28/03/2024

Cambiar el mundo sin tomar el poder - 4ª edición

La primera edición en castellano de este libro de John Holloway, se publicó en el año 2002 y fue realizada por Ediciones Herramienta y la Universidad Autónoma de Puebla.
 
Fue traducido a varios idiomas y generó una importante polémica en todo el mundo. Gran cantidad de los textos en debate, se pueden encontrar en el foro: Cambiar el mundo sin tomar el poder, en esta página web.

Prefacio de John Holloway a la cuarta edición

Estoy muy contento de que este libro tenga una nueva edición, ocho años después de su primera aparición en 2002. Como cualquier otro autor, aspiro a que este volumen tenga una vida que se prolongue más allá del contexto inmediato en que ha sido concebido.
El momento de su primera edición fue verdaderamente importante por el impacto que tuvo. En ningún lugar esto fue tan claro como en la Argentina. A la presentación que se hizo en Buenos Aires, hacia finales de 2002, concurrieron más de mil personas. Para mí fue un indicio temible y estimulante el constatar que la idea de cambiar el mundo sin tomar el poder constituía una parte integral de la agitación política y social de ese momento. Parte de un todo: el surgimiento de las asambleas barriales, las fábricas recuperadas, los piqueteros y las manifestaciones masivas que derrocaron varios presidentes en cuestión de semanas. Pero no sólo en la Argentina: Cambiar el mundo sin tomar el poder dio voz a una idea central en el movimiento alterglobalización, en el levantamiento zapatista en México, en al menos parte de la gran agitación de aquellos años en Bolivia y en las prácticas cotidianas de los tantos y tantos grupos alrededor del mundo que luchan por encontrar un camino hacia adelante, una manera diferente de cambiar el mundo, claros en su repudio a la vieja política estadocéntrica, con todo lo que conlleva en términos de corrupción y hastío por  el uso de las personas como medio para sus propios fines.
Indudablemente, el momento contribuyó al impacto que tuvo el libro y a la tormenta de debates que ha suscitado. En ocasiones, he sentido como que estoy parado en la orilla del mar, siendo arrastrado por olas sucesivas de comentarios. La primera repleta de alabanzas, la siguiente de una condena absoluta y furiosa. Cada ola, debo confesarlo, ha sido fuente de placer. El objetivo del libro no es sólo convencer a la gente de que el cambio social radical no pasa por el Estado, sino también seducir a las personas a entablar una discusión sobre el significado de la revolución, respecto de cómo podemos crear un mundo diferente. El argumento en contra del Estado es un argumento en contra de la política del monólogo. La oposición anticapitalista es y debe ser polimorfa, polifónica, polilógica, necesariamente discordante: un nosotras/nosotros que discute consigo mismo, y que se constituye en nosotras/nosotros a través de la discusión.
El libro ha sido traducido a otros diez idiomas y parecería haber desatado la ira y el entusiasmo en todos los casos. Este mismo debate también ha conducido a la publicación en Buenos Aires, por Ediciones Herramienta, de Contra y más allá del capital en 2006, con algunas de sus contribuciones más importantes.
Espero que esta nueva edición genere la misma rabia y entusiasmo que sus predecesoras. En una discusión hace ya unos meses atrás, un amigo sugirió que éste había sido “un libro importante al tiempo de su primera publicación, pero que tal vez ese momento hubiera pasado: los tiempos y las necesidades teóricas han seguido adelante”. Mi amigo me cae bien, pero en esto no estoy de acuerdo con él.
Por cierto, el grito con el que comienza el libro, que es central para su argumento, todavía está allí, más fuerte, más penetrante, más angustiante. El capitalismo es más desagradable, más violento, más injusto, más destructivo. Desde el estallido de la crisis financiera, éste ya no tiene siquiera la apariencia de funcionar de modo eficiente. Ahora es más obvio que antes que la continuidad de la reproducción capitalista comportaría probablemente la extinción de la vida humana en la Tierra.
La revolución, en el sentido de un cambio social radical, es más urgente que nunca. Éste es un punto fácil de acordar, no una declaración polémica. Decir “necesitamos cambios revolucionarios” es una declaración obvia que debería ser repetida más a menudo, gritada a los cuatro vientos. El hecho de que esto no sea así se debe a varias razones: el control del capital sobre las comunicaciones y la educación, seguramente, pero también la incapacidad de las revoluciones del siglo xx de producir sociedades con capacidad de irradiar una fuerza magnética, tornarse polos de atracción. La naturaleza repelente de las sociedades que emergieron de las revoluciones rusa y china oscurece el punto crucial que nos grita cada vez que abrimos los ojos y miramos el mundo que nos rodea: un cambio social radical es urgente. Necesitamos una revolución, pero no una revolución como las del siglo xx.
El capitalismo es un desastre para la humanidad, urge un cambio radical. Esto es obvio. Después de acordar esto, es necesario que la discusión comience. Desde aquí debería arrancar la educación y partir el pensamiento científico, porque sólo nos queda una cuestión científica en el mundo: ¿cómo paramos la autoaniquilación de la humanidad?
Necesitamos pensar porque no conocemos la respuesta, ni siquiera sabemos si existe una respuesta. Necesitamos pensar colectivamente porque no hay un camino correcto que pueda ser aprendido. Pensar colectivamente no conlleva de forma necesaria a hacer declaraciones colectivas (aunque tal vez las incluya), sino, algo más simple: el ir y venir de la argumentación. Pero la discusión no tiene lugar en el vacío. Hay oleadas de luchas que abren ciertas líneas de pensamiento y, en ocasiones, la lucha se repliega y la discusión anterior parece menos relevante.
Éste, entonces, parece ser el sentido del comentario de mi amigo: que el libro era parte de una oleada de la lucha anticapitalista (o de la alterglobalización) con la cual comenzó este siglo, pero desde entonces ha habido un reflujo y hay diferentes necesidades teóricas. Tal vez sí se haya dado un reflujo, al menos en el plano de la visibilidad: el movimiento por la alterglobalización ha perdido algo de su fuerza, el gran movimiento en contra de la guerra ha fallado en frenar las invasiones del Afganistán y del Iraq, el movimiento zapatista ha dejado de ocupar los encabezados de los periódicos, los piqueteros y las asambleas barriales en la Argentina han declinado, el recrudecimiento de la revuelta en Bolivia ha dado paso al gobierno de Evo Morales, muchos de los grupos autonomistas más emocionantes han terminado en crisis, etcétera. El desarrollo de las opciones estadocéntricas en Venezuela y Bolivia ha captado la atención de numerosos anticapitalistas en los años recientes. Para muchos, a pesar o incluso debido al fracaso de la Cumbre del Clima en Copenhague, el Estado pareciera ser el punto de referencia inevitable en la lucha contra el calentamiento global. En América Latina y en otras regiones suele escucharse decir que necesitamos la combinación de luchas desde abajo y luchas desde arriba, lucha autonomista y lucha a través del Estado, como si las contradicciones pudieran ser removidas sólo con buenas intenciones.
Sin embargo, el movimiento de la lucha no es tan predecible como el de la marea. Un reflujo de la lucha puede fácilmente convertirse en una gran oleada incluso antes de que esta edición sea publicada. Empero, hay temas que son importantes en cualquier momento de la lucha anticapitalista, y uno de ellos es la cuestión del poder. No es éste el lugar adecuado para entrar en una discusión sobre el Estado (lean el libro), pero la cuestión del poder y del Estado seguirá siendo una preocupación central hasta que ambos sean abolidos.
No obstante, y más allá de todo, la cuestión del poder y del Estado se disuelve en cuestiones todavía más básicas: fundamentalmente, la forma en la cual se organizan las actividades humanas, la sujeción de nuestro hacer a la lógica de la cohesión social del sistema capitalista, lo que Marx llamó la subordinación del trabajo concreto al trabajo abstracto. El rechazo de la noción de tomar el poder del Estado es parte de un proceso más profundo, cuya temporalidad va más allá del flujo y reflujo de la lucha visible. Ese proceso profundo es la crisis del trabajo abstracto, la multiplicación de las rupturas en la cohesión social del capitalismo, la propagación de las grietas en el sistema. Grietas que son espacios o momentos en los que la gente se niega a someterse a la lógica del capital, en los que la gente decide dejar de crear el capitalismo y hacer algo sensato con sus vidas. Mientras la cohesión capitalista se agrieta también lo hace su noción del tiempo, y la cuestión de cómo destruimos el capitalismo da paso a otra cuestión: ¿cómo dejamos de hacer el capitalismo? ¿Cómo liberamos nuestro hacer del trabajo mediante el cual creamos y recreamos el mundo que nos está matando? Y en este dejar de crear el capitalismo, el Estado no tiene papel alguno.
Pero ésta es una historia para otro día, un cuento para ser contado en otro libro de próxima aparición en esta misma casa editorial: Resquebrajar al capitalismo. Por lo pronto, estoy encantado de que este volumen se vuelva a publicar y espero que atice nuevamente el fuego de la controversia.
Puebla (México), 1° de abril de 201
 
 

 

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