19/04/2024

Cuba: ¿transición o continuidad?

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Al comenzar el año 2007, el sistema político cubano ofrece la confusa imagen de un orden que al mismo tiempo que se recompone, niega fervorosamente que lo esté haciendo. Pero también, paradójicamente, hace lo opuesto, es decir, afirma que avanza justamente donde más patente es su inmovilismo. Una situación que Gramsci hubiera denominado, con sobradas razones, como morbosa.

En torno a él se articula un juego de eslóganes aparentemente antitéticos -continuidad vs. transición- que trastoca todos los posicionamientos políticos de la retórica. Así, tanto la clase política cubana como una parte significativa de la intelectualidad de izquierda latinoamericana -al menos ese sector que ha preferido asumir a la revolución cubana con la misma pasión enajenante con que un hombre tímido disfrutaría una película porno- han defendido la idea de la continuidad, del no-cambio, del inmovilismo. Mientras que la derecha conservadora ha preferido optar por la transición al liberalismo, enunciado como democracia, y al capitalismo, enunciado como economía de mercado, lo que le ha permitido presentarse como el factor de cambio. Un contraste paradójico que, como veremos, habla por igual de la bancarrota histórica de la elite política cubana y su metamorfosis post-revolucionaria, de la esterilidad política de los sectores "fidelistas" de la izquierda latinoamericana y del cinismo oportunista de la derecha.

Por razones obvias, no podría dedicarme en este artículo a analizar todos los vericuetos de esta compleja transición. En su lugar optaré por un objetivo mucho más discreto: discutir acerca de las condiciones específicas en que se reconstruye la gobernabilidad en la isla en un momento particularmente grave en que el sistema está perdiendo su centro, y en ese sentido, en qué medida el sistema posee reservas socialistas y cuáles son las posibilidades reales de supervivencia que tienen estas reservas en el ocaso de la monumental Revolución Cubana. La tesis central del artículo es que la única manera de conservar estos contenidos socialistas es generando espacios autónomos de organización y acción popular, lo cual ha sido sistemáticamente reprimido por la estructura burocrática y autoritaria del régimen cubano.

En este punto es imprescindible hacer clara mi posición respecto a la relación existente entre la realidad cubana y la noción de socialismo como un sistema alternativo al capitalismo. Identificar al régimen cubano con el socialismo -el punto de mayor placer ideológico de la intelectualidad "fidelista"- es una conclusión tan reñida con el sentido común como con el mismo ideario socialista. Podría argumentarse que existen rasgos socialistas en el sistema cubano, particularmente en la esfera de la distribución. También que la joven Revolución Cubana ha sido asediada por la contrarrevolución externa, por el subdesarrollo y por las propias ínfulas fundacionales de la clase política emergente. Y son todos argumentos atendibles que explican precisamente que estamos frente a una revolución modernizante, antiimperialista y de vocación socialista que no pudo madurar en la última dirección. Si la premisa fundamental del socialismo (y lo que lo convierte en una alternativa potencial al capitalismo) es la socialización del poder y en consecuencia la emergencia de una nueva cultura emancipatoria, entonces es difícil definir al sistema cubano como socialista.

Las pautas de la transición.

Al margen de la salud del presidente Fidel Castro, la transición cubana comenzó hace algún tiempo, y de hecho Cuba ha comenzado a vivir su era Post-Castro con Fidel Castro en plenas funciones, atenazada por la crisis económica y por las exigencias de la inserción al mercado mundial capitalista. El líder cubano y su vieja guardia pudieron torcer rumbos, maniobrar con los controles sociopolíticos y producir un discurso esquizofrénico que hablaba de "burgueses solidarios" al mismo tiempo que se proclamaba la muerte como única alternativa posible al socialismo. Pero no pudieron evitar la tendencia principal: la aparición tanto del mercado como un mecanismo autónomo y relevante de asignación de recursos; como de formas diferentes de propiedad, legales o no.

El efecto de este proceso ha sido decisivo en la marcha de los acontecimientos y en la configuración de la matriz para el futuro nacional.

En primer lugar, agrietó definitivamente el esquema de control sociopolítico que daba al estado y a la clase política una condición cuasi monopólica en el manejo de la economía, en la provisión de empleos y servicios, en la producción ideológica y por consiguiente en la administración de la movilidad social. Lo cual, además, podía realizar en una envidiable situación de autonomía respecto al cuerpo social en la misma medida en que la reproducción material de la sociedad dependía más de los subsidios soviéticos que de variables tan elementales como la productividad y la eficiencia.

La monótona clasificación de los empleados estatales en unas veinte categorías fue sustituida por una miríada de posibles ocupaciones, alternativas al empleo estatal o complementarias a éste, y en relación con las diferentes formas de propiedad que fueron emergiendo y expandiéndose, legales e ilegales. Las remesas de los cubanos emigrados por su parte, no solo han implicado una fuente de vida autónoma para millones de personas y de desigualdad social, sino también de revalidación de esa comunidad emigrada como otro actor potencial del complejo escenario insular.

En segundo lugar, esta apertura parcial ha motivado la aparición de un sector tecnocrático/empresarial. Es un sector heterogéneo formado por los nuevos gerentes de las firmas comerciales y de propiedad mixta, los empresarios del mercado informal e ilegal y los administradores de las grandes empresas estatales, cuyos modos de vida, aspiraciones y modus operandi tienen poco que ver con el ciudadano común austero y aquiescente forjado durante décadas de planificación severamente centralizada.

Aun cuando es un sector políticamente débil, es presumible que sus vínculos con la política le otorga contactos e influencias insospechadas y mayores que lo que un análisis politológico formal pudiera mostrar. Por otra parte, su ubicación en los comandos de las actividades económicas más dinámicas le otorga un sello de imprescindibilidad funcional respecto a la reproducción del esquema de poder político. Finalmente, este grupo emergente posee una alta capacidad de producción ideológica en la misma medida en que su propia vida muestra a la empobrecida población cubana que la clave del éxito social se relaciona con el mercado y el capitalismo internacional.

En tercer lugar la inserción de Cuba a la economía global -aún cuando haya ocurrido a regañadientes- ha implicado severos clivajes tanto en el ámbito sectorial como espacial-territorial. En este último sentido la inserción ha motivado la emergencia de graves desigualdades territoriales sea revalidando viejas costuras o creando otras nuevas. En consecuencia el país vive un drama que había sido efectivamente paliado por las políticas de asignaciones territoriales equitativas (y favorecidas por los recursos relativamente abundantes provenientes del subsidio soviético) y que hoy muestra zonas altamente dinámicas como la costa norte Habana/Matanzas y zonas en franca depresión cercanas al colapso ecológico como la franja sur del oriente cubano. Y también en consecuencia, la isla es cruzada por flujos migratorios que sobreponen a las contradicciones socioeconómicas otras de naturalezas étnicas, culturales e ideológicas.

Para una élite política acostumbrada gobernar sin la menor competencia e incluso a hacerlo de manera autónoma respecto al cuerpo social gracias a los cuantiosos subsidios soviéticos, esta disrupción fue un trago amargo que a pesar de la retórica, fue siempre prevista como provisional. Y la provisionalidad pareció llegar a su fin cuando apareció en escena Hugo Chávez con su revolución Bolivariana y sobre todo con sus excedentes petroleros.

Venezuela comenzó a subsidiar fuertemente la economía insular, lo que pareció dar una energía vital al envejecido líder cubano. Como en sus viejos tiempos de la ayuda soviética, Fidel Castro comenzó a orquestar el regreso a un sistema centralizado estatalista, y a dar marcha a atrás a los magros espacios de apertura económica que habían permitido la inserción cubana a la economía global. Al mismo tiempo, con el desenfado que da la lamentable combinación de omnipotencia y senilidad, el dirigente cubano se ocupó de gastar el dinero en proyectos de muy dudosa viabilidad (como la llamada revolución energética), aparecer durante horas en la televisión hablando de todos los temas del mundo y dando consejos a las amas de casa acerca de cómo cocinar los frijoles negros, y montar poco a poco un estado paralelo mediante la denominada "Batalla de Ideas", con el reclutamiento de jóvenes ambiciosos en lo que algunos quisieron ver una reedición de la Revolución Cultural China.

Esto último no pudo jamás comprobarse. En julio del 2006 el presidente cubano ingresó a una clínica en estado de gravedad, no sin antes repartir sus funciones entre sus colaboradores, como lo hubiera hecho un monarca absoluto dieciochesco. Aunque es posible que Fidel Castro retorne a sus funciones públicas, es muy poco probable que lo pueda volver hacer con la energía de hace un año, y hacerlo por un tiempo considerable. Lo que ciertamente coloca a la clase política cubana en un cuadro complejo de decisiones acerca de que hacer con un sistema, que como decíamos antes, ha perdido a su centro.

En un sistema político tan cerrado como el cubano nunca se conoce qué se discute en el seno de la clase política y de sus instituciones. Se puede conocer la superficialidad de un discurso público (enfrentado a la pretensión norteamericana de una "transición") que aboga por la "continuidad", lo que podría significar para algunos sectores una sincera adherencia a la continuidad de una economía subsidiada y controlada burocráticamente, del régimen político centralista y autoritario, y de una ideología única definida pragmáticamente en los cenáculos del Buró Político del Partido Comunista. Pero en otros sectores podría calcularse simplemente un camuflaje retórico en espera de mejores condiciones para realizar cambios en el sistema económico tal y como fue intentado por tecnócratas y militares en la primera mitad de los noventa[1].

De todas maneras, lo que hace la clase política cubana, es tratar de ganar tiempo para su propia recomposición y la rearticulación de sus relaciones con la sociedad. Trata de hacerlo, además, en un escenario que a primera vista resulta particularmente favorable debido a la existencia de tres condiciones: un concierto internacional muy benigno; una economía en recuperación y una muy alta autonomía respecto al cuerpo social. Pero no por ello menos complejo, pues como veremos esas mismas condiciones que hoy constituyen facetas favorables pueden resultar muy costosas en el plazo mediano.

Un mundo más seguro.

La Revolución Cubana vivió su peor momento cuando desapareció la Unión Soviética y su bloque este-europeo. La súbita desaparición de los apoyos internacionales colocó a la isla en una situación alarmante de orfandad internacional y mostró a todos que el sistema económico, proclamado como históricamente superior era incapaz de garantizar su reproducción simple.

Esta situación, sin embargo, comenzó a variar desde el comienzo del siglo por varias razones:

a) El principal factor fue sin lugar a dudas que desde mediados de los noventa la economía cubana detuvo su estrepitoso declive y comenzó a recuperarse gracias a cierta apertura económica (recepción de remesas, mercados libres para algunos productos, incentivo del turismo, inversión extranjera en varias actividades, etc.). Aunque esta recuperación fue modesta y no se apoyó en reformas internas profundas que permitieran incrementos sistémicos de la eficiencia y la productividad, fue un factor clave para la gobernabilidad, algunas mejoras del consumo popular y la recuperación de la autoestima de la élite.

2) En segundo lugar, comenzaron a surgir gobiernos de centroizquierda y de izquierda en América Latina, creando una situación continental de relaciones que el país no había conocido desde 1959. Esto significó la creación de un entorno político hemisférico más seguro y en relación con los gobiernos más radicales el establecimiento de alianzas y concertaciones que han tenido su mayor expresión en la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).

Uno de estos gobiernos -Venezuela- no sólo se ha caracterizado por su radicalismo político, sino también por la posesión de recursos petroleros y por la voluntad para usarlos en función de la revolución continental. Ello ha dado a Cuba un soporte especial con la firma para el 2007 de 355 convenios de cooperación que intercambian recursos humanos cubanos (principalmente médicos, maestros y entrenadores deportivos) por petróleo en cantidades tales que permite a la isla reexportar una parte. Al mismo tiempo la isla obtenía otros beneficios adicionales como créditos blandos para importaciones e inversiones, el fomento de empresas mixtas y la protección para algunos de sus productos en el mercado venezolano en el marco de los Tratados de Comercio de los Pueblos. En total, según la información pública, ello proveerá a Cuba de 1 500 millones de dólares.

Algunos funcionarios e intelectuales "orgánicos" (probablemente excesivamente orgánicos para ser realmente intelectuales) han querido ver en esta relación la materialización de un nuevo modelo económico que estaría basado en la exportación de servicios profesionales. Pero la realidad pudiera ser menos optimista, toda vez que estos servicios profesionales solo se convierten en bienes transables (y de eso hablamos ahora) cuando entran en contacto con la coincidencia de factores poco usuales como un socio con dinero suficiente para pagar por ellos, en el marco de una relación política y en que el sistema proveedor de los servicios puede garantizar el control estricto de los recursos humanos exportados. De otra manera esos recursos humanos -evidentemente excedentes en un contexto tercermundista como el cubano- hubieran emigrado por su cuenta o simplemente hubieran hecho los que muchos siguen haciendo: trabajando en las áreas dinámicas de la economía, sobre todo en el turismo, en empleos de menor calificación pero con mayores ingresos.

c) Al mismo tiempo, desde el 2004 la isla pudo materializar una serie de acuerdos muy beneficiosos con la República Popular China. Aunque estos acuerdos han distado de la generosidad de la cooperación venezolana -siempre las relaciones con China han estado enmarcadas en una relación de mercado- han sido muy importantes para poder acceder a productos chinos de alta incidencia en la mejoría del consumo popular, tales como equipos electrodomésticos, ómnibus, trenes, etc. A fines del año mencionado visitó la isla el presidente chino Hu Jintao para presidir un Foro de Inversión y Comercio donde se dieron cita unas 100 empresas y se acordaron o ratificaron acciones conjuntas en 11 áreas de negocios, entre ellas la agricultura, las telecomunicaciones, la biotecnología, el turismo y la industria ligera. De igual manera los chinos se comprometieron a adquirir 4 mil toneladas anuales de sínter de níquel e iniciaron una inversión cercana a los dos mil millones de dólares para la explotación de los yacimientos metalíferos en la provincia de Camaguey con una provisión anual planificada de 23 mil toneladas. La alianza estratégica con China tiene para Cuba una importancia que desborda la relación puramente económica, dado el creciente peso político de ese país en la arena internacional.

d) Finalmente, durante años la hostilidad norteamericana ha sido un pivote clave del consenso político en la isla. Los Estados Unidos nunca han descansado en su pretensión de ser un actor político interno en la nación cubana ni de intentar una escalada contrarrevolucionaria. El gobierno cubano, por su parte, ha sabido usar esta amenaza real, amplificando sus posibles efectos y movilizando a la población contra ella sobre bases nacionalistas. El actual contexto, como decía antes, es ideal, pues se trata de una administración ultraderechista francamente impresentable, portadora de un discurso revanchista particularmente grosero, pero al mismo tiempo empantanada en una serie de causas perdidas a nivel mundial y en franco declive de popularidad.

No es casual que a pesar de la intensa jerga contra el gobierno de Cuba, la capacidad de la administración norteamericana haya sido limitada, y de hecho el paso aperturista más importante dado en la administración Clinton (la autorización de ventas de productos alimenticios y farmacéuticos) no haya podido ser eliminada. Al mismo tiempo que crece el interés económico en Cuba debido a la recuperación económica de la isla y la probable aparición de petróleo de alta calidad en los cuadrantes cubanos del Golfo de México, todo lo cual tiende a configurar un escenario preferido de los dirigentes cubanos para poder administrar un levantamiento del bloqueo sin condiciones políticas previas.

En este último sentido, por ejemplo, compañías de unos siete países están explorando o perforando en la zona, a la que el Geological Survey de Estados Unidos le pronostica unos 4,5 mil millones de barriles de petróleo de calidad aceptable, así como varios miles de millones de metros cúbicos de gas. Para el 2007, la compañía canadiense Sherrit, con fuertes intereses en la minería cubana, comenzará a exportar petróleo cubano, para lo cual debe vencer los intrincados mecanismos del bloqueo. Dos legisladores, por su parte, preparan un nuevo proyecto legal para facilitar la participación de compañías norteamericanas en este mercado, a lo cual se han unido de manera entusiasta gigantes petroleras como Halliburton y Chevron. Creo que el lector no requiere muchos más argumentos para convencerse de que en caso de que estos hallazgos se materialicen los legisladores y dirigentes políticos del sur de la Florida que han hecho carrera a favor del bloqueo tendrán que buscar nuevos temas y eventualmente nuevos empleos.

La conjunción de estos factores, y en particular los contactos con Venezuela y China han contribuido decisivamente a la reanimación (como decíamos, comenzada desde fines de los 90s) de la economía insular, que ha crecido sostenidamente desde el 2002 a tasas altas, aunque sustancialmente menores de las alegres cifras de dos dígitos que ha proporcionado el gobierno cubano. Tampoco esta animación ha logrado colocar el PIB insular al nivel previo a la crisis, o resolver definitivamente los graves problemas de ineficiencia y productividad de la economía interna. Pero ha tenido un efecto muy positivo al exterior -reconfigurando una perspectiva mas optimista en los medios financieros que hasta el momento se habían negado a considerar la isla como sujeto de crédito- y al interior, ampliando algo el muy constreñido consumo popular y con ello también las bases de apoyo del régimen.

La debilidad de los interlocutores.

No cabe dudas de que el régimen político revolucionario ha funcionado con cuotas muy altas de consenso popular alimentado por el apoyo a las medidas redistributivas, por el nacionalismo, por el encuadramiento organizativo de la población y por la promesa de un futuro socialista nuevo y superior. Según pasaron los años, la alianza con los soviéticos facilitó recursos relativamente abundantes que permitieron al estado administrar el proceso de movilidad socioeconómica y de socialización ideológica en condiciones cuasi-monopólicas. Al mismo tiempo que la emigración hacia los Estados Unidos -en algunos casos en grandes oleadas como la del Mariel en 1980- actuó como una eficaz válvula de escape del descontento y de la formación de una oposición.

Los noventa supusieron un cambio radical de la situación y una fractura del consenso. Aunque la emigración siguió funcionando como aliviadero político (todavía en 1994 el país vivió una ola de emigración masiva), desde entonces la clase política cubana ha tenido que lidiar con un tablero muy fragmentado de apoyos políticos que pone en contacto a un sector antisistémico, otro de apoyo activo y una franja intermedia mas amplia de consenso pasivo.

A todo lo largo de la década la clase política cubana tuvo que lidiar con esta situación y lo hizo con gran habilidad para salir airosa al corto plazo. Así, al mismo tiempo que mantenía las políticas sociales que habían servido de base a la subordinación negociada de la sociedad y exacerbaba la retórica y movilizaciones nacionalistas, supo intensificar la represión y anatematización no solo contra los grupos opositores antisistemas sino también contra organizaciones académicas y de activismo social, e incluso contra personas aisladas, que habían sugerido propuestas alternativas dentro del socialismo y la revolución. Como en los años "soviéticos", la sociedad cubana permaneció severamente controlada, sin espacios autónomos de expresión y atomizada en una serie de organizaciones que -siguiendo el viejo esquema de las correas de transmisión- no se relacionaban entre si, sino todas con un centro inapelable donde se fundían política y moral, el legislador y el "demos".

El paulatino rebasamiento de la crisis ha permitido al gobierno cubano lubricar estas políticas de control y represión con asignaciones de recursos en beneficio del consumo popular y en particular de los grupos vulnerables y más pobres de la población. Con ello ha logrado atajar el retroceso del consenso y ha apuntalado su apoyo duro desde el grupo de consenso activo, particularmente favorecido por estas políticas.

En otras palabras, la clase política cubana arriba al momento inevitable de la erosión/desaparición de su centro político con una sociedad fragmentada, controlada, atomizada con la cual no es necesario negociar.

Esta situación resulta particularmente favorable para la cohesión de la élite. Además del factor peligro externo, que indudablemente es clave para entender la cohesión de figuras tan diferentes como las que conviven en el politburó cubano, ahora habría que tomar en cuenta otras variables como la propia indefensión individual de los políticos cubanos, ninguno de los cuales tiene base propia de poder. Cualidad esta última que ciertamente el propio sistema se ha encargado de administrar extirpando a aquellas figuras que habían intentado tenerla, sea en el ámbito militar (el caso muy destacado del General Ochoa fusilado en 1989) o civil, como fueron las experiencias menos dolorosas de Carlos Aldana, Roberto Robaina y Marcos Portal. O permitiéndola cuando esta relación no puede afectar el cuadro general de ordenamiento del poder, como es el caso del Ministro de Cultura Abel Prieto y sus posiciones de régulo liberal en el mundo artístico.

Pero desde otro ángulo, se trata de una élite política entrenada, que opera desde un marco institucional aún no agotado y al frente de la cual se coloca ahora un hombre de luces limitadas, pero conocedor de la política local, cubierto por la aureola de los fundadores (vital para el apoyo de un núcleo duro de la población), notablemente pragmático y que por cuatro décadas ha estado al frente de la institución estatal más eficiente, exitosa y legitimada que tiene el país: las fuerzas armadas. Una figura histórica, recientemente resucitada y colocada en una posición clave por Raúl Castro llamó a este último el "cancerbero de la revolución", seguramente desconociendo que esta figura literaria corresponde a un perro con tres cabezas que cuidaba la puerta del infierno. Y es que Raúl se ha encargado personalmente de encabezar los actos represivos más sonados que han ocurrido en Cuba. Sin lugar a dudas, en términos democráticos -recordando un merengue bíblico de Juan Luis Guerra- no tiene papeles de solvencia para intentar ser sincero. Pero en un escenario de transición/continuidad como el que se anuncia en Cuba, realmente no los necesita.

Los peligros del largo plazo.

Aunque los políticos y en general la política tienden a jugarse al corto plazo (en el largo, como decía Keynes, todos estaremos muertos) habría que anotar que la comodidad del corto plazo no implica la viabilidad del largo lazo, ni siquiera del mediano. Esto es evidente en el caso cubano, donde muchas de las tendencias descriptas podrían generar efectos disruptivos con los que tendrán que lidiar los sucesores del comandante. Sin ánimo de ser exhaustivo, me gustaría detenerme en el significado de tres efectos de los factores mencionados.

Ciertamente esa posibilidad de contar con una sociedad fragmentada encuadrada en organizaciones controladas por el vértice político es una tentación para cualquier político. Ello ha implicado para los dirigentes cubanos un severo control sobre las demandas y por supuesto la anatematización de la oposición, al punto que los propios funcionarios cubanos gustan decir -y la izquierda fidelista de repetir con toda candidez- que en Cuba Fidel Castro asume su propia oposición, juego retórico que hubiera ruborizado al propio Hegel.

Pero es un juego político viable mientras existan condiciones de excepcionalidad como las prevalecientes en Cuba por décadas -un liderazgo carismático percibido por la gente como un principio fundacional, una sociedad poco educada y atenazada por una cultura política clientelista, un peligro externo real o al menos captado como tal por la población, y finalmente, ciertas capacidades económicas para administrar de manera eficiente la movilidad social. Cuando estas condiciones dejan de existir -desaparece el liderazgo fundacional, se atenúa el peligro real, la población se hace social y culturalmente más sofisticada, etc. la sociedad desorganizada y atomizada es un obstáculo para la gobernabilidad, sencillamente porque no hay con quien negociar, llegar a acuerdos, garantizar sus cumplimientos y finalmente establecer prioridades acatadas por todos. Quien haya seguido la historia de los derrumbes de los regímenes este-europeos habrá percibido cuan costosa puede ser esta situación.

En el caso cubano esto tiene una peculiaridad aún más dramática, pues la dirigencia política cubana se ha encargado sistemáticamente de diezmar cualquier brote de pensamiento socialista o de izquierda alternativo. Lo que de hecho lo coloca en una situación muy oportuna para la manipulación a corto plazo ya que solo pudiera encarar potenciales interlocutores desde la derecha tales como la iglesia católica, la mayoría de los grupos minúsculos de oposición, los sectores emigrados, etc. Pero en la que se puede llegar a una situación en que la clase política, indigesta con su propia arrogancia, no tenga para donde huir ni donde esconderse.

Otro ejemplo es la situación de relativa bonanza apoyada por las transferencias venezolanas. Un indicio claro del impacto de estos subsidios ha sido la regresión de la reforma económica, de la descentralización empresarial, de los espacios para la actividad privada a pequeña escala y de aquellas actividades que como el turismo, habían marcado la reinserción de Cuba en la economía global. Con recursos suficientes, la clase política ha retomado el viejo estilo de asignar verticalmente los recursos y sin competencias permitidas. No es casual que el turismo decreciera absolutamente en el 2006, al mismo tiempo que experimentaba sustanciales crecimientos en el resto del Caribe.

Aún asumiendo que esta relación económica tuviera una larga vida, continuaría postergando algunos pasos de reorganización de la economía interna que son imprescindibles con vista a obtener reales progresos en materias de eficiencia económica, productividad y seguridad alimentaria. Cuando los subsidios, como en Cuba, entran en contacto con un liderazgo inapelable como es el caso de Fidel Castro, tienen otros efectos no menos dañinos como son el despilfarro de los recursos en programas costosos y de dudosa viabilidad y el fortalecimiento del poder personal del caudillo en detrimento de la institucionalidad existente. Y al final, por supuesto, siempre una deuda económica que hay que pagar.

Pero nada indica que la "matriz bolivariana" como le ha llamado un conocido economista cubano perdure por un tiempo largo, al menos no más largo que lo que perduró aquel inexpugnable bastión de la revolución mundial que fue la Unión Soviética. Y cuando ésta desapareció la sociedad cubana se hundió en una situación de empobrecimiento generalizado que la izquierda fidelista aplaudió como una manifestación de la fortaleza del socialismo cubano. Por supuesto, desde los palcos.

Finalmente, y sigo sólo a "modo de ejemplo", no cabe dudas de que el fin del bloqueo americano significará una victoria memorable del pueblo cubano que supo afrontar con estoicismo todos los avatares provenientes de esta descomunal presión imperialista. Y aunque es predecible que está destinado a "morir por desangramiento", el final del bloqueo va a tener una consecuencia mayor sobre el sistema político, al eliminar la razón principal de polarización política -en ocasiones manipulada por la clase política cubana para poder anatematizar con mayor comodidad las opciones diferentes- y con ello atenuar el usual enrarecimiento del ambiente político cubano. Precisamente un escenario en que una parte de la clase política -educada en un clima de confrontación e incapaz de actuar en otras condiciones- posiblemente se tendría que acoger al retiro.

Las reservas socialistas.

La revolución cubana fue un valiente experimento de modernización y liberación nacional que asumió algunos rasgos socialistas, principalmente en la distribución, pero no logró su objetivo expreso de convertirse en una alternativa al capitalismo. Esta pretensión fue sepultada por la agresión imperialista, por su alianza con el bloque soviético, por las tendencias autoritarias de su liderazgo, entre otros factores. Le guió, más que una doctrina o una forma de ver el mundo, un pragmatismo de supervivencia a toda prueba que le permitió acercarse a los diferentes modelos anticapitalistas, e incluso abrir parcialmente las puertas al capitalismo mundial en nombre de la supervivencia. Hoy retoma el juego de la revolución continental en un contexto políticamente favorable.

No es, sin embargo, un dato fatal. Los dirigentes cubanos podría aplicar muchas acciones en beneficio de ese contenido socialista cuya meta debe ser, tal y como fue pensado por Marx, la socialización del poder, la construcción de un orden democrático y pluralista. Y al menos, poner un valladar a la ofensiva del capitalismo mundial mediante la generación de espacios de auténtico poder popular, aún cuando para hacerlo haya que sacrificar cuotas decisivas del poder burocrático que detenta una clase política que deviene crecientemente post-revolucionaria.

Nuevamente sin ánimo de ser exhaustivo podría sugerir cinco de estas acciones que incidirían en el camino apuntado:

1) Creación de espacios autónomos para la organización de los sectores populares en sus diversos perfiles (femenino, juvenil, laboral, ambiental, consumidores, etc.) lo que contribuiría a crear una base de poder genuinamente democrático. Esto podría implicar eventualmente la revitalización, autonomización y dinamización de aquellas organizaciones de masas que hoy funcionan como mecanismos de control.

2) Descentralización estatal y dinamización de los mecanismos de participación en la gestión local del desarrollo, incluyendo la estimulación a la formación de organizaciones comunitarias autónomas. Existen notables experiencias al respecto, pero todas han languidecido debido al celo y las intromisiones estatales en sus funcionamientos.

3) Estimulación a la propiedad cooperativa, particularmente en la agricultura y en los servicios. Existe en este sentido un potencial incalculable en experiencias que hoy yacen en la bancarrota debido a las presiones y controles burocráticos y la falta de apoyo. Un caso es el de las ineficientes Unidades Básicas de Producción Cooperativa, creadas en 1993, y donde se agrupa un alto porcentaje de las tierras agrícolas cubanas. Otro es el de las microempresas de servicios, también autorizadas en 1993, y donde la cooperativización está expresamente prohibida.

4) Establecimiento de mecanismos de democracia laboral, con la incentivación de formas y mecanismos de participación de los trabajadores en las toma de decisiones de las empresas y centros laborales, y eventualmente la introducción de formas de cogestión y autogestión.

5) Democratización interna del Partido Comunista de Cuba, autorizando el surgimiento de grupos y tendencias. Al mismo tiempo, establecimiento de un sistema multipartidista.

Como puede observarse, ninguna de estas propuestas es disruptiva respecto al poder establecido, y nunca lo podría ser si la clase política revolucionaria pensara su rol como una "dirección ético-política" y no como una imposición dada por la historia. Tampoco es una discusión nueva. Es, para usar expresiones en boga, una agenda inconclusa para un socialismo del siglo XX, pero de la que difícilmente podrá prescindir el llamado socialismo del siglo XXI. Un socialismo en el que, recordando una propuesta de Rosa Luxemburgo, deberá existir libertad para los que piensan diferente. En realidad la única forma honesta y decente de pensar la libertad y la democracia.


* Ensayo enviado especialmente por el autor para su publicación en Herramienta.

[1] Acerca del futuro del sistema que algunos llaman (probablemente confundiendo la realidad con los deseos) el "socialismo cubano" es posible encontrar también propuestas innovadoras, algunas de ellas que propugnan un socialismo del siglo XXI sin más definiciones. Pero son propuestas intrascendentes en términos prácticos, usuales entre algunos grupos intelectuales orgánicos al sistema, y en menor medida en la retórica aperturista de algunos políticos muy visibles pero con pocos poderes efectivos. Por ello los discursos políticos predominantes sobre la transición se han caracterizado por la simplicidad dicotómica antes mencionada.

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