04/05/2024

Presentación de "Cambiar el mundo sin tomar el poder"

Por

PRESENTACION

Revista La Guillotina

“Cómo hacer la revolución sin tomar el poder” de John Holloway es un texto que ha sido una verdadera invitación a discutir alternativas tras el fracaso de los socialismos reales y la incapacidad de las izquierdas políticas, sean reformistas o revolucionarias, para responder a las expectativas de cambio social.

Holloway nos ha provocado al poner en tela de juicio los aprioris políticos de los discursos marxistas, como la lucha por la conquista del poder estatal como condición indispensable para la transformación social; a priori que ha devenido en una visión fetichizada del Estado, que ha vaciado de contenido la lucha de múltiples expresiones que insisten en proclamarse herederos históricos de las luchas socialistas.

Esta idea no es nueva en Holloway, quien desde los años setenta fue uno de los más lúcidos representantes de la escuela derivacionista, que intentó, desde las categorías y métodos marxistas, desarrollar la idea del Estado como un momento de la fetichización implicada en la forma de dominación del capital, que descansa en las relaciones sociales mercantilistas y mercantilizadas. Un estado fetiche que nos separa de nuestra autodeterminación y subordina nuestra insubordinación asimilándola.

Para Holloway “no se puede cambiar la sociedad de manera radical a través del Estado porque este constituye una forma de relación social, que por su inserción en el capitalismo busca la reconciliación entre las luchas sociales y la reproducción capitalista”.

Uno de los elementos afortunados del pensamiento de Holloway es que vuelve a poner el acento en el rechazo al capitalismo como punto de partida de la reflexión rebelde, en un momento en el que se asume al capitalismo como el único mundo posible. Este rechazo al capitalismo parte de un opción crítica, que Adorno denominó como dialéctica negativa: “Decir no significa pensar y actuar a partir de ese no, concebir el mundo y nuestras luchas a partir de una negatividad que nos distingue de la positividad del capitalismo”.

“Holloway somete a crítica un discurso que se quedó atrapado en las formas y categorías del capital (incluida la forma Estado) y en la mitología del discurso político de la modernidad”, señala Rhina Roux.

El grito de Holloway, un no al capitalismo, es también un rechazo al concepto maquiavélico de política, que comparten tanto las derechas como las izquierdas, en el que el Estado ya nace con una impronta oligárquica, fetichista, en la cual lo único que interesa es la desquiciada lucha por el poder y por mantenerse en el poder, en una ecuación en la que los fines de la política, como el bien común, son una mentira que mal encubre la megalomanía y el egoísmo absurdo, vacío, de una oligarquía cuyo único fin es la ganancia económica. Concepción que también permea profundamente sus antípodas, que en la idea de luchar por el poder del Estado le oponen a la oligarquía de los ricos otra oligarquía, la de los ricos dirigentes de los pobres. Pero el partido como príncipe, como escribió Gramsci, acabó devorando a sus hijos, purgándolos para establecer tiranías burocráticas o apuntalar la hegemonía capitalista (que no se hubiera sostenido sin la desinteresada ayuda del estalinismo y sus infalibles políticas de colaboración de clase), proceso que acabó con el espíritu crítico y revolucionario de los socialistas del siglo XIX, arrastrando a generaciones enteras a sucumbir a la derrota y el cretinismo político. ¿O que es la Nomenklatura de los partidos de izquierda? ¡Basta ver al PRD y el bochornoso espectáculo de los grupos de poder enquistados en su seno, de sus políticas chatas y electoreras, de su complicidad abierta con una derecha que está devastando el país!

Des-fetichizar la política, liberar el hacer social de la explotación, el control y la asimilación, es la propuesta general presente ya en Marx. Sin embargo, los medios de como lograrlo seguirán generado una gran controversia, en la que Holloway propone la reflexión y la búsqueda de formas de enfrentar al capital y al Estado capitalista que no nos sometan a sus reglas, que no acaben haciendo de nuestros instrumentos de lucha instrumentos de control. Evidentemente la apuesta no es ingenua, ni es el llamado a la inactividad y la dispersión, como han señalado algunos de los críticos, porque esta reflexión parte de hechos tan concretos como la acción política del EZLN, que desde un principio se propuso, desde una postura profundamente republicana, tirar por la borda la demagogia vacía de las vanguardias iluminadas, para recuperar la política y luchar contra el poder.

La pregunta por los medios y los fines permanece abierta. Holloway no da recetas, hace preguntas y las fundamenta. Va, como los zapatistas, preguntando y andando. Podemos, claro, discrepar. Plantear, como lo hace Guillermo Almeyra, que los momentos políticos también imponen una respuesta mas allá del no, del que se vayan todos los políticos que se oyó en Argentina. Que la confrontación con el Estado no es solamente la conciencia de que el rey está desnudo y la posibilidad de que le demos la espalda, como sostenía Etienne de La Boetié en su "Discurso contra la servidumbre voluntaria", sino la necesidad de desarmar a los asesinos que mantienen la última instancia del monopolio de la violencia, tanto económica como militar, contra la posibilidad de la revuelta y la creatividad social.

Des-fetichizar la política es recuperarla para rebasar cualquier consideración que nos niegue la posibilidad de optar por un género de vida político, por reconocernos como sujetos y no como víctimas. Aterrizar en la cotidianidad lo político, encontrar que la revolución no es ese domingo de la historia que nos redime como un apocalipsis, sino la lucha de todos los días por romper las relaciones de dominación es fundamental para poder construir alternativas que recuperen el sentido profundo de la revolución urgente que plantea Holloway

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