25/04/2024

Convergencias solidarias. La Primera Internacional y la Comuna de París (1871)

Por Revista Herramienta

Extracto del libro “Afinidades revolucionarias - Nuestras estrellas rojas y negras- por una solidaridad entre marxistas y libertarios

Londres, 1864. La Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) –conocida hoy como la Primera Internacional– fue fundada hace exactamente ciento cincuenta años, en 1864, en el Saint-Martin’s Hall de Londres por un Congreso obrero europeo convocado por los sindicatos ingleses. El Consejo central elegido en esa ocasión pidió a Karl Marx que redacte su Manifiesto inaugural, discurso y documento fundador del movimiento obrero moderno. Concluye con la célebre fórmula: “La emancipación de los trabajadores será la obra de los trabajadores mismos”. Desde el inicio, están presentes en la AIT corrientes libertarias, especialmente proudhonianas, y sus relaciones con los socialistas marxistas no solo son conflictivas. Entre los partidarios de Marx y los representantes de la izquierda del proudhonismo, como Eugène Varlin y sus amigos, se producen ciertas convergencias, en contra de los proudhonianos más de derecha, partidarios del “mutualismo” –proyecto económico fundado en el “intercambio igualitario” entre pequeños propietarios–. En el Congreso de Bruselas de la AIT, en 1868, la alianza de esas dos corrientes desemboca en la adopción –bajo la égida del militante libertario belga César de Paepe– de un programa “colectivista”, es decir, que preconiza la propiedad colectiva de los medios de producción: la tierra, los bosques, las minas, los medios de transporte y las máquinas.[1] Retrospectivamente, la resolución sobre los bosques aparece como una de las más actuales:

“Considerando que el abandono de los bosques a particulares conduce a la destrucción de los bosques;

“Que esta destrucción en ciertos puntos del territorio será nociva para la conservación de las fuentes manantiales y, por ende, para la buena calidad de esas tierras, así como para la higiene pública y la vida de los ciudadanos;

“El Congreso decide que los bosques tienen que ser propiedades de la colectividad social”.[2]

Después de la adhesión de Bakunin (1868) y la victoria de las tesis libertarias en el Congreso de Basilea de la AIT en 1869, las tensiones con Marx y sus partidarios se intensifican. No obstante, en ocasión de la Comuna de París en 1871, las dos corrientes cooperan fraternalmente; es la primera gran tentativa de “poder proletario” en la historia moderna. Desde 1870, Leó Frankel, militante obrero húngaro radicado en Francia, amigo cercano de Marx, y Eugène Varlin, el proudhoniano disidente, trabajan en conjunto en la reorganización de la sección francesa de la AIT. Después del 18 de marzo de 1871, ambos están a la cabeza de la Comuna, el primero como delegado de la comisión de Trabajo, el segundo como delegado de la comisión de Guerra, en estrecha colaboración. Los dos participan, en mayo de 1871, en los combates contra los versalleses:[3] Varlin es fusilado tras la derrota de la Comuna, Frankel logra emigrar a Londres.

A pesar de su carácter efímero –duró apenas unos meses–, la Comuna de París es un modelo inigualado en la historia de las revoluciones sociales: ejemplo de un poder revolucionario de los trabajadores, democráticamente organizado –delegados elegidos por sufragio universal–, que suprime los aparatos burocráticos del Estado burgués, y, al mismo tiempo, una experiencia profundamente pluralista, que asoció en un mismo combate a “marxistas” (el término todavía no existía), proudhonianos de izquierda, jacobinos, blanquistas y republicanos sociales. La Comuna de París inspira la mayor parte de los grandes movimientos revolucionarios del siglo XX, pero ese carácter democrático/ revolucionario y pluralista estará mucho menos presente en los movimientos que la suceden, a no ser muy al comienzo de la Revolución de octubre de 1917.

Por cierto, los respectivos análisis de la Comuna de Marx y Bakunin estaban en las antípodas el uno del otro. Las tesis de uno pueden resumirse en los siguientes términos:

“La situación de la pequeña cantidad de socialistas convencidos que formaban parte de la Comuna era sumamente difícil… Tuvieron que enfrentar al gobierno y al ejército de Versalles un gobierno y un ejército revolucionarios”.

Por oposición a esta lectura de la guerra civil en Francia, que enfrenta dos gobiernos y dos ejércitos, prima en el otro el punto de vista antiestatal:

“La Comuna de París fue una revolución contra el Estado mismo, ese engendro sobrenatural de la sociedad”.

El lector atento e informado habrá corregido por sí mismo: la primera opinión es la de… el propio Bakunin, en su ensayo La Comuna de París y la noción de Estado.[4] Mientras que la seguda es un cita de… Marx, en el primer borrador de La Guerra civil en Francia (1871).[5] Hemos propiciado deliberadamente esta confusión, a fin de mostrar que las divergencias –ciertamente muy reales– entre Marx y Bakunin, marxistas y libertarios, no son tan simples y evidentes como se cree.

De hecho, Marx se alegró de que, durante los acontecimientos de la Comuna, los proudhonianos hubieran olvidado las tesis de su maestro, mientras que algunos libertarios se complacen en observar que los escritos de Marx sobre la Comuna olvidan el centralismo en provecho del federalismo. En efecto, La Guerra civil en Francia: 1871, texto que Marx compuso al calor de los hechos a pedido de la AIT, así como el conjunto de los borradores y materiales preparatorios de su libro, dan testimonio del feroz antiestatismo de Marx. Al definir la Comuna como la forma política finalmente hallada de la emancipación social de los trabajadores, este insiste en su ruptura con el Estado, ese cuerpo artificial, esa boa constrictora, esa pesadilla asfixiante, esa excresencia parasitaria…[6]

Después de la Comuna, sin embargo, el conflicto entre las dos tendencias del socialismo se agrava, desembocando en ocasión del Congreso de La Haya, en 1872, en la expulsión de Bakunin y de Guillaume, y en el traslado de la sede de la AIT a Nueva York –en definitiva, en su disolución. Como consecuencia de esta ruptura, los libertarios deciden formar su propia Asociación Internacional de los Trabajadores, que todavía existe: es el nexo entre los movimientos anarquistas de los diferentes países.

Más que intentar compatibilizar los errores y desaciertos de unos y otros –no falta un sinnúmero de acusaciones recíprocas–, nos gustaría destacar el aspecto positivo de esta experiencia: un movimiento internacionalista variado, múltiple, democrático, en el cual opciones políticas distintas han podido converger en la reflexión y en la acción durante varios años, lo cual permitió que esas alianzas efímeras o prolongadas tuvieran un rol de vanguardia en la primera gran revolución proletaria moderna. Una Internacional en la que libertarios y marxistas pudieron –pese a los conflictos – trabajar juntos y emprender acciones comunes.

He aquí, entonces, una experiencia que evidentemente no puede repetirse, pero que hoy, en los albores del siglo XXI, nos interesa.

La Segunda Internacional, fundada en 1889, está desde su origen bajo la hegemonía de la corriente marxista. Sin embargo, encuentran lugar en ella corrientes anarquistas hasta el Congreso de Zúrich en 1893, que ve la expulsión de Gustav Landauer y de los libertarios alemanes, seguida pronto por una escisión. Entre los disidentes que rompen en Zurich se encuentran no solo anarquistas como Fernand Pelloutier, sino también socialistas holandeses –Domela Nieuwenhuis– y franceses –Jean Allemane– de tendencia antiparlamentarista.

 


[1] Tomamos estas informaciones históricas de la excelente obra de síntetis de Manfredonia, Gaetano, L’Anarchisme en Europe. Paris: PUF, col. “Que sais- je ?”, 2001.

[2] Rosal, Amaro del Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX. México: Grijalbo, 1958, p. 159.

[3] Así se denominó, durante la Comuna de 1781, a los contrarrevolucionarios que reprimieron a los insurrectos parisinos, ya que obedecían al gobierno presidido por Adolphe Thiers, instalado en Versalles (nota de la trad.).

[4] Bakounine, Mikhaïl, De la guerre à la Commune. Textos establecidos por Fernand Rudé. Paris: Anthropos, 1972, p. 412.

[5] Marx, Engels, Lénine, Sur la Commune de Paris. Moscou: Éditions du Progrès, 1971, p. 45.

[6] Marx, Karl y Engels, Friedrich, Inventer l’inconnu. Textes et correspondances autour de la Commune. Precedido de Politiques de Marx por Daniel Bensaïd. Paris: La Fabrique, serie “Utopie et liberté”, 2008. Ver asimismo el esclarecedor comentario de Abensour, Miguel, La Démocratie contre l’État. Marx et le moment machiavélien. Paris, Le Félin, 2004, p. 137-142.

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