29/03/2024

Estructura de clases, movilidad de clases y distribución de las personas.

Por , , Bertaux Daniel

Cuando comencé a trabajar sobre las “opciones de ocupa­ción”, aproximada­mente en 1969, nadie me dijo cuál era el modo para aproximarse a esta temática exitosamente. Los especialis­tas euro­peos se remitían a Marx, Durkheim y Weber como tres pensa­do­res de igual importancia y significación (una actitud que, a la luz de la fuerte oposición de los dos últimos contra el primero, resulta inquietante). Los sociólogos norteamerica­nos, considera­dos “maes­tros” de la investigación empírica, sólo rinden tributo a Weber y a Durkheim e ignoran totalmente a Marx (debí darme cuenta de que este conspicuo silencio era un signo seguro de algo intere­sante).

 
Comencé, por lo tanto, a leer la inmensa literatura acerca de la movilidad social (95% era de Estados Unidos) aunque tuve pro­blemas para entender sobre qué hablaba y cómo la conec­taban con las sociedades reales, supuse que yo no la comprendía. Esos años también vieron el revi­val de los movimientos estudiantiles y de trabajado­res en Francia y Europa y de otros movimientos en el resto del mundo. Fue como intelec­tual, no espe­cialmente como sociólogo, que seguí esos movimientos y me conecté con alguno de ellos. Me trajeron nuevamente hacia el princi­pio básico del pensa­miento sociológico: class todo fenómeno social es funda­mental­mente producto de algún tipo de relación de clase y que, para explicar o entender un fenómeno social dado, hay que alcanzar su centro clasis­ta, su relación con la lucha de clases permanente en todos los niveles; una tarea que no siempre es tan simple como parece.
Dejé finalmente de leer las inteligentes irrelevancias de Leo Goodman y me adentré en la cuestión de clase. Mi idea era alcanzar un entendimiento claro de esta cuestión, extraer de ella un análi­sis del fenómeno de la estratificación y de la familia -dos temas claves para la movilidad social que han sido ignorados por el marxismo moderno- y para fundamentar mis estu­dios teóricos con investi­gaciones empíricas. Luego estaría en posición para tratar seriamente con la cuestión de la “opción de ocupación”.
La primera parte de este artículo se refiere a la noción de estructura de clases. Presentaré algunos conceptos que resultan relevantes para el estudio de las clases, aunque se opon­gan a algunas ideas ampliamente aceptadas.
En la segunda parte desarrollo un concepto anterior[1], el de proceso de producción, distribución y consumo de las perso­nas. Este concepto se orienta hacia una aproximación de base materia­lista del análisis sociológico de la familia y la distri­bución de las personas.
Aunque poco puede decirse de la movilidad o inmovilidad social per se, creo que lo que se diga puede ayudar para sentar bases para un estudio posterior de este fenómeno -bases que estu­vieron olvidadas por demasiado tiempo-.
 
1. Estructura de clases, aparatos de disciplinamiento [appareils d'encadrement] y la apropia­ción de las rela­ciones sociales
 
“(...) Es siempre la relación directa entre los propietarios de las condi­ciones de producción y los productores directos la que revela el más profundo secreto, las bases íntimas del edifi­cio social y, por lo tanto, también la forma política de la relación entre soberanía y dependencia, en forma abreviada, de la parti­cular forma de Estado (...)”, escribió Marx hacia el final de su vida.[2] Dado lo que sé acerca del mundo contemporáneo esta es una pre­sunción correcta y debe ser tomada seriamente.
En los llamados países occidentales, la relación fundamen­tal es la relación entre capital y trabajo. Esta dio origen a las dos clases principales del modo de producción capitalista: la burgue­sía y el proletariado.[3]
Dada la connotación de burguesía y proletariado en el siglo XIX, hoy muchos escritores prefieren usar los conceptos de clase dirigente y clase trabajadora, los que, por supuesto, son bas­tante co­rrectos. Sin embargo, creo que estos últimos conllevan una presunción completamente falsa, extrema­damente dañina para la construcción de la teoría de clases: es la presunción que la clase dirigente y la clase trabajadora son entidades de natura­leza semejante, sólo diferen­tes en sus posicio­nes relativas, algo así como dos maderas de distinto color, una puesta sobre la otra.
Una cosa sí existe: las relaciones de clase. Si la socio­lo­gía es el estudio de las relaciones sociales, entonces el estu­dio de las relaciones de clase cabe en su centro. Esta es, al menos, la visión que los sociólogos tienen en Francia: tanto los marxistas -como Poulantzas y Castells- como los no marxistas -como Alain Touraine y Pierre Bourdieu- utilizan el concepto de relaciones de clase como eje de sus teorías.
Una relación de clase (de explotación y dominación) consti­tuye una relación contradictoria entre un polo dominante y un polo dominado. Esta relación, por su característica fundamental, determina entidades (clases) totalmente diferentes en cada polo.
Examinemos la relación entre capital y clase trabajadora. Porque se encuentran en el polo dominante de la relación de cla­ses, los miembros de la burguesía pueden impulsar organi­zaciones interclases muy desarrolladas, multiplican­do y diversificando los contactos entre ellos para comprometerse en una práctica común contra la gente dominada (“Es un mundo pequeño” es una típica frase burguesa y una declaración de hecho); por otro lado, porque está dominada, la gente ubicada en el otro polo de la relación de clase, está normalmente imposibilitada para comunicarse, crear y desarrollar relaciones entre ellos, una ideología, una organiza­ción y una práctica en común no pueden ser menos que un intento por recuperar el con­trol del movimiento histórico que los puso en situación de dominados, es decir, un intento por abolir las rela­ciones de clase; en otras palabras, donde las relaciones de clase (de explota­ción y dominación) existen, la clase dirigente existe por sí misma mientras que la clase dominada no, es sólo latente, potencial. Definir ambas entidades con el mismo concepto de “cla­se” comporta el riesgo de caer en una red de confusiones.
Las relaciones de producción determinan posiciones (los propietarios del capital, por una parte, y los productores direc­tos, por la otra) que son la base del fenómeno de clases. Pero cincuenta mil posiciones de burgueses no hacen a la burgue­sía más que siete millones de lugares hacen a la clase obrera. Lo que hace a la burguesía es la red de relaciones que existe en su interior o, para ponerlo en un marco más adecuado, es la práctica común en la lucha de clases la que permite la organiza­ción de la clase y, posteriormente, la re­fuerza. Siete millones de trabajadores tam­bién pueden consti­tuirse en clase merced a una red de relaciones entre ellos, surgida de la práctica común, una organización basada en el re­fuerzo de la lucha en común. Cuando los sociólogos obser­van los niveles de conciencia de los trabaja­dores individuales, reali­zando un promedio aritmético de aquélla para determinar el grado alcanzado por la conciencia colectiva y concluyendo así que la clase obrera ya no es revolu­ciona­ria, pierden la clave del fenómeno de clases como social y no como fenómeno psicológi­co. Si fuera verdad (pero nunca lo ha sido) que en un país dado no hubie­ra ningún sindicato ni partido político proletario y que los trabajadores hubiesen adop­tado mayoritariamente la ideología bur­guesa (valores de clase media), entonces en lugar de decir que la clase obrera ya no es revolu­cionaria sería más co­rrecto decir que los trabajadores no son revolucionarios y que la clase obrera como tal no existe: millo­nes de individuos aislados no constituyen una clase.
Ahora, ¿qué es exactamente la organización de clase de la clase dirigente? ¿Es, como podría ser para la clase dominada, un partido político? Hay siempre varios partidos políticos burgue­ses, pero éstos no son mucho más que “extras” en la escena de la política. Es el Estado el que realmente constituye la organi­za­ción de clase de la clase dirigente. El Estado como el instru­mento para la lucha de clases fue forjado durante luchas pasadas que augura­ban otras futuras. A través del Estado la burguesía actúa colecti­vamente y ejerce el poder.
El Estado, por lo tanto, no es un sujeto y ningún sociólogo debería usar jamás esa palabra como sujeto o escribir frases como: “El Estado hace esto”, “decide aquello”, “protege a és­tos”, “re­prime a aquéllos”. Por otra parte, concebir al Estado como mero instrumento de represión en las poderosas manos de la burguesía puede ser engañoso. Ni totalmente sujeto ni totalmente objeto, ¿qué es entonces el Estado?
Sería, por supuesto, absurdo pretender postular una teoría del Estado. Mi interés es metodológico y se centra en las formas y métodos para construir esa teoría. Quisiera sugerir aquí que resulta útil comenzar desde “la relación direc­ta entre los propie­tarios de las condi­ciones de pro­ducción y los producto­res direc­tos”, esto es, la relación entre capital y trabajo en la fábrica y la organización social que surgió histó­ricamente a partir de esta relación en el lugar de trabajo -en lugar de comen­zar por la altamente diferen­ciada red de relacio­nes socia­les que es denomi­nada Estado-.
Somos afortunados al tener a nuestra disposición un análi­sis histórico clasista de las formas de organización social que la relación entre capital y trabajo ha producido antes de 1860: puede encontrarse en la famosa sección IV del libro I de El Capital de Carlos Marx. No abordaré aquí esta cues­tión. Es sufi­ciente mencio­nar que el proceso histórico descripto por Marx es un proceso no de construcción de una burocracia empresarial destinada a reprimir y/o manipular a los trabajadores (un apara­to de repre­sión ideoló­gica) sino de pro­gresiva expropiación a los trabajado­res, a través de la dinámica del capital, del control que inicialmente tenían de sus herramientas. Este proce­so es también un proceso de apropia­ción por parte del capital del control sobre el proceso de traba­jo, comienza por el control del trabajo en general, continúa por el control de los talleres y finalmente alcanza el control del proceso indivi­dual.
Compuesto inicialmente por un conjunto de arte­sanos, el “colectivo de trabajadores” se dividía entre dos entidades contra­dictorias: por un lado, un grupo de trabajadores no califi­cados que hacían trabajo manual, lo que en la práctica significaba que hacían la mayor parte de lo que debía hacerse (trans­formación y transporte) pero habían perdido el control sobre lo que produ­cían; por otro lado, el nivel gerencial que personifica­ba la deno­minada tarea intelectual del trabajo, es decir, las activi­da­des de plani­ficación, dirección, control y sanción de todo el proceso. Una vez que los “jefes” tuvieron este apara­to, pudieron usarlo para repri­mir y manipular; por ejemplo, una vez que pudie­ron contratar personal, a través de los departa­mentos corres­pon­dientes, también pudieron despedirlo. Si los depar­tamentos de perso­nal y las ofici­nas de planificación (que deter­minan la organización y ritmo del traba­jo) son de hecho la colum­na verte­bral de la represión en la fábrica, sería reduccio­nista pensarlos como meros aparatos de represión cum­pliendo fun­ciones represivas: por la naturaleza clasista de la relación entre capital y trabajo, cualquier tarea de organi­zación que es enca­rada desde el punto de vista del capital, ya que escapa al control de los trabajadores, es repre­siva.[4]
Otro modo de enfocar lo mismo es observar que el jefe (sea el dueño o el gerente, que representa la misma lógica de maximi­za­ción de ganancias) no sólo explota a los trabajadores sino que también dirige todo el proceso de producción (una dirección que podría ser ejercida por el colectivo de trabajadores si no estuviera institu­cionalizada la relación entre capital y traba­jo). Así, necesi­tamos un concepto que exprese la doble naturale­za de la relación social entre el jefe y el trabajador, una relación, al mismo tiempo, de explotación y dirección (lideraz­go): yo propongo el uso del térmi­no disciplinamiento [encadre­ment] .
La palabra cadre (cuadro) se usó en un comienzo para desig­nar los roles en el ejército de la Primera República (Francia): es en 1796, siete años después de que la burguesía francesa se apoderara del poder estatal, que, de acuerdo con el diccionario Robert, se encuentra el término cadre usado para designar al “conjunto de oficiales y suboficia­les que conducen a un grupo de soldados”. Esto es muy interesan­te consi­derando que la relación entre oficia­les y soldados es doble: no sólo es una relación de liderazgo sino también de control apoya­do en la san­ción máxima: la muerte.
En la actualidad, el término cadre es usado por la burgue­sía y por todo el mundo para designar al cuadro gerencial, desde los más altos ejecutivos hasta los capataces. De acuerdo con el dic­cionario Robert[5], este uso del término apareció en 1931. Si la burguesía se demoró en la conceptualización de su propia prácti­ca, aún así se encuentra por delante de los sociólogos, quienes todavía se refieren a estos roles como las clases medias como si fueran una clase y se encontraran en cierto terreno interme­dio.[6]
Encuentro iluminadora la aplicación de esta concepción al conjun­to de la socie­dad. La hipótesis es que el Estado se posi­cio­na en la misma relación frente a los trabajado­res (y, hablan­do en general, el pueblo) por una parte y, por la otra, frente a la clase dirigente, como el aparato de discipli­namien­to de la empresa capitalista frente a los trabaja­dores de esa empresa y como su jefe. Esta es una relación de progresiva expro­piación/a­propiación.
En el nivel de la sociedad, los burgueses no son sólo la clase diri­gente sino tam­bién la clase líder, como lo han señalado, por ejemplo, Antonio Gramsci y Alain Touraine. La escisión del “colec­tivo de trabaja­dores” en dos partes contradictorias: a) la deci­sio­nal que juega el juego de acuerdo con las órdenes de la burgue­sía, es una caracte­rística saliente de las sociedades capita­lis­tas del siglo veinte (el denominado crecimiento de las clases medias) y b) la atomización de los traba­jadores no cali­fica­dos, o mejor dicho descalifica­dos, en la fábrica se corres­ponde con la del pueblo en la llama­da sociedad de masas. Y así sucesivamente.
Mi argumento sería, por supuesto, más convincente si pudie­ra citar estudios históricos con perspectiva clasista; pero, lamenta­blemente, el estado en que se encuentra la historia contemporánea es casi tan triste como el de la sociología. Es, principalmente, en la obra de Michel Foucault que el análisis histórico adquiere una visión clasista en la formación de las instituciones contempo­ráneas (psiquiátricas, judiciales y penal en Francia y Gran Breta­ña).[7] E.P. Thompson también sugiere un proceso como el hipoteti­zado aquí.[8] Más aún, la desaparición de una cultura genuina de la clase obrera y su reemplazo por la llamada cultura de masas dis­tribuida desde arriba[9] puede ser entendida mediante los conceptos de expropiación, apropiación y disciplinamiento: los medios masivos no son apara­tos ideológi­cos forzosamente manipula­dores de las masas, éstos satisfacen una “necesidad”, o mejor dicho, dan la ilusión de satisfacer la necesidad de sociabilidad que la vida de la clase trabajadora satisfacía anteriormente. Las instituciones de la burguesía son fuertes no sólo porque son represivas sino tam­bién porque, dada la atomización de la gente que éstas previenen de actuar, son necesarias.[10]
Colateralmente esta visión nos permite comprender ambos procesos sociales: el que libera a la clase obrera, así como también al pueblo en general, y el que institu­cionaliza las rela­ciones que este proceso establece entre los producto­res: “reapropiación” es el concepto clave y significa la expropiación a los expropiadores no sólo de los medios de pro­ducción sino también de todo proceso social cuya dirección haya sido apropia­da por aquéllos. Aunque esta conceptuali­zación necesita de un desarrollo posterior, parte de su definición histórica y so­cioló­gica ha sido ya mejor definida que la enuncia­ción de la frase “transforma­ción radical (destruir) los aparatos de Estado bur­gueses y reemplazar­los por aparatos de Estados prole­tarios” que nunca lo ha sido.
 
II. El concepto general de “proceso antroponómico” y su forma peculiar en la estructura de clases capitalis­ta
 
La concepción clasista de estructura social, es decir, su concepción como estructura de clases, prepara el camino para una aproximación sociológica significativa de la movilidad social, pero no es suficiente. Al menos se necesita un concepto más: el del proceso de distribución de la gente en posicio­nes sociales definidas por las relaciones sociales institucionalizadas.
La idea del proceso de asignación de personas en posiciones sociales o económicas ha aparecido y desaparecido de la litera­tura sociológica y han sido los sociólogos y economistas más conserva­dores quienes la habían propuesto a pesar de que no encaja en la ideología liberal, individualista y orienta­da­ hacia logros de la mayoría de los sociólogos norteamerica­nos o de los economistas marginalis­tas.
El concepto que propongo aquí, sin embargo, lo supera refor­mulando meramente el “proceso de asignación”. En lugar de conside­rar a las personas y las posiciones como dadas (sólo enfocando su asignación), incluyo no sólo la distribución sino también la producción y el “consumo” de las personas en sus posiciones (“consumo” de las personas significa, en este caso, consumo de su energía vital, por ejemplo en el capitalismo, la energía bajo la forma de fuerza de trabajo). Desde este punto de vista, la distri­bución aparece como un proceso mediador entre la producción y el consumo; el concepto de producción-distribución-consumo de las personas surge, por lo tanto, como un proceso completo. Propongo llamar a este proceso antroponómico: Antroponomia (por analogía con el proceso económico de producción, distribución y consumo de bienes y servicios).
Resulta sorprendente que este concepto no forme parte aún del centro intelectual de las ciencias sociales. Hace tiempo, Engels sugirió:
 
(...) De acuerdo con la concepción materialista, el factor determinante en la historia es, en última instancia, la producción y reproducción de la vida inmediata. Esto, de nuevo, es de carác­ter doble: por una parte, la producción de los medios de existen­cia, comida, ropa y vivienda y las herramientas necesarias para producirlos; por la otra, la producción de seres humanos, la propagación de la especie(...)[11] 
 
Esta idea, entonces, había sido enunciada pero permanecía sin desarrollar. Dos razones explican esta omisión teórica. La primera es que no fue hasta hace poco tiempo que el control de la nata­lidad (mediante métodos anticonceptivos) fue posible. La repro­ducción biológica era un fenómeno perfectamente natural. La segun­da es que la categoría particular de personas que son las produc­toras directas de todo este proceso, es decir, las muje­res, no tenían medios para expresarse públicamente y, por lo tanto, para desarrollar y elaborar una imagen de sí mismas, una conciencia grupal ni para organizarse. Su trabajo era definido como algo natural, inherente a su condición de mujeres. Cuando el movimiento feminista reapareció a fines de 1960, la conexión con las viejas ideas de Lewis Morgan y Engels fue rápidamente hecha.[12] Existe, yo creo, un vínculo cercano entre las dos razones aquí propuestas, éste es que no fue producto del azar que el movimiento feminista apareciera en el momento y el lugar donde hubiera disponibilidad de métodos anticonceptivos efecti­vos.
Continuando con mi trabajo teórico, llegué al concepto de “producción de seres humanos”. Habiendo redefinido a la movili­dad social como la distribución de seres humanos en la estructu­ra social, desarrollé la idea antes enunciada cuando releí la famosa Introducción metodológica de la Crítica de la Economía Política de Marx y apliqué su tratamiento de la relación de producción, dis­tribución y consumo de mercancías a la relación de producción, distribución y consumo de seres humanos.[13]
¿Es la Antroponomia sólo otro barbarismo de las ciencias sociales? ¿Puede la sociología evitar este concepto? Al contra­rio, éste nos permite concen­trar y relacionar varios conceptos previos. En la actualidad, los diversos momentos del proceso antroponómico son designados por términos como natali­dad, ferti­li­dad, reproduc­ción, sociali­zación, educación, capaci­tación, mercado laboral, movilidad, trabajo, consumo y otros; todos tendientes a dispersar la aten­ción. Debido a que estos conceptos han sido confinados a diferen­tes campos teóricos, es imposible pensar al proceso como un todo.
Los demógrafos, por ejemplo, estudian la produc­ción de gente en sus inicios (natalidad, fertilidad y reproduc­ción). La socio­logía se interesa en estos agentes sociales como tales, pasando por alto el hecho de que estos agentes son muchas veces “causados” por razones sociales y no por razones naturales o biológicas.
La producción de un nuevo ser humano hace uso de procesos biológicos, pero reducirla a esto es tan absurdo como reducir el consumo a la digestión o reducir el trabajo a lo fisiológico (esfuerzo, fatiga, etc.), en los tres casos relacio­nes sociales ponen en funcionamiento el proceso que les da sus característi­cas y significado. Mientras que las bases de estas prácticas son ciertamente materia­les -material significa aquí, entre otras cosas, fisiológicas- sus características y significados son siempre sociales. La idea, por cierto, no es nueva, puede encon­trarse en La Ideología Alemana (Marx y Engels):
 
(...) La produc­ción de la vida, tanto de la propia mediante el trabajo como de nueva vida mediante la procreación, aparece de inmediato como una relación doble por una parte, como natural y, por la otra, como una rela­ción social(...)
 
La psicología infantil, el psicoanálisis, la sociología de la familia, todas empiezan donde la demografía termina y ellas son continuadas por la sociología de la educación, la pedagogía, la psicología del adolescente, y así sucesivamente. Más alejadas encontramos a la economía de la fuerza de trabajo (llamada econo­mía humana), los estudios sobre el mercado de trabajo, la socio­logía de la movilidad social, la psicología social (adapta­ción, identidad, etc.) y así sucesivamente.
Cada una de estas “ciencias sociales” enfatiza el lado prác­tico del “cómo facilitar a las personas la adaptación (o cómo las adaptan) a las instituciones”; uno puede decir que este énfasis es lo que tienen en común estas disciplinas tan distin­tas.
Lo que se necesita, entonces, es una perspectiva que unifi­que los procesos que transforman a los seres humanos en seres socia­les. La unificación no es necesaria porque los procesos actúan sobre el mismo objeto -el ser viviente-, es necesaria porque todos estos procesos provienen de la misma fuente -atra­vesando variadas mediaciones-, ésta es la estructura de clases históricamente deter­mi­nada. Esta es la razón por la que se necesita una perspec­tiva unificada y por la que también debe ser positiva, científica y completamente críti­ca: es un hecho que las cosas pueden ser dife­rentes y como tal constituye una parte integrante de la reali­dad.[14]
 
II.1 La producción de seres humanos
 
El proceso completo de producción de seres humanos puede ser pensado como conteniendo dos aspectos: el material y el no mate­rial. El aspecto no material es aquel al que comúnmente se hace referencia mediante los conceptos de psicolo­gía, cultura o ideolo­gía.[15]
La literatura acerca del aspecto no material es mucho más abundante que la referida al material. La generalmente pobre calidad de esta literatura es resultado de, creo yo, su perspec­ti­va unilateral. Aquí, sin embargo, me restrin­giré a la otra pers­pec­tiva unilateral, la referida al aspecto material de la produc­ción de seres humanos, dejando la síntesis para más ade­lante.
Pareciera que deben distinguirse dos fases en el aspecto material del proceso de producción de seres humanos o “antropo­producción”. Una es la fase inicial, que es el proceso por el cual un nuevo ser humano es producido (la concepción y embara­zo). Esta fase interesa a demógrafos en cuanto al número impli­cado de em­briones viables.
La segunda fase, desde el nacimiento hasta la muerte, ha sido fragmentada dentro de disciplinas separadas de las ciencias socia­les. Curiosamente, mientras que la aproximación demográfica es muy materialista, la de las ciencias sociales es extremada­mente idea­lista. Se presta muy poca atención a los procesos reales a través de los cuales la vida de un niño es producida y reproducida (co­mer, beber, dormir, jugar, pe­lear, hacer cosas, vivir), aquí el psicoanálisis y la psicología poseen la hegemo­nía total.
Cuando el ser humano va al trabajo, sin embargo, algunos conceptos que permiten formular en términos materialistas la producción de la vida reaparecen en la literatura: el concepto de consumo, por ejemplo. Un concepto más apropiado sería el de repro­duc­ción de la fuerza de trabajo de Marx, que es, sin embar­go, un concepto econó­mico y debe ser tomado con algunas reser­vas.
Dado el estado de estos asuntos, me limitaré aquí a un análi­sis del proceso de reproducción de la fuerza de trabajo de los trabajadores individuales y de la clase obrera. Este punto de vista es de alguna manera restringido, pero argumentaré que es crucial; en su intento de control completo, la clase dirigen­te estableció una institución, la familia, que en su momento determi­na la producción de vida en todos los estratos socia­les.[16]
 
II.2 Las familias como unidades de antropoproducción
 
Hasta aquí, hemos conceptualizado a los fenómenos usualmen­te conocidos como natalidad, educación y consumo como momentos de un proceso completo de antropoproducción. Este térmi­no, reitero, se refiere tanto a la producción inicial de un ser humano como al proceso continuo de reproducción cultural y mate­rial y a la trans­formación en el tiempo, esto es, a través de la práctica socio-histórica.
Gran parte de este proceso tiene lugar en el interior de una institución en particular, la familia. Esto significa que las mediaciones entre el proceso de antropoproducción como fenómeno socialmente determinado, por una parte y su resultado final (las relaciones de clase), por la otra, se encuentran en su mayoría en la familia, la institución mediante la cual la sociedad determina la vida de los niños.
Dos puntos, que son en alguna medida extraños a la sociolo­gía de la familia, deben ser acentuados. Primero, al contrario de las apariencias, la familia es una unidad estructu­ralmente constante, no existen entrecruzamien­tos más allá de los límites de clase.[17] Lo que observamos son los efectos sobre diferentes am­bientes de clase de una sola institución, la insti­tución familiar como histó­ricamente creada por la clase dirigen­te. Pero esta institu­ción produce efectos diversos (por ej. distintos tipos de familias) en diferen­tes ambientes de clase (clases sociales dis­tintas).
En segundo lugar, para comprender la génesis y estructura de las relacio­nes formalizadas que constituyen la institución fami­liar resulta fructífero concebirlas como relaciones de produc­ción, es decir, relaciones sociales institucionaliza­das que organizan un tipo peculiar de producción: la producción de seres humanos.
Estas observaciones abren la puerta para un nuevo análisis de la institu­ción familiar desde un punto de vista clasista. Baudelot y Establet remarcan que las familias en diversas clases sociales, no obstante las apariencias en común (padre, madre e hijos) cons­tituyen sistemas contrastantes y diferentes de rela­ciones socia­les.[18]
Para comenzar, mientras que cada familia burguesa retira sus recur­sos de un fondo común, por ejemplo, una cuenta corrien­te; cada familia obrera depende del empleo cotidiano del padre. Este hecho básico determina toda la red de relacio­nes familia­res.
La relación entre un padre e hijo burgueses propietarios de capital, está fundamentalmente basada en la heren­cia: el hijo es identificado personal y socialmente como el futuro heredero y constituye para su padre el significado y la justifica­ción (ideo­lógicas) para la acumulación de capital (in­significante para él). Los hijos de los trabajadores, por otra parte, no están, cierta­mente, en la misma relación con sus padres.
La relación de la esposa con su esposo es, sin duda, tam­bién diferente: en la clase obrera está determinada como rela­ción de producción directa; el trabajo hogareño cotidiano de la mujer es crucial para la reproducción de la fuerza de trabajo, esto es, la vida del hombre. Esto no es tan así en el interior de la burgue­sía.
Estas hipótesis, una vez desarrolladas, revolucionaron a la sociolo­gía de la familia. Por ejemplo, proyectan dudas acerca de la validez de los enuncia­dos sociológicos que en la actualidad se aplican a todas las familias, lo que es un cambio drástico por sí mismo. Uno debería desarrollar al menos cuatro tipos diferentes de fami­lias que se correspondan con cuatro ambientes de clase dife­rentes y, por lo tanto, con cuatro estilos de vida distintos. El tipo fami­lia burguesa podría estar basada en la acumulación y transmi­sión de capital. El tipo familia de clase obrera podría estar basado en la demanda del capital de reproducción de la fuerza de trabajo (diaria y generacional), por un lado, y sobre la orienta­ción de los trabajadores hacia la recon­quista de alguna porción de poder sobre sus propias vidas, por la otra. El tipo familia de pequeña explotación familiar (campe­sinos, artesanos y tenderos) podría basar­se en relaciones de produc­ción preca­pita­listas que no separan capital y trabajo ni la acumu­lación de capital y la reproducción de la fuerza de trabajo (la denominación “producción familiar” dice mucho más de lo que apa­renta a prime­ra vista). El tipo familia de estrato medio podría basarse en un proyecto de carre­ra, es decir, en la proyección propia y de los hijos de un lento pro­greso a través de los pues­tos organizaciona­les de carre­ra, institu­cionaliza­dos por el aparato general de discipli­namiento.[19]
Esta aproximación es más prometedora que la conceptualiza­ción de la familia (error inicial) como aparato ideológico del Estado.[20] No cabe duda de que la institución familiar contri­bu­ye enormemente en el mantenimiento y fortalecimiento del orden ideo­lógico, no sólo a través de la ideología familiar sino también a través de las prácticas que impone a todo el mundo, prácticas que no pueden generar más que ideas conservadoras.[21] La institución familiar, sin embargo, difiere ampliamente de otros aparatos ideológicos como la escuela, la iglesia, los medios, todos éstos conformados, como los aparatos estatales propiamente dichos, por un ejército de miembros plenos, repre­sentantes de la burgue­sía, jerár­quicamente organizados y dirigi­dos por la clase dirigente. No obstante, no es así para la familia porque todos somos ofi­cia­les. La institución no tiene personal especia­lizado, ni burocra­cia ni una sola cabeza; está, de alguna mane­ra, im­planta­da en los fundamentos de la sociedad, mientras que los aparatos ideo­lógicos forman parte de la supe­res­tructura. La notable diferencia entre la familia y los otros aparatos se disipa cuando se asume un punto de vista materialis­ta: la insti­tución familiar es creada por la clase dirigente para institucionalizar relacio­nes sociales particulares a través de las que puede controlar el proceso de antropoproducción, que tiene lugar al nivel de las personas sin la mediación de herra­mientas de pro­ducción y que, por lo tanto, no puede ser total­mente expro­piado.
La idea de cuatro tipos de familia queda para ser desarro­llada en forma concomitante y será decisiva si la enorme canti­dad de datos disponibles pueden ser reinterpretados de acuerdo con ella. Pero esta idea también genera nuevas preguntas. Por ejem­plo, ¿cómo puede la clase dirigente (la burguesía), quien pretende crear instituciones universales, promulgar una legisla­ción univer­sal válida que promueve en distintas clases, y, a tra­vés de varia­das conse­cuencias, sus intereses parti­culares? Al analizar el conjunto de leyes y normas que definen histórica­mente a la insti­tución familiar, encontramos subconjuntos de reglas definidas por la herencia que son relevantes para la burguesía y secunda­riamen­te, para los pequeñoburgueses propieta­rios y subconjuntos que definen las responsabilidades de las esposas para con sus maridos, de los padres hacia sus hijos, que con posterioridad se refieren implícitamente a la clase obrera. Pero entonces, dadas las reglas (están en realidad impues­tas) una multitud de problemas aparecen cuando se las aplica a aque­llas clases para las que no han sido escritas.[22]
Arribamos, así al segundo punto: la conceptualización de la institución familiar como definidora -para todas las clases- de la relación de producción para el proceso de producción de seres humanos. No intentaré estudiar las leyes de la antropoproducci­ón en general ni en las sociedades capitalistas en particu­lar. Me limitaré a investigar cual debe ser el primer escalón en el análi­sis del proceso.
Comenzando nuevamente con la relación capital-trabajo, vemos que el trabajo es el elemento crucial en la reproducción ampliada del capital; la producción de trabajo es un elemento crucial en el proceso capitalista. Por lo tanto, desde el punto de vista del capital, es una necesidad el control de la produc­ción de fuerza de trabajo. Cuando el capital está al mando de una forma­ción social dada, este punto de vista se mani­fiesta en instituciones. La institución familiar se convierte en la herra­mienta central para el control de la producción de fuerza de trabajo. Las relaciones de producción de personas instituidas están destinadas para ser aplicadas en la clase obrera: ellas son las herramientas principa­les de la política de mano de obra del capital. Es, por lo tanto, por la clase obrera donde debemos comenzar nuestro estudio de la producción de seres humanos.
 
II.3 El proceso de antropoproducción en la clase obrera. Las fami­lias y la opresión universal de las mujeres
 
Cuando tomamos conciencia de que las relaciones sociales, las que la institución familiar crea e impone en la clase obre­ra, son relaciones de producción (producción de seres humanos), vemos los roles que esta relación define en cuanto proceso de producción, no como roles en un juego sino como roles que fuer­zan a la gente a comportarse y a pensar de sí mismos como agen­tes del proceso productivo. Un punto importante emerge de esta aproxima­ción: ya sea para la producción inicial de seres huma­nos, para la reproduc­ción de los chicos o, para la reproduc­ción de la fuerza de trabajo de los adultos, la institución familiar siempre designa el mismo tipo de personas para llevar la carga de la tarea de producción: mujeres.
Hasta la explosión de los movimientos feministas, sus activi­dades en la casa no eran reconocidas como trabajo; por el contra­rio, se asumía que satisfa­cían la “naturaleza femenina”. Esta naturaleza era pensada, por supuesto, no en términos socia­les sino en términos bioló­gi­cos. En realidad, nada “natural” fuerza a las mujeres, tanto como grupo o individuos, a ser exclusivamente responsables del cuidado de los bebés, de la crianza de los niños y de cocinar, limpiar, remendar para ellos hasta que crezcan; como trabajo de tiempo completo, no de 8 horas sino de 24 horas al día.[23] No es natural que las mujeres deban hacer todas las ta­reas del hogar (cocinar, hacer las compras, limpiar, lavar, arreglar, etc.) necesarias para produ­cir la fuerza de trabajo de sus esposos. Si las mujeres se encuentran ahora con la responsabi­lidad de este tipo de tareas, no es por su naturaleza biológica sino por las relaciones socia­les que definen su posi­ción. Es, solamente, durante los nueve meses del embarazo y, en algunos casos, duran­te el primer año de vida del bebé, que la naturaleza de las mujeres las hace jefas de producción; pero, si su constitución biológica es la que les da el monopolio de la producción, es la sociedad la que decide -o intenta decidir- si van o producir o no. La clase dirigente, que es tan aficionada a proclamar la santidad de la naturaleza, en la práctica la amolda a intereses de clase no naturales. Sólo debe observarse la batalla en proce­so entre distintas facciones de la clase dirigente acerca del control de las “panzas” de las mujeres (es decir, de las de las mujeres de clase obrera) para entender por qué la burguesía no está totalmente preocupada por interferir con la naturaleza.[24]
Por lo tanto, si las mujeres se encuentran restringidas a hacer la mayor parte del trabajo de la producción de humanos, no es por naturaleza o por la opresión del hombre sobre la mujer (esta opresión como la de los capataces sobre los trabajadores resulta por sí misma otra relación social fundamental que es la mediación): el históricamente determinado, resistente, institu­cionalizado y, por ello, desinstitucionalizable, sistema de rela­ciones sociales llamado familia -como instrumento del capi­tal para restringir a las mujeres de la clase obrera a la pro­ducción de seres humanos- es responsable de la situación de todas las muje­res.
Porque esto no ha sido claramente comprendido en Occidente, ha sido posible argumentar que la posición desfavorable de las esposas de los trabajado­res era debido a la denominada ideología reaccionaria de sus esposos respecto del tema sexual. Mientras que hay un gran número de observaciones inmediatas que apoyan este punto de vista (aquellos que pueden contradecirlos no se enfatizan en ese tipo de estudios), son interpretados en el limitado marco del hogar, esto es, sin considerar lo que le pasa a los esposos trabajadores en las fábricas.
Cuando se toma en cuenta esto, las interpretaciones cam­bian. Supongamos que el capital quiere toda la energía posible de los trabajadores (una hipótesis no tan irrelevante). En este caso, los trabajadores volverían a sus hogares, desde la fábri­ca, com­pleta­mente exhaustos y alguna organización social debería existir para permitirles descansar para reprodu­cir su fuerza de trabajo; sin embargo, acarrea más trabajo hacer las compras, cocinar y demás. Si los obreros trabajan 45 horas semana­les en la fábrica y si preparar la comida y demás implica otras 15 horas más; podría decirse que cada trabajador utiliza­ría 60 horas de fuerza de trabajo para hacer todo su trabajo.
Ahora, ¿Se corresponde el salario del trabajador con los bienes y servi­cios que él necesita para reproducir su propia fuerza de trabajo? Esto querría decir que él debería ganar sufi­ciente dinero para comer en restaurantes, pagar a alguien para que limpie la casa y demás; en París a mediados de 1970, por ejemplo, esto hubiera tomado como mínimo unos cientos de dólares por sema­na, mientras que el salario promedio era sola­mente de sesenta dólares.
¿Cómo puede entonces el capital manejarse con el pago del salario a la mitad de su valor? Es precisamente no compen­sando a los trabaja­dores por el trabajo extra hecho en la casa, esto es, pagando por los bienes y servicios que son necesa­rios para que los trabajado­res reproduzcan su fuerza de trabajo. La solu­ción del capital es la familia: una organización social mediante la cual las esposas de los trabajadores proveen todos los servi­cios (ta­reas del hogar) mencionados supra para sus maridos y para ellas -aproximadamente 25 horas semanales para una pareja sin hijos- mientras que la reproducción de su propia fuerza de trabajo es reducida al mínimo: la vivienda ya está garantizada, no hay gastos en transpor­te, sólo la comida y la ropa deben ser compradas para la esposa; cuyos costos deberán ser balanceados por un cambio en el modo de vida de sus esposos: no beber en el bar, no ir al cine o al bowling, de hecho, no más vida social. Sesenta dólares es todo lo que con­lleva y, por otra parte, el trabajador posee una unidad de reproducción lista para comenzar a producir futuros trabajado­res.[25]
La suposición aquí es que es absolutamente necesario que los esposos actúen de acuerdo con el proyecto: la mujer debe cumpli­mentar diariamente las tareas del hogar, el hombre debe traer al hogar todo el salario. El truco es que no se necesita ningún capataz que imponga estas normas, cada uno actúa como capataz del otro porque es necesario para su supervi­vencia. Es difícil imagi­nar una situación más alienante.
La situación, sin embargo, no es simétrica: es la fuerza de trabajo del hombre la meta final del capital, la institución familiar y la ideología dan poder al hombre para facilitarle el “tener el trabajo hecho”. Por lo tanto, arribamos al llamado carácter autoritario de los trabajadores hacia sus esposas, que parece muy desagradable visto con ojos de clase media. El resul­tado del proceso histórico social antes mencionado es referido habitualmen­te como “la familia nuclear”.
Para avanzar con nuestro ejemplo: los hijos vienen solos. Porque 60 dólares no son suficientes para mantenerlos, el hombre trabaja tiempo extra en la fábrica, lo que posteriormente lo agota; así, la carga del cuidado de los hijos recae enteramente en la energía de la mujer. Por lo tanto, cada vez más, los niños de la clase obrera están alienados de sus padres: no pueden compartir con ellos su experiencia de clase obrera.
En otros tiempos, los hijos eran habitualmente educa­dos por sus padres aprendiendo de ellos la caza, pesca, culti­vo o el trabajo de artesano; mientras que las madres trans­mitían a sus hijas las habilidades y cultura de amas de casa. Esto asegu­raba la reproducción de la cultura familiar del grupo social durante generaciones. Pero, con la división introducida por la familia nuclear (familia determinada por el capital) ninguna cultura de clase obrera puede ser transmitida en forma espontá­nea a través de una práctica en común, del padre al hijo, de la madre a la hija; debe ser nuevamente experimentada y reinventada por cada genera­ción.
Hay aquí otro punto importante: la forma familia nuclear concentra todos los tipos de relaciones interpersonales en un pequeño grupo de personas: sus miembros. No sólo hace más difi­cul­tosa la vida conyugal (debido a la superposi­ción de muchos tipos de relaciones) más importante aún, atomiza a la clase obrera en millones de unidades aisladas. La solidaridad se desvanece: la privatización se hace cargo. Así, no es sólo la ideología dominan­te que hace a los trabajadores contemporáneos menos revoluciona­rios, ni tampoco es debido sólo al estándar de vida que el impe­rialismo puede proporcionar para el estrato de trabajadores cali­ficados. Sumada a la propaganda burguesa y las mejoras monetarias, la específica organización de relaciones sociales que resultan de la familia nuclear en la clase obrera favorecen la atomización de la clase, la desapari­ción (no repro­ducción) de aquellas relaciones que, obligando al matrimonio de trabajadores y a sus hijos, los transforma en miembros de un grupo social vivo.[26]
Para finalizar esta sección, es interesante observar qué contradicciones secundarias aparecerían si la familia nuclear fuera impuesta en cada clase y en todos los estratos.
En cada estrato social cuando el hombre no está en el traba­jo, está en la casa; la mujer hace todas las tareas del hogar y cuida a los niños sin ayuda; los hijos son producidos casi exclu­sivamente por sus madres y los hombres tienen la fuerza para imponer este tipo de organización familiar sobre sus esposas. Pero sólo en la clase obrera esto aparece como la normal (aunque deplo­rable) forma de vida; por fuera de una genuina solución proleta­ria, es decir, solidaridad entre fami­lias y rea­propiación de las instituciones locales, no hay otro modo de reorganizar las rela­ciones marido-esposa-hijos.
Pero en otros estratos sociales, este tipo de organización familiar podría generar una sensación de absurdo, de restricción innecesaria. La burguesía, por supuesto, será la primera en tener comodidad en su casa: personal doméstico que alivia el traba­jo de la esposa dejándole sólo la supervisión; y las múltiples tareas de la organización y de la lucha de clases (bur­guesa) proveen al marido superabundancia de excusas para permanecer fuera del hogar. Para los hijos, sin embargo, la situación contradictoria genera proce­sos muy interesantes que no describi­ré aquí. La prime­ra generación de estrato medio, que mira a la burguesía como su grupo de refe­rencia, interioriza la profesada moral burguesa y trata, esforza­damente, de vivir según ella (“estrato medio” es la definición corriente para los que en realidad son los agentes de los aparatos de dis­ciplinamiento).
Es para las nuevas generaciones del estrato medio en creci­miento que algo diferente ocurre: porque la dominación del hombre sobre la mujer no es necesaria para la reproducción de la vida en este estrato, las condiciones son el resulta­do de los movimientos de liberación femenina. Ahora bien, los movimientos de mujeres contienen un potencial revolucionario, pero uno puede confiar en los instintos de la clase dirigente para reprimir este potencial y para enfatizar, enérgicamente, los componentes reformistas (en los medios, en la nueva legisla­ción concedida). Parece bastante vero­símil que una de las raíces de los movi­mien­tos feministas es la frustración de las mujeres del estrato medio que se ven a sí mismas atrapadas en una institución, la familia nuclear, que las restringe innecesariamente. Es obvio que en este estrato los hom­bres no están tan cansados como para no asumir la mitad de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos, por tanto, liberar a las mujeres de la abu­rrida vida hogareña y permitirles asumir algunos de los roles profesionales les provee, al menos, la ilu­sión de la realización personal.
Las reformas son valiosas cuando se inician desde abajo y ésta es una importante, porque suprime una contradicción secun­daria entre hombres y mujeres en el estrato medio. El cambio de las normas sociales sobre la relación entre el hombre y la mujer en la familia del estrato medio, induce a un cambio en las normas para los hombres y mujeres solteros, por ejemplo, los jóvenes. Además, si el movimiento es suficientemente fuerte, puede forzar cambios en la legislación que, porque se supone aplicable a todos los ciudadanos, podría ayudar a las mujeres de clase obrera (por ejemplo: las nuevas leyes sobre aborto; es típico que las políti­cas burguesas sobre aborto en varios países hayan sido acompa­ñada por la creación de “comisiones” que deci­den si la mujer puede realizar el aborto: la sola existencia de estas comisiones es un impedimento para las mujeres de clase obrera). Pero uno no debe sorprenderse de que las mujeres de clase obrera no compartan siempre con las del estrato medio su entusiasmo por la “lucha en contra de los hombres” o aún en contra del chauvinismo: su situa­ción real es diferente.[27]
Mucho trabajo queda por hacer sobre estas cuestiones. Lo importan­te, sin embargo, es que comenzamos en la direc­ción correc­ta. Me parece que las conceptualizaciones sobre la produc­ción de seres humanos, sobre las familias como sus unida­des de producción, sobre las relaciones familiares como relacio­nes de producción, conforman un buen comienzo.
La producción de hombres y mujeres está organizada por la sociedad (es decir, por la clase dirigente) teniendo a la vista el consumo. Por lo tanto, el próximo paso sería estudiar los diversos patrones de consumo. Esto debe ser hecho incluso antes de tratar de comprender el proceso de distribución, ni mencionar a la movi­lidad e inmovilidad social y sus consecuencias socia­les. La trans­misión hereditaria del capital, no la educación, es el proceso clave: la transmisión hereditaria del capital, que es la relación principal de distribu­ción de seres humanos, es una relación de producción en tanto es la relación que distribuye los medios de producción para algunas personas, proyectando al resto de las personas hacia posiciones de clase proletarias (ya sean empleados u obreros).   
 

 
[1] Daniel Bertaux, Nouvelles perspectives sur la mobilité sociale en France. Actas del 7º Congreso Mundial de Socio­logía, 1970.
[2] Karl Marx. El Capital. Libro Tercero, hay varias ediciones en castellano.
[3] No hay tres clases principales como Marx escribió en el inconcluso manuscrito: Las clases. Sobre este punto, ver Pierre-Philippe Rey Les alliances de Classes, París, Maspe­ro, 1973. Primera Parte.
[4] Se ha discutido que el verdadero objetivo de la divi­sión del trabajo, la taylorización del proceso de producción, era dividir a los trabajadores. Véase el excelente ensayo de Stephen Marglin What Do Bosses Do? Origins and Functions of Hierarchy in Capitalist Production Departamento de Economía, Universidad de Harvard (mimeo), 1970 y André Gorz y otros Cri­ti­que de la Division du Travail, París, Editions du Seuil, 1973. La idea clave de estos ensayos es que la verdade­ra meta de la reorganización del proceso colectivo de produc­ción es la desorganización del “colectivo de productores”.
[5] Se refiere a un diccionario similar al de la Real Acade­mia Española para el castellano (N. del T.).
[6] Sin embargo, ellos no están ahí parados, personifican (a veces con reticencias o celos) una práctica de clase que no es la de ellos. Pueden ser pensados como medios que la clase dirigente construye para su propia práctica; ellos están en el medio como el látigo lo está entre el cochero y el caba­llo, no deberían llamarse clases medias sino cuche­tas del medio (cou­ches-moyens).
[7] Michel Foucault Surveiller et Punir, París, Gallimard, 1975. (Hay traducción al castellano: Vigilar y Castigar. Naci­miento de la prisión, México, Siglo XXI, 1977).
[8] E.P. Thompson The making of the English Working Class, Londres, Victor Golancz, 1963 (Hay traducción al castellano: La forma­ción de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona, Crítica, 1989)
[9] Véase para una descripción vívida de este proceso en Gran Bretaña: Richard Hoggart The uses of Literacy, Londres, Chatto and Windus, 1959.
[10] Acerca de la expropiación progresiva: pude observar a través de los años el proceso mediante el cual, en un pueblo en particular de los Pirineos, el poder para construir sus caminos fue expropiado. Hace treinta años ellos mantenían sus caminos y/o abrían nuevos; ahora, pagan impuestos (que antes no paga­ban) para que los especialistas en París -alejados 500 millas- deci­dan que caminos deben ser construidos y para tener un aparato especial de técnicos y trabajadores que vayan hasta allí y los construyan. Por supuesto, los caminos son mejores: pero no pasan por los lugares por donde los campesinos desea­rían que pasaran. En lugar de ir hacia el campo, se dirigen hacia las atracciones turísticas.
[11] Friedrich Engels Origins of The Family, the Property and the State (1884) Prefacio. (Hay varias traducciones al caste­llano Los orígenes de la familia, la propiedad y el Estado)
[12] Ibíd. Véase la Introducción escrita por Elizabeth B. Leacock en la reimpresión de International Publishers, New York, 1972.
[13] El resultado en bruto fue incluido en un ensayo enviado al 7º Congreso Mundial de Sociología. Hace poco tiempo encon­tré ­varios estudios feministas recientes, particu­larmente el de María Rosa Della Costa y Selma James The Power of Women and the Subversion of the Community, Nottingham: Falling Wall Press, 1972; que habían desarrollado casi la misma idea agregándole la dimensión política nacida de sus experiencias personales y de praxis social.
[14] Conozco un intento de reconstrucción de todo el proce­so de producción de un ser humano, incluyendo los trabajos hechos por mí, el monumental estudio de Jean Paul Sartre sobre Flau­bert L'Idiot de la Familie, París, Gallimard, 1973. El interés metodológico de este estudio excede ampliamente el caso de Flaubert.
[15] Todo proceso social debe ser pensado como un todo, no como compuesto por dos partes: la material y la no material. Obser­vamos diferentes aspectos cuando miramos al mismo proceso real desde diferentes puntos de vista. Porque no podemos obtener más que una visión en particular de cualquier objeto real al mismo tiempo, el idealismo concluye que hay tantos objetos reales como puntos de vista. Por otra parte, el mate­rialismo mecani­cista acentúa un punto de vista en particular como verdadero; yo trato de evitar ambas “trampas”.
[16] La demografía occidental ha ignorado (coherentemente) el pensamiento marxista mientras que, los marxistas occidenta­les han ignorado (coherentemente) las cuestiones demográficas. Considérese, por ejemplo, la confusión introducida por el concepto de reproducción tal como es usado en la actualidad. Los demógrafos lo usan para designar lo que es de hecho la producción de nuevos seres humanos. Este particular proceso de producción es, como vimos, al mismo tiempo social y biológico, socialmente es un proceso de producción pero biológicamente es un proceso de reproducción (de las especies). Por lo tanto, el uso del término reproducción acentúa el componente biológico e induce implícitamente a pensar todo el proceso en términos biológicos.
Hablando acerca del proceso de reproducción (cotidiano) de la fuerza de trabajo, los economistas usan el término “consumo». Pero, mientras que en una aproximación desde la economía política crítica los dos términos son sinónimos, el uso del término consumo en lugar de reproducción no es casual, se orienta hacia la cuestión del consumo diferencial (por clase social) como si todo el mundo que debe reproducir la fuerza de trabajo de la misma manera lo hubiera hecho de modo similar. El paso siguiente es, entonces, hacer una diferencia­ción simbólica del consumo, con el resultado que el aspecto material del consumo es rápidamente olvidado y que el aspecto simbólico es unilateral, aunque a veces llamativamente acen­tuado. Las personas cuyas vidas están estructuradas por el hecho de trabajar en fábricas, minas, construcciones no son observadas en su contexto laboral sino en sus hogares, donde nada los distingue del resto de los ciudadanos, excepto por la etiqueta de “trabajadores”.
[17] Este punto se basa en algunos señalamientos hechos por Christian Baudelot y Roger Establet en su notorio estudio acerca del sistema escolar en Francia L'Ecole capitaliste en France, París: Maspero, 1971, págs. 231-263 (Hay traducción al castellano: La escuela capitalista. Siglo XXI)
[18] Ibíd.
[19] Estas ideas han sido desarrolladas en: Daniel Bertaux Destins personnels et rapports de classe, París, Presses Universitaires de France, 1977.
[20] Louis Althusser Idéologie et appareils ideologiques d'état, La Pensée, Nº 157 (junio 1971) (Hay traducción castellana Ideología y aparatos ideológicos del estado, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1984); Nicos Poulantzas Fascis­me et Dictadure, Paris: Maspero, 1972, (Hay traducción al caste­llano: Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1986, 17a. edic.) y Les Classes sociales dans le capitalisme d'aujourd'hui, París: Editions du Seuil, 1974 (Hay traducción al castellano: Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI, 1986).
[21] Daniel Bertaux Two and a Half Models of Social Struc­ture, en Social Stratification and Career Mobility, ed. K.U. Mayer y Walter Muller, Paris: Mouton, 1972.
[22] Quizás una explicación para el doble estándar de las normas morales puede hallarse aquí: las normas promulgadas por la burguesía tienen están orientadas para ser aplicadas a otros grupos sociales y no para ella misma. Otro fenómeno, que es la rebelión de las mujeres de clase media en contra de la institu­ción que consideran opresiva, puede también ser enten­dida desde este enfoque, como veremos más adelante.
[23] Véanse los estudios etnográficos acerca de las llama­das socie­dades primitivas y los estudios históricos como el de Philippe Ariès L'Enfant e la vie familie sous l'ancien régime, París: Plon, 1960. acerca de la edad media europea. Federico Engels Los orígenes de la familia…, continúa siendo una exce­lente introducción para esta cuestión; su estudio está basado en el trabajo del antropólogo norteamericano Lewis Morgan. Elizabeth B. Leacock ha reseñado evidencias recientes a favor y en contra de las hipótesis de Engels, como se presentan en la etnografía contemporánea. Della Costa y James The Power of Women, describe los intentos del movimiento feminista italiano para resocializar las tareas de cuidado de los bebés en acti­vidades comunitarias.
[24] Es interesante mostrar qué facciones de la clase diri­gente son natalistas y cuáles son malthusianas; la histo­ria muestra que depende del tiempo y el lugar. La hipótesis es que las políticas de ocupación se esconden detrás de dogmas estric­tos pero contradictorios. También alguna facción puede ser natalis­ta para algunas categorías -incluida ella misma- y malthusiana para otras; este es el caso del pequeño grupo que está diri­giendo los asuntos del imperialismo nortea­mericano.
[25] Permítanme enfatizar nuevamente, son 60 dólares por 70 horas de trabajo, no por 45 horas. Este es el error inicial de muchos análisis marxistas del salario y el punto ciego respon­sable de la concepción de las amas de casa como perso­nas que no trabajan; este error es equivalente al adoptar el punto de vista del capital -o, mejor dicho, la ideología explícita del capital, no el punto de vista práctico y no dicho, que consi­dera a las esposas de los trabajadores como altamente produc­tivas, como lo indicado por las leyes que las restringen y protegen en contra de la depresión.
[26] Ninguna evidencia empírica, es decir histórica, se ofrece aquí para sustentar esta suposición. Sin embargo, variados estudios sobre la clase obrera europea en el siglo XIX, tanto publicados como en elaboración, podrían ser usados para comple­tar este esqueleto teórico.
[27] Este punto ha sido pasado por alto por algunas escri­toras feministas, habitualmente en el movimiento norteamerica­no, pero ha sido visto claramente por otras mujeres, entre ellas Marlene Dixon, Della Costa y James The Power of Women. El hecho que este punto de vista no haya prevalecido en los movimientos feministas no es imputable, en primera instancia, a esos movimientos sino al contexto clasista dentro del que se han desarrollado y del que tienden a tomar prestada su estruc­tura ideológica profunda.

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