24/04/2024

La ecología de Marx a la luz de la MEGA 2 (II)

Por decisivos que hayan sido los aportes de Liebig a Marx, éste no se dio por satisfecho. El pasaje antes citado del Capítulo XIII del Libro I de El capital concluye con una nota en la que rinde un claro homenaje a Liebig manteniendo sin embargo cierta distancia crítica:

Haber analizado desde el punto de vista de las ciencias naturales el aspecto negativo de la agricultura moderna es uno de los merito imperecederos de Liebig, También sus apercus [bosquejos] históricos, aunque no estén exentos de gruesos errores, muestran felices aciertos. Es de lamentar que lance al acaso afirmaciones como la siguiente: “Gracias a una pulverización más intensa y a las aradas más frecuentes, se promueve la circulación del aire dentro de las partes de las tierras porosas y aumenta y se renueva la superficie del suelo expuesta a la acción del aire, pero es fácil de comprender que el mayor rendimiento del campo no puede ser proporcional al trabajo gastado en dicho campo, sino que aumenta en una proporción mucho menor”.[1]

La continuación de la nota evidencia que lo que Marx pretende recusar no es tanto la tercera ley de Liebig, sino la caución científica que se daba a John Stuart Mill, amigo de Liebig al que Marx consideraba de secundaria importancia y, más aún a su bete noire, Malthus, quienes sólo repetían lo que economistas mucho más ilustres habían dicho anteriormente. De todos modos, la distancia crítica con Liebig con relación a la cuestión de los rendimientos decrecientes y el agotamiento tendencial del suelo bajo efectos de la agricultura intensiva deja ver que para Marx la cuestión no estaba por entonces definitivamente resuelta y que subsistía cierta ambivalencia en su postura.

El encuentro posterior con Fraas       

De hecho, apenas editado el primer tomo de El capital Marx quiere profundizar estas cuestiones, sobre todo con la perspectiva de retomar la teoría de la renta del suelo que debía ocupar su lugar en el Libro III. Una carta de Marx a Engels fechada el 3 enero 1868 demuestra también interés en varios trabajos que discuten las tesis de Liebig, entre ellos los de Carl Fraas (Saïto: 263). En los meses siguientes, Marx conocerá varios de estos trabajos, sobre todo los  de Friedrich Albert Lange, de Julius Aus y de Carl Fraas: y, aunque prestará poca atención a los dos primeros (Saïto: 269-273), concede por el contrario gran importancia al tercero, como muestra Saïto en el ultimo capítulo de su libro.

Carl Fraas (1810-1875) era un botánico y agrónomo bávaro. Tras doctorarse en botánica en la Universidad de Múnich, fue finalmente designado profesor en dicha Universidad en 1847.

De las muchas publicaciones de Fraas, Marx parece haber leído Klima und Plafzenwelt in der Zeit (El clima y la vegetación a través de las edades) (1847), Geschichte der Landwirtschaft (Historia de la agricultura) (1852), y Die Natur der Landwirstchaft (La naturaleza de la agricultura) (1857) durante el invierno de 1868, a juzgar por los cuadernos de anotaciones de la época (Saïto: 273). En su biblioteca tenía también ejemplares de Historisch-encyklopadischer Grundriss der Landwirtschaftslehre (Compendio histórico-enciclopédico de agronomía) (1848) y Das Wurzelleben  der  Cultur-pflanzen (La vida de las raíces de las plantas cultivadas) (1872), lo que testimonia que Marx siguió interesándose por Fraas después de 1868 (Saïto: 274). En cambio, a diferencia de lo que se deja entender (Saïto: 276), Marx no parece haber tenido conocimiento de Die Arckebaukrisen und ihre Heilmittel (Las crisis agrícolas y su remedio) (1866): no se encuentra ninguna referencia en los cuadernos ni está en la biblioteca.

De hecho, no se conoce hasta ahora más que una referencia de Marx sobre Fraas, en carta dirigida a Engels con fecha 25 de marzo de 1868: se refiere más precisamente a Klima und Plafzenwelt… diciendo sustancialmente lo siguiente:

Sostiene [Fraas] que como resultado del cultivo, y en proporción a su intensidad, desaparece la “humedad” tan deseada por el campesino (también por ello las plantas emigran del sur al norte), y empieza la formación de estepas. Los primeros efectos del cultivo son útiles, pero luego comienza la devastación debido a la deforestación, etc. [...] La conclusión es que el cultivo, cuando se desarrolla en forma primitiva y no es controlado conscientemente (como burgués no llega, desde luego, a esto), deja tras de sí, desiertos: Persia, Mesootamia, etc., Grecia. ¡Nuevamente aquí otra tendencia socialista inconsciente! [...] También su historia de la agricultura es importante [...] Es necesario analizar cuidadosamente las últimas obras sobre agricultura. La escuela física se opone a la escuela química.[2]   

Estas observaciones prueban que Marx rápidamente advirtió lo que estaba en el centro de la problemática de Fraas, vale decir las relaciones entre vegetación y clima, como indica ya el título del libro. Más precisamente, señala dos de las principales tesis al respecto.

En primer lugar, para Fraas, el clima tiene un rol principal en el desarrollo de la vegetación y, por tanto, de la agricultura. En efecto, propone un enfoque “físico” (o atmosférico) de los problemas relativos al crecimiento de la vegetación, acentuando la importancia de factores como el calor y la humedad, las precipitaciones y el escurrimiento, las sequías, el viento, etc., en oposición al enfoque “químico” (o pedológico) desarrollado tanto por Liebig (considerando los nutrientes inorgánicos como factor el decisivo) como por sus adversarios (que daban el rol principal a los nutrientes orgánicos y sobre todo al nitrógeno).

En segundo lugar y, según Fraas, es por el contrario la agricultura lo que puede cambiar el clima y normalmente lo hace en el sentido de evolucionar hacia la sequía y el calor (sobre todo por la deforestación que la precede), lo que no deja de repercutir en la vegetación, favoreciendo la formación de estepas y deteriorando en consecuencias las condiciones para el desarrollo de la agricultura. Fraas retoma aquí la tesis de Liebig, pero atribuye la degradación tendencial no al agotamiento de los suelos (debido al incumplimiento de la ley de restitución y los límites del aporte compensatorio de abonos artificiales) sino a la transformación del clima, que se produce bajo los efectos del desarrollo de la agricultura misma o naturalmente).     

Estudiando atentamente los cuadernos de notas y las anotaciones marginales, Saïto ha podido establecer más precisamente lo que interesó a Marx de los trabajos y conclusiones de Fraas referidas a la agronomía.

Marx advierte con interés que, según Fraas, el suelo puede regenerarse espontáneamente y mantener la fertilidad, sin aporte externo (sin fertilizantes) o con aportes mínimos, en climas cálidos y húmedos (por ejemplo en zona tropical o subtropical) porque las rocas que constituyen el suelo se desagregan más fácilmente (Saïto: 278). Es que los fertilizantes no son más que sustitutos del clima: paliativos en ausencia de condiciones climáticas favorables. Cuando las plantas son cultivadas en condiciones climáticas más favorables, resultan inútiles. El agotamiento de los suelos no sería entonces una fatalidad como pensaba Liebig. Por ejemplo:

Los cereales son, pues, en función del grado de exigencia que tienen con respecto a la mansedumbre del clima, plantas que agotan el suelo en la zona de temperatura fría, en primer lugar maíz, sorgo, trigo, cebadas, centeno y avena; menos las leguminosas y el alforfón, y nada las diferentes especies de trébol, nuestras hierbas, espárragos, etc. En la zona de temperatura cálida, los cereales y las leguminosas ya no agotan el suelo, salvo el maíz, el arroz y el sorgo, y nada el tabaco que ya se cultiva sin fertilizantes (Saïto: 279-280).

Lo que da a entender que el metabolismo natural (los intercambios internos en la naturaleza, independientemente de cualquier intervención humana) es capaz de regular el problema del agotamiento de los suelos y, en consecuencia, el de la disminución de rendimientos. Dicho de otra manera, según Fraas sería posible una agricultura duradera sin intervención humana, dejando actuar solamente a la naturaleza, a condición de operar en las condiciones requeridas para el crecimiento del vegetal cultivado. Así:

Conocemos  países de antigua civilización como Grecia o Asia Menor, que sin utilizar fertilizantes continúan obteniendo en sus campos cosechas significativas, aunque con fertilizante serían aún mayores, como ya ocurre en algunos lugares con el riego [...] la fertilidad de los campos entre los chinos, que reemplazan los componentes que han tomado (lo que no sería verdad si exportaran los productos del suelo sin importar equivalentes) ha aumentado constantemente junto con el crecimiento de la población (Saïto: 280 -281).

Entre los elementos del metabolismo natural capaces de remediar el agotamiento de los suelos, Fraas menciona sobre todo los aluviones (limo, arenas, pedregullo, cantos rodados, etc.) aportados por los cursos de agua con sus desbordes y crecidas, que permiten reconstituir y mantener la composición mineral de los suelos cultivados. Razón por la cual planicies aluvionales, estuarios y deltas son muy fértiles. Lo que lleva a Fraas a recomendar recurrir al aporte artificial de aluviones, por intermedio de toda una infraestructura de reservorios y canales de irrigación, ayudando así al proceso natural de regeneración de suelos. Un tema ya presente en Natur der Landwirtschaft, que Marx registró, y sobre el que Fraas volverá con insistencia en Die Ackerbaukrisen und ihre Heilmittel convirtiéndolo en el argumento central de su polémica con Liebig. En suma, para remediar el agotamiento tendencial de los suelos provocado por su cultivo en condiciones climáticas poco favorables, Fraas propone una especie de colaboración entre la humanidad y la naturaleza, o sea "una agricultura de regeneración natural" siguiendo el camino abierto por la naturaleza misma, lo que despierta la atención de Marx (Saïto: 284). Porque, de este modo, es posible esperar escapar a la fatalidad del agotamiento de los suelos y, por tanto, de la fertilidad decreciente y, así, conjurar definitivamente el espectro de Malthus.

Por último, Marx subraya muchos párrafos de Klima und Pflanzenwelt… en los que Fraas destaca la importancia de la deforestación (debido a la extensión de los cultivos pero también consecuencia casi inevitable de que la madera sigue siendo simultáneamente combustible casi único y uno de los principales materiales a disposición del artesanado y la proto-industria en las sociedades precapitalistas) como factor de la modificación del clima y la consecutiva degradación de las condiciones de la agricultura, explicando así la regresión de las civilizaciones registrada en Mesopotamia, Palestina, Egipto y Grecia (Saïto: 293 -298).

Por ahora, y a falta de nuevas publicaciones, es imposible saber qué hubiera hecho en definitiva Marx en sus manuscritos ulteriores con los aportes de Fraas, más allá del hecho de que lo incitaron a ampliar y profundizar el estudio de todas estas cuestiones. Es azaroso y seguramente en gran medida inútil especular sobre lo que hubiera podido hacer si hubiese tenido la posibilidad de terminar la redacción de El capital.

Cabe suponer sin embargo que Marx hubiera retenido la lección general de Fraas, vale decir que por la acción de la agricultura y más en general la industria humana sobre la vegetación se pueden provocar importantes modificaciones climáticas, capaces de repercutir negativamente en las condiciones de producción y, en general, las condiciones del desarrollo humano. Marx hubiera entonces identificado las modificaciones climáticas que el trabajo humano puede provocar hasta dañar a la humanidad, como otra derivación de la perturbación metabólica, además de la generada por el agotamiento de los suelos a causa de cultivos intensivos e irreflexivos. Y es casi innecesario señalar hasta qué punto esta enseñanza de Fraas es de actualidad en el actual contexto del calentamiento climático.

Es indudable que Marx también hubiera llegado a la conclusión de que la acción del hombre sobre la vegetación (en especial la deforestación) debe hacerse con prudencia y reflexionando sobre las consecuencias. Y en el mismo orden de ideas Marx también hubiera retenido la idea de Fraas de que la solución de los problemas agronómicos (para asegurar por ejemplo la fertilidad de los suelos, o incluso mejorarla) y, más aún, ecológicos, puede y debe ser buscada no forzando a la naturaleza (o sea radicalizando una relación puramente instrumental), sino colaborando con la misma: se trata más bien de trabajar con la naturaleza y no contra ella.[3] Porque en definitiva se trabaja siempre en la naturaleza cuando se trabaja sobre ella, dependiendo siempre de la misma y sufriendo las eventuales consecuencias imprevistas y nefastas de modificaciones aportadas por el trabajo humano,  por la simple razón de que la humanidad es y sigue siendo parte de la naturaleza, que sigue siendo su “cuerpo no-orgánico”.      

Es posiblemente en tal sentido que, en la ya citada carta a Engels Marx pudo advertir una “tendencia socialista inconsciente” en Fraas. Éste habría indicado, en filigrana, el camino a seguir para una agricultura racional, conducida de manera tal que se controlaran sus efectos ecológicos utilizando el conocimiento científico que pudiera tenerse. Habría captado así lo que, según Marx, el socialismo debe proponerse conscientemente, en línea con el párrafo del capítulo del Libro III antes citado: el manejo (o regulación) del metabolismo entre la humanidad y la naturaleza mediado por el trabajo social, basándose en la propiedad colectiva del suelo y la asociación de los productores, actuando de manera reflexiva (es decir al mismo tiempo prudente e instruida por la ciencia) sobre y en la naturaleza con un plan concertado.

Más allá de Marx[4]

La lección general que es posible sacar del libro de Saïto puede ser resumida en esa formulación, entendida en un doble sentido. En primer lugar, tal como Negri para los Grundrisse, Saïto establece otra vez que abordar los inéditos de Marx hace descubrir siempre nuevos aspectos de su pensamiento, con la diferencia tal vez de que abarca un período mucho más extenso y presta atención a una dimensión de las preocupaciones marxianas aún desconocida por Negri. Y, sobre todo, Saïto nos permite captar que ello es así por una simple razón: Marx no deja de pensar, vale decir de desarrollar y profundizar sus adquisiciones anteriores, a las que siempre considera provisorias, confrontándolas con nuevos territorios, con nuevos problemas, con nuevos autores, matizándolas, rectificándolas, cuestionándolas parcialmente y a veces abandonándolas, dando paso a nuevas vías de investigación, trazando nuevas perspectivas, planteando nuevas cuestiones, o retomando algunas viejas con aires frescos, etc. Tanto que Marx jamás está completamente allí donde uno creía poder encontrarlo a partir de lo que ya se sabía o, más exactamente, se creía saber de él. 

Siempre en este orden de ideas, y aún más fundamentalmente, Saïto confirma que la publicación del conjunto de los escritos de Marx (y de Engels) emprendida en el marco de la MEGA 2 permitirá, esperemos que definitivamente, deshacernos de la imagen de un Marx doctrinario (reducido a un ABC) y convertido en estatua (como gran comendador de un templo), imagen forjada y transmitida durante décadas en y por las organizaciones que dominaron el movimiento obrero. Permitirá advertir por el contrario y finalmente un Marx viviente, constantemente curioso, más interesado en plantear nuevas cuestiones que en repetir viejas respuestas, pero también incapaz a veces y debido a eso de ir hasta el fin de sus proyectos, comenzando por la crítica a la economía política que dejaría finalmente inacabada, muy a pesar de su amigo Engels que, impacientemente pero en vano, nunca dejó de apurarlo para que la terminase.

En segundo lugar, tratándose más precisamente de la temática y problemática ecológica que es el objeto de la obra, no sólo es posible sino necesario sobrepasar las adquisiciones marxianas sobre el tema, al menos de las que hasta ahora conocemos, pero sirviéndonos de algunos desarrollos del mismo Marx. En suma, empujar a Marx más allá de Marx valiéndose de Marx. En efecto, como ha mostrado Saïto, entre 1844 y 1868, Marx no dejó de desarrollar y de profundizar la idea de que el capital es responsable de la perturbación del metabolismo entre la humanidad y la naturaleza, debido al hecho de romper esa unidad inmediata que mantenían las relaciones pre capitalistas de producción. La confrontación con los trabajos de Liebig y de Fraas lo condujo, en dicha perspectiva, a poner el acento tanto en el aspecto predador de la agricultura capitalista, que tiende a agotar los suelos, como en el cambio climático que amenaza provocar con las deforestaciones abusivas; diagnósticos ambos que los desarrollos más recientes, un siglo y medio más tarde, están lejos de haber desmentido… Pero, si se quiere desarrollar y profundizar más la imagen de la perturbación metabólica engendrada por el capital, hay que aferrarse al análisis que Marx desarrolla de la forma valor en la que el capital encierra el proceso social de producción, rompiendo el metabolismo entre la humanidad y la naturaleza, remodelándola profundamente de manera que pueda someterla a las exigencias de la reproducción ampliada del valor, dicho de otra manera, de la acumulación de capital.

Es lo que Saïto deja entender en varias ocasiones hacia el fin de su obra, cuando afirma que en el horizonte de las palabras de Marx se perfila una contradicción fundamental entre el capital y la naturaleza. Así lo afirma:

Lo que es importante en la contribución científica de Marx a los debates ecológicos actuales, es la demostración, desarrollada a partir de las determinaciones fundamentales de la producción mercantil, que el valor, como mediación de carácter transhistórico entre la humanidad y la naturaleza, es incapaz de dar satisfacción a las condiciones materiales de producción duradera (pág. 314).

O también:

Para iluminar plenamente la tensión entre capital y naturaleza, Marx expone sistemáticamente la teoría del valor en un contexto que la liga con el problema de la perturbación del metabolismo entre humanidad y naturaleza (pág. 316).

Pero Saïto no precisa, a mi criterio, el punto exacto de articulación entre la teoría marxiana del valor y la problemática ecológica, a partir del cual conviene explorar sistemáticamente la contradicción entre capital, valor en proceso, y naturaleza. Este punto está presente en el enfoque de Marx: en el análisis que hace de la apropiación del proceso de trabajo por el capital, dominado por el imperativo de someterlo al proceso de valorización, atacando a los dos factores fundamentales del proceso de trabajo que son precisamente la fuerza humana de trabajo y la naturaleza en tanto objeto general del trabajo humano. Este análisis ocupa las secciones III y IV del Libro I de El capital del que se tomaron los párrafos antes citados, y sin duda, Marx lo hubiera profundizado en el Libro II (sobre todo cuando en la Sección II analiza la imperiosa necesidad para el capital de acelerar su rotación, reduciendo todo lo posible el período de producción) y también en el Libro III (sobre todo en la sección dedicada a la renta del suelo). Saïto lo señala, pero sin sacar todo el provecho posible:

Se encuentra en los manuscritos que nos han llegado también otros signos probatorios de que Marx proyectaba desarrollar distintas manifestaciones de tensión entre la lógica formal de el capital y las propiedades materiales de la naturaleza, tanto a propósito de la “rotación del capital” en el Libro II como a propósito de la “renta del suelo” en el Libro III (pág. 259).

Por lo tanto, con el propósito de desarrollar y profundizar la idea marxiana de perturbación estructural por el capital del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, es preciso partir del análisis de la apropiación capitalista del proceso de trabajo, que es también y fundamentalmente, apropiación capitalista de la naturaleza, vale decir, transformación de la naturaleza adecuándola a las exigencias fundamentales del capital como valor en proceso [5]. Lo que, en tanto sólo puede hacerse violando los límites que la naturaleza, en el marco del planeta Tierra, fija al metabolismo con la humanidad, tiene como consecuencia final la actual catástrofe ecológica.

 

(Nota enviada por su autor para la publicación en este número de Herramienta Web 37)

La primera parte de la nota se puede ver aquí.

 

[1] El Capital, Tomo I/Vol. 2, obra citada, págs. 612-613.

[2] Carlos Marx-Federico Engels, Correspondencia. Editorial Cartago, Argentina, 1867, pág. 199.

[3] Más precisamente, no se puede trabajar en contra sin trabajar con ella. Tal es por otra parte el sentido de la célebre formulación de Francis Bacon: “Natura non nisi parendo vincitur”, no se vence (domina) a la naturaleza sino obedeciéndola (Novun Organum [I, 124] 1620). 

[4] Retomo modificando en parte el título del libro de Antonio (Toni) Negri, Marx au-dela de Marx, Christian Bourgeois, París, 1979, un extenso comentario personal de los Grundrisse.

[5] Un esbozo semejante puede verse en “El vampirismo del capital” https://www.herramienta.com.ar/?id=3546 23 de mayo 2021. 

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