29/03/2024

Elogio del pensamiento crítico

Quien quiera hoy día combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que vencer, por lo menos, cinco obstáculos. Deberá tener el valor de escribir la verdad, aun cuando sea reprimida por doquier; la perspicacia de reconocerla, aun cuando sea solapada por doquier; el arte de hacerla manejable como un arma; criterio para escoger a aquellos en cuyas manos se haga eficaz; astucia para propagarla entre éstos. Estos obstáculos son grandes para aquellos que escriben bajo la férula del fascismo, pero existen también para aquellos que fueron expulsados o han huido, e incluso para aquellos que escriben en los países de la libertad burguesa.
(Bertolt Brecht)[1]

¿No tienes enemigos? ¿Cómo que no? ¿Es que jamás dijiste la verdad, ni jamás amaste la justicia?
(Santiago Ramón y Cajal)[2]
 
 
El término Pensamiento Crítico puede resultar una abstracción y hasta tener un carácter tautológico, si no se precisa qué se entiende por tal denominación. Una abstracción que puede convertirse en un mero enunciado, que se repite sin mucho cuidado. Una tautología, porque, en rigor, todo pensamiento que amerite tal nombre debería ser crítico con todo lo existente y consigo mismo. Pero como hoy se han entronizado en el mundo entero un conjunto de banalidades propias de un pensamiento único, un pensamiento sumiso y un pensamiento abyecto, adquiere sentido hablar de pensamiento crítico no solo para diferenciarse de estas formas, sino para rescatar la esencia de una reflexión que no se quede en la mera contemplación, aceptación o apología de todo lo existente. En ese orden de ideas, y de manera algo esquemática, intentaremos precisar cuáles serían, en nuestro sentir y entender, las características del pensamiento crítico que se encarna, por supuesto, en hombres y mujeres de carne y hueso, quienes, en definitiva, son los pensadores y las pensadoras críticos.
 
 
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Es un pensamiento histórico: el sistema capitalista se presenta a sí mismo como el fin de la historia, el mejor de los mundos, una realidad insustituible sin pasado ni futuro y la realización plena del presente perpetuo, que siempre gravita sobre lo mismo: sobre la producción mercantil y el consumo exacerbado. Ni antes ni después del capitalismo se concibe la existencia de otras formas de organización social, porque todo se sujeta al endemoniado ritmo de la pretendida “destrucción creadora”, que promete un reino eterno, aquí en la tierra, de opulencia y derroche. Para que todas estas falacias se impongan se hace necesario cortar los vínculos de los seres humanos con la historia, o mejor dicho, negar que nosotros somos seres históricos que estamos anclados al mismo tiempo en el pasado, el presente y el futuro, y que, en el pasado, relucen los destellos de proyectos y alternativas de los vencidos, iluminando el futuro para que el presente no aparezca como una fatalidad que tenemos que aceptar y contra la cual nada podemos hacer. Por eso, se ha impuesto la amnesia y el olvido, para que aceptemos que siempre ha existido y existirá el capitalismo, sin que podamos concebir otras formas de organización social y otras maneras de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza.
Para enfrentar esos prejuicios sobre la eternidad del presente capitalista, la historia debe ser un instrumento indispensable de análisis y reflexión que nos ayude a recuperar otras perspectivas, que nos recuerden que el capitalismo es solamente una relación social históricamente constituida, que no representa ni mucho menos el fin de la historia. El conocimiento histórico nos ayuda a comprender que el presente actualmente existente es el resultado de procesos complejos en donde, entre muchas alternativas, se impuso, a menudo con la violencia y la irracionalidad, solo una de ellas. En breve, el pensamiento crítico se sustenta en aquella célebre propuesta de Pierre Vilar de pensar históricamente, para ubicar, localizar, relativizar, fechar, explicar, comprender y contextualizar todos los procesos existentes, incluyendo el capitalismo.
 
 
2
 
Es un pensamiento radical: para develar la injusticia y la desigualdad se hace necesario ir a la raíz misma de los fenómenos, con la finalidad de explicar sus causas fundamentales. Esto es lo que quiere decir el término radical: hurgar en el trasfondo de los procesos y no quedarse prisionero en el mundo de las apariencias. Un pensamiento radical supone escudriñar, sin concesiones, los mecanismos que mantienen la dominación, la explotación y la opresión, llamando a las cosas por su nombre, y desmontando las falacias ideológicas que se emplean para encubrir con eufemismos la dura realidad. Por supuesto, la radicalidad del pensamiento no es una cuestión puramente lingüística o retórica, puesto que la misma utilización de ciertos conceptos (como capitalismo, imperialismo, clases sociales, desigualdad) implica la adopción de un punto de vista, que tiene consecuencias prácticas en la vida de las personas que asumimos ese tipo de crítica radical.
 
 
3
 
Es un pensamiento anticapitalista: en sentido estricto, en la actualidad, un pensamiento radical tiene que ser anticapitalista, porque durante dos décadas se nos anunció que el mercado perfecto se había hecho realidad tras la desaparición de la Unión Soviética, y que su imposición garantizaba el crecimiento ilimitado y la satisfacción, vía consumo, de las necesidades de todos los habitantes del planeta. Estas mentiras han quedado hechas añicos por la crisis capitalista, que se ha extendido por el mundo desde 2008, en la que se ha evidenciado que los costos de la crisis los pagan los trabajadores y los pobres, como lo estamos viendo en la Unión Europea, modelo por excelencia del triunfalismo capitalista, pero que hoy hace agua por todos los costados y sitúa al mundo en la peligrosa disyuntiva fascista de la década de 1930. Si las cosas son así, y se ha hecho palpable que el capitalismo en lugar de contribuir a solucionar los problemas de la humanidad los tiende a agravar con su lógica mercantil basada en el lucro y el crecimiento ilimitado, es necesario volverse a plantear una propuesta que vaya más allá del capital.
 
 
4
 
Es un pensamiento abierto: para ser radicalmente anticapitalista es indispensable apoyarse tanto en las más diversas tradiciones revolucionarias como en el conjunto de las ciencias y las artes. El pensamiento crítico precisa del dialogo permanente con diversos legados emancipatorios que se han ido construyendo durante varios siglos en distintos lugares del planeta, entre los que sobresalen el pensamiento de Marx y sus seguidores más lúcidos, el anarquismo, el ecologismo, el feminismo, el indigenismo y todo lo que ayude en el propósito de reconstruir una agenda de lucha contra el capitalismo y el imperialismo. Asimismo, como nos lo han enseñado los grandes pensadores de nuestra América y de otros continentes (como José Carlos Mariátegui, Antonio Gramsci, György Lukács), la reflexión crítica se enriquece en un diálogo fecundo con las ciencias y la técnica, un intercambio necesario para afrontar la crisis civilizatoria a la que nos ha conducido el capitalismo y en la cual todos estamos inmersos. Porque esa crisis no se comprende al margen de los impactos nefastos y contradictorios de las tecnociencias, lo que obliga a tener unos mínimos rudimentos, sobre las mismas, que permitan esbozar una distancia crítica, mucha mesura y circunspección.
 
 
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Es un pensamiento que cuestiona la idea optimista de progreso: tras constatar los costos contradictorios de la filosofía del progreso, con todo su cortejo de muerte y destrucción, es pertinente cuestionar el progresismo en todas sus variantes, y en especial, el culto a la tecnociencia por todas las implicaciones prácticas que tiene. Hoy, cuando se ha impuesto la razón instrumental y se ha generalizado el fetichismo de la mercancía que alienta la lógica irracional de producir para consumir en un círculo vicioso cada vez más destructivo, se torna urgente problematizar los proyectos progresistas que se sustentan en el tener sobre el ser, en la cuantificación abstracta, propia de la mercancía, despreciando el valor de uso, en la idea de consumir hasta el hartazgo como sustituto del buen vivir en condiciones dignas. La crítica a la filosofía del progreso es indispensable para abandonar las ilusiones sobre las soluciones técnicas como forma de resolver los problemas que ha generado el capitalismo (como los trastornos climáticos o la destrucción de los ecosistemas), y para volver a priorizar las soluciones sociales y políticas. Por todos los avatares de los fallidos proyectos anticapitalistas del siglo XX y de la tragedia ambiental y humana que se vive en China, ya no es posible seguir rindiendo culto al “Progreso”. Esto, desde luego, resulta una idea poco popular por la imposición generalizada del consumo de artefactos tecnológicos en la vida cotidiana, pero necesita plantearse para estudiar a fondo las consecuencias nefastas de la ampliación, a algunos reducidos sectores de la población, del modo estadounidense de producción y de consumo, frecuentemente aplaudida como la máxima expresión de progreso, pero que, en realidad, destruye la naturaleza y a los pobres.
 Hay que decirlo, esto no supone el abandono de la ciencia ni de la técnica, como continuamente lo sostienen quienes creen que criticar el progreso es rechazar por completo la modernidad y retroceder a la época de las cavernas. Más bien, lo que se trata es de rescatar lo mejor de la modernidad para pensar en construir otro tipo de civilización ecosocialista.
 
 
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Es un pensamiento ecologista y antipatriarcal: la destrucción ambiental se ha generalizado en el planeta; Colombia no es la excepción, menos ahora con las locomotoras de la minería y el libre comercio. El ecocidio avanza de manera incontenible al ritmo de la expansión capitalista por los cinco continentes, como lo demuestran las cada vez más frecuentes catástrofes sociales, que resultan de la destrucción de la naturaleza y de la mercantilización de los bienes comunes. Esto obliga a atender, mediante la reflexión analítica, el estudio de los límites ambientales del capitalismo y los peligros que eso entraña para grandes porciones de la población: principalmente, los más pobres. Se necesita de una nueva sensibilidad que incorpore la crítica anticapitalista, que ha estudiado a fondo la contradicción capital-trabajo, y una crítica de similar importancia que dilucide la contradicción capital-naturaleza y que involucre a todos los sujetos sociales afectados por esta segunda contradicción. En consecuencia, el pensamiento crítico requiere ser profundamente ecologista, en una perspectiva que sea un complemento indispensable del anticapitalismo.
Al mismo tiempo, dados las notables contribuciones teóricas de diversas corrientes del feminismo, en consonancia con el sometimiento de la mayor parte de las mujeres, es prioritario que el pensamiento crítico asuma el cuestionamiento al patriarcado y a todos sus componentes de opresión y de marginación de la mitad del género humano.
 
 
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Es un pensamiento nacionalista e internacionalista a la vez: el capitalismo existente y sus ideólogos, entre los que sobresalen los neoliberales, se han encargado de construir un falso dilema: por una parte, ellos, presentándose como los globalizadores por excelencia, abjuran de todo lo relacionado con lo nacional, considerándolo como propio del atraso y de la barbarie. Esto lo han hecho con la finalidad de justificar la entrega de la soberanía de los países y el regalo de los bienes comunes que se encuentran en sus territorios; todo a nombre de una pretendida modernización global. Por otra parte, como respuesta a ese universalismo abstracto, otros portavoces del capitalismo, al mismo tiempo, han suscitado feroces guerras xenófobas en varios continentes, incentivando el chovinismo y la limpieza étnica.
Contra este falso dilema –entre el universalismo abstracto y el fanatismo nacionalista–, el pensamiento crítico debe y tiene que reivindicar otro tipo de nacionalismo a partir del internacionalismo. No se puede abjurar de lo mejor de la configuración nacional en nuestra América, máxime en estos tiempos de la vergonzosa desnacionalización que han impulsado las clases dominantes en estos países, como se patentiza en Colombia. Esto no supone reivindicar, ni mucho menos, un trasnochado patriotismo barato, propio de la mentalidad retrograda de los terratenientes y ganaderos de Antioquia y otras regiones de este país. Quiere decir, por el contrario, postular un nacionalismo cosmopolita, basado en la máxima de José Martí: “Patria es humanidad”. Como quien dice que estemos asentados en nuestro territorio. Pero para comprender mejor el mundo, debemos relacionarnos en forma más adecuada con los otros países, y no creernos mejores ni peores que los demás. Ese internacionalismo, además, es urgente tanto para recuperar las mejores tradiciones de lucha de los dos últimos siglos en nuestra América como para solidarizarnos y compartir las utopías de los oprimidos del mundo entero.
 
 
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Es un pensamiento anticolonialista y antiimperialista: por reivindicar lo mejor de lo nacional y lo mejor del mundo, el pensamiento crítico es, tiene que serlo, anticolonialista y antiimperialista. Además, porque hoy se ha reforzado el colonialismo, que había sido seriamente debilitado en la década de 1960 con la extraordinaria lucha de liberación nacional que adelantaron los pueblos africanos y asiáticos, cuya gesta hizo gravitar la historia universal entorno a lo que por entonces se llamaba el Tercer Mundo. Esta epopeya anticolonialista generó imperecederos aportes intelectuales al pensamiento universal, representados en la obra de Franz Fanón, Walter Rodney, Amílcar Cabral o Aimé Césaire. Como ha quedado en evidencia hoy, el colonialismo, en realidad, nunca desapareció; sino que, más bien, se ocultó bajo otros mantos y emergió con toda su fuerza en las últimas décadas, asumiendo el viejo discurso eurocéntrico con la retórica de la globalización. Esta nueva conquista, la colonización externa, en el caso de nuestra América, viene acompañada de ese otro fenómeno que existe en este continente desde hace cinco siglos, pero del que poco se habla; se trata del colonialismo interno, agenciado por las clases dominantes para mantener sus privilegios a costa de la exclusión, discriminación y explotación de indígenas, afrodescendientes y mestizos pobres.
La nueva colonización es también, como siempre lo fue, cultural, y ahora académica, porque de los centros hegemónicos de la cultura universitaria se imponen nuevas modas intelectuales, que desdicen y niegan de lo propio, de la realidad de nuestro continente, de sus procesos de lucha y de sus propios proyectos culturales, para implantar un lenguaje artificial e impostado, elaborado para congraciarse con los nuevos imperialistas y sus mandarines culturales. En consecuencia, el pensamiento crítico debe estar atento a beber de las más diversas fuentes, pero sin caer en las tentaciones de la novedad y de las modas efímeras, impuestas desde Nueva York o París.
 
 
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Es un pensamiento que reivindica a los oprimidos de todos los tiempos y sus luchas: el pensamiento crítico pretende develar los mecanismos de explotación y opresión en el presente, apoyándose en una visión histórica en la que emergen los sujetos que se han rebelado contra las diversas formas de dominación en diversas épocas. El conocimiento de los procesos históricos señala que, incluso, en las peores condiciones, como en la época de la esclavitud moderna que perduró cuatro siglos (entre 1500 y 1890), hubo protestas, sublevaciones y rebeliones propias de lo que puede llamarse la hidra de la inconformidad de los plebeyos. Cual hidra mitológica que renace aunque se le destruya la cabeza, lo mismo ha sucedido en diversos momentos de la historia del capitalismo con la lucha de los explotados. A pesar de la tortura, persecución y asesinato de líderes y dirigentes populares, la protesta de los subalternos reapareció una y otra vez. Estudiando las luchas de los vencidos se alimenta el fuego de la inconformidad en el presente, porque estos nos acompañan desde la posteridad con la memoria de sus acciones. En este sentido, podríamos añadir el postulado de Walter Benjamin de no pedir “a quienes vendrán después de nosotros la gratitud por nuestras victorias, sino la rememoración de nuestras derrotas. Ese es el consuelo: el único que se da a quienes no tienen esperanza de recibirlo” (Lowy, 2005: 135). En resumen, el síndrome de Espartaco, basado en el lema “Me rebelo, luego existo”, debería sintetizar la rememoración de los que han luchado en todos los tiempos, un componente indispensable del pensamiento crítico.
 
 
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Es un pensamiento comprometido y no meramente contemplativo: los enormes problemas que afronta el mundo actual, agravados todavía más en nuestro continente por la dependencia y servilismo de las clases dominantes, requieren tanto de una reflexión seria y rigurosa como del involucramiento de esa reflexión con los problemas de la gente común y corriente. En pocas palabras, se trata de que el pensamiento se encarne en sujetos concretos para devenir en praxis transformadora, a la luz de los problemas específicos que afronta la mayor parte de la población. No estamos hablando de una instrumentalización artificial de las ideas que abjure de la importancia de la reflexión y que desprecie el trabajo intelectual, sino de la necesidad de vincular, de alguna manera, esas reflexiones con los problemas reales de la gente. Me gusta reivindicar nuestra actividad como propia de los trabajadores del pensamiento, como lo hacía Julio Antonio Mella cuando señalaba:
 
Intelectual es el trabajador del pensamiento. ¡El trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida, es aquel que empuña la pluma para combatir las iniquidades, como los otros empuñan el arado para fecundizar la tierra, o la espada para libertar a los pueblos (Mella, 1978: 44).
 
Si consideramos la elaboración de pensamiento crítico como un trabajo, y no como una refinada actividad especulativa al margen del mundo real, tendremos más oportunidad de vincularnos con el resto de los trabajadores, incluyendo a los que con sus manos laboran la tierra o fabrican las cosas. Así, podríamos declarar a nuestra actividad una artesanía del pensamiento; una artesanía de productos intelectuales que tiene directa o indirectamente alguna utilidad para la gente.
Por otra parte, el pensamiento crítico no abjura de sus compromisos, y por eso, sabe que es perseguido y reprimido, porque pretende instalar otro proyecto de mundo y sociedad que resulta insoportable para los detentadores del poder y la dominación en nuestro tiempo, donde quiera que se encuentren. El pensamiento crítico hace suya la consigna del filósofo de Tréveris, su undécima tesis: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”.
En este mismo sentido, el pensamiento crítico, además de estar comprometido con los pobres y desvalidos, es un pensamiento alternativo, porque, junto con ellos, busca elaborar propuestas anticapitalistas; al mismo tiempo, plantea que otro mundo es posible y necesario, de lo contrario, el capitalismo será el fin de la historia en el sentido literal de la palabra, ya que nos destruirá a todos y a nuestro planeta.
 
 
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Es un pensamiento universitario y extrauniversitario al mismo tiempo: la universidad pública ha sido una conquista de las sociedades latinoamericanas, conquista lograda con mucho esfuerzo y con el sacrificio de estudiantes y profesores. Durante mucho tiempo se ha buscado que esta universidad fuera un espacio democrático y popular, lo que efectivamente se logró en algunos países de la región, México es el principal ejemplo. En los demás, a pesar de los obstáculos, la universidad pública ha sido, durante algún tiempo, el faro intelectual que alumbraba ideas y proyectos transformadores que terminaban incidiendo fuera de los campus universitarios. Ahora, estamos asistiendo a la transformación de la Universidad Pública en un mercado educativo que vende servicios y pretende convertir a profesores y estudiantes en oferentes y clientes de combosmcdonalizados. Para hacer realidad este propósito es indispensable erradicar de los campus a todos aquellos que cuestionen, critiquen y duden, ya que la universidad de la ignorancia requiere profesores, estudiantes y funcionarios obedientes y sumisos. En concordancia con esto, la consigna de los mercaderes de la educación es erradicar el pensamiento crítico del mundo universitario, so pretexto de que no es útil ni rentable. Esa es la situación que hoy afrontamos de manera directa todos los que hemos hecho de la universidad pública nuestro proyecto de vida. Es necesario, entonces, defender ese territorio democrático de los embates del capital nacional y extranjero para preservar la libre exposición y discusión de ideas, proyectos y propuestas, y para construir naciones y sociedades justas e igualitarias.
Puesto que grandes problemas de la sociedad son asumidos por organizaciones populares que construyen sus propios instrumentos analíticos, es necesario que el pensamiento crítico, producido en el reducido ámbito académico, se relacione con estas organizaciones y se nutra de sus luchas. De esta manera, y a partir de estas experiencias ajenas, el pensamiento crítico podrá establecer una relación dialógica con estas organizaciones en pos de una praxis transformadora concreta. En otros términos, el pensamiento crítico también se construye fuera de los espacios universitarios, en la calle, en la plaza pública.
 
 
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Es un pensamiento digno: para terminar, deben mencionarse las implicaciones éticas del pensamiento crítico, lo cual está relacionado con los intereses que representa; con las fuerzas sociales de las que aprende, se nutre y a la vez alimenta; y con los valores que defiende. Al respecto, la dignidad es una de sus características distintivas. Por dignidad entendemos muchas cosas entrelazadas y complementarias: la independencia de criterio; la libertad de critica; la insubordinación; la defensa de los desvalidos; el valorar las cosas por lo que son y no por su precio monetario; asumir los costos y las consecuencias de lo que se dice sin hacer concesiones ni traficar con los principios morales; no arrodillarse ni subordinarse a los amos y poderosos a cambio de retribuciones o reconocimientos formales que buscan la claudicación; y mantenerse al lado de los oprimidos sin importar que eso implique la marginación y la criminalización. El pensamiento digno no se vende por unas cuantas migajas, no se desmorona ante las lisonjas y halagos interesados de los mercachifles del saber y de la investigación, no se subordina a los dictados de la figuración mediática propia de la sociedad del espectáculo, no escribe ni diserta sobre aquello que proporcione dinero y fama, no negocia con el saber como si fuera una mercancía, no se cotiza en la bolsa de valores del arribismo intelectual. Quienes cultivan el pensamiento crítico caminan con rectitud, con la frente bien en alto por un sentido acendrado de dignidad; no lo hacen del mismo modo que los portavoces de la mentalidad sumisa que, por desgracia, son la vasta mayoría. Estos, como lo afirma el dramaturgo italiano Darío Fo, “andan erguidos porque la mierda les llega hasta el cuello”.
 
Bibliografía
Brecht, Bertolt, “Cinco obstáculos para escribir la verdad”. En: –, El arte y la política. Nueva Nicaragua: Managua, 1985, pp. 222-223.
Galeano, Eduardo, Los hijos de los días.Siglo XXI: Buenos Aires, 2012.
Löwy, Michael, Walter Benjamin, aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”. Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires, 2005.
Mella, Julio Antonio, “Intelectuales y tartufos”. En: –, Escritos revolucionarios. Siglo XXI: México, 1978.


[1] Cit. en Brecht, 1985: 222s.
[2] Cit. en Galeano, 2012: 386.

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