24/04/2024

Hacia una teoría materialista del estado

Por Revista Herramienta

  John Holloway y Sol Picciotto

 
La crisis actual del capitalismo aparece, más que nunca antes, como una crisis del estado. En Inglaterra y en otros lugares la atención se centró, no sólo en el usual fracaso del estado para “manejar la economía”, sino también en la necesidad de reducir y reestructurar el gasto público y, consecuentemente, de reestructurar el propio aparato de estado. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial se cuestionó seriamente la utilidad de gran parte de la administración del estado. La gente, frente a estos acontecimientos, está viéndose forzada a modificar sus puntos de vista sobre la fuerza y la debilidad, las posibilidades y las limitaciones del estado y muchas de las opiniones sostenidas hasta hace unos pocos años atrás aparecieron como ilusorias. Aquellos que creían en un “nuevo capitalismo”, que podía seguir siendo opresor pero en el cual el problema de la crisis económica había sido ampliamente solucionado gracias a la intervención del estado, se ven ahora confrontados con el retorno de alto desempleo, los recortes de salarios y la reducción de gastos estatales. Por otro lado, aquellos que veían que un retorno del alto desempleo y una caída general en los niveles de vida plantearían una amenaza mortal al sistema político, no deberían estar menos desconcertados por el curso actual de los acontecimientos porque la crisis puso en evidencia, no sólo los límites de la actividad del estado, sino también la extraordinaria capacidad del Estado para sobrellevar la crisis.
En resumen, la crisis actual ha mostrado la urgente necesidad de un adecuado entendimiento del estado y de su relación con el proceso de la acumulación capitalista y la crisis. En el pasado, la teoría marxista, en la medida en que abordó la temática del Estado, se limitó demasiado a menudo a mostrar que el estado actúa en interés del capital y a analizar la relación entre el contenido de la actividad del estado y los intereses de la clase dominante. Sin embargo, para un entendimiento del desarrollo político y de las posibilidades de la acción política, semejante análisis es inadecuado. En un período caracterizado, por un lado, por el serio cuestionamiento de las políticas del estado intervencionista y, por el otro, por el ascenso de los partidos comunistas, en algunos países de Europa Occidental la cuestión de los límites de la acción del estado resulta crucial: limitaciones sobre la capacidad del estado para resolver los problemas del capital, por un lado, y limitaciones sobre la posibilidad de usar el estado para llevar a cabo una transición al socialismo, por el otro. Al mismo tiempo, la declinación del parlamento y la erosión de las libertades civiles, aún en las democracias más estables, plantean la cuestión del desarrollo de las formas estatales: ¿puede verse a la democracia parlamentaria como norma ideal para el modo de producción capitalista en su conjunto, respecto de la cual las desviaciones individuales sólo serían meras desviaciones, o la democracia liberal era simplemente la contrapartida ideal de una cierta fase de la acumulación ya superada? En un período que fue testigo del extraordinario éxito del estado inglés en su tarea de convencer a los trabajadores a sacrificar sus intereses por el bien de la “sociedad en su conjunto”, es necesario analizar por qué, si el estado es un estado clasista, es visto sin embargo por muchos como una instancia neutral que actúa por el bien de la sociedad. En un período en el cual se convirtió en un lugar común para los líderes de la industria capitalista atacar verbalmente no sólo a las decisiones particulares sino incluso el estado en general, se plantea nuevamente la pregunta acerca de la naturaleza capitalista de la actividad del estado en su conjunto y, más particularmente, de la “funcionalidad” necesaria de las acciones del estado respecto del capital. Nuestro argumento y el argumento de este libro es que todas estas preguntas sólo pueden responderse mediante el desarrollo de una teoría materialista del estado, i.e., mediante el análisis de la relación entre el estado capitalista y la forma de producción en las sociedades capitalistas.
Este libro pretende ser una contribución al desarrollo de una teoría materialista del estado capitalista. En la República Federal de Alemania (y en Berlín Occidental) tuvo lugar durante los últimos años una renovación de la teoría marxista del estado mediante un intenso y coherente debate conocido generalmente como el debate de la “derivación del estado” (“Staatsableitung”). El objetivo de este debate –que es parte del resurgimiento general del interés desde fines de la década de 1960 en la elaboración de las categorías científicas desarrolladas por Marx para el análisis del capitalismo moderno- fue “derivar” sistemáticamente el estado como forma política a partir de la naturaleza de las relaciones de producción capitalistas, como primer paso de la construcción de una teoría materialista del estado burgués y de su desarrollo.[1] En este libro, presentamos algunas de las principales contribuciones a la discusión alemana de la “derivación del estado”, pero no las presentamos simplemente como un fenómeno interesante, como una “escuela alemana” a ser ubicada junto a otras “escuelas”, sino como una crítica fundamental a aquellas teorías a menudo consideradas en Gran Bretaña como representativas de la teoría marxista del estado.
Una de las intenciones de esta introducción es plantear esta crítica más explícitamente. Partiremos observando la manera en que analizan el estado aquellos autores, politólogos y economistas, actualmente influyentes dentro de la discusión en este país. Desde nuestro punto de vista, una dicotomía subyace al debate en Gran Bretaña. Algunos análisis prestan poca o ninguna atención a la especificidad de lo político y argumentan (o más a menudo suponen) que las acciones del estado emergen más o menos directamente de las necesidades del capital: a tales análisis se los acusa a veces de “reduccionismo” o de “determinismo económico”. Otros análisis, como sobre-reacción a este enfoque, insistieron en la “autonomía relativa” de lo político, negando (o más a menudo pasando por alto) la necesidad de que los teóricos de lo político presten mucha atención a las condiciones de la acumulación de capital: esta tendencia quizás pueda denominarse como “politicista”.[2] Lo que tienen en común ambos polos de esta dicotomía –que, por supuesto,  normalmente no aparece sino como una tendencia subyacente- es una teorización inadecuada de la relación entre lo económico y lo político como formas diferenciadas de las relaciones sociales capitalistas. Argumentaremos que la única salida es romper esta dicotomía mediante el desarrollo de una teoría adecuada de esta relación, una teoría que fundamente firmemente la especificidad de lo político así como el desarrollo de las formas políticas en el análisis de la producción capitalista. Este es precisamente el objetivo del debate alemán actual. Después de elaborar nuestra crítica de las teorías del estado corrientes en Gran Bretaña, proseguiremos con la descripción del desarrollo de este debate, la exploración de algunas de sus debilidades y la sugerencia de vía a través de las cuales puede continuar avanzando el análisis. 
 
La “teoría política marxista” y el análisis del estado
 
La discusión de la teoría marxista del estado en Gran Bretaña tendió a atascarse en el sendero trillado del debate Miliband - Poulantzas. Este debate tuvo su origen en una polaridad ilusoria entre los enfoques de estos dos autores, entre los a veces llamados enfoques “instrumentalista” y “estructuralista” (véase Gold, Lo y Wright 1975; Poulantzas 1976a), una falsa polaridad que contribuyó en buena medida a limitar y empobrecer la discusión. El debate de la “derivación del estado” presentado en este libro permanece afuera de este marco restrictivo y pone en evidencia que es completamente equivocado ver a Miliband y a Poulantzas como representantes de polos alternativos en el análisis marxista del estado, que, a pesar de sus efectivas diferencias, lo que Miliband y Poulantzas tienen en común es al menos tan significativo como lo que los separa. A diferencia del debate alemán, que se centra en el análisis de la inter-relación, de la unidad en la separación de las diferentes esferas, e insiste en que este es el centro de un entendimiento materialista de lo político, tanto Miliband como Poulantzas se centran en lo político como un objeto de estudio autónomo argumentando, al menos implícitamente, que un reconocimiento de la especificidad de lo político es una pre-condición necesaria para la elaboración de conceptos científicos. En cierta medida esta diferencia respecto del centro de atención es una cuestión de énfasis: es claro que ni Poulantzas ni Miliband niegan la validez de la famosa afirmación de Marx de que las “formas políticas” no pueden entenderse sino relacionándolas con la “anatomía de la sociedad burguesa”[3], pero ninguno de ellos considera importante analizar esta relación con mayor precisión. Una consecuencia importante de esto es que ninguno intenta construir sistemáticamente, a partir de las categorías materialistas históricas desarrolladas por Marx en su análisis de esta “anatomía” en El capital, una teoría marxista del estado. Por el contrario, para Poulantzas (explícitamente) y para Miliband (implícitamente), El capital es básicamente (aunque no exclusivamente[4]) un análisis del “nivel económico” y los conceptos desarrollados en él (valor, plus valor, acumulación, etc.,) son conceptos específicos del análisis de este nivel. De la misma manera en que El capital analiza lo económico como “un objeto de ciencia autónomo y específico”[5], la tarea de los teóricos políticos marxistas, desde esta perspectiva, es considerar a lo político como “un objeto de ciencia autónomo y específico” para elaborar nuevos conceptos específicos del “nivel político” (conceptos tales como “hegemonía”, “bloque en el poder”, “clase gobernante”, etc.). Por consiguiente, en la medida en que estos autores se basan en los escritos de Marx, no consideran necesario desarrollar los “conceptos económicos” antes mencionados, sino los “conceptos políticos” desarrollados de una manera fragmentaria en los “escritos políticos” de Marx y en las partes más “políticas” de El capital (la discusión de la legislación fabril, etc.). Este proyecto, presentado por Poulantzas como el intento de construir una “teoría regional de lo político”, es justificado a partir de “la autonomía característica de lo económico y lo político” en el modo de producción capitalista.[6] La asunción de que lo político puede constituirse en un “un objeto de ciencia autónomo y específico” –más completamente teorizada por Poulantzas, pero compartida igualmente por Miliband- y la interpretación de El capital de Marx en la que se basa están en un agudo contraste con el enfoque elaborado en el debate presentado en este libro El debate de la “derivación del estado”, que se inspiró en gran medida en el renacimiento del interés en El capital de los tardíos 1960s, no ve en la gran obra de Marx un análisis del “nivel económico” sino una crítica materialista de la economía política, i. e., una crítica materialista de los intentos burgueses de analizar a la “economía” aislada de las relaciones de explotación de clase en las que se basa; en consecuencia las categorías elaboradas en El capital (plus valor, acumulación, etc.) no son consideradas como específicas del análisis del “nivel económico” sino como categorías materialistas históricas desarrolladas para echar luz en la estructura del conflicto de clases en la sociedad capitalista y en las formas y concepciones (económicas u otras) generadas por esta estructura. De esto se sigue que la tarea no es desarrollar “conceptos políticos” que complementen el conjunto de “conceptos económicos”, sino desarrollar los conceptos de El capital en la crítica no sólo de la forma económica sino también de la forma política de las relaciones sociales. Sobre esto volveremos más adelante; por el momento sólo nos interesa confrontar los dos enfoques y argumentar que los supuestos comunes a Miliband y Poulantzas tienen como efecto apartar a estos autores de cualquier posibilidad de elaborar un análisis materialista del desarrollo del estado, de sus alcances y sus limitaciones.
El libro de Miliband El estado en la sociedad capitalista es útil en la medida en que provee una clara crítica introductoria del pensamiento sociológico y político burgués, pero está demasiado profundamente enraizado en la tradición empirista inglesa. La falla principal de Miliband, como por cierto lo señaló Poulantzas, es que, aunque combate la teoría burguesa, hizo poco más que mostrar que los teóricos burgueses no rinden cuenta de los hechos. Así defendiéndose contra Poulantzas, Miliband refiere que “una vez de haber esbozado la teoría marxista del Estado, me interesaba contraponerla con la visión predominante del pluralismo democrático y mostrar las deficiencias de esta teoría de la única forma que me parecía posible, a saber, en términos empíricos”.[7] Aún cuando ciertamente es importante mostrar que la teoría burguesa no puede dar cuenta adecuadamente del desarrollo empírico, una crítica marxista debe seguramente ir más allá de la exposición de estas “deficiencias” en términos empíricos: para entender la génesis y el desarrollo de las concepciones burguesas y para entender el desarrollo del estado capitalista, es necesario seguramente desarrollar un análisis materialista de la relación entre estado, sociedad e ideología burguesa. Una consecuencia del enfoque de Miliband es que, dado que no fundamenta su crítica en un análisis sistemático de la sociedad capitalista, es incapaz de desarrollar un análisis del estado que muestre la relación entre este desarrollo y las crecientes contradicciones del modo de producción capitalista. Así, cuando en el capítulo final de su libro, aborda “la más grande interrogación en relación a los regímenes de tipo occidental es ¿durante cuánto tiempo seguirá siendo compatible su marco ´democrático burgués´ con las necesidades y finalidades del capitalismo avanzado?”[8], su respuesta a esta importante pregunta es necesariamente especulativa y vaga, porque no tiene enfoque teórico que pueda relacionar el proceso de acumulación con el desenvolvimiento de la forma del estado.
Poulantzas critica correctamente a Miliband por olvidar los vínculos estructurales esenciales entre la burguesía y el estado capitalista. Lo que hace que el estado, en una sociedad capitalista, sea un estado capitalista no es la composición de clase del personal del aparato del estado, sino la posición ocupada por el estado en el modo de producción capitalista: “la relación entre la clase burguesa y el estado es una relación objetiva. Esto significa que, si la función del estado en una formación social determinada y el interés de la clase dominante en esta formación coinciden, es en virtud del propio sistema: la participación directa de miembros de la clase dominante en el aparato de estado no es la causa sino el efecto –por lo demás un efecto casual y contingente– de esta coincidencia objetiva”.[9] La tarea de la teoría del estado, por lo tanto, es analizar esta “relación objetiva” o, volviendo a la máxima de Marx, analizar la relación entre las formas políticas y la anatomía de la sociedad burguesa: analizar cómo y en qué medida la naturaleza de “el sistema” (Poulantzas se refiere presumiblemente al modo de producción capitalista) origina una “coincidencia objetiva” entre “las funciones del estado” y “los intereses de la clase dominante” y, cómo y en qué medida cambios en el sistema afectan los intereses de la clase dominante y, en consecuencia, la función del estado”.
Poulantzas, falla, sin embargo, al enfocar la relación entre las formas políticas y “la anatomía” de la sociedad burguesa. Su opinión, establecida al principio de su primer libro importante[10], de que la sociedad capitalista se caracteriza por una autonomía relativa de “las instancias” política y económica, que lo lleva a convertir cada instancia un objeto de estudio específico y separado, lo conduce a pasar por alto la pregunta más importante acerca de la naturaleza de la separación de la relación entre estas instancias. Naturalmente, él acepta que la separación de las dos instancias no es total, pero relega su unidad a un problemático “en última instancia”, no ocupándose nunca de la relación entre ellas más que de una manera alusiva y superficial.
Como resultado, los problemas centrales de la teoría marxista del estado, los problemas del desarrollo de la forma estado, de los límites estructurales y de las posibilidades de la acción del estado, que sólo pueden ser abordados a través de un análisis de la relación entre el estado y las contradicciones de la acumulación capitalista, son necesariamente omitidas en el trabajo de Poulantzas, aparentemente en virtud de un mayor rigor científico. Las implicancias de la aceptación estructuralista de la fragmentación superficial de la sociedad burguesa en estructuras relativamente autónomas, que desde este punto de vista pueden ser examinadas en un relativo aislamiento, se vuelven claras. Esto no sólo significa que se descuida la pregunta por la interrelación entre las estructuras (y por consiguiente la fuente del movimiento dentro de las estructuras), sino también que el punto de partida estructuralista tiene un efecto inmunizador fatal. Por una parte, las leyes del movimiento del capital y de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia son aceptadas o, más acertadamente tal vez, son dadas por sentadas; y por otra parte, dadas por sentadas y relegadas a la esfera económica, el análisis de lo político procede con independencia respecto de las necesidades y limitaciones impuestas a lo político precisamente por esas leyes de movimiento. En tanto se da por sentada la “autonomía de la sociedad burguesa”, las “formas políticas” puede ser examinadas, pace Marx, en su relativa autonomía. Esta insistencia en la “autonomía relativa” de lo político puede reflejar una reacción parcialmente justificable contra el “economicismo” o el “reduccionismo”, i. e., contra la común sobre-simplificación de la relación entre lo económico y lo político que presenta lo político como un mero reflejo de lo económico. Pero los enfoques “reduccionistas” tienen mérito de intentar dar una respuesta, aunque sea cruda, a un problema real, el problema de cómo alcanzamos un entendimiento materialista del desarrollo político, de cómo relacionamos el desarrollo político con las contradicciones de la producción capitalista: no es ningún progreso esquivar el problema.
¿Cuán importante es este concepto de la “autonomía relativa de lo político” para el trabajo de Poulantzas y cuáles son sus consecuencias? Nos parece que el falso punto de partida de Poulantzas impone severas limitaciones a su análisis. La principal consecuencia es que, mediante la separación de su estudio de lo político respecto del análisis de las contradicciones de la acumulación, es decir, de las relaciones de explotación capitalistas, se pone al margen de la principal fuente de cambio de la sociedad capitalista -el desarrollo de aquellas contradicciones, potenciado por la lucha revolucionaria de la clase trabajadora. En consecuencia, aunque es capaz de proponer incisivas ideas acerca de aspectos particulares del estado burgués, su análisis no se eleva más allá del nivel de una descripción perceptiva. No hay análisis del desarrollo de la sociedad capitalista, de las cambiantes formas de las relaciones estado-sociedad y del estado mismo. Dado que no hay un análisis sistemático de la relación entre el estado capitalista y sus bases, la explotación capitalista de la clase trabajadora en el proceso de acumulación, entonces tampoco hay un análisis de los constreñimientos y las limitaciones que impone la naturaleza de la acumulación capitalista a la acción del estado. Más aún, su fracaso en la problematización de la naturaleza de la separación entre lo económico y lo político lo conduce hacia una identificación de lo económico con las relaciones de producción[11] e, incluso, a pesar de las declaraciones y formulaciones en sentido, hay una permanente tendencia a identificar la lucha de clases con el reino de lo político.
Los méritos pero también las debilidades del análisis de Poulantzas pueden apreciarse en su tratamiento de la integración europea. Uno de los principales propósitos de su ensayo sobre La internacionalización de las relaciones capitalistas y el estado nación [12] es criticar la muy simplificada visión “economista” ejemplificada por la tesis de Mandel de que el éxito o el fracaso de la integración europea depende de la forma adoptada por la centralización internacional del capital. Poulantzas correctamente señala que “el estado no es el simple instrumento, manipulable a voluntad, de las clases dominantes, de modo que toda etapa de internacionalización del capital provoca automáticamente ´supra-nacionalización´ de los Estados. […] El problema que nos ocupa no se reduce, pues, tampoco a una  contradicción simple, de factura mecanicista, entre la base (internacionalización de la producción) y una envoltura superestructural (el Estado nacional) que ya no e ´correspondería´”.[13] Aún cuando esta crítica a la sobre-simplificación de Mandel goza indudablemente de alguna fuerza, Poulantzas falla totalmente en darnos un análisis alternativo de la base material de la integración europea. Pone énfasis en mostrar que la internacionalización del capital tiene solamente el efecto de transformar las estructuras políticas nacionales, negando que genere presiones para las organizaciones políticas a nivel europeo. Esta opinión proviene de su énfasis en que “la tarea del estado es mantener la unidad y la cohesión de una formación social dividida en clases”[14] y su implicancia de que por consiguiente debe haber una congruencia necesaria entre la organización del estado y la forma de la lucha de clases. Puesto que “es aún la forma nacional la que prevalece en estas luchas, a pesar de ser internacionales en su esencia”[15], llega a la conclusión de que “el proceso actual no merma en nada el papel dominante del Estado en la etapa capitalista monopolista”.[16] Nos deja así sin ninguna explicación del impulso hacia la integración europea, de las tensiones entre las nuevas formas de acumulación del capital y las estructuras existentes del estado.
Las mismas falencias pueden verse aún más claramente en el tratamiento de Poulantzas del fascismo. En su libro sobre este tema (Fascismo y dictadura, de 1974) nuevamente está preocupado en atacar las sobre-simplificadas interpretaciones “economicistas” del fascismo que atribuyen el fascismo simplemente a la excesiva madurez del capitalismo monopolista. El libro tiene muchas ideas críticas para ofrecer, pero Poulantzas evita nuevamente la pregunta fundamental acerca de la relación entre el fascismo y las contradicciones de la acumulación del capital. Para entender los orígenes del fascismo y su relación con la continuada existencia del capitalismo, seguramente es necesario examinar la reorganización de las relaciones sociales y, particularmente, de las relaciones de explotación, que tiene lugar bajo el fascismo, preguntar en qué medida esta reorganización se volvió necesaria debido a las contradicciones de la acumulación en tanto la forma básica de la lucha de clases en el capitalismo, y preguntar por qué esta reorganización fue llevada a cabo de esta manera particular. Dado que vivimos en una sociedad capitalista caracterizada por las mismas contradicciones de la acumulación y por la consecuente reorganización periódica y a menudo violenta de las relaciones sociales en función de los intereses de la continuidad de la acumulación, estas son seguramente las preguntas que son políticamente importantes. Sin asumir a priori la funcionalidad del fascismo para el capital, el problema es seguramente situar el fenómeno en el proceso social de acumulación y crisis, i. e., de la reproducción ampliada de las contradicciones capitalistas”.[17] Mandel plantea el problema claramente, si bien esquemática y dogmáticamente, cuando escribe: “el ascenso del fascismo es la expresión de una severa crisis social del capitalismo tardío, una crisis estructural que puede, como en los años 1929-33, coincidir con una crisis de sobreproducción, pero que va más allá de tales fluctuaciones coyunturales. Fundamentalmente, es una crisis en las mismas condiciones de la producción y la realización del plus valor […] la función histórica de la toma del poder por el fascismo es cambiar súbita y violentamente las condiciones de la producción y la realización de plus valor para ventaja de los grupos decisivos del  capital monopolista”. [18]
Esto claramente no es un análisis completo del fascismo, pero tiene el gran mérito de plantear muy claramente la cuestión de la relación entre el ascenso del fascismo y las contradicciones inherentes a la explotación de clases capitalista (es decir, a la acumulación) y de la función del fascismo en relación a este proceso de explotación. Es extraordinario que en todo su largo análisis de fascismo Poulantzas ni siquiera se plantee el problema en estos términos. Donde él discute las contradicciones económicas subyacentes al fascismo, lo hace sólo en el contexto de las clases dominantes –contradicciones entre gran y medio capital, entre capitalistas y terratenientes, etc.–; aislar la discusión de estas contradicciones es en cualquier caso muy extraño cuando uno tiene en cuenta que, en el análisis de Marx[19], la intensificación de los conflictos entre capitalistas individuales o entre grupos de capitalistas sólo puede ser entendida en relación con la crisis general de la extracción de plus valor, es decir, sólo sobre la base de la contradicción fundamental de la relación capital-trabajo.[20] Pero cuando Poulantzas habla de la relación del fascismo con la clase trabajadora, las contradicciones de la relación de explotación y la tentativa de superar estas contradicciones a través del fascismo apenas son mencionadas: toda la cuestión es discutida en términos de una crisis “político-ideológica”. Poulantzas realiza así la más extraordinaria hazaña de escribir un largo análisis “marxista” acerca del fascismo y las clases sin relacionar al fascismo con el meollo fundamental de la lucha de clases en el capitalismo, el proceso de acumulación y explotación. Sin duda, esto es así porque supone que las contradicciones de la acumulación operan en un nivel diferente y en consecuencia pueden ser “dadas por sentadas”.[21]    
Parece que, debido a sus propias limitaciones, la teoría de Poulantzas proveyó un marco que fue adoptado por un creciente grupo de “poulantzianos”. En lugar de teorías basadas en el análisis de la acumulación y la lucha de clases, ellos utilizan los conceptos políticos de Poulantzas –“bloque de poder”, “hegemonía”, “clase gobernante”, etc.– como casilleros que pueden ser rellenados con los contenidos relevantes de un análisis político de la estructura de clases de cualquier estado dado. La relación de la teoría general con la práctica política es vista como algo muy similar a la “construcción de modelos” burguesa –la teoría “abstracta” es “concretizada”–, resultando en una regla para la intervención política. El resultado es una suerte de pragmatismo político, puesto que la regla depende del “contenido” provisto por el análisis de las relaciones políticas de clase y éste a menudo es dictado por las tácticas y las conveniencias del momento político tal como es directamente experimentado. Puesto que la relación con “lo económico” es siempre una relación “en última instancia”, se presta muy poca atención a la fundamentación del análisis de la lucha de clases en la dinámica efectiva de la acumulación del capital. Es también muy característico del enfoque “poulantziano” el hecho de que, como vimos, los modelos globales de la acumulación del capital sean, o bien ignorados, o bien considerados como carentes de un real efecto sobre lo político, de manera que el estado-nación burgués siempre es aceptado de facto como campo político. 
Hemos concentrado nuestra discusión en esta sección en Poulantzas debido a la influencia que ejercen en los hechos sus escritos, pero una crítica semejante podría haberse hecho a propósito de algunos de los escritos de Gramsci, quien también se volvió influyente entre los “teóricos políticos” y los “sociólogos” marxistas en años recientes. Él también habla de la “ciencia política como una ciencia autónoma”, él también critica duramente la identificación “economicista” de las crisis económica y política por parte de Rosa Luxemburgo, sin proveer ningún análisis alternativo de la relación entre lo económico y lo político, él también concentra su atención en las clases, fracciones de clases y hegemonía de clase. También él pone énfasis generalmente en restar importancia al problema de la relación entre las formas políticas y las condiciones de la acumulación del capital, en disociar el concepto de crisis política del de crisis económica.[22]
Es característico de los autores que venimos viendo que comiencen con categorías “políticas”, más específicamente con la que ellos ven como la “categoría política” central de clase. Esto está en abierto contraste con el debate alemán presentado aquí, el cual comienza con un ataque sobre aquellos (en este caso, Offe y Habermas) que tratan de construir una teoría específica de lo político e insiste sobre la necesidad de partir de las categorías materialistas desarrolladas por Marx en El capital. Así, Hirsch critica el tratamiento del estado de Engels en Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el estado por un enfoque “teórico-clasista” semejante: “el error de no tomar como punto de partida de su análisis las leyes y el desenvolvimiento histórico del proceso de acumulación y reproducción conduce inevitablemente a Engels a una restringida determinación ´teórico-clasista´ del estado, en la cual el estado aparece como un poder que está por encima de la sociedad y regula el conflicto de clase”.[23]
Quizás podemos seguir hablando y ampliar esto diciendo que el error de no tomar como punto de partida de su análisis las leyes y el desarrollo histórico del proceso capitalista de acumulación y de producción conduce inevitablemente a autores tales como Miliband, Poulantzas y Gramsci a una restringida determinación “teórico-clasista” del estado que tiene dos consecuencias de fundamental importancia: primero, ellos son incapaces de analizar el desenvolvimiento de las formas políticas; segundo, ellos son incapaces de analizar sistemáticamente las limitaciones impuestas al estado por la relación del estado con el proceso de acumulación del capital.
 
La “economía marxista” y el estado
 
Los teóricos políticos no son, por supuesto, los únicos interesados en el análisis del estado capitalista. En vistas del creciente “intervencionismo del estado”, no resulta sorprendente que un creciente número de economistas marxistas hayan volcado su atención hacia el análisis del estado. Sería errado sostener que los economistas (es decir, aquellos que toman el análisis de la economía como un punto de partida) adoptan necesariamente un enfoque determinista o reduccionista del estado. La distinción entre las dos tendencias que mencionamos al principio de esta introducción (la “determinista económica” y la “politicista”) no depende del punto de partida del análisis sino de la concepción de la totalidad social que subyace al análisis. Así, la controversia que dividió duramente a los economistas marxistas en Gran Bretaña en años recientes, entre los así llamados “fundamentalistas” y “neo-ricardianos”, también los divide respecto de los principios generales de sus análisis de la acción del estado.[24] Los neo-ricardianos adoptaron generalmente un punto de vista positivista de las esferas separadas de la política y la economía, que los condujo a muchos de los mismos errores en los que incurrieron los teóricos que acabamos de examinar: a partir de una aceptación de las formas superficiales fetichizadas de la política y de la economía, ellos son incapaces de desarrollar un análisis de la interrelación entre las dos esferas. Los fundamentalistas, por otro lado, toman correctamente la categoría de capital como punto de partida, pero pasan por alto todo el problema de la especificidad de lo político y del rol del sistema político.
Del lado neo-ricardiano, el problema del rol del estado aparece de una manera totalmente simplista y aproblemática. En el libro de Glyn y Sutcliffe British capitalism, workers and the profit squeeze[25], y particularmente en sus capítulos sobre “El rol de la política del gobierno”, describen al estado simplemente como el instrumento de la clase capitalista en su lucha contra la militancia de los trabajadores, como “un elemento central en la lucha del capitalismo por sobrevivir al estrangulamiento de las ganancias”. En muchos aspectos, su análisis es la contrapartida del análisis político de Miliband. El énfasis está en mostrar empíricamente como el estado actúa en interés del capital. El problema del desarrollo del estado y el problema de qué hace que el estado encare acciones particulares no se plantea o se explica simplemente por referencia a la lucha de clases. Pero más sorprendente aún es el hecho de que  el problema de las limitaciones en la acción del estado y el efecto contradictorio del gasto del estado en relación con la presente crisis no es ni siquiera mencionado.
Ian Gough, en su artículo sobre “El gasto del estado en el capitalismo avanzado”[26], se centra más específicamente en la naturaleza del estado capitalista e ilustra más claramente la semejanza entre los enfoques neo-ricardianos y Poulantzas.[27] El enfoque neo-ricardiano se caracteriza sobre todo por un énfasis en las categorías superficiales tales como precio, ganancia, salarios, etc. Las categorías materialistas desarrolladas por Marx para explicar el movimiento de estas formas fenoménicas son rechazadas completamente o consideradas como “meras abstracciones” carentes de significado práctico para el análisis concreto. En consecuencia, ellos rechazan también la opinión de que el desarrollo capitalista puede ser explicado como el resultado de cualesquiera “tendencias fundamentales” y desechan en particular la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.[28]
Partiendo como ellos de las categorías superficiales, no es sorprendente que los neoricardianos acepten como un dato positivo la distinción entre la economía y la política. Es sintomático que Gough empiece su artículo con un análisis del gasto del estado y después, para un análisis de carácter general del estado, recurra a los teóricos políticos expertos, Miliband y Poulantzas. Él los cita como autoridad para enfatizar en la autonomía del estado: “tanto para Poulantzas como para Miliband, el Estado capitalista constituye una entidad relativamente autónoma que representa los intereses políticos de las clases dominantes y que está ubicado en el campo de las luchas de clases”.[29] Una vez que el estado es liberado así, a partir de la autoridad de los expertos, de las exigencias impuestas por la acumulación del capital, Gough se libera también de la necesidad de analizar los límites impuestos a la acción del estado por su relación estructural con el proceso de producción capitalista. Para él (y para los neo-ricardianos en general), los límites de la acción del estado no surgen de la lógica del capital sino de la lucha de clases. Para ellos, como para Poulantzas[30], el desarrollo capitalista no debe explicarse en términos del despliegue de las contradicciones de la producción capitalista a través de las luchas de clases, sino en términos de la lucha de clases entendida como un proceso político exógeno respecto de relaciones económicas.
En la medida en que es axiomático que “la historia de toda la sociedad existente hasta la fecha es la historia de la lucha de clases” (El manifiesto comunista), para entender esta historia reviste una  importancia decisiva darse cuenta de que la forma de la lucha de clases, la forma del antagonismo de clase, varía de una sociedad a otra, y que la forma de la lucha de clases tiene un rol central en la determinación de la dinámica de esa lucha. La forma que adopta el antagonismo de clase, la forma que adopta la explotación de clases en la sociedad capitalista fue el objeto del análisis de Marx en El capital. Sólo sobre la base de un entendimiento de la forma específica de la explotación de clase capitalista, basada en la extracción de plus valor, podemos entender la dinámica de la lucha de clases en el capitalismo y por lo tanto del desarrollo social y político de las sociedades capitalistas. Decir que el desarrollo capitalista esta determinado por la lucha de clases es ciertamente correcto –de hecho, podríamos ir más lejos y decir que él mismo es un proceso de lucha de clases. Pero, en primer lugar, es un error contraponer simplemente esta afirmación a una explicación del desarrollo capitalista en términos de las “tendencias fundamentales” de la acumulación capitalista; y, en segundo lugar, en la medida en que se supone dicha contraposición o en la medida en que se descartan las “tendencias fundamentales” como irrelevantes o periféricas, aquella afirmación no es más que una banalidad engañosa que pasa por alto la importancia decisiva de la forma de la lucha de clases y que conduce inevitablemente a una concepción ahistórica del capitalismo y por consiguiente a una concepción utópica de la transición al socialismo.[31]
Si rechazamos estos enfoques que parten de la autonomía de lo político, ¿no caemos de vuelta en el “férreo determinismo económico”[32] que estos autores critican? Si insistimos en la necesidad de partir de la categoría del capital porque son las contradicciones del capital como la relación (como la forma básica que adopta el antagonismo de clase en la sociedad capitalista) las que proveen la base para entender la dinámica del desarrollo social y político en el capitalismo, el problema de la naturaleza de la relación entre las acciones del estado y la acumulación del capital permanece. ¿O deberíamos rechazar sin más este problema como un falso problema, negar la autonomía de lo político, tomar como garantizada la correspondencia entre las acciones (y la estructura) del estado y los requerimientos de la acumulación capitalista? Ciertamente, este presupuesto está presente en la obra de muchos marxistas, entre ellos los así llamados fundamentalistas. Así, por ejemplo, Yaffe puso correctamente mucho énfasis en el rol del gasto estatal en la crisis presente; criticando a los neo-ricardianos, señaló correctamente que el gasto estatal no es una panacea que curará las enfermedades del capitalismo, que la extensión y el efecto del gasto estatal enfrenta límites resultantes de su naturaleza improductiva y por ende de los requerimientos de la acumulación. Todo esto es importante y un gran avance respecto del punto de vista “izquierdista” común que no va más allá de señalar el contenido capitalista de la acción del estado. Sin embargo es significativo que, aunque atribuye gran importancia al gasto estatal, Yaffe no considera necesario desarrollar el análisis del estado. El resultado es una concepción bastante monolítica del estado, que simplemente atribuye el crecimiento del aparato del estado al compromiso de postguerra del estado con el pleno empleo que se contenta con considerar el efecto del gasto estatal a través de su clasificación en las categorías de gasto “productivo” o “improductivo”.
Aunque el análisis de Yaffe puede ser válido como un crudo esbozo, deja muchos problemas sin resolver. El problema de la manera en que se establecen los intereses del capital a través del sistema político ni siquiera se plantea. Para él, “la intervención del estado burgués surge directamente de las necesidades del capital”.[33] Pero entonces, ¿cómo hemos de entender el rol de la democracia burguesa y cómo hemos de ver las acciones individuales del estado que aparentemente no corresponden con los intereses del capital? Una vez más, no se plantea el problema de las contradicciones dentro del aparato de estado: “este aparato es simplemente un incremento del gasto improductivo”[34]. El gran aporte de Yaffe respecto de los análisis de los neo-ricardianos radica en señalar que, aún cuando las acciones del estado favorezcan al capital en su contenido, se imponen ciertas limitaciones a la acción del estado debidas a la naturaleza de su relación con el proceso de acumulación. Sin embargo, Yaffe considera exclusivamente un aspecto de estas limitaciones, a saber, el hecho de que el gasto estatal representa una deducción del plus valor social total y en consecuencia está limitado por los requerimientos competitivos de los capitales privados sobre este plus valor, que deben satisfacerse para que la acumulación continúe. Dentro de estos límites, asume que el estado actúa racionalmente en interés del capital. Los ensayos de este libro argumentan que este es sólo un aspecto de las limitaciones de la acción del estado, que para un entendimiento más complejo del estado es necesario analizar las otras limitaciones de la acción del estado que surgen de la naturaleza de la relación estructurales entre el capital y el estado –limitaciones que restringen en gran medida o vuelven imposible la acción del estado en vistas de los intereses racionales del capital, sin importar los límites del gasto estatal–. Estas objeciones al análisis de Yaffe no son sólo sofismas académicos: pueden afectar la interpretación de acciones individuales del estado, la valoración de las contradicciones dentro de la clase capitalista y cuestiones vitales tales como los recortes del gasto público: oponerse simplemente al recorte del gasto público sin más discusiones implica una concepción del estado como algo al menos potencialmente beneficioso para la clase trabajadora antes que como una forma de dominación capitalista, una forma impregnada de parte a parte por su lugar en este sistema de dominación.
Fine y Harris intentan trascender el debate neo ricardiano - fundamentalista y llevar el análisis del estado un paso más adelante en su discusión en su discusión de Gough y en su revisión de los debates recientes.[35] Ellos critican correctamente a Gough por no comenzar el análisis con la categoría del capital y correctamente enfatizan también en la especificidad de lo político y en la importancia de desarrollar una teoría materialista del estado. No avanzan mucho, sin embargo, en el análisis de la relación entre el capital y el estado, básicamente porque parecen ver el capital simplemente como una categoría económica y adoptan un modelo de sociedad base-superestructura simple dentro del cual la base económica es determinante. El capital y lo económico son situados a priori entonces como separados de lo político, de modo que no resulta claro cómo debe analizarse la unidad (y la interrelación) entre las esferas separadas. Argumentaremos que este punto de partida es incapaz de dar una solución: lo que se requiere no es una teoría económica, sino una teoría materialista del estado. Lo económico no debería verse como la base que determina la superestructura política, sino que más bien lo económico y lo político son ambos formas de las relaciones sociales, formas que asume la relación básica del conflicto de clases en la sociedad capitalista, la relación capital; formas cuya existencia diferenciada emerge, tanto lógica como históricamente, de la naturaleza de esta relación. El desarrollo de la esfera política no debe verse como un reflejo de lo económico, sino que debe entenderse en términos del desarrollo de la relación capital, es decir, de la explotación de clase en la producción capitalista. Fue sobre la base de la producción capitalista en general que Marx desarrolló su crítica de las formas económicas y es también sobre el análisis del desarrollo de las relaciones de producción como relaciones de clase que debe basarse la crítica de las formas políticas burguesas.
Está implícito en nuestra descripción de los análisis del estado actualmente influyentes en la discusión marxista británica un contraste entre estos análisis y el debate alemán que presentamos en este libro y que ahora vamos a examinar con mayor detalle. Puede ser útil reiterar nuestras principales afirmaciones para recalcar los avances que hizo el debate alemán en el análisis del estado. Argumentamos que la inadecuación de las teorías vigentes en Gran Bretaña proviene de un enfoque fallido de la relación entre el estado y la sociedad o, dicho de una manera más general, de un análisis fallido de la articulación de la totalidad de las relaciones sociales capitalistas. Por otro lado, vimos la aceptación de las categorías fetichizadas del pensamiento burgués, la aceptación como un dato positivo de la fragmentación de la sociedad burguesa en lo económico y lo político: esto, argumentamos, conduce inevitablemente a un análisis a-histórico y por consiguiente utópico del capitalismo y de las posibilidades del socialismo. Aquí, se enfatiza la separación de las esferas económica y política, se descuida la totalidad unificadora. En el otro extremo, vimos la reducción de la política a un mero reflejo de lo económico, un énfasis excesivo en el todo unificador que pasa por alto la particularización, real aunque históricamente condicionada, de la generalidad de las relaciones capitalistas en las formas políticas y económicas: el resultado es una concepción excesivamente simplificada de la relación entre las acciones del estado y los requerimientos de la acumulación capitalista.
El punto de partida del completo debate alemán de la “derivación del estado” es la crítica de aquellos teóricos (Offe y Habermas) que divorcian el estudio de la política respecto del análisis de la acumulación capitalista. Sin embargo, en lugar de limitarse a reiterar la conexión entre el capital y el estado, las contribuciones al debate aceptaron la separación entre lo económico y lo político e intentaron establecer, lógica y históricamente, el fundamento de esta separación en la naturaleza de la producción capitalista. En otras palabras, el objetivo fue derivar el estado (o la separación de la economía y la política) de la categoría del capital. Este fue el punto de partida esencial del ensayo seminal de Wolfang Müller y Christel Neusuß. En el curso del debate se acumularon muchas críticas a este artículo, pero el punto de partida básico, el énfasis en la necesidad de fundamentar la separación de lo político respecto de lo económico en el análisis del capital, fue universalmente aceptado, fue dado por sentado como un lugar común. Desde nuestro punto de vista, este simple paso, que enfatiza simultáneamente en la totalidad unificadora de las relaciones sociales capitalistas y en la fragmentación históricamente condicionada de dichas relaciones en formas fetichizadas, es un paso importante en la creación de un marco para el análisis materialista del estado. En el resto de esta introducción será necesario analizar el debate alemán para ver qué avances realizó en el desarrollo de tal teoría y cómo pueden desarrollarse estos avances.     
 
El debate de la derivación del estado
 
Dado que el debate de la “derivación del estado” parece a menudo tan abstracto, conviene enfatizar dese el principio que es una respuesta a problemas políticos prácticos. Algunos acontecimientos registrados en la República Federal de Alemania en los tardíos 1960s presentaban problemas políticos frente a los cuales los análisis marxistas previos no proveían respuestas rápidas. Había tres procesos que apuntaban decididamente hacia una misma cuestión. En primer lugar, la recesión de 1966-67, la primera ruptura mayor del “milagro económico” de Alemania occidental, había traído al poder por primera vez desde la guerra a los socialdemócratas (SPD), como socios minoritarios en la Gran Coalición con los demócratas cristianos (CDU); el cambio gubernamental fue acompañado por la consumación de un cambio ideológico desde el liberalismo de posguerra hacia un énfasis en la intervención y la planificación del estado y este cambio en la política ganó consenso gracias a la exitosa recuperación económica de 1967 y 1968. En segundo lugar, las elecciones de 1969 pusieron al PSD en el poder como el socio mayor en un gobierno liberal-social comprometido en desarrollar reformas sociales. En tercer lugar, este período intermedio había sido escenario del ascenso y la declinación de un movimiento estudiantil poderoso que, aunque teóricamente más desarrollado que el movimiento francés o inglés, nunca todavía había tenido éxito en el establecimiento de un contacto real con el movimiento obrero. Estos tres procesos plantearon de una manera ligeramente diferente la misma cuestión –la cuestión de los límites (y las posibilidades) de la acción del estado–. El primer proceso planteó la cuestión acerca de si el estado podría continuar “administrando” las crisis y planeando el desarrollo social indefinidamente, acerca de si el estado podría continuar acomodando a la sociedad a los intereses del capital, sin límites aparentes (como  estaba implícito en los escritos de Marcuse y de otros autores influyentes de fines de los 1960s). El segundo proceso, el ascenso al poder de la coalición liberal-social, planteó el problema de la capacidad de los gobiernos reformistas de alcanzar reformas significativas, es decir, el problema de los límites del reformismo. El tercero proceso, el fracaso del movimiento estudiantil en su tarea de establecer vínculos con los trabajadores, planteó el problema del entendimiento de la base material de la generalizada fe en el reformismo. Estos son los principales problemas con los cuales lidió este debate alemán sobre el estado., Hay otros problemas, ciertamente, que desempeñan un rol: en la medida en que la crisis se profundizaba cada vez más hacia mediados de los setenta y la política del estado se tornaba cada vez más represiva, los problemas de la funcionalidad de la acción del estado y de la naturaleza represiva del estado cobraron importancia, pero la mayor parte del debate que reproducimos aquí gira alrededor de los límites de la acción del estado y de las bases de las ilusiones en el poder del estado.
Ante esta tarea, se consideró como inadecuada a la teoría marxista existente. La literatura políticamente importante a fines de los sesenta (especialmente La transformación de la democracia de Agnoli y Bruckner) se había centrado en la crítica a la democracia burguesa. Después de subrayar la importancia política de esta crítica, Müller y Neusüb, en el artículo de 1970 que inauguró el debate en su conjunto, señalan que no es adecuado resolver los problemas a los cuales estos autores están enfrentados. “Eventualmente, si se toma en serio a sí misma, dicha crítica parcial debe convertirse en una crítica no sólo de las diversas funciones del estado actual […] sino que debe convertirse en una crítica de sus limitaciones y contradicciones concretas. La presentación y la crítica de las instituciones gubernamentales como herramientas manipulatorias de la clase dominante es incapaz de mostrar estas limitaciones. Estas sólo pueden mostrarse a través de un análisis que demuestre concretamente la necesidad y los límites de la intervención del estado en términos de las contradicciones del modo de producción capitalista como proceso de trabajo y de valorización”.[36] 
Para entender los límites de la acción del estado era necesario analizar la relación entre el estado y la sociedad; para entender esta relación, era necesario analizar el fundamento de la relación, el fundamento de la particularización (Besonderung) de la sociedad capitalista en las esferas aparentemente autónomas del estado y la sociedad. Así como el análisis de Marx de la relación entre mercancía y dinero se basa en el análisis del fundamento de esta relación o, en otras palabras, en la derivación de la forma dinero a partir de las contradicciones de la mercancía, así Müller y Neusüb argumentan que el análisis de la relación entre sociedad y estado debe basarse en la derivación de la forma estado (como una “existencia especial junto a la sociedad burguesa yal margen de ella”[37]) a partir de de las contradicciones de la sociedad capitalista.
Este enfoque descansa sobre una determinada comprensión del método marxista, ejemplificado muy especialmente por El capital. La gran obra de Marx, en tanto una “crítica de la economía política”, intenta ir más allá de las categorías de la economía política para develar las relaciones sociales que escondían, mostrar que categorías tales como valor de cambio, precio, etc. no son una realidad objetiva eterna, sino que simplemente representan formas históricamente determinadas que asumen las relaciones sociales en la sociedad burguesa. “Formas semejantes constituyen precisamente las categorías de la economía burguesa. Se trata de formas del pensar socialmente válidas, y por lo tanto objetivas, para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de producción históricamente determinado”.[38]      
Más aún, Marx no solamente intentó descifrar estas formas, sino su objetivo fue proporcionar una crítica materialista de las formas económicas, es decir, mostrar por qué las relaciones sociales burguesas asumían las formas expresadas en las categorías de valor, precio, dinero, etc. En efecto, distinguía su propia teoría respecto de la economía política burguesa precisamente sobre esta base: “la economía política ha analizado, aunque de manera incompleta, el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en estas formas. Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a qué se debe que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo”.[39] En su crítica de las formas económicas, por lo tanto, Marx no analiza simplemente una forma detrás de otra: comenzando por la forma básica del valor y las relaciones sociales que expresa y de las cuales surge, “deriva” las otras formas de esas relaciones sociales. Para Marx, analizar una forma es analizar (histórica y lógicamente) su génesis y desarrollo.[40]
Desde esta perspectiva, es claro que El capital no es de ninguna manera un intento de examinar “la economía aislada”[41]; y menos aún instituye a lo económico “como un objeto de ciencia específico y autónomo” como quiere Poulantzas.[42] Es una crítica materialista histórica de las formas de la economía política apunta a mostrar las relaciones sociales que se esconden detrás de, y originan, esas formas. Se sigue que un estudio de lo político no debe ser un intento de desarrollar alguna suerte de “ciencia política” autónoma, sino que debe ser más bien una crítica de la ciencia política que apunte a descifrar las categorías políticas como formas de las relaciones sociales. Puesto que el objeto de estudio es la sociedad burguesa, las relaciones sociales que se esconden detrás de, y originan aquellas formas políticas serán esencialmente las relaciones sociales descubiertas por Marx en su crítica de la economía política, las relaciones sociales del modo de producción capitalista. Lógicamente, por lo tanto, el debate alemán, que se ocupa del análisis de las formas de lo político, encuentra su inspiración menos en los escritos de Marx abiertamente políticos que en El capital y los Grundrisse. Y esto no se sigue de una posición determinista económica sino, por el contrario, de un punto de vista que no ve en El capital un análisis económico sino una crítica materialista de las formas económicas. De la misma manera en que las relaciones sociales del modo de producción capitalista dieron origen a las formas económicas y a las categorías de la economía política, dieron origen a las formas políticas y a las categorías de la ciencia política. La investigación de la relación entre lo económico y lo político no empieza, entonces, preguntándose de qué manera la “base económica” determina la “superestructura política”, sino preguntándose: ¿qué característica tienen las relaciones sociales en la sociedad burguesa que hace que aparezcan en formas separadas en tanto relaciones económicas y relaciones políticas?
Esta manera de acercarse al estado no fue enteramente nueva: el problema ya lo había planteado en estos términos Pashukanis en 1923, suyo magistral ensayo sobre La teoría general del derecho y el marxismo, aunque traducido al inglés, fue muy tristemente descuidado por los marxistas en Gran Bretaña.[43] Pashukanis, cuya relevancia para el debate alemán fue tenida en cuenta recién después de que dicho debate había comenzado, se encargó de derivar la forma del derecho y la forma estrechamente relacionada del estado a partir de la naturaleza de la producción capitalista de mercancías. Aunque abstracto en su formulación, su argumento apuntaba a señalar un punto político importante. Escrito en la URSS de 1923, el argumento de que el derecho y el estado eran formas que surgieron de la naturaleza de las relaciones sociales en la sociedad burguesa; de que, aunque indudablemente era necesario que una sociedad en transición empleara estas formas en interés del proletariado, argumentar a favor del desarrollo de un “derecho socialista” o de un “estado socialista” era una tergiversación del marxismo. El cuestionó a los teóricos marxistas que hasta entonces habían criticado el contenido de clase del derecho y del estado sin ver que la forma del derecho y la forma del estado estaban igualmente determinadas por la naturaleza de la sociedad capitalista y no podían ser traspasadas sin más a una nueva forma de sociedad. (Los paralelismos con la crítica moderna a las teorías del capitalismo monopolista de estado deberían ser evidentes.). Así, él dice de la teoría rival de Stucka, que “revela el contenido de clase de las formas jurídicas, pero no nos explica por qué ese contenido reviste tal forma. Para la filosofía burguesa del derecho, que considera la relación jurídica como una forma natural y eterna de toda relación humana, tal cuestión ni siquiera se plantea. Para la teoría marxista, que trata de penetrar los misterios de las formas sociales y de referir todas las relaciones humanas al hombre mismo, esa tarea debe ser puesta en el primer plano”.[44]
En este sentido, cuando Pashukanis aborda el análisis del estado, señala que no alcanza con indicar la naturaleza de clase del estado: el estado debe analizarse como una forma específica de la dominación de clase. Habiendo delineado el surgimiento de la separación entre lo público y lo privado, entre el estado y la sociedad, con el surgimiento de la producción capitalista, él critica la caracterización del Engels en Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el estado, que simplemente vincula el estado con el conflicto de clase, y después continúa: “detrás de todas esas controversias se oculta una cuestión fundamental: ¿por qué la dominación de una clase no permanece como lo que es, es decir, la sujeción de una parte de la población a otra? ¿Por qué reviste la forma de una dominación estatal oficial, o lo que equivale a lo mismo, por qué el aparato de coacción estatal no se constituye como el aparato privado de la clase dominante, por qué se separa de esta última y reviste la forma de un aparato de poder público impersonal, separado de la sociedad?”.[45] Esta es quizás la formulación más clara de la pregunta planteada por el debate alemán: la pregunta por la forma del estado capitalista. En lugar de que atender inmediatamente a la respuesta que Pashukanis dio a esta pregunta, continuemos examinando algunos aspectos del propio debate.
¿Qué avances hizo el debate de la “derivación del estado” en el análisis de la forma del estado? Puesto en este volumen presentamos las contribuciones más importantes, no es necesario rendir cuenta aquí de manera detallada del debate en todos sus matices y puntos de controversia. Seguiremos aquí la discusión sólo en la medida en que sea necesario para elucidar los principales puntos en debate y por consiguiente los principales problemas que surgieron en la empresa de derivar la forma y la función del estado. El lector encontrará que un pequeño grupo de problemas importantes aunque aparentemente oscuros recorre el debate: el problema de cuál debería ser el punto de partida para derivar la forma estado a partir de la sociedad y, particularmente, de si la derivación debería basarse en un análisis de la superficie o de la esencia de la sociedad capitalista; el problema de la relación entre la derivación de la forma y la derivación de la función del estado; y el problema de la relación entre la derivación lógica y el análisis histórico. Finalmente -y este problema se destaca cada vez más en las últimas contribuciones-, todas estas cuestiones plantean el problema de los límites de la “derivación del estado” o el problema de cuán lejos puede ser llevado adelante este enfoque. Desde luego, cualquier intento de clasificación es una sobre-simplificación que no hace justicia a los matices de las diferentes posiciones tomadas; pero, a pesar de todo, en vistas de simplificar las cosas, puede distinguirse claramente entre dos, o posiblemente tres, orientaciones generales -aunque no posiciones definidas de una manera tajante.
En primer lugar[46] -y este tal vez pueda ser considerado como el enfoque “dominante” del problema-, están aquellos que derivan la necesidad de la forma del estado como una institución separada a partir de la naturaleza de las relaciones entre capitales. Partiendo de hecho de que el capital sólo puede existir en la forma de capitales individuales, estos autores se centran en la pregunta acerca de cómo se garantiza la reproducción del capital en su conjunto –el capital social total. En términos generales, concluyen que sólo gracias a la existencia de un estado autonomizado, situado por encima de las pugnas, se reproducen las relaciones sociales de una sociedad anárquica y se impone el interés general del capital social total.
Así Müller y Neusüb, basándose en el análisis de Marx de la legislación fabril de El capital, deducen la necesidad del estado como una forma particular situada “al lado y por fuera de la sociedad burguesa” a partir del carácter auto-destructivo de la sociedad capitalista: en “su irrefrenable pasión, su hambre lobuna de trabajo excedente”[47], el capital destruiría su propia base, la fuerza de trabajo de los trabajadores, si no fuera por la necesaria intervención del estado, que actúa en interés del capital en general (aunque bajo la presión de la clase obrera) para proteger la salud de los trabajadores. Enfatizando en el aspecto de bienestar de la actividad del estado como una condición necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo, Müller y Neusüb derivan de la incapacidad de los capitalistas individuales de desempeñar dicha función la necesaria autonomía del estado y a la vez las bases materiales de la creencia reformista en la naturaleza socialmente benevolente de la actividad estatal.
El argumento de Altvater en su ensayo sobre el intervencionismo del estado, del cual incluimos un breve extracto aquí, adopta una aproximación similar, aunque plantea el argumento en términos más generales. Él deriva el estado de la incapacidad del capital, como un resultado de su existencia como muchos capitales mutuamente antagonistas, de reproducir la naturaleza social de su propia existencia: para asegurar su reproducción, el capital requiere un estado que no esté sujeto a las mismas limitaciones de los capitales individuales y, en consecuencia, es capaz de satisfacer las necesidades que el capital es incapaz de satisfacer. Se sigue de esta derivación de la forma del estado que las funciones del estado derivadas por Alvater (y por todos los autores que adoptan un punto de vista semejante) conciernen a la compensación de las deficiencias del capital privado y a la organización de los capitales individuales en un cuerpo viable. Así, las cuatro funciones generales del estado a las que Altvater arriba son todas de esta naturaleza:
1. La provisión de condiciones materiales generales de la producción (la infraestructura).
2. El establecimiento y la garantía de las relaciones legales generales a través de las cuales se desarrollan las relaciones entre los sujetos legales en la sociedad capitalista.
3. La regulación del conflicto entre trabajo asalariado y capital y, si es necesaria, la represión política de la clase trabajadora -no solo por medio de la ley, sino también por la policía y el ejército.
4. La salvaguarda de la existencia y expansión del capital nacional total en el mercado mundial capitalista.
El ensayo de Blanke, Jürgens y Kastendiek es la versión más refinada y más desarrollada de este punto de vista. También ellos comienzan por la fragmentación de la producción social en la producción de mercancías a cargo de productores individuales y derivan la forma y la función del estado de la necesidad de regular las relaciones entre estos productores de mercancías por medio de la ley y el dinero. La regulación por estos medios es necesaria para mantener las relaciones de intercambio entre los productores de mercancías y esta regulación sólo puede venir de un cuerpo situado por fuera de las relaciones de la producción mercantil. Al argumentar de esta manera, están siguiendo de cerca los pasos de Pashukanis, quien también relacionó el desarrollo del estado como una forma separada con la aparición del intercambio de mercancías: “La dominación de hecho reviste un carácter de derecho público pronunciado desde que nacen al lado e independientemente de ella relaciones vinculadas al intercambio, es decir, relaciones privadas por excelencia. En la medida en que la autoridad aparece como el garante de esas relaciones, se vuelve una autoridad social, un poder público, que representa el interés impersonal del Orden”.[48] El desarrollo del argumento de Pasukanis por Blanke, Jürgens y Kastandiek presenta claramente la estrecha relación existente entre las cuestiones examinadas aquí y los intereses de los teóricos marxistas del derecho.[49]
El primer abordaje es muy loable y arrojó una luz considerable sobre la relación entre el estado y los capitales individuales. En particular, ofrece una alternativa claramente elaborada a la tesis del  “capitalismo monopolista de estado” acerca de la fusión entre el capital monopolista y el estado), una alternativa que enfatiza tanto en la naturaleza capitalista del estado como en la esencial distinción entre el capital y el estado; es esta crítica del capitalismo monopolista de estado la que subyace a afirmaciones como la insistencia de Altvater en que “el estado […] no es nunca un capitalista total material y real, sino siempre sólo un capitalista total ideal o ficticio”.[50] Este enfoque también contribuyó mucho al análisis de la nacionalización y del sector público y de la función de este sector en su discusión de la provisión de las “condiciones generales de la producción”.[51] Finalmente, los autores que comparten este amplio conjunto de enfoques tuvieron muchas cosas interesantes que decir acerca de la cuestión central de los límites de la acción del estado: véase en particular la discusión de Altvater de la relación entre la actividad del estado y la acumulación de plus valor y la discusión de Blanke, Jürgens y Kastandiek de las limitaciones que surgen de la naturaleza necesariamente indirecta o mediada de la acción del estado. No somos de ninguna manera despectivos respecto de estas contribuciones cuando señalamos que hay, sin embargo, tres fuertes objeciones a este tipo de enfoques. En primer lugar, en la medida[52] en que presentan al estado como la institucionalización de los intereses del capital en general o como viniendo al mundo para satisfacer los requerimientos del capital, le atribuyen un poder y un conocimiento que no puede poseer. En la medida en que se deriva al estado a partir de la necesidad de cumplir una función que no puede ser cumplida por el capital privado, se presupone de antemano la capacidad del estado de desempeñar esta función. Esto significa, como Hirsch señala, “que se elimina como por arte de magia el problema central del análisis del estado, es decir, la cuestión de si el aparato del estado es en absoluto capaz -y si así fuese, bajo que condiciones- de llevar a cabo ciertas funciones y sus consecuencias”. De aquí, la insistencia de los críticos de esta escuela de que es necesario derivar las funciones del estado de su forma, y no viceversa. La segunda objeción va más directamente al corazón de este enfoque: en la medida en que parte de la fragmentación del capital social y de las relaciones antagónicas entre capitales individuales o entre productores individuales de mercancías, este enfoque dice muy poco sobre el estado como forma de dominación de clase, sobre las relaciones de represión y legitimación existentes entre el estado y la clase obrera. En los hechos, es un rasgo significativo del debate alemán el hecho de que, con una o dos excepciones, puso muy poco énfasis en la naturaleza represiva del estado. Esto refleja en parte la orientación general del debate, que se consideró a sí mismo como una crítica de los análisis vulgares que simplemente presentan al estado como una herramienta de la clase dominante, y en parte posiblemente represente una generalización de la experiencia de la Alemania occidental de principios de los 1970s, donde la clase trabajadora estaba aplacada y el “debate público” estaba centrado en los problemas de la planificación del desarrollo económico. Esto nos conduce a una tercera, y posiblemente la más básica, objeción, a saber, que este enfoque es fundamentalmente a-histórico. Es a-histórico porque el motor del desarrollo capitalista no radica en las relaciones antagónicas entre capitales individuales o entre productores individuales de mercancías, sino en las antagónicas relaciones entre el capital y el trabajo, en la acumulación capitalista vista como un proceso de lucha de clases. En consecuencia, análisis de este tipo, aún cuando naturalmente admiten que el análisis histórico es importante, dejan de lado a la historia como algo externo al análisis: hacen, implícita o explícitamente, una distinción entre los análisis lógico e histórico. Esta distinción está implícita en todos estos análisis, pero está planteada explícitamente por Blanke, Jürgens y Kastandiek: después de definir al “análisis de la forma” como la derivación del estado en tanto forma necesaria en la reproducción de la sociedad capitalista, ellos continúan: “en este nivel de abstracción, sin embargo, solamente podemos plantear los puntos de partida generales para el desarrollo de las ´funciones´ del proceso de reproducción que deben tomar forma de tal manera que se sitúen por fuera del sistema del trabajo social organizado privadamente. La pregunta acerca de cómo ocurre en los hechos este proceso de formación, de cómo se traduce en la estructura, la institución y el proceso del estado, ya no puede ser respondida por el análisis de la forma. Esta pregunta debe ser objeto de un análisis histórico. Sin embargo, la demarcación precisa y la mediación entre el análisis de la forma y el análisis histórico presentan problemas difíciles. Depende de cómo entienda uno la determinación histórica de la concepción de Marx del capital en general”.[53]
Sin pretensión de negar la complejidad de este problema –y volveremos sobre este punto más adelante–, no nos parece correcto hacer tal rígida distinción entre el análisis formal y el análisis histórico. Si el análisis formal es considerado como puramente lógico y el análisis histórico como empírico, esto no nos ayuda en el desarrollo de una teoría materialista histórica del desarrollo del estado. No es casual que,  cuando Blanke, Jürgens y Kastandiek concluyen su ensayo con un esbozo de las diferentes fases del desarrollo de la actividad del estado, este esbozo resulte poco convincente y guarde poca relación con el análisis previo.
Un segundo conjunto de enfoques, mucho menos definido que el primero, se encuentra en aquellos ensayos que no enfatizan en la necesidad de basar el análisis del estado en la naturaleza esencial del capital, sino en las formas de aparición de las relaciones capitalista en la superficie de la sociedad. Este enfoque está mejor ejemplificado por el artículo de Flatow y Huisken -aquí representado solamente por la crítica de Reichelt.[54] Después de señalar que la “sociedad” de Altvater no parece tener lugar para la clase trabajadora, Flatow y Huisken argumentan que no sólo es necesario analizar la cuestión de por qué el estado no es inmediatamente identificable con la clase capitalista, sino también la de cómo es posible para el estado, una forma de la dominación de clase, aparecer sin embargo como una institución situada “al lado y por fuera de la sociedad burguesa”. Es así que, insistiendo en la importancia de derivar no sólo la necesidad de la forma del estado sino también su posibilidad, ellos vuelven sobre uno de los problemas planteados por Müller y Neusub, el problema de la base material de la aceptación del estado como una instancia neutral por parte de la clase trabajadora La respuesta, argumentan Flatow y Huisken, no hay que buscarla en el análisis de la “esencia” de la sociedad capitalista, en las relaciones esenciales de la explotación de clase, sino el análisis de la “superficie” de dicha sociedad. “La tesis central de nuestro argumento es que sólo desde las determinaciones de la superficie de la sociedad burguesa surgen las interrelaciones que permiten comprender la esencia del estado burgués.”[55] Es en la superficie de la sociedad donde aparece la comunidad de intereses, no sólo de los capitales, sino de todos los miembros de la sociedad. Refiriéndose a la “fórmula trinitaria” (capital: ganancia; tierra: renta del suelo; trabajo: salario)[56] discutida por Marx (al final del tercer volumen de El capital), argumentan que todos los miembros de la sociedad tienen (superficialmente) un interés común en razón de su status común en tanto dueños de una fuente de ingresos. Es esta comunidad de interés (aunque superficial) la que permite la existencia de un estado autónomo, aparentemente neutral. Cuando se enfrentan con la derivación de la necesidad de la autonomización del estado, sin embargo, la respuesta de Flatow y Huisken es muy similar a la de Altvater. Un estado autónomo es necesario porque las relaciones de competición existentes entre las diferentes clases de “propietarios privados" (es decir, dueños de diferentes fuentes de ingreso) vuelve imposible para ellos darse cuenta de sus intereses comunes de otra manera que no sea a través del estado.
Este segundo conjunto de enfoques está lejos de proveernos un análisis materialista histórico del estado. Al no empezar por un aspecto de la estructura de las relaciones sociales (como el primer enfoque), sino por la apariencia fetichizada que presenta la superficie de la sociedad burguesa, estos autores se apartan necesariamente de un entendimiento histórico del estado. El mérito del artículo del Flatow y Huisken radica en llamar la atención acerca de la importancia primaria de un análisis del fetichismo de la mercancía, de las relaciones entre esencia y apariencia superficial, en todo estudio del problema de la legitimación, de cómo es que el estado es capaz de aparecer como una instancia neutral que actúa en función del interés general. Pero la manera en la que estos autores llevan adelante su análisis y en la que separan el análisis de la superficie del análisis de las relaciones esenciales de sociedad, sugiere por cierto (como argumenta Reichelt) que ellos mismos también caen presa de ilusiones fetichistas, que pierden de vista la naturaleza de la superficie como una mera forma cuyo desarrollo sólo puede ser entendido a través de una análisis de las relaciones de clase que encubre.
El tercer enfoque –de hecho, el mayor contrapeso al primero–[57] está representado aquí principalmente por Hirsch (aunque la discusión de Reichelt de artículo de Flatow y Huisken tiene mucho en común con el enfoque de Hirsch). Este enfoque parte otra vez del análisis de la estructura básica de la sociedad capitalista -pero no centrándose esta vez en las relaciones entre productores de mercancías sino en la naturaleza del capital como relación, de la relación de explotación del trabajo por el capital. Paradójicamente, este enfoque también puede ser reconducido a Pashukanis y a su pregunta: “¿por qué la dominación de clase no permanece como lo que es, es decir, la sujeción de una parte de la población a otra? ¿Por qué reviste la forma de una dominación estatal oficial?”[58] La respuesta a esta pregunta radica seguramente en la naturaleza de la propia relación de dominación. Hirsch argumenta que la forma particular del estado no debe derivarse de la necesidad de establecer el interés general de una sociedad anárquica, sino de la naturaleza de las relaciones sociales de dominación de la sociedad capitalista. La forma que reviste la explotación en el capitalismo no depende del uso directo de la fuerza sino fundamentalmente de la monótona compulsión de las incomprendidas leyes de la reproducción. En efecto, la forma de apropiación del producto excedente en el capitalismo requiere que las relaciones de fuerza sean abstraídas del proceso inmediato de producción y situadas en una instancia situada aparte de los productores directos. Así, tanto lógica como históricamente, el establecimiento del proceso de producción capitalista es acompañado por la abstracción de las relaciones de fuerza respecto del proceso de productivo inmediato, constituyéndose entonces dos esferas, “política” y “económica”, diferenciadas. A diferencia de los otros dos enfoques examinados, éste enfatiza desde el comienzo mismo en la naturaleza coercitiva, clasista del estado; pero no presenta vulgarmente al estado como un instrumento de dominio de clase, sino como una forma específica e históricamente condicionada de las relaciones sociales de explotación, una forma diferenciada que no puede ser meramente identificada con la forma económica, el reino de la competencia.
Dos cosas se siguen de esta derivación del estado. En primer lugar, mientras que está implícito en los enfoques que derivan la necesidad del estado de las deficiencias organizativas del capital privado el hecho de que el estado es en algún sentido la institucionalización del “interés general” del capital, esto no se sigue del enfoque de Hirsch. Por el contrario, Hirsch cita a Marx en el sentido de que, lejos de ser la institucionalización del interés general, el estado está “divorciado del individuo real y de los intereses colectivos”. Los límites que enfrenta la actividad del estado se le presentan a Hirsch como un asunto mucho más evidente que a los restantes participantes en el debate. Los otros participantes asumen que, dentro de los límites permitidos por las exigencias de la acumulación del capital, el estado puede actuar en interés del capital en general. Para Hirsch, la relación estructural del estado con la sociedad vuelve aún esto extremadamente problemático, puesto que él ve cómo las contradicciones de la sociedad capitalista se reproducen dentro del aparato del estado, volviendo cuestionable el que el estado pueda actuar siempre adecuadamente en función de los intereses del capital en general. Pero si las acciones del estado no corresponden con los intereses del capital en general, esto rompe el vínculo lógico entre las leyes del movimiento del capital y el contenido de la actividad del estado. Hirsch es así el primero de los participantes del debate que, sin cuestionar su valor, plantea seriamente la pregunta acerca de los límites de la derivación lógica del estado.
En segundo lugar, sin embargo, se sigue de esta derivación del estado capitalista a partir de la relación de explotación capitalista que, aún cuando el estado no representa una institucionalización de los intereses generales del capital, su continuada existencia como una forma particular de las relaciones sociales depende de la reproducción de la relación del capital, depende de la acumulación. Esto significa que las actividades del estado están limitadas y estructuradas por esta precondición de su propia existencia, por la necesidad de asegurar (o tender a asegurar) la continua acumulación del capital. Debido a su forma como una instancia separada de su proceso de producción inmediato, el estado está esencialmente restringido a reaccionar a los resultados del proceso de producción y reproducción; las actividades del estado y sus funciones individuales (pero no su forma) se desarrollan entonces a través de un proceso de reacción mediada al desarrollo del proceso de acumulación. Aunque uno no puede derivar directamente el contenido de la actividad del estado (es decir, la manera particular que adopta esta reacción) a partir del proceso de acumulación, el punto de partida para el análisis de esta actividad, del desarrollo del estado y de sus limitaciones debe ser el análisis del proceso de acumulación y su desarrollo contradictorio. Son las contradicciones inherentes a la acumulación (en tanto forma capitalista de la explotación de clase), contradicciones eficazmente condensadas en el análisis de Marx de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, que constituyen para Hirsch la fuerza dinámica detrás del desarrollo del proceso de acumulación y por ende del desarrollo del propio estado. La tendencia a la caída de la tasa de ganancia y las contra-tendencias que desencadena emerge así como la clave para el entendimiento del desarrollo del estado. Está claro desde una lectura del análisis de Hirsch que no ve la tendencia a la caída de la tasa de ganancia como una ley económica que tiene alguna manifestación estadística necesaria, sino como la expresión de un proceso social de la lucha de clases que impone sobre el capitalismo la necesidad de reorganizar constantemente sus propias relaciones de producción, un proceso de reorganización que Hirsch relaciona con la movilización de las contra-tendencias a la caída de la tasa de ganancia: “La movilización de las contratendencias significa en la práctica la reorganización tanto de un complejo histórico de condiciones sociales generales de la producción como de las relaciones de explotación en un proceso que sólo puede proceder de una manera tendiente a crisis. Por lo tanto, el curso real necesariamente tendiente a crisis del proceso de acumulación y el desarrollo de la sociedad capitalista dependen decisivamente de si se logra exitosamente y de qué manera, la reorganización necesaria de las condiciones de producción y de las relaciones de explotación.” [59] Para un análisis histórico rigurosamente teorizado del desarrollo económico y político capitalista es necesario, por lo tanto, centrarse en este proceso constante de reorganización por la lucha y a través de crisis de las relaciones sociales capitalistas, económicas y políticas.
Este enfoque, que toma como punto de partida la relación antagónica entre capital y trabajo en el proceso de acumulación, nos provee así un marco para un análisis histórico y materialista del estado. El proceso de reorganización constantemente renovado de las relaciones sociales inherentes al concepto de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia es un proceso histórico que no comienza completamente de nuevo cada vez, pero en el cual cada ciclo de reorganización es moldeado por las contradicciones cada vez más intensificadas que surgen de la reorganización previa. Aunque la reorganización adopta características diferentes en las coyunturas específicas, las formas fundamentales fueron formadas en todas partes por las contradicciones del proceso de acumulación. Es posible distinguir entonces entre  diferentes fases de reorganización (económica y política) que tiene lugar a escala global. En este enfoque, la historia efectiva del desarrollo de las funciones del estado y de las instituciones del estado no es por lo tanto algo que ha sido de alguna manera adicionado después de que la derivación lógica del estado ha concluido, sino que está ya implícito en el análisis “lógico”. En otras palabras, el análisis no es solo lógico, sino también histórico.[60] Como plantea Hirsch: “la investigación de las funciones estatales debe basarse en el análisis categorial del curso histórico del proceso de reproducción y acumulación capitalistas. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que no es un problema de deducción lógica a partir de leyes abstractas, sino de un entendimiento conceptualmente informado de un proceso histórico”.[61]
Este punto nos parece de una importancia central. El propósito de la crítica marxista de las formas políticas y económicas no es simplemente analizar una sociedad dada. Tiene poco sentido hablar de las “formas” capitalistas de las relaciones sociales a menos que uno tenga otras formas en mente, a menos que  uno considere estas formas como transitorias. Está implícita en el propio concepto de forma la idea de que está determinada históricamente y desarrollada históricamente. Es precisamente esta crítica de las formas capitalistas como formas transitorias la que sienta la base del análisis marxista. Tal como plantea Rosa Luxemburgo: “el secreto de la teoría marxiana del valor, de su análisis del problema del dinero, de su teoría del capital, de su teoría de la tasa de ganancia y, en consecuencia, de todo el sistema económico existente, se basa en el carácter transitorio  de la economía capitalista. […] Fue sólo porque analizó el capitalismo desde el punto de vista del socialista, es decir, histórico, que Marx pudo descifrar los jeroglíficos de la economía capitalista”.[62] En consecuencia, las categorías desarrolladas por Marx para criticar las formas de la sociedad capitalista no fueron diseñadas para describir a una sociedad estática, sino para conceptualizar estas formas como expresiones de un proceso histórico: “el modo de tratamiento lógico no es, de hecho, otra cosa que el histórico, sólo que despojado de la forma histórica y los accidentes molestos. Allí donde comienza la historia, debe comenzar también el razonamiento, y su curso ulterior no será otra cosa que el reflejo, en forma abstracta y teóricamente consecuente, del decurso histórico, en el cual puede considerarse a cada factor en el punto de desarrollo de su plena madurez, de su clasicidad”.[63] Por lo tanto, es seguramente equivocado trazar una distinción clara entre el análisis formal y el análisis histórico, como hicieron Blanke, Jürgens y Kastandiek. El análisis formal es el análisis de una forma de las relaciones sociales históricamente determinada e históricamente desarrollada, y es difícil ver cómo un análisis adecuado de la forma puede ser otra cosa que histórico.
El problema, sin embargo, no es simplemente ver las categorías de Marx como simultáneamente categorías lógicas e históricas, porque sigue estando todavía la dificultad de relacionar la “imagen de espejo corregida” con el “proceso histórico real”, de relacionar la acumulación capitalista y sus tendencias derivadas formalmente al desarrollo efectivo de la lucha de clase, de entender la lucha de clases no solo en su forma, sino en su interacción de forma y contenido. En este sentido pueden plantearse dudas sobre el desarrollo de Hirsch de su propio análisis. El punto focal del artículo de Hirsch nos parece que radica en su análisis de la movilización de las contra-tendencias a la caída de la tasa de ganancia como un proceso económico, político e ideológico de la lucha de clases necesario (determinado por su forma [form-determined]) para reestructurar las relaciones sociales de la producción capitalista. Esta lucha (la lucha para mantener o restaurar las condiciones de la acumulación) está sujeta a ciertas constricciones y finalidades que pueden ser derivadas lógicamente de la naturaleza de la producción de plus valor. El resultado de la lucha, sin embargo, no puede ser derivado de su forma, sino que sólo puede ser analizado en términos de los contenidos concretos de la lucha, de la organización y la fuerza de las diversas clases y fracciones de clases, la manera en la cual se libra la lucha en los frentes económico, político e ideológico, etc. Esta lucha, la lucha por acumular, en la cual el capital confronta continuamente con sus propios límites inmanentes y busca superar estos límites permaneciendo dentro del marco de su propia existencia (reestructurada), es seguramente el meollo de la lucha de clases en la sociedad capitalista. Este punto, central para su análisis de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, tiende quizás a escabullírsele a Hirsch en el desarrollo ulterior de su argumento. La segunda parte de su artículo se ocupa de dar un esbozo histórico de las principales fases de la reorganización de las relaciones sociales capitalistas y su relación con el desarrollo de las funciones del estado. Aunque este esbozo provee un invaluable marco dentro de la cual analizar el proceso concreto de la reorganización del “complejo histórico de las condiciones sociales generales de la producción y las relaciones de explotación”, tiende a desdibujarse el énfasis en que esta reorganización es un proceso de lucha de clases. Al operar a este nivel de abstracción, hay una tendencia a sugerir que el desarrollo del estado corresponde grosso modo a los requerimientos de la acumulación del capital, pero que el análisis de la manera en la cual y la medida en la cual estos requerimientos expresan en sí mismos y son (o no son) satisfechos, requeriría una teoría de la lucha de clases. Hay quizás un cambio sutil entre argumentar que la acumulación debe verse como un proceso de lucha de clases determinado por la forma y tendiente a crisis (y de aquí que la lucha de clases deba verse como enfocada a y formada por la lucha por acumular) y sugerir que la relación entre la acumulación y la actividad del estado debe verse como mediada a través de la lucha de clases. Por sutil que sea el cambio, pueden advertirse las consecuencias: mientras que el primer énfasis conduciría a un análisis de la separación e interrelación entre lo económico y lo político en el proceso concreto de la lucha por reestructurar el capital, el último énfasis fuerza a sugerir la necesidad para el análisis del “vínculo perdido” (político) entre el proceso de acumulación (económico) y la actividad del estado. Nos parece que es más fructífero seguir el primer camino, el análisis de la acumulación como lucha de clases.[64]
En esta perspectiva es oportuna la insistencia de Heide Gerstenberger en su contribución sobre la importancia de una investigación histórica concreta en cualquier análisis del desarrollo del estado. Este énfasis en el análisis histórico del curso concreto de la lucha de clases en sociedades particulares revela por supuesto la especificidad del desarrollo de estados particulares y pone en un primer plano el problema de en qué medida puede hablarse de el estado capitalista. Al mismo tiempo, sin embargo, los efectos universalizantes y socializantes del modo de producción capitalista implican que una teoría general el estado capitalista es a la vez posible y necesaria. La dominación global del modo de producción capitalista implica que, en contraste con modos de producción anteriores, no solo hay una multiplicidad de estados particulares cuyas formas reflejan y resultan de la historia particular de cada sociedad. La generalización de las relaciones de producción capitalistas produce una generalización de las condiciones de reproducción de aquellas relaciones. Más aún, como remarca Gerstenberger, la creciente dominación y extensión del modo capitalista de producción produce una convergencia en la estructura y en las características de los estados individuales. Sin embargo, una teoría general del estado capitalista debe basarse en las formas particulares que adopta la acumulación del capital y en la historia efectiva de las luchas a través de las cuales el modo capitalista de producción se desenvuelve y se expande a escala global. Así, Claudia Von Braunmühl enfatiza en su contribución en la importancia de relacionar lo económico y lo político no solo en el contexto del estado nación, sino en una escala internacional. Vista desde esta perspectiva, la propia fragmentación del capital en capitales nacionales y de la organización política del capital internacional en estados nacionales (así como sus relaciones en el sistema imperialista) debe abordarse desde el crecimiento histórico efectivo de la producción capitalista y las condiciones históricas específicas que establecieron los capitales nacionales y sus relaciones en el mercado mundial. Como ella argumenta, no solo la existencia, sino también las características particulares y el desarrollo histórico de los estados naciones particulares pueden sólo pueden entenderse adecuadamente a través de un análisis de la relación entre el estado, el capital nacional y el desarrollo internacional de las contradicciones de la acumulación capitalista.
Los tres últimos autores del libro mencionados (Hirsch, Gerstenberger y Braunmühl) plantean de diferentes maneras la cuestión de los límites del análisis formal del estado. Plantear el problema del límite del enfoque, sin embargo, es completamente diferente de cuestionar el valor del enfoque. El objetivo del debate de la “derivación del estado” fue llegar a un entendimiento del estado como una forma particular de las relaciones sociales en el capitalismo y del ímpetu y las limitaciones de la actividad del estado que resultan de dicha forma. Sugerimos antes que en la discusión marxista del estado en Gran Bretaña hubo una tendencia subyacente a contraponer la “lógica del capital” a la “lucha de clases” como puntos de partida alternativos para el análisis del estado. Argumentamos que contraponer estos dos enfoques es crear una falsa polaridad: la “lógica del capital” no es sino la expresión de la forma básica de la lucha de clase en la sociedad capitalista. Es erróneo pensar que el desarrollo social puede entenderse mediante un análisis de la lucha de clases indiferente a la cuestión de la forma de esta lucha de clases: semejante análisis no puede rendir cuenta de la naturaleza de los constreñimientos y los impulsos que surgen de esta forma. Esta indiferencia respecto del problema de la forma nos parece la esencia del reformismo y este fue también el eje de nuestra crítica de Poulantzas, Miliband, Gramsci y los neo-ricardianos. Si debe rechazarse un análisis indiferente respecto de la forma, es igualmente equivocado pensar que el análisis del estado debe puede reducirse al análisis de su forma, a la mera “lógica del capital”. Es muy posible que a veces –específicamente en las primeras contribuciones al debate alemán– se haya esperado demasiado del análisis de la forma. El problema, sin embargo, es no analizar el desarrollo social exclusivamente en términos de la “forma” de la lucha de clases (porque esto tiende a conducir a una concepción sobre- determinista del desarrollo social), ni exclusivamente en términos de su “contenido”, sino entender que el desarrollo social está determinado por una interacción dialéctica entre forma y contenido: “Según el enfoque dialéctico que adoptó Marx, el ´contenido´ y la ´forma´ que origina existen en interacción constante y en lucha constante la una con la otra, de las cuales resulta, por un lado, el abandono de las formas, y, por el otro, la transformación de los contenidos”.[65]
Así es como debemos entender entonces el mayor logro teórico realizado por el debate alemán. No se trata de que el “análisis de la forma” represente alguna suerte de “camino real hacia la ciencia”  siguiendo el cual no se encontrarán obstáculos para un entendimiento de lo político. Si el lector encuentra el debate a veces demasiado formal y demasiado abstracto, estas críticas son parcialmente justificadas. El mayor logro del enfoque del “análisis de la forma” no es el haber solucionado todos los problemas de la teoría marxista del estado, sino el haber establecido el pre-requisito esencial para un entendimiento del estado basado en la dialéctica de la forma y el contenido de la lucha de clases. El análisis de la forma aislado no es suficiente, pero en la medida en que el problema de la forma es ignorado, un enfoque adecuado del estado es imposible.
Es muy importante que los participantes del debate de la “derivación del estado” entiendan ellos mismos el avance teórico resultante del debate, que una comprensión de los límites del enfoque no los conduzca al escepticismo acerca de su valor. Puesto que las limitaciones del análisis de la forma se volvieron claras, hubo signos de desilusión con el enfoque de la “derivación del estado” formal en algunos de los ensayos más recientes.[66] En lugar de avanzar elaborando teóricamente las luchas históricas efectivas que mediaron y dieron formularon el desarrollo de las contradicciones del capital como relación, hubo una tentación a esquivar este proceso mediante la utilización de las categorías políticas de teóricos políticos marxistas como Gramsci y Poulantzas. Sin la intención de subestimar el valor del trabajo de estos teóricos nos parece, sin embargo, que sus análisis no pueden simplemente “añadirse” al enfoque de la derivación del estado, sino que necesitarían una muy cuidadosa re-elaboración a la luz de los avances teóricos alcanzados. Puesto que el “debate de la derivación del estado” pasó a un nuevo estadio en el cual, parcialmente como resultado de procesos políticos en Alemania occidental, parcialmente como resultado de la dinámica del debate en sí mismo, se prestó mayor atención al análisis de la coyuntura política actual,
es importante que los análisis “concretos” no sean vistos como un abandono del debate de la derivación del estado sino como un desarrollo de dicho debate, que el contenido de las luchas de clases sea siempre analizado en su relación de tensión dialéctica con su forma.
El objetivo de esta introducción no fue resumir o hacer justicia a las contribuciones individuales a este libro: esta tarea, en cualquier caso, hubiera sido imposible dentro de los límites de una corta introducción. El objetivo fue más bien situar el debate aquí presentado, esbozar algunos de los temas y problemas que surgieron y, sobre todo, explicar por qué consideramos que los siguientes artículos representan un logro mayor en el arduo camino hacia una teoría materialista del estado.   
        
 


[1] [Holloway y Picciotto emplean diversas expresiones que contienen el término “forma” –“political form”,  “form of the state”, “state form”. Nosotros preferimos traducirlas textualmente, pero siempre debe tenerse en cuenta que se refieren al estado como forma, es decir, como modo de existencia de las relaciones sociales capitalistas en general, y no a las formas de estado, es decir, a las características particulares que revisten ciertos estados en ciertos períodos históricos determinados; NdT.]
[2] Debería quedar claro a partir de nuestras definiciones que el “determinismo económico” no puede identificarse con la obra de los “economistas” ni el “politicismo” necesariamente con la obra de los “teóricos políticos”. Desarrollaremos esto más adelante.   
[3] Marx, K.: Introducción general a la crítica de la economía política de 1857, México, Siglo XXI, p.66.     
[4] También es considerado por Poulantzas como una obra más general sobre la articulación general del modo de producción capitalista y el desarrollo de conceptos básicos tales como los de modo de producción, relaciones de producción, etc. Nuestra crítica, sin embargo, es que las categorías desarrolladas específicamente en El capital (valor, plus valor, acumulación, etc.) son consideradas como conceptos específicos del análisis del nivel económico.  
[5] Poulantzas, N.: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, México, Siglo XXI, 1976, p.25.
[6] Ibidem.
[7] Miliband, R.: “Réplica a Nicos Poulantzas”, en R. Miliband, N. Poulantzas y E. Laclau: Debates sobre el Estado capitalista, Bs. As., Imago Mundi, 1991, p.94.
[8] Miliband, R.: El estado en la sociedad capitalista, México, Siglo XXI, 1985, p. 257.
[9] Poulantzas, N.: “El problema del estado capitalista”, en R. Miliband, N. Poulantzas y E. Laclau: op. cit., p.81.
[10] Poulantzas, N.: Poder político…, ed. cit..
[11] Véase Poulantzas, N.: op. cit., p.21. En nuestra opinión, que después desarrollamos, las relaciones de producción o relaciones de explotación no son ni económicas ni políticas, sino que en el capitalismo aparecen como formas económicas y políticas diferenciadas de las relaciones sociales, pero la tarea de la teoría marxista es precisamente criticar y trascender estas formas.  
[12] Poulantzas, N.: La internacionalización de las relaciones capitalistas y el estado nación, Bs. As., Nueva Visión, 1974, p. 58 y ss..
[13] Poulantzas, N.: op. cit., p. 61-2.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem.
[16] Idem, p.66.
[17] Bujarin, N.: El imperialismo y la acumulación del capital,  Córdoba, Pasado y Presente, 1975.
[18] Mandel, E.: “Introduction” a Trotsky, The struggle against fascism in Germany, Londres, 1975, p. 19.
[19] Véase Marx, K.: El capital, México, Siglo XXI, 1990, tomo III, cap. 15.
[20] Es significativo que, en su tratamiento del fascismo así como en otras obras, Poulantzas se ocupa de las distintas clases en capítulos separados dedicados a las “clases dominantes”, a las “clases dominadas”, etc. Esto lo lleva a pasar por alto el análisis sistemático del conflicto determinante entre la clases que constituye el motor del todo el movimiento histórico. Las implicancias políticas de este énfasis en las contradicciones en, antes que entre, las clases es particularmente evidente en su tratamiento de Grecia y de la caída de la justa militar en su libro más reciente (La crisis de las dictaduras. Portugal, Grecia, España, Madrid, Siglo XXI, 1976). Para una discusión de este punto, véase la ponencia presentada por Loukas Politikos al grupo sobre la integración europea de la Conferencia de Economistas Socialistas “La internacionalización del capital, la integración europea y los países en desarrollo”, en diciembre de 1975.       
[21] Es cierto que Poulantzas rechazó en buena medida sus concepciones metodológicas iniciales, criticando su primer libro por transmitir cierta concepción de “las instancias en tanto que entidades mutuamente separadas e impermeables” (“El Estado capitalista. Una réplica a Miliband y Laclau”, en R. Miliband, N. Poulantzas y E. Laclau: op. cit., p. 180), enfatizando más en consecuencia en la unidad de las dos “instancias” separadas. Bien puede ser que Poulantzas, parcialmente bajo la influencia del debate alemán, esté buscando el camino hacia una teoría materialista y dialéctica de la relación entre la economía y la política, pero sus libros recientes (Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI, 1979 y La crisis de las dictaduras, ed. cit.) no muestran mucho progreso en este sentido. Como vimos en el tratamiento de la integración europea, no hay aún ningún análisis del desarrollo histórico de la relación entre las formas políticas y económicas. Poulantzas es incapaz de desarrollar una teoría de la unidad-en-la-separación de la política y la economía precisamente porque rechaza la tarea de la teoría materialista histórica de considerar como una totalidad el desarrollo capitalista que provee la base de esta unidad.      
[22] Véase el tratamiento de Negri de ambos, Poulantzas y Miliband, como “neo-gramscianos” (Negri, A.: “Sobre algunas tendencias de la teoría comunista del estado más reciente: reseña crítica”, en La forma – estado, Madrid, Akal, 2003). 
[23] Hirsch, J.: Elementos para una teoría materialista del estado [incluido en este volumen].
[24] Para una reseña completa de esta controversia, véase Fine, B. y Harris, L.: “Controversial issues in Marxist economic theory”, en Socialist register 1976, Londres.
[25] Véase Glyn, A. y Suttcliffe, B.: British capitalism, workers and the profit squeeze, Londres, 1972.
[26] Gough, I.: “El gasto del estado en el capitalismo avanzado”, en H. Sonntag y H. Valecillos (eds.): El estado en el capitalismo avanzado, México, Siglo XXI, 1999.
[27] Para una discusión más completa del artículo de Gough, véase Holloway; J. y Picciotto, S.: “A note on the theory of the state (a reply to Ian Gough)”, en Bulletin of the Conference of Socialist Economists 14, Londres, 1976, y Fine, B. y Harris, L.: “´State expenditure in advanced capitalism´: a critique”, en New Left Review 98, Londres, 1976.  
[28] A la vista de su adhesión a las categorías de la superficie, quizás no resulte sorprendente que su obra, así como la de Poulantzas, se caracterice por una hostilidad general por las que ellos consideran como interpretaciones “historicistas” o “hegelianas” de Marx: véase en particular Hodgson, G.: “Exploitation and embodied labour-time”, en Bulletin of the Conference of Socialist Economists 13, Londres, 1976. 
[29] Gough, I.: op cit., p. 246-7.
[30] Véase Poulantzas, N.: Las clases sociales en el capitalismo actual, ed. cit., p.179 y ss.).
[31] El problema del análisis de la forma se complica a continuación por la necesidad de aprehender la naturaleza esencial de las relaciones sociales que se presentan a sí mismas en ciertas formas fenoménicas. Sobre esto véase el artículo de Blanke, Jürgens y Kastendiek.
[32] Gramsci, A.: Selections from the prison notebooks, Londres – Nueva York, 1971, p. 233.
[33] Yaffe, D. y Bullock, P.: “Inflation, the crisis and the post-war boom”, en Revolutionary Communist 3-4, Londres, 1975, p. 33.
[34] Idem, p. 34.
[35] Fine, B. y Harris, L.: “´State expenditure…”, op. cit., y “Controversial issues…”, op. cit.
[36] Müller, W. y Neusüb, Ch.: La ilusión del estado social y la contradicción entre trabajo asalariado y capital , [incluido en este volumen].
[37] Marx, K. y Engels, F.: La ideología alemana, Bs. As., Pueblos Unidos, 1985, p.72.
[38] Marx, K.: El capital, México, Siglo XXI, 1990, tomo I, p.93.
[39] Marx, K.: Idem, p.98.
[40] El problema de la forma, la comprensión del análisis de Marx como la crítica materialista de las categorías burguesas en tanto formas de relaciones sociales, fue pasado por alto en gran medida por los marxistas de este país. En Alemania occidental, sin embargo, el análisis de la forma cobró una importancia central gracias a un conjunto de influyentes estudios que aparecieron a fines de los 1960s y comienzos de los 1970s. Así Rosdolsky, en su excelente comentario sobre los Grundrisse, afirma que “son las formas sociales específicas de la producción y la distribución las que, en opinión de Marx, constituyen el verdadero objeto del análisis económico” (Rosdolsky, R.: Génesis y estructura de ´El Capital´ de Marx, México, Siglo XXI, 1986, p.108). Así Backhaus se refiere a “el tema central del análisis de Marx de la forma valor: por qué este contenido adopta esta forma” (Backhaus, H.-G.: “Zur Dialektik der Wertform”, en A. Schmidt: Beiträge zur Marxistischen Erkenntnistheorie, Frankfurt, 1969, p. 132). Así Reichelt introduce su obra afirmando que “la crítica de la economía política difiere de toda teoría económica –aún en la actualidad- en la pregunta que se plantea: qué […] se esconde detrás de las categorías mismas; cuál es el contenido particular de las determinaciones de la forma económica, i. e., de la forma valor, de la forma dinero, de la forma capital, de la forma ganancia, interés, etc. Mientras que la economía política burguesa se caracteriza generalmente por el hecho de que se ocupa de las categorías de manera externa, Marx insiste en una derivación estricta de la génesis de dichas formas” (Reichelt, H.: Zur logischen Struktur des Kapitalbegriffs bei Karl Marx, Frankfurt, 1970, p. 16, énfasis en el original).            
[41] Fine, B. y Harris, L.: “State expenditure…”, op. cit., p. 109).
[42] Poulantzas, N.: Poder político y clases sociales…, ed. cit., p. 25.
[43] Es una gran pena que Pashukanis haya sido tan desconocido por los marxistas en Gran Bretaña: esto quizás se deba parcialmente a la relativa inaccesibilidad de las traducciones existentes y parcialmente a la pésima calidad de la traducción (que habla de “goods” [bienes] en lugar de commodities [mercancías],  de “worker strenght” [fuerza del obrero] en lugar de labour power [fuerza de trabajo], etc.). Aquí, en consecuencia, volvimos a traducir nuestras citas de Pashukanis cuando fue necesario.
[44] Pashukanis, E. B.: La teoría general del derecho y el marxismo, México, Grijalbo, 1976, p. 69).
[45] Pashukanis, E. B.: op. cit., p.142.
[46] Podría resultar erróneo personalizar el debate, pero quienes propusieron este primer enfoque están asociados generalmente con Berlín y con la revista Probleme des Klassenkampfs [Problemas de la lucha de clases]. 
[47] Marx, K.: El capital, ed. cit., I, p. 287.
[48] Pashukanis, E. B.: op. cit., p.139.
[49] Para referencias a desarrollos recientes de los teóricos marxistas del derecho, véase el ensayo de Blanke, Jürgens y Kastendiek [incluido en este volumen]. 
[50] Un aspecto interesante del debate alemán es el fructífero estímulo que recibió de la crítica de las teorías del capitalismo monopolista de estado: para un tratamiento específico de estas teorías, véase particularmente Wirth, M.:  Kapitalismustheorie in der DDR, Frankfurt, 1972 y Contribución a la crítica de la teoría del capitalismo monopolista de estado [incluido en este volumen].      
[51] Para una discusión muy completa de las condiciones generales de la producción véase Läpple, D.: Staat und allgemeine Produktionsbedingungen, Berlín, 1973.  
[52] Blanke, Jürgens y Kastendiek también formulan esta crítica [en el artículo incluido en este volumen].
[53] Blanke, B., Jürgens, U. y Kastandiek, H.: Acerca de las discusiones actuales sobre el análisis de la forma y la función del estado burgués [incluido en este volumen].
[54] Intentamos originalmente incluir el artículo de Flatow y Huisken, pero los autores posteriormente retiraron su permiso.
[55] Flatow, S. y Huisken, F.: Sobre el problema de la derivación del estado burgués [incluido en este volumen].   
[56] Marx, K.: El capital, ed. cit., tomo III, cap. XLVIII.
[57] Si el primer enfoque puede identificarse a grandes rasgos con Berlín, entonces este enfoque puede asociarse con Frankfurt y la revista Gesellchaft [Sociedad].
[58] Pashukanis, E. B.: op. cit., p.142.
[59] [Incluido en este volumen.]
[60] El término “lógica del capital” fue en cambio aplicado a grandes rasgos en Gran Bretaña a todo análisis que se base a sí mismo en las contradicciones del capital; debería quedar claro a la luz de esta introducción y, ciertamente, de la lectura del libro, sin embargo, que sería completamente equivocado aplicar la etiqueta de “lógica del capital” al conjunto del debate aquí presentado; que, aún cuando todos los autores partan del análisis del capital, hay diferencias muy grandes en su concepción de la “derivación” del estado y su entendimiento de la “lógica” del capital.      
[61] [Incluido en este volumen.]
[62] Luxemburgo, R.: “¿Reforma o revolución?, en Obras escogidas, Bs. As., Pluma, 1976, tomo I, p. 86.
[63] Rosdolsky, R.: op. cit., p.146 [la cita incluida es de un comentario de Engels sobre la Contribución a la crítica de la economía política de Marx, NdT]
 
[64] Hirsch anuncia que estaría siguiendo el segundo camino (el análisis del “vínculo perdido”), en alguna medida, en las últimas páginas de su ensayo y en sus obras más recientes [véase el segundo texto de Hirsch incluido en este volumen].   
[65] Rosdolsky, R.: op. cit., p.  66-7.
[66] Véase en particular la discusión de Hirsch [del segundo artículo incluido en este volumen] por Gerstenberger, H.: “Zur Theorie des bürgerlichen Staates –Anmerkungen zum gegenwärtigen Stand der Debatte” [en la introducción de Holloway y Picciotto, este artículo figura aún en prensa, pero fue publicado como “Zur Theorie des bürgerlichen Staates. Der gegenwärtige Stand der Debatte” en J. Hoffmann et alii (comps.): Politische Ökonomie. Geschichte und Kritik, tomo 5: Staat, Frankfurt, 1977].

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