18/04/2024

Foucault, Marx y el marxismo. Un balance provisorio

Introducción


“… yo hago una especie de juego. A menudo cito
conceptos, textos y frases de Marx, pero sin sentirme
obligado a añadir la etiqueta identificadora de una
nota al pie de página con una frase laudatoria para acompañar
esa cita. Si uno hace eso, es considerado como alguien que
conoce y reverencia a Marx, y es honrado en las así llamadas
revistas marxistas. Pero yo cito a Marx sin decirlo; sin poner comillas,
y como que la gente es incapaz de reconocer los
textos de Marx, a mí se me considera como alguien que
no cita a Marx. Cuando un físico escribe un texto de física,
¿acaso siente la necesidad de citar a Newton o a Einstein?”
M. Foucault
 
En el presente escrito pretendemos realizar una lectura de Foucault, bajo el interés de indagar y ordenar sus apreciaciones en torno a Marx y el marxismo. Este emprendimiento lo realizamos bajo tres tópicos: a) Abordaje de la historia; b) Poder; c) Sujeto y humanismo.
Es sabido que en las academias de nuestro país especializadas en asuntos filosóficos, sociales, psicológicos y educativos, la difusión del pensamiento foucaultiano suele ir acompañado de una deslegitimación de los planteos de Marx y el marxismo. Entendemos necesario indagar en la propia obra de Foucault para intentar saldar cuentas con esta difusión y disociación de Foucault respecto a Marx. Para ello, nos parece medular retener la distinción (que el propio Foucault establece) entre Marx y el marxismo. En este sentido, el marxismo con que el autor francés discute es, básicamente, el proveniente de las obras de Althusser, Sartre y el “stalinista”, o sea, la línea oficial de los partidos comunistas por aquellos años (50’ – 70’). El emprendimiento de este escrito parte, parafraseando a Bourdieu (1997:18), de leer a Foucault sorteando el reduccionismo (según la lógica tú no eres marxista, tu no eres más que estructuralista, etc.) como el fetichismo y adoración. Es entre estos márgenes que intentamos caminar. Los tópicos seleccionados son escuetos para una empresa de tamaña envergadura, pero, entendemos que condensan temáticas medulares no sólo de las obra del autor sino también de la difusión del pensamiento foucaultiano en las académicas.
El método de indagación de la obra de Foucault es fundamentalmente inductivo. Allí donde el autor hace referencia a Marx y al marxismo, nos detuvimos, analizamos, sistematizamos y englobamos.
El escrito está divido en tres apartados, siguiendo los tópicos seleccionados. A modo de cierre, planteamos conclusiones en términos de recuento de lo trabajado, apertura de nuevas líneas de indagación y balance de la obra foucaultiana en relación a la temática de la revolución y una de las tradiciones del marxismo que pregonamos: la Filosofía de la praxis. A lo largo del escrito, a medida que exponemos los planteos de Foucault sobre los tópicos seleccionados, colocamos sus referencias a Marx y el marxismo. A su vez, también realizamos balances y articulaciones (en general propias) de la obra de Foucault con Marx y el marxismo (en general desde la Filosofía de la Praxis).
Entre los propósitos del escrito, destacamos problematizar la disociación de Foucault respecto a Marx en la difusión académica de la obra foucaultiana, precisar las discusiones del autor con el marxismo y retomar sus planteos para (re)pensar la cuestión de la revolución en el capitalismo avanzado.

Desarrollo

1.Abordaje de la historia

“Es imposible, en el presente, escribir historia sin utilizar
un conjunto de conceptos vinculados directa o indirectamente
con el pensamiento de Marx y sin situarse uno mismo dentro
de un horizonte de pensamiento que ha sido definido y descrito
por Marx. Se debe incluso preguntar qué diferencia puede haber,
  en última instancia, entre ser un historiador y ser un marxista”
Foucault, M.

 

La obra de Foucault está atravesada por la temática de la constitución y producción de la subjetividad. Como sostienen Álvarez – Uria y Varela (1991:8) el proyecto foucaultiano asume un carácter genealógico en tres dimensiones: a) una ontología histórica de nosotros mismos en relación a la verdad a través de la cual nos constituimos en sujetos de conocimiento; b) una ontología histórica de nosotros mismos en relación al campo del poder a través del cual nos constituimos en sujetos que actúan sobre los demás; c) una ontología histórica de nosotros mismos en relación a la ética a través de la cual nos constituimos en agentes morales. Más allá de la discusión sobre la periodización o no de la obra foucaultiana a partir de estas dimensiones, es de interés ligar este proyecto con el escrito del autor francés, “Qué es la ilustración”. Allí Foucault marca que con el planteo de Kant acerca de la ilustración se abre e inaugura una tradición crítica que se pregunta por la actualidad, que desarrolla una ontología del presente y de nosotros mismos. Sostiene que esta tradición crítica, en la que él se inscribe, cuenta con antecedentes como Hegel, Nietzche, Weber o la Escuela Frankfurt. Si bien aquí no hace alusión a explícita a Marx, como veremos éste también constituye un antecedente de este camino para el autor.

Foucault, con el proyecto genealógico, prosigue fundamentalmente el legado de Nietzche pero también continúa planteos de Marx. En las características de la genealogía, se destaca su compromiso con el presente, esto es, conducir el análisis desde la situación presente. La genealogía se distancia de la historia de los historiadores porque más que pretender dar cuenta del pasado, plantea la necesidad de indagación de los procesos históricos que han hecho posible la configuración presente (Álvarez Uria, 1996:14). Los temas que aborda Foucault eran problemas acuciantes del presente. Existe una sintonía respecto al punto de partida epistemológico con Marx. Éste, además de trabajar sobre asuntos presentes acuciantes para dar cuenta de sus configuraciones actuales, se ancló en la perspectiva histórica de los trabajadores que lo habilitó a cuestionar la naturalización de las condiciones e instituciones capitalistas a las que el pensamiento burgués, por ejemplo de la mano de Smith y Ricardo, buscaba fijar en la eternidad (Lukács, 1923/2002:105). Vale marcar que el propio Foucault, en Nietzche, Freud, Marx (1967 / 1999:40) valora esta ruptura del pensamiento de Marx con la burguesía, a través de rescatar el concepto de superficialidad (como se encuentra al comienzo de El Capital) que apunta a indicar que la profundidad de la concepción de la burguesía no es realidad sino superficialidad. Es posible sugerir que Foucault también ancla su perspectiva en los dominados, sometiendo a crítica a las condiciones e instituciones modernas, exponiendo sus procesos históricos conflictivos y, por extensión, desnaturalizándolas.
La genealogía supone el objetivo de desubstancializar los conceptos, descubrir su carácter ficcional, mostrar los procesos implícitos en ellos, desestabilizando el concepto tradicional de verdad (Colombani, 2008:99;103). Esto encuentra antecedentes en la obra de Marx, de modo claro en “El fetichismo de la mercancía” (Murillo, 1997:38). Esta desubstancialización de los conceptos, se liga con un modo de abordar la historia en Foucault que busca detectar las rupturas o interrupciones por debajo de las grandes continuidades, criticar la persecución de puntos originarios o fundacionales como así también la proyección de teleologías. Así se distancia de una historia global de las totalidades (Foucault, 1991b:65). En La arqueología del saber (1969/1997), Foucault plantea que esta mutación epistemológica respecto al abordaje de la historia tiene su primer momento en Marx, pero que tardó en producir sus efectos (1969/1997:19).
Sólo para ilustrar este abordaje de la historia que Foucault le atribuye a Marx, recordemos las críticas del autor alemán a las (interpretaciones) robinsonadoas de Smith y Ricardo que situaban a un pescador o cazador no como un resultado histórico sino como punto de partida de la historia y de su teoría (Marx, 1857/1967:33). Para Foucault (1967/1999:41;48) este rechazo de las robinsondas, o sea el rechazo al comienzo en la historia, se liga, a su vez, con el carácter inacabado y violento de la interpretación en Marx que, luego el marxismo suturó. Por otra parte, si bien la cuestión de la teleología en Marx puede resultar más compleja, adherimos a una lectura que no postula al advenimiento del socialismo de modo mecánico sino tan sólo como una posibilidad, entre otras. De hecho Foucault sostiene una lectura semejante cuando afirma que Marx, al igual que Nietzche, sostienen la apertura y desarrollo incesante de la historia (1969/1997:24). Por otra parte, en las clases en el Collége de France, el autor francés sostiene la relevancia en el abordaje de la historia del concepto de contrahistoria, esto es, el relato de la historia de los oprimidos y sus luchas. En este punto, cita a Marx que encontraba en la historia de la razas (en la contrahistoria para Foucault) un antecedente de la historia de la luchas de clases (1976/2008:79). Así, el autor se apoya en Marx, para dar cuenta de la relevancia de la contrahistoria en el tratamiento de la historia en general y, específicamente, del proyecto y la práctica revolucionaria.

Para Foucault, Marx implicó una ruptura (no proseguida por el marxismo) con el análisis histórico lineal que convertía a la conciencia humana en el sujeto originario de todo proceso social y suponía una concepción del tiempo de forma totalizante y globalizadora. El autor alemán supuso un descentramiento en le tratamiento de la historia, basado en sus análisis históricos, en las determinaciones económicas y la lucha de clases. Sin embargo, contra este descentramiento de Marx, Foucault precisa que se desarrolló, a fines del siglo XIX, una historia global, en la que todas las diferencias de una sociedad podrían ser reducidas a una forma única, al establecimiento de un sistema de valores, a un tipo coherente de civilización (1969/1997:19).

Foucault realiza abordajes históricos centrados en las condiciones de existencia, en las prácticas sociales que continúa el descentramiento operado por Marx. De allí que critique la antropologización de Marx que busca hallar en él al humanismo, situando al hombre en el centro de anudamiento de la historia. El autor francés despliega y reivindica un abordaje de la historia en Marx en que se cuestiona la primacía del sujeto y aboga por el carácter no conciente del devenir histórico. Esto último en el sentido que la historia supone el enfrentamiento entre fuerzas que no obedecen a un destino, a una mecánica ni se manifiestan como las formas sucesivas de una intención sino que están inscritas en el azar que supone la lucha. Estas fuerzas aparecen en el conjunto aleatorio y singular del acontecimiento (Foucault, 1992:20). Foucault no hace alusión explícita a Marx en esta cuestión, pero si retenemos que el nudo en la historia para el autor alemán reside en la lucha de clases, esto es, en el enfrentamiento entre fuerzas, observamos continuidades también aquí entre los autores. La historia en ambos casos es belicosa, aunque claro está, en Marx se encuentra una utopía (no teleología) donde este carácter se superaría; cuestión que en Foucault no plantea, entre otras razones, por su concepción del poder.
 
2. El (carácter relacional del) poder

“Después de todo ha sido necesario llegar
al siglo XIX para saber lo que era la explotación, pero
no se sabe quizá siempre qué es el poder. Y Marx y Freud
no son quizás suficientes para ayudarnos a conocer esta cosa tan
enigmática, a la vez visible e invisible, presente y oculta, investida
  en todas partes que se llama poder”
Foucault, M

 

Es de interés comenzar por tratar el tópico del poder a través de exponer, el estado de fuerzas y del arte (sobre el tema) con que Foucault se encontraba, siguiendo su relato. Esto es importante porque expresa debates con el marxismo. Bajo una mirada retrospectiva en “Verdad y poder” (1992b:175-177), el autor plantea que en los años 50-55 uno de los grandes problemas que indagaba era el estatuto político de la ciencia y sus funciones ideológicas, en otras palabras, la cuestión del saber y el poder (aunque, por ese entonces, el tópico del poder no estaba explícito en él). Esta cuestión no lograba el interés ajeno, ya que se consideraba que era un problema político sin importancia y sin nobleza epistemológica. Foucault atribuye tres razones a esta negativa.

En primer lugar, los intelectuales marxistas en Francia buscaban, siguiendo las prescripciones del PCF, ser reconocidos por la institución universitaria y su establishment. Debían plantearse problemas, asuntos y dominios en vistas a renovar la tradición liberal universitaria. La cuestión del saber y el poder no estaban en la agenda académica. En segundo lugar, el stalinismo posestaliniano reducía el pensamiento marxista a repetición temerosa de lo dicho, no permitiendo la apertura de nuevos dominios. A su vez, se continuaba con una concepción del siglo XIX de la ciencia, esto es, de raigambre positivista. Sólo con el mayo Frances (1968), y pese al PCF, estas cuestiones adquirieron su significación política y una intensidad insospechada. Foucault reconoce que con la apertura operada en estos años realizó balances críticos de sus anteriores producciones y retomó el hilo de los problemas hacia la penalidad, las prisiones y las disciplinas. En tercer lugar, Foucault abre el interrogante de si los intelectuales del PCF no rechazaban el asunto del encierro, la utilización política de la psiquiatría, la cuadriculación disciplinaria de la sociedad, debido a la experiencia soviética.

Fundamental también es considerar la posición de Foucault respecto al concepto de poder que se encontraba por ese entonces. En parte, Foucault elaborará su concepción del poder, discutiendo con las perspectivas tradicionales sobre el Estado. El autor sostiene que en la Historia de la Locura (1961) o en el Nacimiento de la Clínica (1963), no pudo hablar del concepto de poder por la situación política – teórica de ese momento. La derecha se planteaba el poder en términos de constitución, soberanía, etc., o sea, en términos jurídicos. Por la parte marxista, en clave de aparatos de Estado. Mientras los primeros, denominaban al poder en la URSS como totalitario, los segundos lo abordaban como dominación de clase en las sociedades capitalistas. La mecánica y ejercicio del poder en su especificad y detalle no era analizada. Esto sólo fue posible con posterioridad al mayo del 68’, es decir, con el despliegue de las luchas cotidianas por la base que enfrentaban los eslabones más finos de la red del poder (1992b:180). Con todo, Foucault se centrará pues en el ejercicio del poder.

En la Hermenéutica del sujeto (1982/1996:110), entre otros escritos, el autor francés precisa el carácter relacional en que aborda el poder. Por eso cuando se refiere al poder, prefiere hacerlo en términos de relaciones de poder. Éstas las define como cualquier tipo de relación en la que uno intenta dirigir la conducta del otro. En este sentido, el poder para el autor está siempre presente, atraviesa a todas las relaciones humanas. Además, plantea que, a diferencia de los estados de dominación, en las relaciones de poder existen necesariamente posibilidades de resistencia, posibilidades de libertad. El poder en Foucault es inscrito en un sistema de relaciones de fuerzas, rompiendo con una versión del mismo como “ente objeto”. En este sentido, no surge después que se estructura el conjunto social, sino que es parte de su conformación (Acanda, 2000:102). Esta inscripción del poder en relaciones de fuerzas, se articula con estrategias globales que reajustan, refuerzan, transforman los procedimientos dispersos y locales de poder. Por ello para Foucault, no resulta adecuado partir de un hecho primero y masivo de dominación (una estructura binaria compuesta de dominantes y dominados) sino más bien considerar la producción multiforme de relaciones de poder que son parcialmente integrables a estrategias de conjunto. Las relaciones de poder no apoyan a un interés económico primigenio sino que son utilizadas y reajustadas en el marco de estrategias generales (1992c:171).

Otra de las características del poder en Foucault es su carácter productivo, positivo. El autor se distancia de una concepción jurídica, prohibitiva del poder que supone una doble “subjetivación”: el poder, del lado en el que se ejerce, es concebido como una especie de gran Sujeto absoluto que articula la prohibición (Soberanía del Padre, del Monarca, etc); del lado en el que el poder se sufre, se determina el punto en el que se dice “sí” o “no” al poder. Desde los juristas clásicos hasta la actualidad se plantea un poder esencialmente negativo (1992c:169). Si bien Foucault no alude al Marx y al marxismo explícitamente aquí, en otros pasajes sostiene respecto al primero que es necesario su desarrollo para conocer lo que se denomina poder y sobre el segundo considera que las categorías tales como “dominar”, “aparato de Estado”, “grupo en el poder”, etc. no aprehenden la productividad y capilaridad del poder (1992d:83-4). Así, el autor penetra en cómo el poder articulado en relaciones sociales fabrica cuerpos con determinadas características, en particular, cuerpos dóciles (Foucault, 1975/2002:141).
Foucault sostiene que las relaciones entre deseo, poder e interés son más complejas de cómo ordinariamente se las aborda (en alusión al marxismo, entre otras corrientes). En particular, sobre el caso del fascismo sostiene que el esquematismo marxista no hablita a descifrarlo (1992c:168). En contraposición con el marxismo que reduce poder a interés de clase, Foucault plantea que aquellos que ejercen el poder no tienen por fuerza interés en ejercerlo y llama la atención sobre la relevancia del deseo que opera entre el interés y el poder. Siguiendo el caso del fascismo, afirma que las masas deseaban que algunos ejerzan el poder, aún cuando el poder se ejercía sobre ellas y a sus expensas. Este interjuego poder, deseo e interés está poco explorado, según el autor francés (1992d:85).

El poder, en Foucault, es articulado además con la temática de la verdad, en rigor con su categoría de régimen de verdad. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, esto es, los tipos de discursos que ella acoge y hace funcionar como verdaderos, los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, las técnicas y procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad (1992b:187). Aclara, en debate implícito con el marxismo, que el régimen de verdad no es ideológico o superestructural (un epifenómeno de un momento estructural) sino una condición de formación y de desarrollo del capitalismo. No existe, una verdad a descubrir o mostrar sino un conjunto de reglas que la configuran y suponen efectos de poder. Así, la luchas no son a favor de la verdad sino en torno al estatuto de vedad y su papel económico – político. Con esto, Foucault se distancia del marxismo que sitúa los problemas políticos de los intelectuales en términos de ciencia - ideología (en clara alusión a Althusser) y los plantea en clave de Verdad – poder. De allí que el problema político sustancial no es hacer cambiar la conciencia de la gente, sino el régimen político, económico, institucional de la producción de la verdad; se trata de separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía en el interior de las cuales funciona por el momento (1992b:189).

Respecto a la temática del Estado y las relaciones de poder en Foucault, es preciso comenzar por sugerir que aunque no sea trabajado de modo sistemático, sus textos abren preguntas y sugerencias que permiten abordar un análisis del Estado moderno (Murillo, ob.cit:124). También aquí, la temática del Estado está vinculada con la producción de subjetividad, con el ejercicio del poder. En las clases de Foucault en el Collage de France, algunas compiladas en Defender la Sociedad, se plantea, por así decirlo, una genealogía del Estado. El autor desarrolla, desde el Siglo XV, las transformaciones que dieron lugar al Estado moderno. De este desarrollo, señalamos algunos elementos. En los siglos XVII y XVIII aparecen técnicas de poder centradas en el cuerpo individual que apuntan a incrementar su utilidad. Se refiere al despliegue de las sociedades disciplinarias, con la propagación de instituciones que aseguran la distribución espacial de los cuerpos, su organización, aislamiento y vigilancia permanente. Esto el autor lo engloba en la tecnología de poder denominada anatomopolítica (Foucault, 1976/2008: 220). A su vez, Foucault, marca que durante la segundad mitad del siglo XVIII, aparece una nueva tecnología que sin excluir a la disciplinaria, la engloba e integra: la biopolítica (1975-76/2008:221). Esta tecnología se aplica no a un cuerpo individual sino al hombre especie. Es un ejercicio de poder destinado a una multiplicidad de hombres en la medida que forman una masa global afectada por procesos de conjunto como la enfermedad, nacimiento, producción, etc. El objeto entonces es la población sobre la que se establecen mecanismos reguladores en vistas a fijar un equilibrio, mantener un promedio, optimizar un estado de vida. La fórmula se invierte: ya no es, como en el diagrama monárquico, “hacer morir y dejar vivir” sino, ahora, “hacer vivir y dejar morir”. Más allá de otras diferencias, tanto en la anatomopolítica como en la biopolítica, se pretende maximizar las fuerzas, conformar cuerpos dóciles. Esto supone, a su vez, la articulación del poder con el saber dado que la intervención sobre el cuerpo individual y hombre especie implica extraer un conjunto de saberes (para un mayor control), sólo posible bajo ciertas condiciones del ejercicio del poder.
Con todo, este tratamiento de la cuestión estatal por parte de Foucault es de nuestro interés, porque, como afirma en La verdad y las Formas jurídicas (1973/2001:129) en debate implícito con el marxismo, la diferencia entre lo que es y no aparato del Estado no resulta de importancia dado que lo central reside en la red que se forma para el ejercicio del poder entre el Estado y aquello no estatal. Así apela a la categoría de sub poder que refiere no a un aparato de Estado, ni a una clase en el poder sino el conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en un nivel más bajo, es decir, a la trama de poder político microscópico, capilar (1973/2001:139).

Llegado a este punto, pasaremos ahora a realizar un escueto balance teórico y una articulación desde y con el marxismo acerca del concepto foucaultino de poder. Entre las críticas del marxismo, se destaca el problema de su fundamento. Poulantzas, aunque resulte uno de los pocos marxistas que sostiene no sólo que el autor francés aporte a la tradición sino que además sólo es comprensible desde el marxismo, arremetió sobre esta cuestión. Para él, Foucault (y Deleuze) diluyen y dispersan el poder en innumerables microsituaciones, subestimando la relevancia de las clases sociales y sus luchas (1979:47). Si bien es cierto que Foucault se centró en las lógicas del ejercicio del poder en el capitalismo, no profundizó en las fuentes de este poder, en las relaciones entre la economía y la política, apareciendo, en algunos pasajes, las relaciones de poder sostenerse por sí mismas. Sin embargo, consideramos que existen afirmaciones (no desarrolladas en extenso) de Foucault que claramente plantean el fundamento de su noción de poder en la explotación capitalista:

“… si el poder se ejerce tal como se ejerce, es ciertamente para mantener la explotación capitalista” (1992d:86); 
 

“… el sistema capitalista penetra mucho más profundamente en nuestra existencia (….) para que haya plusganancia es preciso que haya sub poder, es preciso que al nivel de la existencia del hombre se haya establecido una trama de poder político microscópico, capilar…” (1973/2001:139).

 

La crítica de Poulantzas parece acertada si la enmarcamos en el escaso desarrollo en extenso de estas afirmaciones en la obra de Foucault. De todas maneras, recordemos en que su época el mecanicismo y economicismo era imperante y, por tanto, no resultaría casual que Foucault en su intento de torcer la vara, enfatice ciertos elementos, dando por sentado otros (no exponiéndolos).

El tratamiento de la cuestión estatal en Foucault, tiene puntos de encuentro con ciertos planteos de Gramsci. Ambos, critican una visión sustancialista e instrumentalista del Estado que reduce poder a poder de Estado. Subrayan el carácter relacional de la dominación estatal, extendiéndose más allá de los aparatos estatales, involucrando instancias no estatales. Tanto para Gramsci como para Foucault, es medular la profundidad y capilaridad de la dominación sobre los cuerpos que comprende un vasto abanico de instancias (aunque en el autor italiano el carácter centralizado del poder y la identificación de diferentes grados opera con más claridad que en Foucault). Esto sobre la base de que en ambos se encuentra una conceptualización relacional del poder en el capitalismo.
En otro orden de la vinculación de Foucault con Gramsci se encuentra la recepción de críticas comunes sobre su noción de poder. Respecto al primero, se sostiene que no aclara la relación entre positividad del poder y su núcleo coactivo (Poulantzas, ob.cit: 88) mientras que al segundo se le reprocha no dimensionar con agudeza y precisión la coacción, ante todo en su tratamiento del binomio Estado – Sociedad Civil. (Anderson,1981). Así, ambos en su afán por alejarse de una visión jurídica del poder (Foucault) y de comprender la nueva trama del capitalismo avanzado (Gramsci), no habrían tratado de manera específica el carácter clásico del poder (el lado coercitivo) y, por tanto, subvalorado su papel en la manutención del orden.
Otro de los nudos críticos en torno al poder en Foucault desde el marxismo, reside en absolutizar la capacidad englobadora y homogeneizadora del poder que imposibilita explicar la resistencia. Si bien el autor insiste en que las relaciones de poder, por definición, suponen resistencia, su tratamiento es general. No ayuda a abordar el problema puntualizado. Además, retengamos que Foucault analiza el ejercicio del poder y luego, sostiene la categoría de resistencia, o sea, no parte de ella. Así, en algunas producciones o conferencias se vio obligado a buscar los agentes de la subversión por fuera de la modernidad, en la plebe, en sectores marginales (Acanda, 2000: 10-11). En sus últimos escritos, por ejemplo, la Hermenéutica del sujeto, Foucault retoma la cuestión de la subjetividad, profundizando en la capacidad de autonomía individual, pero tampoco logra explicar la fuente de esta capacidad que habilita la resistencia.
Desde luego, su concepción del sujeto atraviesa y sostiene este tratamiento del poder y, por extensión, las críticas que recibió.

 

3. Sujeto y humanismo

“Podemos ver cómo cierta tradición universitaria o académica
del marxismo, concepción tradicional del sujeto desde el punto
de vista filosófico, aún continúa. Esto es, en mi opinión, lo que debe
llevarse a cabo: la constitución histórica de un sujeto
de conocimiento a través de un discurso tomado como un
  conjunto de estrategias que forman parte de las prácticas sociales”.
M. Foucault

Para comenzar a abordar el tópico del sujeto en Foucault en el marco de sus debates o apreciaciones con Marx y el marxismo, es pertinente esbozar un estado de situación teórica. En los años 50’ y 60’ una pregunta reiterada era cómo se articula el orden social con la subjetividad, lo general con lo particular. Esto remitía, por ejemplo, a comprender las adhesiones de las masas al fascismo o nazismo. Sartre, figura de suma relevancia en la academia y política francesa, buscará fundir el existencialismo con el marxismo bajo la intención de abordar la vida cotidiana, la existencia individual (Poster citado en Murillo, 1997:51). También la escuela de Frankfurt, a través de autores como Marcuse, Fromm, Horkheimer, Adorno, intentaba comprender la constitución humana, asimilando elementos del psicoanálisis y en el marco de los procesos de masificación en las democracias modernas. Además, por estos años se desarrolla la obra de Althusser (1969/2006) que crítica los abordajes del Marx en clave humanista o historicista, postulando la tesis del sujeto sujetado.

Uno de los nudos que Foucault pretende quebrar en torno al sujeto es su abordaje en términos esencialistas y, por tanto, con el paradigma antropológico, propio de cierto marxismo de la época como el existencialismo (Foucault, 1982/1996:107), que sostiene un ser humano fundante e incondicionado (Acanda, 2000:10). De allí, las reiteradas criticas a la antropologización de Marx. A contramano, Foucault enfatiza las condiciones históricas en la constitución del sujeto, apoyándose en Marx. De todas maneras, en La verdad y sus formas jurídicas, crítica la tesis de Hegel, seguida por los post – hegelianos y por Marx (en rigor, aclara, siguiendo a Althusser, de cierto periodo de Marx) de que la esencia completa del hombre es el trabajo (1973/2001:139). Luego, sostiene que esta tesis es empleada por el marxismo para dar cuenta que el sistema capitalista sólo transforma esta esencia en plusvalor. Foucault, en cambio, plantea que el sistema capitalista penetra con profundidad en la existencia, siendo necesario para establecer la explotación la elaboración de un conjunto específico de técnicas políticas.
Como balance sobre está crítica de Foucault a Marx, sostenemos que es cierto, que en Marx encontramos esta tesis, como el propio Foucault precisa, en determinado momento pero en su desarrollo teórico posterior, Marx dará cuenta de las condiciones históricas que supuso la instauración del capitalismo y, en particular, los mecanismos empleados para establecer una fuerza de trabajo “libre”.
En su crítica al abordaje del sujeto en el marxismo y, específicamente, al lugar asignado al discurso en dicho abordaje, Foucault sostiene la inexistencia previa del sujeto. Los sujetos se constituyen al interior de régimenes de verdad, en los que ciertos discursos tienen un papel medular. No existe para Foucault discursos inertes, por un parte, y un sujeto todo poderoso que los invierte, manipula, renueva sino que los sujetos forman parte del campo discursivo con una posición y función específica (Foucault, 1992b:55). No existe escisión sujeto y discurso. En este punto, a diferencia del estructuralismo (por ejemplo, marxista) no hay un momento o posibilidad de salida del discurso.
Un elemento destacado del tratamiento de la subjetividad, en Foucault reside en su descentramiento. Para ello, se apoya en distintos autores, entre ellos: Nietzche, Freud y Marx. Con el primero, argumenta que el sueño de un hombre divinizado propio del siglo XIX, esto es, un hombre sujeto de su propia conciencia y libertad, llega a su fin con la afirmación nietzchiana de la muerte de dios y el concepto de superhombre. Con estos planteos, Nietzche rompe la ligazón del hombre con la imagen de dios (y sus atributos) (1991c:40). Con el segundo, y, en rigor, con el desarrollo del psicoanálisis, Foucault plantea que se replanteó de la manera más fundamental la prioridad conferida al sujeto, rompiendo con el pensamiento occidental a partir de Descartes (2001:15-16). Con el tercero, ya planteamos la ruptura que implicó con el tratamiento de la historia que colocaba al sujeto como centro de anudamiento. Junto con el descentramiento del sujeto, Foucault plantea su fragmentación en términos de que un mismo sujeto es inscripto en diferentes relaciones e interferencias, articulado con los juegos de verdad (1982/1996:108). En suma, contamos con una crítica a la filosofía occidental que sitúa al sujeto como fundamento, como núcleo central (de la historia, del conocimiento, etc.).
Entendemos que esta concepción del sujeto en Foucault, explica, en parte, la dificultad para abordar la resistencia en las relaciones de poder. Sin dudas, la muerte del sujeto moderno tiene implicancias en términos político – teóricos. Como decíamos, en sus últimos escritos Foucault profundiza en la cuestión del sujeto y su capacidad de autonomía, de hecho plantea el concepto de prácticas de libertad y el problema ético de su definición (1982/1996:95-6), pero, sostenemos, que su resolución e inscripción en las relaciones de poder no resulta consistente en vistas a trabajar sobre la resistencia, sus fuentes y alcances.

Conclusiones
 
Hemos intentado situar el pensamiento de Foucault sobre algunos tópicos en relación a Marx y el marxismo. Sin dudas, esta iniciativa supone subsiguientes profundizaciones como así también la apertura de otros ejes de trabajo, en particular: la cuestión de la dialéctica, intelectual específico, ideología, estrategia y táctica.
A lo largo del escrito, hemos mostrado que el vínculo de Foucault con Marx es nítido y, en las mayorías de los casos, el autor francés lo retoma para sostener y desarrollar sus afirmaciones. No existe, como en muchas ocasiones ocurre en los ámbitos académicos, una escisión o disociación de Foucault respecto a Marx. Cuestión particular supone el marxismo abordado por Foucault. En todas las ocasiones que se refiere a esta corriente lo hace de manera discordante. Básicamente, el marxismo al que alude Foucault remite al existencialismo, el estructuralismo y la versión del PCF.
Desde nuestra lectura del legado de Marx y anclados en la Filosofía de la praxis, entendemos que los planteos de Foucault son de suma relevancia para tratar la cuestión de la revolución. El autor no discute en sus trabajos con esta corriente (y sus autores), entre otros motivos porque ella no resultó dominante en el marxismo y, por tanto, careció (carece) de visibilidad. Ya mostramos vínculos, por ejemplo entre Foucault y Gramsci. Entendemos que Foucault aporta a la corriente en cuestión, entre tantos aspectos, la capilaridad y profundidad del ejercicio del poder. Esto supone aprehender la dificultad de cambios revolucionarios y comprender las sucesivas derrotas de los oprimidos. Gramsci en sus cuadernos había comenzado este camino, no desarrollando en extenso por el marxismo que siguió (aunque en la Escuela de Frankfurt se encuentra aportes de sumo interés). Al mismo tiempo, llama la atención en torno a que “la toma del poder”, como tal, además de parecer poco viable como única estrategia revolucionaria, no trabaja la temática del ejercicio del poder y sus implicancias en extenso. Por otra parte, el tratamiento del poder en Foucault, marca la importancia de las luchas locales, singulares, específicas. Consideramos que esto también resulta medular y abona a las disputas sociales. Sin embargo, se encuentra el problema en Foucault de establecer mediaciones entre estas disputas y una estrategia de cambio social general. En otras palabras, la revolución de la cotidianidad deber ir acompañada de una política global que socave las condiciones que ordenan y mantienen a esa cotidianidad opresiva. En este punto, entendemos que es preciso criticar y desarrollar a Foucault.

La cuestión del sujeto y del humanismo en Foucault, entendemos que demanda subsiguientes reelaboraciones para un proyecto revolucionario, al menos en dos planos. Por un lado, es necesario situar e inscribir de manera activa al sujeto en relaciones de fuerzas. Esto resulta significativo para abordar las luchas y avanzar con agudeza sobre la capacidad de resistencia, sin desembocar, claro está, en planteos de orden metafísico. Por otra lado, en torno a los fundamentos del cambio social. De manera precisa, el autor crítica a posturas esencialistas del marxismo y discursos sobre la liberación, que suelen recurrir a la idea de la existencia de una naturaleza humana que se ha visto enmascarada y alienada por mecanismos de represión históricos y, por tanto, de lo que se trata es de hacer saltar estos cerrojos para que el hombre se reconcilie consigo mismo (Foucault, 1982/1996:95). Sin dudas, esta observación es profunda y pone sobre tablas el problema de la definición ética de un proyecto de liberación. En este punto, consideramos que la Filosofía de la Praxis implica un proyecto de desajenación del hombre no en términos esencialistas sino en la confianza (utopía) de que el hombre es capaz de controlar y decidir sobre los procesos societales y no viceversa. No se trata de liberar una esencia reprimida sino de forjar y construir condiciones en que el hombre controle y decida sobre su entorno. En este sentido (y no en otro de corte metafísico), reivindicamos una lectura humanista en el marxismo, apoyados en la VI tesis sobre Feurbarch de Marx acerca de que la esencia del hombre es en realidad el conjunto de las relaciones sociales. De todas maneras, y en esto la obra foucaultiana es un aporte nodal, el proyecto de la Filosofía de la praxis demanda saldar cuentas con las rupturas del sujeto moderno cartesiano.


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