18/04/2024

El bochornoso calor del estío

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cortes de luz y altas temperaturas
  
Y arriba quemando el sol, cantó Violeta Parra. Calor sofocante, cortes de luz, tormentas eléctricas, bosques ardiendo y sequías, combinan sus efectos en el verano más tórrido de que se tenga registro. La sensación térmica ha multiplicado el malhumor y la bronca.
Una combinación de fenómenos globales y locales, cambio climático, el modo de producir el espacio urbano y rural, el mantenimiento de recursos y servicios básicos en manos de empresarios, funcionarios que no controlan, porque son socios de quienes deberían controlar y una política que fantaseó con la hipótesis de domesticar el capital se cruzan para hacer insoportable la cotidianidad, sin ningún indicador verosímil de cambio.
En todas las escalas, desde el cambio climático hasta la deficitaria infraestructura de servicios, está la irresponsabilidad del hombre, y por tanto, es posible modificar el curso, actuar y en todos los casos es factible prevenir, estar preparados para enfrentar la contingencia y la emergencia.
 
Un planeta con fiebre
 
Mientras por esta región nos freímos, en el norte se congelan; cuando unos se inundan, otros ven la tierra resquebrajarse por la sequedad más absoluta. La modificación de las condiciones del clima en el planeta hace tiempo que ha dejado de ser una teoría a demostrar para convertirse en un dato fehaciente e incuestionable, una amenaza con fecha cierta, que ningún científico se atreve hoy a poner en duda. Ninguna región está exenta de este impacto y, obviamente, nosotros tampoco.
Nuestro mundo ha perdido la capacidad de autorregularse, adolece de stress planetario. La tierra libera calor como si tuviera fiebre, se comporta como un paciente ante una infección, y esa enfermedad es provocada por los actos predadores del hombre.
Es un fenómeno de dimensión planetaria, que introduce dramáticos cambios, derretimiento de los hielos polares y retroceso de los glaciares, modificación de las corrientes marinas con su consecuente impacto en la flora, la fauna y los ciclos biológicos, virajes bruscos en el clima, sequías y la consecuente pérdida definitiva de su hábitat para el hombre y miles de especies. El calentamiento produce crisis alimentaria, condena al hambre y al desarraigo a millones. Migraciones ambientales, en palabras de Saskia Sassen, un verdadero apartheid climático, como lo define Naomi Klein.
El incremento de 2 a 5 grados en la temperatura de la tierra traerá consecuencias catastróficas, no a largo plazo, en un breve tiempo que ya no puede medirse en milenios, ni siglos, sino en años. Hablamos del mundo de nuestros hijos. Las etapas invernales con muertes por frío, como en Puno, Perú. Los huracanes, ciclones, inundaciones y deslizamientos cada vez más violentos que afectan a Centroamérica, nos muestran los efectos devastadores del cambio climático. Aumentos de las bajas y las altas temperaturas, el crecimiento exponencial de sequías, incendios forestales, la mayor frecuencia e intensidad de las lluvias, tormentas eléctricas y tornados, se han vuelto noticia regular en nuestra región. Se extienden las fronteras de pandemias como el dengue o la malaria, como lo certifican los informes de Médicos del mundo.
Las multinacionales y los gobiernos que las representan, por no reducir su cuota de ganancia están dispuestas a sacrificar a toda la humanidad y al resto de la vida que evolucionó en millones de años. La falacia del capitalismo sustentable o del desarrollo verde quedó de manifiesto en el fracaso de la conferencia sobre el Cambio Climático de 2009 en Copenhague, la llamada Rio + 20, Conferencia de Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible que tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil, en 2012 o más recientemente, la realizada en Polonia en noviembre de 2013, donde 800 delegados de diferentes organizaciones de la sociedad civil del mundo y las principales ONG medioambientales se retiraron, en un acto sin precedentes, de la conferencia sobre el clima de Varsovia. Lo hicieron en repudio a la falta de voluntad de los representantes de los países centrales de reducir el ritmo de calentamiento, no evitarlo, o retrotraerlo, solo reducirlo. En un acto de sinceramiento, la comisaria europea de Acción para el Clima, Connie Hedegaard, lamentó al cierre del evento que “las negociaciones no avancen”. Más interrogantes que certezas en el largo camino para llegar a París 2015, fecha en la que se deberá adoptar un acuerdo jurídicamente vinculante en materia de emisiones, que entrará en vigor en 2020.
 
Las grandes corporaciones y quienes hacen culto al desarrollo a cualquier costo imponen, a través de campañas mediáticas y publicitarias, el doble mensaje de una noción de progreso y desarrollo basada en la superexplotación de la naturaleza y degradación ambiental y por otro lado amenazan con el chantaje de la crisis, el desempleo y el caos que supone pensar en otra opción que no sea el capitalismo más voraz. La idea de desarrollo capitalista es el nombre que resume la idea de dominio de la naturaleza. El crecimiento ilimitado en un mundo con límites, que constituye un sistema cerrado, es una aporía.
“La crisis ecológica, se vuelve un caso paradigmático de la propia crisis de un mundo modelado por la producción destructiva cada vez mayor y más irremediable del capital” (Mészáros, 2002).
 
La pregunta es: ¿Por qué a pesar de todas las evidencias irrefutables, no solo teóricas, empíricamente comprobadas, seguimos sin tomarlo en serio? ¿Los científicos exageran? ¿O es que tal vez una parte de la humanidad se ha vuelto adicta a un modo de vida irracional, donde el único motor es el consumo? No podemos imaginar otro tipo de civilización, y esa adición nos mata. ¿Cómo pensamos sobrevivir, en un mundo de precariedad y salvajismo donde todos los lazos comunitarios desaparecerán en la disputa feroz por los elementos básicos para la supervivencia?
 
Fuego en la ciudad
 
Si asumimos las variaciones en el clima y que la geografía está mutando velozmente, no puede sorprender que las temperaturas modifiquen su ciclo y amplíen sus registros, al igual que las lluvias que se han vuelto cada vez más torrenciales, como lo demuestran las estadísticas y la contundencia de las inundaciones más recientes. ¿Por qué, entonces, no implementar políticas que podrían mitigar, prevenir catástrofes y responder con mejor eficacia a las emergencias?
Las metrópolis son las principales demandantes de energía: el AMBA, con sus 14 millones de habitantes, es una gigantesca consumidora que la transforma en calor. La abrumadora torta de cemento, donde edificación y pavimento se calientan, mantiene y retransmite el calor, sumada a millones de automotores que saturan y vuelven irrespirable el aire con sus gases tóxicos. La falta de espacios verdes, suma negatividad. Los árboles y las plantas en general, oxigenan, son oasis urbanos que no irradian, por el contrario absorben sin refractar. Así como no hay límite para la desmesura edilicia, no hay ningún proyecto que contemple nuevos espacios abiertos; por el contrario, se van reduciendo, siguiendo una tendencia que no se quiere revertir a costa del negocio inmobiliario.
El estado del Río de la Plata es un símbolo del modo de producir el espacio urbano. Tenemos kilómetros de litoral, el río más ancho del mundo, el mar dulce, pero no es utilizado para regular la temperatura, entre otras razones porque la edificación en altura que lo enfrenta es una pantalla que frena los vientos, reduciendo su influencia benéfica. Un río sin costa, pura costanera y ocupado por emprendimientos privados, gravemente poluido, es parte de la configuración de una ciudad de élite, con gobernantes de élite, a quienes no les interesa que los habitantes de menores recursos se vuelquen al río. Se les ha vetado su uso para la recreación, para bañarse en sus aguas y poder encontrar alivio al calor y goce del disfrute lúdico. Se da por naturalizada su contaminación, ya no se recuerda que hasta hace pocas décadas era parte habitual de la vida de los porteños. Casi nadie plantea ya su recuperación, limpiarlo no figura en la agenda, ni siquiera de las organizaciones ecologistas y, por supuesto, menos de los políticos, más preocupados por satisfacer los apetitos de las grandes empresas inmobiliarias que venden la belleza escénica a quienes tienen el privilegio de acceder a su vista.
El estío no solo ha castigado a los citadinos, se han multiplicado los incendios forestales, accidentales o provocados, que están arrasando bosques en distintos puntos del país: en Neuquén, La Pampa, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, con un daño que, en el mejor escenario, tardará muchos años en recuperarse y que se suma a la deforestación sistemática del modelo sojero, que cuenta con el auspicio activo de gobiernos locales y de la nación. La pérdida de bosques -solo en Salta se registra que producto de la sojización se arrasaron 350.000 ha- implica la destrucción de bio-diversidad, inmensas zonas pierden fertilidad, lo cual influye negativamente en el comportamiento del clima, aumentando la desertificación. Los incendios provocados en las zonas donde habitan comunidades de los pueblos originarios se han convertido en práctica siniestra, que combina despojo, violencia y crimen contra la naturaleza. Para el capital la naturaleza es solo tierra explotable, totalmente desgajada de la vida.
El sistema de prevención de incendios es de una precariedad absoluta, pocos aviones hidrantes, escaso personal y recursos, siempre actuando tardíamente sobre el siniestro, con miles de hectáreas de bosque ya perdido, sin planes que reduzcan el riesgo, lo cual confirma el lugar que ocupa el medio ambiente en la atención de quienes tienen a su cargo proteger los bienes naturales del país.
Las prioridades políticas del Estado están en ser garante de este tipo de desarrollo rentista malsano y socio ambiental in-sustentable. 
 
Los empresarios del modelo
 
Nada puede hacer más irritante y sofocante los días tórridos que vivirlos sin electricidad, con artefactos quemados por la variación abrupta de la tensión, el agua que no llega a los pisos altos, con alimentos que se descomponen y subiendo escaleras a oscuras, entre otros males de la vida urbana en trance.
No es creíble que quienes gobiernan desde hace más de diez años descubran ahora que las empresas beneficiarias de enormes subsidios no invierten, que no han hecho nada para evitar que el sistema siga funcionando al borde del colapso, sin margen alguno para enfrentar previsibles picos de demanda. El Estado tiene miembros en el directorio de Edenor que han avalado toda su operatoria.
Entre mayo y septiembre de 2005, el grupo Dolphin le adquirió a Electricitè de France parte de sus participaciones directas y la totalidad de las indirectas en el paquete accionario de Edenor, en 100 millones de dólares; al tiempo que asumió parte de la deuda de la firma que ascendía a 537 millones de dólares, con una quita del 44 por ciento.
El grupo Dolphin se convirtió en Pampa Holding en noviembre de 2005. Además del control accionario de la mayor distribuidora de electricidad del país, Edenor, tiene una activa presencia en los restantes segmentos del sector eléctrico con participaciones accionarias en empresas de generación con centrales hidroeléctricas, Los Nihuiles y Diamante; con centrales térmicas, Güemes, Piedra Buena y Loma de la Lata; y en firmas de transmisión con Transener y Transba. De este modo, Pampa Holding se constituyó en uno de los actores centrales de la problemática energética del país.
Pampa Holding es propiedad de Marcelo Mindlin, primo del ministro de relaciones exteriores Héctor Timerman y ex socio de Eduardo Elsztain, en IRSA, el mayor operador inmobiliario del país, y aún sigue siéndolo en Cresud, agro-negocios y el Banco Hipotecario, del que fue presidente. Ambos se transformaron en ejemplo de empresarios exitosos durante el menemismo en la fiesta neoliberal.
Pampa Holding compró recientemente activos de Ash­more, empresa norteamericana que a su vez había adquirido la ex Enron en nuestro país. Esta operación fue solventada con la disponibilidad de efectivo acumulado por Edenor en 567 millones de pesos y su posterior endeudamiento por 70 millo­nes de dólares.
Edesur es controlada por Endesa, de la italiana Ente Nacional de Energía Eléctrica (ENEL), asociada con el grupo argentino Sociedad Argentina de Energía (Sadesa), integrado por las familias Miguens-Bemberg, Escasany, Reca, Caputo, Casas y Malbrán, que detenta el 27 por ciento de la compañía, adquirido a principios de este año a Petrobras por 35 millones de dólares. Al igual que Pampa Holding, tienen inversiones en los otros dos eslabones del sistema energético. Los italianos, en las centrales Costanera, Dock Sud, Campana y Timbúes y El Chocón, y en la de transporte Yacylec, mientras que el grupo argentino controla las centrales Puerto, Mendoza y La Plata Cogeneración, e Hidroeléctrica Piedra del Aguila.
Es evidente que la división entre producción, transporte y distribución, planteada por Menem en el momento de su privatización, no es tal, y que estas empresas contaron con el visto bueno del gobierno para hacerse de parte del paquete accionario en las tres áreas. Todos ellos participan de la Cámara de Energía de la República Argentina, creada por orden del ministro de Planificación De Vido, donde comparten espacio con otros empresarios del modelo, Alejandro Bulgheroni (Bridas); Hugo Sigman y Horacio Cristiani (Gas Natural) y Carlos Ormachea (Tecpetrol).
Como en el caso de la catástrofe de Once o las inundaciones de abril, son las emergencias, con víctimas de por medio, las que ponen en evidencia la negligencia, desidia, oportunismo, corruptelas y negociados con los servicios que deberían garantizarle a la población como derecho básico. 
 Si no fuera dramático, llama a sorna la justificación exhibida: en verano hace mucho calor y por tanto la gente consume más energía. La misma lógica pueril argumenta: cuando llueve la ciudad se inunda, y si los arboles están secos se incendian. A pesar de las declaraciones altisonantes, promesas de multas y reprimendas, nada indica que a corto o mediano plazo las condiciones del sistema cambien.
No solo el comportamiento de las empresas es indignante; en medio de cortes de luz generalizados, la ciudad sigue encendida, iluminando a pleno plazas y calles, incluso en la madrugada hay edificios públicos y particulares con sus luminarias a giorno. Carteles publicitarios, propaganda oficial incluida, marquesinas y vidrieras, brillan gastando watts, al lado de barrios en penumbra, donde los vecinos aguantan sudando con linternas y velas.
El recorte dibujado entre el derroche y la ausencia de energía genera en la geografía de la ciudad un insólito damero de claros y oscuros, una fotografía cargada de símbolos, un reflejo de la naturalización de un modo de vivir donde prima la insolidaridad y la aceptación de pautas y hábitos que priorizan el consumo por encima de cualquier sentido de comunidad.
La justa exigencia de los vecinos afectados se multiplicó en piquetes callejeros; la demanda desesperada para que el servicio sea restablecido con urgencia tuvo el límite que impuso la fragmentación, la falta de capacidad para pensar y actuar en común, debilidad favorecida por la ausencia de la mayor parte de las organizaciones políticas y sociales, que en el mejor caso, solo alcanzaron posturas declarativas.
Como siempre, los medios volvieron a repetir su mirada sesgada, localizando sus móviles en barrios de clase media y alta. No se imaginan el calor en la villa y los barrios carenciados, sin aire ni acondicionado ni sin acondicionar, con calles estrechas sin verde y viviendas sin aislación, con techo de chapa, con residuos expuestos al calor, con acceso limitado al agua corriente. Así como el invierno castiga con crudeza, el verano es impiadoso con los más pobres.
 
Patas arriba
 
Una sociedad que vive un presente con una perspectiva a corto plazo, donde los proyectos de cambio solo alcanzan el horizonte de la próxima votación, hace difícil cualquier intento de reflexionar y actuar en perspectivas más amplias. El hedonismo ha roto el sentido de solidaridad, la posibilidad de afrontar contingencias y proyectos comunes. No es solo un tema de infraestructura, se trata de una nueva cultura de vida y cambio civilizatorio. Un replanteo radical del modo de pensarnos, que debe terminar con el pensamiento antropocentrista y autorreferencial, el individualismo, el consumismo y la acumulación. O cambiamos o morimos.
 
Enero de 2014
 

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