29/03/2024

«Benjamin y Brecht. Historia de una amistad», de Erdmut Wizisla

Por Díaz Ariane , ,

«Benjamin y Brecht. Historia de una amistad», de Erdmut Wizisla

Trad. de Griselda Mársico
Buenos Aires, Paidós, 2007, 380 págs.
 
La relación personal e intelectual de Benjamin con Brecht ha sido motivo de tensiones entre sus allegados durante su vida y motivo de disputa entre sus estudiosos. Las controversias han tenido consecuencias en la edición del legado de Benjamin: Arendt y otros editores han señalado modificaciones y omisiones en la edición de su obra, entre ellas, la demora en la publicación de sus escritos dedicados a Brecht. 

Wizisla dedica este libro a analizar esta “compleja” relación, considerándola productiva y contestando a las difundidas opiniones negativas al respecto. Se trata de un estudio erudito y documentado, con el que el autor trata de reinterpretar los artículos e intercambios epistolares de estos amigos, o subsanar y ampliar las lecturas de los mismos. Director de los archivos “Bertolt Brecht” y “Walter Benjamin” en Berlín, Wizisla sabe aprovechar este acceso a sus escritos para contrastar los textos más conocidos de estos autores con cartas personales, entradas de diarios y consultas hechas a sus allegados. Sin embargo el interés no es solo filológico (aunque es quizá lo más destacado en su libro), sino también “lo político, lo humano, y cada vez más también lo literario y lo referido a la política artística” (p. 332).

Los vaivenes de esta amistad, construida en los treinta, años de ascenso del fascismo y consolidación del stalinismo, acompañan y señalan muchos de los problemas que marcaron al conjunto de esa generación intelectual europea, y que le dieron proyección en lecturas posteriores. Tanto Scholem como Adorno quienes también compartieron una relación personal e intelectual con Benjamin, consideraron que la influencia de Brecht sobre este lo alejaban de sus fortalezas intelectuales (p.34). Nos centraremos en la lectura adorniana por ser la más difundida en el contexto de las discusiones sobre la tradición del marxismo occidental y de la Escuela de Frankfurt en particular, con la que por lo general se afilia a Benjamin, aunque no fuera miembro pleno del Instituto.
Señalemos en primer lugar las preocupaciones comunes que muestran una particular configuración de e intereses que englobaron a esta generación de “marxistas occidentales” y al propio Brecht, que en el libro de Wizisla encontramos sobre todo alrededor del proyecto de revista Krise und Kritik (Crisis y crítica), finalmente no concretada pero durante 1930-31 impulsada por Brecht y Benjamin. El proyecto apuntaba a intervenir en la lucha ideológica con “la intelligentsia burguesa” (incluso en los temas en que esta se consideraba como en casa), “propagandizando” y “aplicando el materialismo dialéctico”, al decir de Benjamin (p. 138) al análisis de la crisis teórica, artística y social que por esos años caracterizaban. Además del acuerdo sobre la necesidad de la intervención política en el terreno de las ideas presupuesto en la edición de la revista misma, entre los problemas comunes discutidos por Brecht y Benjamin hacia ese proyecto estuvieron el papel de los intelectuales, los problemas de método de la crítica marxista y los posicionamientos frente a las nuevas técnicas artísticas de la época: todos ejes diferenciadores de las temáticas y posicionamientos del marxismo “oficial” soviético de la época, y centrales en las discusiones del “marxismo occidental” (muchas veces en forma de debates entre ellos).
Otro punto que unió a Brecht y Benjamin fueron las vanguardias artísticas en auge en esos años: sus críticas a las instituciones artísticas, técnicas experimentales y posicionamientos políticos que explicitaban o que sus prácticas posibilitaban fueron de su interés. Benjamin dedicó a estas experiencias algunas de sus más conocidas elaboraciones, como las referidas al surrealismo o al productivismo ruso, aunque al parecer tuvo un tardío conocimiento de los agrupamientos rusos que venían desarrollándose desde principios del siglo. El acercamiento a ellos a través de Asja Lacis y el propio Brecht lo impactaron, como se deja ver en “El autor como productor” (donde las referencias a Tetriakov se dan en paralelo a la obra de Brecht): por un lado porque en sus formas críticas y disruptivas planteaban desafíos a las concepciones tradicionales de producción y recepción de las obras, y por el otro, porque en la aspiración a la unión entre arte y vida que enunciaban, empalmaban con una posibilidad de crítica a la sociedad capitalista que Benjamin veía aprovechable en esta lucha ideológica[1]. Su atracción hacia Brecht tuvo como uno de sus ejes, más que una estricta coincidencia de tradición cultural, teórica o política, el hecho de considerarlo parte de estas nuevas fuerzas en el arte.
En cuanto a concepciones teórico-políticas, Wizisla señala una que unió a Benjamin y Brecht, central en su producción y significativa para los desarrollos posteriores de la Escuela de Frankfurt: las críticas a las ideas de “progreso”, presentes en los textos de Benjamin y resumidas en su último escrito, las tesis “Sobre el concepto de la historia”, publicadas póstumamente y según relata Wizisla, elaboradas por Benjamin en gran medida bajo la influencia por Brecht (p. 273), en quien Benjamin confiara como uno de sus primeros lectores. Este blanco común de ataque, presente también en las críticas de Adorno y Horkheimer al concepto de Ilustración, es descartado por Adorno cuando atribuye a la mala influencia de Brecht ciertos posicionamientos respecto a la concepción materialista de la historia. Quizás las distintas consecuencias derivadas de este punto de inicio común, como las que desprendía Benjamin en “La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica”, tan criticada por Adorno, y los que desprenderían Horkheimer y Adorno en Dialéctica del Iluminismo, sean algunos de los motivos[2]. Pero no el único.
Adorno y Benjamin reconocen principios metodológicos y políticos comunes (un marxismo antipositivista y una ubicación política independiente del PC). Frente a las críticas de Gretel Adorno, por ejemplo, Benjamin trata de justificar a Brecht señalando que “trata de aclararse, hasta donde puede, las razones de la política cultural rusa”, y que reconoce “que la línea teórica es una catástrofe para todo lo que venimos defendiendo hace veinte años” (p. 108). Pero según la lectura de Adorno, concepciones marxistas “toscas” como las vertidas en “La obra de arte...” alejarían a Benjamin de las perspectivas teóricas manejadas por los representantes de la Escuela de Frankfurt. Más allá de los motivos biográficos que imposibilitaron un trabajo común entre Benjamin y el Instituto (la definitiva, el suicidio de Benjamin), lo que Adorno critica en la relación con Brecht muestra que había allí diferencias no solo teóricas sino también políticas. Al parecer, para Adorno, Brecht lleva a Benjamin a involucrarse con proyectos de “fines pedagógicos” (como los que buscaba Brecht en su teatro épico), una práctica que Adorno no considerará productiva. Es durante esos años que los posicionamientos de los representantes del Instituto en cuanto a las posibilidades de una intervención ideológica y una política propiamente dicha se harán cada vez más tajantes y excluyentes, y las acusaciones de “simplificación” en algunos escritos de Benjamin podrían dirigirse más a esta voluntad de intervención política que explicitaban y que lo unían a Brecht, mientras que los representantes del Instituto irían pasando de considerar a la praxis crítico-teórica como una manera importante de praxis política, a casi la única aceptable. Y si Benjamin podía coincidir con la primera consideración, estaba lejos de aceptar la segunda[3].
Por otro lado, la versión “tosca” del marxismo atribuida a Brecht y su crítica al stalinismo y al PC alemán (considerada poco contundente), dibujan a un Brecht dogmático opuesto a la tradición reivindicada para el marxismo occidental, que busca separarse del dogma stalinista. Lecturas como la de Adorno marcan así no solo un balance de la obra de Benjamin sino también una tradición que el Instituto reivindicará para sí. Pero el lugar de Brecht en el marxismo de la época es contradictorio. Sus intenciones pedagógicas estaban lejos de una defensa de un realismo dogmático como el establecido en la URSS y más aún, sus obras mantienen muchos puntos de contacto con las experiencias vanguardistas, denostadas por la política cultural soviética en los treinta. En cuanto a la posición frente al stalinismo, más allá de que efectivamente las críticas de Brecht fueron circunstanciales, condescendientes y no públicas (por tanto, no planteadas como lucha política), el ataque a Brecht de Adorno desdibuja similares vacilaciones de Benjamin y también las propias: ninguno de los marxistas occidentales en los treinta se caracterizó por ser un referente en la lucha antistalinista, sino que se mantuvieron al margen en el debate político abierto para esos años, más allá de las apreciaciones personales en cartas o charlas.
Este problema asoma como otro punto importante para esta generación, y también para las posteriores lecturas sobre ella que la consideran una variante “antidogmática”. Wizisla cita varias opiniones negativas frente a la política stalinista, moderadas en Brecht y más tajantes en Benjamin, e incluso una temprana pelea entre ambos en torno a la figura de Trotsky en 1927, donde Benjamin habría tomado partido por este (p. 71). Pero ambos, en cuanto a las distintas estrategias políticas planteadas para la Revolución Rusa, incluso ya en el periodo de las purgas, consideraban a Stalin un mal menor contra el fascismo. Wizisla resume una carta de Benjamin de 1938 donde este “describe su posición y la de BB (Bertolt Brecht) sobre la Unión Soviética, que todavía es un ‘agente de nuestros intereses en una guerra futura’, aunque es ‘sumamente costoso’ por los sacrificios. Agrega que BB no ignora que ‘el actual régimen de gobierno ruso’ es ‘un régimen de gobierno personal con todos los horrores que implica’, y que para reconocer eso no se necesita de la circunstancia de que Tetriakov, amigo y traductor de BB, probablemente haya sido ejecutado (pp. 320-1). Brecht incluso duda de las noticias de la URSS: “Si un día se comprobara la sospecha, pensaba BB, ‘había que combatir al régimen, y públicamente’. Pero ‘lamentablemente o gracias a Dios’, la sospecha hoy día todavía no es certeza” (p. 320). La poca o nula discusión sobre la figura de Trotsky en esta tradición de intelectuales es significativa si tenemos en cuenta que la perspectiva política de la revolución permanente, además de enfrentar al stalinismo, estaba basada en una teoría marxista antipositivista y antievolucionista (como expresa la idea del desarrollo desigual y combinado, por ejemplo) a la que aspiraban también los marxistas occidentales y con la cual, por tanto, podrían haber discutido. En el marco de esta omisión, merece destacarse, no solo diferenciándolo de Brecht sino también de la Escuela de Frankfurt, que Benjamin fue quizás el único que para 1929, en el marco del ataque y silenciamiento a la oposición en la URSS, aún consideró posible citar a propósito del surrealismo, como autoridad en el terreno de la política hacia los artistas, a Trotsky, o reivindicar en sus diarios sus lecturas de Mi vida o ¿A dónde va Inglaterra? Si las críticas a Brecht por sus ambigüedades frente al stalinismo por parte de Scholem, antimarxista, respondían a querer alejar a Benjamin no del stalinismo, sino del marxismo en general, las de Adorno no responden a una consecuente lucha político- ideológica contra sus presupuestos, sino a que su “marxismo” se consideraba prescindente del debate político de estrategias.           
En suma, el libro colabora a una rediscusión de los principales problemas con que se enfrentó esta generación de intelectuales en la década del treinta, y las complejas y contradictorias relaciones que entablaron a partir de sus posicionamientos estéticos y políticos, muchas veces leídos hoy como menos problemáticos de lo que fueron.
 
Ariane Díaz
Facultad de Filosofía y Letras (UBA)
Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx”
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Lucha de Clases
 


[1] En este sentido, las preocupaciones de Benjamin por los desarrollos técnicos como el cine responden más a un “espíritu vanguardista” entusiasta de las nuevas posibilidades abiertas para el arte contra las funciones que le asigna el capitalismo, más que a un entusiasmo “economicista” por la técnica.
[2] El apartado sobre la cultura de masas en este libro parece responder casi punto por punto a este texto de Benjamin: los frankfurtianos dan una visión completamente escéptica respecto a los desarrollos de la industria cultural frente a la lectura contradictoria, de peligros pero también de nuevas posibilidades, dadas por Benjamin (hemos analizado este tema en A. Díaz, “De la utopía a la manipulación”. En: Lucha de Clases Nº 7 (2006), pp. 159-177).
[3] Wizisla cita a Adorno planteando que Benjamin se sentía atraído hacia el materialismo histórico no tanto por su contenido teórico sino como una necesidad de “autoridad, en el sentido de cobertura colectiva”. Wizisla agrega que “La aversión posterior de Adorno por el concepto de Brecht de un arte político con capacidad de intervención ya está dirigida aquí, en cierto modo por anticipado, a Benjamin” (p. 33).

 

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