29/03/2024

Aún se trata del realismo: ontología y arte en Ernst Bloch


Siguiendo a Marx en los Manuscritos de 1844, Bloch sostiene que el ser humano es el único que puede imaginar una realidad aún no advenida y operar prácticamente para que lo soñado se conforme.

Esta era la distinción fundamental que Marx establecía entre la animalidad y la humanidad, al sostener que una abeja puede superar a un obrero en la perfección de su hacer instintivo, pero que, hasta el peor obrero puede, a diferencia de la abeja, proyectar en su mente lo que posteriormente configurará en la realidad.

La cosa posee una estructuración interna que la condiciona parcialmente, de acuerdo a una coyuntura histórico-social determinada, pero según Bloch el ente también es susceptible de transformaciones por inimaginables que puedan parecer para la mayoría. Por ejemplo, nuestra coyuntura no nos permite transformar en un instante una sociedad corrompida por el capital en otra libre y comunitaria, pero sí podemos transformar un átomo en inmensas cantidades de energía que pueden destruir millares de vidas humanas o iluminar ciudades enteras, algo impensable antes de los descubrimientos de Einstein. Este juego dialéctico entre un condicionamiento propio del material y una apertura a partir de la penetración subjetiva es la base de la ontología:

Lo posible en la cosa es lo condicionado parcialmente-en-la-cosa, de acuerdo con el género estructural, el tipo, la conexión social, la conexión según leyes de la cosa. Lo condicionado parcialmente aparece aquí, por tanto, como una apertura más o menos determinada estructuralmente, fundamentada estrictamente en el objeto, y solo así comunicada al conocimiento hipotético o problemático [...] La humanidad, por cierto, se plantea solo cometidos que puede resolver; pero, sin embargo, si el momento de la solución encuentra una pobre generación, la revolución entonces, es simplemente posible (Bloch, 1977: 225)

Esta concepción del ente abierto e interrelacionado dialécticamente, es esencial a la teoría marxiana y es el sustrato ontológico fundamental que permite el realismo y la revolución, entendidos como una transformación, a partir de las posibilidades dadas, de las cualidades grávidas de futuro de la materia.

Así como en el ente hay abierto un posible-latente inagotable, también en el ser humano se evidencia la misma condición. Sin embargo, la entidad humana es especial porque es la única que puede modificarse a sí misma a partir de un movimiento consciente. El ser humano no es un objeto dado con el que la historia experimenta, sino que es susceptible de transformarse a sí mismo y a su entorno revelándose contra el orden establecido natural y social. En esta ontología no existe una oposición tajante entre la subjetividad y la objetividad, ya que la subjetividad de la conciencia altera al propio objeto. No es la semilla que solo ha de convertirse en árbol como sostenía Hegel; el ser humano puede tomar conciencia de su realidad compleja, transformarse y elevarse por sobre su condición alienada. Esta concepción de clase es compartida por Lukács y Bloch; y ataca de raíz la relación refleja ente base y superestructura, entre condicionamientos externos y conciencia para despertar la crítica sobre la crisis. No hay tierra prometida, sin un largo éxodo hacia ella que, como veremos a continuación, nunca termina.

Para reflexionar sobre un modo de aprehensión de conocimiento en particular, se hace indispensable una base epistemológica que sustente el análisis. Bloch, en El principio esperanza divide la historia de la filosofía en dos tipologías teóricas. Las primeras son las teorías reproductivas, en las cuales la conciencia registra pasivamente y experimenta una claudicación ante el ente ya advenido. Por ende, la transformación de lo real a partir de un proyecto utópico resulta imposible.

Las segundas son las teorías productivas que sostienen que el mundo es un producto de la conciencia, lo cual implica una subjetividad creadora, pero al mismo tiempo presenta la fundamentación filosófica para el dominio y la destrucción de la naturaleza.

Como es usual en la teoría blochiana, el filósofo se propone una tercera instancia superadora. En contraposición al instrumentalismo burgués, la nueva técnica debe ser una Alianza entre las latencias implícitas en la realidad objetiva y las tendencias que el sujeto desarrolle como sueños posibles dentro de la historia concreta.

La latencia es la posibilidad inherente e inmanente a la objetividad de lo todavía no advenido, pero posible. La tendencia es la tensión del complejo de relaciones dialécticas que subyacen en lo existente y todavía no han llegado a su cumplimiento efectivo, pero que hay que acelerar en el caso de que tiendan a una sociedad más desarrollada y orgánica desde el punto de vista de las relaciones sociales.

Como se desprende de la teoría de Marx, tiene que existir una convergencia entre gnoseología y ontología que apunte hacia el telos de la transformación del mundo para el advenimiento de una sociedad que genere la naturalización del hombre y la humanización de la naturaleza, libre de alienación y plena de esencia genérica.

Según Bloch, la esperanza da amplitud al hombre, es activa, se entrega al devenir como el soñar despierto. El miedo, en cambio, se retuerce en el anonadamiento, es la pasividad arrojada al ente. En su dependencia hacia el objeto cerrado de observación, el pensar y el hacer capitalistas están presos del miedo.

Lo posible es una categoría que ha sido vaciada a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia confundiendo "conocimiento parcial de las condiciones y condiciones parcialmente dadas" (Ibídem, p. 235) Ante la filosofía y la ciencia del olvido del futuro, Bloch propone la ontología del aún no ser, cuyo origen se encuentra en la oscuridad del momento vivido, un momento de carencia en donde el ser lucha por encontrar su esencia dentro de las limitaciones propias de la realidad material. Es el sueño despierto de la posibilidad de un mundo mejor: una utopía. Hay que luchar por la esencia para no caer en la nada, que ya no es como el primer momento una carencia que busca su desarrollo, sino la completa aniquilación. Las condiciones para la irrupción de lo nuevo tienen que estar dadas, pero no garantizan de por sí su irrupción, sino que solo la praxis subjetiva y la determinación del conjunto social pueden hacer que esas condiciones advengan reales.

Pensar significa traspasar. Lo nuevo es algo que está en mediación con lo existente, y debe activar la tendencia inserta en la historia, de curso dialéctico. Todo ente lleva en su seno, según Bloch, una estrella utópica: metáfora de lo que brilla en contraposición a la tiniebla cotidiana, metáfora de lo que ilumina, embellece la noche, pero también, y sobre todo, de lo que guía.

En la historia del pensamiento occidental, el objeto ha estado preso de la contemplación. Con Kant, el sujeto se convierte en supuesto productor del objeto a partir de sus categorías cognitivas. Sin embargo, su filosofía deja intacto, como un enigma sin solución pero existente, el en-sí del ente, su esencia. Con Hegel, el en-sí se inserta en un sistema orgánico, pero fijo, en donde el objeto evoluciona hacia un para-sí ya determinado por el curso dialéctico del Espíritu Absoluto.

Hasta la filosofía de Marx, el objeto estaba preso, tanto de un en-sí que lo ataba a su esencia inmutable y eterna (Parménides); como posteriormente, a la determinación de destino inmodificable en el sistema hegeliano. Si bien Bloch hace un intento por rastrear en la historia del pensamiento rastros que avalen cierta apertura hacia el futuro posible, solo en la filosofía marxiana puede ver acabada esta concepción. A partir de ella, el objeto por primera vez se abre a la posibilidad de su transformación esencial y material, que no es lo mismo que el cambio aristotélico. El objeto presenta latencias que lo hacen susceptible de ser elaborado, no ya por categorías de percepción subjetivas que dejaban intacta su dimensión material como en Kant, sino a través de la relación entre la subjetividad y la objetividad en una apertura dialéctica que modifica al hombre y a la naturaleza generando un desarrollo ecológico integral a partir del cual ambos se potencian mutuamente.

Para Bloch entonces, el ente posee una dimensión doble entre una apertura condicionada e inagotable. Condicionada por las relaciones dialécticas que lo sustentan, inagotable porque es un principio heurístico que tiende siempre a la realización de la tendencia. Si para Kant el Salto de la Razón es identificado con la totalidad divina que hace inagotable el camino del conocimiento; Bloch instala ese mismo principio heurístico, ese totum utópico en el objeto. Esta secularización del sentido implica la dialéctica entre los límites propios del material y la posibilidad de su transformación, que surge del análisis antropológico del trabajo mismo: "Posibilidad real es solo la expresión lógica de una parte, para la condicionalidad material suficiente, y de otra, para la apertura material (inagotabilidad del seno de la materia)" (Ibídem, 128)

La ciencia capitalista está cosificada, cerrada sobre sí, y comparte la fetichización con el pensamiento primitivo. Es presa de un fanatismo que ni siquiera puede soñar, sino que se aferra a "los sedicentes hechos", y como no percibe su latencia, casi siempre se ve sorprendida por el curso de los acontecimientos. Es por eso que Bloch sostiene que los emergentes caóticos de la irracionalidad se igualan en lo imprevisible: accidentes técnicos y crisis económicas son análogos en su dificultad de previsualizar. Es el no saber disfrazado de fatalidad.

¿Y como debe operar la ciencia? En el momento del advenimiento de la idea, ciencia y arte materialistas proceden del mismo modo: la genialidad transformadora, la chispa inicial, no distingue esferas. Ambos trabajan a partir del mismo sustrato ontológico, postulando una hipótesis fruto de la tendencia histórica que posteriormente habrá de verificarse y hacerse efectiva por medio de la praxis del sujeto:

El grado de la capacidad genial se mide por la plenitud de su todavía-no-consciente, es decir, de su trascendencia mediada sobre lo dado hasta ahora explicitado y conformado en el mundo. En este punto no es todavía necesario distinguir entre genio artístico y científico [...] este criterio de la obra de arte genial es el mismo en el arte (la reproducción plástica de una visión real) que en la ciencia (la reproducción conceptual de la estructura de la tendencia y latencia de lo real) (Ibídem, 113)

Como vemos, esta cita conecta la reflexión ontológica que desplegábamos en un principio con la reflexión acerca de la estética: el arte es un modo de conocimiento tan válido como el científico. Si bien la esfera de representación es diversa, ambos parten del trabajo sobre lo aún no consiente y apuntan a un telos común; transformar el mundo material y espiritual para elevar la esencia del ser humano y de la naturaleza. Nótese que la diferencia se da entre: reproducción plástica de la visión y reproducción conceptual de la latencia-tendencia de lo real.

El arte trabaja con la materialidad de la representación, con la plasticidad del significado; la ciencia, en cambio, debe trabajar en ese entramado del ente que está condicionado, pero también abierto a su transformación, debe trabajar en lo concreto de la tendencia para realizarla.

Bloch toma la concepción de juicio estético de Kant y proyecta esa inteligencia artística a la inteligencia técnico-concreta de la ciencia materialista, la nueva ciencia debe producir como la naturaleza:

Kant caracterizó el genio como aquella capacidad que crea como la naturaleza. No en el sentido de que produzca lo suyo necesaria y arbitrariamente como ésta, sino en el sentido de que aun cuando superen, y aunque han de superar la naturaleza, <>. La inteligencia técnica no es, desde luego, inteligencia artística, su propósito es el logro de una fuerza suplementaria, no de una belleza suplementaria, pero, sin embargo, es también una inteligencia conformadora del alumbramiento suplementario y de la nueva conformación en el material (Ibídem, 226)

Esta cita expresa claramente que la ciencia y el arte pueden trabajar conjuntamente para echar nueva luz sobre el mundo y transformarlo, la primera crea nuevas fuerzas, la segunda nuevas bellezas. El programa de una conjunción entre el potencial científico y el artístico guarda una consonancia profunda con la teoría estética madura de Brecht.

El hecho de que Bloch encasille la reproducción artística en la plasticidad, es quizá fruto de su estrecha conexión con el expresionismo y debiéramos ampliar la discusión a los diversos modos de expresión que conviven pluralmente en nuestra época.

Hay otra dimensión sobre la que Boch reflexiona precozmente: la recepción. Como sostenía provocativamente Duchamp y gran parte de la vanguardia, son los espectadores los que hacen las obras. Para la teoría estética blochiana, la recepción es un momento fundamental de la reflexión estética. Si la representación artística se da solo en el ámbito de la visión y no posee un correlato real objetivo, su recepción se ve velada por esta falta. El público no puede relacionar la representación con un referente real, y si no posee las capacidades de comprensión y previsualización suficientes, se ciega a la interpretación.

Si la recepción no está madura, la obra de arte fracasa y no cumple con su función artística primordial: la revelación de la tendencia como un faro heurístico para acelerar la revolución que arranque al sistema social alienado la esencia genérica del ser humano:

[…]el arte se hace conocimiento, a saber: por medio de imágenes adecuadas y pinturas de conjunto típico características; el arte persigue lo ‘significativo’ de los fenómenos y lo despliega. Por medio de una fantasía de esta naturaleza, la ciencia capta en conceptos lo ‘significativo’ de los fenómenos, nunca permaneciendo en el plano abstracto, nunca debilitando o perdiendo el fenómeno. Y lo ‘significativo’es -lo mismo en el arte que en la ciencia- lo especial de lo general, la instancia de cada momento para la conexión dialécticamente abierta, la figura del totum típico-característica en cada momento (Ibídem, p. 216)

Repárerse en que la diferencia fundamental se da entre perseguir y captar. La distancia respecto del objeto es mayor en el arte, corre tras él porque lo ve más lejos, en el horizonte, más desarrollado en la visión. El científico, en cambio, lo tiene frente a sus ojos, aquí y ahora, se enamora de él como quería Benjamin en El origen del drama Barroco Alemán, y "capta" lo real que el resto alienado no percibe.

La tipicidad, lo característico del arte realista no se corresponde con la imagen banalizada del espejo al costado del camino que refleja los personajes sintetizando un color de época. La tipicidad es la previsualización del totum utópico, es la luz del faro revolucionario que lleva a las clases dominadas a darse cuenta de que es posible una realidad distinta objetivamente posible. No es un sueño vano, es el sueño del obrero que citábamos al principio, el sueño del trabajador antes de realizar su proyecto, el proyecto que lo hará mejor a él y al mundo.

¿Y qué sucede si los oprimidos no lo perciben en la experiencia artística, o si lo hacen pero no lo llevan a cabo acelerando el proceso? Entonces, solo queda la imagen de lo que pudo ser y no fue, un signo nostálgico y apremiante. La humanidad verá siempre en ella el sueño de un mundo mejor, más humano, que perdió su oportunidad para siempre. Pero esa imagen que no fue, no disipa totalmente su función reveladora, ya que puede ser refuncionalizada, puede volver a actualizarse para excitar los sueños dormidos: en Thomas Münzer como teólogo de la revolución, Bloch demuestra como un agitador puede retomar elementos de la cultura escatológica popular para sublevar y concientizar al campesinado.

Fundamental se torna esta reflexión en nuestros tiempos. Tomar las armas significa hoy, como ayer, criticar, soñar, arrancarle realidades mejores a la existencia con una praxis conciente y desalienada; pero también significa hurgar en el fondo de los afectos colectivos para poder despertar, a partir de ellos, la conciencia de un cambio posible en las masas adormecidas.

En cualquier formación social persisten restos de modos de producción anteriores. A la nostalgia por un pasado sin contradicciones, Bloch la llama asincronía. Esos elementos nostálgicos deben ser reelaborados, refuncionalizados para que sean factores de progreso y revolución. De lo contrario, pueden ser utilizados para políticas tiránicas. La propuesta es simple: no debemos descuidar los sentimientos humanos si queremos movilizar la mente y el cuerpo de los oprimidos para construir un mundo más humano, menos abstracto; ¿no era igual el sueño de José Martí con sus Versos Sencillos?

Marx reflexionó en Contribución a la crítica de la economía política sobre el por qué de la persistencia de las obras de arte en el tiempo. Bloch intenta dar respuesta a esa cuestión arguyendo que existen contenidos utópicos subterráneos que persisten a las formaciones culturales específicas que les dieron vida, son sueños de un mundo mejor que resisten como excedente cultural: "Estas floraciones, más bien, pueden ser independizadas de su primer suelo histórico-social, porque ellas mismas, en su esencia, no están vinculadas a él" (Ibídem, p. 144)

La filosofía anterior a Marx, y la ciencia capitalista en su conjunto, trabajaban y trabajan como en un laboratorio, con datos pasados, con registros, están presas de la anamnesis; en contraposición, el arte revolucionario, debería ser un laboratorio de lo latente, de lo pre-iluminado para anticipar no sólo hechos, sino procesos; y en consecuencia acelerarlos, retrasarlos o transformarlos.

La inspiración deja de ser mística y divina para transformarse en la concordancia entre la latencia del objeto y la correcta interpretación dialéctico-inmanente del sujeto. Ese relámpago une dos potencialidades, y no simplemente una subjetivad y una objetividad dadas. Ese relámpago transforma en el proceso al sujeto, al objeto y a la historia.

Por lo tanto, el substrato de la herencia cultural solo se da a partir de las obras que pudieron penetrar en las profundidades de la complejidad social de tal manera que persisten en cada germen de revolución, porque han ampliado la percepción del hombre, porque le han regalado un nuevo órgano con el cual percibir la realidad, porque lo han hecho mejor.

La validez ya no se da como en la tecnocracia capitalista, por la coincidencia entre lo postulado y su correlato fáctico. Lo válido no surge de contrastar, lo válido se hace a partir de lo pre-visualizado, a partir de la función utópica, lo válido adviene en el mundo a fuerza de machacar la realidad desde la subjetividad consiente y desalienada. La previsualización sin lucha, el arte puramente contemplativo, sin praxis, sin aceleración de lo previsto, puede derivar en un triunfo de la clase dominante, y por ende, en un cambio en la tendencia que haría inválida la utopía.

La idolatría objetivista anula la libertad y los sueños de acción del individuo. Por eso Bloch acuña un término central en su filosofía: el de sobrecompensación. Las condiciones nunca estarán totalmente maduras para no necesitar un sueño o una praxis revolucionaria. Si en el ente está el principio heurístico que siempre nos hace desear un más allá cognoscitivo, en el concepto de sobrecompensación tenemos un principio heurístico para la praxis subjetiva: nunca es suficiente nuestro hacer para mejorar las relaciones entre los seres humanos.

Este hacer constante se necesita del arte para señalar el camino ya que es una imagen hacia la cual ha de tender la sociedad, es:

el oficio de impulsar-hasta-el-final [que] tiene lugar en el espacio dialécticamente abierto, en el que cada objeto puede ser representado estéticamente (...) Esta conformación sigue siendo apariencia en tanto que pre-apariencia, pero no es ilusión; todo lo que aparece en la imagen artística está, más bien, agudizado o condensado con una radicalidad que la realidad de nuestras vivencias, desde luego raramente muestra, pero que está implícita en absoluto en el objeto (Ibídem, p. 208)

El arte es para Bloch una agudización de lo sentido que percibe el sentido dialéctico-materialista de la realidad, y lo plasma en su inmanencia. Pero la materialidad de esa plasmación es solo uno de los momentos. Si la recepción no capta el significado, si la recepción no puede escapar del condicionamiento ideológico y de la alienación de clase, la función del arte debe esperar la concreción futura, si es que se da, y dentro de la cual ya no puede cumplir su utopía originaria, aunque puede refuncionalizarse en virtud de un nuevo cambio, de una nueva esperanza.

El mundo objetivo es un boceto inacabado, el arte dibuja ese boceto y la ciencia dialéctico-materialista debe llevar a cabo el proyecto. Un proyecto siempre perfectible, siempre elaborable, inconcluso. La posibilidad real objetiva depende de un juicio hipotético o problemático sobre una incompletud abierta al futuro posible

Resumiendo, la pre-apariencia estética es una previsualización del futuro que surge en el seno de la materia. El arte puede establecer relaciones dialécticas entre lo ideal futuro y lo real en el plano del significado.

Es por eso que la plasmación artística debe ir hasta el meollo del ente, evitar lo superficial dado, y penetrar en la realidad material del objeto y sus posibilidades en germen. Para Bloch, el auténtico realismo debe alcanzar no solo el totum de su época, sino también el totum utópico.

¿Por qué plantear la complejidad de estos temas hoy? Porque las propuestas de Bloch tienen una vigencia terrorífica.

En una mundo que virtualiza las relaciones sociales… en un mundo que fija en nuestra conexiones neuronales y psíquicas la angustia del sueño nunca realizado… en un mundo que animaliza nuestros cuerpos y nuestras almas en un trabajo alienante… en un mundo que nos desconecta de la búsqueda de nuestra esencia… en un mundo que bombardea desde sus centrales de inteligencia los sueños de las pequeñas comunidades y desde sus medios masivos de comunicación los falsos sueños que promueven el consumo vacío… en un mundo de cáscaras, de cadáveres, de estadísticas que ocultan científica y racionalmente la miseria. En un mundo así, es urgente soñar, pensar y configurar una realidad distinta. Por eso la vigencia de las propuestas aquí planteadas. La vigencia de reflexionar sobre una ontología que funde un horizonte común entre diversas culturas, respetando las particularidades.

La vigencia de reflexionar sobre un modo de creación humana no alienado que potencie las capacidades del hombre y de la naturaleza en un desarrollo ecológico integral.

La vigencia de pensar en un arte que sea un modo específico y amplio de conocimiento y de embellecimiento del mundo, en un arte que intente desentrañar la complejidad de las relaciones materiales y sociales, en un arte que pueda tener un sueño en común con las diferentes ciencias, tecnologías y modos de trabajo no alienado.

La vigencia de pensar en una comunidad amplia que pueda ser receptora consiente de los frutos del conocimiento en las diferentes esferas, y discutirlo y configurarlo para arribar a una realidad construida por todos.

Hoy estas problemáticas son urgentes, porque hoy, igual que ayer, y más que nunca, se trata del realismo.

 



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