23/04/2024

La segunda gran etapa colonial

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1. Bestiario

Así como Frederic Jameson concibió su Lógica cultural del capitalismo tardío parado frente a la arquitectura no referenciada del Hotel Buenaventura, hace años esperamos que alguien haga otro tanto, mas desde los territorios que se caen del mundo.

Uno de los supuestos no reflexionados por Jameson es que en ese hotel siempre estuvo encendida la luz eléctrica. No resulta sencillo pues, ni se ve en apariencia el objeto, de pensar el caso contrario. El hotel no pagando la cuenta de luz, por ejemplo. Pero, ¿qué sucede en una escuela pública, que pudo formar la arcilla educacional de los Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, cuando la empresa privada que vende electricidad decide cortarle el suministro porque al Estado no le interesa pagar la luz de las escuelas? Si paga no puede "honrar la deuda" (sic). Tal es así, que la palabra deuda se pronuncia sin explicitar externa. No hace falta. No existe deuda con los habitantes, por ejemplo, sólo ocurre la deuda con los banqueros.

El colonialismo tardío es la versión periférica de lo que no ocurre en el centro productor de mundialización. Vivimos la segunda gran etapa colonial, expresándose abajo, en los bordes, en sitios que quedan a la deriva, como democracia de la mirada; conquistando con la tortura del fin del flujo de capitales, y colonizando con productos electrodomésticos.

En el museo de la moneda del Banco Nacional del Canadá, en la ciudad de Ottawa, hay una vitrina donde puede leerse que el 90 por ciento de la plata y el 70 por ciento del oro que, desde 1492 y por tres siglos, circularon en el mundo, provino de las colonias hispanoamericanas. Los economistas, desde luego, hicieron cálculos y obtuvieron la fórmula. Pero no hacen lo propio para informar sobre cuánto del modo de vida de cualquier franja acomodada del mundo sale de las multitudes que abonan intereses de deuda desde los años setenta, empobrecidas, sin producir posmodernidad cultural, y perdiendo los logros sociales de la propia modernidad.

Conversamos de esto una serie de noches chilenas en el Canadá, en casa de Gastón Lillo -estudioso insomne del cine latinoamericano-, y con sus amigos Leandro Urbina -escritor antiacadémico-, Juliana Starkman -canadiense de Corrientes y Callao o sea del Buenos Aires donde se cruzan los cuarenta billares-, y la pequeña e inteligente Isis -hija de "egiptianos"- dicho así de refilón por los que nunca terminan de memorizar la lengua del español nacido en muchos mundos a la vez. (Fue la continuidad de las mismas conversaciones con dos griegos en un departamento aromatizado de arroz griego, Basilis Alexiou y Angelina Giannetopoulu, en Salamanca.)

Recuerdo que cuando ocurría aquel boom del "fin de las ideologías" (cuyo subtexto era dejar intacta una sola: la del neoliberalismo), combinado con el "fin de los grandes relatos" (cuyo sobretexto era la vivencialidad de uno solo: el mercado libre), más el "fin de la historia" (cuyo entretexto era la absolutización de un solo tiempo, el hiperpresente, esa actitud casi suicida de un grupo hegemónico que por primera vez decidía no mirarse en el futuro, no proyectar las consecuencias de sus actos ecoantropológicos), digo que por entonces un amigo reflexionó que está bueno, que si este grupo declama todo ello, no habla sin embargo del fin del espacio. El espacio como ese gran territorio para la acumulación, que incluye a la reproducción virtual del capital. El espacio real cerrado para los hombres que miran, y abierto para las mercancías que proyectan miradas. El capitalismo tardío hizo del espacio el comienzo de su reestructuración colonial. Los términos globalidad, globalización, mundialización se instalan por segunda vez en cinco siglos. No hay impedimentos. Se trata de una civilización que ha erigido al espacio en su coordenada matriz, con una clave categorial que no parece un tránsito entre dos épocas históricas, sino más bien presentada espectacularmente como el trasiego entre dos espacios: del real al virtual. En 1492 se inauguraba la ocupación real del mundo, cinco siglos más tarde ocurre la captura virtual. Capitales del mundo colonial que no se sabe hacia dónde viajan, instalaciones que desaparecen como un abanico de velámenes, seducción de imágenes que llegan desde algún sitio, deudas de países acumuladas en libros digitales, vulneraciones, opresiones, alucinaciones, cohechos, pesadillas, matanzas.

En su discurso de ingreso a la Real Academia Española de la Lengua, José Luis Sampedro relataba que lo esencial del capitalismo es su creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto más egoísta se comporte cada individuo, tanto más contribuirá al progreso colectivo. Se desprestigian, así, todas las actitudes cuyos móviles no sean los económicos. Con la caída del muro de Berlín se pasa de un mundo controlado por una bipolaridad a otro bajo un solo poder. El "fin de la historia" fue entonces una advertencia: el fracaso del comunismo demuestra la verdad del capitalismo, consagrándolo como orden natural definitivo, toda vez que el comunismo -escribe Sanpedro- era el sistema opuesto y no ha podido subsistir. El altar mayor erigido a la banca mundial. (Los únicos edificios de altura en la ciudad de Ottawa -que es una ciudad tranquila- son de los bancos. Donde desaparece la tranquilidad, se levantan otros muros como el israelí de veinte kilómetros de largo, en tierras cisjordanas, otro Berlín pero ahora capitalista, es decir "legítimo", y módulos altísimos de hormigón para dividir la vida en dos, el bien y el mal, la luz y la oscuridad.)

La idea sobre este espacio la pronunció el jefe de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1997: dos grandes zonas en el mundo, dijo, la que piensa y la que trabaja. Como en el origen de la división de la sociedad en clases, pero ahora no para una aldea que abandona el estadio primitivo, sino para el mundo de los poderes excéntricos pasado a uno solo unificado. Este es el mensaje: la historia de la división en clases recién comienza. Ni países, naciones o regiones. Tampoco zonas bajo la definición de la geometría o geografía clásicas (parte de la superficie de la esfera comprendida entre dos planos paralelos). Nada de eso. Franjas formacionales concebidas de manera más o menos espontánea en un caso, proyectadas en otro, pero desde la antropogénesis de una posmodernidad colonial.

La idea sin embargo puede ampliarse, como si seis grandes zonas de la globalización se autorreferenciaran en el parto del siglo xxi: la sección que piensa, la que trabaja, la que desaparece. Una cuarta zona, móvil, fragmentaria, sirve como avenida de circulación entre las tres anteriores: la que especula, las islas financieras. Una quinta desde donde se proyectan íconos de igualdad social virtual: la productora de imágenes. La sexta simplemente es la de resistencia. La sexta se instala en todas las otras, eclosiona, se oscurece y recomienza, retumba, traza huellas, totemiza, empantana y rebalsa, se abre y difumina. Es una zona de nuevo pensamiento, de nuevas prácticas sociales y, tal vez, del parto de muchos socialismos, es decir abandono de su modelo singular y unilineal en la idea de Raymond Williams (1986).

2. La zona que piensa

Es la que absorbe todos los recursos económicos disponibles. Por lo general también con el intento de creación de un espacio de seguridad ecológica. (Aquí no hay cómo levantar una muralla que la aísle, sin embargo, del efecto invernadero.) Están los hombres de ciencia, la tecnología necesaria, la prognosis, la juridicidad, el más alto modo de vida. Es la parte del mundo plenamente rica y segura. El sector que dirige el globo. Megaempresas y universidades. Los ciudadanos dejan a sus representantes económicos, financieros, para que -vestidos de políticos- ordenen su zona y a las otras. Impongan sus preceptos de mercado y mundialización. Por algo son los que piensan. Un centro de disciplinamiento y disuasión.

Los centros se sienten guardianes tradicionales del orden. Es el estilo de vida heredado del pasado, pero estructurado desde un modo de apropiación particular del producto social. Es el orden natural que considera aberrante, condenable y extirpable a cualquier otro orden que no sea el suyo. Los centros protegen a veces tan rigurosamente este lugar, con una absolutización tan dogmática, que pueden crear campos de exterminio en su defensa. Los intelectuales suelen funcionar en esa dirección, aportando con medios educativos, de comunicación, de tanto prestigio como para acallar las dudas, silenciar represiones y descalificar a los disidentes.

La zona que piensa está protegida por instituciones simbólicamente autorizadas, con alcance planetario. Emiten encíclicas virtuales. Es el papado del siglo xvi pasado al xxi como poder instaurador de las nuevas demarcaciones: la OTAN como gobierno militar; la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (Consejo de Seguridad) como cancillería; Banco Mundial-Fondo Monetario Internacional (FMI) como gobierno financiero; Grupo de los siete (G-7) como gobierno político; los Estados Unidos como el nuevo papado.

Los centros crean cambios tecnológicos, poseen sus derechos intelectuales, venden sus marcas, recogen las regalías. Todo lo "otro" es lo que se opone a lo "mío". En el Museo de la Civilización de Ottawa hay un cine con sensaciones tridimensionales. Están pasando el filme Los misterios de Egipto. El sonido y la imagen envuelven al espectador como si estuviera en el centro del episodio. En el centro de los centros. Alta tecnología presentando un argumento sobre las tumbas de los faraones egipcios que yo había leído cuando niño en el "Tesoro de la juventud", en una edición que venía a ser del 1900. En el filme es de noche en el desierto, dos "egiptianos" semidesnudos cruzan sigilosos, corriendo en la arena y roban tumbas de faraones. Pero son lord Carnavon y Carter con sus impecables sombreros de corcho quienes descubren la tumba de Tut Anj Amón. Los indios roban, los blancos descubren. Era el texto elemental del capitalismo colonial del 1900, y sigue siendo el mismo con la tecnología más sorprendente. Es como si el capitalismo se volviera toda vez más primario, en la concepción colonial, pero proyectando ese disparador ideológico con tecnociencia basada en fascinación. En los cafés, junto al museo, ancianos acomodados toman su desayuno. Ellas, las ancianas, tienen el pelo rapado finamente a la europea, blancos, evitando las tinturas tóxicas. Se construye la embajada norteamericana frente al Parlamento, tal vez más grande que el Parlamento. Rosa, como la Pantera. Un libro, Las últimas recetas del Titanic, bellamente encuadernado, con las comidas originales en papel de seda, antes de hundirse en el mar. Como en Bolivia no hay mar, allí el capitalismo posmoderno ha logrado que la quinta parte de la población, los más pobres, naufraguen con el 4 por ciento de la riqueza nacional, y la quinta parte más rica viaje con el 55 por ciento.

El espacio militarizado cibernético, protector del orden natural, se inauguraba con la Guerra del Golfo. Fue la carta de presentación de su modo de ser "democrático", coalicional, usando por primera vez del derecho universal de las Naciones Unidas. La coalición de los treinta y tres países dirigidos por los Estados Unidos llevándose a trescientos mil muertos iraquíes contra quinientos de la "entente". Era también la metáfora de la grieta entre ricos y pobres. Tampoco se supo cuántos más muertos civiles por el bloqueo internacional al país sitiado. La primera guerra higiénica, asexuada, de la zona que piensa el nuevo orden como supresión del pasado y del futuro. Un ejército de héroes encabezado por la nación-mito, policía mundial de la libertad y la democracia, se dio cita en el desierto para ir a destrozar a un ejército de infelices encabezados por un "loco" de un país del Tercer Mundo, se dijo en 1992. Once años después la nación-mito volvía como nación-arcángel, armada de la espada divina por la libertad petrolera.

Zona de empresarios jóvenes, científicos satisfechos y militares tecnológicos

Decía que Ottawa es una ciudad bilingüe (¿lo dije?) y su universidad es la primera del Canadá en que sus profesores dan clase a dos lenguas: anglofrancofonía. Forma parte de una identidad. Sobre un promontorio rocoso rodeado de un jardincito, frente al río Ottawa y al más viejo puente de la ciudad, Champlain levanta un astrolabio con la mano derecha. Es la estatua en bronce a un conquistador, el fundante de Quebec y vendedor de espejotes a los indios hurones que le permitieron así remontar el Ottawa. La estatua se llama El astrolabio. El conquistador parado arriba, el indio sentado abajo. El indio con una pluma y un collar de laureles. Yo estaba allí a las diez de la mañana del domingo frente a este texto colonial. Al frente el espectáculo del río, pero a un costado había un hombre -tal vez joven- sentado sobre el césped, con las piernas abiertas y estiradas, sin dejar que vean su cabeza y apoyando los brazos un poco por detrás. Frente a él una muchacha arrodillada haciéndole sexo oral. La muchacha trabajaba de una manera extraordinaria sobre el pene del sujeto. Acompañaba la boca con toda su cabeza, con las manos y el movimiento de todo el cuerpo. Primero creí que eran dos amantes, pero el trabajo de ella era tan francamente servil, como ausente el movimiento del hombre sin cabeza. Obvio que era una prostituta. Ella levantó la cara un momento, se recogió la cabellera rubia hacia atrás, me miró sin ninguna expresión, y continuó el acto de absorción. Venía a ser un trabajo arduo, maquinal, pero sumamente calificado en las ondas continuas que iban desde la cintura hasta la boca. Yo no me podía ir ni quedar, de hecho formaba parte del escenario del mundo. El conquistador arriba, la india abajo. Otro astrolabio. Ella volvió a levantar el rostro, me miró, descansando un segundo, y se recogió otra vez el pelo sin ninguna seducción. El tampoco le tocó la cabeza, ni un solo agradecimiento en cuanto el acto concluyó después de unos minutos. Se levantaron y se fueron. Un segundo texto colonial en la zona que piensa. Champlain con una india rubia. En la posmodernidad colonial las razas dejaron de tener significación. Lo que cuenta es el poder pleno. Naomi Campbell no es negra, es rica. Aparición de nuevas razas: civilizados y desaparecidos.

Y ahora sí, otra vez Titanic. ¿Y si por este camino de acumulación/exclusión se navegase en una noche espléndida, con música en los salones, recetas exquisitas, bebidas y cigarros, risas eufóricas de los pasajeros de primera clase, hacia la colisión con un iceberg que ni siquiera se sueña? ¿Y si los propios capitanes del barco supieran de alguno que anda por allí en el mar, pero deseasen mostrar en la carrera inaugural la potencia y velocidad de la gran máquina? ¿Cómo acaso el más grande de los barcos conocidos, que lleva el nombre de los héroes míticos, con la más alta tecnología de explotación del mundo, puede naufragar y tan luego en el viaje inaugural nacido de 1989? Y, sin embargo, el telégrafo informaba de la presencia del hielo. Pero el constructor está tan orgulloso como el propietario, y la vida adentro es fastuosa. Es tanta la confianza casi ciega dada por el triunfo del "final de la historia" que ni siquiera se llevan botes salvavidas suficientes. Es tanta, que en cuanto se siente la primera vibración de la colisión, se cerrarán con candados los accesos de los viajeros de abajo, de la tercera clase. Después, ya no servirán los guiones de un amor ceniciento. Los cuentos primarios, anticuados, dejan de funcionar. El filme representa el propio dogma del capitalismo del tercer milenio. Su propia obturación mental global. Lo valioso de él, su energía proyectual, es su costo fabuloso. Aquí está la dirección del sentido. La inversión más grande para la ganancia más grande. El director de empresa sustituye al realizador. Los efectos especiales, a la complejidad de sentimientos. El marketing, a la crítica. Y hasta puede ocurrir que todo lo ofrecido como merchandising sea un metalenguaje. Un Titanic del Titanic. El mundo que piensa está pensando sólo en sí, en su ombligo, en su cuerpo rejuvenecido por el sol tomado en la cubierta. De aquí nacen precisamente las resistencias: otros colectivos, poblaciones, intelectuales críticos que advierten de la presencia de los hielos. Que hay que reducir la marcha, instaurar mandos colectivos en la nave, colocar los botes, practicar un salvataje organizado, retroceder si es necesario. La generación mexicana de los últimos diez años neoliberales es dos centímetros más baja. Es una vibración. Algo está pasando en la quilla del barco. En América Latina los habitantes se insurreccionan y acaban con el neoliberalismo, por lo menos con sus presidentes genéricos.

3. Zonas que trabajan y zonas que desaparecen

La zona que trabaja es un espacio que gira frecuentemente a la esclavitud. Ya no se trabaja hasta morir (como en el capitalismo de la modernidad); el que deja de trabajar se muere.

Las ocho horas desaparecidas; derechos sociales de la modernidad desaparecidos. Franja productora de materias primas, alimentos y manufacturas. Muy inestable. Degradación de los empleos en Latinoamérica: ocho de cada diez, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) son de calidad inferior y forman parte de la economía informal. Los años ochenta fueron llamados "década perdida"; los noventa, década de la "exclusividad". La primer década del milenio aparece como la del Titanic.

Por su parte, la zona que piensa es la encargada de desarmar, bloquear, mover y/o suspender a los núcleos productores de la zona que trabaja. La fragmentación del modo de producir ayuda a que las unidades carezcan de autonomía. Se levantan y cierran, en unas horas, complejos de producción que en la era del capitalismo temprano habrían demorado un cuarto de siglo. Es muy difícil predecir en qué momento y por qué una zona que trabaja pasa de inmediato a desaparecida. (Quedará una sola empresa de tractores en el mundo para el año 2010.) La barbarie represiva de los años setenta latinoamericanos configuró el cuadro político necesario para instalar la mundialización unilineal, el discurso de la eficiencia erradicando de la función cualquier variable de coste social. Los desaparecidos físicos mutaron con las democracias de mercado a desaparecidos sociales. Había que llegar desde un puerto (el estatismo desfigurado) a otro puerto (el privatismo desfigurado) en el menor tiempo posible.

En la primavera de 1998, a las escuelas rurales y de los suburbios de mi provincia en el norte argentino les cortaron la luz eléctrica. El caso había comenzado en el invierno y yo oía por la radio, durante los días de lluvia, a unas maestras que llamaban por teléfono reclamando que no podían enseñar porque tampoco podían mantener las ventanas abiertas por un poco de luz. Los locutores, con esas voces amarcordianas, serviles al poder pero con tonillo de hipócrita preocupación, pronunciaban: "Pobres chicos; a ver señores de la empresa eléctrica, sean tan amables de volverles el suministro". El Estado no pagaba las cuentas y la empresa privatizada si quiere ser "eficiente y productiva" no puede poner énfasis en los sentimientos. La economía, la casa del hombre, dejaba sin techo a millones. Los niños -los más débiles- eran los primeros castigados de la guerra. Mientras tanto, los ministros de Educación hablaban de calidad del modelo educativo que no se corresponde con las demandas provenientes del mercado y de una crisis de gerenciamiento, etcétera. En estas escuelas de los cortes de luz, las bombas de agua no funcionaban, no había agua para beber ni para usar sanitarios, tampoco se podían limpiar los establecimientos y en consecuencia no se dictaban clases. Se perdían varios meses en cada año lectivo de los noventa; en otros meses se funcionaba a medias porque los docentes no recibían salarios.

El paisaje social dejado por el neoliberalismo es el de una guerra. Destrucciones, desaparecidos y heridos psíquicos. Concentración del poder y la riqueza entre los vencedores. Exclusión; precarización y flexibilización laborales; prisioneros. Por eso, en algunos sitios, las multitudes votaban a militares y no les interesaba para el caso si estuvieron comprometidos en genocidios. Mucho mejor. Se necesita un hombre fuerte, un guerrero que los pudiera sacar del marasmo. Para un índice 100 en la Argentina de 1985, los salarios docentes casi veinte años más tarde disminuían hasta el índice 20. Así se preparaban los sujetos de la educación que debieran producir mundialización en igualdad de condiciones que la zona que piensa.

Sin embargo hay un circuito igualitario, el del consumo de globalización. Me contó Gastón que a su hijo, que cursa la escuela primaria en Montreal, lo premiaron en el establecimiento por sus buenas calificaciones con una orden de compra para una casa de música. Yo recuerdo que uno de los premios en la escuela pública de mi infancia era llevar la "bandera de la patria" hasta el mástil. El propio capitalismo sustituyó a la nación por el mercado como acto emblemático del honor. No se trata ahora de que sean buenos patriotas sino eximios consumidores. Gastón fue con su hijo a la disquería pero el bono no alcanzaba para un CD recién aparecido. El puso el doble y Tomás se llevó a Marilyn Manson. ¿Qué puede hacer un padre contra la presión del mercado sobre la psiquis de un niño que quiere pertenecer al mundo? ¿Quién es este ser con el nombre de las piernas de Hollywood y apellido del asesino múltiple de habitantes de Hollywood? Una suerte de ser andrógino que aparecía en el texto del CD con cara envejecida de roquero hard y cuerpo de muchacha púber. El mercado, que subsume la transgresión, vendiéndola a los chicos para que se sientan también transgresores en un sistema que prohíbe cualquier transgresión. A la semana siguiente yo estaba en mi provincia, adonde las escuelas seguían sin luz, y cuando quise sorprender a mi hijo preguntándole sobre Marilyn Manson, vi que las calles estaban cubiertas de afiches con su cara gesticulante promoviendo el CD. La educación periférica iba hacia el siglo xix, y la velocidad del mercado central hacia el siglo xxii. De eso se trata la globalización en la lógica cultural del colonialismo tardío.

La tercera zona es la que desaparece. Puede hallarse en los antiguos espacios llamados continentes: África, Asia, América Latina. Allí estallan guerras de exclusión. Rwanda como la primera carnicería de la era de la exclusión. La primera región totalmente desaparecida de la posmodernidad colonial: seres, economía, cultura, niños. La tercera zona pierde identidad, sus actores sociales permanecen rodeados como en un gueto dentro de la globalidad. La guerra colonial sobre el Iraq se transmitía en directo desde Bagdad iluminada de noche, y locutores de la televisión de Miami informaban a América Latina cómo el arcángel Gabriel estaba allí, furioso y justo, bajando persuadido a la tierra con mísiles como telón de fondo de estrellas.

El 30 por ciento de desocupación estructural mundial a inicios del siglo xxi, ni siquiera contempla a la zona que desaparece. En la zona que piensa, los desocupados son guarnecidos relativamente con seguros sociales; en la zona que trabaja, son guarnecidos por la solidaridad comunitaria (si todavía existe o en su defecto no son guarnecidos por nada ni nadie).

El universo material y simbólico de los sujetos sociales se modifica radicalmente en todas las zonas. La producción discursiva de Francis Fukuyama en 1989, o de aplanamiento y desaparición de los conflictos, era la utopía necesaria para el capitalismo por venir. Cada zona conforme con el lugar que le toca, aguardando un posicionamiento futuro mejor a partir de un acuerdo de negocios. (Tal vez un joint-venture interzonal.) O, como en la Argentina de Menem, declarando las "relaciones carnales" con los Estados Unidos, es decir la violación consentida a cambio de la promesa de entrada al centro. La entrega metafórica, como a esos rufianes la hembra que necesita alguien que la cuide mediante golpes, extorsiones y explotación.

La omnipotencia del capital humano acumulado en la zona que piensa (desde donde se elaboran los discursos de posmodernidad) orienta a que cada sujeto social constituya su mismidad con la certidumbre de que ya no hay oposiciones posibles, ya no hay independencias posibles, ya no hay lucha de clases, todo ha sido aplanado hasta volverse lámina pura. La televisión representa, en este caso, la anulación icónica de conflictividad. La identidad entre imagen y disposición subjetiva del sujeto a esta imagen, confirmaría una sensación de seguridad en el espectáculo catastrófico de las reconversiones. La identidad entre fábrica de miradas y los que miran estabiliza. Un "bovarismo" posmoderno. El sujeto, que se siente héroe televisivo, colabora con el aplanamiento de su realidad.

De estas dos zonas arrancan resistencias multiformes: anticapitalismo propulsor de nuevas propuestas de trabajo y comunidad; comunicaciones instantáneas satelitales en programas de acción unificadores; diversidad radical cuyo conocimiento promoverá diversidades liberadoras; demandas de creación de un Desorden Internacional Democrático (des-orden en el sentido de explosión de creatividad en quienes no fueron tomados en cuenta por el "orden"); una nueva perspectiva cultural en lo político y en la distribución/consumo del producto social.

4. La zona que especula

Tomás Moro había diseñado Utopía como una isla. Una sociedad que contuviera el principio de justicia en cuanto a la distribución del producto social, debía imaginarse necesariamente separada del continente por agua. (Campanella colocó a su vez entre murallas a la Ciudad del Sol, otra de las utopías renacentistas.) El continente infaltablemente trataría de contagiarle el mal de la desigualdad, de la injusticia social, terminando por conquistarla si acaso la ciudad de aquellos nobles principios se hallara en tierra firme. Algunos siglos más tarde, la Utopía se confirmaba pero al revés. Las islas financieras pasaron a utopía de los ricos. El lugar que los amos de la riqueza elegían para aislar sus fortunas de la mirada de la opinión pública, de los controles, de impuestos, de su origen sangriento, de los sin nada. El corazón de la desigualdad.

Unos meses antes de la crisis de las bolsas de 1998, los argentinos tenían depositados en el exterior el equivalente a veinte años del presupuesto nacional en educación. Retirándolo a las islas financieras, esos capitales no pagan tributo. Hay unas cincuenta islas fiscales en el mundo, casi todas además islas reales: Bermudas, Bahamas, Antigua, Caymán, Barbados, Isla de Man, Gibraltar, Jersey, Madeira, Malta, Seychelles, Mauricio, Chipre, Islas Marshall, Samoa Occidental, Vanuatu, Islas Cook... Aquí no se averigua de dónde provienen los fondos, cuántos millares de seres se quedaron sin nada, o a cuántos otros se exterminó con armas y drogas. Con esos capitales allí se compran títulos o acciones de empresas, con las que se adquieren otras nuevas acciones o títulos "limpios", sin ninguna vinculación con los exterminios. Después del periplo, el dinero borra su pasado e ingresa a un país para integrarse al circuito económico legal. Si acaso -fortuitamente- con este dinero se alza una industria en un país latinoamericano, ésta instala de inmediato su matriz en la isla financiera. De ese modo la empresa local comienza a funcionar como la filial de la corporación con sede en la isla. La filial importa elementos desde su casa matriz, los paga caros, procesa y exporta barato. Los precios no son reales sino "dibujados" a los fines de pagar menos impuestos. Así, la filial pierde dinero y debe pedir prestado a la empresa matriz, pagando intereses que aumentarán su falencia. La filial deja de pagar impuestos y la matriz tampoco los paga. La clave es tener la sociedad base en la isla, donde no producirá nada sino que actuará como empresa con costas afuera (off shore). Basta con una dirección postal o una simple chapa en un edificio. Ni siquiera necesita empleados. Sólo el registro del domicilio legal en la isla. Tomás Moro al revés.

Se van creando con ello niveles de indefensión. El desempleo, el cierre de empresas se decide en otra parte del mundo, a veces directamente en las islas. El patrón ya no vive en el pueblo, y no hay con quién discutir o negociar. Jean Ziegler, sociólogo, diputado suizo y especialista en la banca, explica que todo capitalista de un cierto nivel sueña secretamente con llegar a ser dueño de un cártel de delincuencia organizada. Porque en la esencia misma del capitalismo está el beneficio máximo, la ausencia máxima de transparencia y la falta de control público. De forma que la delincuencia organizada es el estadio último del capitalismo. Una corporación de calzado deportivo coloca su fábrica en una zona de ruralidad y exclusión. A los pocos años la matriz isleña decide suspender la producción, y los obreros, desesperados, en marchas desesperadas obligan al Estado a pagarles salarios de la empresa mediante planes sociales. La empresa alcanza su utopía gerencial: tener quinientos obreros gratuitos (Argentina, Tucumán, 2003).

Cada banco tiene una batería de abogados competentes y compañías intermedias. El mismo banco le dice a un cártel delictivo qué debe hacer, que no puede abrir la cuenta directamente, que antes funde una sociedad en Bahamas. Todo el servicio lo hace el banco con sus compañías shell. Busca los fiduciarios, los hombres de paja y las cifras casan. Se desarman países en unas horas.

La zona que especula apuesta a que es posible sustituir a la sociedad por bancos; a los sujetos históricos por corredores de bolsa; a las relaciones de clases por relaciones de clientes; más allá, a la belleza por publicidad; a la cultura por exposición; a la fiesta por celebración de la venta; a la identidad local por autoridad globalitaria; al trabajo por especulación.

Nace el sueño más alto que el capitalismo guardara desde su fase temprana: un modo de producir donde exista una sola clase, la de los ricos. Una forma de acumular donde no ocurra o desaparezca el trabajador. Que la robótica sustituya a los obreros, el software a los empleados, la máquina pensante a la mente de los científicos. Trabajo cero. Ganancia uno. La utopía desigualitaria.

Las resistencias globales a esta zona implican la creación de una jurisprudencia global que incluya una justicia trasnacional. Por ejemplo, el debate iniciado en Ecuador por juristas de los derechos humanos de todo el globo para declarar a los organismos FMI y Banco Mundial -acumuladores del dinero isleño- como organizaciones criminales.

5. Relaciones

La pregunta natural es aquí: ¿Entonces, quién consumirá en este cuadro de mundo de los desiguales? Bajo este proyecto: las zonas que sobrevivan. Los más eficaces en la competencia del biomercado. Se resolverá también de esta mirada exclusiva el problema ambiental global por sobrecarga humana. La preocupación malthusiana solucionada como una ética ecológica de casta superior. Resuelto el "cascotazo" de la cuestión ecológica (lanzado desde las zonas marginales hacia el centro) con implosiones a la manera de Rwanda (pérdida de una de las variables ambientales, el homo sapiens); restaría solucionar otros dos cascotazos: la violencia y el narcotráfico. El primero, con los "encapsulamientos" (cocooning) o vida presuntamente protegida en áreas habitacionales y especuladoras de las masacres urbanas; el segundo, con una guerra global contra los productores externos al centro, de manera que la producción (y por ello sus beneficios totales) pertenezcan al mismo centro. En esta línea la masacre sobre Colombia contrariada por el movimiento guerrillero de autodefensa campesina; o las marchas de cocaleros desde los Yungas bolivianos que expulsaron a Miami al presidente neoliberal que, por analogía, en un país de cuatro idiomas (quechua, aymará, español y guaraní) sólo hablaba bien el inglés.

La zona que piensa, piensa en la cultura dominante global, con subculturas que desaparecerán o serán supuraciones de grupos fuera de la ley. En este ciberprograma "engancha" la quinta zona, la productora de imágenes. Sistemas satelitales para proyectar la opción de la igualdad virtual. En 1890 un peón rural pocas veces en su vida llegaba a ver a un rico de ciudad, quien podía ser incluso su patrón. Un siglo más tarde, cualquiera sin empleo puede saborear cómo viven los "ricos y famosos" en Malibú (¿dónde queda Malibú?). Compartir televisivamente sus fiestas en Punta del Este, su ropa, sus mujeres, sus alhajas y viajes a Cancún. Canibalismo del ojo. La mirada como nuevo valor de mercado y de producción. Productores de miradas, distribución y consumo. El orden social mantenido con disciplinamiento simbólico (globalización televisiva), asesinatos en masa de los legalmente marginados, y salarios simbólicos en las zonas privilegiadas, equivalentes al subsidio por desempleo.

Recurrentemente, la precarización laboral que lleva a millones de seres a impactos sobre la salud mental comparables sólo a los efectos de una guerra mundial, y definidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como catástrofe epidemiológica. La depresión y el síndrome del pánico convertidos en patología dominante.

Subvertido el orden simbólico, el trabajo -como forma de intercambio del hombre con la naturaleza o de los hombres entre sí-, pasa a "destrabajo" filosófico, a una manera de ausencia de naturaleza, de ausencia de sociedad y correlativamente de violencia del sujeto sobre sí y sobre el mundo circundante (mundo irreconocible, confuso, mezcla de monstruos naturales y sociales).

Las zonas, pues, penetradas en una conflictividad que llega a la mismidad del individuo. Con reacciones disímiles frente a las relaciones de propiedad y de poder.

El sujeto despropietarizado de los medios de producción ingresa al mercado de trabajo capitalista ofertando su energía psicofísica, sus conocimientos, habilidades, disposición a la disciplina, su fuerza de trabajo íntegra, como otra mercancía más. Pero muy pocos sujetos pueden competir con las posibilidades, colorido, baratura de las infinitas mercancías del mercado de desecho que vuelca el capitalismo central sobre las periferias, a la manera de containers de basura. Lleva el nombre de "ropa americana". Simbolismo. Es la gigantesca cantidad de ropa que se tira en los Estados Unidos, casi nueva frecuentemente, vendida en mercados periféricos latinoamericanos. El hombre que perdió su trabajo por cierre de la empresa textil local, no obstante el precio insignificante, la mira sin poder comprarla.

El sujeto pues, en la generalidad de las zonas, entrando al mercado como mercancía devaluada, sobrante, dispuesta a entregarse por cada vez menos. No entra alienado, entra derrotado. No entra con posibilidades grupales sino como un producto indiviso, solitario, como una mercancía de la peor calidad. Relaciones entre cosas que suplantan, en el imaginario del mercado tardío, a las relaciones entre actores de producción. No se ve a sí mismo este sujeto como un creador de mundo, sino como un desalojado por el mundo. En el mejor de los casos gobernado por el modo de ser de las cosas en el mundo. A esta percepción colaboró sin duda el fundamentalismo de mercado sin sociedad en la combinatoria dictadura militar-neoliberalismo, luego retomada por los gobiernos latinoamericanos elegidos bajo el chantaje del golpe de inflación en los noventa. Con una broma que sintetiza la instalación de ideología: "¿Cuántos economistas de Chicago hacen falta para cambiar una lamparita? -Ninguno. Si la lamparita necesita ser cambiada, el mercado ya lo habría hecho".

Al trabajador polivalente se le exige no sólo manejar una computadora, también hacer mantenimiento y limpieza. A los chicos latinoamericanos para limpiar los pisos de Mac Donalds, buena presencia, dominar otro idioma de raza blanca, simpáticos. Una disponibilidad absoluta en términos de tiempo e compromiso con la empresa. "Disponibilidad de veinticuatro horas al día, siete días a la semana, esto es lo convenido". Para un hipermercado de mi provincia, Tucumán, convocaron por la prensa a estudiantes universitarios a punto de graduarse, y en cuanto empezaron a llegar les dieron la tarea de limpiar pollos. En la línea de la novela de Remarque Sin novedad en el frente, cuando el cabo llamaba con un paso al frente a quienes supiesen tocar piano, y al adelantarse el artista fue enviado a pelar una montaña de papas. De lo que se trata es de la humillación cuartelera. El individuo, despojado del último resto de orgullo, queda a merced de fuerzas poderosas que lo dirigen por un salario insignificante. Es una guerra, y por lo tanto el cuartel instala disciplina y psicología.

Tareas asignadas a grupos de producción donde no sólo son responsables del control de calidad de lo producido, también de la satisfacción del cliente y de la permanencia del cliente para con la firma. No puede haber errores. La competencia empresarial debe ser asumida como cuestión colectiva, como problema de todos con costas a cargo de todos. (Salvo justamente los propietarios.) Es más económico echar a la calle a un trabajador que sostener su autocrítica. El mercado funcionando como una cabeza gigante, autónoma, casi ficcional: la gran computadora de 2001 Odisea del espacio. La competitividad excluyente elevada como valor patriótico, esto es, la nación sustituida por la macroempresa. Se es ciudadano de Adidas, Coca, Ford, pero se es sin derechos. Interzona dentro de las zonas. La competitividad asegurando, en la psicología, una dosis de individualismo y de violencia con el otro, concebido el otro como rival a aniquilarse. Y el propio grupo de trabajo sometido a un control recíproco. El grupo ya no como sostén del sujeto y mecanismo de su desarrollo espiritual, sino como un tribunal inquisidor de la productividad. "Tribunal de Dios" que podría condenar al sujeto a pasar al territorio de la invisibilidad. El sujeto que vive pues sometido al terror de inexistencia. La zona de desaparecidos sociales prolifera en cada una de las restantes como un virus del pánico. Una sobreexigencia del sujeto vivida como intolerable. Es un mecanismo alienado del sujeto, al que éste no alcanza a comprender en sus motivos ni dimensiones. La melancolía por un lugar de estabilidad que indefectiblemente fue. Patología expresada en el plano de la simbolización, como vivencia de pérdida de apoyaturas, el cuerpo anoréxico/bulímico, la impotencia sexual, y daños al sistema inmunológico generadores de colapsos psicosomáticos.

El impacto sobre la esencia creadora del sujeto social conduce al deterioro de la autoestima, a inmersiones de impotentización. Si el sujeto se asume como víctima, como despojo de la máquina universal del poder, como actor sin historia, como objeto en un presente fragmentado en góndolas inmanentes, si pierde el proceso identificatorio, entonces sobreviene su fragilización subjetiva. Oirá como único el discurso de adaptación posibilista, generando pasividad frente al cuadro de explotación y denigración; un sometimiento raso. La Argentina de los noventa fue el caso paradigmático. Una sobreadaptación basada en el paroxismo de quedarse afuera. Un sujeto escindido, abdicando de necesidades y sentimientos, identificándose con el agresor. Out put de las contradicciones, sumisión del cuerpo, obturación de las actitudes críticas. Chile es el caso de excelencia en esta filosofía.

Sobre los jóvenes rurales de mi provincia la policía descarga su poder. Los detiene en los fines de semana sobre la calle, acusándolos de ebriedad. Les exige una multa para no permanecer en las celdas (con los delincuentes) el fin de semana. Muchos no tienen para pagar la multa. En las comisarías les quitan sangre con una jeringa común, que la policía venderá luego en el mercado negro. Pagan la libertad con sangre. Un esclavista de la antigüedad clásica necesitaba por lo menos alimentar a su esclavo para que éste conservara toda la sangre. Desaparecido el trabajo en las zonas que desaparecen, el joven se convierte en algo menos que un esclavo. Su sangre no sirve para producir. En el museo de la moneda del Banco Nacional del Canadá hay una vitrina llamada "La moneda insólita". Se trata de la moneda en los tiempos de guerra. Sólo en tiempos de guerra aparece la moneda insólita. Así, durante los meses de la revolución francesa, se llegaron a usar los naipes como amonedado (la moneda estaba escondida). En los campos de concentración nazis había billetes impresos del campo, que servían como moneda interna. La sangre de aquellos jóvenes podría mostrarse en un frasco desde la vitrina de las monedas de guerra. Un frasco de sangre como moneda de cambio. Se dirá que es un caso extraordinario, pero también las monedas de guerra son extraordinarias. El capitalismo periférico es una guerra. No es sólo una guerra, también es una guerra colonial.

La cultura es portadora simbólica de ideas, del mismo modo que el lenguaje es portador de ideas. Para entender una cultura, hacerla propia, hay que dominar su lenguaje; guiarse por los símbolos. En la semiótica de la cultura latinoamericana, la selección de fútbol es el concepto sintético de la sociedad, expresa su nivel de humanización. Las poblaciones buscaban en la selección argentina de 1998 jugando en París a la sociedad que habían perdido, que se había llevado el mercado "libre" (es decir, libre de sociedad). Los partidos políticos de la modernidad, su estructura, los modelos constitucionales, quedaron adheridos a una organización que ya no sirve para la democracia. Un remanente del pasado que actúa como cadena de retransmisión de la desigualdad. De allí que en el obelisco de Buenos Aires, esa noche del triunfo futbolístico frente a Inglaterra en París, se desatara la violencia sin dirección, de un tipo de humanización primaria, de una desintegración entre ricos y expulsados. Heridos, presos, vidrieras rotas y saqueos. Fue la fiesta de los desintegrados en la zona. Una segunda guerra de Malvinas sin ingleses.

Los jóvenes perciben que ya no tienen herencia. Que de tenerla no les serviría. La madre ya no mece la cuna, la televisión mece a la madre. Es difícil hallar modelos de conducta, principios de actuación. ¿De dónde tomarlos? ¿Del presidente, del vídeo game, del teleteatro? Zona sin fronteras, cruzada por rayos ideológicos del ciberespacio. Hasta las obras de arte fragmentadas y el observador, duda, no puede incorporarse a ellas continuando el proceso creador. La forma es el espectáculo y éste no necesita conflicto interior del sujeto, sino espasmo por brillo y frecuencia de acumulación del capital. Un cine en tres dimensiones con el contenido de los misterios de Egipto en una. La obra de arte no elemento de la cultura, sino un testigo de la eficacia del mercado. El hombre periférico no se siente cómodo en el sistema concreto de cultura actual, pero no sabe de otro, no se percibe actor de otra construcción, y a veces ni siquiera resiste la reestructuración y no logra adaptarse al nuevo ambiente cultural de vidrieras luminosas con consumidores grises. La selección de fútbol sigue siendo aquí la brújula. Por eso la fiesta es violencia. Porque es la alegría desesperada por la opresión en todo lo demás.

El nivel de humanización más alto está dado por el fútbol. El porvenir no sería largo, como quería Althusser, sino virtual.

6. América Latina: cultura frankesteniana e identidad socialista

Si uno vuelve las páginas a libros de geografía universal anteriores a la primera gran guerra, encontrará sin falta en las imágenes fotográficas los ideologemas más precisos desde la modernidad latinoamericana. En primer lugar el texto está perfectamente dividido en naciones y colonias; en segundo lugar las tomas de las ciudades se refieren a edificios públicos, majestuosos, recién inaugurados como copias de otros europeos. A veces más ostentosos que los originales. No obstante, lo que llama la atención es el orden, un pensamiento urbanístico concentrado en la racionalidad. Frente a esas fachadas de los monumentos públicos, del otro lado de la calle casas bajas del largo episodio privado colonial. Las dos veredas enfrentadas -la pública y la privada- creando una unidad de lo múltiple, y tipos humanos que circulan por un paisaje étnico, inmigracional, criollo, nacional, regional abigarrado.

En los setenta, América Latina fue testigo y paciente de la primera experiencia neoliberal sistemática del mundo. El régimen de Pinochet, el pionero del ciclo, tuvo claro -en la línea de las enseñanzas de Hayek- que la libertad y la democracia se habían vuelto incompatibles, por la resistencia de la mayoría a interferir en los derechos incondicionales de cada agente económico. Las ciudades de la posmodernidad colonial quisieron ser episodios del dogma del mercado. Pirámides del proceso de civilización mostradas como reinstauración de las jerarquías y fundación del reino de democracia virtual. La igualdad de condiciones tocquevillana, pero ante la tevé. Racionalidad de plusvalía en las megacorporaciones constituyendo la esencia del paisaje del caos, de las violencias al azar y el constructivismo improvisado entre carteles lumínicos. En estos circuitos, Miami puede instalarse en cualquier avenida. En la ciudad de Pusán se compran y venden películas de todo el mundo, ¿pero dónde queda Pusán? Allí el cineasta argentino Pino Solanas sufrió un ataque cardíaco vendiendo La nube y la definió como "una especie de Miami ubicada al sur de Corea". Este paisaje puede hallarse también en Asunción del Paraguay.

Plaza del ferrocarril, sábado a la mañana en Asunción. A diferencia de Ottawa, nadie usa cinturones de seguridad en los automóviles. Casi no hay semáforos y los conductores aceleran como en una autopista justo en las bocacalles. Automóviles novísimos de los modelos más caros del mundo (la mayoría robados, traficados), chocan y los conductores se matan. La primera regla cultural de la posmodernidad colonial es que la vida vale poco, aún para los propietarios. ¿Cuánto valía la vida de los que viajaban en la tercera clase del Titanic? La segunda es que hay que ir rápido porque siempre se está por detrás de la mundialización, y las condiciones de competencia sólo existen para el puntero. Si la seguridad social desapareció con los hospitales públicos, con las jubilaciones públicas, con las leyes sociales, ¿por qué este sujeto tiene que ponerse el cinturón de seguridad para manejar? Sería estúpido hacerlo. Sería un despropósito si lo hiciera. Las costumbres pasan a un rasero medio; la violencia sirve para mostrarse existiendo. El terrorismo de Estado se identifica como retiro incondicional, una deserción de sus funciones.

La plaza del ferrocarril, como todos los espacios públicos, semiabandonada. Es la estación del primer ferrocarril del Paraguay, 1861, y el saludo de don Antonio López. El ferrocarril ya no existe y la estación quiere ser -con ayuda de la banca española- un museo que nadie visitará, con la primera locomotora, algunos vagones abandonados, una hilera de portales antiguos y dos torreones en las esquinas del edificio. Afuera, prostitutas jóvenes y vendedores de mate tereré. Mate y bombilla que se alquilan con agua fría y hierbas, a los trasnochados que buscan algo fresco. Hombres medio dormidos. La mañana es larga para las prostitutas. El último tren, de tres vagones, lleva coche sanitario y el nombre de la señora del Señor Presidente, que viajó a las zonas inundadas saludando a los enfermos que perdieron los hospitales. Por la avenida circulan los Mercedes veloces entre vendedores de chipá y butifarras. La atomización social privilegia la ausencia de cualquier memoria; la relación es con las cosas que se enchufan; se abandona cualquier manifestación pública del honor. En última instancia el chiste suple la falta de dignidad. Por lo mismo todo es más sencillo y sin reglas: la crueldad puede instaurarse como proceder cómico en cuanto la violencia pública sea sustituida por la privada, y el individuo se repliegue al espacio holístico del mercado.

Pero en los pueblos del interior paraguayo las casonas antiguas siguen abiertas de par en par. Los transeúntes pueden entrar y servirse un vaso de agua, mirar al faisán en el traspatio henchido de plantas, sin que todavía la dueña se dé cuenta de la visita. Sociabilidad de portales anchos, libres, despejados. Este es el pasado que -para el capitalismo tardío- es no funcional. ¿Cómo vender alarmas? ¿Cómo crear en esta situación de comunidad la relación intempestuosa, absorbente, paranoica, entre los objetos y sus sitiados propietarios defensores?

En Ottawa volví a ver, después de muchos años, Los inundados, película del cineasta Fernando Birri. La Argentina de 1960: cuenta cómo los inundados del Litoral son alojados en vagones de carga del ferrocarril hasta que las aguas bajen. Uno de estos vagones es enganchado al convoy y, sus habitantes, sorprendidos, parten en medio del tierral metido en su vagón casa a conocer un poco del país. Tour de los pobres. Humor con sonoridad brechtiana. Asunción de finales del siglo, por la avenida central se ven hileras de casas alineadas hasta el horizonte de la ciudad, improvisadas en estructuras cañizas recubiertas con polietileno negro. El material de las bolsas de residuos. En esos cubículos iguales, viven los inundados. Cuando existía el Estado con sus empresas y algún asistencialismo, éste volcaba a los inundados en los vagones. Luego había que retornarlos pronto a su lugar para no interrumpir el tráfico ferroviario. El ferrocarril desapareció. A los inundados se los vuelca en bolsas de basura negras, en medio del calor tropical paraguayo de la ciudad. Ocupan la línea de lo que otrora fueran las vías, ocupan las estaciones vacías. No se sabe si volverán a sus lugares, probablemente no, y al Estado tampoco le interesa el asunto. Es el tránsito de lo público moderno a lo privado posmoderno. De los vagones a las bolsas. "No maltrate a los animales" se lee en el madero que cierra el vagón de carga donde viven los inundados de Birri. "Maltrátelos", podría leerse en las bolsas negras a lo largo de la avenida del paseo a Asunción.

El Museo de Bellas Artes asunceño fue desalojado del edificio original. Mudaron el museo al Archivo Histórico, destinándole el salón de entrada, un único salón. El director del museo de la era Stroessner regalaba las obras como gestos suyos, personales, a miembros de embajadas y empresarios extranjeros. Pero lo hacía todo con certificados oficiales. La directora que llegó luego, me dice que encontró las pocas piezas que quedaban, no expuestas, sino amontonadas en el piso del salón, en los lugares allí donde no se llovía, pero eso sí, cubiertos con polietilenos negros. (Los cuadros también "inundados".) ¿Cómo explicarle esto a The National Gallery of Canada, inaugurado en 1988 en Ottawa? Con su monumental edificio, sus torres de cristal y acero siguiendo el paisaje de los pabellones parlamentarios, sus extraordinarias colecciones, los jardines interiores en piedra de color rosa viejo. Sin embargo, los shoppings de Asunción son más grandes que los de Ottawa. Aquí está la diferencia frankesteniana. Se llama avenida del Generalísimo (en honor a Franco) donde se bebe café con sobrecitos de azúcar de Texas (aunque los jesuitas del Paraguay inauguraran la industria azucarera sobre esta parte del continente), y se toma helado made in Usa. El cuartel militar fue transformado en Palacio Legislativo sin que las funciones se diferencien todavía. En el puerto dormitan unos barcos su siesta productiva. Relojes de oro Rolex por cinco dólares. Templos de evangelios norteamericanos con aire acondicionado central, y pastores televisivos donde la gente se refugia para orar como en las catástrofes de remodelación de la esclavitud romana. No mires a las prostitutas ni les sonrías si no vas a comprar la mercadería, porque te maldicen en guaraní. Por lo menos aquí una identidad. El caos de las destrucciones inmobiliarias; puestos de excluidos surgiendo después de las lluvias del modelo; carteles de Adidas, Fuji, Coca Cola, Mitsubichi ocultando el Panteón de unos héroes de la modernidad que ni se sabe para qué fueron, cubriendo al Oratorio de la Virgen réplica de los Inválidos de París, al Teatro Municipal inspirado en la Scala de Milán, y a la casita de la Revolución donde un intelectual con ojos vidriosos espera que le estire unas monedas para una botella de ron, luego de explicarme que esto ya ni siquiera es un país. En esa ciudad no queda nada paraguayo salvo los soldaditos enrolados a los dieciséis años al servicio de los jefes militares. Es como un Miami sin mar. Una democracia de los cubanos del Partido Colorado. El Señor esté con vosotros, se oye en cualquier sitio. La palabra agua en idioma guaraní es Y. Tal vez la más breve del mundo para un lugar lo más lejos del mar. No hay melancolía, porque antes se puede chocar el automóvil en la bocacalle. Paraguay se quedó con el veinte por ciento de los bosques en los últimos años; el resto fue a parar a los aserraderos de exportación hacia el mundo central, el protector de sus ecosistemas.

No se trata de hibridación cultural, sino de puestos fronterizos, tiendas expuestas en los confines sin necesidad de referencias turísticas. Ofertorios de venta de estilos de vida en imágenes. Sin embargo, la gente parece haber comprado todo lo que podía, y ahora las ventas cesaron.

La humanización virtual de la sociedad es en este caso una expresión del proceso de desocialización. En un pueblo democrático, cada cual siente espontáneamente la miseria del otro. En una multitud donde la democracia ha sido convertida en imágenes, cada cual siente espontáneamente que la miseria del competidor no sea mayor. No puede sino ser así, desde que el otro "como uno" ha pasado a ser competidor "contra uno". La cultura nace desde este sitio. Desde aquí se dejan libres los escapes de los automóviles para la polución sonora y respiratoria. Los gases intoxican a los niños antes que a nadie.

La celebración anual del FMI y el Banco Mundial de 1998 se hizo con una fiesta para mil doscientos invitados, en un patio cubierto, alumbrado por velas y orquídeas. Pero en cuanto se empezaron a vaciar las bandejas del bufé, BankBoston le dijo al personal del hotel que no las volvieran a llenar demasiado rápido, que no pusieran demasiada comida en las mesas, porque después de todo el capitalismo atraviesa la peor crisis financiera desde 1930 y "millones de personas caen desde la clase media a la pobreza". Había que divertirse pero no al grado de recibir acusaciones como la corte de María Antonieta. La comparación pertenecía a la misma banca, y fue reproducida por The Wall Street Journal tal vez sin proponérselo, y la banca colocándose en el tiempo antecedente a una revolución como la de Francia. Fue en el mes de octubre, y los altos funcionarios se habían reunido a reflexionar sobre la pobreza y la inestabilidad financiera que ellos mismos dejaban en vastas zonas del mundo. Los resultados del evento fueron este cuidado por el gasto en el lujo propio, y la idea de poner fin a los préstamos baratos a las zonas que trabajan y desaparecen. Nace la divisoria del mundo en clases.

Creada en algunas ciudades latinoamericanas la cultura frankesteniana, nadie sabe cómo se comportará en lo sucesivo. Pero se conoce sí que carece de belleza, que carece de solidaridad típica y que su valor esencial es la carencia.

La remodelación neoliberal argentina de los noventa fue el primer estereotipo político de otro contrato social. El fin del trauma hiperinflacionario por abajo, a cambio de una entrega por arriba del territorio a los cuatro sectores que antes se disputaban el control: los grupos económicos, las trasnacionales, los acreedores externos y el polo agrario exportador. Por primera vez un contentamiento a los cuatro grupos juntos. Privatizaciones, apertura financiera y comercial, superávit fiscal primario que garantizara el pago de los servicios de la deuda, desnacionalización industrial, sobreexpansión del consumo por estabilidad. Por lo demás, la economía que puede crecer al 5 por ciento con la mitad de la población muerta de hambre, a condición de que el 40 por ciento de la población -los incluidos- consuman mucho más. El requisito es que la sociedad sea excluyente, porque de lo contrario explotaría el consumo. Sólo de esta forma, el consumo se correspondería con la inversión. Si se quisiera en este modelo evitar las desapariciones sociales habría más deuda, más impuestos sobre los ricos, aumento de salarios, inversión adicional por aumento de empleo. Esto no debe hacerse. Los cuatro grupos reunidos como bloque hegemónico proponen entonces la cultura de los dos abismos.

La resistencia cultural es rural y es urbana; es de género y generacional; es de artistas y nuevas colectividades. Produce otros ensayos comunicacionales. Une tradiciones antiguas con tradiciones posibles. No nace de laboratorios sino de la vida.

7. La zona que resiste y construye

Aproximación teórica a convertir toda la resistencia en zona. Resistencia desde cualquier lugar. Pero, además, construcción de identidades.

La desmitificación de los discursos del capitalismo se basa en el carácter no inmutable de la injusticia y la explotación. Se asienta en la recuperación de lo social. En la homogeneización de alternativas. Los viejos indios de Chiapas que presentan un programa a los jóvenes indios a quienes se les roba la sangre para volverla moneda. En este sentido también, las zonas se tornan permeables. Estallan conflictos que superan a las marcas, es decir a esos lugares de protección, de vigilancia respecto del otro, de las fronteras de un territorio no enteramente sometido.

Todavía las zonas que resisten no promueven por lo general modos de producción nuevos. Pero el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil propone a los excluidos de las favelas retornar al campo de donde provienen, mediante ocupaciones de tierras, creación de una educación y cultura propias, cooperativas, y una organización política de nuevo tipo.

El capitalismo global ha fracasado. Se cierra una época. Su combinatoria entre los logros científicos y la privación cultural de los mismos lleva al planeta a callejones con televisores rotos al fondo. Pero la zona que resiste es constructora de un nuevo pensamiento con bases en lo equitativo, en lo solidario, y en lo ecoantropológico como otra necesaria unidad del mundo.

Las zonas que resisten y construyen se reapropian de la Historia, ahora como nexo urticante entre lo que ocurrió y lo que ocurrirá si acaso no se toman medidas urgentes. La Tierra, como el lugar en que hemos nacido todos y nos corresponde a todos, forma parte de esa reapropiación del espacio. Puede ser una isla caribeña, una significante carpa de docentes de escuela instalada durante meses frente al Congreso Nacional en Buenos Aires, los obreros mineros sitiando La Paz con mochilas cargadas de dinamita para volar toda la ciudad si acaso no renunciaba el presidente neoliberal, el zapatismo indígena, el bolivarianismo venezolano o la larga sublevación campesina en Colombia. Puede ser el espacio de una red interétnica, o puede que aquellos otros jóvenes convertidos en fogoneros, no del tipo desaparecido de la revolución industrial (los que alimentaban los hornos), sino de los ocupadores de rutas con neumáticos ardiendo, frenando a los camiones cargados de mercancías, y reclamando en su lugar cajas de trabajo. Si la división en clases globales recién comienza, entonces también recién comienza la lucha de clases global. Ni siquiera lo pregonamos, nos llevan a ello. La multiplicidad de culturas de resistencia y construcción provocará una unidad de culturas sustituyentes de aquello que está empantanado.

La zona que resiste y construye no pretende vencer, sino convocar a la humanidad a vencer la larga oscuridad, las visiones deterministas y fragmentarias de la realidad, los dogmas, la cerrazón de la mente y el corazón. Por primera vez no hay alternativas. Convoca a un nivel humano de la globalización. Se dirá que es sólo un deseo. Pero los grandes cambios en el mundo empezaron siempre por deseos. Sólo el deseo fuerza un parto. En principio, para nosotros latinoamericanos, el deseo de dar luz a las escuelas.

Es la simple hermanita de Rigoberta Menchú que dice: "Un revolucionario no nace a causa de algo bueno. Nace a causa de algo malo, de algo doloroso".

El mundo más desigual de la historia está fecundado de dolor.


* Artículo enviado especialmente por el autor para su publicación en nuestra revista.

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