09/05/2025

De la libertad por la razón a la libertad por la fe

Por

(Versão em português)

Autora: Maria Orlanda Pinassi*

En el siglo XV, el cardenal Nicolau de Cusa (1401 - 1464) confirmaba que la naturaleza revolucionaria del humanismo renacentista, en su lucha contra el oscurantismo clerical, irrumpía de las entrañas de la propia iglesia. En De homine, por ejemplo, él afirma que En la potencialidad del hombre existe todo a su propia manera. En la humanidad todo es humano -tal como en el universo todo se desenvuelve universalmente. El mundo existe aquí como un mundo humano. Nada impone límites a la actividad creativa de la humanidad, excepto la propia humanidad.

La formulación de una idea tal ya presuponía que, para el bien o para el mal, es la imperativa voluntad racional del hombre la que debe predominar sobre la conducción de su destino.

Muy recientemente, otro cardenal, este de nombre Ratzinger -provisto de la erudición incuestionable de los conventos-, pone bajo sospecha el carácter liberador de la razón y de la ciencia, cuya hegemonía, según él, impone una "gradual extinción de la religión", causa más importante de su fracaso. De ahí la pregunta que dirige a los fieles de todo el mundo: ¿en qué medida la superación {de la religión} debe ser encarada como un progreso necesario de la humanidad con el fin de que ella alcance o no el camino de la libertad y de la tolerancia universal?"

La lógica de sus argumentos se apoya en la verdad -en gran medida irrefutable- de que, desde aquellos primeros combates al dogmatismo medieval, (…) otra forma de poder fue colocada en primer plano, la cual, en un primer momento, parece ser puramente benéfica y merecedora de la aprobación de todos, pero, en la realidad, se puede tornar en un nuevo tipo de amenaza a los hombres. El hombre es ahora capaz de fabricar hombres, producirlos, por así decir, in vitro con un reactivo. El hombre se torna producto, y con eso se altera la relación de los hombres consigo mismo en su fundamento. Él no es más un presente de la naturaleza o del Dios creador; él es su propio producto. El hombre descendió hasta el fondo del pozo del poder, hasta la fuente de su propia existencia. (…) Cuando antes se nos impuso la pregunta si la religión es realmente positiva, entonces ahora debe surgir la duda acerca de la confiabilidad de la razón. Al final de cuentas la bomba atómica también es un producto de la razón; al final de cuentas, la creación y la selección se seres humanos fueron inventados por la razón."[1]

La lucidez de esta crítica de la actualidad, en tanto, impone un llamado de atención sobre la distancia diametralmente opuesta entre las afirmaciones de Nicolau de Cusa y de Joseph Ratzinger, distancia que no se puede medir en siglos. La expectativa del tiempo verbal que sus ideas sobre la libertad conjugan nos muestra que mientras el primero propone la ruptura con el oscurantismo y afirma la necesidad de construir el camino que lleva de la fe a la razón y al humanismo, el segundo defiende la vía de la reacción, el camino que, al subsumir los poderes atribuidos a la razón, rescata la noción pecaminosa y nociva del libre albedrío y enaltece los principios incuestionables de la fe y de la salvación cristiana.

Pero, sobre todo, es muy importante destacar que si tomáramos tales ideas tan-solamente como constitutivas de un mismo y lineal proceso histórico -proceso que viene desde la epopeya hasta el ocaso de la positividad burguesa- perderíamos la gran oportunidad de aprender la diferencia sustantiva entre la perspectiva ontológica del humanismo universal de Nicolau de Cusa y la perspectiva históricamente empobrecida y empobrecedora de Bento XVI que, así como el más común de los ideólogos de la decadencia, sólo consigue comprender la razón en su dimensión instrumental, contingente y anti-ontológica. Supongamos, por consiguiente, que Ratzinger pudiese reconocer el sentido infinitamente más rico y más abarcativo del humanismo renacentista, aún así su inefable condición de jefe supremo de un poder destronado y subsumido justamente por este humanismo, trae el resentimiento que envuelve su condena de la razón en su concepción originalmente dada. La (sin) razón de este mundo, al contrario, reproduce la misma estrategia que un día fue conducida por los líderes del nacional-socialismo y vuelta a ofrecerle el trono y salvo conducto para una restauración esta vez de tipo postmoderno.[2]

No observar estos aspectos puede inducir a un entendimiento de las más recientes bulas papales como una vertiente anticapitalista y regresiva. Es mucho peor, pues la perspectiva más flagrante de su oscurantismo no parece guardar ninguna afinidad con las críticas de naturaleza romántica. Su postura es fría y agresivamente contemporánea en la medida en que hace parte del mismo fenómeno que aproxima a las tesis apologéticas -que nos condenan al "fin de la historia" de aquellas que combaten el evolucionismo en pro del creacionismo. La ironía de este episodio -muy poco original, más, si pensáramos en la vieja práctica de los entuertos que reúnen, cuando no confunden, la Iglesia y el Estado- reside en el hecho de que las ideologías más nefastas de la actualidad son generadas -y mal paridas- de las entrañas del Capitolio y del Vaticano. He aquí la vendetta del capital en su fase más decadente trayendo a la Iglesia de vuelta para la lamberle las podridas heridas.

La barbarie consentida

El episodio ayuda a comprender la fuerza antitética de las palabras socialismo o barbarie inmortalizadas por Rosa Luxemburgo para las condiciones de un siglo XX todavía mal iniciado en el tiempo y en los estragos que habría de provocar. Muy lejos de enfriarse, el sentido lato de aquellas palabras fue complementado de modo todavía más dramático por István Mészáros[3] para las condiciones potencialmente, inexorablemente agravadas que encierran aquel siglo y adentran el XXI: barbarie si tuviéramos suerte.

En estos nuestros tiempos sombríos y adversos, tiempos en que la barbarie divisada por Rosa surge -entera y cada vez más poderosa- de las sombras proyectadas por el sol engañador (de las ideologías mistificadoras), no se puede decir que sus manifestaciones sean exactamente una sorpresa también porque no fueron raras, ni tampoco tímidas sus apariciones pasadas. A decir verdad, esas apariciones fueron preanuncios, todos muy aterradores, de que el irracionalismo se iría a generalizar[4], adquirir una visibilidad cada vez más asquerosa y, peor, cada vez más consentida.

En fin, éste es el cuadro que refleja el sistema socio-metabólico del capital colindando con sus límites más absolutos y, por eso, experimentando su más incorregible y estructural crisis[5]. Estiércol de la barbarie[6], la crisis estructural impone que el capital accione permanentemente sus más extremos dispositivos de destrucción, algo que, desde la Guerra Fría, viene priorizando o potencializando, sobre todo, el poder del complejo industrial-militar. Esto quiere decir que la sobrevida del sistema se efectiviza, se alarga y se agrava gracias a la universalización de la degradación, contrariando en absoluto lo que fue recurrentemente pregonado por los apologetas del pasado que entreveían, con exagerado optimismo, la universalización de sus "lados buenos".

Irónica, pero no sorprendentemente, la barbarie -aquella misma que viene siendo bendecida por el papa- asume el protagonismo de la historia desnudando con eso algunos de los secretos más crueles y excretables de este mundo -desde Goethe, un mundo en profundo desencantamiento. Que todos sean revelados, pero uno de ellos debe permanecer inviolable, inconfesable y, no coincidentemente, es su secreto más precioso y que se encuentra en la raíz de todos los demás. Es muy lamentable por esto observar que parte sustantiva de las "izquierdas" también resolvió negar la esencialidad del {…} antagonismo irreconciliable entre capital y trabajo asumiendo siempre y necesariamente la forma de subordinación estructural y jerárquica del trabajo al capital, no importando el grado de mistificación de las tentativas de controlarlo.[7]

La negación de esta necesidad estructural al funcionamiento del sistema de reproducción social bajo la supervisión del capital acaba por anular eventuales positividades que podrían derivar de los misterios finalmente revelados. Esto porque las medias-verdades contadas tanto cuando descubren dimensiones grotescas y hasta aquí inimaginadas del sistema, distraen nuestra atención hacia cuestiones no-causales, aunque importantes y poderosamente persuasivas al colocarse como fatalidades inescrutables. El efecto obtenido es el blindaje del único locus del sistema capaz de oponerle resistencia, enfrentamientos y de germinar la semilla de la emancipación. Por lo tanto, si la esencia del sistema permanece oculta, la revelación de sus lados más o menos podridos no des-aliena, no libera, no alarga los horizontes de la humanidad, antes, se convierte, ella misma, en la mística ex-nihilo de un mundo asumidamente sin alma. Esta es la razón por la cual se acaba creyendo que para la sociedad existente "no puede haber alternativa", debiendo, por eso, permanecer intocada.

Nada podría ser más apropiado a este mundo de contradicciones incesantemente creadas e insolventes que agotar a la humanidad con sus miserias, que asustarla y, con eso, convertirla en un ejército de títeres abatidos, en una horda de zombis que, arrodillados frente al capital y por los motivos más torpes, son capaces de manifestar los más ardientes odios y de cometer las crueldades más inconfesables entre ellos mismos. Para que esto ocurra sin obstáculos y sin constreñimientos, viene siendo absolutamente necesario que este mundo cree todas las condiciones posibles -principalmente imposibles-, para, al fin, poderse librar definitivamente de los compromisos civilizatorios asumidos. Por eso, según Mészáros, es siempre bueno recordar que "libertad, igualdad y fraternidad" en otros tiempos no fueron palabras vacías o alguna especie de embuste cínico usados para desviar la atención del adversario real. Al contrario, esas palabras fueron los objetivos perseguidos con la pasión de una clase (la burguesía progresista que todavía compartía una significativa causa común con el trabajo, como componentes del "Tercer Estado") que más tarde tuvo que vaciarse y, más tarde todavía, descartar hasta incluso las más gritantes iniquidades y des-humanidades del dominio del capital en el orden social.[8]

Quieta non movere[9], por lo tanto, es la única "opción" que parece quedar, la misma que exprime la apatía de los hombres frente de una tragedia sobre la cual no reconocen ninguna responsabilidad. La renuncia de sí mismos, en cuanto sujetos de la historia, llega a su punto más agudo, y este es el resultado más problemático, asustador y también más aguardado del modelo de reproducción societaria que - a juzgar por lo que se urdió en aquellos años de consolidación del capitalismo- subsume, aliena y controla a los individuos ora con el peso de la mano de hierro, ora con el bálsamo de místicas variadas, ora con ambos recursos, como en la actualidad.

El sentido anti-ontológico de la subjetividad enteramente sometida a las necesidades imperativas de expansión y acumulación del capital se define ya en las primeras horas de la dominación burguesa que, como se vio arriba, precisó renunciar al papel épico para consolidar su hegemonía. Desde entonces, la libertad real es privilegio del sistema que sólo puede reproducirse mediante contradicciones de clase, jamás de individuos, aunque contradictoriamente sean los individuos los blancos de la libertad formal.

Desde entonces, también, la frustración proveniente de necesidades humanas invariablemente insatisfechas ha sido la más sustantiva y universal experiencia de los individuos que componen las clases sociales. Pero, para mitigarla, la sociabilidad que le cave logró darles el "don" de la insensibilidad, la "sapiencia" de que se habitúen al desprecio del capital por lo poco que quedó de humanidad en la sociedad regida por él. Pensamos aquí no sólo en las prerrogativas del positivismo comteano y congéneres, sino también y principalmente en la más reciente y larga fase denominada del welfare state cuando el capital, mediante presiones considerables, obviamente, todavía podía conceder derechos y beneficios a los trabajadores. Hoy, a penas residuos de esa época logran resistir al desmadre provocado por las exigencias actuales de la acumulación capitalista en la cual "el desempleo es su característica dominante".

En esta nueva configuración, el sistema capitalista está constituido por una serie de interrelaciones y de indeterminaciones, por medio de la cual ahora es imposible encontrar paliativos y soluciones parciales al desempleo en áreas limitadas, en agudo contraste con el periodo desarrollista de post-guerra, en que lo políticos liberales de algunos países privilegiados afirmaban la posibilidad del pleno empleo en una sociedad libre.[10] La desilusión con experiencias fracasadas terminó por internalizar en la mayoría de los individuos servilismo y convencimiento de la propia pequeñez e impotencia frente a la gigantesca mano invisible.[11]

Mientras aniquila la praxis y el pensamiento antitético, la actualidad capitalista privilegia al verbo -en su forma "divina", apologética, irracionalista- que sólo hace teorizar, nombrar, definir y justificar los injustificables elementos que componen la propia desgracia. En este escenario, la concreta verdad de los hechos pierde importancia frente del palabrerío metafísico-relativista: se vive a la hora y al momento de los oradores, de los lingüistas, de los elocuentes, de las autoridades que nos ahorran de pensar, que nos explican lo que vemos y que descifran lo que sentimos de los inmutables "fenómenos de la vida".[12]

Si lo problemas de nuestro tiempo no fueran tan profundamente más graves, seríamos una parodia de mal gusto al escenario que compone la tragedia Ricardo III, pieza en que Shakespeare, todavía en el principio de esta nuestra historia, aborda el miedo, la cobardía y la flaqueza que dominan bajo el peso de la autoridad. Es en la escena de acusación de Hasting que la problemática inacción de los hombres se manifiesta a través del escribano que dice:

Que bello mundo ¿no? Quien es tan necio
¿Qué no consigue ver este palpable ardid?
¿Quién es tan ciego que diga que no lo ve?
El mundo es malo; y toda la bondad se reduce a nada.
Cuando tales hechos sólo deben ser vistos por el pensamiento.

En estos nuestros días los hombres siguen retrocediendo todavía con más miedo, todavía más débiles, resignados y, lo que es peor, todavía más alienados. Esto tal vez explique por qué el pensamiento de los hombres cuando comienza a coincidir tan estrechamente con la realidad resulta en un extrañamiento tan problemático y, no como pensó Hegel, en realización, en liberación. Como se dice, por lo tanto, éste es también un producto nefasto de la sociabilización burguesa en su momento más maduro y decadente, sociabilidad que debe mucho de su éxito a Lutero que abolió las mediaciones para introyectar a Dios en el interior del propio hombre.[13] Así, nuestra forma societaria, por razones de total incompatibilidad, necesitó desdeñar de los valores humanistas y, por exclusión, perfeccionó las lecciones de la Reforma, imponiendo que la propia autoridad del capital adentrase al cuerpo y al espíritu de los individuos, "obligándolos" a una reproducción automatizada y extraña a sus verdaderos intereses. Al contrario, por lo tanto, de lo que declaró Ratzinger, la religión no sólo no fue extinguida, como se instaló del lado derecho del capital y, controlada por él, pasó a servirle de poderoso cimiento ideológico.

La formación y la consolidación de una subjetividad tan completamente deshumanizada explican por qué los hombres, incluso frente a los secretos más espurios a ellos (y por ellos mismos) rebelados, reaccionan con tamaña agresividad no contra el mundo que los explota y engaña hace tanto tiempo, sino, justamente al contrario, reaccionan airados contra cualquier posibilidad de proyección más allá de este mundo. Así, como guardianes del infierno, como Cérberos de la decadencia burguesa, estos hombres en verdad se resisten a admitir la parte que les corresponde en la realización de una obra tan monstruosa. ¿Cómo decirles, entonces, que para comprender y transformar sustantivamente ese estado de cosas ellos necesitan superar su propia carencia de grandeza humana, grandeza conquistada aún en el margen de este mundo, y que Shakespeare, (esta vez) en Julio César, reveló de modo tan lúcido a través de Cássio? ¡No somos esclavos, querido Brutus, debido a nuestra estrella, sino por nuestra propia culpa!

Algunas palabras finales

Desde Marx sabemos que las contradicciones sociales y la búsqueda incesante por la superación de ellas constituyen el motor de la historia de los hombres, su más concreta esencia ontológica, la manifestación más auténtica de su libertad, el sentido más profundo e intuitivo de la praxis humana. Pero, para comprender mejor la fuerza revolucionaria de las premisas marxistas remitimos al lector a las circunstancias históricas que confluyen en el humanismo renacentista, momento en que, definitivamente, se abren los caminos que irán a liberar el potencial hasta allí reprimido o simplemente intuitivo de los individuos en su singular capacidad de crear y disolver hasta incluso el más hermético de los procesos socio-históricos. Entonces, cuando los hombres se vuelven consientes de la propia individualidad, apoderándose objetiva y subjetivamente de la propia historia, todas las formaciones sociales pretéritas desnudan sus reales limitaciones, sobre todo, por sus propiedades inhibitorias de la actividad humana esencialmente libre, universal y transitoria. Desde aquel momento, parece inagotable la explosión de las riquezas materiales producidas y de los conocimientos obtenidos del trabajo (aunque abstracto) de los hombres en lucha contra los límites infligidos por la naturaleza, en lucha por el dominio que se pretende ejercer contra ella.

Contradictoriamente, la conciencia de sí por los hombres, finalmente comprendida como instrumento poderoso de libertad y de liberación de fuerzas inimaginadas, se fue convirtiendo, en la práctica, en una razón crecientemente instrumental y hostil a las necesidades efectivamente humanas. O sea, las necesidades históricas impuestas por el capital y por sus características sustantivas en la propiedad privada y en la subsunción del trabajo alienado, terminan por apartar a los hombres de aquella su verdadera naturaleza libre, universal y transitoria. Así, de las alturas de su potencialidad concreta, los hombres se despeñan en caída libre y se deshacen en una abstracción vigilantemente controlada por el capital para seguir reproduciendo una (des) necesidad histórica naturalizada y, por eso, perpetuada mediante irracionalismos progresivamente deshumanizantes. Aquí reside uno de los objetivos de este ensayo: discutir las causas de la indolencia histórica de una humanidad cansada y resignada a la condición de objeto no más de los dioses del más allá de este mundo, pero de sí misma; de una humanidad indiferente a los resultados más destructivos del proceso que convirtió la potencialidad universal de los hombres (en su efectiva relación con la naturaleza) en una especie mezquina e irresponsable de ganancia sometida a la omnipotencia del capital.

En la teoría y en la práctica esta es una de las más fuertes tendencias que dominan la escena desde la caída del régimen "de tipo soviético", la primera y más larga experiencia de negación política del sistema de reproducción socio-metabólica del capital. Y, a pesar de todas las pruebas en contrario, el vacío ahí creado fue rápida e inadvertidamente llenado por un sin-número de tesis triunfalistas, muchas de ellas corroboradas, y también elaboradas por algunos de sus ex oponentes más reñidos, intolerantes, dogmáticos. Mientras tanto, la hegemonía cabal del capitalismo al revés de democratizar beneficios, generaliza y profundiza, por todo el planeta, la gravedad de los problemas originarios de las contradicciones sociales y de las desigualdades estructurales correspondientes.

No coincidentemente, también vemos redoblar la frecuencia de la crítica más o menos anticapitalista, más o menos romántica, fruto de múltiples y difusas insatisfacciones con la actualidad. Es éste el cuadro del que se originan las tan proclamadas utopías, utopías que se multiplican en la misma razón matemática de los problemas que enfocan. Utopía que constituyen el folklore del momento, pues exprimen la reacción posible de los grupos o "tribus" que -en parte o totalmente- quedaron privados de las "alegrías" proporcionadas por este mundo. Aunque tributarios de causas justas, el problema es que, en el límite, y con rarísimas excepciones, tales tipos de reacción frustrada y resentida no logran ir más allá de requerir el derecho de regocijarse con ellas.

Por ejemplo, algunos de los utopismos más característicos del slogan "otro mundo es posible" son reivindicados por las llamadas "minorías" que no parecen dispuestas a romper con las reales causas de sus tragedias particulares. Por el contrario, se regocijan con la naturaleza fragmentada de su lucha, conducida con indiferencia por otras luchas semejantes. Y, en la medida que no razonan en términos contradicción/superación, estas utopías proyectan sus ideas en direcciones distintas aunque convergentes hacia el cautiverio de los valores propios a la misma e infranqueable matriz: el comando del capital.

De la misma forma, salen en la defensa de un mundo de armonías plenas de especificidades abstractas porque son ajenas a la posición social que efectivamente ocupan en las esferas de la producción y la distribución material de la sociedad. Muy probablemente es por eso que creen en el poder del pluralismo empecinado en vencer la estructura necesariamente jerarquizante del sistema. Así, las diferencias podrán finalmente convivir y relacionarse sin conflictos, sugiriendo una aproximación con la idealidad naturalista y a-histórica de Feuerbach.

Paradojalmente, el reverso de este idilio, en verdad uno más de los tantos dilemas relativistas exasperadamente intentados a lo largo de esta estructura histórica que vivimos, supone la intolerancia completa de las utopías que proyectan el mundo protagonizado por una única "tribu", electa ciertamente por sus virtudes étnicas, religiosas, civilizatorias, virtudes que, en verdad, sólo pueden existir y generar privilegios en este mundo a los que comprueben superioridad en términos de capital y de un literal poder de fuego. Un tipo de neo-absolutismo a constituir los fundamentos de una única ideología y la dominación de un único y muy reducido estrato sobre toda la población mundial, un mundo hacia el cual caminamos a pasos largos.

La única antítesis rigurosamente seria y pertinente para el cuadro todavía está en las trincheras de la revolución socialista. Sin embargo, no es posible continuar vislumbrándola desde las condiciones más favorables, desde el punto ideal localizado ora en la esfera económico-sindical, ora en la esfera político-partidaria del proletariado fabril, segmento "incondicionalmente" revolucionario. Hay, por esto, quien todavía prefiera esperar por el momento propicio y suficientemente maduro la manifestación redentora de la clase para sí. Mejor, entonces, es sentarse para no cansarse y asistir más confortablemente a la hecatombe final.

Esos son indicios de que, a pesar de hablarse mucho de la crisis estructural del capital - sea para concordar, sea para discordar de esta polémica tesis- son pocos los que, de hecho, consideran las evidencias profundamente desfavorables a la revolución protagonizada por aquel proletariado característico del capitalismo hasta los años de 1960. Y si insistimos en eso, el gran riesgo es caer en la fosa común de las utopías criticadas, de las tantas formulaciones huidizas, abstractas y regresivas, todas igualmente incapaces de reconocer y de enfrentar las necesidades histórico-ontológicas de las adversidades encontradas en el aquí y ahora.

Pero, aunque resaltemos los límites defensivos de los instrumentos hasta aquí privilegiados por las luchas obreras, esto no significa que los estemos descartando, ni que despreciemos la necesidad de alguna forma de organización alternativa. Por todo lo que decimos, alertamos sobre el hecho de que el cuadro actual puede estar articulando, a partir de las circunstancias más adversas, nuevas salidas emancipadoras.

Entonces, más allá de todas las indisposiciones más o menos agresivas creadas contra eventuales perspectivas transformadoras, esto es, más allá de la indolencia histórica fuertemente detectada actualmente, sobre todo, en la esfera del pensamiento filosófico y sociológico y en una cada vez más melancólica y filistea pequeño-burguesía, la necesidad de la emancipación de este mundo, tanto como cuando Marx lo afirmó, continúa adelantándose al verbo y a las teorías brotando de la acción oriunda del eje central del sistema de acumulación del capital, cuya actualidad exige una producción creciente de mercaderías con un contingente inversamente proporcional de trabajadores. El desempleo estructural no es más el síntoma de un desequilibrio controlable, sino la causa más importante de la crisis estructural del capital, aquella que impone que el sistema active todos sus límites absolutos, autoritarios e irracionalistas con el objetivo de permanecer en el estricto control de todo el proceso social, cada vez más caótico y desvergonzado.

En este escenario, es el proletariado -del campo y de la ciudad- que engrosa las estadísticas progresivamente irreversibles del desempleo. Pero, la sombría perspectiva inmediata de jamás volver a ser readmitidos por el capital, no suprime de los trabajadores el ser de la clase a la cual siguen perteneciendo. Eso quiere decir que fue su forma de existir, mejor, su existencia que cambió, lo que necesariamente se refleja en su conciencia de clase y en sus nuevas formas de organización, más adecuadas tanto a la inmediatez de la vida como al enfrentamiento más ofensivo de la lucha de clases.

Contrariando la tesis del fin de la historia, el horizonte vuelve a ser avizorado no por las utopías programáticas de los movimientos sociales con causas específicas y compuestos de las minorías que intentan adquirir "derechos de participación y de ciudadanía", conquistar mejoras de la calidad de vida, defendiendo formas de sustentabilidad bajo el sistema, algo, además impensable e irrealizable en los días de hoy. La historia parece ser reabierta por los movimientos sociales de masas pautados en la centralidad del trabajo incluso porque son formados, sobre todo, por trabajadores desempleados que pueden -digo pueden y no deben- materializar la potencialidad revolucionaria hasta aquí embotada de la clase trabajadora viviendo, en cuanto clase constituida por y para el capital, el momento más problemático de su historia.

Muy lejos de lo que quedó consagrado por la mística socialista del determinismo histórico, su momento más dramático y más distante de cualquier idealidad se puede convertir en la posibilidad más efectivamente real de la liberación universal del yugo del capital. Para eso, es imprescindible que constituyan instrumentos de confrontación capaces de repeler toda y cualquier intención de la "cosa pública" de institucionalizarlos y de las vanguardias servirles de guía rumbo al paraíso.

Por eso está más presente que nunca reconocer que "Cuando nace en los hombres la conciencia de que las instituciones sociales vigentes son irracionales e injustas, de que la razón se convirtió en insensatez y la bendición en plaga, eso no es más que un indicio de que en los métodos de producción y en las formas de distribución se produjeron silenciosamente transformaciones con las cuales ya no concuerda el orden social, tallado según el patrón de condiciones económicas anteriores. Y así ya está dicho de que en las nuevas relaciones de producción tienen forzosamente que contenerse -más o menos desarrollados- los medios necesarios para poner término a los males descubiertos. Y esos medios no deben brotar de la cabeza de nadie, pero la cabeza es la que tiene que descubrirlos en los hechos materiales de producción, tal y cual la realidad ofrece."[14]


*Profesora del Departamento de Sociología, FCL/UNESP, Araraquara, SP, autora del libro Trés devotos, uma fé, nehum milagre (San Pablo, Editora UNESP) y miembro del comité editorial de la revista Margem Esquerda.
Traducción: Raúl Perea

[1] Joseph Ratzinger. O cisma do século. Folha de Sao Paulo. Cuaderno posterior 24/4/2005 (p.6)

[2] Recordar aquí la documentación O ouro de Hitler y el papel de la iglesia en la fuga de oficiales nazis hacia la Argentina bajo el gobierno de Perón.

[3] Ver al respecto, en su libro El Siglo XXI -socialismo o barbarie-. Buenos Aires. Ed. Herramienta. Pag. 94

[4] Ver el ensayo de mi autoría Metástase do irracionalismo. En Novos Rumos Nº 43, 2005 (p. 53 y 62)

[5] Contrariamente a los límites relativos, o crisis cíclicas vividas y siempre superadas por el capital en su largo periodo de ascenso histórico, desde el inicio de los años 1970, los límites que se imponen sobre el sistema son absolutos y la crisis que de ahí se origina es irremediablemente estructural.

[6] Hago aquí una alusión al término empleado por Marx en Teoría de la plus-valía al referirse a Ricardo: "En el maestro, lo que es nuevo y significativo se desenvuelve arrebatadoramente, en medio del "estiércol" de las contradicciones, de los fenómenos contradictorios. En el capítulo III de la primera parte de la Ontología del ser social, titulado "La falsa y la verdadera ontología de Hegel", Lukács también usa el término, en el mismo sentido dado por Marx, en el ítem La dialéctica de Hegel en medio del "estiércol de las contradicciones".

[7] Idem, pag. 19

[8] Para além do capital, pag. 224

[9] "No agitar lo que está acomodado. No despertar al perro que duerme". El proverbio aconseja no despertar disensos u odios adormecidos.

[10] István Mészáros. Desempleo y precarización: un gran desafío para la izquierda.

[11] Los cinco primeros capítulos del libro Más allá del Capital, de István Mészáros, titulados "La sombra de la incontrolabilidad"

[12] En el film Hotel Ruanda hay un pasaje que ilustra el aspecto más siniestro de este desprecio por lo real. Es cuando el gerente del hotel intenta, por teléfono, convencer a las autoridades internacionales sobre el genocidio que sucedía en el país. El motivo absolutamente torpe de la tragedia que provocó el asesinato de un millón de seres humanos quedó igualmente insignificante frente al preciosismo conceptual de la palabra genocidio exigido del otro lado de la línea. Frente a esto, se pregunta: ¿dónde está el irracionalismo?

[13] Sobre esto, es memorable el pasaje de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel - introducción en la cual Marx afirma: "Lutero venció, con efecto, la servidumbre la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre a la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Transformó a los padres en legos, porque transformó los legos en padres. Liberó al hombre la religiosidad exterior, porque hizo de la religiosidad el hombre interior. Emancipó al cuerpo de los grilletes porque colocó al corazón en grilletes. Pero, si el protestantismo no fue la verdadera solución, fue la verdadera colocación del problema. Ya no se trataba de la lucha del lego contra el padre fuera de él, más de la lucha contra su propio padre interior, contra su naturaleza padresca. (Temas de Ciencias Humanas nº2, 1977, p. 8)

[14] Friedrich Engels. Do socialismo utópico ao socialismo científico. In. Textos. (Sao Paulo, Editora Alfa Omega, 1977), p. 44

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