18/04/2024

Milcíades Peña. Introducción al pensamiento de Marx.

Notas inéditas de un curso de 1958; Ediciones El Cielo por Asalto; Buenos Aires, 2000; 120 páginas.

El presente volumen es el primero de la colección de obras completas de Milcíades Peña que el editorial El Cielo por Asalto piensa publicar a la brevedad. Introducción... consiste básicamente en la trascripción de un curso de Introducción al Marxismo dictado por Peña en el ámbito de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires en 1958. El volumen se completa con un apéndice documental que incluye unas notas redactadas por Peña para la orientación de un grupo de estudios sobre la revolución rusa y el prologo que este mismo autor escribió para las obras escogidas de Henri Lefebvre publicadas por Editorial A. Peña Lillo en 1965.
En Introducción... Peña define al marxismo como “una totalidad abierta”. O sea, un esquema teórico de fuerte coherencia interna que le permite ser un instrumento crítico de la realidad, pero abierto a un dialogo enriquecedor con otras corrientes y disciplinas. El núcleo duro de la teoría marxista en la perspectiva de Peña esta constituido por tres ideas centrales: a) la idea de la praxis humana como elemento transformador de la realidad; b) la unidad entre teoría/praxis; c) la idea de la sociedad como totalidad. Esta concepción de la teoría marxista era decididamente alternativa en relación con las líneas generales de la ortodoxias elaboradas en el seno de las distintas culturas de izquierda criolla en los años que Peña dicto su curso. Por eso estos trabajos de Peña constituyen una ventana que nos permite penetrar en aquellos espacios críticos olvidados de la cultura de izquierda de mediados de siglo. También nos permite conocer la interesante tarea de revisión que el autor de la Introducción... llevó a cabo sobre un corpus formado por la obra de una serie de intelectuales continuadores del pensamiento del autor de El capital.
En el estudio preliminar de este libro Horacio Tarcus resalta el conocimiento profundo que Peña tenia de una serie de pensadores poco, o mal conocidos, en nuestro medio en la década del cincuenta. En base a este conocimiento Peña logra integrar tesis y esquemas provenientes de distintas tradiciones intelectuales que sirven de base a otros tantos ejes abiertos en función de desarrollar arreas hasta ese momento descuidadas de la teoría marxista. En ese sentido comenzaremos por señalar la fuerte influencia de la obra de Henri Lefevbre, de quien Peña será compilador de sus escritos básicos y en quien se basa para fundamentar su lectura humanista de Marx. También hay huellas de otro pensador de la izquierda crítica francesa de posguerra, Lucien Goldmann. Es destacable la revisión que hace Peña de la serie de conferencias en las que a mediados de la década del cincuenta el sociólogo francés George Gurvitch intentó desarrollar un abordaje de la dimensión subjetiva de la conciencia de clases en un interesante cruce entre marxismo y psicología social. Peña cita a Gramsci para apoyar su crítica al reduccionismo economicista del marxismo ortodoxo, brindándonos una aproximación a la obra de este intelectual sardo contemporánea a la introducción de su obra en la Argentina por Héctor P. Agosti y el equipo de la revista Cuadernos de Cultura. Trabajando dentro de un esquema que resalta la centralidad del concepto de “totalidad social” como articulador de la teoría marxista se hace presente en la Introducción... la influencia de autores que en la primera mitad del siglo xx que habían intentado desarrollar los nexos entre la filosofía de Hegel y la obra de Marx. Entre ellos, George Lukacs, Antonio Labriola y una rara avis del calibre de Ernest Bloch, en quien Don Milcíades se apoya para explicar la identidad entre sujeto/objeto y el papel de la praxis humana en la transformación de la realidad.
Los elementos originales de estos trabajos no se limitan a su integración crítica de la obra de marxistas de distintas escuelas. Peña propone una serie de ejes para desarrollar el potencial del marxismo como método de análisis de la realidad. En sus bases para la formación de un grupo de estudios sobre la revolución rusa propone aplicar el concepto marxista de unidad entre teoría y praxis a la metodología del trabajo de investigación.
Unos años antes que Roland Barthes definiera al seminario como un espacio en donde se desmonta la obra de los maestros para reconstruirla revisada y enriquecida, Peña proponía a los miembros del taller que coordinaba:
La constitución de un grupo de trabajo y el empleo de las técnicas de discusión y el role-playing, tiende a acostumbrar el “alumno” a examinar hechos e ideas por cuenta propia, a enfrentarse con el “profesor” en el curso del aprendizaje y así facilitar la ruptura de cualquier proceso de sometimiento e idealización del profesor que pudiera surgir en la enseñanza. La discusión y el juego de tendencias en el seno del grupo de trabajo contrarresta las tendencias sofocantes a compartir siempre las ideas del dirigente del grupo y a suponer que la línea de pensamiento del grupo debe seguir siempre la línea del pensamiento de aquél. (pág. 105)
Esta reivindicación del carácter dialógico de la construcción del conocimiento no es el único elemento de este trabajo que nos permite medir la distancia entre la agenda intelectual que había trazado Peña y las líneas generales del debate en el campo intelectual de la izquierda criolla. Valga como ejemplo su crítica de la escolástica soviética a la que califica de pensamiento estático y antidialéctico, ligado al ascenso del estalinismo y orientado a la legitimación intelectual del dominio de la elite burocrática sobre la sociedad. Perspectiva de análisis interesante si pensamos que fue realizada en una época y un lugar en donde la crítica del llamado “socialismo real” se centraban casi exclusivamente en la denuncia de los aspectos represivos de la política estalinista y en el rol contrarrevolucionario jugado por la conducción soviética en la política mundial.
Peña abordó en su curso de 1958 dos áreas de la teoría marxista que en las décadas subsiguientes conocerían un desarrollo importante: la teoría marxista de las ideologías y el concepto marxista de clases sociales. Referente a la primera de estas cuestiones Peña comienza revisitando textos claves de Marx para conocer su concepto de la ideología; pero los interroga a la luz del desarrollo moderno de las ciencias sociales, en especial en sus vínculos con la psicología social. Por ese camino, proponía desarrollar la teoría de la ideologías superando las rémoras racionalistas que habían engrampado al marxismo clásico en una visión mecanicista de lo ideológico como mero reflejo de las relaciones de clase. Para Peña el origen de las representaciones sociales encontraba su punto de convergencia en la totalidad social, pero como cruce de un cúmulo de tensiones, tradiciones, mitos e influencias imposible de reducir a una sola dimensión. Si bien este esquema no era completamente original en 1958, nos volvemos a encontrar con un análisis atípico en un medio intelectual como el argentino, rezagado respecto a los avances de las escuelas marxistas del Viejo Mundo.
La síntesis que Peña intenta realizar del concepto de clases sociales, constituye tal vez la aproximación más estimulante y que repara más sorpresas al lector contemporáneo a la hora de cotejarlo con aportes más modernos en este terreno. Para Peña la pertenencia de clase está determinada por un cúmulo de circunstancias complejas (oficio, ingresos, propiedad, vinculación con el poder político, nivel de educación, cultura, rasgos psicológicos, etc.) que convierten a una clase en una unidad en relación al conjunto de la sociedad, pero heterogénea dentro de si misma. Profundizando la línea que privilegiaba los aportes de la psicología social para la comprensión de las relaciones sociales, Peña se pregunta por un tema al que la sociología de la educación prestara mucha atención a fines de la década del sesenta. En qué medida la socialización de los niños en el hogar y en la escuela está condicionada y a la vez reproduce la división clasista de la sociedad.
Empíricamente se está constatando cómo y a través de qué mecanismos los niños de las clases dirigentes van estructurando una personalidad audaz, agresiva, confiada, segura de sí misma, ambiciosa, mientras que todo lo contrario ocurre con los niños de las clases explotadas. (pág. 81)
Aun cuando las personas son psicológicamente inconscientes de que pertenecen a una clase, aun cuando no saben qué significa eso de clase social, o creen estar en una clase distinta a aquella a la que pertenecen en realidad, aun así, estas personas se comportan –inconscientemente– de acuerdo a normas, a patrones, a modelos de conducta determinados por su posición de clase y “saben” inconscientemente que pueden hacer (o no pueden hacer) esto o aquello, que deben vestirse así y no de otro modo, etcétera. (pág. 87)
Es interesante constatar como, a consecuencia de su tarea de realizar una síntesis interdisciplinaria, Don Milcíades prefiguró el concepto del habitus de clase como “estructura-estructurante” que Pierre Bordeau desarrollaría en la década del setenta. Esta prioridad otorgada a la dimensión subjetiva de la pertenencia de clase condujo a Peña por un camino fecundo. Esto se manifiesta con toda claridad en su análisis del proceso de formación de las clases sociales. Partiendo del esquema de clase en sí/clase para sí expuesto por Marx en Miseria de la Filosofía,nuestro autor se interroga sobre las etapas que una clase social debe atravesar para convertirse en un sujeto político capaz de luchar por el poder e imponer su hegemonía en la sociedad . Para eso se apoya en una lectura de la Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky, proponiéndola, implícitamente como modelo de un análisis marxista de un proceso histórico determinado, en donde se ha superado la tentación del determinismo económico estrecho. Peña retoma el análisis de Trotsky sobre la dimensión subjetiva de la lucha revolucionaria y la evolución de la mentalidad de las masas a medida que se agudiza la crisis de la vieja sociedad y las masas se van sumando a la lucha social. Trotsky había intuido la existencia de una dimensión subjetiva de la lucha de clases imposible de reducir a un reflejo mecánico del proceso económico-social. Peña propone analizar la destrucción de las “cadenas psicológicas” que ataban a los explotados al viejo orden, más como una consecuencia del conflicto social, antes que una causa que remite a una coyuntura puntual en el deterioro de las condiciones de vida del pueblo. Inscribiéndose este análisis dentro de una línea de interpretación, no-determinista casi subterránea, de los estudios marxistas que sería rescatada por la obra de los historiadores que rompieron con el paradigma evolucionista unilineal predominante hasta mediados de la década del sesenta en el campo del materialismo histórico.(Eric Hobsbaum y E.P. Thompson).
Obviamente los agudos análisis de Peña, hechos desde un pequeño espacio alternativo de un perdido país de América del Sur, donde la izquierda era minoritaria, no tuvieron influencia en el importante punto de inflexión que se produciría en las décadas del sesenta y del setenta en el seno de la teoría marxista y en el conjunto de las ciencias sociales. Pero como toda visión historiográfica va convirtiéndose a su vez en historia, este libro representa un aporte importante para conocer un intento de desarrollar la teoría marxista rompiendo con dogmas y esquemas perimidos. Y para las nuevas generaciones de militantes socialistas la posibilidad de conocer mejor la tarea de un pensador que con su humilde trabajo intelectual intentó reavivar la llama de la esperanza en un mundo mejor.

 

 

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