28/03/2024

Algunos problemas del intervencionismo estatal[1]

Por Revista Herramienta

 
Elmar Altvater
 
 
1. Introducción
 
Intentamos aquí analizar las posibilidades y limitaciones del intervencionismo estatal[2] en la sociedad capitalista burguesa. Sin embargo, con el fin de determinar estas posibilidades y limitaciones, debemos primero considerar las funciones del estado en la sociedad capitalista en un sentido más general, puesto que resuenan en el concepto de intervencionismo de estado. Si reducimos este análisis a la mera función del intervencionismo del estado entendido económicamente, quedarían ocultas desde un comienzo las condiciones generales de funcionamiento de la sociedad capitalista y de su estado, así como la percepción de sus posibilidades y limitaciones, en la medida en que estas surgen de la forma específica de la sociedad.[3]
Sin embargo, no resulta suficiente con definir las “características esenciales” del estado burgués si el objetivo es tratar cuestiones específicas del intervencionismo estatal, ya que las formas en las que se presentan las crisis sociales -y, en consecuencia, la intervención del estado en respuesta a dichas crisis-, están sujetas a cambios históricos, que presentan problemas serios a todo análisis. Comenzamos con una breve referencia a estos problemas.
Si la idea no es deducir el “movimiento en estado abstracto” de un modo puramente lógico, como un “movimiento de la razón pura”[4], se impone develar la estructura interna de las condiciones y el desarrollo histórico de la sociedad en su etapa actual. Entonces, dice Marx, durante el proceso de investigación el investigador deberá “captar con todo detalle el material, analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir la ligazón interna de estas. Solo una vez cumplida esta tarea, se puede exponer adecuadamente el movimiento real. Si se acierta a reflejar con ello idealmente la vida del material investigado, puede parecer que lo que se expone es una construcción apriorística”.[5]
Esta explicación del proceso de investigación de Marx podrá interpretarse en el sentido de que las formas concretas muy diversas y complejas del capitalismo altamente desarrollado deberán ser ellas mismas objeto de investigación y que cualquier limitación programática a la representación del concepto del capital en Marx estaría apropiándose de un resultado que, por sí mismo, solo puede comprenderse correctamente como resultado de un proceso epistemológico, como resultado de un proceso amplio de investigación. Este proceso epistemológico, entendido como un proceso de trabajo teórico que puede suponer una división de tareas, es decir, que será un proceso colectivo[6], es un trabajo de investigación que deberá referirse también a las formas en que se expresa el capitalismo altamente desarrollado y no podrá limitarse a adoptar la “teoría general acabada y general”, es decir, la representación del concepto del capital por parte de Marx con sus ramificaciones. Esto no puede y no quiere decir que sea innecesario analizar en profundidad, incorporar y reconstruir con exactitud la teoría de Marx. Todo lo contrario: sólo el análisis de El capital y la comprensión lógica que este brinda de la estructura interna de la sociedad actual permiten desarrollar interrogantes que son capaces de guiar el proceso de investigación orientado por los fenómenos históricos concretos. (En nuestra opinión, los interrogantes surgen en cada etapa de la apropiación del El capital y no recién en el momento más bien mítico en el que la teoría se convierte en método.) Pero este proceso de investigación, que siempre es llevado adelante con mayores o menores defectos por sujetos que se encuentran insertos en un determinado contexto histórico y político, sólo queda definido de modo provisorio mientras se deriven interrogantes del “concepto general del capital” –o ni siquiera eso– y no se critiquen al mismo tiempo –aunque sea de modo provisorio y no totalmente sistemático– las teorías dominantes y las condiciones históricas concretas que determinan la conciencia dominante. El “teórico” no la tiene, en este sentido, más fácil que el “práctico de la política”: para no quedar permanentemente desactualizado respecto de los movimientos objetivos y subjetivos, es indispensable ponerse a pensar y discutir problemas, aun cuando el avance sistemático de la investigación y de la reflexión teórica en realidad todavía no lo permita. Marx mismo se refería a cuestiones políticas de su época en un sinnúmero de artículos, declaraciones, discursos y peticiones, sin recurrir en cada caso al “concepto general del capital”, incluso sin haberlo sistematizado aún. No eludió interpretar la superficie empírica y sacar conclusiones; los problemas planteados por las circunstancias históricas lo motivaron o incluso lo obligaron a hacerlo, y a nosotros nos pasa lo mismo en nuestra época. En este sentido, estudiar la teoría de Marx es una condición sine qua non, pero no como un instrumento que debe aprehenderse antes de enfrentar el movimiento real y las teorías y tampoco como un dogma que ya solo requiere de interpretación ex cátedra, sino como abstracción conceptual del movimiento real de la relación de capital, que, con el desarrollo histórico del capitalismo, plantea interrogantes nuevos que no se relacionan con la esencia de esta sociedad y con sus contradicciones, pero sí con las formas concretas de la relación de capital. El “análisis concreto” comprende tanto la esencia como los fenómenos concretos (tanto en su derivación conceptual como en las formas que adquieren en su desarrollo histórico concreto). El énfasis en el procedimiento “de doble vía” –la apropiación de la estructura lógica del concepto de capital como lo presentó Marx y el análisis de las formas históricas concretas del capitalismo–, sin embargo, no debe entenderse de ninguna manera como un postulado metodológico. Tampoco existe un camino real que conduzca del concepto general del capital a la superficie de la relación de capital y a las formas de evolución histórica de una sociedad concreta. Este principio de doble vía tiene más bien razones políticas que parten del reconocimiento de que el análisis de los problemas concretos no puede esperar hasta que se haya alcanzado finalmente el punto en el que la teoría se convertirá en método. (Este punto no podrá existir jamás, ya que cualquier investigación que solo se refiera a la lógica de las categorías sin “retroalimentarse” de la condicionalidad política de los sujetos a cargo de la investigación correrá el riesgo de desplegar categorías de modo infinito.)
Mientras la forma específica del estado burgués en sus “características esenciales” es común a todas las sociedades capitalistas[7], el problema del intervencionismo estatal moderno recién se plantea en una fase de desarrollo de la relación de capital en la cual se produjeron condiciones históricas determinadas, como el surgimiento de un mercado mundial capitalista, luchas de clases fuertes en dimensiones nacionales e internacionales, un aparato estatal diversificado con cristalizaciones institucionales del conflicto capital-trabajo, entre otras. Sobre la base de las características esenciales del estado en el capitalismo se producen cambios en las funciones estatales que no pueden determinarse mediante un análisis de características generales. Para hacer frente a esta problemática sería importante, justamente, analizar en detalle estas condiciones históricas, que solo se puntualizaron muy brevemente, así como criticar las teorías surgidas con el objetivo de sistematizar este estado de situación, lo que en este trabajo se intentará a partir de algunos ejemplos. La teoría general como tal no puede oponerse a la historia “sucia” como un “espejo mágico” que ya no refleja nada de las contaminaciones de lo empírico. La apariencia invertida de la esencia del capital se presenta también en categorías reales, formas que se despliegan históricamente y en las cuales se reproduce esta sociedad materialmente. Por lo tanto, el intervencionismo estatal y las teorías al respecto no deben criticarse únicamente en tanto ideas erróneas de las funciones estatales en el capitalismo, sino comprenderse como la acción real del estado sobre la sociedad en condiciones históricas concretas cambiantes[8]. Recién sobre la base de estos hechos podrán criticarse las teorías del intervencionismo estatal.
Considerando las dificultades mencionadas, este trabajo sólo pretenderá explicar algunas formas concretas del intervencionismo estatal, de relevancia en la actualidad, lo que hará necesario un cierto nivel de concretización y de detalle. A continuación intentaremos, primero, plantear las características esenciales del estado burgués, resumiéndolas en lo que se pueda en relación con la problemática que nos preocupa. Luego, investigaremos la creación de las condiciones generales de producción por parte del estado burgués y después nos dedicaremos a los intentos estatales de manejar las crisis, concentrándonos especialmente en el problema de la estanflación. En la última parte se investigará si el progreso de la ciencia burguesa es capaz de hacer más eficaces las intervenciones estatales en la sociedad capitalista y hasta qué punto. Estos núcleos problemáticos se seleccionaron por su importancia política más que siguiendo un proceso de sistematización del problema del estado. Este trabajo se define como un aporte al desarrollo de una teoría marxista del estado.
 
2. La “particularización” del estado en la sociedad burguesa
 
En el capitalismo, el estado es el órgano de dominación del capital sobre la clase de trabajadores asalariados. Esta afirmación no sólo es un hecho basado en la experiencia política que ha sido y sigue siendo demostrado una y otra vez a lo largo de la historia de las distintas naciones capitalistas, sino que también puede derivarse sistemáticamente. Sin embargo, con el fin de realizar esta derivación, debemos comenzar investigando las condiciones del proceso de reproducción capitalista que también se expresan políticamente en la relación de clase en la sociedad burguesa y a partir de ahí determinar la función del estado No realizaremos esta derivación en este ensayo, porque únicamente nos interesa uno de los aspectos de la actividad del estado, a saber, su acción sobre los distintos capitales individuales [Eizelkapitale].  En este sentido, el problema crucial de nuestra investigación consiste en la manera en que se lleva a cabo la síntesis real de una sociedad que está compuesta por múltiples capitales individuales y en el papel del estado en este contexto.
En el nivel del “capital en general” [Kapital im allgemein][9], como es analizado por Marx, se supone la existencia real del capital como capital social total [gesellschaftliches Gesamtkapital]. El capital social total es la síntesis, en el sentido de que constituye la existencia promedio de los distintos capitales individuales, de cuyas acciones subjetivas en sus respectivas condiciones resultan “a sus espaldas” las condiciones promedio como condiciones del capital total. Las “leyes del movimiento” del modo de producción capitalista se refieren siempre al capital social total y jamás a los distintos capitales individuales, que en cualquier caso son, gracias a sus acciones, los instrumentos inconscientes a través de los cuales se logra la regularidad capitalista, puesto que no es el “capital total” quien actúa, sino los distintos capitales individuales. Sin embargo, con sus acciones, los capitales individuales crean las condiciones para la existencia del capital total: las condiciones medias para la explotación, la propia tasa de plusvalor, la tasa media de ganancia. Las condiciones medias y sus oscilaciones regulares se analizan al nivel conceptual del “capital en general”, es decir, las acciones de los capitales individuales carecen de interés en cuanto tales y sólo lo tienen en términos de sus resultados.[10] En el nivel conceptual del capital en general se desarrolla la forma en la que se generan las leyes generales (como tendencias) del modo de producción capitalista a partir, y en contra, de las acciones de los capitales individuales. Esta forma es la competencia, en la cual se imponen las leyes inmanentes e inexorables de la producción capitalista. Sin embargo, la competencia no es una simple forma que ejecuta contenidos indiferentes, sino la propia forma de ejecución de las leyes inmanentes del capital. Tampoco es un mero instrumento, indiferente respecto de su contenido, sino un momento real y conceptualmente necesario para la conversión del capital en capital total. Las condiciones promedio y los movimientos del capital total real son la base real de la abstracción conceptual del “capital en general”.[11]
En la competencia, el capital sólo puede aparecer como capital total en la medida en que los capitales individuales se relacionan efectivamente entre sí. Pero esto sólo sucede si actúan como capitalistas, es decir, como capitales que producen plusvalor. Sin embargo, no todas las funciones sociales pueden ser desempeñadas de esta manera capitalista, ya sea porque la producción de determinadas condiciones (materiales) para la producción no es rentable, ya sea porque el grado de generalidad de muchas regulaciones en ciertas condiciones es excesivo como para que puedan ser establecidas por los capitales individuales con sus limitados intereses particulares. Si bien los capitales individuales se constituyen en capital social total en la competencia y esto constituye a la sociedad capitalista en la forma de la competencia, para la forma de producción capitalista esto sólo no alcanza. El fundamento último se encuentra en el propio capital, ya que la forma específica de las relaciones sociales -el intercambio de mercancías y la producción de capital- impide el desarrollo de determinadas condiciones cuando su producción no es rentable o se realiza bajo condiciones que ponen en peligro la existencia de toda la sociedad (por ejemplo, la destrucción de los recursos naturales de una sociedad, del “medio ambiente”, como sucede en los hechos). En este sentido, el capital no puede producir las condiciones sociales necesarias para su existencia únicamente a través de las acciones de los distintos capitales individuales; necesita como soporte una institución particular que no esté sometida a sus propias limitaciones en cuanto capital, que no esté determinada por las exigencias de la producción de plusvalía, que sea, en este sentido, una institución particular situada “junto a la sociedad civil y al margen de ella”[12] y que al mismo tiempo satisfaga, dentro del marco del capital y sin cuestionarlo, las necesidades inmanentes que éste ignora. La sociedad burguesa desarrolla en el estado, en consecuencia, una forma específica que expresa los intereses promedio del capital.[13]El estado no puede concebirse, en consecuencia, ni como un mero instrumento político ni como una institución creada por el capital, sino más bien como una forma especial de realización de la existencia social del capital al lado y por fuera de la competencia, como un momento esencial en el proceso de reproducción social del capital.[14]
  Pero, si el estado expresa el interés promedio del capital, no lo hace sin contradicciones. Esto se debe a que el concepto de la existencia promedio del capital no elimina las acciones e intereses de los diversos capitales individuales que, en cuanto tales, siguen siendo opuestos unos a otros. Estas oposiciones no son abolidas por el mercado competitivo ni pueden ser atribuidas a esta competencia o a la "anarquía del mercado", ni tampoco pueden ser eliminadas por el estado. En este sentido, el estado no es nunca un capitalista tota real, material, sino que simplemente es un capitalista total ideal o ficticio.[15] Este es el contenido de la categoría de la “particularización del estado” o del “desdoblamiento” de la sociedad burguesa en sociedad y estado. Es el momento de extraer una importante conclusión: el estado no es un sustituto del ámbito competitivo, sino que está alineado junto a éste y, en relación con la ley del valor, que conceptualmente encierra las leyes inmanentes de su propia realización, esta afirmación no implica su sustitución ni su abolición, sino su correspondiente modificación. Así, el estado posibilita históricamente el establecimiento de una sociedad de intereses individuales dispares, asegurando las bases para la existencia de esta sociedad (como garante de la existencia de la clase trabajadora asalariada en cuanto objeto de explotación, como creador de  las condiciones generales para la producción, incluyendo las relaciones legales) que el propio capital no es capaz de asegurar. El capital, presionado por la competencia, se ve forzado a maximizar la utilización de los recursos (véase la prolongación de la jornada de trabajo, la intensificación del trabajo como respuesta a la legislación en salud y seguridad, etc.), independientemente de las consecuencias sociales y materiales que se desprendan y, en consecuencia, tiende a destruir sus propios fundamentos sociales. Esto sucede también en los casos en que la creación de las condiciones de producción implican una producción no-capitalista (algo que se aplica a gran parte de las condiciones materiales generales de la producción). El estado cumple las funciones necesarias para salvaguardar a la sociedad capitalista y puede hacerlo precisamente porque, en cuanto institución especial, situada al lado y por fuera de la sociedad burguesa, no está sometido a las exigencias de producir plusvalía, como lo están los capitales individuales, cualquiera sea su magnitud. La forma adecuada del estado bajo el capitalismo consiste, por lo tanto, en que goce de una existencia especial, opuesta a los capitales individuales, y no en constituirse en un “instrumento de los monopolios”. (Sólo es dicho instrumento en un sentido mediato.)
     ¿Cuáles son entonces las funciones que desempeña el estado en una sociedad capitalista y que les están vedadas a los capitales individuales? Existen cuatro áreas en las que el estado es especialmente activo, a saber: (1) la creación de las condiciones materiales generales de producción (la “infraestructura”); (2) el establecimiento y la protección del sistema legal general, en el que tienen lugar las relaciones entre sujetos jurídicos en la sociedad capitalista; (3) la regulación de los conflictos entre el trabajo asalariado y el capital y la opresión política de la clase trabajadora, no solo por medios legales, sino también por medios policiales y militares; (4) la protección de la existencia del capital nacional total y de su expansión en el mercado mundial capitalista. Todas estas funciones son, en cierto modo, características generales del estado burgués, pero se desarrollan sobre la base histórica de la acumulación de capital.[16]
(1) Consideramos en primer lugar las condiciones materiales de la producción. Las condiciones generales de la producción a ser creadas por parte del estado dependen de la etapa histórica del desarrollo del capital. Desde el punto de vista de su función material en el proceso de trabajo social, las funciones de los ferrocarriles, por ejemplo, son hoy en día las mismas que hace cien años. Sin embargo, si bien los ferrocarriles en el siglo XIX eran operados de manera privada y constituían, hoy en día es claramente un negocio no rentable para el capital y representa en consecuencia una esfera adecuada de acción para el estado burgués. Este es un ejemplo[17] de la determinación histórica concreta de las actividades del estado en la creación de las condiciones generales de producción. Todo lo que puede decirse en términos generales es que, debido a la tendencia histórica decreciente de la tasa de ganancia, el estado tenderá a aumentar el número de procesos productivos necesarios que son emprendidos o al menos, regulados por él. La consecuencia de esta tendencia es que cada vez más procesos de producción dejan de ser rentables para los capitales individuales (aunque superficialmente por diferentes razones), debiendo entonces ser abandonados o interrumpidos, desapareciendo en consecuencia de la esfera de la competencia entre capitales individuales.
La plena comprensión de este proceso, especialmente respecto de las condiciones materiales generales de la producción y de una manera algo modificada (véase a continuación) respecto de las otras áreas de las funciones estatales,  requiere necesariamente comprender la naturaleza dual del proceso de producción capitalista en tanto proceso de trabajo y proceso de valorización (en el nivel de la sociedad en su conjunto). El proceso de trabajo de los capitales individuales mismos sólo puede suministrar una parte de las condiciones materiales de la producción exigidas por cada una de ellos, a través de la competencia (en el mercado mundial) y al nivel dominante de desarrollo de las fuerzas productivas. Algunos capitales individuales producen en consecuencia los prerrequisitos para la producción de otros capitales individuales. Esta relación se establece a través de la competencia del mercado en tanto proceso de división social del trabajo entre las distintas unidades de capital. Pero otra parte de esas condiciones materiales de la producción no pueden ser creadas por estos mismos capitales individuales, pues su producción en el sentido de las condiciones capitalistas, como proceso de valorización, no es rentable. El resultado es que el proceso social de trabajo plantea determinadas exigencias que no pueden ser satisfechas en condiciones de producción capitalistas, condiciones que implican la unidad entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización. Lo que desde la perspectiva de los capitales individuales se manifiesta como un prerrequisito para la producción, desde la perspectiva del proceso de trabajo se manifiesta como un área ignorada por el capital; representa una especie de “vacío” que el estado debe ocupar necesariamente porque, a diferencia de los capitales individuales, no está sometido a la exigencia de crear valor. Aquellos sectores de la producción social de valor que son asumidos y ocupados por el estado, en consecuencia, dejan de ser capital, cuando están en sus manos. Por esta razón, las funciones estatales de este tipo se financian siempre a partir de un determinado fondo de capital social, que limita así la acumulación de capital de los capitales individuales. Este es un verdadero límite a la intervención estatal: no puede ampliarse en una medida que a causa suya se anule la acumulación privada de capital. Este límite es un resultado directo del hecho de que el estado es un no-capitalista en una sociedad capitalista. Si, por el contrario, el estado fuera capitalista en sí mismo y sus gastos en las condiciones generales de la producción revistieran un carácter capitalista, sería entonces imposible comprender por qué a través de la creciente actividad del estado se agudizan las contradicciones de la sociedad capitalista.
Puesto que el proceso de producción de los capitales individuales requiere en tanto proceso de trabajo ciertos prerrequisitos, en su carácter de medio del proceso de valorización de los capitales individuales no pueden ser esferas de inversión de los capitales individuales. Desde su percepción, consisten en la función general del estado, aunque las características de esta percepción están determinadas históricamente.     
La tendencia histórica de la tasa decreciente de ganancia constituye una de las razones por las cuales el capital es cada vez más incapaz de satisfacer las exigencias del proceso de trabajo en cuanto medio del proceso de valorización. La otra razón proviene del nivel creciente de las fuerzas productivas que es, en términos generales, la contrapartida del carácter limitado de la producción capitalista en tanto producción de plusvalor. Al considerar las tendencias del desarrollo capitalista debemos tener presente su carácter cíclico. Paralelamente a la marcha cíclica de la producción tienen lugar fluctuaciones, de una manera casi natural, en el grado de participación del estado en el producto social, participación que puede considerarse como un indicador grueso del grado de intervención estatal.[18] Esta relación adquirirá mayor claridad al analizar el problema de la “estanflación” en la cuarta sección de este ensayo.
Una vez trazado este esbozo aproximado de la esfera de la actividad estatal relacionada con la creación de las condiciones materiales generales de producción, retomemos brevemente las otras esferas antes mencionadas.
(2) Mientras que las relaciones económicas en los modos de producción precapitalistas y durante el periodo de transición al capitalismo se hallaban todavía conformadas parcialmente como relaciones de fuerza inmediatas, con el desarrollo del capital industrial la intervención directa del estado es cada vez menos una expresión esencial de la coacción inmediata. La función del estado consiste ahora esencialmente en establecer los prerrequisitos generales para la libre competencia, que incluyen la eliminación de las fricciones por medio del establecimiento de relaciones legales generales y de la observación de su cumplimiento.[19] Por primera vez el capital librado a la competencia —a través de la regulación de la esfera de la competencia, del intercambio y de la propiedad capitalista— y puede desenvolver de manera continuada el proceso de apropiación capitalista.[20] Pero, en la sociedad burguesa, la legislación jamás se limitó exclusivamente a la esfera de la competencia. “La otra parte esencial de la legislación de la sociedad burguesa estructura directamente las relaciones de dominación, tal y como ocurre en el derecho penal, el derecho laboral y demás”.[21] Por lo tanto, el estado burgués no codifica en la ley solamente las condiciones generales del comercio entre los propietarios de mercancías, sino también las condiciones generales del trabajo, de la producción, y así sucesivamente.[22] Esta actividad del estado tiene su origen directo en la competencia, la cual obliga a las relaciones entre los diferentes capitales individuales a expresarse como relaciones privadas de capital. El estado, en cuanto institución particular que no está sometida a esta competencia, es el único capaz de realizar esta actividad reguladora. Su necesidad, así como las funciones específicas que desempeña antes indicadas, son consecuencia directa de que el estado, en cuanto órgano de la clase dominante y a diferencia de los capitales individuales privados, no está sometido a la compulsión de crear valor y puede orientarse así a satisfacer los intereses generales de todos los capitales. Esta característica peculiar del estado le permite promulgar las leyes y supervisar su observancia, las reglas de la competencia como, por ejemplo, mediante las oficinas de pesos y medidas, los laboratorios de control, las oficinas de patentes y otros organismos similares. El estado también supervisa el cumplimiento de los contratos de trabajo, que ya no son simplemente un aspecto del intercambio comercial entre propietarios de mercancías sino una manifestación del proceso de producción en cuanto proceso de explotación del trabajo asalariado por el capital.
(3) Consideremos ahora brevemente la función del estado en la regulación de los conflictos entre trabajo asalariado y capital. El problema fundamental reside básicamente en que la relación de capital se manifiesta de hecho en el mercado como una relación entre sujetos fundamentalmente iguales, aunque es esencialmente una relación de dominio y explotación. Debido a que la sociedad capitalista es una sociedad de clases, debido a los constantes conflictos entre clases y a la necesidad de que sean contenidos como condición de la preservación de la base de dicha sociedad, el estado también asume funciones que implican la creación de las condiciones generales de explotación, la regulación de los niveles salariales y la eliminación de las luchas de clases. Este ámbito funcional de las actividades del estado es igualmente resultado de procesos históricos y, en concreto, consecuencia directa de las contra-estrategias de la clase dominante originadas a partir del desarrollo del movimiento obrero y de sus luchas conscientes. Cuando existe lucha de clases, la clase burguesa siempre se ve afectada o incluso amenazada en su totalidad, y los capitales individuales no pueden asumir individualmente las funciones de pacificación y represión;[23] funciones que se convierten progresivamente en el campo de acción del “comité que administra los negocios comunes de la clase dominante”.
(4) El estado, en tanto estado nacional, incluye a todos los capitales individuales dentro de cualquier país determinado en oposición a otros estados nacionales en el mercado mundial. En este campo es donde las funciones del estado pueden verse con mayor claridad, desde el sostenimiento de la moneda interna y las relaciones políticas con los países extranjeros hasta el apoyo militar a la acumulación y expansión privadas del capital en la era del imperialismo.[24] La transformación del conjunto de las áreas de actividad que el estado debe asumir esta determinada normalmente por su carácter de estado nacional, es decir, por la competencia y la lucha entre los estados nacionales.[25]. Si hemos discutido las distintas funciones del estado de manera aislada no lo hicimos, naturalmente, porque pensamos que realmente puedan aislarse unas de otras. Al contrario, el carácter del estado en tanto estado clasista burgués impregna todas sus funciones; estas sirven, en última instancia, para preservar y consolidar la relación de capital como una relación de dominio y explotación de la clase trabajadora. No puede hacerse abstracción de esta función. Lo que nos interesa en este contexto es saber en qué medida el desempeño de estas funciones produce determinadas contradicciones, a qué limitaciones está sometido el estado, a qué problemas se ve enfrentado continuamente entonces el capital y qué consecuencias tácticas pueden extraerse en relación con el movimiento obrero.
El estado, en cuanto particularización de las relaciones sociales capitalistas que existe como forma al margen de la sociedad civil, es considerado por los capitales individuales  como el límite negativo a la valorización del capital: él emplea fuerza de trabajo para crear las condiciones materiales generales de la producción, para el mantenimiento del sistema legal, para la represión policial y militar, áreas que por lo tanto ya no están más a disposición del capital como objetos de explotación (aunque, desde la perspectiva del trabajador, su situación laboral sea la misma que la de los trabajadores empleados por el capital privado)[26] o establece límites exteriores a la rentabilidad del capital mediante limitaciones a la jornada de trabajo, mediante barreras legales, etc. Superficialmente considerados, los límites negativos a la valorización del capital establecidos por el estado aparecen ante los capitales individuales a la manera de impuestos, cargas sociales, etc., justificados en virtud de “servicios comunitarios” que limitan el consumo individual y/o la acumulación de plusvalor. Del mismo modo en que la limitación natural de la jornada laboral constituía, antes de la legislación laboral, el límite del capital en su búsqueda de plustrabajo, después de dicha legislación ese límite fue establecido universalmente por el estado
Cuando se define al estado de este modo como una institución de la sociedad capitalista situada por encima y por fuera de ella, que aparece simultáneamente como enraizada en esa sociedad y como un límite negativo a la valorización, se vuelve evidente que las funciones históricas del estado no son originalmente inherentes a él sino que deben ser el resultado de las crisis de la producción social mediadas por las luchas de clases y por los conflictos entre fracciones de la clase dominante. (Aunque el hecho de que pueda desempeñar esas funciones no puede explicarse en absoluto a partir de la naturaleza de la sociedad capitalista y de su estado.) Ningún capital puede someterse voluntariamente a ciertas necesidades percibidas como objetivas; la presión de la competencia lo impediría. Por lo tanto, ningún capital consentirá la extensión de los límites externos a la valorización del capital impuestos por el estado sin una causa externa; sólo está dispuesto a aceptar tales medidas cuando enfrenta catástrofes, conflictos y luchas. Pero esto significa también que las luchas de clase juegan un papel importante en el mantenimiento de la sociedad capitalista (aunque, por supuesto, este es sólo un aspecto de la lucha de clases, aquí hipostasiado) en la medida en que ayudan a poner de manifiesto necesidades históricas objetivas a través de la mediación del estado.
En este sentido puede considerarse al incremento de la participación del estado en el producto social (como indicador burdo de las funciones del estado en la sociedad), tanto en los albores de la lucha de clases como a raíz de la primera guerra mundial y con anterioridad, durante los preparativos para las grandes catástrofes de la historia mundial, las guerras mundiales, como una confirmación empírica de esta tesis. Aun cuando Adolph Wagner habló con excesiva generalidad y con escaso fundamento de la “ley de la actividad creciente del estado” y planteó así antes una suposición que una observación tendencial bien fundada,[27] no puede negarse el hecho de que la participación del estado alemán en el producto social aumentó en el presente siglo, aproximadamente, de un quince a un cuarenta por ciento. Es notable también que los gastos del estado “en una fase de crecimiento económico sostenido se expanden a un ritmo menor que en periodos de crecimiento más moderado, salvo cuando se produce una depresión o una tasa negativa de crecimiento del producto social. En este último caso, aumenta notoriamente la proporción de los gastos del estado”.[28] Esto quiere decir que la actividad del estado está sometida a las condiciones de la producción capitalista, en la medida en que depende de los costos.
Por lo tanto el estado, en el marco de la sociedad capitalista, es hasta cierto punto complementario respecto de los capitales individuales; “complementariedad” que siempre se define históricamente. Esto está claramente expresado incluso en las teorías del “intervencionismo de estado” desarrolladas en distintas épocas y países. Si Adam Smith, y de manera diferente Ricardo, restringieron básicamente las funciones del estado al mantenimiento de las instituciones militares, políticas, educativas y judiciales y dejaron el resto en manos del desarrollo económico “natural” del propio capital privado, los teóricos alemanes de las finanzas del siglo XIX (A. Schaeffle, L. von Stein, A. Wagner) adjudicaron al estado un activo papel en el desarrollo y en la acumulación de capital. Esta divergencia teórica refleja exactamente las situaciones distintas de Alemania y de Inglaterra en la acumulación de capital y en la competencia del mercado mundial durante el siglo XIX. También muestra que las funciones sociales surgen siempre primero como funciones del estado cuando no son o no pueden ser cumplidas por los capitales individuales. La particularización del estado se fundamenta por lo tanto en la “naturaleza” de las relaciones capitalistas, pero las transformaciones que sufre el estado en la realidad tienen lugar siempre en las condiciones históricas particulares de un país en un periodo determinado. Respecto de qué condiciones generales de la producción son “generales”, en el sentido de que deben ser asumidas por el estado, y cuales, como “generales”, pueden continuar en manos del capital privado, es un asunto que depende ante todo de las circunstancias históricas existentes. Trataremos este problema con mayor detenimiento en la sección siguiente, al desarrollar el ejemplo de las condiciones materiales generales de producción.
 
3. La creación por el estado de las condiciones materiales generales de la producción
 
Hemos visto que la causa de la particularización del estado reside, fundamentalmente, en la creación de las condiciones generales de producción. Ahora es necesario considerar los prerrequisitos de la producción material y preguntarse por qué son establecidos por el estado y no por los capitales privados. Si partimos de una relación general de interdependencia en una sociedad, queda indeterminado el criterio para diferenciar entre las condiciones generales y particulares de producción, por una parte, y entre las condiciones generales de producción creadas por el estado y las creadas por el capital, por la otra.[29]Las funciones que dejaron de ser —o que todavía no son— cumplidas por el capital comprenden (al menos en lo que se refiere al aspecto material): la creación de un sistema de comunicación (carreteras, canales, servicios telegráfico y postal); el desarrollo de una adecuada estructura de calificación de las fuerzas productivas (el sistema educativo); la reparación se las capacidades laborales (servicios públicos de salud), el suministro de agua; el mantenimiento de los servicios de cloacas y aseo urbano, etc. Existe un sinnúmero de razones por las cuales no es rentable operar estos servicios en términos capitalistas. Estas razones no dependen de sus características materiales, aunque pueden, sin embargo, guardar relación con el hecho de que la inversión de capital requerida es excesiva para un único capital individual y que el tiempo de rotación del capital (tiempo de trabajo, tiempo de producción y tiempo de circulación) es excesivamente prolongado. Otra razón posible es que los resultados de estos procesos de producción no tienen inmediatamente carácter de mercancía (las calificaciones, los resultados de investigación).[30] También puede ocurrir que el mercado (la demanda social) sea demasiado pequeña, en términos absolutos, para una producción rentable, es decir, para la realización del valor del capital invertido más la realización de la plusvalía. Asimismo, puede ocurrir que el capital no se satisfaga con una tasa de ganancia inferior a la media, aunque esta sea positiva, si simultáneamente existen esferas de inversión más rentables, por ejemplo, en países extranjeros.
Cuanto mayor sea el tiempo de trabajo, cuanto más a largo plazo sea la recuperación del capital y cuanto mayores sean las inversiones reales de capital, mayor incertidumbre habrá acerca de la obtención de una tasa media de ganancia. Sucede, además, que el resultado del proceso productivo para ese capital es otro tipo de mercancías: dado que el uso de una calle, por ejemplo, puede o debe ser accesible a cualquiera, estas inversiones no pueden operar en términos capitalistas. Si la necesidad perentoria de ampliar la “infraestructura” se convierte en una presión suficiente como para requerir inversiones especiales, “entonces el capital echa la carga sobre los hombros del estado o bien, allí donde éste ocupa tradicionalmente aún una posición supérieure  [superior] con respecto al capital, el estado todavía tiene el privilegio y la voluntad de compelerla colectividad [a invertir] una parte de su rédito, no de su capital, en tales trabajos de utilidad pública, que al mismo tiempo se presentan como condiciones generales de la producción y por tanto no como condición particular para este o aquel capitalista (y mientras el capital no adopta la forma de la sociedad por acciones, busca siempre sólo condiciones particulares de su valorización; las colectivas las transfiere al país entero en calidad de necesidades nacionales).El capital sólo acomete empresas ventajosas, ventajosas desde su punto de vista”.[31]El desarrollo de los ferrocarriles muestra que esto no impide las tendencias a la caída de la tasa de ganancia y al aumento de las fuerzas productivas para las sociedades por acciones: habiendo sido en sus orígenes a menudo un área de inversión rentable, el ferrocarril es en la actualidad para el cálculo capitalista una pérdida.
Con el fin de evitar equívocos, debemos considerar por separado la producción y la gestión de las instituciones infraestructurales. Está claro que la producción de un puente es tan “productivo”, es decir, tan rentable como la producción de una máquina o de un traje. Estos tres bienes son producidos como mercancías e intercambiados en el mercado, aunque cada uno de ellos tenga, obviamente, una forma diferente. El empresario textil que produce los trajes produce para un mercado de masas y, cuando un comprador adquiere un traje, el capitalista recobra su inversión y obtiene además una ganancia, mientras que el comprador adquiere un bien de consumo gastando su ingreso. A partir de este momento, el traje carece de interés para nosotros en términos de valor, sólo tiene valor de uso para el comprador. Considerado en sí mismo, es decir, como simple valor de uso, es irrelevante para el análisis económico en la medida en que no está formalmente determinado [nicht formbestimmend] y este es el caso una vez que finaliza el intercambio. Por otro lado, el productor de maquinaria produce para satisfacer un pedido de compra del comprador. Esto, desde luego, no modifica en absoluto el hecho de que produce para el intercambio, para un mercado que en gran medida desconoce y que, con la transformación de la maquinaria en dinero, completa un acto de la circulación de su capital. En este sentido, no difiere en nada del productor de ropa. Evidentemente, el caso del comprador de ropa es radicalmente distinto del comprador de maquinaria. Este último no adquiere la maquinaria con sus ingresos, sino con el capital dinerario que adelanta con el fin de iniciar o proseguir un proceso de producción. Por lo tanto, la maquinaria se transforma en parte del capital productivo; es un medio de producción en la forma de capital y continuará circulando como capital. Retornemos ahora al productor de puentes (por ejemplo, una empresa constructora). También en este caso se produce una mercancía con un carácter específico (por encargo, pago anticipado, etcétera) y el productor realiza con su venta el valor invertido más el plusvalor, sin el cual no habría iniciado la producción. Pero él no intercambia esta producción a cambio de capital desembolsado en la forma de dinero, como era el del comprador de maquinaria, o a cambio del ingreso de un comprador individual de bienes de consumo, sino que la cambia por la parte del ingreso gastado por el estado. El Estado percibe este ingreso por medio de los impuestos, tasas, etcétera, con el propósito de emplearlos en la creación de las condiciones generales de producción. La construcción del puente es plenamente rentable para el capital, aunque no así su utilización. (Ningún capitalista adelantaría su capital para la construcción de un puente.) Por lo tanto, para poder determinar si determinadas condiciones de producción deben o no ser asumidas por el estado, es decisivo saber, en primer lugar, si la inversión de capital dinerario será rentable en términos capitalistas y, en segundo lugar, si esas condiciones de producción son realmente necesarias desde el punto de vista del proceso de trabajo social. (Ya señalamos antes que esta necesidad no sólo es reconocida desde el interior del sistema económico, sino que también depende de las luchas, los conflictos, las catástrofes y las crisis.) Por lo canto, se pueden crear con relativa facilidad las condiciones materiales generales de producción, pero no pueden ser gestionadas con carácter rentable por parte de los capitales individuales.
En el sector educativo la situación es distinta. Lo que es cierto en el mencionado caso del puente, también lo es en este terreno en sus aspectos materiales: la construcción de escuelas, el material de enseñanza, etcétera, pueden producirse por medios capitalistas. Pero la producción a gran escala de calificaciones es algo muy distinto. Ellas se producen en instituciones estatales y son utilizados como un elemento material del capital variable por los capitales individuales. Las calificaciones, en cuanto elemento integral en la formación de la fuerza de trabajo, se intercambian generalmente en el mercado laboral en detrimento del capital.[32] Esta diferencia entre el sistema de transporte (así como la construcción de escuelas) etcétera, por un lado, y el sistema educativo, por el otro, plantea graves problemas. El estado asume todos los gastos en infraestructura a partir de ingresos generados en el país, los cuales son así al menos parcialmente extraídos de la porción del plusvalor susceptible de estimular nueva acumulación. Pero los gastos para la construcción de escuelas o puentes fluyen hacia otros capitales individuales, que se encuentran entonces en la situación de emplear su capital, en la medida en que la circulación del capital sea normal. En cambio los gastos dedicados a la producción de calificaciones, y especialmente aquellos dedicados a los profesores, no fluyen hacia los capitales individuales, sino que hacen posible la existencia de un estrato que sustrae de la explotación por parte del capital una cantidad determinada de tiempo de trabajo social. Esto es especialmente cierto respecto de los estudiantes en la enseñanza secundaria y universitaria, quienes no realizan un trabajo productivo durante el periodo de sus estudios y, en consecuencia, son temporariamente separados del dominio directo del capital, pero quienes, una vez finalizados sus estudios y dados los altos costos que implica su formación, sólo pueden enfrentar al capital con un mayor valor de su fuerza de trabajo, pero sin que pueda inferirse concluyentemente una mayor capacidad potencial de creación de valor [eine erhöhte wertbildende Potenz] por parte del trabajo.[33] Los gastos en el sector educativo no sólo se deducen del plusvalor del capital sino que, cuando aumentan, aumentan también el valor de la fuerza de trabajo, lo que a su vez restringe la tasa de plusvalor. Pero, por otro lado, el profesor mediante su trabajo produce calificaciones que constituyen una condición de  posibilidad del proceso general de trabajo en tanto medio del proceso de valorización y de la producción capitalista y la reproducción de la relación del capital. Solamente en razón de este aspecto de la actividad del profesor el capital está dispuesto a mantener el sector educativo. Por lo tanto, las funciones económicas del “dominio de la infraestructura” están claramente diferenciadas unas de otras no sólo en su aspecto material, sino también en virtud de la posición que ocupan en el proceso de reproducción capitalista.[34]
 
Debido a que, por las razones antes descriptas, el capital no se inmiscuye en este sector o lo hace de manera insuficiente, entonces el estado tiene que asumir la producción de las instituciones infraestructurales, porque no está obligado a producir con métodos capitalistas (sus fondos provienen directamente del ingreso nacional). Por otro lado, el capital adoptara una actitud defensiva si el estado asume procesos productivos que en la práctica son rentables para el capital desde su perspectiva momentánea y particular. Si esto ocurriera implicaría, en primer lugar, un incremento del trabajo improductivo desde la perspectiva capitalista y, en segundo lugar, el surgimiento de un competidor que no necesita buscar la máxima valorización de una determinada inversión de capital. El hecho de que esto se refleje también en la legislación ya no es sorprendente. Las leyes municipales de Alemania Occidental establecen que: (1) la actividad económica de los municipios debe estar justificada por razones de carácter público; (2) que no debe arriesgarse la economía financiera de los municipios; (3) que los gastos deben guardar relación directa con las necesidades previstas; y (4) que la actividad municipal presupone que el objetivo económico perseguido no puede ser alcanzado también o de manera igualmente económica por parte de la empresa privada.
El informe anual del Consejo de Expertos de Economía, en 1971, plantea algo similar: “el punto crucial de casi todas las consideraciones político-económicas relativas al desarrollo a mediano plazo de la economía en su conjunto consiste en la exigencia del estado de obtener una mayor participación en el producto potencial. Esta exigencia es ampliamente aceptada, aunque sigue vigente el problema del alcance de dicha participación, puesto que tal expansión sólo deberá producirse a condición de que el estado amplíe significativamente su esfera de acción y, en cualquier caso, no se limite simplemente a restringir las actividades de la empresa
privada, sino que las complemente y ayude...”.[35]
           
Naturalmente, no deberíamos considerar todos los procesos como si tuvieran lugar al margen del desarrollo histórico. Lo que en algunos casos aparece como rentable para el capital en cierta situación histórica, no lo es en otra. Cuando ciertos sectores de la industria dejan de ser rentables, son entonces abiertamente subsidiados por el estado[36], y si esta medida resulta  insuficiente, dichos sectores pasan a ser administrados directamente por el estado (por ejemplo, las minas de carbón en Inglaterra a partir de 1945). Y, a la inversa, también existe la tendencia opuesta en el sentido de reprivatizar empresas nacionalizadas si dichas empresas son susceptibles de ser explotada productivamente (por ejemplo, la empresa Volkswagen).
En otras palabras, es ahora más evidente y concreto, en comparación a como se expuso en la sección anterior, que la función del estado en relación con el proceso de producción capitalista no es únicamente reguladora sino que, gracias a la función resultante de su propia forma particularizada de existencia, el estado contribuye de hecho a que el capital alcance su existencia media como capital total. El estado garantiza las condiciones generales de la producción encargándose de todos aquellos procesos materiales que no pueden ser operados en términos capitalistas. Su función, en cuanto estado capitalista que garantiza las bases de la explotación del trabajo asalariado, consiste en asumir directamente los procesos de producción no capitalistas, en regular las condiciones que afectan en los hechos a la clase capitalista en su conjunto y, por encima de esta, a la sociedad en su totalidad (relaciones legales, etc.), y en  mantener un aparato de poder orientado tanto hacia el interior como hacia el exterior. Solamente de esta manera el estado puede cumplir su función en el marco de la sociedad capitalista. Para expresarlo en términos más precisos: cuando hablamos de un “mecanismo unificado que aúna al estado y al monopolio”, solamente podemos describir su modo de funcionamiento diciendo que el estado, debido a las exigencias de las fuerzas productivas del proceso de trabajo, tiene que crear las condiciones de la producción que, a causa de la estrechez de las relaciones capitalistas de producción, no pueden ser creadas por el capital privado. El estado asegura la relación de capital en tanto actúa de una manera no capitalista, es decir, el “capital” ni siquiera entra en escena allí donde es el estado quien crea las condiciones generales de la producción. Es inexacto, por lo tanto, hablar de un “capital de estado” sin diferenciar entre gastos infraestructurales y “capital rentable”[37] y es falso afirmar que “el estado imperialista no sólo enfrenta a los obreros y empleados en la esfera inmediata del estado en tanto capitalista...”.[38] La actividad del estado en tanto capitalista no puede explicarse más que por la historia particular y por las condiciones concretas de un país. Esta actividad del estado en tanto capitalista puede tener lugar en situaciones excepcionales, tales como las de la primera guerra mundial en Alemania (el concepto de “capitalismo de estado” se acuñó en este periodo) y, parcialmente, en la Alemania fascista y en Italia y Francia a partir de la segunda guerra mundial. El modo de producción capitalista no es en absoluto abolido o superado, aunque la ampliación y diversificación de los procesos productivos operados directamente por el estado sea un indicador inequívoco de la desintegración del capitalismo avanzado, de su estancamiento y de la falta de oportunidades “privadas” de inversión rentable.[39]
Realmente el estado actúa –al margen de las excepciones históricas mencionadas- , como no capitalista y en tanto tal restringe el ámbito de la acumulación y la reproducción del capital privado. Si el estado mismo fuera un capitalista, expandiría la esfera de producción del capital y expresaría cualquier cosa menos la desintegración de la sociedad burguesa. La teoría del capitalismo monopolista de estado es contradictoria en sí misma en la medida en que, por un lado, afirma que el estado actúa como capitalista y, por el otro, habla de la manifestación general de la decadencia del imperialismo (de estas afirmaciones rechazamos la primera, pero no la segunda).
 
Excursus: la creación de las condiciones generales de producción en el modo de producción asiático
 
En la historia de la humanidad no es novedad que el estado u otra entidad superior a los productores inmediatos se haga cargo de ciertas funciones del proceso de reproducción social. Resulta muy significativo en este contexto el modo de producción asiático. Lo caracterizan los sistemas de riego para la producción rural, cuyo mantenimiento y ampliación están a cargo de una entidad superior, el estado, tanto en la India y en China como en algunas regiones de África y América Latina antes del período colonial. Lo significativo es que no se trata de funciones específicas al lado y por fuera de la sociedad sino de funciones sociales como tales. Los sistemas de riego no se construyen como base para permitir la valorización de los capitales individuales, sino que forman parte de un proceso social de trabajo que no es el medio para múltiples procesos de valorización. En el modo de producción asiático, el riego artificial es la condición material fundamental para la reproducción de la sociedad y de sus integrantes; estas funciones las cumple una instancia superior, porque en el nivel de la aldea o de los propios clanes o tribus no es posible. Esta situación es totalmente diferente de lo que significan las “tareas comunitarias” en el capitalismo, donde el estado se hace cargo de ellas porque no generan beneficios y, por lo tanto, los capitales individuales no tienen interés en asumirlas. La diferencia no reside, entonces, en el aspecto material, y tampoco es posible fundamentar materialmente las condiciones generales de producción. La diferencia está en la forma del modo de producción, que recién en el capitalismo se identifica por el carácter doble del modo de producción. Recién en este modo de producción puede existir la extraña separación entre procesos productivos capitalistas y no capitalistas, es decir, llevados adelante por el estado, y, por lo tanto, la separación entre sociedad y estado en la forma de la particularización del estado. En el modo de producción asiático, por el contrario, el proceso social de trabajo requiere directamente el cumplimiento de ciertas funciones, sin que pueda producirse la división de estas como en el capitalismo. La diferencia entre el modo de producción asiático y el capitalismo se evidencia muy claramente ante la crisis social: en el modo de producción asiático son la desintegración o la quiebra del poder central por los señores coloniales, la desatención de las funciones centrales de la construcción de caminos, del riego, etc., los que llevan a la disolución de esta forma social; por el contrario, en el capitalismo, la creciente intervención del estado, la formación de la llamada “economía mixta”, es un fenómeno concreto que muestra que esta sociedad se encuentra en disolución. De esta manera queda en evidencia que todo análisis del “Estado” siempre puede referirse solamente al estado en una determinada formación social; es imposible formular afirmaciones generales.
 
4. La regulación de las crisis por el estado
 
Ya destacamos antes que, al describir la funcionalidad del estado para garantizar las condiciones generales de producción, especialmente de las condiciones materiales, el estado está sujeto a las necesidades y límites que resultan del proceso de trabajo y de la obligación de valorizar el capital, respectivamente. En consecuencia, el traspaso de funciones al estado no es el resultado de un proceso de planificación social libre de estos problemas, como en una sociedad socialista; sino que estas funciones se imponen a la sociedad y recién entonces al estado en situaciones de crisis causadas por conflictos, luchas, catástrofes, incompatibilidades, etc. Por lo tanto, el estado no aparece en escena recién para intervenir ante una crisis, como experto en el manejo de las crisis o “estado benefactor poscapitalista”[40], como afirma una corriente más reciente de la teoría del estado representada por Habermas y Offe, pero también por Hirsch y otros[41]; sino, en tanto estado surgido históricamente, él mismo es un resultado de crisis sociales históricas y está marcado por estas crisis. Llevaría demasiado lejos detallar sus características–ya que implicaría examinar las distintas formas del estado, su desarrollo histórico concreto y los aspectos referidos al personal del aparato del estado– pero, de todos modos, considero muy importante mencionarlas, para prevenir errores en el análisis del estado y de sus funciones, que muchas veces le son atribuidas a priori con tanta liviandad. Pues solo así es posible comprender adecuadamente la relación entre estado y sociedad, y no como una relación entre un estado regulador y una sociedad que es, en sus distintos aspectos vitales, un mero objeto de la regulación que a lo sumo puede volverse activa ejerciendo influencia sobre el aparato del estado a través de agrupaciones políticas.
A continuación intentaremos, entonces, analizar las funciones del estado a partir de las contradicciones económicas de la sociedad, que se profundizan una y otra vez hasta llegar a la crisis, y revelar la necesaria parcialidad del estado ante estas contradicciones. A tal fin, nos dedicaremos a continuación a un ámbito de intervención del estado cuyas particularidades no han sido mencionadas todavía, pero que adquiere una importancia creciente con la “revolución keynesiana” y, por este mismo motivo, condujo a apreciaciones erróneas respecto de la eficacia del intervencionismo del estado. Para evaluar las posibilidades de las intervenciones estatales es necesario revelar las causas que llevan a las crisis en la estructura estatal y analizar sus funciones.

 

 
4.1. Las funciones de las crisis en la sociedad capitalista
 
Al nivel más abstracto, la función de la crisis puede definirse de dos maneras: (1) “en las crisis del mercado mundial estallan las contradicciones y los antagonismos de la producción burguesa”[42];en consecuencia, las crisis no son sino las contradicciones del modo de producción capitalista exacerbadas al máximo.(2) “Es precisamente en la crisis donde se pone de manifiesto su unidad [de los momentos mutuamente autónomos del desarrollo del capital y del intercambio, E.A.], la unidad de lo diferente.”[43] Las crisis implican siempre, en consecuencia, la resolución temporal de las contradicciones, la unificación de los momentos autónomos, creando así repetidamente las condiciones para un nuevo periodo de acumulación capitalista. La crisis, en tanto manifestación exacerbada de las contradicciones, es exactamente lo que la economía burguesa designa como “crisis purgatoria” [Reingungkrise]. Por consiguiente no hay “situaciones absolutamente irresolubles para la economía capitalista. Incluso en la teoría marxista de la acumulación y las crisis, el capitalismo no se derrumba por sí mismo, sino que encuentra su posible final en las acciones políticas que surgen a partir de la crisis…”.[44] De esta doble función de las crisis se deduce que la acumulación capitalista debe producirse cíclicamente: sus contradicciones inherentes la conducen periódicamente a una crisis; esta crisis purga los momentos autónomos que explican la situación subyacente a la crisis y se inicia una nueva fase expansiva hasta que se genera una nueva crisis. Marx y los marxistas, en oposición a la economía burguesa, no conciben el ciclo industrial como un ciclo de coyuntura [Konjunkturzyklus], que comprende una serie de fases fundamentales idénticas, sino como un ciclo de crisis [Krisenzyklus], en el que la crisis es el “nudo” en el que se anudan las contradicciones del capitalismo. La crisis, su severidad, su duración y su solución específica, determina en gran medida la naturaleza de las otras fases del ciclo industrial. Esto tiene otra implicancia para nuestro análisis: un análisis de la crisis no puede centrarse en las formas de aparición de la crisis; por el contrario, si aspira a comprender el carácter esencial y la función de las crisis, debe mostrar las contradicciones fundamentales del capitalismo y por qué y bajo qué condiciones conducen a las crisis.[45]Para mostrar esto revisemos brevemente en el enfoque de Marx en El capital.  
 
Excursus: la relación entre contradicción y crisis en El capital
 
En esta descripción deberán diferenciarse dos aspectos: (1) La profundización [Verschärfung] no significa el agravamiento [Zuspitzung] de las contradicciones. No toda contradicción implica necesariamente la posibilidad de la crisis. Contradicción y crisis no son idénticas. (2) La profundización significa que las partes opuestas que constituyen la contradicción se van volviendo autónomas. Este fenómeno se explica principalmente en los primeros tres capítulos del primer tomo del El capital, a partir de los cuales puede desarrollarse la línea de argumentación que se presentará resumidamente a continuación. La mercancía se presenta como unidad de valor de uso y valor. Pero adquiere esta calidad solo por el hecho de que el trabajo realizado para su producción posee, él mismo, un carácter doble, dado que es útil en su faz concreta y general en su faz abstracta. Como la mercancía se produce para el intercambio -y esta finalidad de la producción ya convierte a los productos en mercancías durante la producción y no recién en el intercambio-, el trabajo se presenta simultáneamente como privado (producción de esta mercancía en particular) y como social (la producción para el intercambio con otras mercancías, producidas por otros productores). El carácter social del trabajo, a su vez, se define doblemente: por un lado, por el tiempo promedio de trabajo social que requiere la mercancía para ser producida, por el otro, por la necesidad social de contar con ella. Este doble carácter envuelve in nuce la contradicción entre producción y realización, que Marx trata más detalladamente recién en el tercer tomo de El capital. La producción para el intercambio implica el desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero. Cuando una mercancía se diferencia como equivalente general de todos los demás valores mercantiles, adquiere una existencia doble: “La expansión y profundización históricas del intercambio desarrollan la antítesis, latente en la naturaleza de la mercancía, entre valor de uso y valor. La necesidad de dar una expresión exterior a esa antítesis, con vistas al intercambio, contribuye a que se establezca una forma autónoma del valor mercantil, y no reposa ni ceja hasta que se alcanza definitivamente la misma mediante el desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero. Por consiguiente, en la misma medida en que se consuma la transformación de los productos del trabajo en mercancías, se lleva a cabo la transformación de la mercancía en dinero.”[46] El dinero no es, en principio, otra cosa que la “forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo”[47]. El desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero produce, por lo tanto, la función del dinero como medida de valor. En esta función, sin embargo, el dinero sirve únicamente como dinero figurado, ideal; la mercancía solo tiene un nombre dinerario, un precio. Los valores de las mercancías solo son transformados en cantidades de oro figuradas. Las mercancías solo se dicen en su nombre dinerario, cuánto valen, y el dinero sirve en este contexto como “dinero de cuenta”. El desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero todavía se refiere totalmente a la mercancía: tiene un determinado valor que le es colocado en la forma del nombre dinerario, del precio; el dinero todavía no enfrenta realmente a la mercancía, al precio a realizar. Sin embargo: “La forma del precio lleva implícita la enajenabilidad”.[48] Es en la circulación donde el dinero se vuelve realmente valor de cambio, por el cual la mercancía debe ser cambiada en la realidad: vender. El dinero, sin embargo, no tiene otro valor de uso que aquel de que se pueda cambiar por otra mercancía con valor de uso: comprar. “El proceso de intercambio de la mercancía, pues, se lleva a cabo a través de dos metamorfosis contrapuestas que a la vez se complementan entre sí: la transformación de la mercancía en dinero y su reconversión de dinero en mercancía. Las fases en la metamorfosis de las mercancías son, a la vez, transacciones del poseedor de estas: venta, intercambio de la mercancía por dinero; compra, intercambio del dinero por mercancía, y la unidad de ambos actos: vender para comprar”.[49] Apenas aparezca la contradicción inmanente a la mercancía entre valor de uso y valor como antítesis externa entre mercancía y dinero y el carácter social del trabajo productor de mercancías se exprese en que la mercancía deba cambiarse realmente por dinero, es decir, que su valor deba asumir la forma del dinero, entonces surge también la posibilidad de que el acto de intercambio fracase. “Nadie puede vender sin que otro compre. Pero nadie necesita comprar inmediatamente por el solo hecho de haber vendido. La circulación derriba las barreras temporales, geográficas e individuales opuestas al intercambio de productos, y lo hace precisamente porque escinde, en la antítesis de venta y compra, la identidad directa existente aquí entre enajenar el producto del trabajo propio y adquirir el producto del trabajo ajeno. El hecho de que los procesos que se contraponen autónomamente configuren una unidad interna, significa asimismo que su unidad interna se mueve en medio de antítesis externas. Si la autonomización externa de aspectos que en lo interno no son autónomos, y no lo son porque se complementan uno a otro, se prolonga hasta cierto punto, la unidad interna se abre paso violentamente, se impone por medio de una crisis”.[50] Las contradicciones inmanentes a la mercancía adquieren en las antítesis de la metamorfosis de la mercancía las “formas de movimiento”. Estas formas de movimiento “implican, por lo tanto, la posibilidad, pero solamente la posibilidad, de las crisis”.[51] Esto significa que las crisis, como posibilidad de la eclosión, no están presentes en todos los niveles de contradicción, sino que las contradicciones mismas deben haber encontrado formas de movimiento, en las que dependen entre sí como contradicciones externas, pero también pueden autonomizarse. Por lo tanto, no es casual que la crisis recién es mencionada por Marx cuando la contradicción inmanente a la mercancía entre valor de uso y valor y la necesidad de la metamorfosis de la mercancía ya se encuentra desarrollada y, por lo tanto, establecida la forma en la que los momentos de la contradicción pueden autonomizarse realmente uno respecto del otro. Recién en este momento puede hablarse de la posibilidad de la crisis: “la posibilidad de la crisis, en la medida en que se manifiesta bajo la forma simple de la metamorfosis, surge solamente del hecho de que las diferencias de forma -las fases- que recorre en su movimiento son, en primer lugar, formas y fases que necesariamente se complementan y que, en segundo lugar, a pesar de esta necesaria concatenación interna, pueden disociarse la una de la otra en el tiempo y en el espacio y [son]partes independientes del proceso, separables y separadas entre sí. [La posibilidad de la crisis] se da por tanto, exclusivamente, en la disociación de la venta y la compra. Es solamente en la forma de la mercancía donde la mercancía tiene que hacer frente aquí a la dificultad. Esta desaparece tan pronto como reviste la forma dinero. […] Las crisis del mercado mundial deben concebirse como la concatenación real y la compensación por la fuerza de todas las contradicciones de la economía burguesa. Por tanto, los momentos sueltos que se concatenan en estas crisis tienen que manifestarse y desarrollarse en toda esfera de la economía burguesa y, cuanto penetramos en ellos, tienen que desarrollarse, de una parte, nuevas determinaciones de esta pugna y, de otra, ponerse de manifiesto las formas más abstractas de ella como reiteradas y contenidas en las más concretas. Podemos, pues, decir que la crisis, bajo su primera forma, es la metamorfosis de la mercancía misma, la disociación de [la] compra y [la] venta”.[52] La posibilidad de la crisis está entonces en la escisión entre venta y compra. Esta forma de movimiento debe estar desarrollada antes de que pueda hablarse de la posibilidad de la crisis. Además, esta forma más abstracta, más general y sin contenido de la crisis está contenida en la más concreta, en la que la crisis se mueve concretamente.
Si comprendemos la crisis en este contexto, entonces no podemos simplificar y suponer que el estado burgués será capaz de gestionar la crisis, ya que esa crisis que debe “gestionarse” solo es la forma de manifestación necesaria de contradicciones que se profundizan. Entonces, no sería la crisis, sino las contradicciones del modo de producción capitalista que la provocan lo que el estado tiene que manipular. Pero es muy dudoso que el estado, en tanto institución fundada en la sociedad, cuyas funciones también son, ellas mismas, el resultado de profundas contradicciones, sea capaz de modificar estas contradicciones. Es más: el estado mismo está, como ya se demostró, comprometido en las contradicciones de esa sociedad; ¿cómo se supone que lograría regularlas eficazmente?[53] De la forma de la sociedad capitalista y de su estado resulta por lo tanto que, por principio, es incapaz de regular las contradicciones sociales. Pero si el estado asume el rol de gestionar la crisis, parte de las formas concretas, de los síntomas de las contradicciones sociales, de las crisis.[54] El estado puede intervenir solamente en los movimientos superficiales de la sociedad capitalista, pero no en sus leyes profundas, que los producen. Toda acción estatal para suprimir o reducir conflictos produce, pues, nuevos conflictos. Por supuesto, es imposible tratar todas las formas concretas de la crisis en el capitalismo actual, las intervenciones estatales y sus consecuencias. Por lo tanto, nos limitaremos a un aspecto, que se resume en el concepto, un tanto novedoso, de la “estanflación”. Elegimos este problema porque permite mostrar muy claramente cómo el estado no solo fracasa rotundamente cuando trata de “gestionar la crisis” sino que, sobre la base del modo de producción capitalista y comprometido en sus contradicciones, produce la estanflación en tanto forma concreta específica de la crisis, en la medida en que lleva adelante una administración keynesiana de la crisis.
 
4.2. Las funciones “keynesianas” del estado y la estanflación
 
El concepto de estanflación expresa la correlación positiva entre dos tendencias que en el ciclo coyuntural “clásico” estaban correlacionadas de forma negativa. “El aumento de los precios durante los periodos de expansión es tan viejo como los ciclos de los negocios: la imposibilidad de que los precios de retornar en una recesión a su nivel precedente es un rasgo específico del pasado reciente.”.[55] ¿Cuáles son las causas que dan lugar a esta combinación?
Veamos primero el movimiento de los precios. No vamos a detenernos en este trabajo en que no son los sindicatos, ni la “espiral precios-salarios”, ni la monopolización de la economía los culpables de la inflación secular; la discusión de estas tesis ya se realizó en otros trabajos.[56] El aumento de los precios durante el crecimiento general registrado en el mercado mundial capitalista durante los últimos veinte años, crecimiento solo interrumpido por recesiones breves y moderadas, tuvo numerosas causas. En primer lugar está la acelerada expansión del capital con la consecuente expansión del crédito en las diferentes naciones que integran el mercado mundial; la segunda causa son las ganancias adicionales del capital desarrollado (ya sea de los capitales individuales dentro de una nación o del capital nacional total en el mercado mundial) que pueden obtenerse en una fase expansiva. La existencia de ganancias extraordinarias se evidencia en el hecho de que las reducciones de precios no se corresponden con los aumentos de la productividad. De este modo, siempre existe un momento de “inflación relativa”, como la denominó Hoffmann.[57] Una causa adicional del aumento de los precios durante una fase expansiva radica en las desproporciones que aparecen en las condiciones materiales del proceso de producción, debido al lapso de producción de determinadas mercancías, tiempo en el que se compran las materias primas y se paga la fuerza de trabajo y, en consecuencia, se retiran mercancías de la circulación sin que, en contrapartida, se incorporen otras, aun cuando el dinero sí entra en circulación. Finalmente, el aumento de los precios es consecuencia de la continua expansión de la deuda estatal en las naciones capitalistas más importantes, sobre todo en los Estados Unidos. Dado que las naciones capitalistas están íntimamente relacionadas en el mercado mundial, los factores antes mencionados no necesariamente tienen que estar presentes en cada nación para ejercer su efecto sobre los procesos de inflación nacionales. En las nuevas condiciones del mercado mundial, que se expanden y generan un proceso de integración de las economías nacionales, la aplicación de una política económica “disciplinada” por parte de un país que sufre un estancamiento o una recesión nacionalmente circunscripta no conducirá a reducciones compensatorias de los precios. En el mejor de los casos ocurrirá una reducción momentánea de los precios, como sucedió en Alemania Occidental después de 1966. Los límites a la implementación de una política económica nacional exitosa se encuentran en la comunidad del mercado mundial.[58] Por eso el Consejo de Expertos Económicos dice: “El sistema de Bretton Woods […] ha creado una alianza con una tendencia inflacionista. Un número considerable de naciones se enfrenta con conflictos entre objetivos que las fuerza, debido a las crecientes demandas sobre el producto social, a adoptar decisiones que actúan primordialmente en contra de la estabilidad monetaria. Dado que estas naciones son las predominantes, pueden convertir en norma para el sistema el menosprecio de esta estabilidad monetaria, [...] forzando también a las naciones que aspiran a lograr una estabilidad monetaria a sumarse a la tendencia de inflación reptante en la economía mundial. [...] El desequilibrio interno del sistema tiene también otra característica: mientras que los impulsos inflacionarios siempre fueron capaces de expandirse libremente, los efectos disciplinarios que hubieran impuesto las naciones conscientes de la importancia de la estabilidad –las cuales eran completamente indispensables para el funcionamiento del sistema- eran interceptados y contrarrestados de una manera creciente por las reservas de divisas en un mundo saturado de liquidez.[59] Al decir esto no es nuestra intención afirmar que la inflación del mercado mundial era consecuencia directa del sistema de Bretton Woods, sino que fue más bien consecuencia de las relaciones entre las naciones capitalistas en el mercado mundial en una fase expansiva general, independientemente de la forma técnica adoptada por el sistema monetario. Consideramos que es erróneo imputarla a la “falta de disciplina” en materia cambiaria, especialmente respecto del dólar, porque esta “falta de disciplina” es la consecuencia necesaria de las contradicciones fundamentales en el capitalismo desarrollado. A partir de la segunda guerra mundial, estas contradicciones se manifestaron en nuevas formas de la actividad del estado y, por lo tanto, en las condiciones históricas particulares en las cuales el estado garantiza las condiciones de la producción y consiguientemente las condiciones de reproducción del sistema social. Antes de discutir este tema con mayor profundidad, es necesario analizar brevemente la otra cara de la estanflación: el estancamiento.
El estancamiento es una forma de manifestación histórica específica de la crisis, que consiste en que dicha crisis no es seguida por una expansión de los negocios. El estancamiento se manifiesta en un estado de la economía que se caracteriza porque la función de purga propia de la crisis no produce sus efectos. Desde un punto de vista simplificado, es decir, en términos de sus resultados, la crisis ha purgado una situación cuando la tasa media de ganancia de un capital individual comienza a recuperarse, después de la caída que condujo a la crisis. En la crisis actúan fuerzas que, por un lado, devalúan el capital adelantado por los capitalistas, como ocurre por ejemplo mediante la reducción de los precios de los elementos que integran el capital constante (las materias primas y la maquinaria) o mediante la reducción del capital variable adelantado (reducciones en el salario real y en el número de trabajadores empleados). Por otro lado, deben existir fuerzas que incrementan la tasa de explotación, principalmente a través de la intensificación del trabajo y de la prolongación de la jornada laboral. En otras palabras, para que tenga lugar una nueva expansión, el capital debe ser devaluado y las inversiones de capital que aún no han sido devaluadas deberán rendir una tasa mayor de ganancia y, en última instancia, una tasa mayor de plusvalor, de manera que pueda ponerse en marcha una nueva fase expansiva.[60]También debe ocurrir una reducción de la tasa de interés y de la renta de la tierra para que la ganancia industrial pueda aumentar. Esto se debe a que los momentos álgidos de los ciclos dependen de las ganancias industriales y no del interés sobre el capital.[61] Finalmente, para poder disponer del nuevo valor creado, es necesario que reaparezcan las posibilidades de vender, por ejemplo, abriendo nuevas salidas en el mercado mundial. Si estas condiciones no se presentan o sólo se presentan parcialmente, entonces es poco probable que tenga lugar una nueva expansión y existe en los hechos una situación de “equilibrio con subempleo”. En esto consiste el estancamiento, que se caracteriza por la “falta de
oportunidades de inversión” para el capital privado.[62]
Naturalmente, esta falta de oportunidades de inversión sólo se refiere a la acumulación de capital privado. En la sección de este artículo dedicada a las condiciones de producción, partimos del hecho de que la subutilización del capital puede llegar a estabilizarse en procesos de producción específicos en determinadas fases históricas. Estos procesos, debido a sus condiciones especiales, no pueden —o sólo pueden con dificultades—ser subsumidos bajo el capital como capitales individuales, mientras existe en otras áreas de la sociedad capitalista una adecuada valorización del capital en un proceso de acumulación acelerado. El estado entra en juego en este momento, por así decirlo, por razones “estructurales”. Sin embargo, la situación es distinta en el caso del estancamiento, que se caracteriza por una inadecuada valorización en el sector privado. En estas circunstancias, la función del estado ya no consiste en crear las condiciones generales de la producción para permitir que el proceso de trabajo social opere como un medio del proceso del proceso de valorización de los múltiples capitales individuales. Su función más bien consiste en ayudar a la creación de condiciones que hagan superflua a la crisis pero que, en términos de sus efectos, cumplan su función de purga. El estado entra en acción, por así decirlo, a causa del ciclo de los negocios. En este momento el estado y sus facultades fiscales adquieren relevancia: el estancamiento de la acumulación de capital es contrarrestado por los gastos del estado. Para Keynes, el tipo de gasto estatal era irrelevante[63], al menos en lo que concernía a sus efectos multiplicadores sobre el ingreso y el empleo. Por lo tanto, nos encontramos así en una situación donde la economía keynesiana en ningún caso desea estar, a saber, “en el mundo de la Ley de los Mercados de Say: solamente el gobierno es el deus ex machina que garantiza la demanda efectiva...”.[64]Y en relación con el problema de la creación de las condiciones generales de la producción, tenemos aquí un ejemplo de cómo el estado asume bajo su responsabilidad una función que corresponde a las condiciones de la valorización del capital privado. En consecuencia, el estado no asume por naturaleza la responsabilidad de crear determinadas condiciones de la producción y no otras. Las que constituyen las condiciones generales de la producción dependen de las funciones que el propio capital no puede suministrar en una situación histórica determinada. En otras palabras, si las condiciones prevalecientes para la valorización del capital sólo permiten emplear una parte de la población trabajadora de un país como trabajadores productivos (es decir, como trabajadores que producen capital), las únicas alternativas posibles son, o bien “el subempleo”, o bien el empleo improductivo (es decir, que no produce capital) por parte del estado. La razón por la cual el estado no compite con el capital por la fuerza de trabajo, o al menos no lo hace en una medida amplia, radica en que el estado no quiere competir como capitalista con otras formaciones de capital, porque esto resultaría en un mayor deterioro de las ya insuficientes condiciones de valorización necesarias para obtener el pleno empleo.
En este sentido, en tanto el Estado promueve medidas encaminadas a obstaculizar una situación de estancamiento general de la economía capitalista, está produciendo —por medio de su actividad económica— determinados efectos que varían según el tipo de gasto que realiza. Trataremos brevemente a continuación los efectos de estos tipos de gasto.
1. Si los gastos estatales favorecen a la clase trabajadora y no restringen el consumo individual (por ejemplo, mejorando los sistemas de educación y de salud), la distribución del valor producido se inclina a favor de la clase trabajadora. Pero esto tendría como resultado una reducción de la tasa de plusvalor y, en última instancia, también produciría una reducción en la tasa de ganancia. Cualquier medida adoptada que tuviese este efecto, en consecuencia, no lograría eliminar el estancamiento estimulando la acumulación de capital.
2. Si los gastos estatales se emplean con el propósito de redistribuir las ganancias entre la clase capitalista (por ejemplo, mediante subsidios), solamente cabría pensar que incidirían de manera positiva sobre la acumulación si las formaciones de capital subsidiadas acumulan los montos recibidas y si, al mismo tiempo, aquellas formaciones de capital que financiaron esos subsidios por medio de los impuestos hubieran consumido los montos correspondientes o bien los hubieran conservado congelados, algo que en cualquier caso sería muy poco realista.
3. Si los gastos estatales se emplean en proyectos públicos, entonces debe precisarse que ocurre con las mercancías adquiridas por el estado; por ejemplo, en primer lugar, con qué parte del ingreso nacional (tanto del ingreso derivado de los salarios como de las ganancias) son financiados y, en segundo lugar, cuál de ambas clases se beneficia principalmente; ya que, en última instancia, las posibles repercusiones de los gastos estatales dependen de estas diferencias. A este respecto, el siguiente problema debe ser investigado: ¿en qué medida los gastos estatales son recuperados en forma de dinero por los productores de las mercancías, sin que las mercancías adquiridas por el estado permanezcan bajo la forma de capital mercancía o de capital productivo, en el proceso de circulación de las distintas capitales individuales? Por lo tanto, estas mercancías quedan absolutamente al margen de la circulación de capital y son “bienes de consumo final”.
En esta última categoría se incluyen, sobre todo, los gastos en armamento y en defensa, que constituyen la forma del gasto estatal más comúnmente empleada para superar una fase de estancamiento. Los contratos en armamento y los contratos concomitantes relacionados con otros tipos de “producción de despilfarro” posibilitan la realización del valor del capital producido justamente en aquellas ramas de la industria especialmente afectadas durante un periodo de estancamiento o de depresión, es decir, las industrias que producen los medios de producción (esta afirmación depende, naturalmente, de la tecnología de los armamentos). Los armamentos no elevan los salarios reales de los trabajadores y, en consecuencia, no implican redistribución de nuevos valores en beneficio de la clase trabajadora, ni tampoco compiten como capital productivo con otros capitales privados. Desde el punto de vista del capital total, las compras de armamentos se financian a partir del ingreso que el estado obtiene por medio de los impuestos -los cuales se deducen al menos parcialmente del plusvalor o por medio de empréstitos-. Pero los empréstitos estatales se solicitan a los capitalistas en el mercado de capitales a cambio de una determinada tasa de interés.[65] Si, por otro lado, los gastos en armamento son “autofinanciados” por el capital y retornan a éste bajo la forma de contratos, la conclusión posible es que el plusvalor de la clase capitalista está siendo redistribuido por medio del estado, desde la porción del plusvalor susceptible de acumulación y que se emplea en el consumo individual de los capitalistas, hacia aquella porción que se emplea, de nuevo a través de la mediación del estado, en la destrucción. Esta redistribución, en lo que respecta a las distintas ramas de la industria, significa que se concede prioridad a la acumulación en el sector de los armamentos y una relativa desaceleración del ritmo de acumulación en otros sectores. Sin embargo, si se reduce esta porción del plusvalor susceptible acumulación y se la emplea permanentemente para retirar mercancías del mercado, para inyectar dinero en la circulación del capital y para pagar salarios de trabajadores y, sobre todo, de no-trabajadores (los soldados); entonces no hay duda de que se producirá, en primer lugar, una inflación permanente de precios y, en segundo lugar, partiendo del supuesto de que cada ciclo de acumulación eleva la composición orgánica del capital, una desaceleración de la tasa de acumulación contrarrestará la tendencia ascendente de la composición orgánica del capital y, en consecuencia, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.[66] Esto guarda relación con el continuo incremento de la deuda estatal, como ya indicamos en nuestra exposición sobre los factores inflacionarios.
El estado interviene así en caso de estancamiento. Pero ¿puede el estado de esta manera combatir el estancamiento a largo plazo y crear una situación de “equilibrio de pleno empleo”? En nuestra opinión, no puede y, si pudiera, sólo lo haría con temporariamente, come lo demostraran las siguientes consideraciones. Por una parte, la ampliación del sector de armamentos y de otros sectores similares (viajes espaciales, etcétera) es, en sí mismo, el factor más importante en el incremento de la deuda estatal, la cual a su vez exige, en el seno del proceso social de circulación, una mayor liquidez, la cual tiende a su vez a provocar una inflación en la expresión monetaria del valor. Los capitalistas individuales, en consecuencia,  pueden elevar los precios gracias a la demanda creada por el estado. ¿Por qué no habrían de hacerlo, si tienen mayores posibilidades de vender sus mercancías en el mercado? Otros capitalistas, que no son contratistas directos del estado, se ven arrastrados por esta dinámica que conduce a una inflación reptante o incluso galopante. Sería demasiado fácil deducir la magnitud del sector armamentístico sólo de problemas de estancamiento económicamente interpretados; el sector militar, en realidad, se incrementa principalmente para obtener o para  ampliar el control de uno o varios capitales nacionales (o del así llamado “orden democrático liberal”).Como dijo Rosa Luxemburgo: el militarismo causó el imperialismo y el imperialismo causó el militarismo. Así sucedió, en las grandes guerras, que no sólo acarrearon una inflación galopante sino la destrucción total del sistema monetario. Y es hoy de nuevo la guerra, a saber, la agresión del imperialismo estadounidense en particular contra los pueblos de Indochina, lo que alimentó la inflación mundial -causa que, en la cita mencionada, el consejo de expertos presenta eufemísticamente como “demandas exageradas sobre el producto nacional” y “descuido de la estabilidad monetaria”.
Sin embargo, por otra parte, la tendencia al estancamiento de una sociedad capitalista altamente desarrollada no puede ser superada de esta manera. Incluso aquellos capitales que no producen para el mercado, donde estos son intercambiados, sino que producen para el estado, son presionados por la competencia a operar como capitales. En consecuencia, se ven forzados a acumular, y esto significa que no sólo deben ampliar su producción de plusvalor sino también su producción de mercancías. Esto significa que el estado tiene que aumentar progresivamente a su vez sus compras a estos capitales; lo que a su vez significa que aumenta la deuda pública provocando una hipertrofia tendencial de toda la economía a causa de la industria armamentística. En estas circunstancias el estado enfrenta dos alternativas: o permite esta hipertrofia y favorece la acumulación en la industria armamentística a la vez que obstaculiza el desarrollo de otros capitales individuales[67],o bien acaba con la hipertrofia y condena a la industria armamentística al estancamiento en determinado momento de su desarrollo.
En esta consecuencia se pone de manifiesto a sí misma la función específica del estado en la sociedad capitalista, en la medida en que, debido a la tendencia histórica decreciente de la tasa de ganancia, sólo puede sostener un creciente número de procesos productivos a través de medidas estatales que redistribuyen los valores producidos. La actividad estatal alcanza un punto de saturación en la garantía de las condiciones generales de producción (la “infraestructura”), saturación que resulta de la naturaleza del proceso de trabajo. Evidentemente, no es necesario alcanzar este punto de saturación en términos de condiciones de “pobreza pública”, pero está inscripto en la naturaleza misma de las cosas, de la misma manera que el punto de saturación de las necesidades individuales o sociales de cada mercancía particular está determinado por su valor de uso. Tanto la producción de mercancías como la creación y la administración de las condiciones de la producción se convierten en superflua a partir de este punto de saturación. Para valernos de las palabras de Keynes: “Two pyramids, two masses for the dead, are twice as good as one; but not so two railways from London to York”.[68] Puede que la falta de conexión ferroviaria entre “Londres” y “York” sea percibida como una falta general en las instalaciones de infraestructura; pero solo un enlace ferroviario sería bueno, dos superpuestos serían demasiado. La situación es muy diferente respecto de aquellas funciones del estado que no involucran la creación de las condiciones del proceso de trabajo para todos los capitales, aquellas donde lo que verdaderamente importa es garantizar la valorización de los capitales individuales mismos a través de la redistribución de los valores. En este caso, el estado no crea los procesos productivos que son específicamente no-capitalistas, como en el caso de la infraestructura, sino que el estado sostiene con sus gastos a los capitales en acumulación. En este caso no hay un punto de saturación, porque el ansia de valorización del capital no conoce límites. Aquí el estado sostiene un ámbito de la producción cuya conservación solo es posible gracias a su continua expansión. En la medida en que los gastos estatales son parte integrante del proceso de circulación de los capitales individuales a los que son asignados, deberán aumentar de acuerdo con el proceso de acumulación de los capitales individuales. Dos pirámides, dos misas de réquiem, son en los hechos mejores que una, y tres mejores que dos, etc., mejores para la capitales que acumulan en esos sectores, se entiende.
Únicamente el análisis del carácter de la función “keynesiana” del estado permite deducir teóricamente, a partir de la manera en que se lleva a cabo el control de las crisis, la necesidad de la estanflación y por lo tanto determinar la tendencia histórica hacia la misma. Esta tendencia origina las siguientes consecuencias: si los gastos armamentísticos(y los correspondientes gastos estatales totales) se incrementan continuamente, no sólo resultará una alta tasa de inflación sino también una transformación en la economía y en la sociedad, que a su vez traerá aparejadas consecuencias de carácter negativo para las condiciones de reproducción de la relación de capital. Estas consecuencias se generan principalmente porque los gastos en armamento y defensa deben aumentar progresivamente si es que van a satisfacer realmente las necesidades de la acumulación de capital. Es un hecho, reiteradamente demostrado en la historia de los estados capitalistas, que esta progresión no encuentra sino una solución violenta en la guerra. Sin embargo, el estancamiento o incluso la restricción en los gastos armamentísticos aumentan absolutamente la deuda nacional con cada unidad de dinero gastado. Por consiguiente, si los gastos en defensa o en armamentos se estancan o disminuyen, se agudizan aún más las tendencias inflacionistas. Pero estancar los gastos en defensa o en armamentos, paralizándolos incluso en un nivel todavía elevado, significa un estancamiento de las condiciones de realización del plusvalor y, en consecuencia, también un estancamiento de la producción para aquellos capitales que operan en este sector, originando capital improductivo, disminución de los contratos para aquellos capitales que producen para la expansión de capital (productores de los medios de producción), demanda deficiente en relación a la capacidad productiva y un creciente desempleo.
En consecuencia, la intervención del estado en su acepción keynesiana debe fracasar porque, en oposición a la premisa de esta escuela, la manera en la que se efectúan los gastos estatales no es irrelevante para el desarrollo del capital. Si la función del estado consiste en posibilitar la valorización y, por lo tanto, la acumulación de capital, entonces no hay duda de que los gastos estatales no deben beneficiar a la clase trabajadora ni intensificar la competencia entre capitales. Los gastos estatales deben concentrarse en una esfera donde no se manifiesten ni como capital productivo ni como medios de consumo de la clase trabajadora. La primacía concedida a las inversiones en armamento tiene, en consecuencia, un profundo significado económico en el capitalismo. Sin embargo, esta primacía encierra la contradicción de que la esfera de la defensa y del armamento, mediada por el estado, tiende a desplazar a todas las otras esferas sociales y a todos los demás capitales individuales. Si los gastos en defensa y armamento alcanzan este punto, el único resultado posible será una guerra que implique la destrucción del capital que está sobrecargando la tasa de ganancia, o bien la restricción o estancamiento de los gastos en defensa y armamento. Si los gastos en defensa y armamentos alcanzan estos límites, la única consecuencia posible es una guerra que resulte en la destrucción del capital que está presionando sobre la tasa de ganancia o la reducción o el estancamiento de dichos gastos en defensa y armamentos. Pero, a su vez, esta última alternativa es la causa del estancamiento: la deuda pública continúa creciendo, mientras que sean emprendidos gastos en defensa y armamentos, y por esta vía continúa operando la presión inflacionaria. Pero en una situación de estancamiento o de un nivel estancado de crecimiento de los gastos estatales, la esfera del capital privado que, por así decirlo, vive de estos gastos queda condenada al estancamiento: en esto consiste la estanflación.
Asó vemos, por lo tanto, como las nuevas situaciones de estancamiento y de crisis están vinculadas con los intentos keynesianos de superar el estancamiento. Los impulsos originales de los gastos estatales pueden repercutir positivamente sobre las condiciones de la valorización del capital y contribuir a estimular la producción. Este es el caso, especialmente, cuando a los gastos en armamento les sucede una guerra y cuando su consecuencia no es sólo la destrucción de seres humanos sino también la destrucción de capital (la “devaluación”) tanto en términos físicos como en términos de valor, permitiendo al capital por esta vía una nueva fase de acumulación con una alta tasa de ganancia (los “períodos de reconstrucción”).[69]
En la medida en que persista esta fase, la contradicción se encubre detrás de la estrategia estatal para evitar la crisis y las “fuerzas antagónicas” no desarrollan todas sus potencialidades. En una fase general expansiva del mercado mundial, como la que tuvo lugar después de la segunda guerra mundial, la estanflación no se manifiesta o, si lo hace, sólo se manifiesta de una manera limitada. Precisamente el hecho de que los gastos armamentísticos aumentaron permanentemente en todos los estados capitalistas –aunque desde luego con diferentes ritmos: Alemania Occidental, por ejemplo, sólo desarrolló una industria bélica desde fines de los años cincuenta mientras que Japón la desarrolló mucho más tarde- y que al mismo tiempo las condiciones de la valorización del capital fueron tan buenas que la actividad del estado fue decreciente en términos relativos, como ya se mencionó, muestra que en los últimos veinte años la acumulación de capital descansó primordialmente en las fuerzas inmanentes al propio capital. Pero tan pronto como esta fase de acumulación acelerada finaliza y desciende la tasa de ganancia a causa del aumento de la composición orgánica del capital (la “tendencia decreciente de la tasa de ganancia”)[70],  se manifiesta de nuevo la contradicción antes mencionada. Esta contradicción, mediada en virtud de la integración de los capitales nacionales totales en el mercado mundial, se manifiesta en el mundo capitalista en su conjunto,[71] mientras que hasta el momento su expresión en la forma de estanflación quedó limitada a un ámbito nacional (Estados Unidos, 1958).
Por lo tanto, aquello que hoy se denomina con el nuevo concepto de estanflación no es nada novedoso; no es más que la designación de la contradicción inherente a la estrategia keynesiana para evitar la crisis que, después de una prolongada fase expansiva del mercado mundial, alcanzó manifiestamente su culminación histórica.
 
5. La importancia de la ciencia del intervencionismo estatal
 
A pesar de todas las contradicciones aquí demostradas que limitan al estado burgués, la ciencia burguesa se atreve a afirmar que sería capaz de proporcionarle modelos y materiales para hacer más eficientes sus intervenciones en la economía. Contrariamente a la economía política clásica, cuyo objetivo había sido efectivamente comprender la anatomía de la sociedad burguesa, la preocupación principal de ciencia social actual es en qué medida sus resultados podrán servirles a los políticos. Basándose en una concepción de la política en la que la relación entre el estado y la economía ya solo puede expresarse adecuadamente en el concepto de la manipulación de los procesos sociales por parte del estado, se limita a sí misma a analizar y programar investigaciones sobre los aspectos donde esta sea practicable, es decir, a los fenómenos superficiales de la relación de capital. Desde esta perspectiva, el concepto de contradicción social inevitablemente debe perderse, ya sea parcial o totalmente, y, en consecuencia, también la capacidad de percibir las contradicciones sociales; a lo sumo, se ven aquellos conflictos sobre los que hay que actuar circunstancialmente, pero se dejan de lado cada vez más las pretensiones de analizar el contexto, las condiciones y las posibilidades con miras aún cambio social. Se identifica el progreso científico con una acumulación creciente de datos y, correspondientemente, el avance de la capacidad de manipulación estatal con el crecimiento permanente de los datos y los procesos que la ciencia considera manipulables. Desde semejante enfoque, científicos charlatanes llegan una y otra vez a fama, honores e influencia con solo descubrir nuevos “datos y procesos manipulables”.[72] A raíz de este tipo de experiencias, entre otras cosas, surge la posición más bien pesimista de muchos científicos dedicados a la consultoría que afirman que, más allá de todas las propuestas y los consejos que ofrecen asesoría política, los políticos deberían actuar a partir de su responsabilidad política, su intuición y su inteligencia práctica, con independencia de sus asesores y, en algunas circunstancias, hasta contrariando lo que estos les indican. Tomándolo desde una perspectiva teórica, este posicionamiento lleva directamente a corroborar la afirmación de que la política y la ciencia serían ámbitos distintos, gobernados por reglas diferentes y poblados por personalidades de naturaleza distinta. La necesidad de refugiarse en este tipo de dicotomía demuestra, sin embargo, el otro lado de su ligazón, como se va a demostrar más adelante.
Pero, antes de sacar nuestras conclusiones, veamos primero un ejemplo concreto que nos muestra cómo procede la ciencia con fines de asesoría política. En términos generales puede afirmarse que el interés teórico-epistemológico por los procesos sociales cedió su lugar a la búsqueda de mayor información para alimentar los nuevos y complejos análisis de evoluciones. Esta perspectiva está especialmente presente en los informes técnicos, mediante los cuales la política genera un aura de cientificidad y, por supuesto, también de neutralidad de clase para sus decisiones. Nos basaremos para nuestro análisis en el Informe Anual del Consejo de Expertos para la Evaluación de la Evolución Macroeconómica [Sachverständigenratzur Begutachtung der gesamtwirtschaftlichen Entwicklung] alemán. Los Informes Anuales son diseñados íntegramente a partir del mandato de “Ley de Formación del Consejo de Expertos” que reclama al Consejo de Expertos “presentar la situación macroeconómica y su proyección hacia el futuro próximo” y analizar “cómo garantizar simultáneamente, en el marco de la economía de mercado, la estabilidad del nivel de precios, un alto nivel de empleo y el equilibrio externo con crecimiento permanente y adecuado”. Es decir que a ley misma parte de fenómenos de la coyuntura económica, de los cuales algunos indicadores destacados –concretamente: el nivel de precios, el nivel de empleo, el equilibrio externo y el crecimiento económico– se definen como criterios políticos de equilibrio macroeconómico en el marco de una economía de mercado. Pero, como se sabe, estos cuatro criterios políticos para un equilibrio macroeconómico se oponen entre sí (el “cuadrado mágico”). Mientras tanto, la economía burguesa y los responsables de la política económica abandonaron la idea de lograr todos estos objetivos simultáneamente, por considerarlo imposible, lo que demuestra que la ciencia económica burguesa, cuando debe llevarse a la práctica, no es capaz de hacer abstracción de las contradicciones capitalistas. La conclusión que el Consejo de Expertos saca de este hecho es “que el Consejo de Expertos deberá prestar la mayor atención a aquellos objetivos que están aún más lejos de concretarse en la situación macroeconómica de cada momento y en su proyección hacia el futuro cercano” (IA 67/68, prólogo cifra 3). Como sabemos, la medida en la que se oponen en entre sí los distintos objetivos depende justamente de la evolución económica misma. Esta es la conclusión a la que llega el propio Consejo de Expertos, a través de observaciones empíricas que realizó en su Informe Anual 1969/70. Analiza (cifra 231) “hasta qué punto la evolución macroeconómica de los últimos 6 años se alejó de estos cuatro grandes objetivos”, para llegar a la siguiente conclusión: “La mayor aproximación se alcanzó en el auge de 1964, en el que solo se incumplió el objetivo de la estabilidad monetaria, seguido por el auge de 1968, donde la situación fue parecida, aunque se desestabilizó gravemente el equilibrio externo. Esta observación parece fortalecer la posición de que los grandes objetivos macroeconómicos a lo sumo podrán cumplirse transitoriamente –en los períodos de recuperación económica que siguen a fases con capacidades productivas ociosas–” (IA 69/70 cifra 231). Aquí se manifiesta, entonces, en el nivel empírico, el hecho de que un equilibrio macroeconómico en una economía capitalista puede darse a lo sumo en una fase de depresión, luego de que una crisis económica haya ejercido su fuerza “purificadora”, pero debiendo modificarse esta afirmación general en el sentido de que, luego de las crisis de 1966-67, no hubo una depresión duradera precisamente por el “desequilibrio externo”, es decir, por el superávit excepcional en la balanza comercial que obtuvo Alemania occidental.[73] Pero las tendencias a un equilibrio temporario después de la crisis siguieron evidenciándose también luego de 1966-67, ya que se produjeron tanto una devaluación del capital (por las quiebras, la concentración debida a la destrucción de capitales pequeños y medianos, la amortización de depósitos y de equipos obsoletos, etc.) como una intensificación del trabajo. Es decir: el capital activo se redujo en relación con la masa de ganancias y simultáneamente se elevó la tasa de plusvalía. La contradicción entre objetivos que constata el Consejo de Expertos es solamente el fenómeno más superficial del movimiento de la acumulación capitalista y sin duda será imposible, en el nivel de los cuatro criterios políticos, evaluar las relaciones que existen entre ellos. El Consejo de Expertos puede justificar su apego a los fenómenos concretos del proceso de acumulación, remitiéndose a la ley que justamente así se lo indica. Acepta esta prescripción y, de este modo, renuncia a analizar las contradicciones fundamentales, que son las que lo llevarían las causas del desarrollo de los cuatro objetivos. Así, en definitiva, la relación intrínseca de lo que deberá analizar, es decir el ciclo de crisis, quedará oculto.
De lo anterior surge la pregunta acerca de si el hecho de limitarse de esta manera a los fenómenos superficiales se debe a una falta de claridad teórica por parte del legislativo o a otras causas. Es indispensable cierto eclecticismo teórico para una manipulación política sobre la base de categorías económicas reales (la política económica).[74] Solo así se establece la condición de que los factores que deberán manipularse puedan considerarse y tratarse como factores aislados. En consecuencia, estando el mandato legislativo formulado a partir de las necesidades de la política económica burguesa, no puede esperarse otra cosa que el aislamiento de factores y la ponderación de criterios políticos, que pueden ser aislados entre sí, en la superficie de la sociedad burguesa. Se nos vuelve evidente  cómo la evolución de la economía burguesa hacia el eclecticismo, por un lado, y las demandas de la política económica respecto d la teoría económica, por el otro, se complementan, ejerciendo una “presión fáctica” inmediata que refuerza este apego a los fenómenos superficiales.
Hay un segundo aspecto del mandato al Consejo de Expertos que merece una reflexión. Se trata de la división burguesa-positivista entre consultoría política y política que se expresa en la prohibición de formular recomendaciones: “con la limitación del mandato por parte de la ley […] que consiste en que el Consejo de Expertos ‘no deberá formular recomendaciones de determinadas políticas económicas y sociales’, el Legislativo expresó claramente que la responsabilidad en esta ámbito recae exclusivamente en los órganos competentes por mandato constitucional; ni siquiera desea recomendaciones que podrían debilitar esta responsabilidad hacia afuera.” (IA 67/68, prólogo, cifra 5). El fundamento para semejante auto-limitación solo puede consistir en el reconocimiento de que en la sociedad burguesa es imposible formular juicios correctos. El teórico burgués no está en condiciones de reconocer qué es verdadero y correcto. Pero, como el estado debe intervenir en un sentido cada vez más amplio para regular la economía, entonces la resolución del problema de la verdad ya no puede confiarse al “laisser faire, laisser aller”, a que el individuo burgués será capaz de actuar racionalmente y con autonomía, guiándose por sus propios intereses. En esta disyuntiva, solo queda el decisionismo, que se ampara en que la política, provista de buena información, sería racional por sí misma o podría llegar a serlo. Así, el político deberá saber tomar decisiones y, al hacerlo, ser capaz de desechar los informes de la Razón Científica: “tampoco en este ámbito, la ciencia debería llegar al punto de eximir a la práctica política de todo riesgo”.[75] La división entre consultoría científica y política tiene su origen, por lo tanto, en las contradicciones de la sociedad burguesa, en los intereses divergentes, contrarios y antagonistas de las distintas clases. Estas contradicciones se presentan en la superficie de los fenómenos como conflictos entre objetivos políticos. Para su solución en la sociedad burguesa, el conocimiento científico solo puede aportar propuestas. En definitiva, la política sigue a cargo del voluntarismo y del decisionismo.
Pero se agrega algo más. El hecho de que se haya llegado a formar un consejo de expertos para analizar la evolución macroeconómica se debe al supuesto de que, mejorando la información respecto de los objetivos, los conflictos entre éstos y los medios para alcanzar las metas, así como acerca de las funciones y los procesos en el sistema dado, sería posible hacer más racional la política económica. Dürr expresa esta idea como sigue: “en el ámbito de la política anti-cíclica, el objetivo principal es la reducción de las fluctuaciones. Con una teoría que proporcione las variables independientes (causas) de las fluctuaciones cíclicas, la política anti-cíclica podrá lograr la ‘estabilización de la evolución económica’ mediante la modificación directa o indirecta de estas variables independientes. Si la teoría no descubre las causas de las fluctuaciones, o si las conclusiones políticas que emanan de ella no son viables, podrá intentarse eliminar los síntomas coyunturales que se consideren indeseables, especialmente la suba de precios (generalmente asociada a las fases de crecimiento), así como el desempleo (durante la depresión). A su vez, para la eliminación de estos fenómenos que acompañan a los ciclos económicos, se requiere de teorías que contemplen el nivel de precios o de empleo como variables dependientes y que señalen variables independientes que una política anti-cíclica pueda “tocar” para combatir el síntoma no deseado. Si las variaciones de los precios fueran la causa de los ciclos, la política de estabilización de precios serviría como política anti-cíclica contra estas causas. Esta posición se defendía en los años veinte. Mientras tanto, sin embargo, se hizo evidente que la estabilidad del nivel de precios durante el boom no necesariamente evitará la crisis. En los Estados Unidos se observó en los años veinte incluso una leve baja de los precios y, sin embargo fue allí donde se produjo en 1929 la que  hasta ahora fue la mayor crisis económica de la historia”.[76] Solo cuando todos los momentos del movimiento del capital –que se relacionan y transmiten en forma contradictoria– se comprenden simplemente como factores, como causas, como variables independientes, se puede suponer que contar con información sobre el movimiento de los factores y suposiciones adicionales acerca de la interdependencia entre estos podría incrementar la posibilidad de manipularlos. Entonces, la posibilidad de manipulación requiere ex ante la eliminación de las contradicciones, la construcción de un “sistema” cuyo funcionamiento puede ser mejorado. La racionalidad en el sentido de garantizar los “cuatro objetivos” exige, entonces, que se concentre en cada momento la máxima atención en aquel objetivo que se encuentra menos realizado en la situación macroeconómica respectiva y en su proyección en el futuro próximo. Esto implica necesariamente separarlo de las consecuencias respecto de los otros objetivos. Como cada objetivo se relaciona con intereses concretos, esto implica también la represión de intereses concretos en beneficio de la “racionalización” de la totalidad. En la sociedad clasista burguesa es inevitable que la racionalidad de la totalidad solo sea una ficción, que una y otra vez choque con la racionalidad de las distintas clases. La racionalidad de la clase trabajadora y la racionalidad del capital son antagónicas. Es el desconocimiento de este carácter antagónico el que lleva directamente a que se den consejos para la mejora la “racionalidad” de la política económica que son o bien ingenuos, o bien cínicos. Como demostraremos más adelante, el Consejo de Expertos es un buen ejemplo en este sentido.
En su 4º Informe anual, es decir luego de la experiencia de la crisis económica de 1966-67 (de la que ni siquiera anticipó señales en su 3º Informe, de 1966/67, véase cifra 219), el Consejo de Expertos realiza una retrospectiva para reflexionar acerca de “cómo las tendencias negativas actuales podrán revertirse y evitarse en el futuro.” (cifra 219).Las tendencias negativas actuales se definen como las desviaciones cuantitativas respecto de los objetivos mencionados. En términos generales, el Consejo de Expertos supone que es posible evitar las desviaciones. Esto sería posible mediante, primero, su identificación temprana y, segundo, una política económica más relajada y persistente: “Si se busca un crecimiento más estable que en el pasado –manteniendo el nivel de precios–, la política anti-cíclica deberá orientarse aún más hacia objetivos de mediano plazo. Será especialmente importante anticipar y prever activamente las desviaciones en vez de corregirlas ex post, con el riesgo de sobreactuar positivamente y así profundizar el movimiento cíclico. Con objetivos de mediano plazo y una política anti-cíclica moderada que diste tanto del irresponsable ‘laisser-faire’ como del frenesí impuesto a la intervención en la emergencia de la crisis, debería lograrse, con el tiempo, la confianza de los inversores en un desarrollo estable y persistente y, con ella, a que, en el futuro, disminuyan las fluctuaciones en la inversión privada. En este sentido, la política económica necesita un horizonte de previsibilidad de varios años como condición sine qua non para un crecimiento estable, también y especialmente en una economía de mercado que cuenta con muchos empresarios que asumen personalmente los riesgos y disfrutan las oportunidades que les brinda la propiedad privada de los medios de producción”. (IA 67 cifra 220).
En esta cita se insinúa la concepción teórica implícita de los ciclos económicos. Es la confianza de los inversores la que permite evitar las desviaciones respecto de los objetivos, es decir, la crisis económica, el mismo psicologismo que está tan difundido en la ciencia económica actual más vulgar.[77] Por lo tanto, no sorprende que el Consejo de Expertos, si bien hace acrobacias con una importante cantidad de datos y utiliza métodos estadísticos sofisticados para la presentación e interpretación de estos datos, tenga una concepción teórica de los ciclos económicos que no se fundamenta en conceptos económicos sinopsicológicos. Pero, entonces, la conclusión del Consejo de Expertos debería ser: las desviaciones respecto de los objetivos resultan de la desconfianza de los inversores.[78]
Si es así, hay que preguntarse entonces cuáles serían las causas de esta desconfianza de los inversores que habría conducido, por ejemplo, a la crisis económica en 1966. (Con estos cuestionamientos intentamos reconstruir la teoría de los ciclos del Consejo de Expertos, ya que no la explicita en ningún lado.) El Consejo de Expertos indica como causas de la crisis de 1966/67 los siguientes factores. “El proceso de achicamiento comenzó con la contracción de la demanda de inversiones por parte de los sectores privado y público” (IA 1967, cifra 3). “El retroceso cíclico de la demanda de inversiones se agudizó debido a una política monetaria y crediticia crecientemente restrictiva” (IA 67, cifra 4). “Los salarios y precios en aumento llevaron al Bundesbank aún en mayo de 1966 a profundizar su política restrictiva” (cifra 4). “La política económica respondió demasiado tardíamente y titubeando ante esta desviación” (cifra 6). “[…] la política fiscal del estado federal y los estados federados en ese entonces se concentraba en ordenar los presupuestos mediante reducciones de gastos e incrementos de la recaudación de impuestos, sin considerar la política anti-cíclica” (cifra 7). Es evidente entonces que, en su primer informe anual luego de la crisis económica, el Consejo de Expertos indica como causas de la recesión casi exclusivamente a políticas económicas erróneas. Según los conceptos del Consejo de Expertos, son las políticas deficientes las que llevan a los “desvíos” respecto de los objetivos de desarrollo económico. Esto se hace evidente cuando miramos las “lecciones de los últimos 6 años para la política anti-cíclica” que el Consejo de Expertos intenta aprender en su informe anual de 1969 (cifra 232). “Sin dudas hay factores de la política anti-cíclica que forman parte de las causas que explican porqué los objetivos macroeconómicos solo raras veces se alcanzaron simultáneamente. Un factor puede ser que […] ha habido dilaciones e incluso bloqueos; que, por este motivo, medidas importantes no llegaron a tomarse […]; que el comportamiento de los actores colectivos autónomos muchas veces no se coordinó o solo se coordinó de modo insuficiente con los objetivos de las instancias estatales […]” ¿Qué conclusión puede sacarse de semejantes explicación es que convierten los síntomas en causas (retroceso de la demanda de inversiones privadas y públicas vs. política monetaria y fiscal restrictiva) o que señalan los errores de la política económica como el origen de la crisis?
Sin embargo, esta superficialidad en el análisis tiene su lógica. Al convertir al inversor en la causa movens de los movimientos cíclicos (al igual que lo hizo Schumpeter con la figura del “empresario dinámico”), la consecuencia lógica es la necesidad de analizar cuáles son los factores que generan la confianza de este inversor. El “inversor”, es decir, el capitalista, desde ya solo puede guiarse por síntomas. Como la teoría económica burguesa supone que los síntomas pueden generarse políticamente, terminan atribuyendo la crisis, en última instancia, al fracaso de las políticas económicas (IA 1969, cifra 239). De esta explicación de la crisis –la desconfianza de los inversores– se concluye luego lo inverso: la situación que dará confianza a los inversores puede crearse mediante políticas económicas adecuadas. Y el Consejo de Expertos ya tiene listas propuestas al respecto. Antes que nada, las desviaciones respecto de los objetivos deben enfrentarse preventivamente, con un “timing” adecuado, y no recién cuando ya se hayan disparado hasta niveles incontrolables (IA 69, cifra 263). “Si se pretende llegar a un mejor cumplimiento de las grandes metas macroeconómicas en el futuro que en los seis últimos años, habrá que tomar antes que nada medidas para frenar la expansión económica antes de que esta llegue a su punto máximo e implementar una política de expansión de la demanda antes de que la economía llegue a su punto más bajo. Pues, como se ha demostrado, no actuar previendo los desvíos conlleva el peligro de que las medidas correctas tomadas a destiempo se conviertan en erróneas. En el primer caso se acentúa la próxima recesión y en el segundo se impulsa el próximo boom.”
Para implementar las políticas económicas con el “timing“ correcto, primero hace falta mejorar o incluso crear distintas condiciones (cifra 264), entre ellas la “mejora del proceso de decisión en materia de políticas anti-cíclicas”, una “opción para combinar medios que se correspondan con las características específicas de una economía abierta”, “garantizar la política de ingresos del programa económico –en caso de que se esperen fluctuaciones económicas extremas–” (IA 69, cifra 264) y, finalmente, el respeto a ciertas reglas de conducta por parte de los “actores colectivos autónomos”. Esta explicación de los fundamentos teóricos de los ciclos económicos en la que se basan los Informes de los Expertos permite concluir el siguiente supuesto de esta teoría: son las acciones o las omisiones de los sujetos que actúan en la economía, en especial de los “inversores” pero también de los “consumidores”, las que determinan la evolución económica. Por lo tanto, categorías psicológicas como “confianza” y “desconfianza” –si bien son categorías sumamente simplistas– se vuelven necesarias como parte de los posicionamientos teóricos respecto de la política anti-cíclica. De esta manera, el Consejo de Expertos sigue una tradición dentro de la economía política burguesa en cuyo sistema los dramatis personae siempre fueron los “sujetos económicos” (mejor dicho: cáscaras humanas cosificadas como el “homo economicus”, mientras que los trabajadores solo tienen “carácter de sujetos” en la esfera de la reproducción en tanto “consumidores”; en la esfera de la producción se los considera de una manera cosificada como “factor de producción trabajo”). Sin embargo, la confianza y la desconfianza de los inversores y consumidores no emanan de su psiquis sino motivadas por las condiciones económicas. Estas condiciones generales son especificadas en parámetros como: la evolución de precios, el volumen de pedidos, las ventas, el balance entre exportaciones e importaciones, el nivel del interés, las cotizaciones en bolsa, los niveles salariales y de beneficios, el volumen de ingresos disponibles para los consumidores, etc. Es decir que están determinadas por factores cuya evolución el Consejo de Expertos observa en detalle a lo largo del año bajo análisis. La relación general entre estos parámetros o factores solo aparece a la manera de una serie de “índices sintéticos” de la producción industrial, del producto bruto o neto y, en definitiva, con la construcción de un indicador general que tiene como objetivo obtener tempranamente conclusiones respecto de la evolución de la economía. [79] La evaluación del contexto general de estos factores desde la perspectiva de equilibrio o desequilibrio de la situación económica en su conjunto se realiza a partir de los desvíos cuantitativos respecto de los cuatro objetivos macroeconómicos generales en relación con estándares normados políticamente, como se mencionó anteriormente. Recién mediatizados por estos factores y sus expresiones sintéticas surge lo que usualmente se denomina como sistema económico: un sistema de factores interrelacionados y dependientes entre sí. El conjunto de factores, las acciones y las omisiones de los sujetos económicos, determinan los movimientos del sistema económico.
El capital como fuerza movilizadora de todos estos factores, como “restricción objetiva” que opera en el fondo sobre todos los “sujetos autónomos” –que solo pueden comprenderse correctamente como máscaras dentro de la relación de capital– no forma parte del análisis. Sin embargo, una vez que se ha eliminado, aunque ni siquiera de una manera consciente, la relación de capital como categoría recién a partir de la cual debería reproducirse teóricamente la totalidad social; que se ha reducido el análisis económico a un análisis de hechos, datos y factores aislados y dispares y, en consecuencia, se ha establecido el proceso de decisión económico sobre la base de la “confianza” y la “desconfianza” de los “sujetos económicos” y se ha disuelto la totalidad de la economía capitalista en series temporales, pequeñas unidades, sujetos autónomos (representados por los pequeños y medianos empresarios cuyo rol destacado es enfatizado insistentemente por el Consejo de Expertos), la relación entre todos estos factores que se hace evidente en los conflictos entre los distintos objetivos macroeconómicos y los movimientos cíclicos ya solo puede  establecerse mediante un híper-sujeto que tenga una visión superior respecto de tantos datos y factores, cuyo horizonte temporal para actuar sea más amplio que de los demás sujetos económicos y que esté en condiciones de considerar, más allá de los distintos intereses individuales, lo que el Consejo denomina “interés general” o “bienestar general”, siguiendo la tradición de las definiciones afirmativas. Justamente de la disolución de la totalidad social en unidades mínimas resulta lógicamente la atribución de una importancia hipostasiada a la política económica del estado para la regulación de la totalidad. Solamente sobre la base de semejante concepción teórica es posible buscar las causas de los “desvíos” justamente en la política económica estatal, y también solo a partir de ahí es posible formular, directamente y sin consideraciones teóricas específicas, propuestas, retos, consejos y “necesidades objetivas” para la política estatal en términos de “estrategias para evitar las crisis”.
Volviendo a partir una vez más de esta consideración sobre las recomendaciones de política económica del Consejo, se hace evidente que, con los cambios institucionales propuestos, la importancia del aparato del estado resultará aún más hipostasiada, ya que exhorta a limitar la autonomía de los “actores colectivos”, a centrar la política económica en el estado federal, es decir, a disolver o limitar las estructuras descentralizadas, a limitar las “rigideces del proceso de decisión” mediante la mayor delegación de poderes de decisión en materia de políticas anti-cíclicas desde el Legislativo hacia el Ejecutivo (IA 69, cifra 267), etc. Sin embargo, de este modo no cambia nada fundamental en la relación de capital y en sus movimientos. Y este es un punto en el que suele haber errores graves en el análisis, ya que muchos críticos desde la izquierda carecen de una comprensión profunda del concepto de capital. El crecimiento exagerado del estado se deriva entonces, por un lado, de las formas específicas de la teoría económica burguesa misma, por otro, como ya demostramos, aún más de las condiciones objetivas en las cuales se pide la intervención y regulación por parte del estado.
Desde ya que semejante proceder, típico del Consejo, solo merece el comentario de que los persistentes intentos de demostrar el carácter aleatorio de las crisis o de atribuir sus causas a errores subjetivos en vez de a condiciones objetivas –es decir, de negar su relación necesaria con el orden económico capitalista– “[tienen] su origen en la afán apologético de la ciencia burguesa para preservar el económico existente de toda crítica”.[80] La apología, empero, no es ciencia, y por lo tanto sus pronósticos solo pueden acertar por casualidad y, por este motivo, la evolución económica real misma suele de vez en cuando contradecir los análisis del Consejo de Expertos. Así sucedió en 1966, cuando se produjo la crisis económica que este no supo prever ni siquiera en un pronóstico de muy corto plazo.[81]Sin embargo –¿cómo podría ser de otra manera?–, el Consejo de Expertos debió salvar la unicidad terminológica y la unicidad del propio análisis, pues inmediatamente habló también en relación con la recesión de 1966/67 de una “crisis de purificación” o de una “crisis de estabilización”: “la segunda hipótesis, de que las recesiones tendrían el carácter de crisis de purificación y promoverían de esta manera el crecimiento de la economía en el largo plazo, solo se aplica cuando antes no se evitaron los excesos. Luego de los errores y omisiones de política económica de 1964/65, una suave recesión seguramente habría tenidos una función purificadora y, por lo tanto, promotora de crecimiento[…]. Si se busca un crecimiento más persistente que hasta ahora, habrá que intentar en el futuro frenar a tiempo y suavemente el ciclo expansivo para que luego ya casi no se requiera más [sic] una crisis purificadora (IA 67, cifra 239). En los términos “crisis purificadora”, “crisis estabilizadora”, “equilibrio con subempleo”, se pone en palabras lo que le queda de realista a la teoría burguesa sin que se comprenda el hecho que, en el capitalismo, el “equilibrio” de la economía debe establecerse una y otra vez violenta y temporariamente mediante la crisis.
El ejemplo del Consejo de Experto muestra así dos cosas: por un lado, la naturaleza del desarrollo capitalista y las limitaciones de la intervención estatal resultan en un asesoramiento científico que debe basarse necesariamente en teorías sumamente superficiales. Se debe a la intención de esa ciencia de proveer asesoramiento político el que sus interrogantes ya no apunten a las contradicciones fundamentales de esta sociedad ya que, justamente, estas se toman como inmodificables. En la persistencia en los fenómenos superficiales, que solo se sistematizan y desmenuzan, en definitiva se evidencian también la conformidad con los principios de la sociedad existente y el carácter afirmativo, hasta apologético, de esta ciencia. La economía política del proletariado, por el contrario, debe preguntarse justamente por las contradicciones fundamentales, analizar su movimiento, interrogarse acerca de sus causas y expresiones fenomenológicas, pues es justamente con la identificación de la ley del movimiento de esta sociedad que pretende proveer las condiciones científicas para cambiarla.
La conclusión de la ciencia burguesa y también del Consejo de Expertos de identificar lo que sería una política estatal “racional”, “fundamentada científicamente”, también tiene un significado político. Vemos una tendencia que va más allá de los límites institucionales y constitucionales: para incrementar la capacidad de intervención del estado, se le imponen cada vez menos límites –con excepción del de respetar la relación de capital. La orientación de tales propuestas está claramente definida: va en dirección a un estado autoritario, dotado con un aparato de violencia eficaz, que esté más preparado que el estado parlamentario para convertir la sociedad efectivamente en objeto de su manipulación. Pero el estado autoritario es, en definitiva, la disolución de la ciencia como consultoría política, ya que los conocimientos científicos en el sentido de opciones calculadas racionalmente pierden su razón de ser en la medida que la política concretase impone sobre las leyes de la relación capitalista y las contradicciones sociales, pasando a la violencia directa para asegurar el dominio del capital y de la clase burguesa. ¿Para qué existe entonces una consultoría política científica en la sociedad burguesa, si su aporte a la fundamentación del intervencionismo estatal en la práctica debe considerarse más bien escaso, no solo por diferencia teórica sino también por los límites generales que tiene el intervencionismo estatal en el capitalismo? Con este interrogante se nos plantea otro aspecto que queda ilustrado con el ejemplo del Consejo de Expertos. El asesoramiento político no debe verse únicamente como instrumental prima facie, como lo explicamos hasta ahora. La ciencia y la consultoría funcionan, además, como ideología, en un sentido muy específico y a disposición de la burocracia estatal en el sentido más amplio. Es que la ciencia y su supuesta neutralidad no solo refuerzan las formas mistificadas de consciencia, pues no solo tiene la función de generar programas de acción para la burocracia estatal y sus políticas, sino también la de establecer pautas de comportamiento. No se podrían comprender las desviaciones socialdemocratistas modernas sin la “cientificidad” con la que se dejaron de lado, en su momento, los “viejos dogmas de la lucha de clases” y se produjo el giro hacia las prácticas y los programas políticos tecnocráticos, “libres de ideologías”. La ciencia en su relación con el estado burgués –y este también es el caso del Consejo de Expertos– es de escasa o nula utilidad para la fundamentación de políticas concretas; por algo es que no cesan las críticas a lo “ajenos a la práctica” que están la ciencia y de los que se formaron en ella. Pero, en la sociedad burguesa, la ciencia es indispensable para la producción de doctrinas, para la generación de un determinado clima político-ideológico, para la justificación general de estrategias e incluso para la consolidación de la división de clases, ya que los formados científicamente pertenecen, por regla general, a la clase dominante. En resumen: los informes del Consejo de Expertos –para volver a nuestro ejemplo– cumplen una función más importante para las discusiones entre los partidos en el parlamento que para los técnicos que planifican la política económica del gobierno. Y su función de promover una visión tecnocrática en la opinión pública –en la medida que ésta aún existe– es la consecuencia directa de esta situación.
En este sentido mediato, por lo tanto, la ciencia burguesa tiene una función en esta sociedad y es la de asegurar la dominación. Eso implica que la lucha contra ella debe llevarse adelante en este sentido mediato, en vez de considerarla como un instrumento directo de la clase dominante, como un instrumento de opresión en sí, algo que no es capaz de ser.[82] Si la capacidad de funcionamiento de la sociedad burguesa mejorara con el avance de la ciencia burguesa, tendría vida eterna. Pero tampoco las teorías y los modelos más sofisticados y siniestros son capaces de superar las condiciones y limitaciones de la intervención estatal en esta sociedad que describimos en las páginas precedentes de este ensayo.


[1]En la discusión de este ensayo estuvieron involucrados principalmente Karlheinz Maldaner, Wolfang Müller y Christel Neusuß. Y estas consideraciones son resultado de discusiones en seminarios del Otto-Suhr-Institut. Las discusiones fueron controversiales. Estas controversias se abordarán en los próximos números de PROKLA.  
[2] Incluso la categoría “intervencionismo estatal” es problemática. En su acepción corriente implica una relación externa entre la sociedad, su estructura económica y el estado. Genera la impresión de que la relación entre el estado y la economía fuera una relación de control y regulación. Este ensayo es un intento de crítica de este punto de vista. Pero, puesto que otros conceptos tales como “regulación estatal”, “capitalismo planificado”, “manejo de las crisis” y otros similares no constituyen alternativas mejores, mantendremos el concepto problemático de intervencionismo estatal
[3] En este sentido coincidimos con Paul Boccara (“Zum staatsmonopolistischen Kapitalismus”, en SOPO 11, p. 14) cuando afirma que puede considerarse al estado en el seno del capitalismo monopolista de estado como un elemento de un “mecanismo unificado que combina el poder del estado y el poder del monopolio”.
 
[4]Marx, K.: Miseria de la filosofía, México, Siglo XXI, p. 66: “Así como a fuerza de abstracción hemos transformado toda cosa en categoría lógica, de la misma manera basta con hacer abstracción de todo rasgo distintivo de los diferentes movimientos para llegar al movimiento en estado abstracto, al movimiento puramente formal, a la fórmula puramente lógica del movimiento. Y si en las categorías lógicas se encuentra la sustancia de todas las cosas, en la fórmula lógica del movimiento se cree haber encontrado el método absoluto, que no sólo explica cada cosa, sino que implica además el movimiento de la cosa. […] ¿Qué es, pues, este método absoluto? La abstracción del movimiento.¿Qué es la abstracción del movimiento?El movimiento en estado abstracto. ¿Qué es el movimiento en estado abstracto? La fórmula puramente lógica del movimiento o el movimiento de la razón pura”.
[5]Marx, K.:El capital, México, Siglo XXI, tomo 1, epílogo de la 2ª edición, p. 19.
[6]Que se publiquen resultados provisorios -y como tales entendemos la mayoría de los artículos publicados en PROKLA, este incluido-, resulta del hecho de que los procesos teóricos llevados adelante de un modo colectivo solo podrán organizarse como tales si la comunicación entre los que trabajan lateoría se concreta en todas las instancias.
[7] “Sin embargo, los distintos estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista. En este sentido puede hablarse del ´Estado actual´, por oposición al futuro, en el que su actual raíz, la sociedad burguesa, se habrá extinguido” Marx, K.: “Crítica del programa de Gotha”, en Obras completas, Moscú, Progreso, tomo 19, pág. 28. Algunas líneas más arriba, Marx escribe: “por el contrario, el ´estado actual´ varía con las fronteras nacionales. En el imperio prusiano-alemán es otro que en Suiza, en Inglaterra, otro que en los Estados Unidos. ‘El estado actual’ es, por tanto, una ficción” (ibidem).
[8] De esta afirmación no deberá extraerse la conclusión apresurada de que el descubrimiento teórico del conjunto de las condiciones de estado, la sociedad y la economía ya permitiría hacer más eficaces las intervenciones reales del estado en la sociedad. De esta manera que se desconoce el hallazgoanalíticode que la clase dominante es también condicionada por las contradicciones de la sociedad capitalista y no puededominarlas por completo. Como esta concepción del estado y de la importancia de las ciencias sociales para el dominio de la clase burguesa es ampliamente difundida y lleva a graves errores políticos (véase, por ejemplo, la posición del KSV respecto de los cientistas sociales burgueses (Rote PresseKorrespondenz 151, 29 de enero de 1972), en el último apartado de este trabajo volveremos sobre este punto.
[9] No consideraremos en el presente artículo el significado de esta categoría, sino que nos remitimos a la obra de R. Rosdolsky: Génesis y estructura de El capital de Marx, México, Siglo XXI, 1978, pp. 69 y ss., que sigue siendo la mejor aproximación a este tema.
[10] Esto queda claro a partir de lo afirmado por Marx en el capítulo 10 del primer tomo de El capital: “el modo y manera en que las leyes inmanentes de la producción capitalista se manifiestan en el movimiento externo de los capitales, cómo se imponen en cuanto leyes coercitivas de la competencia y cómo, por tanto, aparecen en cuanto motivos impulsores en la conciencia del capitalista individual…” (El capital, México, Siglo XXI, 1990, tomo I, p.385).Marx trata de explicar la necesidad inmanente de la producción de plusvalía relativa, pero no de comprender el mecanismo que lleva al capitalista individual a ejecutar la necesidad inmanente de la plusvalía relativa a través de sus acciones.Algo diferente y más complicado, sin embargo, es el tratamiento de la tasa media de ganancia en la segunda sección del tercer volumen de El capital (idem, tomo III). Esto no puede discutirse aquí. Hay que distinguir entre dos dimensiones del concepto de competencia dentro del tratamiento de la competencia: “el capital en sí mismo y su propia superficie, como unidad en proceso de esencia y apariencia, que es inherente a él y se expresa en el plano conceptual, y por otra parte el capital en la realidad histórica. Este segundo aspecto es básicamente excluido” (Reichelt, H.: Zur logischen Struktur des Kapitalbegriffs bei Karl Marx, Frankfurt y Viena, 1970, p.85). 
[11]Marx escribe en los Grundrisse: “…2) pero el capital en general, diferenciado de los capitales reales en particular, es él mismo una existencia real. La economía vulgar reconoce este hecho, aunque no lo comprende, pese a que constituye un factor muy importante en su teoría de las compensaciones, etc. […] Mientras que lo universal es por una parte sólo una differentia specifica ideal, es a la vez una forma real particular al lado de la forma de lo particular y lo singular…” (Marx, K.: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI, 2007, tomo I, p. 410.  
[12]Marx, K. y Engels, F.: La ideología alemana, Bs. As., Pueblo Unidos, 1985, p. 72.
[13]El estado “no es tampoco más que la forma de organización que se dan necesariamente los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus  intereses […] la forma bajo la que los individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de una época…” (Ibídem).
[14]Esta es una crítica a las ideas expuestas en ciertas variantes de la teoría del capitalismo monopolista de estado que sostienen que el estado es el instrumento de los monopolios más poderosos y d las ideas expuestas en la mayoría de las teorías burguesas que afirman que el estado es un sujeto autónomo de regulación. Es evidente que las teorías del capitalismo monopolista de estado se encuentran muy divididas a este respecto. Por un lado sostienen que existe un mecanismo unificado que aúna el poder de los monopolios y el poder del estado o que existe un entrecruzamiento del poder monopolista con el estado. Por otro lado, el estado es concebido únicamente como “instrumento de la burguesía monopolista”. A guisa de ejemplo: Der Imperialismus der BDR, Frankfurt, 1971. Si bien no se puede negar que el estado y el capital han confluido en un mecanismo unificado, sería conveniente indagar detenidamente las condiciones funcionales de este “mecanismo”. Los teóricos del capitalismo monopolista de estado no respondieron esta pregunta. Véase, por ejemplo, la variante más avanzada de esta teoría: Boccara, P.:“Ubersicht über die Theorie der Überakkumulation-Entwertung des Kapitals and die Perspektiven der fortschrittlichen Demokratie”, en Sozialistische Politik, 16, p. 1 ss. Sobre el desarrollo de la teoría del capitalismo monopolista de estado véase el artículo de Werner Petrowsky en Probleme des Klassenkampfs 1, 1971.
[15] Engels, F.: Anti-Duhring,México, Grijalbo, 1964, p. 275: “y el estado moderno por suparte, no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones generales externas del modo de producción capitalista contra ataques de los trabajadores o de los capitalistas individuales. El estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista total ideal”. Pero no podemos estar de acuerdo con la siguiente afirmación de Engels: “cuanto más fuerzas productivas asume en propiedad [el estado, E.A.], tanto más se convierte en capitalista total real…”. El estado, al apropiarse del proceso de producción capitalista, se convierte en efecto en un capitalista real, aunque no en el capitalista total. El estado, como productor capitalista, está sometido a los conflictos internos entre los capitales individuales, al igual que lo están otros grandescapitales individuales. Como demostraremos más adelante, lo que en concreto resulta problemático para el capital es la instauración del estado como un capitalista real.
 
[16]Este es uno de los puntos que no tiene en cuenta el Projekt Klassenanalyse en su “Kritik der Sozialstaatsillusion” (en SOPO 14-15). Por eso dice: “Toda producción social, sin embargo, está subordina a las condiciones generales del proceso reproductivo. Sin importar de qué tipo sean, estas condiciones son comunes en el suelo, que es condición común para una parte mayor o menor de la producción social” (p.197, subrayado E.A.). Pero la pregunta es: ¿por qué esas condiciones generales no pueden ser creadas por los capitales, de dónde surge la particularización del establecimiento de esas condiciones generales de la producción en la sociedad capitalista y sus respectivas fases de desarrollo histórico?
[17]La gran medida en que el establecimiento de las condiciones generales de la producción sobre la base de la producción social por parte del estado depende de la situación histórica de un país y la escasa medida en que depende de un supuesto principio del “grado de generalidad” o del "carácter a priori comunitario” del trabajo (Projekt Klasenanalyse, p. 198), es evidente por el hecho de que la salud en Estados Unidos es en su mayor privada, estatal en Alemania Occidental, e incluso una gran parte del sistema educativo es operados de manera privada en Japón. Estos ejemplos muestran que las generalizaciones en este terreno sólo se pueden llevar a conclusiones falsas.
[18]Esta afirmación general es confirmada por la superficial evaluación del Consejo Asesor acerca del desarrollo económico general (Informe Anual 1971, apartado 327). La participación del gobierno en la demanda total ha disminuido en términos reales durante el auge económico posterior a 1967.
[19]“El interés en el funcionamiento de la circulación de las mercancías, en la realización de los productos del trabajo en el mercado conduce al derecho y al establecimiento de la fuerza política, i.e., estatal. La compulsión ´debe […] actuar como una fuerza ejercida por una persona colectiva abstracta […] pero en interés de todos los implicados en las relaciones jurídicas. El poder de unos hombres sobre los otros se implementa en la realidad como el poder de la ley, esto es, como el poder objetivo, imparcial de la norma’” (Rosembaum, W.: “Zum Rechtsbegriff bei Stuĉka und Paŝukanis”, en Kritische Justiz 2/71, p. 156; la cita dentro del texto principal proviene Pashukanis, E. B.: La teoría general del derecho y el marxismo, México, Grijalbo, 1976.
[20]Véase al respecto Marx, K.: Elementos…, ed. cit., tomo II, p. 166 y ss. Marx afirma: “la producción fundada en el capital sólo se pone en su forma adecuada, en la medida y en cuanto se desarrolla la libre competencia, puesto que ésta es el desarrollo libre del modo de producción fundado en el capital; el desarrollo libre de sus condiciones y de sí mismo en cuanto proceso que continuamente reproduce esas condiciones. En la libre competencia no se pone como libre a los individuos, sino que se pone como libre al capital al desarrollo de la fuerza productiva social, el movimiento de los individuos en el marco de las condiciones puras del capital se presenta como la libertad de los mismos” (p. 167).
[21] W. Rosembaum: op. cit., p.159. Si bien es básicamente correcto afirmar que el ámbito en que rige el capital no se restringe solamente a la esfera del intercambio sino también a la del proceso de producción, conviene manifestar algunas reservas respecto de la identificación del derecho penal, el derecho comercial y el derecho laboral. Ya que, sin duda, no es casual el hecho de que el derecho laboral, en cuanto tal, surgiera en una época muy tardía, de hecho, por primera vez, bajo el fascismo italiano y, por lo tanto, asociado con un estado definido como “corporativo”. En el código civil alemán, la regulación del contrato laboral no desempeña más que un mínimo papel. En que no exista un código laboral semejante al código civil o al comercial se relaciona directamente con el hecho de que el capital es, en el proceso laboral, “el señor de los factores de producción” y sólo acepta ser pisoteado en casos excepcionales.    
[22]Véase El capital, vol. I, cap. 8, donde Marx describe el establecimiento de la jornada laboral de 10 horas. Wolfgang Müller y Christel Neusüss se refieren a este problema en “La ilusión del estado social y la contradicción entre trabajo asalariado y capital” [incluido en este volumen].  
[23]En este sentido debe tenerse en cuenta una importante modificación. Los grandes capitales individuales mantienen regularmente aparatos represivos que se concretan en un cuerpo de guardias cuya función es, obviamente, la represión de la lucha de clases al nivel de la fábrica. Los ejemplos de los ataques de estos cuerpos policíacos de las empresas sobre las manifestaciones o las protestas de los trabajadores son una prueba inequívoca de su carácter de ejército privado del capital. Véase,por ejemplo, la presentación de Maurice Dobb “Der Kapitalismus zwischen den Kriegen”, en Organisierter Kapitalismus, Frankfurt, 1966, pp. 116-24, sobre las acciones de las grandes empresas norteamericanas contra los huelguistas, contra los funcionarios de la clase trabajadora y contra los sindicatos, acciones que desenmascaran la apariencia idílica que el New Deal, el ala izquierda del keynesianismo y el “estado del bienestar” pretenden encubrir. Véase, además, el asesinato del camarada Auverney por la Guardia de la Renault, en Paris, en febrero de 1972, y las múltiples maniobras de emergencia de los guardias privados en Alemania occidental que quedaron al descubierto en 1968, especialmente durante el movimiento contra las leyes de emergencia nacionales, que se mantuvieron desde entonces en una oscuridad ilegalmente tolerada. Esto prueba además que es imposible distinguir, de una manera simple y neta, entre las esferas del estado y del capital privado sino que, por el contrario, se superponen en muchos terrenos.
[24] “Las inversiones militares pueden considerarse como inversiones complementarias a largo plazo, es decir, como inversiones que, en primer lugar, posibilitan la expansión de la economía interna (privada) evitando cualquier amenaza externa. Evidentemente este espectáculo (!) presupone una situación internacional de ´homo homini lupus´...”(W. Weber: “Wachstumeffekte der Staatsaugaben”, en Finanztheorie, Colonia – Berlín, Horst C. Recktenwald ed., 1969, p. 311.
[25] Véase asimismo Ch. Neusüss, W. Blanke y E. Altvater: “Kapitalistischer Weltmarkt and Weltwährungskrise”, en Probleme des Klassenkampfs 1, 1971, especialmente pp. 112 y ss.
[26]Esto no quiere decir que las condiciones de trabajo y los salarios sean idénticos en los sectores estatal y privado. Por el contrario, ocurre con mayor frecuencia que los trabajadores y funcionarios del sector público son los peor remunerados y trabajan en las peores condiciones. Así sucede en Inglaterra y Francia y también en la República Federal Alemana. Véase D. Albers, W. Goldschmidt y P. Oehlke: Klassenkämpfe in Westeuropa, Reinbek, rororo-aktuell, 1971. Esto confirma las tesis marxistas de que los trabajadores improductivos (los empleados civiles, los funcionarios gubernamentales y los obreros empleados por el estado) son mantenidos, como norma, por el valor producido por los trabajadores productivos y, en consecuencia, son financiados principalmente a partir del plusvalor y sus salarios encuentran un límite en la magnitud del plusvalor disponible. Por lo tanto, los límites de la actividad del estado se manifiestan para los empleados estatales en salarios más bajos y en peores condiciones
[27] Wagner, A.:“Das Gesetz der zunehmenden Staatstätigkeit”, extraído de “Staat innationalökonomische Hinsicht”, en Handwörterbuch der Staatswissenschaften, Vol. 7, 1911, y reeditado en Finanztheorie, op. cit., p. 241 y ss. Esta ley, interpretada en términos de la economía nacional, significa absoluta a incluso relativamente una expansión creciente de las formas públicas –y más específicamente estatales- de organización colectiva, a lo largo y en lugar de las formas privadas de actividad en la economía” (p.241).
[28] Recktenwald, H. C.: “Ergänzung: Zur Wirksamkeit des Wagnerischen Gesetzes”, en Finanztheorie, op. cit., p.246.  
[29] El problema de la relación de interdependencia juega un papel sustancial en la teoría burguesa del crecimiento económico. La postura más avanzada de esta teoría es la del “crecimiento equilibrado”, cuyo principal representante, P. N. Rosenstein-Rodan, escribe: “la complementariedad convierte en ´básicas´, hasta cierto punto, a todas las industrias” (“Problem of industrialization of Eastern Europe”, en A. N. Agarwais y S. P. Singh: The economics of underdevelopment, Nueva York, 1963, p. 252). Esta tesis implica, respecto del problema que estamos considerando, la presunción de que, en primer lugar, toda producción crea las condiciones generales de producción, y, en segundo lugar, que, a causa de la interdependencia general, no es necesario trazar ninguna diferencia entre el estado y el capital. Walter Wittman ofrece un argumento distinto y menos ingenuo basado en esta tesis de la interdependencia en Staatliche Aktivität, wirtschaftliche Entwicklung und Preisniveau, Zurich, 1965, p. 22. “Antes que nada es evidente que las inversiones privadas que crean nuevas condiciones de producción no pueden por si solas garantizar el desarrollo a largo plazo [¼] Para evitar cuellos de botella  en el desarrollo económico, es necesario que las inversiones en capital social (i. e., las condiciones materiales generales de producción) vayan al mismo paso que el desarrollo total…”
[30]Los resultados de una investigación únicamente adquieren el carácter de mercancías cuando son monopolizados bajo la forma de patente por el propietario de la mercancía y cuando sólo pueden ser usados  como tales por la persona que los ha adquirido. Si existe la posibilidad de obtener una patente, entonces los resultados de las investigaciones también se producirán en términos capitalistas. Mencionemos simplemente que este problema juega un papel importante en la teoría del ciclo económico de Schumpeter, porque el empresario innovador comienza a producir precisamente en virtud de las ventajas que garantizan las patentes.
[31] Marx, K.: Elementos…, op. cit, tomo III, p.21.
[32]No entraremos aquí en la problemática del trabajo productivo e improductivo. Véase la discusión en Sozialistische Politik 6-7 y 8 [véase, en español, el dossier de la revista Críticas de la economía política 8, México, El Caballito, 1978, en particular el artículo de E. Alvater y F. Huisken: “Sobre el trabajo productivo e improductivo”, NdT].
[33] No consideraremos aquí este problema de la capacidad potencial de creación de valor formación por parte del trabajo. Véase al respecto nuestra contribución al denominado “problema de la reducción” en E. Alvater y F. Huisken: Materialen zur politischen Ökonomie des Ausbildungssektor, Erlagen, 1971.   
[34]En la economía burguesa todas las áreas de la infraestructura son agrupadas indistintamente bajo el concepto de “capital social”. Los gastos en los “sistemas de transporte, fuentes de energía, sistemas de riego, educación, justicia, policía y administración son a nuestro entender [...] inversiones complementarias […] (W. Weber: op. cit., p. 306; véase también Wittmann, W.: op. cit., Stohler, J.: “On the rational planning of the infrastructure”, en Konjunkturpolttik, 1965, y muchos otros autores. Un concepto de capital completamente desprovisto de significado complementa un concepto de inversión aún más carente de significado, que engloba todos los gastos sin introducir la mínima diferenciación conceptual ysin reflejar además su diverso carácter económico.
[35]Jahresgutachten 1971, fig. 327: “En resumen, la conclusión natural es que la creciente inversión de capital estatal puede debilitar la disposición de los inversores privados”.InclusoWilhelm Weber distingue entre “sectores que fueron abandonados por los inversoresprivados debido a su naturaleza no rentable y sectores en los cuales el estado compite con los inversores privados...”. En este último caso, “las actividades económicas del estado pueden, cuando menos, inhibir las inclinaciones de los inversores privados...” (op. cit., p. 315). En este sentido es evidente que el estado no puede convertirse en un capitalista colectivo real en el curso de un desarrollo irrestricto. Pues el capital privado se introduce, precisamente, en aquellas ramas donde el capital puede ser empleado rentablemente. Si el estado emprendiera una actividad económica en estas ramas, se enfrentaría con los intereses totales de la sociedad capitalista, ya que estaría actuando como un capital individual.
[36]Normalmente los subsidios tienen el carácter de ser excedentes distribuidos por el estado y no ya por la competencia. Ellos garantizan la obtención de la tasa media de ganancia por cada capital individual. Naturalmente, los subsidios pueden provenir de los ingresos creados por los trabajadores, en cuyo caso rebajan las condiciones de vida de la clase trabajadora en beneficio de los capitales individuales.
[37] Así P. Boccara: Ubersicht…, op. cit., p.3.
[38]Der imperialismus der BDR, Frankfurt, 1971, p.366. Debe enfatizarse que esta tesis no se desarrolla uniformemente a lo largo del libro; esto es característico de la falta de precisión que uno encuentra generalmente en los “trabajos de referencia”. 
[39] Mattick, P.: “Gemischte Ökonomie und ihre Grenzen”, en Soziale Revolution 2, 1971, p. 46 y ss.
[40]Offe, C.:“Politische Herrschaft und Klassenstrukturen – Zur Analyse spätkapitalistischer Gesellschaftssysteme”, en G. Kress y D. Senghaas (eds.): Politikwissenschaft, Frankfurt, 1969, p. 163.
[41]No discutiremos aquí los escritos mencionados.
[42]Marx, K. y Engels, F.: Teorías de la plusvalía, México, FCE, 1980, tomo II, p. 461.
[43]Ibidem.
[44] Mattick, P.: op. cit., p.53.
[45] Véase la introducción a Oelssner, F.: Die Wirtschaftskrisen, reeditado en Frankfurt, 1971.
[46]Marx, K.: El capital, México, Siglo XXI, tomo I, p. 106.
[47] Marx, K.: idem, p. 113.
[48] Marx, K.: idem, p. 126.
[49] Marx, K.: idem, p. 128-9.
[50] Marx, K.: idem, p. 138.
[51] Marx, K.: idem, p. 139.
[52] Marx, K.: Teorías sobre la plusvalía, México, FCE, 1980, tomo II, p. 468 y 469.
[53] Véase la representación del carácter contradictorio de las políticas estatales y la parcialidad en las contradicciones de la sociedad capitalista en Varga, E.:Die Krisis des Kapitalismusundihrepolitischen Folgen, Frankfurt, 1969, especialmente p. 105 y ss. y 279 y ss. También en el “cuadrado mágico” como objetivo de la política económica se expresa el carácter contradictorio de la sociedad y de las acciones del estado comprometidas por ésta. [El “cuadrado mágico” ideado por el economista keynesiano Kaldor representa los principales objetivos que debería alcanzar simultáneamente la política económica en un país capitalista avanzado: crecimiento, empleo, equilibrio externo y estabilidad de precios; NdT].
[54]Por lo tanto, las investigaciones burguesas de la coyuntura pueden comprenderse a sí mismas como sintomatología y volverse justamente relevante como tal para las intervenciones del estado. No advierten que ahí mismo está su limitación, pero que esta está comprendida en sí misma en el carácter de las crisis de la sociedad capitalista. Para una descripción de la “sintomatología” véase Zinn, K. G.: Konjunkturlehrefür Praktiker, Herne y Berlín, 1969; Schumpeter, J. A.: Ciclos económicos: análisis teórico, histórico y estadístico del proceso capitalista, Zaragoza, Prensa Universitaria de Zaragoza, 2002, donde se indica toda una serie de síntomas; Grossmann, H.:La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, México, Siglo XXI, 1976, con comentarios críticos.
[55]Bombach, G.: “Trend, Zyklus and Entwicklung des Preisniveaus”, en Weltwirtschaftsarchiv 1970, p. 274. Véase también Arndt, H.:Stagflation, Was man bisher nicht wusste”, enWirtschftswoche 1/1972, pp. 20 ss.
[56] Véase ante todo Semmler, W. y Hoffmann, J.: “Kapitalakkumulation, Staatseingriffe und Lohnbewegung”, en PROKLA 2, 1972, p. 1 y ss., especialmente p. 69 y ss., y Neusüss, Ch.: Imperialismustheorie und Weltmarktbewegung des Kapitals, manuscrito inédito, 1972.    
[57]W. Hoffmann (en Die säkuläre Inflation, Berlín, 1962, p. 10) utiliza el concepto de “inflación relativa” para caracterizar un proceso en el curso del cual “el nivel de los precios no secunda el incremento a largo plazo en la productividad, independientemente de que se eleven o no los precios”.
[58]Véase Neusüss, Ch., Blanke, B. y Altvater, E.:op. cit., en PROKLA 1. Helmut Arndt escribe (op. cit., p. 20): “Quienquiera que en el mundo occidental actual retome los métodos de una política económica nacional similares a aquellos empleados durante las crisis económicas internacionales del pasado, está subestimado el hecho de que el “gasto deficitario” nacional no puede tener los mismos efectos en un sistema económico internacional que en una economía más o menos auto-contenida por la regulación del mercado cambiario.
[59]Jahresgutaschten 71 (253) [informe anual del citado Consejo de Asesores Económicos del Gobierno de Alemania Occidental].
[60]Esta es la base de la teoría de la “sobreacumulación-devaluación” tal como es defendida fundamentalmente por Boccara (véanse las notas de J. Esser en Kapitalistate 1, 1973, pp. 127-28 [referencia añadida por E.A. a la versión en inglés, NdT]). Evidentemente, para Boccara esta situación es menos un fenómeno cíclico que una solución estructural al problema del estancamiento en el capitalismo monopolista de estado. Coincidimos con Boccara en la medida en que el estado capitalista está actualmente devaluando el capital y deteniendo con ello la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Sin embargo (y Boccara apenas considera este aspecto), dicha devaluación, en primer lugar, acarrea conflictos, puesto que la devaluación no significa más que la eliminación de capital que podría ser invertido rentablemente (¿y qué capitalista aceptaría esta medida sin protestar?). En segundo lugar, esta devaluación debe considerarse en el contexto más amplio del problema del trabajo improductivo (véase a este respecto E. Altvater y F. Huisken en SOPO 8). Y en tercer lugar, el problema de la devaluación no queda en absoluto eliminado en el proceso cíclico de la acumulación de capital: por lo tanto, el problema de la sobreacumulación-devaluación es mucho más complejo de lo que indica el modelo de Boccara.
[61] Véase a este respecto una interesante interpretación burguesa: Somary, F.: Krisenwende, Berlín, 1932, especialmente p. 32 y ss.
[62] Es aquí donde encuadra la teoría del estancamiento de Keynes y Hansen. A este respecto, consúltese Coontz, S. H.: Productive labour and effective demand - lnduding a critique of Keynesianeconomics, Londres, 1965, pp. 125 y ss.
[63] Véase Semmler, W. y Hoffmann, J.: op. cit., p. 60 y ss.
[64] Coontz, S. H.: op. cit., p.157.
[65] Véase Mattick, P.: op. cit., p. 47; y Mattick, P.: Marx y Keynes, México, Era, 1975, p. 169 y ss.
[66]En este sentido Mattick se equivoca cuando escribe: “es erróneo asumir, como lo hacen Altvater y Huisken [Mattick se refiere al ensayo sobre el trabajo productivo e improductivo publicado en SOPO 8, E.A.], que el trabajo improductivo, empleado en la producción de desperdicio, modera la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, aunque en opinión de ellos, a consecuencia de lo anterior, se reduce la porción de plusvalor susceptible de acumulación¼” (Mattik, P.: “Arbeisteilung and Klassenbewusstsein”, en Soziale Revolution 2, 1971, p. 124.
[67] Esto tendría enormes implicancias para la reproducción de capital y del medio social. Las consecuencias necesarias serían procesos inflacionarios con la consiguiente eliminación de sectores del capital, el empobrecimiento de los trabajadores, la destrucción del medio social del capitalismo, el desmantelamiento de las relaciones jurídicas que regulan la producción capitalista, etc., para no mencionar probables conflictos de militares. Tales consecuencias, apenas mencionadas en este contexto, son siempre una tendencia inherente al capitalismo, tendencia que sólo puede ser eficazmente contrarrestada por sectores del capital en períodos de expansión general. Véase la presentación de los intereses de la industria de Alemania Occidental en el rearme que hace G. Brandt en Rüstung und Wirtschaft in der Bundesrepublik, Witten y Berlín, 1966. 
[68] Keynes, J. M.: Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Barcelona, Planeta – Agostini, 1993, p. 122 [citado en inglés por E.A.: “Dos pirámides, dos misas de réquiem, son dos veces mejores que una; pero no sucede lo mismo con dos ferrocarriles de Londres a York”, NdT].
[69] Véase Janossy, F.: Das Ende der Wirtschaftswunder, Frankfurt, 1969. Angus Maddison (en Economic growth in the west, Nueva York y Londres, 1964, p. 53), establece una interesante comparación entre las relaciones de las ganancias brutas con el valor neto de los inventarios y con el stock de capital fijo. Esto no contempla, naturalmente, la tasa de ganancia. Sin embargo, una comparación establecida tanto en términos temporales como nacionales muestra hasta qué punto la guerra ha incidido positivamente sobre la tasa de ganancia, tal como la define Maddison.
[70]El Institut für Wirtschaftsforschung (IFO) llegó a esta conclusión en la sección económica de su
investigación, en el marco del estudio de la RKW sobre los aspectos económicos y sociales de los cambios tecnológicos en Alemania Occidental, Frankfurt, 1970, p. 116.
[71] No me ocuparé aquí de esta mediación, ya que Ch. Neussüs, B. Blanke y E. Altvater hacen una exposición a fondo en PROKLA1 [se refiere a “Kapitalistischer Weltmarkt und Weltwähgungskrise”, en PROKLA 1, 1971, NdT]. Véase también Busch, K.; Schaller, W. y Seelow, F.: Weltmark und Weltwährungskrise, Bremen, Arbeiterpolitik, 1971.
[72] Un ejemplo típico en este sentido es la escuela monetarista de Chicago, que llegó con su principal representante, Milton Friedman, hasta a los consejos de consultores del presidente norteamericano -para allí evidenciar su total ineptitud.
[73] Véase al respecto y respecto de las contradicciones resultantes justamente en el nivel internacional Altvater, E.:Die Weltwährungskrise, Francfurt, 1969; Neusüss, C., Blanke, W. y Altvater, E.: op. cit.; E. Altvater en SOPO 5, y muchos otros.
[74]Es bastante ilustrativo de la realidad actual el hecho de que justo el eclecticismo de la teoría burguesa de los ciclos económicos se perciba como progreso: “Generalmente puede decirse que la teoría de los ciclos económicos se ha vuelto cada vez más ecléctica. Así se hizo más flexible y potente respecto de los desafíos que se le plantean…”, afirman Weber, W. y Neiss, H.:Entwicklung und Probleme der Konjunkturtheorie, Colonia-Berlín 1967, p. 18. Con su eclecticismo, la teoría de los ciclos disuelve definitivamente la relación entre los movimientos coyunturales y la relación de capital, en la medida en que ya no puede hablarse de una totalidad social, sino que se atomiza esta totalidad. Justamente así, sin embargo, se hace “más potente respecto de los desafíos que se le plantean”, es decir, aprovechable para la reflexión teórica sobre la manipulación política de factores individuales con el fin de la “prevención de la crisis”.
[75] Weisser, G.: “Distribution II“, en: Handwörterbuch der Sozialwissenschaften, p. 645.
[76]Dürr, E.: Probleme der Konjunkturpolitik, Friburgo  1968, p. 24.
[77]Véase, por ejemplo, Jöhr, W. A.:“Alternativen der Konjunkturerklärung”, en W. Weber (ed.):op. cit., p. 353 y ss., que se sirve de la psicología de masas más barata para “explicar” los ciclos económicos. También las categorías principales de Keynes son psicológicas: propensión al consumo, propensión a la inversión, preferencia por la liquidez, etc.
[78] En Schmölders, G.:Konjunkturen und Krisen, Reinbek, 1955, p. 112, la conclusión a la que se arriba respecto de la política económica es la siguiente: “en consecuencia, la política anti-cíclica deberá desarrollar los procedimientos que mejor se adapten a la situación dada, como ya fueron aplicados en distintos países con mayor o menor éxito; la experiencia indica que la influencia sobre la opinión pública, la ‘moral suasion’ [persuasión moral] de alertas y advertencias previas así como el ‘efecto demostración’ de políticas de descuento y otras son de gran importancia en este contexto”.
[79] Este indicador general que se publica regularmente en la revista económica Wirtschaftswocheparece no funcionar en períodos de estanflación, con sus contradicciones específicas. Así, la Wirtschaftswoche del 3 de marzo de 1972 dice: “mientras (el indicador general) describe con bastante acierto los ciclos económicos pasados, no da cuenta adecuadamente de la nueva situación de estanflación” (p. 59).
[80]Grossmann, H.: La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, México, Siglo XXI, 1984, p. 202.
[81]En el IA 66, cifra 233, se dice: “por el contrario, no vemos amenazas serias para el empleo tampoco en 1967, a pesar de que no nos es ajena la preocupación de la población en regiones con estructuras económicas débiles. La razón principal para este optimismo son las señales de una fuerte expansión económica en países socios importantes…” Pocas semanas después de este veredicto de noviembre de 1966 llegamos a tener más de un millón de desempleados (incluyendo a los trabajadores migrantes, mujeres y jubilados que salieron por completo del proceso de producción).

[82]Con esto volvemos a la controversia planteada al inicio (véase la nota 8) con el KSV. Querer combatir a la ciencia burguesa porque provee “modelos de contrarrevolución colonial” (Horlemann), etc., constituyéndose en un instrumento de opresión imperialista, evidencia una consciencia idealista que sigue presa en una idea burguesa de sí misma. En primer lugar, tal perspectiva no comprende el proceso real de interrelación entre ciencia y política, como acá tratamos de caracterizarlo brevemente, y, en segundo lugar, no ve que la intervención estatal en el capitalismo es limitada, y esta limitación no puede ser superada por una ciencia burguesa, por progresiva que sea; esto demuestra además una comprensión idealista de la política –que se manifiesta, por otra parte, también en fundaciones imaginarias de partidos por parte de algunos intelectuales– que va en perjuicio de la lucha de clases.  

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