14/10/2024
Por Achcar Gilbert , ,
Entrevista realizada a Gilbert Achcar por Anthony Bégrand
–¿Qué piensas del argumento de Bush de que Irak posee armas de destrucción masiva para justificar la guerra?
–Es claramente un pretexto y no un argumento, en el sentido que la acusación ha sido hecha desde el comienzo sin pruebas. Desde el inicio de las inspecciones de la ONU, numerosos responsables estadounidenses (Donald Rumsfeld en particular) han afirmado en varias ocasiones que las inspecciones no servían para nada y que no podrían aportar la demostración de la inexistencia de armas de destrucción masiva. Esto se añade a una lógica totalmente sorprendente según la cual es Irak quien tiene que demostrar que no posee esas armas. Pero es evidentemente imposible demostrar que no se posee algo. Toda la operación de las inspecciones de la ONU estaba pues destinada a ganar tiempo porque el despliegue de las tropas y del material debe seguir su propio ritmo, y a dar la impresión a la opinión pública, estadounidense en particular, de que los EE.UU. se habían tomado el trabajo de pasar por un procedimiento legal, desde el punto de vista del derecho internacional, antes de entrar en guerra.
Dicho de otra forma, el resultado se garantiza de antemano. Si los inspectores descubren que hay violación, los Estados Unidos se consideran con derecho a hacer la guerra, y si no descubren nada, eso no prueba nada, pues si no se encuentran algunas cosas, eso no prueba que no existan. Colin Powel, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha intentado también demostrar que las inspecciones no sirven para nada, puesto que antes incluso de que los inspectores llegaran a alguna parte, hay movimiento de materiales. Se ve pues que no se trata más que de un pretexto para una guerra cuya decisión está tomada desde hace tiempo. En el fondo de la acusación hay que seguir recordando que en lo que concierne al arma suprema de destrucción masiva, el arma nuclear, ni siquiera Washington pretende que Bagdad la tenga. Bush, en su discurso del pasado septiembre ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, había afirmado que si Irak lograba conseguir materia fisible (uranio), ese país podría dotarse del arma nuclear en el espacio de un año. Lo que venía a reconocer que ese país no tiene ni arma nuclear ni tan siquiera materia fisible. Esto ilustra de forma bastante llamativa la noción muy particular de la guerra preventiva que consiste no en tomar la delantera ante un adversario que proclama su intención de atacar, sino en atacar a un adversario al que se le atribuye la intención de querer dotarse de armas que sigue sin poseer. Se está en el reino del absurdo total. En cuanto a las armas químicas o biológicas, Irak las ha poseído durante muchos años e incluso las ha usado contra los kurdos, en el norte, y contra las tropas iraníes, en el marco de la guerra Irán-Irak. En aquella época, eso no había suscitado ninguna indignación por parte de las capitales occidentales. El material necesario para ese armamento había sido proporcionado por compañías occidentales, por tanto con el conocimiento de las potencias occidentales. Desde entonces, el país ha sido sometido a siete años de inspecciones de las Naciones Unidas que han destruido los stocks. Incluso suponiendo que quedara algo en Irak, si se tiene en cuenta que ese país no tiene vectores de proyección (misiles), no podría constituir una amenaza para su entorno y aún menos para los Estados Unidos que, por su parte, igual que Israel, tienen muy importantes arsenales de armas de destrucción masiva. Añadamos que el argumento de la instauración de la democracia es también una farsa, puesto que la mayor parte de los regímenes despóticos árabes de la región están estrechamente ligados a Washington.
–Si, en definitiva, todo esto es pura hipocresía, ¿cuáles son los verdaderos objetivos de la administración Bush?
–Los verdaderos objetivos han sido señalados en numerosas ocasiones. Ante todo y en primer lugar, el petróleo. Irak es el segundo país del mundo desde el punto de vista de las reservas petroleras, tras el reino saudí. Además, la producción petrolera de Irak está hoy a su tercera parte de su capacidad objetiva de producción, mientras que en los próximos años habrá que aumentarla para evitar que se disparen los precios. Pero para aumentar la producción de petróleo iraquí hay que levantar el embargo de forma que se puedan reconstruir y modernizar las infraestructuras. Para levantar el embargo, Washington considera como una condición indispensable el cambio de régimen y, con ello, la anulación de las concesiones concedidas durante los últimos años por Bagdad a los intereses petroleros franceses y rusos. Se trata pues de asegurarse la parte del león en la explotación del petróleo iraquí. Se añade a ello el enorme mercado de la reconstrucción de Irak, un país destruido a fondo en 1991, y que no ha podido levantarse verdaderamente debido al embargo. Esos son los verdaderos objetivos. Más allá, ese paso adelante de los Estados Unidos en el control de las reservas petroleras mundiales es una baza más en la hegemonía mundial que ejercen frente al conjunto de sus potenciales rivales, incluidas las potencias vasallas que son Europa occidental y Japón, quienes son aún más dependientes del petróleo de la región del Golfo que los propios Estados Unidos.
–Para poner en pie un nuevo régimen, no bastarán las bombas. ¿Cuáles son los planes contemplados por la administración Bush?
–Se sabe, desde el comienzo de los preparativos de guerra, que los Estados Unidos se plantean instalarse militarmente de forma duradera en Irak. Hace algunos meses, contemplaban complementar una instalación militar con un gobierno enfeudado, pero compuesto de una especie de representación de los grupos étnicos de la población iraquí. Sin embargo, como la oposición iraquí que han intentado organizar ofrece un espectáculo lamentable, y como la fuerza que aparece como dominante en la oposición al consejo supremo de la revolución islámica de Irak –y que acepta tratar con Washington– está estrechamente ligada a Teherán, parece que ahora se encaminan hacia un gobierno militar directo del país, durante el tiempo necesario para poner en pie un gobierno algo susceptible de gestionar la situación bajo el control de los Estados Unidos. Es la gran diferencia entre la primera guerra del Golfo, en 1991, y la situación actual. Si en 1991 los Estados Unidos no derrocaron al régimen de Saddam Hussein fue porque la situación mundial y la situación interna de los Estados Unidos impedían toda instalación militar. Washington prefirió mantener a Saddam Hussein en el poder a fin de evitar que la situación iraquí se escapara a su control y provocara una desestabilización de la región. Por eso Washington no destruyó la guardia republicana, la guardia pretoriana destinada a mantener el orden. Frente a la insurrección que se desarrolló en todo el país tras el final de la guerra, en marzo 1991, los Estados Unidos permitieron al régimen reprimir sangrientamente la rebelión en los dos focos principales, en el sur y el norte. En el sur del país, el ejército estadounidense incluso se retiró para dejar paso a la guardia republicana y los Estados Unidos autorizaron al régimen iraquí la utilización de helicópteros para reprimir en el norte y el sur. Hubo decenas de miles de muertes. Si hoy los Estados Unidos se fijan el objetivo de derrocar a Saddam Hussein es porque consideran que la situación mundial ha cambiado, ha aumentado la distancia con respecto al resto del mundo, principalmente en el terreno militar, así como la situación interna. El clima político resultante del 11 de septiembre ha sido interpretado, en Washington, como la posibilidad abierta de un largo período de intervenciones militares casi sin límites por parte de los Estados Unidos, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo.
–Afganistán, Irak..., parece que los Estados Unidos han emprendido un período de despliegue militar por todo el planeta.
–Totalmente de acuerdo. Los Estados Unidos, desde el 11 de septiembre, han comenzado a establecer la cobertura del conjunto del planeta mediante una red de bases militares, de implantaciones militares directas y de alianzas, o de las dos combinadas. Tomando como pretexto la guerra de Afganistán, han construido bases militares en el corazón de la última zona que estaba aún bajo una especie de veto de Moscú, el Asia central. Se instalan en la cuenca del Caspio, que es también una región importante desde el punto de vista de los hidrocarburos, pero también una región de importancia estratégica considerable puesto que está situada en el corazón de la masa continental que va de Rusia a China, dos países considerados como rivales potenciales. Ha habido también recientemente una nueva ronda de ampliación de la OTAN, que ha englobado a las ex repúblicas soviéticas. Si añadimos a esto todo el programa de intervenciones militares que se propone la administración Bush, tenemos efectivamente hoy un grado desigual en la expansión de los Estados Unidos, que intervienen ya militarmente en las Filipinas, Colombia, el cuerno de África y el Yemen. Amenazan a Irán y Corea del Norte, dos países englobados con Irak en lo que Bush llamó el “eje del mal”. Despliegan también esfuerzos permanentes para derrocar el régimen de Hugo Chávez en Venezuela. Washington, desde el fin de la Guerra Fría, se ha dado por objetivo aumentar la distancia militar que separa a los Estados Unidos del resto del mundo, hasta el punto de que realizan ellos solos el 40% de los gastos militares mundiales y se encaminan hacia una situación en la que gastarán pronto tanto como el conjunto de los demás países del planeta. Pero esta hiperpotencia no los hace todopoderosos. Hay un talón de Aquiles, una potencia capaz de bloquear esta máquina de guerra y de derrotar esta deriva militarista, que es la población estadounidense. Esta hizo ya la demostración, cuando la guerra de Vietnam, de su capacidad de bloquear la máquina de la guerra, impedir a los gobiernos estadounidenses ir más lejos en la masacre e imponer la retirada de las tropas de Vietnam. Esta movilización había tenido por efecto frenar, hasta la primera Guerra del Golfo, la máquina de guerra de los Estados Unidos, impedir su uso masivo. Se puede pues encontrar una razón para la esperanza en la forma notable en que el movimiento antiguerra se ha desarrollado en los Estados Unidos en los últimos meses. Nadie imaginaba que, apenas un año después del 11 de septiembre, el movimiento superara en amplitud todo lo que se ha conocido desde que Washington reemprendió las operaciones militares a gran escala. La progresión del movimiento antiguerra continúa. Se combina con la radicalización en la juventud que se expresa principalmente en el movimiento por otra mundialización. Dicho esto, vistos los plazos, es altamente improbable que se pueda impedir la guerra contra Irak. Pero, para evitar toda desmoralización, hay que situarse hoy en la óptica de la construcción de un movimiento antiguerra de larga duración. Washington ha anunciado que la guerra contra el terrorismo estaba destinada a durar varios decenios. Hay que lograr construir un movimiento para frenar esta máquina e impedir que el curso agresivo de la política de los Estados Unidos continúe.
Entrevista publicada en Rouge, semanario de la Liga Comunista Revolucionaria (Francia). Traducción de Alberto Nadal.