26/04/2024

Dimensión europea y cambio de régimen

Por

Jesús Jaen

I
 
Escribió Perry Anderson en su artículo “El Nuevo Viejo mundo”:
Históricamente se puede considerar que hay dos grandes cambios de régimen que lo definen (al proceso europeo). El primero tuvo lugar a principios de los años 80, con la llegada al poder de Thatcher y Reagan, la posterior liberalización de los mercados financieros y la privatización de las industrias y servicios en Occidente. El segundo, a principios de los noventa, fue la caída del comunismo en el Bloque Soviético, que vino seguida de la ampliación del liberalismo hacia el Este.
Estando de acuerdo con Perry Anderson, pienso que hay un tercer cambio de régimen. A partir del 1 de enero de 2000, con el inicio del milenio y del nuevo siglo, cuando se concreta definitivamente el proyecto de la Unión Monetaria del Euro, surge un nuevo marco económico y político, así como los nuevos poderes y centros de decisión que darían lugar a un cambio de régimen. Creo también que a ello habría que sumarle el estallido de la gran recesión mundial (desde 2007-8), que afectaría cualitativamente al conjunto de la UE, pero muy en particular a los países periféricos del sur de Europa (Portugal, España, Grecia e Italia; además de Irlanda) mediante los mecanismos de la conversión de la deuda bancaria en deuda pública, la aplicación de unas políticas de ajuste social que llevarían al hundimiento económico de estos países, y al desmantelamiento de los niveles anteriores del llamado Estado del bienestar social.
Estos grandes cambios han sacudido al conjunto de Europa, tanto a nivel de las instituciones centrales, como de los países y Estados nacionales. La grave crisis económica ha desembocado en una gravísima crisis social que, a su vez, es una fuente constante de cambios. En los últimos años hemos vivido acontecimientos y fenómenos singulares: la llegada al poder de Syriza y su posterior derrota a manos de la Troika; el triunfo del Brexit en el Reino Unido; el golpe y contragolpe bonapartista de Erdogán en Turquía; la oleada de atentados terroristas; la descomunal crisis de los refugiados; el ascenso de fuerzas políticas ultranacionalistas y también fascistas en numerosos países como Polonia, Hungría, Austria, pero también en Francia o Alemania.
Las fuerzas sociales desatadas tras la crisis y la respuesta capitalista a la misma, está dando lugar a un retroceso de décadas y, al mismo tiempo, al surgimiento de fenómenos reaccionarios como los movimientos ultranacionalistas y a veces también fascistas, que actúan empujando y presionando a los poderes públicos hacia la derecha. Ya no se puede seguir mirando de perfil esta situación. El capital financiero sigue apostando hacia viejas formas de dominación política, pero no está excluida la hipótesis de que, en medio de esta crisis social, las clases dominantes (o un sector significativo de ellas), decida apoyar a estas fuerzas políticas ultrarreaccionarias (como ya ocurriera en otras épocas).
Otro factor que actúa bajo estos mismos parámetros, es el vuelco que dio la situación en los países del norte de África y del Golfo. De la Primavera árabe hemos pasado a la contrarrevolución violenta en la que se hayan envuelto algunos países como Siria, Egipto o Libia. El ascenso de ISIS y sus numerosos atentados en estos países y en Europa, refleja también el crecimiento de una corriente reaccionaria que no duda en atacar a la población con métodos barbaros y fascistas. Es el correlato, en el mundo árabe, del ultranacionalismo europeo o americano que aquí se reivindica garante y heredero de la civilización judeo-cristiana, pero allí con una seña de identidad islamista y feudal.
A toda esta situación no son ajenas las formas de dominación política del capitalismo. La crisis económica y social ha roto las viejas fórmulas, basadas en un consenso o contrato social que garantizaba unos servicios mínimos a la mayoría de la población europea. Por esa razón están entrando en crisis los viejos partidos y sindicatos. En una palabra, el régimen y los regímenes están cambiando por el impacto de la lucha de las clases. Esto es lo que queremos analizar aquí.
Comenzaremos intentando plantear el problema teórico desde las premisas, categorías o conceptos que queremos abordar.
 
II
 
Sobre Estado, régimen y gobierno: algunas consideraciones teóricas e históricas. De la misma forma que la sociología política diferencia los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), los movimientos políticos que bebieron de las fuentes de los distintos marxismos, establecen una diferencia entre la función del Estado y la de un régimen (la del gobierno es bastante obvia).
Para muchos marxistas, el Estado se definiría por las relaciones de clase y propiedad que existen en un país; por ejemplo, si el país era feudal, capitalista o socialista. Por supuesto que dentro de esa definición general cabrían muchos matices, que no viene al caso plantear aquí.
El régimen político, por el contrario, vendría a definirse por las formas de dominación política por medio de las cuales la clase (clases o grupos sociales) que tiene el poder del Estado, lo ejercen en contra o a favor de otras clases, ya sean subalternas o en el seno mismo de las élites dominantes. Estas formas, en términos gramscianos, pueden ser: la más pura dominación, la hegemonía o una combinación de ambas. Lo trascendente es que con ellas se crean instituciones que pueden ser de muy distinto signo: democráticas, basadas en el sufragio; antidemocráticas, basadas en las fuerzas armadas, el partido único, la burocracia estatal, etc. La combinación de estas instituciones con las clases sociales (y la relación de estas entre sí), así como el punto o centro de gravedad donde reside la base del poderen tal o cual Estado... determina lo que se define como régimen.
En mi opinión, existen dos extraordinarias referencias teóricas para estudiar estos temas. Son los escritos de Karl Marx publicados en el folleto titulado El 18 Brumario de Luis Bonaparte y, en el siglo XX, los escritos de León Trotsky recogidos en el libro titulado La lucha contra el fascismo en Alemania, en donde hace una portentosa definición de lo que son los regímenes políticos en el capitalismo en descomposición de entre guerras. En estos trabajos teóricos y políticos, Trotsky analiza los distintos tipos de regímenes: el fascismo de Mussolini o Hitler; el bonapartismo alemán antes de la llegada al poder del nazismo; la crisis de los regímenes parlamentarios que eran reflejo del ascenso del capitalismo; y también, el surgimiento de los llamados regímenes de frente popular o kerenskistas (Kerenski fue Primer ministro del Gobierno Provisional en la Rusia anterior a la revolución de octubre), en los momentos de crisis revolucionaria, como en la España de 1936 o el gobierno de León Blum en Francia.
Sin entrar en más detalles, que alargarían en exceso este artículo, añadiremos que las definiciones de regímenes no son estáticas, ni normativas, ni constituyen compartimentos estancos. Nosotros entendemos que un régimen, al ser una forma política de dominación, es una superestructura cambiante, que se modifica por los distintos acontecimientos de la realidad, tanto por revoluciones y contrarrevoluciones como por otros factores de menos profundidad social. Se trataría de sujetos vivos y en permanente construcción o deconstrucción.
También queremos hacer notar que no creemos en formas de dominación puras. Como muy bien analizó Trotsky, en el período que va desde comienzo de los años treinta hasta la llegada al poder de Hitler (en marzo de 1933), se van sucediendo en Alemania distintas combinaciones políticas con jefes de gobierno bonapartistas, como el de Brüning, o el de Frank Von Papen con la participación de tres ministros del partido nazi, hasta la victoria definitiva de Hitler y la disolución del régimen parlamentario clásico. Un régimen bonapartista puede convivir perfectamente con rasgos o instituciones de tipo fascista o al revés, así como un régimen parlamentario clásico puede hibridarse con formas bonapartistas como la presencia de fuerzas armadas golpistas o, por el contrario, con formas de doble poder revolucionario.
Por último, también me gustaría destacar dentro de estas referencias histórico-teóricas, los trabajos de Antonio Gramsci. Los Cuadernos de la cárcel, aunque escritos bajo unas condiciones de represión infames, son un conjunto de reflexiones teóricas e históricas un tanto desordenadas pero llenas de profundidad. Se trata de conceptos que utilizaremos parcialmente en este artículo, como “hegemonía y dominación”, “coerción y consentimiento” o la importancia del concepto de “cultura popular”. En mi opinión, aunque sean discutibles algunas de las conclusiones de Gramsci, se trata de uno de los estudios más lúcidos del marxismo del siglo XX y, en particular, en lo referido a las relaciones de poder y de clases.
 
III
 
Una de las cuestiones menos estudiadas por los Anticapitalistas hoy (posiblemente, porque no se le ha dado relevancia), es la modificación que está teniendo lugar en el régimen del Estado-nación en su nueva relación con la Unión Europea. En el Estado español, pero me atrevería a afirmar que también en otros países de la periferia del sur, como Grecia o Portugal. Creo que se está viviendo un cambio de régimen político, determinado desde dos flancos: en primer lugar, la entrada de los países en la moneda única (euro) en enero del 2000; y en segundo lugar, el impacto que ha tenido en Europa (y particularmente en el sur) la grave recesión mundial que ya dura ocho años.
Lo que aquí llamo la nueva dimensión europea significa que se están produciendo cambios en una dirección muy concreta: los equilibrios de poder se vienen desplazando desde Madrid a Berlín y Bruselas. Los últimos gobiernos (de Zapatero y Rajoy) lo han vivido de una forma descarnada a través de los rescates, la imposición presupuestaria y el techo del gasto, la contención del déficit público en el 3%, la amenaza de sanciones (perdonadas por Angela Merkel); la modificación del artículo 135 de la Constitución, la adecuación del mercado laboral a las reformas a gusto de Bruselas y, sin lugar a dudas, a las necesidades del Capital para rentabilizar sus inversiones; las reformas de las pensiones en todos los países del sur de la UE, la exigencia de nuevos recortes presupuestarios por un monto de 10.000 millones de euros entre los años 2017 y 2018. Y no se puede olvidar la nueva vuelta de tuerca que podría suponer la aprobación de los Tratados que se negocian en Bruselas y Estados Unidos o Canadá respecto al TTIP o TISA (que acarrearía una modificación de las leyes laborales, medioambientales, libre comercio, sanitarias, etc.).
En términos institucionales, el centro de gravedad se ha venido desplazando desde el parlamento y gobierno de Madrid, hacia los poderes emergentes en los últimos años: la Comisión europea que encabeza Jean Claude Juncker junto a otros 18 comisarios de la eurozona; el Banco Central Europeo que ejecuta las políticas financieras y que dirige Mario Draghi; y, el epicentro o núcleo donde se deciden las cuestiones de mayor calado (como por ejemplo la negociación que llevó la UE con Grecia en el año 2015), dirigidas por el gobierno de Angela Merkel y su ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble.
Creo por lo tanto, que se está produciendo un cambio cualitativo, en donde el Estado nación no pierde todas sus competencias (conserva ejército, policía, un parlamento y un gobierno devaluados) pero que poco a poco las cede en beneficio de unos poderes supranacionales representados en la Troika, los poderosos grupos económicos y el Estado alemán. Lo que estamos viviendo es una transmisión del poder de forma gradual de unas élites e instituciones en donde los grandes grupos económicos autóctonos (Ibex 35), lejos de perder fuerza, se han alineado claramente con la Troika a costa del hundimiento social de las clases trabajadoras, un sector muy amplio de las clases medias urbanas, y la pequeña burguesía agraria; e incluso, de sectores medios de la burguesía que se ven arrastrados por la concentración-acumulación de capital en base a una competitividad imposible.
Si esta hipótesis fuera correcta, creo que pone en cuestión otros análisis. Para Anticapitalistas el régimen político actual es el que nació de la Transición (llamado popularmente régimen del 78). Esa caracterización política sitúa el centro estratégico del partido en plantear “Proceso o procesos constituyentes para los pueblos del Estado español” y la consigna de “Ruptura democrática”.
Como he venido señalando en numerosas ocasiones, esa orientación conlleva una subestimación de la cuestión europea y, más concretamente, de la lucha contra la austeridad. Así mismo, se va perdiendo la perspectiva del conflicto social o, lo que es igual, de la lucha entre las clases trabajadoras y las élites económicas o políticas. En su lugar, se reemplaza esa perspectiva por un discurso abstracto como Constituyente o la consigna Poder Popular, que no se corresponde con el análisis del período en el que estamos, ni con las características del nuevo régimen.
 
IV
 
Si hay un país en donde esta hipótesis de cambio de régimen es mucho más clara, ese es Grecia. El conflicto que enfrentó el gobierno de Syriza desde febrero de 2015 hasta julio de ese mismo año en que se celebra el referéndum (victoria del NO con más del 62% frente a un 38% del SÍ), es el fiel reflejo de la crisis en que están los regímenes o gobierno de la democracia parlamentaria frente al nuevo poder emergente representado por la Troika (Comisión Europea, Banco Central y FMI) y sobre todo por el gobierno de Alemania.
El resultado de la batalla que tuvo lugar es de sobra conocido: ante el brutal chantaje del Ministro de Finanzas alemán Schäuble y la Comisión al ministro de economía griego Varoufakis (éste lo ha contado con pelos y señales) el gobierno de Syriza gana el referéndum pero casi inmediatamente decide capitular sin condiciones, reestructurar el gobierno y convocar nuevas elecciones.
Sin entrar hoy al debate concreto de si Tsipras se equivocó o no durante los seis meses en que negoció y en la decisión final, nos parece importante analizar dos cosas y extraer algunas conclusiones. En primer lugar, ha cambiado el contenido del mensaje. Hoy, no es necesario sacar los tanques de la OTAN para acabar con la democracia y la soberanía de un pueblo, basta con dejar sin fondos los bancos y organizar una fuga de capitales que deje al país paralizado. En segundo lugar, esto situaría los verdaderos centros de poder (grupos financieros) y la decisión final (Bundesbank y BCE) en manos de los que verdaderamente la detentan. No podemos seguir cerrando los ojos a la realidad. Cuanto antes comprendamos que los enemigos han cambiado, mucho antes seremos capaces de articular nuevas estrategias y nuevas vías de emancipación social.
Si la derrota de Salvador Allende y la Unidad Popular en el Chile de 1973 a manos de la burguesía, las fuerzas armadas y el imperialismo americano, dio lugar a un apasionado debate en la izquierda mundial (Recordemos al Partido Comunista Italiano y su estrategia del Compromiso Histórico con la Democracia Cristiana, o en un sentido contrario, la vía revolucionaria al socialismo defendida por Mandel en su libro Crítica al Eurocomunismo), ¿cómo no debería producir un gran debate el análisis de la experiencia de Syriza que será enormemente productivo para Podemos en España o para el Bloco de Esquerda en Portugal?
 
V
 
Hace unas semanas, el Reino Unido decidía salirse de la UE. Las diferencias entre Grecia y el Reino Unido son totales. Pero lo ocurrido en ambos lugares marca una tendencia a la crisis de la UE aunque las explicaciones sean muy diferentes.
El Reino Unido no pertenece a la zona euro, lo que le permitirá un margen de maniobra con la libra que no tenía el gobierno de Syriza. No obstante, es posible que esta crisis aboque al Reino Unido a una recesión e incluso arrastre a una parte de la economía mundial (ver un buen artículo del economista argentino Rolando Astarita titulado “Brexit, una salida reaccionaria”). Y decimos que este caso es lo contrario que Grecia, porque es un sector de la oligarquía tradicional tory la que hace presión sobre el partido conservador para exigir el referéndum y pedir la salida del Reino Unido de la UE. Son personajes como Nigel Farage, líder del ultranacionalista UKIP o el ex-alcalde de Londres, los que se han puesto a la cabeza de un movimiento nacional que engloba a sectores de la clase obrera que tradicionalmente votaba al Labour Party y a sectores de la clase media en los distritos más rurales de Inglaterra y Gales.
Las conclusiones que se pueden extraer del Brexit en el Reino Unido son varias: 1) Que el proyecto de la UE está en crisis; 2) Que existe un giro a posiciones nacionalistas reaccionarias de sectores de la clase obrera y de las clases medias; 3) Que el viejo parlamentarismo, incluso en la cuna en que nació, que es Inglaterra, está atravesando una crisis importante; 4) Que a diferencia de la Europa meridional, un Estado nación como el Reino Unido tiene todavía capacidad para mantener su soberanía por encima de las presiones de la eurocracia y de Alemania; y 5) Que esto llevará a una crisis interna del Estado británico, pues el resultado del referéndum animaría a Irlanda o Escocia a negociar por su cuenta la continuidad, con la Comisión Europa.
 
VI
 
Turquía ahora está en el centro de la escena mundial, a raíz del golpe y contragolpe de Estado que ha protagonizado el presidente Erdogán. Lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Turquía encaja bastante bien con la definición clásica que veíamos antes de un régimen bonapartista. Un hipotético golpe de un sector del ejército, es aplastado por un golpe contrarrevolucionario aún más fuerte, que provoca una purga de setenta y cinco mil funcionarios, maestros, policías, militares de baja y alta graduación, jueces, etcétera.
En un ejemplo clásico de bonaparte el Presidente islamista Erdogán se erige como juez y árbitro de las distintas fracciones o clanes del ejército y del aparato del Estado, con el objetivo de aplastar a sus adversarios políticos, entre los que hay otro sector del islamismo, pero sobre todo lo que busca es acabar con cualquier posibilidad de revolución democrática y laica y eliminar los restos de anteriores clanes militares dentro de los aparatos del Estado. Para ello, situará al frente del Estado a su partido, de ascendencia islamista: el AKP (Partido de la Justicia y Desarrollo).
La reacción bonapartista está en marcha, con el beneplácito de las grandes potencias occidentales, que no se arriesgan a una mayor inestabilidad en la región. Habiendo aprendido de Siria o Egipto, las potencias prefieren las dictaduras bonapartistas de Bashar al Asad, Hosni Mubarack, Abdelftah Al-Sisi; y Taiyir Erdogán, a los riesgos de una nueva Primavera árabe, la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes, o partidos al estilo de Hezbolá o Hamás; y por supuesto, al terrorismo de ISIS.
 
VII
 
Ultranacionalismos. Dice Rolando Astarita en su análisis sobre el Brexit:
 
Tengamos presente también que el triunfo del Leave se inscribe en el ascenso de una peligrosa ola nacionalista y de derecha: en Austria, el Partido de la Libertad (FPO); en Alemania, Alternativa para Alemania (AfD); en Francia el Frente Nacional; en Dinamarca el Partido Popular; en Finlandia, los Verdaderos Fineses; en Suecia, los Demócratas de Suecia; en Holanda el Partido por la Libertad (PVV); en Noruega el Partido del Progreso; en Grecia Amanecer Dorado; todas estas fuerzas han realizado avances. Agreguemos, en Polonia está en el gobierno el partido Ley y Justicia promoviendo medidas retrógadas y xenófobas. En Hungría la derecha nacionalista y xenófoba también está en el gobierno con Unión Cívica, flanqueada por otra fuerza todavía más de derecha. En Ucrania forma parte del gobierno el neonazi Partido de la Libertad. En Letonia la Alianza Nacional. El ascenso en EU de Donald Trump también puede considerarse parte de este fenómeno.
 
El ascenso de los partidos ultranacionalistas con una base de apoyo popular no se ha dado en España de forma ostensible por dos motivos. Por un lado el PP cubre sociológica e históricamente el espacio del nacionalismo españolista; pero también gracias al surgimiento de Podemos que seguramente pudo evitar la creación de partidos de extrema derecha que mediante la demagogia y retórica patriotera hubieran podido ganar influencia de masas. Este nacionalismo xenófobo se nutre especialmente de grupos económicos muy depauperados, pero también, de la clase obrera tradicional que antes votaba a la izquierda, y de las clases medias arrastradas por la crisis económica. Lo que diferencia a los movimientos ultranacionalistas de un fascismo como el de Mussolini o Hitler, es que no tienen como principal enemigo a la clase obrera organizada política o sindicalmente (socialdemócratas y comunistas), ni a los judíos (como en el caso nazi), sino a los inmigrantes, a los eurócratas de Bruselas que deciden por “el pueblo” o incluso culpan al capitalismo por su decadencia moral (al estilo de ISIS). Pero lo que no está descartado es que el capital financiero pueda usar en un momento de crisis las opciones ultranacionalistas o incluso las directamente fascistas. Todo dependerá del curso de la crisis económica y de las respuestas que puedan darse tanto por parte de las clases trabajadoras y clases medias, como por parte de las élites financieras y políticas.
 
VIII
 
Este artículo se ha centrado en la parte analítica y dentro de ella en aspectos concretos que tienen que ver con los nuevos fenómenos. Hemos planteado varias hipótesis. ¿Hay cambios de régimen en algunos Estados de la UE producto de la creación de la zona euro, la crisis y las nuevas relaciones de poder? ¿Estamos asistiendo a cambios de “etapa o ciclo histórico” a partir de la crisis y de las derrotas de los procesos revolucionarios en los países árabes, los movimientos anti-neoliberales en Latinoamérica y de la movilizaciones en el sur de Europa? ¿Están surgiendo nuevas fuerzas emergentes en Europa -ante la crisis de los viejos partidos- que con la excepción del sur- representan programas e ideologías ultrarreaccionarias? ¿Tienen estos análisis repercusiones en la construcción de los partidos y organizaciones políticas?
Para finalizar. Considero que hay dos grandes líneas para avanzar. Una, tiene que ver con la acción, y se trataría de construir un movimiento real (al estilo del Plan B o los movimientos contra el TTIP), pero también hay que seguir esforzándonos por sacar a las poblaciones de la apatía, mientras millones de refugiados son rechazados y estigmatizados brutalmente, mientras la democracia social y política va perdiendo posiciones en favor de opciones bonapartistas, ultranacionalistas, fascistas o el fanatismo religioso. Hay que hacer que la gente tome conciencia que la lucha contra la austeridad y la defensa de los servicios públicos es la misma que la defensa del medio ambiente, de la democracia y de toda discriminación por razones de raza o género. Todo esto puede debatirse en el marco de la acción, pero también en el debate estratégico de qué hacer con una UE que está marcando el paso hacia un capitalismo más salvaje y nos está arrebatando derechos y conquistas.
En segundo lugar, creo que la experiencia de la derrota en Grecia en julio de 2015 puede ser equiparable (en el sur de Europa) a la derrota de la Unidad Popular chilena en 1973. Creo necesaria una reflexión a fondo. No se puede despachar ese tema con frivolidad. Sigo pensando lo mismo que hace un año. Creo que Tsipras y Syriza se equivocaron, y como dijo Perry Anderson en un artículo de la New Left Review titulado “El error de Tsipras”: “Esto solo cambiará cuando la rabia sea más fuerte que el miedo. -la clase política y a la que ahora también pertenecen Tsipras y sus colegas-, pueden estar tranquilos”.
Mientras tanto a nosotros, nos queda la preocupación por el curso de los acontecimientos, pero también la convicción de que, además de la reflexión, no se debe abandonar el puesto de combate cuando la guerra ya nos ha sido declarada.
 
Julio 2016
 
 Artículo enviado por el autor para su publicación en Herramienta.

 

Jesús Jaen: Trabajador y activista en el sector de la Salud, en Madrid y militante de Anticapitalistas, en Podemos.

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