamente crítica, a veces incluso violentamente, en relación con el principio de la autodeterminación y de las “guerras nacionales”[14] calificadas de “ ficción”, de “consigna vacía” al servicio del imperialismo;[15] tesis a las que se opuso Lenin en un célebre debate.[16] Trotsky, por su parte, resueltamente opuesto, al igual que Lenin, a la política de las nacionalidades de Stalin, defendió (contra sus propios amigos) el derecho a la autodeterminación de Ucrania, pero de una Ucrania “soviética, obrera, campesina unida, libre e independiente”, según precisó, incluido el derecho de secesión con respecto al Estado soviético burocráticamente deformado y totalitario, verdadero repelente para el pueblo ucraniano. Y no solo para él: fue también el caso del pueblo finlandés, como mostró el patente fracaso de la intervención militar soviética en territorio finlandés a partir de fines de noviembre de 1939 (la “guerra de Invierno”). Agreguemos además que, para Trotsky, la justa reivindicación de la independencia de las nacionalidades oprimidas en la glaciación estalinista de la URSS era inseparable de la lucha contra la burocracia stalinista y su eventual derrocamiento en la perspectiva de los “Estados Unidos Soviéticos de Europa”. Su defensa de la autodeterminación de los pueblos oprimidos se inscribía siempre en la perspectiva de la revolución permanente.[17]

No se trata acá de determinar quién tuvo razón y quién estuvo equivocado en ese terrible clima de fuego y sangre, mezcla de intervenciones extranjeras, guerra civil, revolución y contrarrevolución, en el curso del cual las líneas de fuerzas y las alianzas se tambalearon en Europa (1917-1939). Estamos a mil leguas de tal contexto. Se trata, simplemente de tomar nota del hecho de que, como antes dijimos, la validez de los principios no se juzga in abstracto; que se trata siempre de proceder a la evaluación de contextos históricos y relaciones de fuerza que desbordan ampliamente y sobredeterminan las intenciones de los actores, donde somos nuevamente remitidos a la necesidad inevitable del “análisis concreto de la situación concreta”. Las aspiraciones a la autodeterminación y las imposiciones de heterodeterminación afectan vivamente a los pueblos, víctimas por procuración de guerras interimperialistas, conciliándose aquí, sustrayéndose allá.

 

7. Nadie puede cuestionar el derecho del pueblo ucraniano, salvajemente agredido por el imperialismo ruso, de inclinarse, al menos a partir de 2014, hacia Occidente (Estados Unidos, Unión Europea, OTAN) en tanto heterodeterminación del derecho a su propia existencia como Estado nación. Ya lo señalamos antes. Pero esto no nos impide examinar y evaluar las condiciones en las que es llevado en el presente a ejercer ese derecho ni al contenido que entonces debió darle.

En el contexto de esta “guerra híbrida”, a la vez “caliente” y “fría”,[18] que es la guerra en Ucrania, el ejercicio de ese derecho la llevó a “elegir” ponerse bajo la protección del bloque occidental, aspirando a convertirse en miembro lo más rápido posible.[19]

Según algunos de nuestros interlocutores, esa elección se legitima con dos argumentos. De un lado, por el hecho de que a pesar de sus imperfecciones, crueles falencias a sus mismos principios, e incluso a pesar de sus contradicciones constitutivas, Occidente, la Unión Europea en particular, e incluso la OTAN, ofrecerían formas de vida que se inscriben en la larga tradición política de conquistas democráticas, de Estado de derecho, de respeto a los derechos fundamentales, de libertades individuales y colectivas, de universalismo y cosmopolitismo, en síntesis: de una forma de vida infinitamente más positiva y más atrayente para los pueblos que las propuestas por el Imperio absolutista ruso, hoy como ayer. Por tanto, el pedido de ayuda militar de Ucrania a los Estados Unidos y la OTAN sería totalmente legítimo, a condición de que no exceda precisamente cierto nivel; el que arriesgaría desencadenar una confrontación directa entre Occidente y Rusia que, como se vio, podría desembocar finalmente en una conflagración nuclear.

Por otra parte, la opción del pueblo ucraniano de inclinarse hacia Occidente, más precisamente hacia la Unión Europea, se legitimaría también en razón de lo que revelaría la misma guerra, vale decir, su carácter ciudadano-democrático más que nacional y nacionalista, sin ignorar empero, se precisa, la activa presencia en Ucrania de corrientes ultrarreaccionarias y nacionalistas extremas.[20] Son argumentos a discutir.

La “defensa de Occidente” y de la Unión Europea, pese a las reservas emitidas, no puede más que dejarnos perplejos. Desde los años 1970, con la descarga de las políticas neoliberales y sus estragos, las “democracias occidentales”, en particular las de los Estados miembros de la Unión Europea, no son más que una sombra de sí mismas, literalmente se hunden: la degradación de la condición salarial bajo el efecto de la desocupación y la precarización y el agravamiento sistemático de desigualdades sociales están acompañadas por el desmantelamiento sistemático del Estado de derecho, de la generalización de medidas de Estado de excepción, de las leyes de “seguridad global”, del tutelaje del aparato judicial, del encorsetamiento de la esfera pública, del refuerzo de los aparatos represivos, de la criminalización de los movimientos sociales, de la infiltración o el asalto de las instituciones por poderosos partidos de extrema derecha, etc., para no mencionar más que algunos elementos de esta irreparable deriva de los fundamentos de la democracia liberal. Se ha inventado, para describir esta crisis, un extraño neologismo en forma de oxímoron, el de “democracias no liberales”, a fin de designar incluso las “viejas democracias” como Francia, para no hablar de Hungría y de Polonia.

Ahora bien, al menos desde 1992, Ucrania sufre los asaltos de las políticas neoliberales,[21] y la reciente cumbre en Lugano sobre la “reconstrucción de Ucrania” nos da ya un anticipo de lo que puede esperar “recibir” el pueblo ucraniano de Occidente, a pesar de sus “traiciones a sus mismos principios” durante o después del fin de la guerra: la brutalización de las mismas políticas neoliberales[22] que arrasan ahora y siempre a toda Europa y el mismo modelo de “democracia no  liberal” que vivimos aquí y ahora.[23]

Es completamente legítimo que el pueblo ucraniano, encerrado, escogiese esta vía, por dolorosa y poco alentadora que sea (salvo que se creen falsas ilusiones), antes que el “despotismo asiático” (o lo que se considera tal). Pero ¿por qué entonces no se buscó obtener parecidas condiciones por la vía de negociaciones con Rusia, con control internacional que involucrara a la Unión Europea y los Estados Unidos, para prevenir la guerra, antes que por medio de la sangre derramada “hasta los últimos ucranianos”, como parece haber prevalecido hasta aquí? Volveremos sobre esto.

En cuanto al otro argumento, según el cual las fuerzas democráticas y cívicas en la sociedad ucraniana movilizada por la guerra se impondrían sobre las fuerzas nacionalistas y ultranacionalistas siempre activas, es una hipótesis –seductora ciertamente– que nada por ahora parece validar. Por el contrario, después de seis meses de ásperos combates, lo que se exalta hoy en los discursos oficiales ucranianos es, bajo el manto de “unidad nacional”, las fuerzas nacionalistas y “la heroica resistencia” de las unidades Azov y de los “voluntarios extranjeros” en ciudades mártires como Mariúpol.

Ocurre lo mismo con el otro argumento (que expresa otra vez más un deseo o una esperanza que un hecho), formulado en algunas respuestas críticas que recibimos, según el cual la resistencia unánime de los ucranianos (todas las clases mezcladas), desplegando formas de compromiso y de solidaridad horizontales en la sociedad, incluso la emergencia de formas de vida y organización autónomas, que impulsarían al primer plano al pueblo ucraniano como sujeto político activo, potencialmente capaz de tomar su destino en sus propias manos –la expresión “pueblo en armas” constituye un Leitmotiv común a muchos oponentes–. Ciertamente, existen grupos y redes anticapitalistas radicales, sobre todo en la juventud, así como a nivel sindical, pero son minoritarios y están lejos de poder imponerse y transformar, en suma, esta guerra de “liberación nacional” en una confrontación con el poder establecido con una perspectiva política y social emancipadora.

Las esperanzas hiperbólicas que subyacen explícita o implícitamente a estos argumentos, a juicio nuestro se explican por lo que llamaremos el síndrome sustitutista ya visible en otras circunstancias. Tras la acumulación, imparable durante las últimas décadas, de derrotas de gran magnitud sufridas por los movimientos sociales y políticos, no solamente de los que aspiran a la ruptura con el capitalismo y el neocolonialismo sino incluso de los que, más modestamente, buscan salvaguardar anteriores conquistas de las luchas sociales después de muchas “primavera de los pueblos” derrotadas, tanto en el centro (con amargas traiciones) como en la periferia (sangrientamente), la izquierda radical anticapitalista está indudablemente desesperanzada. Para no caer en la melancolía y la inacción, es grande entonces la tentación de buscar un sujeto político activo sustituto, y esto sin tomar en cuenta las relaciones de fuerzas, internas y externas (geopolíticas), que sobredeterminan las posibilidades, pero también los límites de una perspectiva emancipatoria. Antes, para algunos, el sujeto político sustituto se encarnaba en los “guardianes de la revolución” iraníes bajo la autoridad del guía Khomeiny. Hoy en día, para otros (que a veces son los mismos), este sujeto sustituto está representado por “la resistencia heroica de David que es el pueblo ucraniano contra el Goliat que es la Rusia de Putin”; dicha resistencia es “lo que impresiona e inspira a los pueblos y los oprimidos del mundo entero” y, por lo tanto, la “victoria final [...] tendrá consecuencias cataclísmicas [...] y dará valor e inspirará a los movimientos [...] de emancipación social y de liberación nacional más allá de los límites europeos!”.[24] Hemos dicho “que ellos soñaban” y esto los ofendió muchísimo. Nos contestaron acusándonos de ignorar la “subjetividad ucraniana” (!).[25] Lo que, sin embargo, es imposible ignorar, tanto por nosotros como por quienes nos critican, es el hecho incontestable de que son precisamente la sociedad ucraniana y el pueblo ucraniano los que pagan desde hace cerca de seis meses el elevado precio de la guerra por procuración que libran los dos campos imperialistas –el del bloque occidental y el de la potencia rusa– para asegurarse mutuamente zonas de influencia y de seguridad, ¿no es así? ¿Y qué es “la subjetividad” de un Estado nación sino el fundamento arcaico de todas las mitologías estatista-nacionales: la traducción en términos contemporáneos de la vieja idea de “el alma del pueblo”?

Más allá o más acá del síndrome sustitutista, hay posiblemente otra razón que explica el apego de nuestros críticos a la causa ucraniana. Se transparenta en el reproche que nos hicieron, a veces de manera agresiva, por denunciar su discurso unilateral demonizando exclusivamente al agresor ruso. ¿Cómo explicar esta unilateralidad que hace de Putin el diabólico enemigo principal, si no el único enemigo? Creemos reconocer un fenómeno ya observado en algunos militantes y compañeros de ruta: el reciclaje de un antistalinismo mal digerido, un reciclaje que deja entender que existiría una continuidad histórica subyacente entre el imperio zarista, la URSS estalinista y Putin, igualmente abominables; la secuencia de la revolución bolchevique queda entonces suspendida en el vacío, sin que pueda saberse cuándo situar exactamente el comienzo de su deriva totalitaria, ¿en 1919, en 1922, en 1924, en 1928, en 1935, en 1939?

Los críticos –y son muchos– que provienen de la tradición trotskista deberían saber que, por su parte, Trotsky –que no necesita exhibir títulos de antiestalinismo– no dejó, hasta vísperas de la Segunda Guerra Mundial (fue asesinado el 21 agosto 1940), de llamar ardientemente, contra muchos de sus mismos amigos, a la defensa incondicional de la URSS, sobre todo frente a la amenaza fascista.[26] Sobre todo, su formación marxista debería en principio evitarles ignorar la amplitud de las transformaciones económicas, políticas e ideológicas que se produjeron después de 1917 en Rusia y en el conjunto de las repúblicas soviéticas, así como las transformaciones, a veces de la misma amplitud, aunque de orientación diferente, ocurridas después de 1991; una vez más, camaradas, nada ahorra “el análisis concreto de la situación concreta”, en lugar de librarse a abordajes históricos tan vacíos como superficiales. Y deberían a fin de cuentas preguntarse por qué Putin –que les provoca tanto horror–, así como se complace en invocar las tradiciones de la Santa Rusia ortodoxa, no deja de rechazar la herencia de la URSS, a la que considera muy responsable de las desgracias de la Rusia actual, sobre todo porque dio a Ucrania el marco de su independencia. En síntesis, el reciclaje de un antistalinismo visceral contra Putin es un escape ante las necesidades del análisis de lo que hoy se juega en esta guerra por procuración.

 

8. Más allá de las lógicas sustitutistas (del sujeto político) y del reciclaje del antistalinismo con el régimen execrable de Putin, ¿qué puede decir y hacer la izquierda radical sin convertirse en cómplice de la cínica hipocresía de un Occidente que parece descubrir de golpe, solo ahora, que la guerra, que toda guerra, hace correr sangre de civiles y de combatientes, que ocasiona sufrimientos inauditos y provoca catástrofes a gran escala?

Todo el mundo está de acuerdo con el valor proclamado de la paz y su preservación con mecanismos internacionales, jurídicos y políticos establecidos desde hace mucho tiempo. Pero, para todos nuestros críticos, reclamar la paz en el contexto de esta guerra de agresión, llevada adelante en violación flagrante de todas las convenciones internacionales, sería no solamente insuficiente sino incluso ingenuo, incluso completamente utópico. Es el último reproche que unánimemente nos hicieron.

Otros, sin embargo, antes que nosotros, lo han dicho y repetido.[27] Desde la Antigüedad hasta nuestros días, la historia no ha conocido más que dos tipos de paz. Una paz concertada después de la derrota o la capitulación de una u otra de las partes enfrentadas y una paz a través de conversaciones, en negociaciones que implican compromisos y concesiones de parte a parte. Para el sector de la izquierda radical que es partidario del envío de armas a Ucrania por la OTAN, la opción de la paz por medio de negociaciones que impliquen concesiones es rechazada por muchas razones. Putin, nos dicen, es intratable y no se le puede tener confianza. Quiso borrar a Ucrania del mapa. Gracias a la resistencia popular, con la fusión de todas las clases, no lo logró, pero está decidido, como hizo con Crimea, a anexar regiones especialmente ricas y estratégicas del país (Donbass). Parecería incluso –agregan– que, en Europa, e incluso en los Estados Unidos y la OTAN, hay traidores a la causa ucraniana que impulsarían también ese arreglo para poner fin al conflicto. ¡Inaceptable, inadmisible, afirman! Una paz con concesiones significaría el fracaso de las dinámicas desencadenadas por la resistencia popular y una regresión irrecuperable de la sociedad ucraniana al estado anterior a la “revolución” de 2014. Además, daría vía libre a las pretensiones y proyectos expansionistas de Putin. Con esta premisa, toda paz mediante negociaciones, toda paz sin vencedor ni vencido, queda evidentemente excluida del campo de lo posible.

Resta saber si la estrategia adoptada hasta ahora por la OTAN, anunciada además estrepitosamente por Zelensky, la del “hasta el último ucraniano”, en busca de la derrota/capitulación total del agresor ruso, es una estrategia sostenible, realista, a despecho de los riesgos de una escalada del conflicto a los extremos, con las consecuencias incalculables que implica. Queda por saber, sobre todo, si esa estrategia de ir hasta el fin es buena para el pueblo ucraniano, para los trabajadores ucranianos y para la juventud ucraniana…

Aparentemente y contra todo lo esperable, ¡nuestros contradictores piensan que sí! Según ellos, en efecto, una victoria de Ucrania (y en consecuencia una derrota de Rusia) tendría una doble consecuencia altamente positiva tanto para el pueblo ucraniano como para toda Europa: para el primero, daría un nuevo impulso a las dinámicas alimentadas por la guerra de liberación, una nueva autoconfianza; permitiría superar las antiguas divisiones y conducir a una política responsable más socialmente.[28] Para Europa, la victoria de Ucrania significaría, si no la eliminación, al menos sí la reducción drástica de la amenaza rusa; y permitiría también que, gracias a esto, disminuya la dependencia de Europa respecto de la OTAN y los Estados Unidos, así como parar la carrera armamentista.[29]

Los impulsores de esos andamiajes estratégicos aparentemente no tienen conciencia de su irrealidad, lo que no anula su efecto potencialmente desastroso. Salvo que se apueste a la escalada del conflicto hasta implicar directamente a la OTAN, con todo lo que esto supondría, nada permite afirmar la posibilidad de una derrota de Rusia. Ni la relación de fuerzas militares a lo largo de las líneas de los frentes, ni la firme determinación del imperialismo ruso de estabilizar de hecho la ocupación de territorios que van desde el Donbas hasta Crimea, hacen posible salir de la carnicería actual sin conversaciones previas y el inicio de negociaciones. Las repercusiones de orden económico (sobre todo las rupturas del aprovisionamiento de géneros alimentarios de productos energéticos fósiles) que, a causa de esta guerra, inquietan al mundo sin que se salven los países europeos, y que amenaza con adoptar magnitudes catastróficas en algunas regiones periféricas, empujan el mismo sentido. Sin mencionar además las consecuencias del conflicto a nivel ecológico, la menor de los cuales no es que sirve de pretexto (incluso para los Verdes) para diferir una vez más las medidas más elementales y más urgentes para reducir y desacelerar la catástrofe en curso, cuando no justifica retrocesos (como el relanzamiento de la energía nuclear y del carbón).

Nosotros pues abogamos por la apertura de negociaciones que deberían asociar, no solo a los dos beligerantes directos (Rusia y Ucrania), sino al conjunto de las partes en conflicto, del que son parte las potencias occidentales, bajo la égida de la ONU y de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. Y es por esto que, anteriormente, hemos deseado ver a la izquierda radical de todos los Estados occidentales comprometerse en movilizaciones a fin de presionar a “sus” gobiernos para que abandonen su postura belicista y se comprometan seriamente en esa vía de negociaciones. Agreguemos que la apertura de estas sería posible aun sin un previo cese de fuego: después de todo, las negociaciones entre Vietnam y Occidente duraron cinco años (1968-1933) mientras que, simultáneamente, los combates conocieron momentos de intensidad hasta entonces nunca vista.

Al fin del artículo habíamos formulado algunas propuestas sobre las posiciones que debería adoptar la izquierda antiimperialista en función de esas negociaciones. Siguen siendo válidas. Pero aquí retomaremos una para completarla, en atención a la evolución de la situación desde entonces: “Reafirmar el derecho de todos los pueblos (naciones, nacionalidades, minorías nacionales, etc.) de la región a disponer de sí mismos (a darse la forma política que ellos elijan) al término de un proceso democráticamente organizado e internacionalmente controlado, en un marco que no amenace a ninguno de ellos”. La resolución de la guerra civil, que se desarrolla desde 2014 en el Donbas, exige también conversaciones y de la organización –bajo control de observadores internacionales garantes de los intereses de las partes interesadas– de un referéndum para la definición de su estatuto. El caso de Crimea, anexada a título de réplica a los acontecimientos de 2014 y, ya entonces, del envío de armas de la OTAN a Ucrania, demanda también la búsqueda de semejante solución equilibrada.

 

9. De todos modos, en la actual situación, la izquierda anticapitalista y antiimperialista no debería limitarse a formular proposiciones referidas solo a la guerra en Ucrania. En el contexto de la crisis multidimensional del capitalismo senil, el campo de batalla se amplía mucho más allá de las planicies ucranianas. Es lo que ya señalamos en la introducción de nuestro artículo anterior.

Por una parte, después de las recientes cumbres del G7 en Baviera y de la OTAN en Madrid, ya no hay lugar a dudas. Hasta ahora, aprovechando la implicación de la OTAN en el conflicto ruso-ucraniano, los Estados Unidos han logrado alistar a Europa en su estrategia de reafirmación, no solamente de su hegemonía en el mundo occidental, sino también de su voluntad de ejercer en soledad el liderazgo mundial sin tolerar ningún rival estratégico. Después del hundimiento del “socialismo realmente existente”, el mundo bipolar posterior a 1945 también se hundió, volando en pedazos. Apoyándose en la transnacionalización de la capital favorecida por las políticas neoliberales de liberalización y desreglamentación, nuevos polos de acumulación de capital tendieron a surgir en formaciones anteriormente semiperiféricas o incluso periféricas: China, India, Rusia, Brasil son los principales. Entre ellos, China aparece cada vez más como candidata a convertirse en parte del muy cerrado club de potencias centrales, si no a ocupar el primer plano, haciendo tambalear la anterior posición de las viejas potencias centrales. Es lo que los Estados Unidos no quiere permitir, y están dispuestos a hacer todo para hacer fracasar tal escenario. Pero no pueden lograrlo sin asegurarse la colaboración de sus aliados (vasallos sería más exacto) tanto en el teatro asiático (es el sentido del Aukus, tratado concluido entre Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos, que cubre el espacio indopacífico) y en el teatro europeo vía la OTAN, a la espera de reunirlos a ambos. Durante la reciente cumbre de la OTAN en Madrid, su secretario general afirmó la vocación de extenderse mucho más allá del teatro europeo hacia el teatro indopacífico. Estamos convencidos de que el conflicto que Occidente mantiene actualmente contra Rusia por interposición de Ucrania prepara otro de mayor amplitud aún contra China, del que las últimas provocaciones (la visita de Nancy Pelossi a Taipei) constituyen preludios. Es responsabilidad de la izquierda antiimperialista denunciar estos preparativos de guerra.

Ya desde ahora, aprovechando el involucramiento conjunto en la guerra en Ucrania, Biden logró obtener en algunas semanas lo que no había conseguido Trump durante todo su mandato: todos los gobiernos europeos, miembros de la OTAN o no, corrieron a adecuarse a la regla que impone que el 2 % del PBI sea consagrado a los gastos militares. En estas condiciones, el famoso proyecto, tan cacareado, de integración política de la Unión Europea no solamente desapareció de la agenda, sino que también fue radicalmente transformado: la integración política se transformó ipso facto en integración abiertamente militar bajo los auspicios de la OTAN. En estas condiciones, el “déficit democrático” de la unión del que se quejaban los europeístas de buena ley, que ya era un eufemismo, pasó a ser francamente una farsa. También correspondería a la izquierda radical denunciar esta evolución precipitada en vez de callarse so pretexto de que serviría a los intereses del pueblo ucraniano.

Por otra parte, las clases dominantes aprovechan desde ahora los rebotes de la guerra para desatar un nuevo ciclo de políticas neoliberales brutales en Europa y para tratar de reducir a la nada las migajas que aún quedan de la democracia liberal. El campo de batalla ucraniano se amplía así hasta convertirse en un campo de batalla entre clases. Ya la ministra de Asuntos Extranjeros alemana, después de sustituir sus vestidos verdes por la malla metálica, sugiere al gobierno alemán prepararse para hacer frente al peligro de posibles movimientos de revuelta popular.[30] Ya sería tiempo de que la izquierda radical recuerde que nuestro enemigo principal está aquí, en nuestras metrópolis, y que corresponde orientar todos nuestros esfuerzos a combatir las estrategias cada vez más explícitas de “nuestras” clases dominantes dirigidas a aplastar lo que quede del movimiento obrero con una política de tierra quemada.

Frente a las convulsiones de un capitalismo plagado de contradicciones y conflictos cada vez más violentos, nos parece que la posición política justa es la que, por un lado, asegura la autonomía máxima nuestras posiciones políticas con respecto a todas las otras y que, por otro lado, toma en cuenta, en primer lugar y, sobre todo, el interés de las clases populares, el proletariado en particular, sobre todo en su dimensión internacionalista. Reafirmarla y mantenerla es la mejor ayuda que podemos dar al pueblo ucraniano.

 

 

* Artículo enviado por los autores, originalmente publicado en Contretemps https://www.contretemps.eu

 Traducción desde el francés para Herramienta de Aldo Casas.

** Profesor de Sociología, Universidad de Franche-Comté, profesor de Filosofía en Estrasburgo, Francia. Es doctor en Sociología y autor de diversas obras como: La farce tranquille, Spartacus, 1960; Entre bourgueoisie et prolétariat, L’Harmattan, 1989. También es colaborador de Le Monde Diplomatique y de varias otras publicaciones francesas.

*** Fue director de la Fundación Auschwitz – Centro de Estudios y Documentación y colaborador científico de sociología en la Universidad Libre de Bruselas. Es autor de varias publicaciones sobre historia y memoria de los crímenes y genocidas nazis.

[1] https:///www.contretemps.eu/guerre-ukraine-recit-dominant-gauche-anti-imperialiste/ En español https://www.herramienta.com.ar/la-guerra-en-ucrania-el-relato-dominante-y-la-izquierda-antiimperialista

[2] Formulación utilizada por Lenin en un artículo publicado el 12 junio 1920 y reproducida en Oeuvres, tomo 32 (abril-diciembre 1920, París, Editions Sociales, 1921, pag. 168. En este artículo Lenin define “el análisis concreto de una situación concreta” como “la sustancia misma, el alma viva del marxismo”.

[3] Han defendido posiciones similares o próximas a las nuestras, entre otros: Stathis Kouvelakis: “La invasión de Ucrania por Rusia se inscribe en un contexto más amplio, modelado por el estado de las relaciones de fuerza a nivel europeo y mundial. Pero, y este es el punto decisivo sobre el que volveré en un instante, estas siguen dominadas por el imperialismo estadounidense y sus aliados del “campo occidental”, que cargan con una pesada responsabilidad en la escalada de la tensión que condujo a la guerra actual” (“La guerra en Ucrania y el antiimperialismo hoy en día. Una respuesta a Gilbert Achcar”, Contretemps, 7 marzo 2022); David Mandel: “[...] el objetivo de este artículo es suministrar, en la medida de lo posible en un espacio tan limitado, los elementos contextuales necesarios ausentes en los informes oficiales y de las grandes medias canadienses. Estos elementos mostraran que la OTAN y el gobierno ucraniano comparten, como Rusia, una pesada responsabilidad en la guerra” (“The War in Ukraine: Thrust is the Whole”, The Bullet, 13 marzo 2022, https://socialistproject.ca/2022/03/war-in-ukraine-thruth-is-the-whole); Alex Callinikos: “La guerra en Ucrania es una batalla entre rivales imperialistas,, alimentada por la competencia capitalista [...] las potencias imperialistas occidentales instrumentalizan la lucha nacional ucraniana contra el imperialismo ruso según sus propios intereses” (“Le gran coup de forcé: l’imperialismo et la guerre en Ukraine”, Revue L’Anticapitaliste, n° 134, abril 2022); Noam Chomsky: “En revancha, la invasión rusa de Ucrania fue sin ninguna duda provocada –aunque, en el clima actual, hay que agregar el truismo de que la provocación no justifica la invasión. Una masa de diplomáticos y analistas políticos norteamericanos de alto nivel han advertido a Washington desde hace 30 años que era imprudente e inútilmente provocador ignorar las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad, sobre todo sus líneas rojas: no adhesión a la OTAN de Georgia y Ucrania situadas en el corazón geoestratégico de Rusia” (“Propaganda Wars Are Ragin as Russia´s War on Ukraine Expands” entrevista en Truthhout, 28 abril 2022, https://truthout.org/articles/noam-chomsky-propaganda-wars-are-ranging-as-russia-war-on-ukrine-expands); Edgar Morin: “Ucrania es mártir no solamente de Rusia, sino del agravamiento de las relaciones conflictivas entre Estados Unidos y Rusia con evidentemente la cuestión de la extensión de la OTAN, el mismo inseparable de las inquietudes provocadas por la guerra rusa en Chechenia y su intervención militar en Georgia. La salvación de Ucrania no es solamente liberarse de la invasión rusa, sino también liberarse del antagonismo entre Rusia y los Estados Unidos. Esta doble liberación permitiría a las naciones de la Unión Europea salir de ese conflicto y ligar seguridad y autonomía” (Marianne, 4 mayo 2022); Vicenc Navarro: “Existe un conflicto principalmente entre la OTAN de un lado y Rusia del otro, que alcanza una dimensión militar con la guerra en Ucrania, que crea una enorme crisis que afecta de manera muy negativa el bienestar de la población mundial, tanto del Norte como del Sur y de uno y otro bloque, incluyendo también a los que no son parte de ningún bloque. Y lo que es muy inquietante, es que, como en toda guerra, los grandes medias participan en la guerra, transformándose en medios de promoción y de propaganda más que de información” (“El conflicto entre la OTAN y Rusia centrado en la guerra de Ucrania era previsible y evitable: ¿Por qué continúa?”, Público, 27 julio 2022, https://blogs.pubico.es/vicen-navarro/2022/07/27/el-conflicto-entre-la-otan-y-rusia-centrado-en-la-guerra-de-ucrania-era-previsible-predecible-y-evitable-por-que-continua     

[4] En una entrevista dada a SheerPost el 17 junio 2022 (o sea bastante después de la redacción de nuestro artículo), Noam Chomsky aporta una serie de informaciones complementarias sobre la ampliación y aceleración del proceso de integración real sino formal de Ucrania en la OTAN después de 2014, incrementada aún más tras la asunción de funciones de Biden y la sanción de la Carta de partenariado estratégico firmada por el Secretario de Estado Antony Blinken en noviembre 2021. Cf. en Ucrania, “Diplomacy Has Been Ruled Out” https://scheerpost.com/2022/06/17/noam-chomsky-in-ukraine-diplomacy-has-been-ruled-out 

[5] Cf. Sebastian Abbet y ot., “’Una izquierda enrolada en una cruzada antirusa bajo bandera estrellada?”, https://www.contretemps.eu/guerre-ukraine-russie-poutine-gauche-reponse-bihr-thanassekos

[6] Este es el mail enviado a Ugo Palheta al dia siguiente de la publicación de esa respuesta: “Querido Ugo, Sebastien Abbet nos había informado la redacción de esta respuesta. Está muy bien que Contretemps la haya publicado: con nuestro artículo, deseábamos precisamente abrir un debate. Esperamos además prolongarlo preparando desde ahora mismo una respuesta sintética a las diversas reacciones significativas que nuestro artículo provocó y nos fueron comunicadas. Muy cordialmente, Alain Bihr”.

[7] En una entrevista al Corriere della Sera del 3 mayo 2022, declaró en efecto: “los ladridos de la OTAN en las puertas de Rusia han empujado al jefe del Kremlin a reaccionar y hacer la guerra a Ucrania, yo no se si esta cólera ha sido provocada, pero eso ayudó a que aumentara la cólera [...] hace dos años, a Génova arribó una nave repleta de armas, todas las cuales debían ser transferidos a un cargo y encaminadas a Yemen. Los dockers se negaron a transbordar la carga. Dijeron: nosotros pensamos en los pequeños niños de Yemen. Fue un gesto magnifico, haría falta otros como ese” https://www.marianne.net(monde/europe/la-colere-de-poutine-et-les-aboiements-de-lotan-le-pape-francois-se-confie-sur-la-guerre-en-ukraine Señalemos también que organizaciones tan diversas como el Socialist Workers Party en Gran Bretaña, Sinistra Anticapitaliste en Italia, Podemos y Anticapitalistas en España, Syriza y el Partido Comunista en Grecia, entre otros, se han opuesto a implicar a sus respectivos países en la guerra con el envío de armas tomadas de sus propios arsenales.  

[8] “El rearme de Alemania y la guerra en Ucrania”, https://www.contretemps.eu/rearmement-allemagne-guerre-ukraine--russie-streck puesto en línea el 31 julio 2022.

[9] https://www.lefigaro.fr/flash-actu/ukraine-downing-street-sit-vouloir-faire-tomber-poutine-puis-attenue-ses-propos-29220228

[10] Los mismos que empujan ese rearme se burlan a veces de la debilidad manifestada por las fuerzas armadas rusas, jaqueadas o al menos contenidas por fuerzas ucranianas sensiblemente inferiores, al menos sobre el papel. Entonces: ¿Rusia, tigre de papel u ogro capaz de tragarse de un mordisco a Europa?

[11] Rosa Luxemburgo, La crise de la social-democracia, suivi de sa critique par Lénine. Bruselas, Ed. La Taupe, 1970, pag. 174.

[12] Recordemos al pasar, entre otros, el ejemplo trágico del pueblo kurdo, citado por algunos de nuestros interlocutores para probar que no podemos oponernos al envío de armas a un pueblo oprimido, aunque esas armas provinieran de los Estados Unidos o la OTAN. Efectivamente los Estados Unidos apoyaron militarmente a los combatientes Kurdos, en su propios interes en la cruzada contra los djihadistas y talibanes. Sin embargo, esto no les impidió, poco tiempo después, orientarse hacia otras estrategias, abandonar cínicamente y sin escrúpulos a los Kurdos librándolos, así como presa fácil, al ejército del presidente turco Tayyip Erdogan. 

[13] Roman Roldosky criticó severamente la tesis de Engels en su obra Friedrich Engels y los “pueblos sin historia”. La cuestión nacional en la revolución de 1948”, Page2-Syllepse, 2018. Cita al pasar textos de Rosa Luxemburgo, entre los cuales el titulado “Fragmento sobre la guerra, la cuestión nacional y la revolución, 1918”, texto que merece más atención en el actual contexto. El debate sigue abierto. 

[14] “[...] la defensa de la patria es una pura ficción que impide cualquier abordaje de conjunto de la situación histórica en su contexto mundial”, “En relación con este imperialismo desencadenado ya no puede haber guerras nacionales” (Rosa Luxemburgo, ob. cit., pag. 180. Ella llegó a felicitar a los dos diputados del Partido Social-demócrata Serbio que se habían negado a votar los créditos de guerra incluso cuando el Imperio Austro-Húngaro amenazaba a Serbia: “Si hay un Estado que tiene el derecho de a la defensa nacional según todos los índices formales exteriores, es precisamente Serbia. Privada de su unidad nacional por las anexiones de Austria, amenazada su existencia nacional, empujada a la guerra por Austria, Serbia lleva una verdadera guerra de defensa para salvaguardar su existencia y su libertad. Si la posición del grupo social-demócrata alemán es justa, entonces los social-demócratas serbios que han protestado contra la guerra ane el Parlamento de Belgrado y han rechazado los créditos de guerra son simples: habrían traicionado los inereses vitales de su propio país. En realidad, los serbios Lapchewitch y Kazlerowitch no solo han entrado con letras de oro en la historia del socialismo internacional, sino han dado pruebas de una penetrante visión histórica de las circunstancias reales de la guerra, y así han rendido un enorme servicio a su país y a la educación de su pueblo” (Rosa Luxemburgo, ob. cit., pag. 181). No damos esta referencia a título de comparación sino para mostrar el radicalismo del que da prueba la revolucionaria en el fuego de la acción política. Ver también Rosa Luxemburgo, Sur la revolutión. Ecrits polítiques (1917, 1918), Paris, Ed. La Découverte, 2022.

[15] Citada por Rosdolsky, ob. cit., págs. 50, 49 y 129, donde expone las posiciones más violentas de Rosa Luxemburgo contra el principio de autodeterminación de los pueblos poniéndolas en relación con los escritos de Engels. 

[16] Rosa Luxemburgo, ob.cit.

[17] León Trotsky, “La cuestión ucraniana”, 22 abril 1939, Ouvres,1939. https://www.marxists.org./francais/trotsky/oeuvres/1939/04/lt19390422b.html Ver también León Trotsky, “El derecho de los pueblos a disponer de si mismos y la revolución proletaria”, Entre l’impérialisme et la révolution. Bruselas, Ed. La Taupe. 1970

[18] Etienne Balibar, https://aoc.media/analyse/2022/07/04/nous-sommes-dans-la-guerre/

[19] No examinaremos acá la cuestión de saber en que medida esa “elección” es realmente del pueblo ucraniano como tal o más bien de sus actuales dirigentes. Recordemos simplemente que, durane las dos últimas décadas, los dirigentes ucranianos, electos o no, an representado diversas opciones al respecto, unos con una posición pro rusa, otros una orientación pro-occidental.

[20] E. Balivar, ídem.

[21] Enrevista con Yuliya Yurchenko, “La lutte pour l’autodetermination de l’Ukraine (I)”, https://www.a’lencontre.org/europe/russie/la-lutte-pour-lautodetermination-de-lukraine-i.html puesto en línea el 13 de abril 2022.

[22] Vitaly Dudin, “La reconstruction de l’Ukraine doit profiter a la population. Mais l’Occident a d’autres idées”, https://www.contretemps.eu/author/vitaliy-dudin puesto en línea el 28 julio 2022. El autor piensa que “a corto término la guerra de Rusia ha debilitado el poder de los trabajadores ucranianos. Pero a largo plazo, el movimiento obrero ucraniano podría desarrollarse y mejorar las condiciones de empleo”.

[23] Mientras tanto, las mismas autoridades ucranianas avanzan actualmente en esta vía: “El 19 julio 2022 el parlamento ucraniano ha adoptado el proyecto de ley 5371, que ha derogado los derechos laborales del 94 % de los trabajadores ucranianos. Esta ley introduce una extrema liberalización de las relaciones laborales, discrimina los empleados de todas las empresas micro, pequeñas y medianas y las priva de protección sindical. Los sindicatos ucranianos se han opuesto activamente a la promoción de este proyecto de ley antisindical durante dos años. A pesar de muchas advertencias de la Confederación Sindical Europea y la Organización Internacional del Trabajo señalando la incompatibilidad del proyecto de ley con los principios y normas de la legislación europea, las convenciones de la OIT, las conclusiones de científicos y expertos, el Parlamento de Ucrania la aprobó. Entre las consecuencias de la promulgación de esta ley estarían las violaciones masivas de los derechos de los trabajadores y de los nuevos empleados en el segmento más calificado de la población económicamente activa de ucrania. La situación se complica por la guerra sangrienta desencadenada por el agresor ruso contra el pueblo ucraniano.” https://www.labourstartcampaigns.net./show_campaing.cgi?c=5149 

[24] https://www.contra-xreos.gr/arthra/2940-maziko-dithnes-kinima-enantia-ston-polemo (traducido del griego).

[25] Taras Bilous, “La guerre en Ukraine, la sécurite internationale et la gauche” https://www.contretemps.eu/guerre-ukraine-securite-internationale-gauche mis en ligne le 14 junio 2022.

[26] León Trotsky, “Une fois de plus: L’Union Soviétique et sa défense” (4 noviembre 1937),”L’URSS dans la guerre” (25 septiembre 1939) en el volumen León Trotsky, Défense du marxisme, París, E.D.I., 1972. Otros textos del volumen están referidos a la defensa incondicional de la URSS ante la guerra inminente así como a la ya mencionada cuestión finlandesa (“la guerra de Invierno”).

[27] Pueden señalarse sobre todo las declaraciones de Edgar Morin en varios artículos enviados a Marianne durante los recientes meses de mayo y junio, algunos de los cuales hemos citado y en parte nos inspiraron.

[28] Entrevista de Taras Bilous, “Humanitarian aide is not enough”!: https://comons.com.ua/en/humanitarian-aid-is-not- enough-d/ puesto en línea el 22 junio 2022.

[29] Taras Bilous, Idem.

[30] “La ministra alemana de Asuntos Extranjeros Annalena Baerbock (Verdes) prevé disturbios en Alemania si el suministro de gas proveniente de Rusia desapareciera completamente.” https://www.ad-hoc-news.de/wirtschaft/bundesaussenministerin-annalena-baerbock-gruene-rechnet-mit-unruhe-in/68873617

 

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