20/04/2024

El materialismo histórico y las críticas posmodernas

La teoría posmoderna y otras vertientes del pensamiento contemporáneo se jactan de haber refutado al materialismo histórico, por lo menos en lo que respecta a sus tesis fundamentales. Pero ¿qué hay de cierto en ello? Muchos de sus críticos incurren en la falacia del espantapájaros, que consiste en construir una caricatura del contrincante para “vencerlo” así más fácilmente. Otros prefieren atender sólo a aquellos textos de Marx y de sus epígonos que son más fáciles de rebatir -interpretaciones desacertadas, simplificaciones más o menos burdas, generalizaciones apresuradas-, dejando deliberadamente de lado un inmenso corpus teórico que se enmarca dentro del materialismo histórico. Los menos se hacen cargo de los textos más valiosos que dio el pensamiento marxista o materialista histórico a la hora de refutar dicha teoría. ¿Cómo es posible semejante arbitrariedad a la hora de confrontar la literatura marxista? Digámoslo sin ambages: el materialismo histórico no es una ciencia, es una teoría sobre el devenir de las sociedades humanas, que abreva en las aguas de distintas ciencias humanas, como son la historia, la economía, la sociología, etc. Y como su nombre mismo lo señala, es una teoría que hace hincapié en el carácter histórico de las sociedades y considera preponderante la acción de las causas llamadas “materiales” por sobre las “espirituales” o “ideológicas”. Dentro de estos amplios marcos referenciales es posible distinguir muy variadas modalidades, incluso una por autor o todavía más, ya que dentro de la producción teórica de un mismo autor podemos encontrar distintas maneras de entender conceptos clave de la tradición marxista tales como “materialidad”, “determinación”, “relaciones de producción”, “fuerzas productivas”, “modo de producción”, etc. En el mismo Marx conviven miradas muy diferentes -en algunos casos contradictorias- sobre estos y otros conceptos. 

Distintas versiones de un marxismo positivista, cientificista y determinista tecnológico se han popularizado a lo largo del siglo XX, tanto a través de autores como Plejanov, Althusser, como así también por boca de distintas agrupaciones y partidos políticos autodenominados marxistas. El mismo Marx, en muchos de sus textos, parece profesar tanto un determinismo tecnológico como un evolucionismo unilineal, que permitiría sustentar las interpretaciones antedichas, como en el prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política de 1859 o en algunos pasajes de Miseria de la filosofía de 1847. Sin embargo, y como Ariel Petruccelli se encarga de demostrar en su Ensayo sobre la teoría marxista de la historia,[1] otros escritos de Marx matizan tal postura, permitiendo concluir que “el pensamiento de Marx tiende a un equilibrio, siempre inestable, entre lo objetivo y lo subjetivo, la necesidad y la libertad, las fuerzas productivas y las relaciones de producción”.[2]

El cientificismo, el positivismo y el racionalismo exacerbado que podemos encontrar no sólo en versiones vulgares del marxismo, sino también en algunos escritos del mismo Marx, son fenómenos propiamente modernos. Los excesos del pensamiento moderno, con su fe en el progreso como movimiento irrefrenable de la historia, con su esperanza ciega en las ciencias -principalmente las llamadas “duras”, aunque también en las ciencias sociales siempre y cuando siguieran el ejemplo de las primeras-, con su sobredimensionamiento de las posibilidades de la razón humana; sumado al desencanto que trajeron aparejados sucesos históricos como las dos guerras mundiales, el uso de las bombas atómicas, la degeneración y final caída de los regímenes del llamado “socialismo real”, la ininterrumpida continuidad de la violencia, la injusticia, la opresión y el hambre en el mundo, etc., etc., fueron el caldo de cultivo del pensamiento posmoderno. Si bien una de las motivaciones de las teorías posmodernas era la sana crítica de dichas posturas ingenuas del legado moderno, el pensamiento posmoderno y contemporáneo, en general, también en muchos casos pecó por exceso. Como señalaremos más abajo, existe una versión extremista del pensamiento posmoderno, cargada de presupuestos absurdos que pretenden dar por tierra con la ciencia en general, equiparándola a relatos como el mítico o el religioso. Pero también hay una versión moderada del posmodernismo, que debería ser tenida en cuenta. Dicha vertiente es un llamado de atención hacia los excesos cometidos por el pensamiento moderno.
Así como el materialismo histórico tiene una versión vulgar, que es la preferentemente eligida por sus detractores para combatirlo, el pensamiento posmoderno también tiene la suya. Los defensores de ambas teorías deben -si pretenden actuar de buena fe- hacerse cargo no sólo de las críticas lanzadas por la vertiente vulgar de la teoría rival, sino -y principalmente- de las que provienen de sus formas más elaboradas y serias. Una verdadera defensa del materialismo histórico, a la luz de las críticas posmodernas y contemporáneas, supone dos tareas: primero, desmalezar el propio terreno, identificando la “mala”teoría marxista elaborada por muchos de sus exponentes pero también por el propio Marx, señalando sus errores y corrigiéndola; segundo, separar dentro de la literatura rival la paja del trigo, aquello que es mera retórica o sinsentido, de las críticas pertinentes, para así distinguir dentro de éstas últimas las que realmente se dirigen a un materialismo histórico bien fundamentado. Finalmente, si dicha defensa está movida por un espíritu científico y no por meras motivaciones dogmáticas, el materialista histórico debería hacerse cargo de dichas críticas y rebatiéndolas o reconsiderando su teoría. Dicho espíritu y ambas tareas son las que guían a Ariel Petruccelli en la elaboración de sus dos últimos libros: Materialismo histórico: interpretaciones y controversias[3] y El marxismo en la encrucijada.[4] En el primero de ellos, el autor desarrolla una reelaboración del materialismo histórico y una defensa de la primacía de las relaciones de producción por sobre las fuerzas productivas en el devenir histórico. En este artículo me referiré al segundo de estos dos libros, en el que Petruccelli se hace cargo de los ataques lanzados por distintos autores posmodernos y contemporáneos en general al materialismo histórico.
 
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El marxismo en la encrucijada, de Ariel Petruccelli, es un intento -que juzgamos exitoso- de poner al día al materialismo histórico de cara a los desafíos planteados a la teoría marxista por la sociología histórica, el llamado “giro lingüístico”, el posmodernismo y el llamado “posmarxismo”. Concebido como un diálogo crítico con las corrientes contemporáneas que abordan las problemáticas del saber histórico e historiográfico -impugnando más o menos explícitamente la(s) teoría(s) marxista(s) de la historia-, el libro que reseñamos rehúye tanto del dogmatismo fácil como del eclecticismo acrítico. Una de la principales virtudes del mismo es su predisposición metódica a desentrañar el verdadero sentido de las palabras de su contrincante de turno, desconfiando de las interpretaciones en boga, y evitando en todo momento esa hermenéutica de la mala fe que mueve a tantos polemistas. Enriqueciendo los saberes del materialismo histórico con los aportes de las distintas teorías históricas contemporáneas, el libro de Petruccelli representa un aporte sustantivo al pensamiento histórico e historiográfico. La obra fue concebida junto con Materialismo histórico: interpretaciones y controversias,[5] en la que el autor estudia las bases teóricas del materialismo histórico, demostrando un gran conocimiento de la totalidad de los escritos de Marx, polemizando con los grandes pensadores marxistas del siglo XX, y defendiendo convincentemente la primacía de las relaciones de producción en el devenir histórico.
La encrucijada en la que se encuentra el marxismo como teoría científica, pero también en su dimensión política y filosófica, es la que se abre a partir de las críticas lanzadas a él desde distintos flancos en nuestra época. Cuántas de estas críticas son pertinentes, cuáles de ellas corresponden realmente al materialismo histórico en su vertiente más crítica, y cuáles a su versión más vulgar, cuáles obligan a una revisión del corpus teórico marxista y cuáles resultan improcedentes, es una tarea de la que se hace cargo Ariel Petruccelli en este libro.
El primer capítulo está destinado a presentar los desafíos que se le presentan al marxismo en el presente, tanto a nivel histórico-político como teórico. El colapso de los regímenes llamados “comunistas” y la injusta identificación del marxismo con esos modelos autoritarios de socialismo estatista, es una realidad que dio lugar a que se hable de una crisis del marxismo, a pesar de que “la historia intelectual del marxismo es cualquier cosa menos la suma de alabanzas y apologías del sistema soviético”[6] y de que incluso existieron organizaciones autodenominadas marxistas que repudiaron abiertamente la política de la URSS. Refuerza esta interpretación el hecho de que en la actualidad no exista ninguna organización política marxista con la capacidad de acción que supieron tener los partidos del siglo pasado, y que los “nuevos movimientos político-sociales izquierdistas no tienden a considerarse a sí mismos como marxistas”.[7] A nivel teórico, el marxismo se ve obligado a considerar los aportes del feminismo, el ecologismo, el deconstruccionismo, etc., so pena de resultar anacrónico. La sociología del poder de Michael Mann, la teoría de la estructuración de Anthony Giddens y la sociología histórica de W G. Runciman plantean a la teoría marxista “nuevos desafíos que afectan sustancialmente a sus núcleos teóricos”.[8] Estos tres autores desarrollan teorías de la evolución histórica que compiten con el materialismo histórico, a pesar de ser tanto históricas como materialistas. El giro lingüístico, por su parte, lanza sus desafíos desde un paradigma diferente, de corte idealista, pero que presenta al marxismo algunos problemas que merecen ser tenidos en cuenta.
En el segundo capítulo se tratan los aportes de la sociología histórica. Tanto Giddens, como Runciman, Mann y Gellner practican, según Petruccelli, una “historia filosófica” porque “intentan una narración inteligible de todo el pasado, buscando los principales factores causales, detectando regularidades y hurgando en las fuentes del cambio social en gran escala”,[9] aunque no hay en ellos una filosofía sustantiva de la historia, como sí la hallamos en Marx, en forma de una teleología histórica -que ciertamente rechazó en sus últimos años-. El materialismo histórico encuentra en ellos rivales de peso en los terrenos de la historia filosófica, la sociología histórica y la teoría de la historia. Tanto sus teorías como el sistemismo de Mario Bunge se mueven en el campo materialista y comparten con el marxismo una serie importante de presupuestos teóricos: carácter científico del estudio social; abordajes globales o totalizadores; explicaciones causales más que hermenéuticas; interacción bidireccional estructuras-sujetos; primacía de las condiciones materiales, principalmente de las estructuras y las relaciones sociales; carácter cambiante y conflictual de las sociedades; interacción mutua de los subsistemas sociales; carácter histórico de las sociedades. Con respecto a Bunge y su teoría de los subsistemas que interactúan como cinco hebras entrelazadas (ambiental, biológica, económica, política y cultural) que dirigirían el desarrollo histórico, y en la que ninguna tiene prioridad sobre las otras, Petruccelli advierte que, aceptando el esquema de Bunge, no necesariamente todas las hebras deberían tener el mismo grosor y que incluso en su propia teoría, lo económico adquiere de hecho preeminencia. En el caso del materialismo multiforme de Gellner, se le critica su determinismo tecnológico, al hacer hincapié en las fuerzas productivas y no ya en las relaciones de producción. La teoría de la estructuración de Giddens presenta tres críticas al materialismo histórico: funcionalismo, reduccionismo económico y evolucionismo. Petruccelli entiende que el marxismo no es necesariamente funcionalista, que las explicaciones funcionalistas son problemáticas pero en principio legítimas y que, por el hecho de que el marxismo haya esbozado algunas explicaciones funcionalistas erróneas, eso no significa que todas lo sean, ni que el funcionalismo sea una consecuencia ineludible de su enfoque teórico-metodológico. En cuanto al reduccionismo económico, la crítica es válida para algunas obras de Marx pero no para todas. Con respecto al evolucionismo, en algunos de sus textos Marx no sólo demuestra ser evolucionista, sino que incluso peca de un evolucionismo unilineal. En sentido amplio, Marx era evolucionista, aunque no necesariamente en sentido teleológico. Si en Marx podemos hablar de un evolucionismo “monístico” que recibe su principal empuje de la economía, en Giddens podemos observar un evolucionismo dual: político-económico. Tanto en uno como en el otro caso, evolucionismo no significa determinismo, ya que ambos autores tan sólo remarcan el carácter prioritario de la economía -en lo que respecta a Marx-, y de los llamados recursos de asignación y recursos de autoridad -en el caso de Giddens-. Petruccelli hace una última acotación: gran parte de los recursos de autoridad podrían incluirse en las relaciones de producción marxianas. Las diferencias entre el planteo de Marx y el de Giddens no parecen pues significativas.
El capítulo tercero se ocupa de la sociología del poder de Michael Mann. Mann distingue cuatro fuentes de poder (económica, política, ideológica y militar), que comprende como redes intersectantes en la que ninguna de ellas tiene prioridad sobre las demás. El autor de Las fuentes del poder social difiere o cree diferir con el materialismo histórico en seis aspectos teóricos: 1) el carácter unitario de las sociedades: las sociedades, para Mann, no serían unitarias, ni sistemas sociales, ni totalidades; las distintas redes de poder no constituirían un todo orgánico; sin embargo, en Marx, el concepto de totalidad no es incompatible con la interacción de las distintas esferas de lo social; 2) el evolucionismo: como señala Petruccelli, ni el marxismo es un evolucionismo unilineal, ni la concepción de Mann es completamente antievolucionista (se acepta la existencia de un desarrollo evolucionista generalizado); 3) la relación entre “necesidad” y “contingencia”: a pesar de las diferencias que Mann cree ver en este sentido entre su teoría y la de Marx, para ambos autores, tanto la necesidad y las tendencias históricas poderosas, como los accidentes y las combinaciones inusuales de circunstancias, juegan su rol en el desarrollo histórico; quizás Mann dé mayor importancia a la contingencia, pero las diferencias entre ambos autores no son más que una cuestión de matiz o de énfasis; 4) el “materialismo”: aunque Mann pretenda haber superado el dualismo materialismo/idealismo, su propio enfoque puede ser considerado como un “materialismo organizativo”, que implica “estudiar las infraestructuras materiales sobre las que se montan y desarrollan las diferentes fuentes del poder”;[10] 5) la determinación en última instancia por la economía: Mann niega la primacía de la economía porque tiene una noción meramente institucional de las fuentes del poder, sin tener en cuenta su carácter funcional; como bien mostró Godelier, instituciones explícitamente no económicas pueden desempeñar funciones económicas; 6) la historia como lucha de clases: Mann parece confundir la lucha de clases con la lucha política explícita, con conciencia y organización de clase. Petruccelli concluye su análisis de la obra de Mann, Las fuentes del poder social, afirmando que “sus diferencias teóricas con el marxismo son mucho menos importantes de lo que se piensa”.[11]
En el cuarto capítulo se polemiza con el posmodernismo y el “giro lingüístico”. Desde estas escuelas se ha sostenido -entre otras- las siguientes ideas: que la objetividad del conocimiento histórico no es más que una mistificación (Rorty y Laclau), que la idea de totalidad o la de colocar como objeto de investigación a la historia humana en gran escala es un imposible (Lyotard y Cobban), que la historia no es más que literatura (Hayden White). Petruccelli descubre cuatro grandes rasgos en las controversias suscitadas en torno al “giro lingüístico”, que son la base de las teorías posmodernas y posmarxistas: 1) partidarios y detractores no aceptan las acusaciones que se lanzan del otro lado; 2) las tesis de los partidarios del “giro lingüístico” suelen ser formuladas de manera oscura o ambigua; 3) estas ideas casi siempre pueden interpretarse de manera radical o moderada; 4) las diferencias entre los propios partidarios del “giro lingüístico” son importantes. Muchos malentendidos entre defensores y detractores del “giro” son fruto de una confusión de los niveles de análisis o los marcos de referencia. Las versiones extremistas del “giro lingüístico” son o manifiestamente falsas o implausibles: toda realidad es lingüísticamente construida; los “marcos de sentido” son inconmensurables entre sí; no existen criterios racionales para elegir entre teorías o paradigmas científicos. Las versiones moderadas, en cambio, deben ser tenidas en cuenta: el conocimiento de la realidad depende de marcos lingüísticos; los “marcos de sentido” pueden ser parcialmente intraducibles; los criterios éticos y estéticos influyen en la práctica real de la ciencia. Tanto el constructivismo radical, como el escepticismo y el relativismo son fuertes tendencias de nuestra época. Sin embargo, los partidarios de estas ideas no suelen ser coherentes entre lo que dicen y lo que hacen, y tampoco presentan una alternativa teórica a lo que critican.
En el capítulo cinco se intenta una defensa de la “cosmovisión científica” que es atacada por el posmodernismo: realismo, racionalismo, objetividad, determinismo, verdad como correspondencia y universalismo. Con respecto al realismo, los partidarios del “giro lingüístico” lo aceptan mayormente en el plano ontológico pero lo rechazan en el gnoseológico. El realismo crítico, sin embargo, no niega que la subjetividad entre en juego en el acto del conocimiento, sino que sostiene que lo dado (objetivamente) cuenta más que lo puesto (subjetivamente). El conocimiento no es para el realismo crítico mero reflejo de la realidad, sino una representación que puede corresponder en mayor o menor medida con la realidad. El racionalismo entiende que la conmensurabilidad de las teorías es posible, esto es, que existen principios universales de racionalidad que permiten la comunicación entre paradigmas y culturas diferentes. La objetividad no implica imparcialidad. Si bien todo conocimiento está situado en el tiempo y el espacio y la realidad social y política influyen en el desarrollo de la ciencia, esto no significa que el discurso científico carezca de objetividad. Como afirma Hobsbawm, las afirmaciones científicas deben siempre “ser sometidas a validación por medio de métodos y criterios que, en principio, no están sujetos a partidismo, sean cuales sean sus consecuencias ideológicas y sus motivaciones”.[12] Con respecto al determinismo es necesario distinguir el determinismo ontológico (todo tiene sus causas), del determinismo gnoseológico (no todas las causas pueden ser conocidas). El azar es subjetivo y pertenece al orden del conocimiento. No es objetivo ni ontológico. El determinismo es compatible con el libre albedrío si entendemos a éste último como auto-determinación. La praxis humana implica una conjunción de autonomía y heteronomía. Hablar de libre albedrío no excluye la constatación de tendencias sociales. El historicismo entiende que la verdad y los valores son hijos del tiempo o de los tiempos, pero ello no necesariamente implica un relativismo nihilista. Si bien todas las culturas son racionales, pueden defender distintos criterios de racionalidad, aunque en el fondo compartirán los mismos principios universales de racionalidad (por ej. el principio de no contradicción). El “relativismo moderadamente radical” (L. Olivé), basado en la discusión racional, es perfectamente compatible con el pensamiento de Marx, que era moderadamente historicista con algunas pautas transhistóricas.
El capítulo seis se dedica in extenso a analizar los planteos del “giro lingüístico” y su relación con el materialismo histórico. Hayden White, uno de los historiadores más importantes de esta tendencia, adolece de un enfoque formalista, en el cual el contenido no resulta importante. No queda claro si para él la historia no es una ciencia, es una protociencia, o es una conjunción de ciencia y arte. Para White, la historia tendría tres dimensiones: la argumentación formal (que podríamos denominar como dimensión científica o momento de la explicación); la implicación ideológica (dimensión ética); y la trama (dimensión narrativa o estética). Para él, lo ético y lo estético determinan la primera dimensión, la cual carecería de sustento epistemológico. Si White a veces parece considerar que la historia no es una ciencia es porque tiene un concepto de ella cargado de positivismo. Supone que entre los historiadores no existe el consenso y que, en el resto de las ciencias éste es total. Pero ni lo uno ni lo otro es cierto. Tampoco es verdad que las dimensiones ética y estética determinen a la explicación. Si bien es innegable que estos aspectos juegan algún rol sobre la trama explicativa, son los criterios epistemológicos los que prevalen en la argumentación histórica, o por lo menos así debería suceder. “Quizás el giro lingüístico no sea más que un recordatorio de los límites de la razón y la ciencia, una voz de alerta contra una ingenuidad exagerada y un optimismo demasiado complaciente. Un moscardón crítico que nos mantiene atentos sobre las dimensiones éticas y estéticas del discurso histórico, pero que en concreto tiene muy pocas propuestas prácticas que ofrecer para modificar la práctica historiográfica real”.[13] Petruccelli entiende que cierto marxismo y ciertas versiones del “giro lingüístico” podrían coexistir, potenciándose mutuamente.
El capítulo siete se ocupa de las consecuencias de la llamada “teoría del caos” para la historia y de la pertinencia de la historia contrafactual. Con respecto al primer asunto, cabe destacar que los científicos evitan el uso del término “caos” y prefieren utilizar otros conceptos como el de “dinámica no-lineal”. La mal llamada “teoría del caos” no postula la existencia del azar dentro del mundo físico, sino que entiende que existen leyes tan complejas que resulta prácticamente imposible hacer pronósticos. En tal caso, el caos sería un concepto epistemológico y no ontológico. La mecánica cuántica no niega el determinismo que subyace a la física newtoniana, aunque introduce otros conceptos dentro de la física como el de incertidumbre y probabilidad en plano epistemológico. La consecuencia de esto es que las llamadas “ciencias duras” se han ablandado, por lo que la distancia entre éstas y las llamadas “ciencias blandas” se ha acortado significativamente. Las dificultades predictivas que supone la historia, y que para muchos -cargados de prejuicios positivistas- pondría en jaque su cientificidad, se ha trasladado a otras ciencias, como la física. En lo que respecta al segundo asunto, Petruccelli defiende la existencia de la historia contrafactual por su utilidad para valorar las disímiles influencias causales. Como señala Raymond Aron, “todo historiador, para explicar lo que ha sido, se pregunta lo que habría podido ser”.[14]
En los capítulos ocho y nueve se analiza el “posmarxismo” de Laclau y Mouffe. La categoría filosófica central del “posmarxismo” es la de “discurso”: una totalidad que incluye elementos lingüísticos y no lingüísticos. En este plano, Laclau y Mouffe no distinguen lo empírico de lo teórico. Para ellos todo es lingüísticamente construido y su única preocupación es el análisis lógico de los discursos, despreocupándose por sus referentes empíricos. Si bien toda realidad social es significada y significable por el discurso, lo que revela que no posee significados intrínsecos, existen en ella propiedades intrínsecas, más allá de que pueden ser significadas de distinta manera en diferentes marcos culturales. Petruccelli entiende que el materialismo histórico resulta compatible con un relativismo lingüístico moderado.
El capítulo nueve se ocupa de las críticas lanzadas a Marx por Laclau, quien pretende haber realizado una “deconstrucción” del marxismo. Laclau se propone, sin éxito, refutar las tesis del marxismo determinista tecnológico -identificando a esta forma vulgar con el marxismo en general- apelando a su inconsistencia lógica, aunque no se preocupa por su sustentabilidad empírica. Falla al intentar demostrar que las relaciones capitalistas de producción no son inherentemente antagónicas. Laclau abandona el realismo epistemológico y la ontología materialista en su toma de distancia con respecto al marxismo.
En el último capítulo se estudian las diferencias políticas que distanciaron a Zizek y Laclau, a pesar de sus coincidencias teóricas. Petruccelli nos muestra cómo la postura utópico-revolucionaria del primero se aleja del reformismo gradualista del segundo. Las diferencias entre ambos le permite a nuestro autor llamar la atención sobre los límites políticos de la filosofía: “a partir de idénticas premisas filosóficas [el caso de Zizek y Laclau] se pueden extraer las conclusiones políticas más dispares”[15] y “ninguna política concreta puede derivarse linealmente de ninguna filosofía”.[16] Si el posmodernismo (ya sea en sus formas posmarxistas o pos-epistemológicas) es la lógica cultural del capitalismo tardío, el marxista debe luchar tanto dentro como contra él. “Dentro, porque ya no existe un afuera del sistema (…); contra, porque es precisamente a ese sistema al que se quiere derrocar”.[17]
Un epílogo, en el que se ocupa sucintamente de las verdades políticas del marxismo -y no ya de sus saberes teóricos-, cierra el libro. Se defiende la pertinencia actual del socialismo, como crítica del capitalismo y como proyecto político alternativo a él. Se dibuja, además, un breve bosquejo de lo que debería ser el socialismo del siglo XXI y las responsabilidades que éste debería asumir: hallar un agente colectivo con capacidad de desestabilizar al capitalismo y reemplazarlo por otro orden político-económico; desarrollar una ética socialista anti-utilitaria y respetuosa de las diferencias; elaborar una concepción de justicia igualitaria que se haga cargo de la escasez de las sociedades reales; resolver los problemas que supone combinar planificación económica y democracia; asegurar una autentica participación ciudadana; diseñar mecanismos que eviten las tendencias burocráticas; combinar la propiedad socializada y el colectivismo con garantías para las libertades individuales; armonizar imaginación utópica con realismo científico y político.
En síntesis, el libro de Ariel Petruccelli brega por -en sus propias palabras- “un materialismo histórico teóricamente consistente pero de perspectivas múltiples” que aúne “explicación e interpretación, análisis y narrativa, visión macro-social y sensibilidad micro-sociológica, estudio estructural e indagación de la agencia humana, vocación científica y perspectiva ideológica”.[18] Así, la obra que nos ocupa, actualiza y llena de vida al materialismo histórico haciendo justicia a aquello de que “la vitalidad de la tradición [marxista] debería medirse por su capacidad para mantener un diálogo abierto con otras corrientes contemporáneas, y, sobre todo, por su capacidad para apropiarse crítica pero no eclécticamente de ellas”.[19] El marxismo en la encrucijada representa un esfuerzo formidable por poner al día al materialismo histórico, tomando postura frente a los últimos desarrollos teóricos y haciendo frente a las críticas lanzadas por éstos a aquel, además de enriquecer el corpus teórico del marxismo con los aportes de otros saberes.


Artículo escrito y enviado para su publicación en Herramienta
 
[1] A. Petruccelli, Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1998, pp. 147-153.
[2] Ibidem, p. 152. Los escritos que permiten sustentar esta afirmación son: la carta que Marx enviara en 1877 al Consejo Editorial de la publicación rusa Anales patrios; otra carta enviada, en 1881, a la revolucionaria rusa Vera Zasulich; el Manifiesto comunista de 1848, en el que se afirma la centralidad de la lucha de clases en la historia; los Grundrisse; y algunos pasajes de El capital.
[3] A. Petruccelli, Materialismo histórico: interpretaciones y controversias, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010.
[4] A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010.
[5] Materialismo histórico: interpretaciones y controversias, ob. cit. En el número 13 de la revista Políticas de la Memoria puede encontrarse un artículo de Federico Mare en el que se reseña dicha obra: “El «modelo PRP»: hacia una nueva teoría marxista de la historia. Acerca de Materialismo histórico: interpretaciones y controversias de A. Petruccelli”.
[6] A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, ob. cit., p. 30.
[7] Ibídem, p. 31.
[8] Ibídem, p. 33.
[9] Ibídem, p. 49.
[10] Ibídem, p. 98.
[11] Ibídem, p. 127.
[12] E. Hobsbawm, “Partidismo”, en su Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998, pp. 136-137, citado en A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, ob. cit., p. 186.
[13] A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, ob. cit., p. 229.
[14] R. Aron, Introducción a la filosofía de la historia, Buenos Aires, Losada, 2006 (1939), p. 227, citado en A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, ob. cit., p. 257.
[15] A. Petruccelli, El marxismo en la encrucijada, ob. cit., p. 331.
[16] Ibídem, p. 332.
[17] Ibídem, p. 336.
[18] Ibídem, p. 337.
[19] Ibídem, p. 39.

 

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