06/10/2024
Por Zeta Sergio
Con la democracia se come, se cura y se educa proclamó el presidente Raúl Alfonsín allá por el año 1983 cuando el pueblo inundaba las calles ávido de democracia. Pero como sucede muchas veces, la triste realidad superó la ficción. Bastaron pocos años para constatar que contrariamente a lo aseverado, cada vez es mayor la proporción del pueblo que no puede acceder ni a la alimentación, ni a la salud, ni a la educación en este sistema.
Pero nunca se cuestionó la primera parte del enunciado. Quizás ya sea hora de preguntarnos: ¿podemos denominar democracia al sistema político en que vivimos? Las inminentes elecciones nos brindan elementos para trazar algunas respuestas.
Faltan pocos días para la primera ronda de las elecciones en Argentina -las llamadas PASO- y es notorio el desinterés popular. Ningún candidato/a logra despertar un entusiasmo que se acerque al que hubo hacia los carpinchos que invadieron los barrios privados del Nordelta. Los simpáticos animalitos que avanzaron sobre sus hábitats naturales que les fueron usurpadas por los que tienen el dinero para comprarlo todo, contrastan con la casta política argentina, incapaz de avanzar sobre los terrenos del privilegio en el mejor de los casos, socia de estos en su mayoría.
El temor a que se repitan el ausentismo y el rechazo que predominaron en las elecciones que precedieron en pocos meses a la rebelión popular de fines del 2001, preocupa en los despachos, redacciones y bunkers. Las elecciones en Salta y en Corrientes, con más del 35% de abstenciones y el 12,1% y 7,5 % respectivamente de votos blancos y nulos encendieron luces de alarma.
Sin embargo, este temor no les quita el sueño ya que, a diferencia de entonces, la organización popular se encuentra debilitada y sin poder aportar hacia un rumbo progresivamente emancipatorio a ese desencanto popular. Varias de las organizaciones que encuentran sus raíces en aquellos días han sustituido al “cambio social” y a la “dignidad” como bandera y guía de un rumbo posible, por la meta de garantizar la “gobernabilidad”. La aceptación acrítica del sistema socio-político -en nombre del realismo político y el culto a la “relación de fuerzas”- caló hondo en muchas convicciones. La certeza acerca de la posibilidad de una “otra política” que reinaba en aquellos tiempos rebeldes, trocó en la inserción en la vieja institucionalidad denominada “democracia”, bautizada así seguramente por algún experto en efectos especiales. ¿Puede merecer tal nombre un sistema que tan poco tiene que ver con su ejercicio en la vida cotidiana? Es un debate necesario, del que extraer conclusiones como insumo para las nuevas generaciones que preanuncian renovadas rebeliones.
De la democracia “representativa” a la democracia “apática”, el síndrome del atleta keniano
Hace poco, fue noticia el caso del atleta de Kenia Abel Mutai que, estando a punto de ganar la carrera, dejó de correr pocos metros antes de llegar a la meta creyendo que ya la había alcanzado. ¿No nos estará pasando lo que a Mutai? ¿El palpable desinterés generalizado no nos estará señalando que, aunque se insista en que tenemos que celebrar el vivir en democracia, aún no llegamos a la meta, que estamos aún lejos de vivir de una real democracia?
Lejos de quienes levantan su dedo acusador contra un pueblo supuestamente apolítico y desinteresado, creo más productivo abrirse a desplegar toda la potencialidad que encierra la apatía hacia los ritos celebratorios de una democracia que no es.
La actual campaña electoral, quizás más que ninguna otra, nos señala que, si democracia es el gobierno del pueblo, poco tiene que ver nuestro régimen político con la democracia. Los “grandes” temas puestos a la consideración popular no fueron más allá del cumpleaños de la esposa del presidente y el de Carrió, se insinuó que el peronismo podía ser más eficaz que el viagra para un eficaz despliegue sexual y otros temas por el estilo. Lxs candidatxs se esfuerzan en demostrar que el otro es peor, como en no decir una palabra sobre problemas de fondo. En un vano intento por mostrarse como parte del pueblo, el principal candidato por el Frente de Todos en la Ciudad de Buenos Aires nos informa que es fanático de los “Redondos”, mientras que la candidata oficialista en provincia de Buenos Aires disimula que vive en un country -compartiendo vecindad y estilo de vida con funcionarios y candidatos de la derecha- contando que a los 23 años -embarazada- recorría los barrios populares con “el bombo a cuestas”, así como resaltó la importancia de la “carta astral” para el devenir de las naciones. Quien la enfrenta desde el arco de la derecha lo hace mostrando un primer plano de su cabellera en afiches y redes. Sin palabras. La población es convocada a optar entre #lavidaquequeremos o #Esjuntos, en forma muy similar a las propagandas que nos incitan a elegir un detergente por sobre otro que “lava mejor”. La banalidad de los mensajes electorales se hace más patente en contraste con la catástrofe que se cierne sobre el país y el mundo, del que la actual pandemia y la degradación de la vida son apenas un pequeño adelanto.
Los temas de los que depende nuestro futuro se debaten, pero en otros lados y con otros protagonistas, por fuera de la mirada y opinión del pueblo. Ya se sabe que el acuerdo con el FMI está listo o muy avanzado, pero se aplazó su firma para después de las elecciones para que no salgan a la luz las “reformas estructurales” que siempre impone el FMI. También, en los últimos días de agosto, el gobierno convocó al “Primer Congreso de la Producción y el Trabajo”, al que asistió todo el gabinete económico y otros funcionarios, así como los principales empresarios de la industria y la agroindustria junto a los burocráticos dirigentes de la CGT Gerardo Martínez (UOCRA) y Antonio Caló (UOM), para definir - divididos en comisiones y mesas sectoriales- próximas medidas y proyectos de ley como una ley de agroindustria y otra de inversiones hidrocarburíferas, entre otros temas. Asimismo, el ministro Martín Guzmán, así como Sergio Massa, Santiago Cafiero, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, participaron, con pocos días de diferencia, de los debates del Council of Américas, para “abordar la perspectiva de la Argentina en el contexto de la pandemia de coronavirus (Covid-19), los planes de recuperación económica para promover un crecimiento sustentable y las oportunidades de inversión en el país”, como informa el diario de negocios BAE. Es de suponer que en estas instancias donde realmente se delibera y decide, a la crema del poder económico no le interesó debatir el “garche” argentino, sino asegurarse, frente a los expositores oficialistas como opositores, un rumbo del país favorable a sus intereses.
Esto nos pinta de cuerpo entero a la democracia representativa y su deriva ante las transformaciones del capitalismo. Ya de por sí, la representación fue la una de las formas que encontraron las clases dominantes para que la democracia, como bien retrató la historiadora marxista Ellen Meiksins Wood, de “un giro del ejercicio activo del poder popular al goce pasivo de las salvaguardas y derechos constitucionales y de los procedimientos, y del poder colectivo de las clases subordinadas a la intimidad y el aislamiento del ciudadano individual”. Siendo así, podríamos denominar a nuestro sistema político como “régimen constitucional”, pero nunca como “democracia”.
Durante gran parte del siglo pasado, esta democracia limitada a la “representación” que excluye el gobierno y la deliberación popular -como sanciona nuestra Constitución- conservó elementos de participación popular a través de la extendida militancia y el peso de los partidos políticos. Contradictoriamente, la construcción de hegemonía por parte de las clases dominantes requería, al mismo tiempo que excluía, cierta participación popular para garantizar la efectividad del pacto keynesiano con que sostenían la dominación del capital a través del llamado Estado benefactor. Pero con las transformaciones del capitalismo hacia su fase neoliberal ya ni esa limitada participación le resulta necesaria, excluyendo al pueblo trabajador tanto del consumo como de la vida política, salvo la ritualidad que se expresa en estas elecciones. La apatía popular hacia las mismas expresa que ya ni siquiera corresponde denominar “representativo” a un sistema en donde los candidatos electos cada vez menos pretenden representarnos. La excepción que se verificó en la primera década de este siglo con una extendida politización no encuentra sus raíces en la institucionalidad “democrática” sino en la rebelión popular que ocupó calles, plazas, barrios y empresas pero que, al canalizarse tras las viejas instituciones y mecanismos de este sistema político, progresivamente se fue vaciando y extinguiendo hasta quedar sólo su cáscara. La construcción de una democracia con protagonismo popular continúa vacante, tarea pendiente de la rebelión popular del 2001.
El empresariado se organiza para defender sus intereses económicos, sociales y políticos. Es hora de la organización popular
Para condicionar el rumbo del país e imponer sus intereses, las clases dominantes construyeron una diversidad de organizaciones que intervienen simultáneamente en la esfera económica, política y social del país. Para nombrar sólo algunas, más allá de la Unión Industrial Argentina (UIA) o la Sociedad Rural, encontramos la Asociación de Empresarios Argentinos (AEA), cuyo directorio está conformado por lo empresarios más importantes, como Pagani (Arcor), Rocca (Techint), Magnetto (Clarin), Alfredo Coto, Cristiano Ratazzi (Fiat) y Federico Braun (La Anónima), entre otros; o el Consejo Agroindustrial Argentino que reúne a las principales empresas y cámaras del agronegocio. También existe una cantidad de Fundaciones destinadas a difundir sus orientaciones, donde forman y reclutan sus intelectuales y funcionarios, a lo que podemos sumar la cantidad de comunicadores y periodistas a sueldo, la propiedad de medios de comunicación y el financiamiento simultáneo de los partidos políticos oficialistas y opositores.
Los Estados Unidos no se quedan atrás y no sólo interviene en el rumbo del país a través de su embajada, sino también a través de la Cámara de Comercio de EE. UU. en Argentina o el Consejo de las Américas, creado por Rockefeller en 1963, a donde los funcionarios del gobierno rindieron cuentas acerca del rumbo económico de la Argentina.
Si los sectores empresariales mantienen divergencias, los unifica por un lado la defensa de la estructura económica y social dependiente de la Argentina con la que el capital lucra, y por otro la necesidad de evitar que los sectores populares también articulen su lucha económica y social con la práctica política, articulación a la que presentan falsamente como “antidemocrática”. ¿Quién no escuchó alguna vez la acusación de “hacen política” construyendo un sentido común peyorativo y amenazante respecto de la movilización y luchas populares? Esta prédica caló hondo en gran parte de la dirigencia popular, como el referente de uno de los sectores más numerosos del pueblo trabajador, Juan Grabois, quien sostiene su práctica en que “la lucha de los pobres es una lucha fundamentalmente económica y no una lucha política; que se pelea por salario social, tierra, techo y trabajo, es pelear por recursos económicos no por un cambio de sistema”. La acción política como monopolio de los partidos y concebida como esencialmente electoral es asimismo un triunfo del dominio del capital, del que organizaciones de las izquierdas no resultan inmunes.
Perspectivas tras las PASO
La imagen del gobierno de Alberto Fernández viene en caída. Los motivos son muchos, en especial el crecimiento de la pobreza e indigencia, pero también la inacción en temas planteados de urgente resolución en su campaña como la falta de vivienda, la violencia de género, la seguridad, los derechos humanos, o los ya acostumbrados retrocesos frente al poder económico y algunos disparos en el pie, como la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yañez en pleno aislamiento social por la pandemia.
De fondo, su intento de repetir el estilo negociador de Néstor Kirchner con los poderes económicos no resulta factible en las actuales condiciones. Néstor lo pudo hacer porque se benefició del temor empresario ante la embestida popular de la por entonces reciente rebelión de fines del 2001, lo que los hacía receptivos a cualquier negociación que les permitiera dar algo a condición de conservar el resto. Hoy en día, aventado ese temor por el prolijo desarme y encausamiento de la rebelión popular, el empresariado va por todo. Y Fernández no hace más que recular una y otra vez. Vicentín es apenas un ejemplo. Cristina, aunque con más carácter y visión, no le va a la saga. Tras anunciar que los DEG del FMI serían utilizados para paliar el padecimiento popular ocasionado por la pandemia, poco después se desdijo y anunció que serían utilizados en su totalidad para pagar intereses al FMI.
La firme negativa del conjunto del gobierno -más allá de sus divergencias- a recurrir a la movilización popular, no hace más que reafirmar su retroceso, poniendo al pueblo, incluyendo a sectores kirchneristas críticos, en la disyuntiva de generar organización y movilización independiente, en lo que las izquierdas podrían hacer un gran aporte.
No es posible asegurar hoy quienes resultarán ganadores en las elecciones de noviembre. Posiblemente, aún desgastado, el gobierno mantendrá sus posiciones. Pero sí es posible asegurar que aún consiga o no el quorum que necesita en el Congreso, y más allá de la dureza con que se traten frente a los medios, se profundizarán las negociaciones y la búsqueda de acuerdos entre ambas fuerzas principales. La implementación de los acuerdos y los pagos al FMI y la continuidad de políticas de Estado, como lo son la profundización del extractivismo (minería, hidrocarburos, litio, agronegocios), los acuerdos porcinos con China, los negociados inmobiliarios, a expensas de catástrofes ambientales a lo largo y ancho del país, en la desesperada búsqueda de dólares, aseguran un terreno común de negociación, que multiplica la necesidad de la movilización y organización independiente, así como la articulación de los diversos sectores populares para enfrentar la dependencia y decadencia nacional y generar las condiciones para la felicidad del pueblo.
Milei y las alternativas de izquierda
Milei es la máxima expresión en Argentina de las transformaciones en el capitalismo, que ya no acepta límite alguno a su afán de lucro a cualquier costo, al punto que llega a proponer la desaparición del Banco Central y la privatización de las calles. Ataca por ello a la “casta política”, representante para él de un Estado que limita el interés empresario privado. Se presenta por su ataque a la “casta” como candidato antisistema político, lo que pareciera le permite obtener simpatías en sectores juveniles que descreen de las prácticas políticas como herramienta de transformación de la realidad, tras ser espectadores del perverso espectáculo que evidencian a diario lxs politicxs del sistema.
Esta “casta política” es la que genera el caldo de cultivo para el crecimiento de personajes nefastos como Milei, cuyo odio destila por sus poros y su destinatario serán los sectores populares, pero resulta imposible terminar con esta casta política sin afectar al empresariado con la que está íntimamente imbricada.
Las corrientes de las izquierdas correctamente lo han definido como un enemigo del pueblo al que hay que denunciar. Pero difícilmente se le pueda hacer mella cuando el eje está puesto en ser la tercera fuerza de este sistema que denuncian.
Es vital e imprescindible que desde las izquierdas construyamos una alternativa que destruya este sistema, que se plantee avanzar junto al pueblo hacia una verdadera democracia popular y protagónica.
No se puede ocultar las debilidades de las izquierdas, por el contrario, la responsabilidad que tenemos quienes nos consideramos parte de ese campo en esas debilidades nos obliga al ejercicio de la autocrítica. La cuestión de la unidad, siempre anunciada pero nunca concretada, no puede quedar limitada al terreno del trotskismo y al exclusivo terreno de los partidos, siendo que lo más progresivo por parte del pueblo fue construido en forma movimientista, como el movimiento socioambiental, el feminista y el anti-represivo, entre otros.
Tanto en las elecciones como fuera de ellas, necesitamos construir una otra política, esa que las rebeliones populares dejaron planteadas y como tarea sin concretar. Necesitamos para ello descolonizar nuestra mirada del horizonte impuesto por el sistema, para levantar una nueva desde el pueblo, que contraponga el Buen Vivir anticolonial, la vida colectiva y comunitaria, la democracia radical, la soberanía y poder popular, a la barbarie, el individualismo, la destrucción y opresión que nos impone este sistema.
(Artículo originalmente publicado en ContrahegemoníaWeb)