29/03/2024

Ante la Guerra capitalista, rebeldía y construir autonomía

 

En el marco abierto con la iniciativa política de los capitalistas en los últimos quince años, con la que se escala de manera intensiva el despojo y privatización de la tierra, cultura, historia, naturaleza toda, los energéticos, la educación, la seguridad social y laboral, la salud y de la seguridad pública, se evidencian innovaciones en la estrategia de contrainsurgencia, que tienden a inhibir y desarticular la insubordinación antes de que se desborde.
Problematizar esta situación es una exigencia ético política y se puede hacer desde varios ángulos de mirada, pero la perspectiva que aquí interesa es reconocer que el Estado, vía las ONGS y los partidos progresistas, han implementado nuevos mecanismos para la asimilación y alienación, así como la lógica y racionalidad de las formas de hacer que facilitan la fragmentación, la cooptación y el control, que cada vez más se enfocan a intervenir en el seno de los propios procesos de los sujetos de la resistencia contra el despojo y la dominación capitalista.
 
Ya basta de ilusionarse con el Estado
 
A diez años, cuando se da una crisis política manifiestaa través de movilizaciones con diferentes objetivos y formas de hacer política en toda América Latina, observamos que los pueblos, comunidades y colectivos se mantienen en la postura anticapitalista y han optado por manifestarse de manera dispersa o fragmentada. A la forma fragmentaria de manifestación de los pueblos, comunidades y colectivos ha contribuido la estrategia de contrainsurgencia que, renovada en sus métodos, ha logrado desarticular e inhibir los procesos y resistencias anticapitalistas, al igual que ha permitido cooptar en la perspectiva de políticas socialdemócratas a quienes se han denominado de izquierda progresista o por el socialismo.
Las luchas de los pueblos que devinieron en insurgencia civil hace diez años lograron, en varios países de América Latina, procesos de movilización que hicieron posible que partidos de izquierda institucionales accedieran al control de los sistemas de gobierno, aunque nunca el mando en todos los aparatos del Estado. A raíz de los levantamientos populares en Argentina, entre 2001 y 2003, Bolivia en 2003, Venezuela y Ecuador en 2005, Brasil en 2003, Uruguay en 2004, entre otros, que culminaron con la destitución de gobiernos neoliberales en varios países, se provocaron crisis, desplegadas en muchas y variadas rebeliones, movilizaciones y luchas.
En particular en México no se dio acceso al control del gobierno federal a los partidos de izquierda institucionales, a pesar de verse acompañados de grandes movilizaciones en los procesos electorales y contra el fraude electoral, como en el caso de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador en 2006; aunque no olvidemos que las grandes movilizaciones anti-fraude electoral vienen dándose desde 1988. Así, en México sólo se ha experimentado con gobiernos progresistas en algunas entidades estatales y municipios, destacando la Ciudad de México.
En el mismo año de 2006, entre junio y octubre, México fue escenario de una crisis y ruptura profunda, muestra de una subjetividad emergente anticapitalista que implicó a varios millones de personas: el levantamiento conocido como la comuna de Oaxaca, con la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO); entonces se daría, por más de seis meses, una experiencia de autogobierno en cientos de municipios del estado, incluyendo a la ciudad de Oaxaca. En este mismo sentido de subjetividad anticapitalista se manifestó la movilización de La Otra Campaña convocada por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, entre enero y mayo de 2006, a propósito de la brutal represión del gobierno del Estado de México en Atenco; en ambos casos hubo decenas de muertos, encarcelados y violaciones, logrando también detener la insurgencia.
Habría que preguntarnos si a diez años del 2006 se desvanece la iniciativa de los gobiernos progresistas izquierdo-parlantes y su proyecto del socialismo del siglo XXI, merced haberse sometido y cumplido con las indicaciones de la clase capitalista, que les dictó los términos en que debían gobernar y aplicar la política económica afín a un Estado-nación en crisis.
En México, por ejemplo, hay una especie reconversión de los gobiernos progresistas a un formato de gobiernos ciudadanos (el caso los gobiernos municipales de la zona metropolitana de Guadalajara, la segunda del país después de la ciudad de México, es ejemplar), que con el lema de estar hartos de los partidos se apropian el discurso e implican formas de “ciudadanismo”, capturando y cooptando a los activistas sociales al integrarlos en puestos de la función de comunicación y participación ciudadana, lo que emula en mucho el formato utilizado por el Partido de la Revolución Democrática desde 1997, cuando, dirigido por Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador, tomarían el control del gobierno en el Distrito Federal.
Por otro lado, pero en el mismo sentido se despliega la estrategia de captura y cooptación en la forma de eventos, convenciones, frentes, constituyentes y otras iniciativas como congresos, seminarios, talleres, etc. que llaman a construir Lo Común, pero en realidad creando “nuevas” formas de dependencia, subalternidad, es decir, manteniendo la división entre dirigentes y ejecutantes. Lo Común es una nueva moda derivada de la idea de comunidad, en su caso alude a una entidad carente de sujetos porque se torna una abstracción de, por ejemplo, lo comunal de los pueblos indios, en quienes tiene sentido como despliegue de la forma en que los comuneros, por ejemplo, se relacionan con la propiedad de la tierra, no va más allá de querer posicionar un concepto como tal categoría alrededor de la cual hacer iniciativas para comandar. Considerando esto, lo relevante es dar cuenta de si en un proceso de encuentro se tejen relaciones de arriba hacia abajo o si tejen de abajo hacia arriba.
Pues se puede apreciar que en los gobiernos ciudadanos se están apropiando de discursos y de espacios de movimientos y colectivos, de tal manera que inhiben la construcción de autonomía en tanto se despliegan formas de hacer política que crean dependencia, representación, burocracia y jerarquía. Develar la renovación de las estrategias de cooptación y captura a través de la expropiación o usurpación de discursos y espacios, actualizar el reconocimiento de las formas de contrainsurgencia que se aplican no sólo por nuevos gobiernos ciudadanos, sino por quienes pretenden erigirse en los nuevos dirigentes de la revolución, es una tarea urgente.
Los proyectos partidarios con los que se promulga la democratización del Estado, la instalación de gobiernos de izquierda, traen consigo implicaciones en el tipo de lucha que conllevan, en el tipo de mecanismos que utilizan; por tanto, en los resultados que se logran. Los sujetos de estos proyectos admiten todo tipo de alianzas electorales con tal de ganar, optan por el oportunismo en las coyunturas electorales, y cuando están en el poder y control del aparato de Estado, así sea en un pequeño municipio, aplican las mismas políticas neoliberales en la economía y “novedosas” formas de seguridad estatal, al estilo tolerancia cero, como en el gobierno de la Ciudad de México
También se observa que algunos de quienes siguen creyendo en la posibilidad de democratizar al Estado y la instalación de un gobierno de izquierda, han sido reprimidos y encarcelados cuando se salen del guion que sostiene la farsa electoral, pues cuando no aceptan limitarse a ciertos espacios del sistema de gobierno, es decir a cumplir con las funciones del puesto burocrático de gobierno son destituidos. Por tanto, sin demeritar ningún esfuerzo de lucha, estas formas de hacer política involuntariamente contribuyen a la reproducción de las relaciones sociales de dominio, desde el momento en que no admiten deshacer la relación entre dirigentes y dirigidos, reproducen la relación jerárquica y burocrática en las formas de organización política.
Entre los que contribuyen a la reproducción de estas relaciones sociales se cuentan muchos de los llamados intelectuales y académicos honestos que declaran estar del lado de los movimientos sociales (como les gusta nombrar e (im)poner identidad a los sujetos sociales) convocan a democratizar el Estado, proclaman que es la única forma de enfrentar al poder político, que sólo mediante las elecciones es posible (aunque a veces advierten que la vía de la lucha armada es legitima cuando no queda más salida debido a la represión generalizada del Estado), convencidos de que esta es la vía pacífica, desprecian la construcción de lo que denominan zonas autónomas libres de opresión y de dominación (otra vez imponiendo identidades), pues consideran que tales zonas liberadas son espacios de educación, para mostrar que es posible vivir de manera cooperativa y solidaria, sin ver en esta forma de hacer política una perspectiva de construcción de otro mundo en el aquí y ahora, mucho menos creen que es la forma de estar haciendo revolución.
En las discusiones y debates que hemos dado, incluso en la revista Herramienta, sigue presente el problema de si es pertinente tener como interlocutor al Estado, aun cuando ello siempre ha significado lo mismo: que nada cambie para los de abajo. Por eso en situación de una guerra total como la que vivimos me atrevo a afirmar que tener como interlocutor al Estado significa entrar en su red, de una u otra manera, y así ser parte, conscientemente o no, de la estrategia de contrainsurgencia. Quizá por eso sea necesario pensar y hacer la resistencia con rebeldía, es decir, sin dejarse cooptar, sin caer en la tentación de competir en la correlación de fuerzas asimétrica que impone el capital y el Estado, sin declararse derrotado por la vía de los hechos, y sin negociar o pedir algo que contribuya a mermar nuestra capacidad de organización y lucha.
No perdamos de vista que el despliegue de la subjetividad capitalista también se encuentra entre los sujetos de abajo, de manera evidente en quien considera necesario tomar posiciones en los espacios de institucionales, los del Estado, ser parte de la burocracia no como empleados y asalariados. Por esta razón es pertinente problematizar lo que significa la resistencia anticapitalista con rebeldía y autonomía en perspectiva de la construcción de otro mundo.
 
Por una postura radical ante la intolerancia vanguardista
 
En lo que se ha conocido como izquierda en los últimos cuarenta años, se encuentra una pluralidad de organizaciones, partidarias o no, colectivos y personas, que han mantenido sus formas de hacer política. Esto es organizaciones con formas de hacer cuyo núcleo fundamental de la relación social y política dirigentes-dirigidos, que le da sentido a su hacer política, sus formas de hacer; la concepción de la política y las correspondientes formas de desplegarla es aquella en la que prevalece la perspectiva de ser vanguardia, dirigir a…, pues se miran a sí mismos como poseedores de la conciencia de clase revolucionaria.
Uno de los problemas subyacentes es el voluntarismo vanguardista soportado en la idea de que están destinados a conducir el proceso revolucionario, sin considerar la existencia de diferentes sujetos sociales, los que construyen proyectos y programas de lucha desde sus espacios de vida cotidiana, tampoco consideran algo que la experiencia histórica ha mostrado: la emergencia de procesos revolucionarios en todas partes y sin un núcleo centralizador-dirigente.
Relacionando esto con la estrategia de contrainsurgencia, habría que preguntarse si ese voluntarismo vanguardista no se ha convertido en parte de otra de las cabezas de la hidra capitalista, una que se llevan dentro, además de la manifiesta captura y cooptación de prácticas y discursos que tiene diferentes despliegues, desde la nefasta práctica de copiar y desvirtuar discursos y pensamientos críticos para exponerlos en la academia, hasta la práctica incorporar a activistas y militantes a las filas de los gobiernos, ONGS, partidos, sindicatos y burocracias institucionales, tanto de izquierda como de derecha.
Subsumidos a la lógica de que el fin justifica los medios, los sujetos autopercibidos como destinados a dirigir y llevar la conciencia a los demás, justifican cualquier tipo de acciones y política de alianzas en nombre de las carencias y necesidades de las personas, cuando lo que importa es ocupar un lugar en el gobierno. Así, con la captura de discursos y prácticas, se hacen parte y constituyen la política del espectáculo discursivo o movimientista. Pero en ello hay una confusión al creer que también se reivindica la autonomía como proyecto cuando se afirma el respecto a las formas de anticapitalismo. Uno de los efectos es la fragmentación porque simplemente se apropian de los logros de los colectivos e irrumpen en los tiempos y las construcciones de cada lucha.
Un rasgo en que se manifiesta la usurpación de discursos y prácticas se pone en evidencia cuando se reivindica el antiestatismo, surge la molestia ante algo que les parece imposible: la posibilidad de una organización horizontal y federalista a la cual se sumen cientos de miles de comunidades y colectivos de todos los tamaños, pero prescindiendo de la mediación de una vanguardia. En México la experiencia de los magonistas (ver Revista Verbo libertario, 2016) y los zapatistas en la revolución de principios de siglo XX es un ejemplo de ello.
Entre los argumentos que se prestan para abogar por una organización partidaria con las formas de hacer correspondientes, está el que para destruir el sistema capitalista solo es posible con un gran partido, el de la unidad revolucionaria conducido por los marxistas verdaderos, los socialdemócratas auténticos o los revolucionarios del auténtico poder popular. En fin, sobran los “verdaderos” revolucionarios que gustan de hacer sesudos análisis a toro pasado, es decir hacer teoría revolucionaria, y como sabemos toda teoría en este ámbito es sobre lo ya acontecido.
Por otro lado, también encontramos que hay miles de colectivos y comunidades que no pretenden conducir a nadie, nos muestran que ser anticapitalistas y antiestatistas significa algo distinto a tener la capacidad de dirigir, de mandar y de resolver el dilema de cómo hacer la revolución; insisten en que no quieren dirigir a nadie, ni ser la vanguardia de ningún proceso, ni tomar el poder de ningún tipo de Estado. Con ello ponen en la discusión el no confundir el poder de mandar obedeciendo, la autoridad-del-autogobierno, con tomar el control del Estado para cambiarlo o desaparecerlo; no pretenden tener una línea de acción política correcta, esto es, capaz de transformar el sistema capitalista. Estos miles de colectivos están en búsqueda de construir iniciativas comunes que no intercepten ni impidan la autonomía de los demás, porque el punto central no está en el poder, sino en la resistencia que, con rebeldía, es una práctica y no sólo un discurso, que implica saber nombrar eso que todavía no existe y sin embargo está en nuestro horizonte.
Entonces, los discursos son objeto de cooptación y captura por quienes contribuyen a la estrategia de contrainsurgencia desde las ONGS y los partidos de izquierda progresistas o ciudadanistas. Una práctica común es utilizar conceptos usados por los sujetos anticapitalistas (solidaridad, autogestión, sustentabilidad, apoyo mutuo, horizontalidad, entre otras), y si bien nadie es dueño de las palabras, lo cierto es que éstas se llenan de significados e implicaciones dependiendo de dónde y quién las pronuncie. Por eso, aunque en ocasiones parezca que se habla de lo mismo, tenemos que hacer patente que no es así. Más aún, con la cooptación de activistas sociales a puestos de gobierno se han afinado las formas de incorporar al discurso estatista palabras, por ejemplo, la lucha es por los “derechos” advirtiendo que es el Estado quien los concede, la “solidaridad” que la convierten en intercambio de favores, no en implicación y compañía, el acuerdo y el consenso se transforma en imposición y exclusión encubierta.
Por tanto, ese proceso de ciudadanismo y democracia incluyente, no busca terminar con la lógica capitalista y con las relaciones de dominio del Estado, sino que las extiende haciéndose parte de la misma estrategia con la que se institucionalizó el Estado en tanto territorio nacional, con una bandera para todos, y así hasta consolidar la hegemonía y la homogenización con palabras enunciadas desde el poder, de modo que estas palabras van perdiendo su capacidad subversiva. Por eso, se insiste en que aun cuando parece hablarse de lo mismo, hay que saber que estamos refiriéndonos a cosas distintas.
 
Las innovaciones en la estrategia de contrainsurgencia
 
Otro de los rasgos de la estrategia de contrainsurgencia son los mecanismos de cooptación y mediatización que apuntan a la prevención y fragmentación oportuna de la acción y movilización de colectivos y barrios, entre los que destaca, por la atención que se les da, las mujeres y los jóvenes que manifiestan el deseo de organizarse para crear procesos de autogestión en contra de la inseguridad y el apoyo mutuo para sobrevivencia. Se afina la estrategia para orientarla a estos dos de los pilares de la reproducción de la vida cotidiana que, como debemos de reconocer, ámbito que hace posible o no que se den las condiciones para que se reproduzcan las relaciones sociales capitalistas.1 Dicho de manera más contundente, se apunta la estrategia de contrainsurgencia en la forma de resolución de los problemas de seguridad en el ámbito de la reproducción desplegado en el espacio familiar (la casa y el barrio), la atención a la seguridad pública y la seguridad social en la vida urbana, que abarca la salud, la educación, la atención a los adultos mayores y los niños, la atención en todas aquellas actividades que hacen posible que las personas integrantes de la familia, tengan en la vida doméstica y su entorno inmediato la necesaria reparación física y psíquica,2 para estar en condiciones de seguir funcionando en las relaciones sociales del sistema capitalista, su modo de producción social.
Así, quiero llamar la atención sobre la pertinencia de entender que la estrategia de contrainsurgencia contempla la atención-ataque en los ámbitos de la reproducción social, para garantizar que el proceso de afirmación establecida en la relación de dominio cotidiana no se trastoque por otras formas de hacer la cotidianidad de la reproducción de la sobrevivencia, más si se realiza con formas de hacer no capitalistas. Esto es así ya que, si cambian los términos en que se organizan las familias, como de alguna manera está sucediendo, para resolver la sobrevivencia en lo cotidiano (insisto, las mujeres y los jóvenes en esto llevan la batuta), se trastoca el sistema de dominio, al no estar ya del todo “asimilados”.
No está de más insistir en que el cuerpo y el alma, o sea lo físico-biológico y lo psíquico, no están fragmentados, pero su fragmentación se impone desde la relación social de dominio capitalista. Entender que como parte de la fetichización que trae consigo la mercantilización de la vida, se niega al sujeto que soporta las tareas y actividades en el ámbito de la reproducción de sobrevivencia en donde son fundamentales las mujeres. Por eso es lamentable el comportamiento de ciertos hombres y mujeres “revolucionarios” que desprecian y niegan la importancia de lo que se hace en esa esfera de la reproducción, desconociéndolo se contribuye a la reproducción de la dominación, repetimos y rehacemos la separación y segmentación entre lo social y lo supuestamente político; así, estos “revolucionarios” colaboran en la estrategia de contrainsurgencia que fragmenta al sujeto. Ya desde el 2005, Miguel Amorós (2005: 119 y 121) hacía las siguientes observaciones:
 
Asistimos al fin de las modalidades de control social propias de la época burguesa clásica. La familia, la fábrica y la cárcel eran los medios disciplinarios susceptibles de integrar o reintegrar a los individuos en la sociedad de clases; el Estado del «bienestar» añadiría la escuela, el sindicato y la asistencia social. En la fase superior de la dominación en que nos encontramos el sistema disciplinar es caro y tenido por ineficaz, dado que la finalidad ya no es la inserción o la rehabilitación de la peligrosidad social, sino su neutralización y contención. Por vez primera, se parte del principio de la inasimilabilidad de sectores enteros de la población, los excluidos o autoexcluidos del mercado; fácilmente identificables como jóvenes, independentistas, inmigrantes, precarios, mendigos, toxicómanos, minorías religiosas… sectores cuyo potencial riesgo social hay que detectar, aislar y gestionar (Amorós, 2005: 119).
 
Entonces se instaura una guerra civil de baja intensidad que permite la represión encubierta de la población mal integrada, o sea, «sospechosa». Los efectos sobre la ciudad son importantes puesto que la vigilancia propiamente carcelaria se extiende por todas sus calles…otros instrumentos de contención y guarda experimentan un auge sin precedentes: el sistema de enseñanza. El complejo carcelario y el ghetto. La escolarización extensiva y prolongada es la mejor manera de localizar y domesticar a la población juvenil. La proliferación de modalidades de encierro y de libertad «vigilada» hace lo propio con la población transgresora…De todo lo precedente no resultara aventurado deducir que el orden en las nuevas metrópolis donde nadie se puede esconder es un orden totalitario, fascista (Amorós, 2005: 121)
 
Considerando la urgencia de reconocer que en las formas de hacer política y vida cotidiana en y desde el ámbito de la reproducción podemos crear condiciones para subvertir la dominación, es necesario señalar un punto: están cambiando las formas de hacer la sobrevivencia y con ello creando el embrión de otras relaciones sociales; de hecho lo hacen muchas mujeres, pueblos indios, jóvenes y adultos mayores, sobretodo desempleados, moviéndose en y desde los barrios urbanos y las comunidades indígenas y campesinas, cruzando los países a través de sus corredores carreteros, vías de ferrocarril y marítimas. Es así que el soporte del modo producción capitalista entra en una crisis profunda, siendo trastocada su dominación al grado que recurrir a la militarización de toda la vida social y a la incorporación en su estrategia de contrainsurgencia modelos de guerra psicológica, ideológica y propagandística dirigidas a cooptar, mediatizar, prevenir y controlar a estos sujetos sociales que, en los últimos veinte años sobretodo, han estado creando un nuevo sentido para la reproducción de la vida.
No nos vayamos con la finta de que es imposible subvertir el orden capitalista en nuestro trabajo asalariado, en la calle ocupada por la policía, en la familia aburguesada, en la escuela domesticada. Hagamos conciencia que el policía, el comunicador, el patriarca, el patrón que llevamos dentro, esa mentalidad nuestra de sometimiento resulta determinante para que los sujetos dominantes “externos” sean eficaces. Entonces, atender cómo es que contribuimos o no en esta cotidianidad de las formas de hacer a la reproducción y la sobrevivencia, aquella que se opera en sentido de la fragmentación y la mediatización, a través de formas de organización, lenguajes y gramáticas de la racionalidad capitalista, es decir de la narrativa contrainsurgente; incluso favoreciendo “alianzas” y relaciones con sujetos que socaban los espacios embrionarios de resistencia anticapitalista y autonomía, así estén encubiertos por discursos revolucionarios, por la democracia, los derechos humanos, promotores de la sustentabilidad y el multiculturalismo, regularmente no reconocidos como narrativas contrainsurgentes, y si tratamos de forma trivial y banal. No podemos ser omisos ni indolentes al respecto pues los caminos del infierno capitalista están llenos de buenas conciencias y buenas intenciones, los operadores de la inteligencia política de la clase dominante cuentan con nuestra capacidad instalada para fetichizarnos y saben que traemos consigo el infrapoder desde la infancia.3
Retomando las experiencias de la guerra de baja intensidad que el capital opero a través de los Estados, desde hace varias décadas en todos los continentes, específicamente manipulando “los afectos, el cuerpo, la representación y lenguaje, que constituyen un tejido indisoluble desde los comienzos de la vida” (Aulagnier, cit. en Sternbach, 2011),4 pero ahora en el contexto de la guerra total los capitalistas ha configurado una compleja guerra psicológica en la que hacen converger los avances tecnológicos con las formas más brutales del terrorismo de Estado, la tortura y la desaparición de las personas. En este sentido, han convertido las rutas de circulación de migración, las periferias de las ciudades, y muchas de las calles de los barrios de las ciudades en verdaderos campos de despojo de la vida. Así mismo, creando una especie de campos de concentración al estilo nazi por todo el país (laboratorios de procesamiento de drogas, bodegas donde instalan grandes maquiladoras, miles de burdeles disfrazados de centros de “diversión”, clínicas clandestinas donde se trafica con órganos, plantaciones en los campos de los países imperiales donde prácticamente trabajan como esclavos modernos los migrantes de todo el mundo, etc.) donde tienen esclavizadas a las personas trabajando para estas industrias del moderno capitalismo salvaje, entre ellas la de la comunicación masiva de los medios electrónicos, aunque no sólo, que tiene como uno de sus objetivos la normalización de la violencia como coadyuvante en la adaptación y sometimiento por miedo y terror, de modo que se impone sistemáticamente la creación de sentido en perspectiva de la agresión y muerte y no de la vida.
En esta perspectiva crítica las formas de hacer política que, consciente o inconscientemente, contribuyen a la fragmentación entre dirigentes y dirigidos, en cualquiera de las múltiples modalidades en que esto se da, con su correspondiente modo de jerarquización y burocratización en las formas de organización y control, traen consigo una narrativa contrainsurgente,5 que representa un núcleo duro que hay que develar y romper, pues en las formas de nombrar y narrar esta una de las formas de hacer política más efectivas de la contrainsurgencia, en tanto se soportan en los mecanismos más profundos y primarios que como infrapoder se establecen en la primera relación social de un sujeto singular, el individuo social en el seno de su relación familiar con una mujer, su madre.
Estar en condiciones de atender responsablemente las tareas y el trabajo con perspectiva anticapitalista exige estar alertas a todo tipo de chantajes, ofrecimiento de reconocimientos y amenazas en caso de no aceptar las primeras. Se trata de un problema que de suyo trae consigo el compromiso y la voluntad de conciencia a la hora de hacer política, pues sabemos que entran en juego factores de la subjetividad donde la culpa, la búsqueda de reconocimiento y prestigio se convierten en algo no muy consciente.
Lo planteado es un problema mayor, de ninguna manera se debe pensar como algo banal y mucho menos como recurso retórico para disfrazar la crítica y la autocrítica política ante nuestros errores y desatenciones cotidianas a la hora de enfrentar consecuentemente las políticas de cooptación y mediatización. Además, es un problema por la complejidad que implica el infrapoder,6 que es lo que hace posible cualquier otro tipo de sometimiento y dominación que se manifiesta como heteronomía instituida encarna en las distintas dimensiones de la institución social como el lenguaje, el trabajo, la reproducción sexual, el aprendizaje de las nuevas generaciones, la religión, las costumbres, la cultura en general (Castoriadis, 1990: 79), todo lo cual configura el imaginario instituyente.
Los espacios con perspectiva anticapitalista que tanto esfuerzo cuesta construir, se pueden caer en poco tiempo si aflojamos y desatendemos. Tener conciencia crítica de que somos ambivalentes y habitamos la contradicción, como sujetos sujetados en este sistema capitalista, ayuda a pensar desde la perspectiva del sujeto anticapitalista y estar en constante “desujetación”, pero para ser sujetos otros. En este sentido, es fundamental reconocer que las formas de hacer, en ellas las formas de nombrar, son el núcleo duro que exige atención latente y consecuencia política. Caminar preguntándonos si es suficiente con la satisfacción del deber cumplido o todavía andamos en búsqueda del reconocimiento y el prestigio en la sociedad del espectáculo.
 
Bibliografía
 
Amorós, Miguel, Golpes y contragolpes. La acción subversiva en la más hostil de las condiciones. Madrid: Pepitas de Calabaza, 2005.
Casoriadis, Cornelius, El mundo fragmentado. Montevideo: Altamira-Nordan, 1990.
Colectivo Editorial, “Recrear el horizonte anarquista magonista para enfrentar la guerra del
capital”. En: Verbo Libertario 7 (enero de 2016).
Federici, Silvia, Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta Limón, 2013.
Sternbach, Susana. “El afecto desde la perspectiva de Piera Aulagnier”. En: El psicoanalítico 5 (abril de 2011). En: http://elpsicoanalitico.com.ar/num5/autores-piera-aulagnier-sternbach-afecto.php (último acceso: 15/4/2016).
 
Enviado por el autor para su publicación en Herramienta.
 
 
1No se debe perderse de vista, reitero, que históricamente el ámbito de la reproducción de la vida es clave para garantizar o no la reproducción del modo de producción y dominación, como bien rescata hoy Silvia Federici, en tanto que rompe o restaura, según el caso, las condiciones, disposiciones y predisposiciones, para que el flujo social del hacer humano se oriente en cómo resolver sus necesidades fundamentales (Federici, 2013).
2Cabe señalar que no sólo se trata de una posibilidad de creación humana para resolver sus necesidades de sobrevivencia material, sino que debemos reconocer que, a diferencia de la perspectiva epistémica y política que fragmenta al sujeto y niega su complejidad subjetiva, la necesidad de la reparación para estar en condiciones de reproducir la vida, también abarca la parte de la subjetividad que constituye la realidad psíquica del sujeto singular que configura al sujeto social de lo colectivo.
3Este es un aspecto de la subjetividad que no considera Boaventura De Souza Santos, pues en la charla que tuvo con el Centro Social Ruptura en el mes de agosto de 2013, exigía que dejáramos el discurso anticapitalista radical que sólo tiene sentido en los espacios liberados, pero que en el mundo capitalista dominante era necesario aceptar que el Estado tiene que ser renovado y ponerlo al servicio de las necesidades básicas como el alimentarse tres veces al día, por aludir al ejemplo que nos daba par el caso del Estado brasileño, con el gobierno progresista de izquierda de Lula.
4Nos dice Piera Aulagnier que “desde su llegada al mundo el recién nacido recibe y metaboliza un enorme montante de información a partir de las características del encuentro con quienes lo alojan, su madre y la familia” (cit. en Sternbach, 2011).
5Para decirlo como Carpinteiro en la charla que tuvo con el Centro Social Ruptura en julio de 2013.
6De acuerdo con Castoriadis (1990: 72s) “el infrapoder en el marco de una institucionalidad clausurada es aquel que se ejerce sobre los individuos que produce, y esa la fabricación social del individuo es un proceso histórico a través del cual la psique es constreñida… a abandonar (nunca totalmente…) sus objetos y su mundo inicial… [e]n esto consiste el verdadero sentido del proceso de sublimación… la institución ofrece a la psique un sentido…las significaciones creadas por la sociedad... (así) la sociedad se instituye en y por las tres dimensiones indisociables: de la representación, del afecto y de la intención”.

 

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