29/03/2024

La guerra y la crisis económica contemporánea

Por Nakatani Paulo , ,

La mayor parte de la discusión sobre la guerra, iniciada después de los ataques del 11 de septiembre al World Trade Center y al Pentágono, se concentra en los aspectos geopolíticos y estratégicos del imperio estadounidense, en la profundización de la estrategia contra toda y cualquier oposición, identificando al terrorismo y al tráfico de drogas, y sobre los aspectos políticos y éticos de la guerra.

Sobre el punto de vista económico, los análisis se centran en las cuestiones de corto plazo especialmente en las pérdidas de las aseguradoras, compañías aéreas y retracción del turismo. Esas pérdidas, asociadas al incremento de la inseguridad y la acentuación en la retracción de la demanda del consumidor norteamericano, tienden a acelerar la tendencia recesiva desencadenada por la crisis del mercado financiero, antes del 11 de septiembre. Todavía algunos analistas tienden a defender el papel dinamizador de la demanda bélica como un factor contrarrestante, por lo menos parcial, a la crisis actual.

Otra interpretación, que podríamos considerar más estructural, coloca a la guerra como una “necesidad” del propio desarrollo capitalista. Renato Pompeu [1] , afirma por ejemplo que: “las empresas luchan por reducir cada vez menos el tiempo de trabajo vivo, que es lo que crea más plusvalía, hasta que se llega a un punto en que ello tiende casi a cero, de ahí que puede Ud. hacer. Ud. acaba con el capitalismo, o si quiere mantenerlo, tiene que destruir todo, destruir las mercaderías en general para aumentar el tiempo de trabajo necesario para producir. Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo una reconstrucción fantástica de Europa. Cuando se desarrollaba la guerra de Kosovo, la revista The Economist, británica, se quejó, –se quejó, o dio lugar a la queja, no vamos a acusarla de eso–, señalando que los empresarios quedaron decepcionados porque la destrucción fue muy pequeña, y por tanto no habría muchas inversiones allí. Y no es crueldad humana, es una cosa casi automática, va aconteciendo sin que Ud. siquiera lo perciba...”

Para él, ya estamos en la tercera guerra mundial, que se inició desde la guerra de Kosovo, y que sería necesaria para destruir el capital acumulado y permitir un nuevo ciclo de acumulación, como ocurrió en las guerras napoleónicas, y en las primera y segunda guerras mundiales.

En este artículo, discutimos estos puntos de vista y defendemos la idea de que la forma como esta guerra se está desarrollando, asociada a un gran desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones capitalistas de producción, no deberían generar condiciones semejantes a las creadas en las guerras anteriores para la reproducción ampliada del capital. Por tanto, no existen condiciones para un nuevo ciclo largo de expansión del capital.

La demanda de guerra como demanda efectiva

Las guerras convencionales, desarrolladas hasta la segunda guerra mundial, tenían como característica la movilización de enormes ejércitos que exigían alimentación, vestuario, transporte, combustible, armas, equipamientos y municiones en gran volumen, utilizadas extensivamente. Las guerras actuales son más localizadas, de preferencia en las regiones económica y políticamente más atrasadas, evitando los centros industrialmente más desarrollados del mundo. Al mismo tiempo, los grandes ejércitos de las naciones desarrolladas fueron sustituidos por fuerzas relativamente pequeñas, altamente especializadas y armadas con sofisticados equipamientos. En este sentido la guerra reproduce el proceso industrial de sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto.

En el campo enfrentado, más atrasado, la movilización de grandes contingentes humanos para la guerra no amplía, igualmente, la demanda efectiva en los ramos productores de bienes de consumo, alimentación y vestuario debido a la precariedad en que ya vivían los combatientes. Más se expande la demanda por armas y equipamientos también sofisticados, ampliando enormemente el mercado negro y el contrabando de equipamientos bélicos, lo que sólo beneficia a un pequeño grupo de traficantes de enormes stocks de armas, municiones y de equipos acumulados por la industria bélica.

Al contrario de las grandes guerras mundiales que enfrentaban naciones con niveles de desarrollo industrial relativamente próximos, la mayor parte de las guerras de la última mitad del siglo pasado (guerra de Indochina, guerra de Corea, guerra de Viet Nam, guerra del Golfo, guerra de Kosovo), enfrenta una gran potencia, normalmente los Estados Unidos, contra un país mucho más atrasado. Este medio siglo de guerras localizadas continuas establece un nivel de demanda efectiva, cuyo aumento en un conflicto abierto será poco significativo para el crecimiento de la demanda global. Así, la idea de que la guerra amplía la demanda efectiva y dinamiza la economía solo podría ser defendida para el corto plazo y para ramas de actividades que no son dinámicos, excepto para el caso de la industria bélica. En este sentido, los efectos depresivos de corto plazo pueden ser mucho más importantes que los efectos expansivos.

La guerra como sustituto de la crisis (la destrucción de capital y de fuerza de trabajo)

Renato Pompeu coloca correctamente el papel de las guerras en la destrucción de capital constante y variable, para la revitalización del proceso de acumulación, pero no estamos de acuerdo con la idea implícita de que esta guerra creará las condiciones para otro largo ciclo de acumulación. Durante las crisis cíclicas del capitalismo, parte del capital fijo y desvalorizado es destruido, al mismo tiempo en que parte de la fuerza de trabajo es expulsada del mercado yendo a constituir la parcela del ejército industrial de reserva, o asimismo, a ampliar el lumpen proletariado. Las grandes guerras mundiales del siglo pasado cumplieron ese papel de forma brutal e intensa en Europa y el Japón, estimulando un nuevo ciclo de acumulación.

A cada ciclo de expansión y contracción, la estructura productiva tiende a recomponerse en un grado más elevado de desarrollo de las fuerzas productivas y con nuevos determinantes en las relaciones capitalistas de producción.

Además de esto, aceptando aun la hipótesis de que la guerra actual sea ya la tercera gran guerra, que envolverá a todas las naciones del planeta y que llegue a destruir grandes parcelas del capital fijo ya instalado, la reconstitución del mismo deberá darse sobre nuevas bases tecnológicas, cuyo ciclo industrial será mucho más corto y, por mayor que sea la tasa de explotación del trabajo, no revertirá significativamente la tasa de ganancia.

Durante las grandes guerras mundiales, enormes contingentes, millones de trabajadores fueron convertidos en soldados. Por tanto, parte significativa de la fuerza de trabajo era dislocada del proceso productivo y transferida para el frente. Esa fuerza de trabajo era sustituida por el ejército industrial de reserva y por la incorporación de mujeres, niños y enfermos al mercado de trabajo. El grado de desarrollo de las fuerzas productivas exigía que cada unidad de la fuerza de trabajo dislocada para la guerra fuese sustituida por otra equivalente. En aquel momento, los millones de muertos resolvieron el problema del excedente de fuerza de trabajo en el mercado de los países capitalistas desarrollados.

Hoy, el actual grado de desarrollo de las fuerzas productivas estaba ya expulsando a trabajadores del proceso productivo, como no exige tampoco hoy que ellos tornen a ser soldados en la guerra. Aun cuando los Estados Unidos masacren las poblaciones de los países subdesarrollados que se involucren en la guerra, el exceso de fuerza de trabajo desarrollado por la contradicción entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, continuará presionando a la crisis a los países desarrollados.

En este sentido, la forma actual de la guerra no desempeñará el mismo papel que tuvo en las guerras mundiales. No destruirá capital ni fuerza de trabajo en escala suficiente para un largo ciclo de reconstrucción capitalista. Además de eso, como vimos, en caso de que ello ocurriera, será en un contexto de contradicciones sociales mucho más graves.

La guerra como impulso al desarrollo científico y tecnológico

Las guerras mundiales del siglo pasado y la guerra fría, posteriores a la segunda gran guerra, propiciaron un enorme impulso al desarrollo científico-tecnológico y la producción capitalista. Ellas estimularon la investigación y la creación de nuevos productos que ampliaron enormemente el campo de acumulación capitalista. La investigación militar y espacial, financiada principalmente por los organismos de los estados de los países desarrollados marca toda la gama de productos y servicios disponibles hoy en los mercados capitalistas de consumo.

Así, sería imaginable que una nueva gran guerra, en el contexto de la llamada tercera revolución industrial y de la “nueva economía” podría producir otro gran impulso al desarrollo científico tecnológico capaz de generar nuevos productos y servicios. Es muy dudoso que una nueva gran guerra realmente produzca ese impulso. Pero la cuestión que colocamos es hasta qué punto estamos sobre el signo de una nueva revolución industrial. ¿Estaríamos apenas profundizando y desarrollando conocimientos, productos y servicios, sobre la misma base anterior?

El principal producto de la segunda revolución industrial, el automóvil, dinamizó los mercados capitalistas durante prácticamente todo el siglo pasado y todavía continúa como uno de los principales productos del mercado. El funciona, aún, basado en el motor de combustión interna, impulsado junto con la base energética electromagnética de la segunda revolución industrial. Uno de los pilares de esa estructura industrial, el petróleo, ha sido considerado el pivote de varias guerras y también de la guerra contra el Afganistán.

El desarrollo científico y tecnológico, en el contexto de la mundialización del capital tiende a concentrarse cada vez más en los países desarrollados. Los países subdesarrollados sufren un proceso de desestructuración productiva y una tendencia a reprimarización de sus economías, con un empobrecimiento de parcelas cada vez mayores de sus poblaciones. De esta forma, un nuevo impulso al desarrollo científico y tecnológico dentro del actual régimen de acumulación podrá ser aún más excluyente.

Como todos sabemos, el desarrollo científico-tecnológico se constituye en la forma por excelencia de sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto en la sociedad capitalista. Subordinado al capital, el produce un patrón de acumulación y consumo incompatibles con las necesidades de la mayor parte de la población mundial. Como ya está ampliamente divulgado, apenas el 20 % de la población del planeta es responsable por el 80 % del consumo mundial.

Consideraciones finales

Si las grandes guerras anteriores ejercieron un papel importante para la destrucción de capital y de fuerza de trabajo que permitieron la revitalización del proceso de acumulación, una nueva gran guerra no deberá desempeñar un papel equivalente. .

El contexto mundial de las guerras anteriores era la redistribución del mundo, de la conquista de los mercados y del aprovisionamiento de materias primas, fundamentales para la acumulación del capital en la época. Hoy, no se coloca más la cuestión de la redistribución del mundo ni la conquista de mercados tiene el mismo peso. El petróleo como fuente de energía es todavía la excepción.

La hegemonía mundial obtenida por los Estados Unidos después de la segunda guerra mundial, competida parcialmente por el Japón y Europa y reafirmada al final del siglo pasado se encuentra nuevamente en jaque por la respuesta estadounidense a la crisis de hegemonía y la guerra, con la cual amenazan envolver a todas las fuerzas de oposición y resistencia al modo de producción capitalista. Cabe a estas fuerzas encontrar una vía para la superación del capitalismo, para la construcción del socialismo, y para evitar el caos que probablemente podrá extenderse por el mundo en caso de que esta nueva guerra se configure efectivamente, como una tercer y gran guerra mundial.


 [1] Buenos Amigos, N° 55, 2001.

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