18/04/2024

Los límites macroeconómicos del neo-desarrollismo.

Por Féliz Mariano , ,

Introducción

 
El año 2002 marcó la salida del “modelo” de convertibilidad para dar paso a un modelo “neodesarrollista” de acumulación de capital. Ese modelo supone una dinámica macroeconómica pretendidamente diferente al anterior, siendo según sus defensores superadora tanto en cuanto a sus resultados sociales como en cuanto a la desaparición de sus límites, que se desplazarían al infinito.
El presente trabajo buscar mostrar que, de la misma manera que el “modelo” neoliberal, el régimen actual expresa las limitaciones del capitalismo periférico bajo nuevas formas.

 

De la crisis de la industrialización sustitutiva (1973-1976) a un patrón de acumulación primario extrovertido (1996 en adelante, y hasta la actualidad), el ciclo del capital inserto en el mercado mundial de manera dependiente conduce a una dinámica de acumulación que manifiesta rápidamente sus límites sociales y políticos bajo la modalidad de precarización persistente del empleo, depresión salarial y desigualdad sostenida. A nivel macroeconómico, esos límites se expresan en alta inflación, una tendencia inmanente a la apreciación cambiaria (real) y conflictividad socio-laboral.

De tal manera, luego de algunos años de “recuperación” del crecimiento y el empleo (2003-2007), la economía argentina comienza a enfrentar un bloqueo social, político y económico en tanto (al igual que el “modelo convertible” post-1993) el crecimiento capitalista periférico (“neodesarrollista”) aparece poco a poco como “tendencia a la crisis”.
 
 
Desarrollo capitalista en la periferia: del neoliberalismo al neodesarrollismo
 
Para caracterizar adecuadamente al presente patrón de desarrollo capitalista debemos remitir precisamente al fundamento: la relación capital. Es la necesidad social de producción y reproducción ampliada de esta relación lo que permite captar tanto las continuidades como discontinuidades que se producen en el movimiento histórico real de la sociedad. Esto significa comprender que el pasaje del neoliberalismo al neodesarrollismo, por ejemplo, debe ser analizado como una transformación en la forma del desarrollo capitalista, cambio que no involucra una transformación esencial en el mismo.[1]
Esta aclaración no sólo es necesaria como una forma de recordar que la voracidad del capital, su voluntad de mando y su necesidad de valorización sistemática deben estar siempre presentes en el análisis de la sociedad. También para resaltar la objetividad de la dinámica social como límite estructurantes de la capacidad de impugnación crítica por parte de los/as oprimidos/as y explotados/as.
Por una parte, hablar de capital y su lógica, implica remarcar que el mismo es una fuerza social que actúa a través de actores sociales concretos pero que los supera. El capital está constituido por los capitalistas pero no son estos quienes determinan a través de su voluntad individual su dinámica sistémica. Por el contrario, estos capitalistas (o capitales) individuales, más o menos aisladamente, a través de un proceso de disputa (competencia) por el mercado en la búsqueda de maximizar sus ganancias, producen (y son producidos) por la relación capital.
En segundo lugar, lo anterior implica que la dinámica social está, en muchos de sus aspectos centrales, sobredeterminada. Es decir, los actores colectivos no están en condiciones de imponer su voluntad individual al conjunto o al menos no pueden hacerlo racional y conscientemente. Los resultados de la dinámica societal serán producto del choque de voluntades colectivas, organizadas pero no omniconscientes, omnipresentes ni omnipotentes. Esto involucra tanto a los sectores y clases dominantes (‘capitalistas’) como a los/as dominados/as (‘trabajador@s’). El interés de los primeros tenderá a imponerse por la fuerza de las relaciones que constituyen la sociedad, y en particular por la fortaleza de la relación de explotación/dominación capitalista.
Los intereses de las clases dominantes tenderán a imponerse pero no lo harán necesariamente. En tanto las clases subordinadas son a su vez la base de la reproducción social (pues proveen de la fuerza vital que la garantiza), su resistencia tendrá un impacto real sobre la dinámica social.
Esta resistencia no necesariamente se manifestará bajo una forma activa y organizada, pero su existencia opondrá, en particulares circunstancias, cierto bloqueo a la capacidad del sistema social de reproducirse bajo una determinada modalidad.
Dicho esto quedará claro que comprendemos las transformaciones en la modalidad del desarrollo (el “modelo económico”) como el producto histórico necesario pero no inevitable de la dinámica objetiva de la sociedad y su articulación concreta con las modalidades de la lucha de clases y su resultado.
De lo que se sigue que el pasaje del neoliberalismo al neodesarrollismo no fue el resultado de la mera voluntad histórica de determinados actores o clases de superar un determinado “modo de regulación” social. Entendemos, por el contrario, que la crisis de la convertibilidad, que incluyó la depreciación cambiaria a su salida, fue producto de la depreciación necesaria de las mercancías que, en el marco de las relaciones dominantes de producción (capitalistas), es resultado necesario del aumento en la productividad laboral (Féliz, 2008; Féliz, 2007a).
Esto no implica subestimar la importancia de las disputas interburguesas (resaltadas por Basualdo, 2006, por ejemplo), sino ponerlas en su justo lugar. La depreciación del capital (asociada a su desvalorización) fue producto necesario de la expansión exitosa del mismo durante la “etapa de oro” de la convertibilidad (1991-1998). Necesario por resultar de la propia dinámica de reproducción social. La forma de la depreciación podría haber sido diferente (deflación en lugar de devaluación cambiaria) pero sólo una articulación de poder social de la clase trabajadora inexistente en esa coyuntura histórica podría haber frenado las determinaciones más esenciales de la crisis capitalista: la desvalorización del valor y la modificación de sus relaciones básicas (plusvalor/capital variable, plusvalor/capital total, etcétera).
El “modelo” que se articuló a partir de mediados de 2002 y se consolidó en 2003 con la relegitimación del poder político dominante, expresa las continuidades estructurales de los años noventa (Féliz, 2007b). En otro lugar hemos analizado al proceso actual como una etapa de acumulación neodesarrollista que se sostiene en el par salarios bajos-tipo de cambio alto, en un marco de explotación intensiva (saqueo) de las riquezas naturales (Féliz, 2008; Féliz, 2007b; Féliz y Pérez, 2007).
La recuperación de la tasa de ganancia a partir de la salida de la crisis, dio lugar a una expansión de la acumulación de capital de carácter inusitado. La tasa de ganancia para el conjunto del capital más concentrado (500 empresas de mayores ventas) que entre 1993 y 1998 estuvo en 10% del capital, cayendo a 7% entre 1999 y 2001, saltó nuevamente a partir de 2002 llegando a 13% (promedio 2002-2004).[2] La relación entre ganancias y salarios (o tasa de explotación) pasó de 54% (1999-2001) a 166% (2002-2004); en 1996-1998 había llegado a 80%.
El proceso general es conocido: el PBI creció, en términos reales, a una tasa superior al 8,5% durante 2003-2007 y la inversión privada aumentó más del 30% anual entre 2003 y 2006; la inversión en equipo durable de producción del sector privado aumentó un 227% entre 2002 y 2006; la tasa de inversión en relación al PBI llegó a 22,6% en 2007 (el valor más alto desde 1998, año en que llegó a 21,1%) y la tasa de inversión en bienes durables de producción llegó al 9,3% del PBI superando el pico anterior de 1998 (8,9%).[3]
Este salto en el ritmo de acumulación de capital tuvo un correlato en el crecimiento de la productividad del trabajo. Si bien para el conjunto de la economía no fue muy significativo (8,3% entre 2001 y 2008), en la industria manufacturera el aumento de la producción por hora trabajada fue importante (27,4%) sobre todo en los últimos tres años en que superó el 4% anual.[4]
 
 
¿El fin de la bonanza K? Patrón distributivo en el período post-convertibilidad
 
La salida de la convertibilidad a comienzos de 2002 ha sido propuesta desde los despachos oficiales como comienzo de una nueva etapa de acumulación de capital “progresista” en Argentina. Esta afirmación pareció corroborada por algunos datos generales de desempeño socio-económico (crecimiento del empleo, aumentos salariales, reducción en la incidencia de la pobreza).
Es cierto que luego de la crisis capitalista dentro del patrón de convertibilidad y luego de haber alcanzado un piso en la primera mitad de 2002, algunos indicadores usualmente asociados a un buen desempeño económico mejoraron sostenidamente.
Sin embargo, esa mejora en los indicadores macro y socioeconómicos no se condice con un cambio esencial en el patrón de acumulación. En efecto, los últimos dos años han comenzado a mostrar el verdadero rostro del capitalismo dependiente argentino. De la bonanza del “modelo kirchnerista” comenzamos a caminar su fundamento, su dinámica inmanente: pobreza estructural, bajos salarios y desigualdad social.
Esos elementos, los fundamentos conflictivos que articulan el actual patrón de acumulación, pudieron ser contenidos en tanto el crecimiento podía parecer “incluyente” y el contexto internacional era auspicioso. El cambio de contexto, interno y externo, permiten auspiciar un resquebrajamiento progresivo de legitimidad social del gobierno y por tanto del patrón de acumulación.
 
Cae la tasa de creación de empleos
En primer lugar, cabe marcar la performance del modelo en términos de su capacidad de generación de empleo. Este ha sido uno de los “puntos fuertes” de la política económica del kirchnerismo en sus diferentes versiones (Lavagna, Miceli, Peirano, Lousteau, Fernandez).
Desde el primer trimestre de 2003 el empleo ha crecido sistemáticamente. Hasta comienzos de 2008 (primer trimestre) el empleo total había crecido un 22,2%, mucho más que en el período de auge de la convertibilidad (12,8% entre Mayo de 1991 y Octubre de 1998).[5] El crecimiento trimestral en el empleo total ha sido de 1,3% desde el punto más bajo luego de la salida de la convertibilidad.
Por supuesto, esto no es sorprendente dado el crecimiento acelerado de la economía en la etapa. El capitalismo requiere de la fuerza de trabajo para reproducirse y el aumento del empleo no es más que la condición necesaria del desarrollo del capital en las etapas de reproducción exitosa (Marx, 1995 [1873]).
Sin intentar hacer apología de la convertibilidad, cabe remarcar que el actual “modelo” se alimenta de la reestructuración del capital concluida en la década pasada (Féliz, 2007b). De hecho, ya a la salida de la “crisis del tequila” podía verse el rostro del nuevo patrón capitalista pero aún en el cascarón de la convertibilidad (Féliz y Panigo, 2002). En efecto, el empleo total entre el mayo de 1995 y el mayo de 1998 creció a una tasa trimestral superior a la actual (1,8%). Es decir que el crecimiento del empleo en la actualidad se sostiene en un patrón productivo que ya se encontraba vigente en potencia a mediados de los noventa.
El actual no es un crecimiento ‘rico’ en empleo como pretenden sugerir algunos, sino que es un patrón de acumulación rico en precariedad laboral.[6] En efecto, en los primeros años del gobierno kirchnerista se observó un crecimiento del empleo total marcadamente alto en relación al crecimiento de la economía. En 2005 por cada 1% de crecimiento del PBI el empleo aumentaba un 0,97%. Sin embargo, la tendencia es a una caída en la relación entre el aumento del empleo y el aumento de la producción (la llamada “elasticidad empleo-producto”). En 2008 esa relación se había reducido a 0,62% de aumento en el empleo por cada 1% de aumento en el producto. En los noventa, en su etapa próspera, esa relación fue de 0,52% a 1%, no muy diferente a la actual (Féliz y Pérez, 2007: 343).
De manera que el empleo crece rápido sólo como resultado de un crecimiento económico que se mantiene por encima del 8% anual. Pero es un crecimiento cada vez más ‘pobre’ en empleo. Si el crecimiento cayera a 5% anual (rápido en términos históricos) el crecimiento del empleo sería apenas suficientes para absorber el crecimiento en la oferta de fuerza de trabajo (población económicamente activa), poniendo un límite al descenso en la desocupación, que hoy llega al 10% en promedio pero se mantiene por encima del 20% entre los miembros de hogares pobres.
 
Los salarios crecen menos que la inflación
La salida de la convertibilidad significó una caída generalizada en los salarios reales. Los salarios del sector público cayeron 27% entre 2001 y 2003, mientras en el sector privado se redujeron un 32% entre los trabajadores no registrados (“en negro”) y 11% entre los trabajadores registrados.
Cuadro 1. Evolución de los salarios reales. Tasa de variación2001-2007, Argentina.
Sector Privado – Registado
Sector Privado – No registrado
Sector Público
2001-2003
-11%
-32%
-27%
2003-2005
17%
10%
-1%
2005-2006
9%
7%
0%
2006-2007
Inflación oficial (8,8%)
9%
12%
14%
Inflación alternativa (26%)
-6%
-3%
-1%
Fuente: Estimación propia sobre la base de datos del INDEC.
Los primeros dos años del primer gobierno kirchnerista (2003-2005) marcaron un aumento de los salarios reales en el sector privado. En el sector público, los salarios reales se estancaron al compás de la política de superávit fiscal.
Durante 2005-2006 continúo una tendencia similar. Igualmente, en 2006 el poder de compra de los salarios se encontraba aun en promedio un 5% por debajo del nivel de 2001. Sólo los trabajadores formales habían superado ese nivel (con 14% de aumento real) mientras los estatales e informales aún tenían mucho por recorrer.
En 2007, por primera vez desde 2003, los salarios de los trabajadores estatales subieron por encima de los salarios en el sector privado. En todos los casos, según la inflación oficial, ese año el aumento en los salarios reales habría sido superior al crecimiento del PBI real (de 8,7% en 2007).
Sin embargo, si tomando en cuenta las estimaciones más “realistas” de la inflación la situación se modifica sustancialmente. Según un estudio de los trabajadores del INDEC, la inflación en 2007 habría triplicado los valores oficiales, alcanzado el 26% (Junta Interna ATE-INDEC, 2008). Teniendo en cuenta esta información, se aprecia que los salarios reales no subieron el año pasado sino que cayeron de manera leve pero generalizada, revirtiendo la tendencia anterior.[7]
 
Se agotó el proceso de mejora distributiva
El resultado general del proceso de creación de empleos y aumento de salarios en la etapa inicial del modelo actual permitieron reducir la desigualdad distributiva.
Gráfico 1. Participación en el ingreso. Tasa de variación. Deciles de ingreso según ingreso total familiar. 2001-2007, Argentina.
Fuente: Estimación propia sobre la base de datos del INDEC.
Entre 2001 y 2003, en la salida de la convertibilidad, sólo el decil 1 (los más pobres) y el decil 10 (los más ricos) vieron subir su participación en los ingreso totales.[8] Esos fueron los únicos dos sectores que no vieron caer sus ingresos reales en el período. Los primeros, básicamente, producto de la generalización de los Planes Jefes y Jefas y los últimos por ser los beneficiarios directos del proceso devaluatorio.
En los dos primeros años del primer gobierno kirchnerista (2003-2005) toda la población, excepto por el quintil superior, recuperó peso en la distribución del ingreso en particular los hogares más pobres. Los ingresos reales del 40% más pobre de la población (cuya mayoría tiene ingresos por debajo de la línea de la pobreza) aumentaron más de 40% en ese período (su participación en el ingreso pasó de 10,2% a 12,3%), mientras en el otro extremo el ingreso del decil más rico aumentó sólo un 11% (su participación en el ingreso total cae de 40,8% a 36,8%). Este proceso estuvo fuertemente asociado al aumento en los niveles de empleo.
Sin embargo, entre 2005 y 2006, la propia información oficial confirma que el proceso de redistribución progresiva de los ingresos comenzó a detenerse. En efecto, en ese período el 40% más pobre de la población perdió participación en los ingresos totales, al igual que el 10% más rico. Fueron los sectores medios (deciles 5 al 9) los que ganaron en esa etapa. En este período el ingreso real de los hogares más pobres (decil 1, con ingresos por debajo de la línea de indigencia) cayó, algo que no ocurría desde 2001-2003.
Si bien no hay información oficial a partir de entonces, como señalamos antes, la desaceleración en la tasa de creación de empleos y el aumento de los salarios por debajo de una tasa de inflación “real” en ascenso, marcan que la tendencia de 2005-2006 se habría profundizado a partir de finales de 2006.
 
Los/as trabajadores/as dejaron de recuperar terreno en el espacio de la distribución del ingreso.
Entre 2001 y 2003, la crisis provocó una fuerte caída en la participación de los trabajadores y las trabajadoras en el ingreso. Una caída en los salarios reales y el empleo mayor a la caída en la producción, llevaron su participación en el ingreso a sus niveles mínimos desde 1993.[9]
Gráfico 2. Participación de los/as asalariados/as en el ingreso. Porcentaje del VAB a precios básicos. 1993-2007, Argentina.
Fuente: Estimación propia sobre la base de datos del INDEC. Nota: la participación de los asalariados en el ingreso se estima como “Remuneración al Trabajo Asalariado” como porcentaje del Valor Agregado Bruto (VAB) a precios básicos, ambos en términos corrientes.
El período 2003-2006 estuvo signado por un aumento en esa participación. Esto fue producto de un aumento en la masa salarial superior al crecimiento del PBI.
En 2007 no hay estadísticas oficiales pero utilizando la información disponible de crecimiento del ingreso, inflación, salarios y empleo puede estimarse que esa relación habría continuado en ascenso (línea punteada del gráfico), casi recuperando el nivel de 2001.
Teniendo en cuenta la inflación “real”, sin embargo, puede plantearse la hipótesis (altamente probable) de que en realidad la participación de los asalariados y las asalariadas en el ingreso retomó su tendencia descendente. Esto es consistente con la reducción en la capacidad de creación de empleos de la economía, el aumento en la inflación por encima del crecimiento nominal de los salarios y el incremento en la conflictividad socio-laboral.
 
 
Límites macroeconómicos del modelo neodesarrollista
 
Al comenzar este trabajo señalamos la importancia de separar analíticamente la forma y el contenido de la dinámica social. El contenido se vinculaba al carácter capitalista de la sociedad, a la relación capital como la relación social fundante, mientras la forma se vincula a aquellos elementos concretos que permiten reproducir esa esencia, y siendo por lo tanto necesarios.[10]
Las tendencias del capital se vinculan a la necesidad social de la explotación del trabajo. Esas tendencias incluyen y requieren mecanismos que garanticen la dominación política del capital a la vez que suponen tácticas que permitan la extracción y apropiación capitalista del valor.
Por otra parte, la propia dinámica objetiva del capital tiende a generar un proceso que reproduce sus fundamentos objetivos. En la economía argentina, la reproducción del capital asume modalidades particulares que se asocian a su posición periférica y dependiente en el ciclo del capital global.
 
Inserción periférica y dependiente
Primero, la economía argentina se encuentra fuertemente integrada al ciclo del capital a escala global. Como ya mostramos en otro lado (Féliz, 2007b) la cúpula capitalista está fuertemente trasnacionalizada en todas las ramas de la producción. Esto se manifiesta, en parte, en que el 80% de las exportaciones y un tercio de las importaciones son generadas directamente por estos capitales. Por otra parte, la fuerte inserción en el ciclo del capital internacional se expresa en que las exportaciones totales del país representan el 24,6% del PBI en 2007 (frente al 10,4% en 1998); las importaciones pasaron del 12,9% al 20,3% en ese período.
Esta fuerte integración no es una integración simétrica con los países desarrollados sino una articulación profundamente asimétrica. A pesar del fuerte avance de la productividad laboral en los años noventa (en el marco de la profunda reestructuración ‘regresiva’), la economía argentina se encuentra todavía muy por detrás de la frontera tecnológica en la mayoría de las ramas de la producción.[11] El comercio internacional del país manifiesta esta distancia. Por un lado, las exportaciones son fundamentalmente de productos primarios o manufacturas de productos primarios, que representaban en 2007 el 56,8% del total (sin grandes cambios en relación a 1998: 58,1%). Desde el punto de vista de las importaciones, la mayor parte se concentra en insumos y medios de producción (76,2% en 2007, en comparación al 76,5% de 1998).
Segundo, desde el punto de vista de la circulación del valor la estructura distributiva de la producción argentina se presenta en un esquema de demanda final con notables cambios. Esos cambios son el reflejo de las transformaciones estructurales que ha atravesado la Argentina y que han consolidado un patrón de valorización basado en la superexplotación del trabajo y acumulación extrovertida.
Cuadro 2. Estructura de la demanda final. Porcentaje del PBI. 1993-2007, Argentina.
Año
Consumo asalariado (a)
Consumo capitalista (b)
Inversión
Exportaciones netas (c)
Déficit SPN (d)
1993
29,7%
39,3%
19,1%
-2,4%
-2,4%
1998
24,5%
44,6%
19,9%
-2,5%
-0,9%
2002
20,8%
41,1%
12,0%
15,0%
-0,7%
2003
20,3%
42,9%
15,1%
11,2%
-2,3%
2005
24,3%
37,0%
21,5%
5,9%
-3,7%
2007
24,7%
33,9%
24,2%
4,3%
-3,2%
Fuente: Estimación propia sobre la base de datos del INDEC. (a) Tomamos como consumo asalariado a la participación de los salarios en el ingreso, restando la participación del 10% más rico. (b) Lo aproximamos a partir de la diferencia entre el consumo total y el consumo asalariado, sumando la participación del 10% más rico. (c) Comercio de bienes y servicios. (d) Resultado total del Sector Público Nacional (SPN).
El primer dato a resaltar es que la contracara de la superexplotación del trabajo es el reducido peso que tiene el consumo popular (asalariado) en el consumo y la demanda final. Como se aprecia, menos de ¼ de la demanda final es sostenida por el valor necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. Luego de 10 años, habiendo superado ya el pico de producción anterior de 1998, trabajadoras y trabajadores no alcanzan los ya bajos niveles de gasto de consumo (en proporción al valor creado) del año 1993.[12]
Este bajo nivel de gasto global en la reproducción de la fuerza de trabajo se explica fundamentalmente por el avance en la superexplotación del trabajo. Esto se manifiesta en un ingreso familiar que para la mayor parte de los trabajadores y trabajadoras no alcanza a cubrir la canasta familiar, o siquiera la canasta básica (Féliz, 2008; Marini, 1973). En la actualidad, como señalamos antes, con tasas de desocupación por debajo del 8% de la población económicamente activa, todavía hay aproximadamente un tercio de los hogares bajo la línea de la pobreza y un 80% de los mismos con ingresos inferiores a la canasta familiar (que a medidos de 2008 representaba aproximadamente 3500 pesos por mes).[13]
Los cambios en el patrón de apropiación del ingreso entre clases (desde los trabajadores a los ‘no trabajadores’) se ha traducido también en una modificación en modo de utilización del plusvalor. A mediados de los noventa, la mayor parte de éste era destinado al gasto improductivo. El consumo de los sectores dominantes representaba casi la mitad del valor agregado y aproximadamente 2/3 del plusvalor total. Es decir, la realización del plusvalor se orientaba hacia las ramas productoras de medios de consumo ‘suntuario’.
En la presente etapa se ha producido una reorientación del uso del plusvalor a la acumulación. Si bien el consumo de las clases dominantes continúa representando la mayor parte del valor acumulable, esa proporción se ha reducido a favor de la inversión productiva.
En términos de realización de la ganancia, siguiendo la ecuación kaleckiana, las mismas son equivalentes a la suma de consumo capitalista (‘suntuario’), inversión, superávit externo y déficit fiscal (Kalecki, 1933). Como se aprecia en el cuadro 2, en la nueva etapa la inversión aumentó su peso como motor de la realización de las ganancias en un 25% (pasando de ser el 33% de las mismas a representar un 41%). El otro factor expansivo ha sido el comercio exterior que al tornarse globalmente superavitario, en 2007 representó el 7,3% de la masa de ganancias. La contracara ha sido la caída en la participación del consumo suntuario de 73% a 57% del total.
Sintetizando, la dinámica actual de la economía argentina se articula en niveles salarios bajos (sobreexplotación de la fuerza de trabajo) en el marco de un proceso de acumulación de capital fuerte basado en niveles de rentabilidad extraordinarios.
Sin embargo, este esquema presenta límites concretos que se vinculan a ciertas restricciones macroeconómicas de la acumulación capitalista periférica y dependiente.
 
Tipo de cambio real y superexplotación laboral
Debido a la inserción periférica en el ciclo internacional del capital, la valorización del mismo al interior del territorio argentino se encuentra apuntalada en una competitividad internacional (tipo de cambio real elevado) que se sostiene en la superexplotación del trabajo.
Teniendo en cuenta que el tipo de cambio real depende de la relación entre las productividades relativas y los salarios reales relativos entre los espacios nacionales de valor (Féliz, 2008; Shaikh, 1991) si la productividad no aumenta muy rápidamente, la competitividad tenderá a reducirse a menos que los salarios reales se estanquen relativamente. O si se quiere, si los trabajadores no pagan la mayor competitividad a través de mayor intensidad laboral y explotación, el capital exige que la ‘financien’ resignando para de sus ingresos.[14]
La superexplotación del trabajo se manifiesta en la necesidad política de intentar sostener los salarios en el sector privado creciendo no más que la productividad y en niveles por debajo de la canasta básica a una proporción importante de las familias trabajadoras. Luego de 5 años en que el PBI ha crecido en términos reales más de un 50%, más ¼ de la población todavía es pobre.
Los costos laborales unitarios reales deben caer en relación al resto del mundo, si desea sostenerse el tipo de cambio real (tcr). Si los salarios reales en el sector privado aumentan más que la productividad, la rentabilidad del capital se reduce y con ella cae la competitividad internacional de los sectores que compiten con importaciones o exportan mercancías industriales. Si ello ocurre en mayor medida que en el resto del mundo, la competitividad (tcr) tiende a caer.
En la experiencia reciente del país, luego del salto en la competitividad producto de la devaluación nominal (que redujo los salarios reales), el tipo de cambio real se ha apreciado sostenidamente debido a que los costos laborales reales unitarios subieron sostenidamente desde 2003.
Si bien en Argentina los salarios reales son hoy más bajos en 2001, el aumento de la productividad industrial ha sido menor que el aumento que se ha producido en el país que tomamos de referencia (EE.UU.).
La caída en la competitividad ya impacta sobre el superávit externo. A pesar de que los precios internacionales de los productos de exportación del capital local se encuentran en niveles históricamente elevados, el superávit de cuenta corriente cae tendencialmente desde 2003.
Este efecto es parcialmente compensado por el aumento en los precios relativos internos de los bienes versus los servicios, en particular servicios públicos de alta incidencia en los costos industriales (Féliz, 2008; Shaikh, 1991). El índice de precios implícitos relativos entre bienes y servicios aumentó hasta 2007 un 48,8% en comparación con 2001 (si bien cayó un 13,5% desde su nivel máximo en 2003).
Gráfico 3. Tipo de cambio real efectivo y tendencial. 2001-2008, Argentina.
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos del INDEC y el Bureau of Labor Statistics. Nota: el TCR está estimado como el tipo de cambio nominal divido por el índice de precios mayoristas para la industria. El CLUR refleja la evolución de los costos laborales unitarios reales relativos entre la industria manufacturera argentina y la industria manufacturera en Estados Unidos, corregido por la evolución de los precios relativos entre bienes y servicios de Argentina. Nota: se asume que los precios relativos en EE.UU. no han cambiado sustancialmente.
Esta tendencia convoca a otra limitación del patrón de acumulación actual. Un límite que este puede encontrar, y los sectores dominantes buscan desplazar y contener, es que el incremento sostenido de los distintos componentes de la demanda agregada local pueden conspirar contra el superávit externo. Por un lado, los mayores salarios aumentan la demanda interna de alimentos y combustibles, lo cual puede reducir el saldo exportable sustancialmente. En segundo lugar, y más importante cuantitativa y cualitativamente, la internacionalización del capital local lo convierte en fuerte demandante de insumos y bienes de capital importados. El deterioro relativo del saldo exportable es consistente con esta evaluación. El crecimiento enfrenta la restricción estructural que representa una inserción internacional periférica y dependiente.
 
Las ‘finanzas’ contra el trabajo
Otra restricción macroeconómica se vincula a la voluntad de sostener un superávit fiscal suficiente como para afrontar las obligaciones de la deuda pública y la acumulación de reservas del Banco Central. Esta es la marca en el orillo de la política económica “neodesarrollista” que nos indica un rasgo de continuidad estructural. El superávit fiscal tiene su contracara en el peso del capital financiero, que aún actúa como representación de los intereses generales del capital (Féliz, 2007b).
A pesar de un discursos que enfatiza la creciente “autonomía” de la economía argentina frente a los acreedores, el pago al FMI y al Club de Paris sólo crean la ilusión de autonomía. En los hechos, junto a la reestructuración de buena parte del endeudamiento, la reconfiguración de las relaciones con los acreedores externos sólo crea las condiciones necesarias para un reparto ‘justo’ del plusvalor entre el capital productivo y el capital financiero.
Luego de la crisis de la convertibilidad, la continuidad de la valorización del capital requería ‘desvalorizar’ también los capitales ficticios creados durante la etapa anterior y la transición al patrón actual (2002-2003). Antes de la reestructuración de 2005, el endeudamiento público (mayormente externo, en moneda internacional) había alcanzado el 137% del PBI en promedio entre 2002 y 2004. A partir de 2005 cayó tendencialmente hasta aproximadamente 55% del PBI, un nivel equivalente al vigente en 2001. La desvalorización de un 33% aproxima la caída que se produjo en el valor internacional de las mercancías producidas domésticamente en el período inmediatamente posterior a la salida de la convertibilidad (Féliz, 2008).
Era socialmente inviable, en términos capitalistas, la cesión de más de 10% del PBI a los fines del pago de intereses al capital financiero trasnacional. Ello representaba cerca de cerca de la mitad del plusvalor disponible para la acumulación en 2001-2002.
Si la fuga del capital a finales de los años noventa no era más que el registro por parte del capital de las dificultades para una valorización sostenida, el flujo positivo a partir de 2005 constata que la reestructuración fue necesaria para que el propio capital financiero contribuyera a recrear el fundamento de su propia valorización.
Esto no significa, sin embargo, que esta forma del capital haya ‘perdido’ frente a otras formas (productivas) del capital. En los hechos, la política de superávit fiscal registra adecuadamente el ‘poder de las finanzas’ en la actualidad. El origen de ese excedente fiscal destinado a la acumulación de reservas y el pago de los intereses del endeudamiento público da cuenta del fundamento de clase del mismo.
Suele enfatizarse el peso de las retenciones a las exportaciones como la clave del superávit fiscal. En efecto, en 2007 los “Derechos de exportación” representaban el 79,5% del superávit primario del Sector Público Nacional (SPN). Sin embargo, ese excedente resulta fundamentalmente de la reducción en el salario real (no menos del 15% en comparación con 2001) y relativo (en comparación al PBI real) de los trabajadores y trabajadoras del sector público.
La existencia del boom de precios internacionales permite a corto plazo contener parcialmente la contradicción superávit (capital financiero) – salarios públicos, permitiendo un financiamiento extraordinario proveniente de una transferencia de valor del exterior. La existencia efectiva de renta extraordinaria en las producciones vinculadas a la explotación intensiva de la tierra evita que la presión del superávit sobre los salarios sea mayor. En la medida en que tales rentas tiendan a extinguirse por el ‘desinfle’ de los precios internacionales y/o la presión de los costos de producción domésticos, la presión para el ajuste en el sector público aumentará.
 
 
Desarrollo capitalista y la inmanencia de la crisis
 
Hemos marcado algunas de las restricciones macroeconómicas del actual ciclo de valorización de capital en Argentina. Amén de sus diferencias, siendo formas de la relación capital, ellas convergen en el fundamento de la sociedad: el conflicto inmanente en tal relación. La tendencia a la crisis de la sociedad capitalista es por ello un elemento inmanente de la misma. Ella remite al fundamento social de su reproducción.
El desarrollo capitalista supone la crisis y su superación sólo crea nuevas formas necesarias para el desarrollo de su contenido contradictorio. La crisis es superada por un nuevo modo de articulación de las formas sociales, formas que manifiestan el contenido de la sociedad.
En tanto continúe el antagonismo de clases fundado en la dominación/explotación capitalista, las formas sociales remitirán al mismo buscando su reproducción. La forma del Estado y sus políticas concretas (neoliberalismo, neodesarrollismo) también dan cuenta de ello.
La forma capitalista de desarrollo, a través de la valorización del capital y su acumulación privada, apuntalan la reproducción del dominio del capital en tanto relación social cosificada. Este proceso, fundado en el desplazamiento del trabajo vivo y el aumento de la productividad social del trabajo, involucra la desvalorización del valor mismo y por ello contiene elementos de crisis (Féliz, 2008). El propio ‘éxito’ del capital en términos de su capacidad de acumulación contiene el fundamento de su derrumbe.
Derrumbe no en el sentido de límite histórico, sino en términos de barrera. Esta tendencia al derrumbe, en el sentido de ser una fuerza que conduce sistemáticamente a la crisis, a la interrupción general de las condiciones de reproducción del capital, se sintetizan en la ley de caída tendencial en la tasa de ganancia (Féliz, 2008).
Esta ley no permite dar cuenta por sí del límite del sistema (Féliz, 2008). Esta ley expresa una barrera que el capital se pone a sí mismo. La contradicción que constituye al capital no implica su imposibilidad lógica (Lebowitz, 1976: 237); más bien identifica una barrera que no es un límite absoluto. Una barrera es un límite que puede ser negado, que puede ser superado. La caída tendencial en la tasa de ganancia expresa entonces una barrera inseparable del capital (Lebowitz, 1976: 249). Es su propia negación, la que asegura su crecimiento, movimiento y desarrollo como capital. La crisis es, en este sentido, el medio a través del cual la barrera, como límite relativo, puede ser superada realmente.
Esta ley permite deducir la tendencia a la crisis como inmanente al propio capital. No permite dar una explicación científica del ‘fin del sistema’ (¿cuándo se acabará el trabajo explotable?) sino que demuestra su enorme capacidad destructiva.[15] “La destrucción de capital, la desvalorización del trabajo vivo, la reconstrucción de términos ‘más justos’ (para el capital) de explotación: esto es para el capital la crisis, éste es el precio que está dispuesto a pagar para renovar su dominio, su potencia subjetiva” (Negri, 1978: 115).
En el caso de Argentina, la evidencia de un proceso expansivo, basado en la explotación ‘potenciada’ de los bienes naturales y la fuerza de trabajo, auspicia una tendencia expansiva relativamente prolongada en tanto la fuerza antagonista del pueblo trabajador no se condense en organización y poder popular. La valorización del capital bajo la forma del ‘saqueo’ o lo que Harvey (2005) denomina “acumulación por desposesión” avanza desplazando la crisis en el espacio y el tiempo, en tanto las exigencias populares no enfrentan las barreras inmanentes al propio capital.
La reproducción ampliada del capital requiere siempre del sometimiento de las fuerzas subjetivas que lo constituyen, es decir del dominio (subsunción) real del trabajo. En tanto ello ocurre las demandas de los trabajadores y trabajadoras desplazan los límites inmediatos que el capital busca imponer pero no violentan su esencia. Los salarios reales pueden subir y el desempleo bajar, pero dentro de los parámetros ‘capitalistas’ (Marx, 1995[1873]: 765-769).
En el caso de las economías periféricas esos límites serán, en general, más acotados como comprobamos en la actual coyuntura argentina. Aun en las etapas más fuertemente expansivas las mejoras distributivas son leves, como vimos, en tanto el patrón de desarrollo se sostiene en una inserción internacional periférica y dependiente.
Mientras la dinámica objetiva de la reproducción capitalista en la periferia tiende a bloquear la expansión de los disfrutes y la libertad de trabajadoras y trabajadores, también las formas estatales tienden a actuar en línea con ello. Esto incluye a los sindicatos tradicionales como formas del capital.
Sólo en la medida en que la conflictividad social se traduce en organización popular que cuestiona ‘rigidez’ de las formas sindicales tradicionales, ella comienza a corroer la base subjetiva del sistema. Si los sindicatos ‘negocian’ salarios dentro de los parámetros del capital (dentro de los “techos salariales”), la reproducción social no se invalida. De allí que la suba del salario real no sea incompatible con la valorización exitosa.
Sin embargo, cuando la presión al interior de los sindicatos traduce crecientes niveles de organización en la base, las barreras que el propio capital crea comienzan a percibirse como límite, como restricciones a superar. Las demandas se manifiestan en la superación de parámetros de la negociación, en la disputa del lugar del sindicato en los conflictos, en la extensión de las demandas más allá de los salarios o las luchas contra los despidos.
En el caso específico de la discusión aquí planteada, es en ese marco que el enfrentamiento tiene su reflejo en creciente inflación (Féliz, 2007), apreciación del tipo de cambio, o problemas de financiamiento en el sector público. La valorización puede continuar pero el registro de estas “luces amarillas” para los sectores capitalistas los induce a exigir concesiones del trabajo (flexibilización, ‘modernización’, despidos) o del Estado y los sindicatos (subsidios, mediación y represión/cooptación).
Las mejoras sociales de los primeros años del período post-convertibilidad que fueron resultado de los coletazos de un proceso de lucha social y organización popular que alcanzó su punto más alto a finales de 2001 (y que continúa en la actualidad bajo otra modalidades). La hegemonía social del capital, que parecía reestablecida definitivamente hacia finales de 2006 (Féliz, 2007b), se presenta crecientemente disputada en tanto el “modelo” no cumple con las expectativas y el proceso objetivo de reproducción del capital social comienza a encontrarse con un pueblo trabajador que, con dificultades, rechaza la prolongación del deterioro de sus condiciones de vida.
 
Referencias
Basualdo, Eduardo (2006), Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad, FLACSO / Siglo veintiuno editores, Buenos Aires.
CENDA (2007), “La demanda de inversión en la actual etapa económica”, Notas de la economía argentina, 3, Junio, pp. 3-9, Buenos Aires.
Féliz, Mariano (2007a), “A note on Argentina, its crisis and the theory of exchange rate determination”, Radical Review of Political Economics, vol.39, no.1, Union of Radical Political Economics (URPE), Nueva York (EE.UU.), ISSN 0486-6134, eISSN: 1552-8502, pp. 80-99.
Féliz, Mariano (2007b), “¿Hacia el neodesarrollismo en Argentina? De la reestructuración capitalista a su estabilización”, en ¿Coyuntura favorable o nuevo modelo?: Economía argentina, Anuario EDI, Economistas de Izquierda, 3, Ediciones Luxemburg, pp. 68-81, Buenos Aires, 191 pags., ISSN: 1669-3817, Abril.
Féliz, Mariano (2008), “Un estudio sobre la crisis en un país periférico. La economía argentina del crecimiento a la crisis, 1991-2002”, tesis doctoral, sin publicar.
Féliz, Mariano y Panigo, Demián T., “El rol del mercado de trabajo en la determinación de los ingresos familiares” , en Globalización, empleo y generación de ingresos, pp. 249-270, 286 págs., Banco Mundial/Grupo de Trabajo de ONGs sobre el Banco Mundial, Agosto 2002, Buenos Aires (Argentina).
Féliz, Mariano y Pérez, Pablo E. (2007), “¿Tiempos de cambio? Contradicciones y conflictos en la política económica de la posconvertibilidad”, en Boyer, Robert y Neffa, Julio C. (comp.), Salidas de crisis y estrategias alternativas de desarrollo. La experiencia argentina, Institut CDC pour la Recherche / CEIL-PIETTE/CONICET, Editorial Miño y Dávila, 1ra edición en castellano, pp. 319-352, 760 pgs., Buenos Aires. ISBN: 978-84-96571-57-0.
Féliz, Mariano y Sorokin, Isidoro (2008), “¿Rigidez estructural del tipo de cambio? El caso de la Argentina a la luz de un enfoque marxista”, en Toledo F. y Neffa, J.C. (comp.), Interpretaciones heterodoxas de las crisis económicas en argentina y sus efectos sociales, Editorial Miño y Dávila, Buenos Aires, 368 pags., pp. 283-310, ISBN10: 8496571785. ISBN13: 9788496571785.
Féliz, Mariano y Chena, Pablo (2006), “La crisis recurrente del desarrollo capitalista en la periferia. Una lectura desde Argentina”, en Macroeconomía, grupos vulnerables y mercado de trabajo. Desafíos para el diseño de políticas públicas, Asociación Trabajo y Sociedad / CEIL-PIETTE, pp. 15-38, Buenos Aires, 342 pgs. ISBN-10: 987-21579-3-6; ISBN-13: 978-987-21579-3-6
Féliz, Mariano; Panigo, Demian (2000), “Desigualdad, Pobreza y Bienestar en las regiones Argentinas”, ponencia, 1ras Jornadas de Sociología, participación como ponente, Departamento de Sociología, Universidad Nacional de La Plata, 30 de Noviembre y 1 de Diciembre, La Plata (Argentina).
Harvey, David (2005), “El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión”, en Panitch, Leo y Leys, Colin (eds.), El nuevo desafío imperial – Socialist Register 2004, CLACSO, pp. 99-129, Buenos Aires.
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Junta Interna ATE-INDEC (2008), “Índice de precios al consumidor IPC-GBA del año 2007: ejercicio alternativo ante la imposibilidad del cálculo del IPC-GBA debido a la intervención del INDEC”, Comisión Técnica ATE-INDEC, documento No. 4, Enero.
Kalecki, Michal (1933): “Los determinantes de las ganancias [(1933)1954]”, en Ensayos escogidos sobre dinámica de la economía capitalista (1933-1970), Fondo de Cultura Económica, 1977, México, pp.94-109.
Lebowitz, Michael A. (1976), “Marx’s falling rate of profit: a dialectical view”, The Canadian Journal of Economics, vol. 9, 2, may, pp. 232-254.
Marini, Ruy Mauro (1973), Dialéctica de la dependencia, Era, México.
Marx, Carlos (1995[1873]), El Capital, tomo 1, volumen 3, Siglo XXI editores, 17va edición, México.
Neffa, Julio César (2007), “Evolución del modo de desarrollo argentino y su impacto sobre la relación salarial. Un enfoque de largo plazo desde la Teoría de la Regulación”, documento de trabajo, CEIL-PIETTE / CONICET, Buenos Aires, Junio.
Negri, Antonio (1978), Marx más allá de Marx, Ediciones Akal, 2001, Madrid.
Shaikh, Anwar (1991) “Competition and Exchange Rates: Theory and Empirical Evidence”, Working Paper, Department of Economics, New School for Social Research, Nueva York.


[1] Como veremos más adelante, esto no significa que los cambios que se producen carezcan de importancia histórica, política o social.
[2] El capital se estimó como el valor bruto de producción neto de las utilidades. Fuente: Encuesta Nacional a Grandes Empresas (ENGE) del INDEC.
[3] Cabe resaltar que el ritmo de crecimiento de la inversión se ha reducido fuertemente a partir de 2005. En 2006 en aumento en la inversión real en equipo durable de producción fue del 17,5%, en comparación con el año anterior. En 2007, aumentó 22,6%. Para más información sobre el proceso inversor en Argentina ver CENDA (2007).
[4] Para el conjunto de la economía la productividad se estimó como la relación entre la producción (EMAE) y el empleo total. Para la industria manufacturera se calculó la relación entre la producción industrial y las horas trabajadas.
[5] Según estimaciones del INDEC a partir de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
[6] En 2006 el 57,4% de los ocupados estaban precarizados (IDEF-CTA, 2007).
[7] Si tenemos en cuenta que en el primer trimestre de 2008 el crecimiento nominal del PBI fue de 30% en comparación con igual período de 2007 y el PBI creció (según el gobierno) en términos reales un 8,35% en igual período, podemos estimar que los precios para el conjunto de la producción aumentaron un 21,65%. En ese mismo período, según el INDEC, la inflación al consumidor habría sido de sólo 10,2%.
[8] Esta información considera sólo la distribución del ingreso tal cual es medida a partir de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Por lo tanto, registra fundamentalmente la distribución de los ingresos provenientes de salarios y jubilaciones. La distribución de los ingresos asociados a la propiedad del capital (rentas, ganancias e intereses) no está siendo adecuadamente registrada. Para más detalles sobre las características de la EPH ver Féliz y Panigo (2000).
[9] En 1993 comienza la nueva estadística oficial de la llamada distribución ‘funcional’ del ingreso.
[10] Necesarios aunque no únicos. Las formas sociales existentes son elementos necesarios para la reproducción del capital pero no son los únicos medios para la reproducción social. La sociedad podría reproducirse a partir de otras formas bajo el capitalismo (lo ha hecho) pero también otras formas pueden sostener la reproducción social bajo otra esencia (no capitalista).
[11] Según el Centro de Estudios para la Producción (CEP) del Ministerio de Economía, a finales de los años noventa la industria argentina estaba en un 50% de esa frontera (Féliz, 2008).
[12] Por otra parte, cabe resaltar que no sólo la clase trabajadora en su conjunto se apropia para su propia reproducción de una menor parte del valor creado. Esa menor apropiación se produce en un contexto en el cual los hogares convierten cada vez más de su capacidad de trabajo (capitalista) potencial en fuerza de trabajo activa. Esto se ve reflejado en un aumento sostenido y sistemático en la tasa de actividad, en particular entre jóvenes y mujeres (Neffa, 2007).
[13] A partir de la información del IDEF/CTA y estimaciones propias.
[14] Como expresamos en otro lado “La crisis recurrente pone a los países en una clara disyuntiva. Una alternativa es que los trabajadores acepten las restricciones sistémicas impuestas por la falta de productividad y acepten bajar su estándar de vida para garantizar la reproducción del capital, al menos ‘hasta que el país alcance el desarrollo’. La otra opción es dar un salto cualitativo y poner bajo el control social la estrategia de desarrollo, lo cual implica sin dudas medidas drásticas como tomar el control de la renta extraordinaria del sector primario y usarla para generar un desarrollo tecnológico independiente, definir la rentabilidad ‘adecuada’ del capital y discutir la necesidad de una inserción diferente en la economía mundial” (Féliz y Chena, 2006: 36).
[15] Es posible sí señalar que en los Grundrisse Marx refiere al final de la misión civilizatoria del capital al indicar el hecho de que finalmente el trabajo (el valor, el dinero) se convierte en una medida miserable de la riqueza. Será allí que finalmente el capital podrá ser superado (¿por qué medios?) Evidentemente no mediante una suave transición, sino un “violent overthrow” (recordemos a Rosa Luxemburgo).

 

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