04/12/2024
Autor: Ricardo Antunes*
Primera Tesis[1]
Al contrario de aquellos autores que defienden la pérdida de la centralidad de la categoría trabajo en la sociedad contemporánea, las tendencias en curso, ya sea en dirección a una mayor intelectualización del trabajo fabril o al incremento del trabajo calificado, o bien en dirección a la des-calificación o a la subproletarización, no permiten concluir la pérdida de esta centralidad en el universo de una sociedad productora de mercancías. Aun presenciando una reducción cuantitativa en el mundo productivo, (con repercusiones cualitativas), el trabajo abstracto cumple un papel decisivo en la creación de valores de cambio. Las mercancías generadas en el mundo del capital son producto de la actividad (manual y/o intelectual) que resulta del trabajo humano en interacción con los medios de producción. La "disminución del factor subjetivo en el proceso de trabajo con relación a los factores objetivos" o "el aumento creciente del capital constante con relación al variable" reduce relativamente, pero no elimina, el papel del trabajo colectivo en la producción de valores de cambio (Marx, 1975: 723-724). Los productos fabricados por la Toyota, Benetton o Volvo, por ejemplo, no son otra cosa que mercancías que resultan de la interacción entre el trabajo vivo y el trabajo muerto, capital variable y capital constante. Hasta en un proceso productivo, tecnológicamente avanzado, (donde se pudiese verificar el predomino de actividades más intelectualizadas, más calificadas) aun así la creación de valores de cambio sería el resultado de esta articulación entre los trabajos vivo y muerto. Parece difícil pensar otra cosa cuando se considera el sistema productor de mercancías a escala global. La reducción del tiempo físico de trabajo en el proceso productivo, así como la reducción del trabajo manual directo y la ampliación del trabajo más intelectualizado no anulan la ley del valor, cuando se considera la totalidad del trabajo, la capacidad de trabajo socialmente combinada, al trabajador colectivo como expresión de múltiples actividades combinadas.
Cuando se piensa la crisis de la sociedad del trabajo, nos parece decisivo recuperar la distinción hecha por el marxismo entre trabajo concreto y abstracto: "Todo trabajo es, por un lado, gasto de fuerza humana de trabajo, en el sentido fisiológico, y en esa calidad de trabajo humano igual o abstracto, crea el valor de las mercancías. Todo trabajo es, por otro lado, gasto de fuerza humana de trabajo, bajo una forma especial y encaminada a un fin y como tal, como trabajo concreto y útil, produce valores de uso. (Marx, El Capital, Tomo l, 13-14). De un lado se tiene el carácter útil del trabajo, relación de intercambio entre los hombres y la naturaleza, condición para la producción de cosas socialmente útiles y necesarias. Es el momento en que se efectiviza el trabajo concreto, el trabajo en su dimensión cualitativa. Dejando de lado el carácter útil del trabajo, su dimensión concreta, le resta apenas ser gasto de fuerza humana productiva, física o intelectual, socialmente determinada. Aquí aflora su dimensión abstracta, donde "se desvanecen... las diferentes formas de trabajo concreto" y donde "ellas ya no se distinguen unas de otras, se reducen, todas, a una sola especie de trabajo, el trabajo humano abstracto" (Idem, 1971: 45).
Se sabe que en el universo de las relaciones sociales productoras de mercancías, cuya finalidad básica es la creación de valores de cambio, el valor de uso de las cosas es minimizado, reducido y subsumido a su valor de cambio. Se mantiene solamente en cuanto condición necesaria, para la integración en el proceso de valorización del capital, del sistema productor de mercancías.[2] De lo que resulta que la dimensión concreta del trabajo está también totalmente subordinada a su dimensión abstracta. Entonces, cuando se habla de la crisis de la sociedad del trabajo, es absolutamente necesario clarificar de qué dimensión se está hablando: si es de una crisis de la sociedad del trabajo abstracto (como sugiere Robert Kurz, 1992) o si se trata de la crisis del trabajo también en su dimensión concreta, en cuanto elemento estructurante del intercambio social entre los hombres y la naturaleza (como sugieren Offe, 1989; Gorz, 1982 y 1990 y Habermas, 1987, entre tantos otros).
En el primer caso, en la crisis de la sociedad del trabajo abstracto, hay una diferenciación que nos parece crucial y que en general ha sido olvidada. La cuestión esencial es: ¿la sociedad contemporánea está o no predominantemente regida por la lógica del capital, por el sistema productor de mercancías? Si la respuesta es afirmativa, la crisis del trabajo abstracto sólo podrá ser entendida, en términos marxistas, como una reducción del trabajo vivo y una ampliación del trabajo muerto. En este punto estamos de acuerdo con Kurz cuando dice: "La sociedad del trabajo como concepto ontológico sería una tautología, pues, en el transcurso de la historia, hasta hoy, la vida social, cualesquiera sean sus formas modificadas, apenas podría ser una vida sin la inclusión del trabajo. Solamente las ideas ingenuas del paraíso y los cuentos del país de las maravillas podrían fantasear sobre una sociedad sin trabajo" (Kurz, 1992: 26).
En esta vertiente, sin embargo, es posible constatar por lo menos dos maneras bastante distintas en la comprensión de la llamada crisis de la sociedad del trabajo abstracto: aquella que sostiene que el ser que trabaja no desempeña más el papel estructurante en la creación de valores de cambio, en la creación de mercancías -con la cual ya manifestamos nuestro desacuerdo- y aquella que critica a la sociedad del trabajo abstracto por el hecho de que éste asume la forma de trabajo extrañado, fetichizado y, por lo tanto, desrealizador y desefectivizador de la actividad humana autónoma. En este segundo sentido, que aprehende la esencia del capitalismo, se reconoce el papel central de la clase trabajadora en la creación de valores de cambio -naturalmente incorporando toda la discusión que hicimos en la primera parte de este libro- pero se lo reconoce enfatizando que esta forma de ser del trabajo, bajo el reino de las mercancías es, como Marx demostró en los Manuscritos de 1844, esencialmente nefasta para el ser social que busca la omnilateralidad y que bajo la forma de trabajo extrañado vive en la unilateralidad. En esta concepción rechazamos agudamente el culto al trabajo asalariado, tan fuertemente idealizado por las innumerables vertientes del marxismo en este siglo XX. Más fetichizadas que en épocas anteriores, las relaciones sociales contemporáneas, reafirman e intensifican la lógica destructiva del sistema productor de mercancías y de la consecuente vigencia del trabajo extrañado.
En la otra variante crítica que niega el carácter capitalista de la sociedad contemporánea, muchos de sus formuladores sustentan el rechazo al rol central del trabajo, tanto en su dimensión abstracta, creadora de valores de cambio -pues estos no serían hoy decisivos- como en la negación del rol que el trabajo concreto tiene en la estructuración de un mundo emancipado y de una vida llena de sentido. Ya sea por su calificación como sociedad de servicios, posindustrial y poscapitalista, o por la vigencia de una lógica institucional tripartita, experimentada por la acción pactada entre el capital, los trabajadores y el Estado, esta sociedad contemporánea, menos mercantil y más contractualista, ya no estaría regida centralmente por la lógica del capital, sino por la búsqueda de alteridad de los sujetos sociales, por la vigencia de las relaciones fundadas en la ciudadanía, por la expansión creciente de "zonas de no-mercancías", o aun por la disputa de los fondos públicos.[3]
Habermas hace la síntesis más coherente de esta tesis: "La utopía de la sociedad del trabajo perdió su fuerza persuasiva... Pero sobre todo, la utopía perdió su punto de referencia en la realidad: la fuerza estructuradora y socializadora del trabajo abstracto. Claus Offe compiló convincentes ‘datos sobre la fuerza objetivamente decreciente de factores como trabajo, producción y ganancia en la determinación de la constitución y el desarrollo de la sociedad en general’". Y después de referirse favorablemente a la obra de Gorz, agrega: "Corazón de la utopía, la emancipación del trabajo heterónomo se presentó, empero, bajo otra forma en el proyecto socio-estatal. Las condiciones de la vida emancipada y digna del hombre ya no deben resultar directamente de una transformación en las condiciones de trabajo, esto es, de una transformación del trabajo heterónomo en auto-actividad" (Habermas, 1987: 106-107). Sin embargo, cuando Habermas se refiere a la dimensión abstracta del trabajo, se evidencia, en esta corriente interpretativa, que el trabajo ya no tiene más la potencialidad estructurante ni en el universo de la sociedad contemporánea, como trabajo abstracto, ni como fundamento de una "utopía de la sociedad del trabajo", es decir, de trabajo concreto, ya que "los acentos utópicos se vuelcan del concepto de trabajo hacia el concepto de comunicación" (Idem: 114).[4]
Creemos que sin la debida incorporación de esta distinción entre trabajo concreto y abstracto, cuando se dice Adiós al trabajo, se comete una gran equivocación analítica, pues se considera de manera única un fenómeno que tiene doble dimensión. Lo que nos recuerda A. Heller es interesante, cuando afirma que el trabajo tiene que ser aprehendido en su doble aspecto: como ejecución de un trabajo que es parte de la vida cotidiana y como actividad de trabajo, como una objetivación directamente genérica. Marx, dice la autora, se sirve de dos términos distintos para caracterizar mejor esta doble dimensión del trabajo: work y labour. El primero (work) se realiza como expresión del trabajo concreto, que crea valores socialmente útiles. El segundo (labour) expresa la ejecución cotidiana del trabajo, convirtiéndose en sinónimo de trabajo alienado (Heller, 1977: 119-127). El trabajo entendido como work expresa entonces una actividad genérico-social que trasciende la vida cotidiana. Es la dimensión dirigida hacia los valores de uso. Es el momento de prevalencia del trabajo concreto. En contrapartida, el labour expresa la realización de la actividad cotidiana, que bajo el capitalismo asume la forma de actividad extrañada, fetichizada. El olvido de esta doble dimensión presente en el trabajo lleva, equivocadamente, a que la crisis de la sociedad del trabajo abstracto sea entendida como crisis de la sociedad del trabajo concreto.
La superación de la sociedad del trabajo abstracto, en los términos que aquí estamos sugiriendo, requiere como condición el reconocimiento del papel central del trabajo asalariado, de la clase-que-vive-del-trabajo como sujeto potencialmente capaz, objetiva y subjetivamente, de marchar más allá del capital.[5] Por lo tanto, se trata de una crisis de la sociedad del trabajo abstracto cuya superación tiene en la clase trabajadora, aun fragmentada, heterogeneizada y complejizada, su polo central. Y hay, como ya indicamos, otra secuela equivocada al olvidar la doble dimensión del acto laboral: aquella que rechaza el papel del trabajo como protoforma de la actividad humana emancipada. Se niega el papel del trabajo concreto como el primer momento de efectivización de una individualidad omnilateral, condición sin la cual no se realiza la dimensión del género para sí.
Aquí surge otra cuestión importante: la superación de la sociedad del trabajo abstracto (para valernos una vez más de esta expresión) y su tránsito a una sociedad emancipada, fundada en el trabajo concreto, supone la reducción de la jornada de trabajo y la ampliación del tiempo libre y al mismo tiempo plantea una transformación radical del trabajo extrañado en un trabajo social que sea fuente y base para la emancipación humana, para una conciencia omnilateral. En otras palabras, el rechazo radical del trabajo abstracto no debe llevar a rechazar la posibilidad de concebir el trabajo concreto como dimensión primaria, originaria, punto de partida para la realización de las necesidades humanas y sociales. El rechazo a esta tesis es lo que lleva a tantos autores, con Gorz al frente, a imaginar un trabajo siempre heterónomo, quedando sólo la lucha por el tiempo libre. Sería la realización, utópica y romántica, del trabajo que envilece y del tiempo (fuera del trabajo) que libera. Esta concepción termina olvidando la dimensión totalizante y abarcadora del capital, que engloba desde la esfera de la producción hasta el consumo, desde el plano de la materialidad, al mundo de las ideas.[6]
Entendemos que la acción efectivamente capaz de hacer posible el salto más allá del capital será aquella que incorpore las reivindicaciones presentes en la cotidianeidad del mundo del trabajo, como la reducción radical de la jornada de trabajo y la búsqueda del "tiempo libre" bajo el capitalismo, si esta acción está indisolublemente articulada con el fin de la sociedad del trabajo abstracto y su conversión en una sociedad creadora de cosas verdaderamente útiles. Este sería el punto de partida para una organización social que transite desde la realización del reino de las necesidades (esfera donde el trabajo se inserta) hacia el reino de la libertad (esfera donde el trabajo deja de ser determinado, como dice Marx, por la necesidad y por la utilidad exteriormente impuesta)[7], condición para un proyecto fundado en la asociación libre de los individuos, transformados efectivamente en sociales, momento de identidad entre el individuo y el género humano.
Es por esto que cuando el movimiento de la clase obrera se restringe y se ata exclusivamente a la lucha por la reducción de la jornada de trabajo, se encuadra en una acción extremadamente defensiva e insuficiente. Limitada a sí misma, esta acción se sitúa en el interior de la sociedad productora de mercancías. Es imprescindible articular estas acciones más inmediatas en un proyecto global y alternativo de organización social, fundamentado en una lógica donde la producción de valores de cambio no encuentre ninguna posibilidad de constituirse en el elemento estructurante.
La salida posible es, por lo tanto, la "adopción generalizada y la utilización creativa del tiempo disponible como el principio orientador de la reproducción social... Desde el punto de vista del trabajo, es perfectamente posible prever que el tiempo disponible es una condición que ocupa algunas funciones positivas vitales en la vida/actividad de los productores asociados (finalidades de las que sólo ellos pueden ocuparse), una vez que la unidad perdida entre necesidad y producción es reconstituida a un nivel cualitativo superior al que ya haya existido existe en la relación histórica entre el ‘caracol y su concha’" (el trabajador y los medios de producción) (Mészáros, 1989: 38-39). El tiempo disponible, desde el punto de vista del trabajo al servicio de la producción de cosas socialmente útiles y necesarias, propiciará la eliminación de todo trabajo excedente acumulado por el capital y dirigido hacia la producción destructiva de valores de cambio. De este modo, el tiempo disponible controlado por el trabajo y aplicado a la producción de valores de uso -y teniendo como consecuencia el rescate de la dimensión concreta del trabajo y la disolución de su dimensión abstracta- podrá instaurar una lógica social radicalmente diferente de la que rige a la sociedad productora de mercancías. Y será capaz, una vez más, de mostrar el papel fundante del trabajo creativo -que suprime la distinción entre trabajo manual/trabajo intelectual, que fundamenta la división social del trabajo bajo el capital- y por esto es capaz de constituirse en protoforma de una actividad humana emancipada.
Segunda tesis
En cuanto creador de valores de uso, de cosas útiles, forma de intercambio entre el ser social y la naturaleza, no parece posible concebir, en el universo de la sociedad humana, la extinción del trabajo social. En cambio, sí es posible vislumbrar la eliminación de la sociedad del trabajo abstracto -acción ésta naturalmente articulada con el fin de la sociedad productora de mercancías- es algo ontológicamente distinto a suponer o concebir el fin del trabajo como actividad útil, como actividad vital, como elemento fundante, protoforma de la actividad humana. En otras palabras: una cosa es concebir, con la eliminación del capitalismo, también el fin del trabajo abstracto, del trabajo extrañado; otra muy distinta es concebir la eliminación, en el universo de la sociedad humana, del trabajo concreto, que crea cosas socialmente útiles, y que al hacerlo, (auto)transforma a su propio creador. Una vez que se conciba el trabajo desprovisto de esa doble dimensión, se lo identifica como sinónimo de trabajo abstracto, trabajo extrañado y fetichizado.[8] La consecuencia derivada de esto es, entonces, en la mejor de la hipótesis, imaginar una sociedad de tiempo libre, con algún sentido, pero que conviva con las formas existentes de trabajo extrañado y fetichizado.
Esta segunda tesis -una consecuencia de la anterior- se deriva del olvido del doble carácter del trabajo, presente en muchos críticos de la llamada sociedad del trabajo. Esto es así, porque "el trabajo, como creador de valores de uso, como trabajo útil e indispensable para la existencia del hombre -cualesquiera sean las formas de la sociedad- es una necesidad natural y eterna para realizar el intercambio material entre el hombre y la naturaleza, y por lo tanto, para mantener la vida humana" (Marx, 1971: 50).[9] En esta dimensión genérica, el trabajo tiene un significado esencial en el universo de la sociedad humana. No es otro el sentido que le da Lukács (1981: 14). "Solamente el trabajo tiene en su esencia ontológica un declarado carácter intermediario: es esencialmente una interrelación entre el hombre (sociedad) y la naturaleza, sea inorgánica (...) u orgánica, interrelación que (...) ante todo distingue la transición, en el hombre que trabaja, del ser meramente biológico a su conversión en ser social".
El trabajo es por esto, considerado como "modelo", "fenómeno originario", protoforma del ser social (Idem: 14). El simple hecho de que en el trabajo se realiza una posición teleológica, lo configura como una experiencia elemental de la vida cotidiana, tornándose de ese modo en un componente inseparable de los seres sociales. Lo que permite a Lukács afirmar que la génesis del ser social, su separación frente a su propia base originaria y también su llegar a ser, están fundados en el trabajo, esto es, en la continua realización de posiciones teleológicas (Idem: 19 y 24).
En este plano genérico, entendido en tanto work, como creador de cosas útiles, como auto-actividad humana, el trabajo tiene un estatuto ontológico central en la praxis social: "Con justa razón se puede designar al hombre que trabaja... como un ser que da respuestas. En efecto, es innegable que toda actividad productiva surge como una solución de respuesta a las carencias que la provocan (...) El hombre se torna un ser que da respuestas precisamente a medida que (...) él generaliza, transformando en preguntas sus propias carencias y sus posibilidades de satisfacerlas y cuando en su respuesta a las necesidades que la provoca, funda y enriquece la propia actividad con tales mediaciones, frecuentemente bastantes articuladas. De modo que no sólo la respuesta, también la pregunta es un producto inmediato de la conciencia que guía la actividad; más aún, esto no anula el hecho de que el acto de responder es el elemento ontológicamente primario en ese complejo dinámico. Tan solo la carencia material, en cuanto motor del proceso de reproducción individual o social, pone efectivamente en movimiento el complejo del trabajo... Sólo cuando el trabajo sea efectiva y completamente dominado por la humanidad, y por tanto, sólo cuando aquella tenga en si misma la posibilidad de ser "no sólo medio de vida", sino "la primera necesidad de la vida", sólo cuando la humanidad haya superado cualquier carácter coercitivo en su propia autoproducción, sólo entonces se habrá abierto el camino social de la actividad humana como fin autónomo" (Lukács, 1978: 5 y 16).
Aquí aparece, una vez más, la mayor fragilidad de los críticos de la sociedad del trabajo: la desvaloración de la dimensión esencial del trabajo concreto como fundamento (en la medida en que se inserta en la esfera de las necesidades), capaz de posibilitar la base material, sobre la cual las demás esferas de la actividad humana pueden desarrollarse. En realidad, esa concepción se apoya en el reconocimiento y en la aceptación de que el trabajo regido por la lógica del capital y de las mercancías, es inevitable y hasta inextinguible, de lo que resulta que el trabajo humano no puede convertirse en una verdadera autoactividad.
Es importante reafirmar que el trabajo, entendido como protoforma de vida, no podrá ser confundido jamás como un momento único o totalizante; al contrario, lo que aquí pretendemos establecer es que la esfera del trabajo concreto es punto de partida bajo el cual se podrá instaurar una nueva sociedad. El momento de omnilateralidad humana (que tiene como formas más elevadas al arte, la ética, la filosofía, la ciencia etc.), trasciende evidentemente en mucho la esfera del trabajo (la realización de las necesidades), pero debe encontrar en este plano su base de sustentación.
En este sentido, la automatización, la robótica, la microelectrónica, en fin, la llamada revolución tecnológica, tienen un evidente significado emancipador, siempre que no sea regida por la lógica destructiva del sistema productor de mercancías, sino por la sociedad del tiempo disponible y de la producción y de bienes socialmente útiles y necesarios. En la síntesis ofrecida por Mandel (1986: 17-18): "Marx opone el potencial emancipador de la automatización y de la robótica, su capacidad de aumentar ampliamente el tiempo libre para el ser humano, que se refiere al tiempo para el florecimiento de la personalidad humana en su totalidad, frente a las tendencias opresivas bajo el capitalismo". Y agrega: "En una sociedad de clases, la apropiación del subproducto social por una minoría significa la posibilidad de ampliar el tiempo libre solamente para esta minoría y, consecuentemente, la reproducción siempre más ampliada entre aquellos que administran y que acumulan conocimientos y otros que producen sin tener acceso a los conocimientos, o un acceso muy limitado a los mismos. En una sociedad sin clases, la apropiación y el control del sobreproducto social por los productores asociados significará, al contrario, una reducción radical del tiempo de trabajo (del trabajo necesario) para todos, un aumento radical del tiempo libre para todos, y por lo tanto, la desaparición de la división social del trabajo entre administradores y productores, entre aquellos y aquellas que tienen acceso a todos los conocimientos y aquellos y aquellas que están separados de la mayor parte del saber".
Los críticos de la sociedad del trabajo, con honrosas excepciones, "constatan empíricamente" la pérdida de relevancia del trabajo abstracto en la sociedad moderna, convertida en sociedad "posindustrial" y de "servicios" y consecuentemente deducen y generalizan a partir de esta constatación, el "fin de la utopía de la sociedad del trabajo" en su sentido amplio y genérico.[10] Intentamos señalar aquí, en contrapunto que estamos sugiriendo, que estas formulaciones padecen de enormes limitaciones (que resultan en gran medida del abandono de categorías analíticas marxistas) cuyo mejor ejemplo es el olvido de la doble dimensión presente en el trabajo (en cuanto Work y Labour, es decir, trabajo concreto y trabajo abstracto). Cuando la defensa de la sociedad del mercado y del capital no es claramente explicitada en estas formulaciones, resta la proposición utópica y romántica del tiempo libre en el interior de una sociedad fetichizada, como si fuese posible vivir una vida absolutamente sin sentido en el trabajo y llena de sentido fuera de él. O, repitiendo lo que dijimos anteriormente, intentando compatibilizar trabajo envilecido con tiempo liberado.[11]
Tercera tesis
A pesar de estar heterogeneizado, complejizado y fragmentado, las posibilidades de una efectiva emancipación humana todavía pueden encontrar concreción y viabilidad social a partir de las revueltas y rebeliones, que se originan centralmente en el mundo del trabajo; un proceso de emancipación del trabajo y por el trabajo simultáneamente. Esto no excluye ni suprime otras formas contestatarias. Pero viviendo en una sociedad que produce mercancías, valores de cambio, las revueltas del trabajo tienen un estatuto de centralidad. Todo el amplio abanico de asalariados que comprende al sector de servicios, los trabajadores "tercerizados", los trabajadores del mercado informal, los trabajadores "domésticos", los desempleados, los subempleados etcétera, que padecen enormemente la desarticulación social operada por el capitalismo en su lógica destructiva, pueden (y deben) sumarse a los trabajadores directamente productivos, y por esto, actuando como clase, constituirse en un segmento social dotado de mayor potencialidad anticapitalista.
En síntesis la lucha de la clase-que-vive-del-trabajo es central cuando se trata de transformaciones que van en el sentido contrario a la lógica de acumulación del capital y del sistema productor de mercancías. Otras modalidades de lucha social (como la ecológica, la feminista, la de los negros, de los homosexuales, de los jóvenes etc.) son, como el mundo contemporáneo ha demostrado en abundancia, de gran significado, en la búsqueda de una individualidad y de una sociabilidad dotada de sentido. Pero, cuando el eje es la resistencia y la confrontación a la lógica del capital y a la sociedad productora de mercancías, el centro de esta acción encuentra mayor radicalismo si se desarrolla y se amplia en el interior de las clases trabajadoras, aun reconociendo que esta tarea es mucho más compleja y difícil que en el pasado, cuando su fragmentación y heterogeneidad no tenían la intensidad revelada en el período reciente.
El elemento central que sustenta nuestra formulación es, por lo tanto, una reafirmación de la vigencia del sistema productor de mercancías a escala global: por eso, como dice Mészáros (1987: 51-52), la "comprensión del desarrollo y de la auto-reproducción del modo de producción capitalista es completamente imposible sin el concepto de capital social total, que por si solo es capaz de explicar muchos misterios de la ‘commodity society’, desde ‘la tasa media de ganancia’, hasta las leyes que gobiernan la expansión y concentración del capital. Del mismo modo, es completamente imposible comprender los múltiples y agudos problemas del trabajo, tanto nacionalmente diferenciado como socialmente estratificado, sin que se tenga presente el necesario cuadro analítico apropiado: a saber, el irreconciliable antagonismo entre el capital social total y la totalidad del trabajo.
Este antagonismo fundamental, es innecesario decirlo, resulta inevitablemente modificado en función de:
a) circunstancias socio-económicas locales;
b) posición relativa de cada país en la estructura global de la producción del capital.
c) madurez relativa del desarrollo socio-histórico global".[12]
En consecuencia, aun resultando una actividad laboral heterogénea, socialmente combinada y globalmente articulada, la totalidad del trabajo cumple un papel central en el proceso de creación de valores de cambio. Si a este elemento central agregamos otros polos de contradicción concomitantes en el propio proceso de producción de capital -como los enormes contingentes de desempleados, que resultan de las explosivas tasas de desempleo estructural vigentes a escala global- encontraremos en este universo, dado el conjunto de seres sociales que dependen de la venta de su fuerza de trabajo, gran parte de las posibilidades de acción más allá del capital. Por eso, no concordamos con las tesis que propugnan la desaparición de las acciones de clase, o la pérdida de su potencialidad anticapitalista. La revolución de nuestros días es, de esta forma, una revolución en y del trabajo. Es una revolución en el trabajo en la medida en que debe necesariamente abolir el trabajo abstracto, el trabajo asalariado, la condición de sujeto-mercancía, e instaurar una sociedad fundada en la auto-actividad humana, en el trabajo concreto que genera cosas socialmente útiles, en el trabajo social emancipado. Pero también es una revolución del trabajo, toda vez que encuentra en el amplio abanico de los individuos (hombres y mujeres) que conforman la clase trabajadora, el sujeto colectivo capaz de impulsar acciones dotadas de un sentido emancipador.
Cuarta tesis
Esta heterogeneización, complejización y fragmentación de la clase-que-vive-del-trabajo no va en el sentido de su extinción; al contrario de un adiós al trabajo o a la clase trabajadora, la discusión que nos plantea es la que nos parece pertinente, por un lado, la posibilidad de una emancipación del trabajo por el trabajo, como un punto de partida decisivo para la búsqueda de la omnilateralidad humana. Por otro lado, se presenta un desafío enorme, dado por la existencia de un ser social complejizado, que abarca desde los sectores dotados de mayor calificación, representados por aquellos que se beneficiaron con el avance tecnológico y que vivenciaron una mayor intelectualización de su trabajo, hasta aquellos que forman parte del trabajo precario, parcial, "tercerizado", participantes de la economía informal, de la subclase de los trabajadores. No creemos que esta heterogeneidad imposibilite una acción conjunta de estos segmentos sociales en cuanto clase, aunque una aproximación, articulación y unificación de estos estratos que componen la clase trabajadora sea, no está demás repetirlo, un desafío de mucha mayor envergadura que aquel imaginado por la izquierda socialista.[13]
Del enunciado anterior se desprende otra cuestión tentadora y de enorme importancia: ¿En los embates desencadenados por los trabajadores y por los excluidos sociales que el mundo ha presenciado y que están dotados de alguna dimensión anticapitalista, es posible detectar mayor potencialidad y hasta mayor centralidad en los estratos más calificados de la clase trabajadora, en aquellos que poseen una situación más "estable" y consecuentemente mayor participación en el proceso de creación de valor? O por el contrario, ¿el polo más fértil de acción anticapitalista se encuentra exactamente en aquellos segmentos sociales más excluidos, en los estratos subproletarizados?
No creemos que esta cuestión pueda ser hoy plenamente respondida. Las metamorfosis fueron (y están siendo) de tal intensidad que cualquier respuesta sería prematura. Lo que nos parece más evidente es enfatizar, desde luego, la necesidad imperiosa de que esos segmentos que componen la heterogénea clase trabajadora acepten los desafíos de buscar los mecanismos necesarios, capaces de posibilitar la confluencia y aglutinamiento de clase, contra todas las tendencias a la individualización de las relaciones del trabajo, la exacerbación del neocorporativismo, al reagravamiento de las contradicciones en el interior del mundo del trabajo etcétera.
Es posible, sin embargo, hacer una segunda consideración sobre esta cuestión: aquellos segmentos más calificados, más intelectualizados, que se desarrollaron junto al avance tecnológico, por el papel central que ejercen en el proceso de creación de valores de cambio, podrían estar dotados, al menos objetivamente, de mayor potencialidad anticapitalista.[14] Pero, contradictoriamente, esos sectores más calificados son justamente aquellos que, subjetivamente, vivieron un mayor involucramiento "integracionista" por parte del capital, como es la tentativa de manipulación del toyotismo, o fueron responsables, muchas veces, de acciones pautadas por concepciones de inspiración neocorporativista.
En contrapartida, el enorme abanico de trabajadores precarios, parciales, temporarios etcétera, que denominamos subproletariado, juntamente con un enorme contingente de desempleados, por su mayor distanciamiento, (o exclusión), del proceso de creación de valores, tendría en el plano de la materialidad un papel de menor relevancia en las luchas anticapitalistas. Sin embargo, su condición de desposeído y excluido lo coloca potencialmente como un sujeto social capaz de asumir acciones más osadas, toda vez que estos segmentos no tienen nada que perder en el universo de la sociedad del capital. Su subjetividad podría ser más propensa a la rebeldía. Las recientes huelgas y explosiones sociales, ocurridas en los países capitalistas avanzados, mezclan elementos de esos dos polos de la "sociedad dual". Por eso entendemos que la superación del capital solamente podrá resultar de una tarea que aglutine y articule al conjunto de los segmentos que comprenden la clase-que-vive-del-trabajo.
El desconocimiento de este punto constituye, a nuestro entender, otro equívoco de Gorz. Su énfasis en ver en el universo de la no-clase de los no-trabajadores el polo potencialmente capaz de transformar a la sociedad tiene, por una parte, el mérito de localizar en ese segmento social potencialidades anticapitalistas. Pero tiene como contrapartida negativa el hecho de concebir a los trabajadores productivos como cuasi irreversiblemente integrados al orden del capital, perdiendo la posibilidad de verlos como sujetos capaces de luchar por una vida emancipada. Esta caracterización padece también del error conceptual de denominar como no-clase de los no-trabajadores a un segmento importante y creciente de la clase trabajadora.[15] Por lo que desarrollamos anteriormente, la heterogeneidad, fragmentación y complejización se efectúan en el interior del mundo del trabajo, incluidos en él los trabajadores productivos, "estables", pero también el conjunto de trabajadores precarios y aquellos que viven en el desempleo estructural etcétera. Este conjunto de segmentos que dependen de la venta de su fuerza de trabajo, configuran la totalidad del trabajo social, la clase trabajadora y el mundo del trabajo.
Quinta tesis
El capitalismo, en cualquiera de sus variantes contemporáneas, desde la experiencia sueca a la japonesa, de la alemana a la norteamericana, como pudimos mostrar anteriormente, no fue capaz de eliminar las múltiples formas y manifestaciones de extrañamiento, pero, en muchos casos, se dio un proceso de intensificación y de mayor interiorización, en la medida en que se minimizó la dimensión más explícitamente despótica, intrínseca al fordismo, en beneficio de un "involucramiento manipulatorio" de la era del toyotismo o del modelo japonés. Si el extrañamiento es entendido como la existencia de barreras sociales que se oponen al desarrollo de la individualidad en dirección a la omnilateralidad humana, el capitalismo de nuestros días, al mismo tiempo que potenció las capacidades humanas con el avance tecnológico, hizo emerger crecientemente el fenómeno social del extrañamiento, en la medida que ese desarrollo de las capacidades humanas no produce necesariamente el desarrollo de la individualidad llena de sentido; por el contrario, "puede desfigurar, degradar etcétera, la personalidad humana"... Esto porque, al mismo tiempo que el desarrollo tecnológico puede provocar "directamente un crecimiento de la capacidad humana", puede también "en este proceso sacrificar individuos (y hasta clases enteras)" (Lukács, 1981: 562).
La presencia del "Tercer Mundo" en el corazón del "Primer Mundo", a través de la brutal exclusión social, de las explosivas tasas de desempleo estructural, de la eliminación de innumerables profesiones, en el interior del mundo del trabajo en consonancia con el incremento tecnológico dirigido exclusivamente a la creación de valores de cambio, son apenas algunos ejemplos irritantes y directos de las barreras sociales que obstaculizan, bajo el capitalismo, la búsqueda de una vida llena de sentido y dotada de la dimensión emancipada para el ser social que trabaja. Se evidencia, entonces, que el extrañamiento es un fenómeno exclusivamente histórico-social, que en cada momento de la historia se presenta bajo formas siempre diversas, que por eso no puede ser jamás considerado como una condition humaine, como un rasgo forma natural del ser social (Lukács, 1981: 559). En palabras del filósofo húngaro (Idem: 585) "...no existe un extrañamiento como categoría general, ni supra-histórica ni antropológica. El extrañamiento tiene siempre características histórico-sociales, en cada formación y en cada período aparece ex novo, puesto en marcha por las fuerzas sociales realmente operantes.
En lo que respecta al extrañamiento en el mundo de la producción, el extrañamiento económico, al proceso de fetichización del trabajo y de su conciencia, mantiene una enorme distancia entre el productor y el resultado de su trabajo, el producto, que se le enfrenta como algo extraño, ajeno, como cosa. Este extrañamiento permanece también en el propio proceso laboral, en mayor o menor intensidad. La no-identificación entre el individuo que trabaja y su dimensión de género humano tampoco fue eliminada. Más que eso: las diversas manifestaciones de extrañamiento abarcan, desde el espacio de la producción, pero todavía más intensamente la esfera del consumo, la esfera de la vida fuera del trabajo, haciendo del tiempo libre, en buena medida, un tiempo también sujeto a los valores del sistema productor de mercancías. El ser social que trabaja debe tener solamente lo necesario para vivir, pero debe ser constantemente inducido a querer vivir para tener o soñar con nuevos productos.
Paralelamente a esa inducción hacia el consumo, se efectúa en verdad, una enorme reducción de necesidades, en la medida en que la "forma de expresión más significativa del empobrecimiento de las necesidades es su reducción y homogeneización. Ambas caracterizan tanto a la clase dominante como a la clase trabajadora, pero de un modo desigual... Para las clases dominantes ese tener es posesión efectiva... la necesidad de tener para el trabajador, por el contrario, está en relación con su simple sobrevivencia: vive para mantenerse... El trabajador debe privarse de toda necesidad para poder satisfacer una sola, mantenerse vivo" (Heller, 1978: 64-65).
De manera que, al contrario de aquellos que defienden la pérdida de sentido y de significado del fenómeno social de extrañamiento, cuando se piensa en la subjetividad de la clase-que-vive-del-trabajo en la sociedad contemporánea, creemos, como esperamos haber señalado anteriormente, que los cambios, en curso en el proceso del trabajo, a pesar de algunas alteraciones epidérmicas, no eliminan los condicionantes básicos de este fenómeno social, lo que hace que las acciones desencadenadas en el mundo del trabajo contra las diversas manifestaciones del extrañamiento, tengan todavía una enorme relevancia en el universo de la sociedad contemporánea.
Entonces, para concluir este texto, es necesario señalar que al contrario de las formulaciones que preconizan el fin de las luchas sociales entre las clases, es posible reconocer la persistencia de los antagonismos entre el capital social total y la totalidad del trabajo, aunque particularizados por los innumerables elementos que caracterizan la región, el país, la economía, la sociedad, la cultura, género, su inserción en la estructura productiva global etcétera. Dado el carácter mundializado y globalizado del capital, se hace necesario aprehender también las particularidades y singularidades presentes en los enfrentamientos entre las clases sociales, tanto en los países avanzados, como en aquellos que no están directamente en el centro del sistema -de los cuales forman parte una gama significativa de países intermedios e industrializados, como el Brasil-. Esto se configura como un proyecto de investigación de larga duración, de la cual este ensayo, en el que intentamos aprehender algunas tendencias y metamorfosis en curso en el mundo del trabajo, es un primer resultado.
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* Este texto corresponde al capítulo IV de Adios al trabajo?, Herramienta, 2ª. Edición.
[1] Como este libro es el resultado de una investigación en curso, se hace evidente que, a pesar del carácter predominantemente afirmativo de estas "tesis", ellas están sujetas a revisiones y reelaboraciones.
[2] Fue explorando esta tendencia que István Mészáros desarrolló la tesis acerca de la tasa de uso decreciente en el capitalismo: "El capital no trata al valor de uso (que corresponde directamente a la necesidad) y valor de cambio meramente como dimensiones separadas, sino subordinando radicalmente el primero al último. Debidamente situado en el tiempo y en el espacio, esto representa una innovación radical, que abre horizontes anteriormente inimaginables para el desarrollo económico. Una innovación basada en la constatación práctica de que cualquier mercancía puede estar constantemente en uso, en un extremo de la escala, o que nunca sea usada nunca, en el otro extremo de las posibles tasas de uso, sin perder por eso su utilidad en lo que concierne a las exigencias expansionistas del modo de producción capitalista" (Mészáros, 1989: 22-23).
[3] Por lo que formulamos anteriormente, tampoco podemos concordar con un autor siempre creativo y sugerente como Francisco de Oliveira, cuando afirma -a pesar de las innumerables diferencias con los autores arriba citados, entre las cuales, el reconocimiento de la vigencia de la lucha de clases por cierto no es secundaria- que el patrón de financiamiento público del welfare state "operó una verdadera ‘revolución copernicana’ en los fundamentos de la categoría de valor como nervio central, tanto de la reproducción de capital, como de la fuerza de trabajo. En realidad, llevado a las últimas consecuencias, el patrón de financiamiento público ‘desintegró’ al valor como único supuesto de la reproducción ampliada del capital, de-construyéndolo parcialmente en cuanto medida de la actividad económica y de la sociedad en general" (Oliveira, 1988: 13-14). Lo que aquí nos parece relevante es, cuál de ellos -el valor o el fondo público- tiene estatuto fundante en la sociedad contemporánea, en el proceso de reproducción de capital. La crisis del welfare state, la avalancha neoliberal y la dimensión global y mundializada del capital parecen confirmar la prevalencia del valor como elemento estructurante de la sociedad productora de mercancías y el fondo público como su regulador/contrapunto y no su sustituto, lo que es una enorme diferencia. Esta formulación de Francisco de Oliveira, hecha de manera embrionaria, avanzó en un texto posterior, hacia la "elaboración teórico conceptual" de un modo socialdemócrata de producción que articula el valor y el antivalor" (Oliveira, 1993: 136-143).
[4] De manera más empírica, pero en consonancia con lo esencial de esta tesis, dice A. Touraine (1989: 10-11): "los problemas del trabajo no desaparecen, pero son englobados en un conjunto más amplio. En cuanto tales, ellos dejaron de representar un papel central. Es inútil buscar indicios de una renovación revolucionaria propiamente obrera. En los lugares donde aparentemente es más combativo el movimiento obrero, como en Italia y Francia, a través de los conflictos y de las crisis que pueden ser violentas, obtienen poco a poco una ampliación de los derechos y de la capacidad de negociación, es decir, una institucionalización de los conflictos del trabajo... Este deja de ser un personaje central de la historia social a medida que nos aproximamos a la sociedad pos-industrial". Y Gorz (1990: 42) sintonizando con Touraine, agrega que otros antagonismos sociales vinieron a imponerse a aquel desencadenado por el capital y el trabajo, que acabó siendo relativizado y hasta superado por el "conflicto básico" entre la "megamáquina burocrático-industrial" y la población.
[5] Este, nos parece que es uno de los errores que tiene el libro de R. Kurz, que reconoce la sociedad productora de mercancías, pero termina aceptando la tesis de la extinción de la clase trabajadora como agente capaz de impulsar esas transformaciones. Ver al respecto nuestro texto La crisis vista en su globalidad, en este volumen, donde discutimos más detalladamente las principales tesis del libro de Kurz.
[6] Al tratar sobre el trabajo intelectual y artístico bajo el capitalismo, Berman, quizás suprimiendo varias mediaciones, pero reteniendo lo esencial, describe los condicionantes de las modalidades de trabajo: estos intelectuales "sólo escribirán libros, pintarán cuadros, descubrirán leyes físicas o históricas, salvarán vidas, si alguien munido de capital estuviera dispuesto a remunerarlos. Pero las presiones de la sociedad burguesa son tan fuertes, que nadie los remunerará sin el correspondiente retorno -esto es, si su trabajo colabora, de algún modo, para incrementar su capital. Ellos necesitan ‘vender pieza por pieza’ a un empleador que desea explotar sus cerebros para obtener un lucro. Ellos necesitan esquematizarse y apurarse bajo una luz favorablemente lucrativa; precisan competir (a veces de forma brutal y sin escrúpulos) por el privilegio de ser comprados, sólo para proseguir con su trabajo. Ni bien el trabajo es ejecutado, ellos se ven como cualquier trabajador, separados del producto de su esfuerzo. Sus bienes y servicios son puestos en venta y son las ‘vicisitudes de la competencia’ y ‘las fluctuaciones del mercado’, las que, más que cualquier ‘verdad intrínseca’, o belleza o valor, determinan su destino" (Berman, 1987: 113-114).
[7] Marx, 1971: 942.
[8] De esta limitación analítica no escapa André Gorz: "En el sentido que actualmente entendemos, el trabajo no siempre existió: aparece con los capitalistas y con los proletarios". Debido a este punto de vista, "trabajo", que como se sabe, "viene de tripalium, aparejo dotado de tres estacas cuyo accionamiento torturaba al operador, hoy designa solo una actividad asalariada. Los términos trabajo y empleo se tornaron equivalentes…" (Gorz, 1982: 9).
[9] Esta concepción, esencial para Marx, reaparece casi literalmente en el capítulo V de El Capital, donde discute el proceso de trabajo. Esto nos hace disentir con Agnes Heller, en un texto de principios de los 80, marcado ya por una nítida ruptura con el Lukács maduro y operando una relectura de elementos fundamentales del planteamiento marxista, al atribuir a la formulación de El Capital y de sus borradores la prevalencia de un "paradigma de la producción", que se diferencia del "paradigma del trabajo", presente en los Manuscritos del 44 (Heller, 1981: 103-105).
[10] Aunque próximo a Habermas y a Gorz, respecto a la pérdida de centralidad del mundo del trabajo en la sociedad contemporánea, Robert Kurz tiene frente a ellos una significativa diferencia, en la medida en que pone el acento en el fin de la sociedad del trabajo abstracto. (Kurz, 1992). Para Offe " se puede hablar de una crisis de la sociedad del trabajo, en la medida en que se acumulan indicios de que el trabajo remunerado formal perdió su cualidad subjetiva de centro organizador de actividades humanas, de auto-estima y de las referencias sociales, así como de las orientaciones morales (…) la cualidad del trabajador se vuelve impropia para la fundamentación de la identidad, y también para un encuadramiento sociológico uniforme de los intereses y de la conciencia, de aquellos que son trabajadores" (Offe, 1989: 7-8). En este caso, el universo conceptual es muy diferente del utilizado por R. Kurz.
[11] O bien, de acuerdo a una fórmula híbrida, en el límite, también subordinada a la lógica dada por la racionalidad económica del capital, donde el "socialismo debe ser concebido como un nexo de la racionalidad capitalista dentro de una estructura democráticamente planeada, que debe servir para alcanzar ciertos objetivos democráticamente determinados" (Gorz, 1990: 46).
[12] Esta intensificación de las contradicciones sociales es tomada también por Octávio Ianni, cuando afirma "…que bajo el capitalismo global las contradicciones sociales se globalizan, esto es, se generalizan más que nunca. Se refuerzan sus componentes sociales, económicos, políticos y culturales por los cuatro costados del mundo. Lo que era el desarrollo desigual y combinado en el ámbito de cada sociedad nacional y en cada sistema imperialista, bajo el capitalismo mundial se universalizan. Las desigualdades, tensiones y contradicciones se generalizan en el ámbito regional, nacional, continental y mundial, comprendiendo a clases sociales, grupos étnicos, minorías, culturas, religiones y otras expresiones del calidoscopio global. Las más diferentes manifestaciones de la diversidad son transformadas en desigualdades, marcas, estigmas, formas de alienación, condiciones de protesta, bases de las luchas por la emancipación… Así la cuestión social, que en algunos sectores de los países dominantes, se creía superada, resurge con otros datos, otros colores, nuevos significados" (Ianni, 1992: 143-144).
[13] Al respecto, ver las consideraciones de Mészáros acerca de la fragmentación del trabajo bajo la división social del trabajo en la sociedad capitalista, en "The Division of Labor and The Post- Capitalist State", particularmente el ítem "The Division of Labor" (Mészáros, 1987: 99-100).
[14] Serge Mallet (1973: 29) hace dos décadas se desarrolló la tesis de que, por encontrarse en el centro del complejo productivo más avanzado, la nueva clase obrera sería llevada a aprehender, antes que los sectores tradicionales de la clase trabajadora, los polos de contradicción del sistema.
[15] Para André Gorz, la no-clase de los no-trabajadores "es portadora del futuro: la abolición del trabajo no tiene otro sujeto social posible que no sea esa no-clase". O según otro pasaje: "El reino de la libertad no resultará jamás de los procesos materiales: solo puede ser instaurado por un acto fundador de la libertad que, reivindicándose como subjetividad absoluta, se toma a sí misma como fin supremo de cada individuo. Solamente la no-clase de los no-productores es capaz de ese acto fundador, porque sólo ella encarna, al mismo tiempo, la superación del productivismo, el rechazo a la ética de la acumulación y la disolución de todas las clases" (Gorz, 1982: 16 y 93). Para quién escribió un capítulo sobre "el proletariado según San Marx", esto que citamos más arriba, muestra también, que Gorz no se tomó los mínimos recaudos ante la ausencia de una enorme dosis de religiosidad, al caracterizar las posibilidades de acción de "la no-clase de los no-trabajadores".