29/03/2024

Karl Marx y Friedrich Engels. Los grandes hombres del exilio

Por Salinas Martín , ,

 
con la colaboración de Ernst Dronke
 
Trad. de Laura Sotelo y Héctor A. Piccoli. Prefacio y notas de Laura Sotelo
Buenos Aires: Las cuarenta, 2015, 232 páginas
 
Con la edición de Los grandes hombres del exilio (1852) el lector de habla hispana accede a un escrito de ocasión en el que se expresa el carácter radical con que la crítica de Marx considera las circunstancias históricas posteriores al período revolucionario de 1848. El exilio territorial al que es sometido Marx desde 1849 constituye la consolidación de una condición respecto de la cual Los grandes hombres del exilio parece representar una respuesta: la del exiliado de la revolución. Escrito desde y sobre el exilio, entonces, la parodia de los grandes héroes del período revolucionario que se cierra con el golpe de Estado de Louis Bonaparte puede leerse como una contracara, anticipo y complemento del análisis histórico que Marx desarrollará, en términos históricos más amplios, en El 18 Brumario de Louis Bonaparte. En este sentido, el análisis de Marx, Engels y Dronke despliega una perspectiva del período posrevolucionario que (por cuanto define los contornos de aquellos héroes que requieren de la derrota revolucionaria para constituirse como figuras representativas de formas de gobierno futuras, inalcanzables), promueve, al mismo tiempo, una referencia a su propia condición de exiliados. Esta perspectiva crítica de la derrota es la que distingue el modelo de revolucionario que se desprende de la parodia de los “héroes de la derrota” (14).
Ya el título del libelo establece una crítica referencia intertextual que refuerza la sátira con que se aborda la ideológica reconfiguración literaria que corporeizan los “grandes hombres” Kinkel, Ruge y Willich en sus postulados revolucionarios. Los grandes hombres del exilio puede leerse como un complemento del ensayo, también redactado a inicios de la década de 1850, Los dioses en el exilio, de Heinrich Heine (con quien Marx mantuvo una relación de amistad desde 1843). En su labor de mitólogo, Heine elabora una crítica del proceso histórico de acuerdo con la cual, la consumación del cristianismo ascético que prevalece en la cultura occidental moderna no supone la aniquilación de los antiguos dioses paganos (Apolo, Marte, Dionisio), sino una condena que los reduce a la condición de exiliados. Despojados de su poder, los antiguos regentes se ocultan “entre nosotros”, en el marco de una trivial y regulada vida cotidiana, en la que solo a través de la ocupación en oficios burgueses pueden acceder, si no al néctar con que se ofrendaban en el Olimpo, sí a la cerveza que se oferta en las tabernas. La presencia latente, en el seno de la sociedad burguesa, de aquellos impulsos que constituyen a los dioses paganos (el arte, la belicosidad, la sensualidad), sin embargo, manifiesta, desde la perspectiva de Heine un potencial crítico que cuestiona la clausura política del período posrevolucionario. Si, con la politización del mito, Heine intenta reconocer el núcleo pagano (e insurgente) que se oculta tras la apariencia de la sociedad burguesa, la estrategia satírica de Marx y Engels consiste en delatar la estetización de la política, en desenmascarar el espíritu pequeñoburgués que se oculta detrás del disfraz de “grandes hombres” con que se presentan, en la escena histórica, los líderes de la emigración alemana.
Por otro lado, el desvelamiento del sustrato pequeñoburgués de los “grandes hombres” también se dirige contra una concepción idealizada de la filosofía de la historia. La crítica satírica y destructiva de Marx y Engels destaca la falsa afinidad electiva que se establece con la teoría hegeliana de los grandes hombres de la historia; mientras los individuos históricos universales, desde la perspectiva idealista de Hegel, hacen historia en la medida en que la individualidad que encarnan contiene la voluntad del espíritu universal, los grandes hombres del exilio deben construir y justificar su propia identidad en la medida en que, precisamente, han quedado fuera de la historia. En este sentido, las figuras revolucionarias que constituyen el blanco de los ataques de Marx y Engels son presentadas como caricaturas pervertidas de la idealización de la historia que forjara el período heroico de la burguesía. La inadecuación entre la imagen idealizada y el decurso histórico al que el título alude no solo da cuenta del carácter superficial de la personalidad que rige a los “grandes hombres”, sino también del ámbito del que extraen su compensación simbólica: la literatura.
El mecanismo de desarticulación que la sátira de Marx y Engels activa posee una implicancia política e histórica relevante, ya que la vinculación con los modelos literarios burgueses que encarnan los “grandes hombres” Kinkel, Ruge, Willich expresan más bien una modalidad de “[…] la historia del desarrollo del filisteísmo alemán” (97). Tal como se sostiene en el detallado “Prefacio” de Laura Sotelo, las tradiciones literarias a las que apela la sátira pone de relieve su carácter performativo. Las figuras de la literatura sentimental moderna, como el Siegwart de Miller (49), el Werther de Goethe (50), así como los elementos propios de la literatura romántica, como la “flor azul” de Heinrich von Ofterdingen de Novalis (73), representan motivos que se encuentran al servicio de la función consolatoria de la representación literaria: o se trata de una burguesía prerrevolucionaria en la que, a un tiempo, anida el impulso libertario de una nueva sensibilidad y la impotencia política, o de una burguesía que, imbuida de “toda la mentira romántica” (65), anhela, ante la realidad histórica posrevolucionaria, el retorno a épocas en las cuales los ideales no se encuentren contaminados por la realidad. Tal descripción del filisteo alemán, “que, como se sabe, tiene por segunda naturaleza un alma bella” (98), ilustra el modo en que la subjetividad carente de esencia de un pretendido poeta revolucionario como Kinkel, “para quien actuar imitando roles ajenos se había convertido en su segunda naturaleza” (78), se conforma, heroica, de espaldas a la realidad: “El héroe divino, de cuyo amor se dice que mata como la mirada de Júpiter, no es nada más que el presumido habitual que reflexiona siempre sobre sí mismo […]” (61).
La estrategia crítica, de este modo, desmantela la construcción de una falsa identidad, tal como se deja ver en la incontinente tendencia de Ruge, en quien se advierte tanto “el furor del manifiesto” que lo lleva a la exposición pública, como la reluctancia a “estudiar mucho” (121); o en la figura de Willich, en quien se puede leer a “[…] Don Quijote y Sancho Panza en una sola persona” (209). En la misma línea satírica, la estructuración dramática, que divide los acontecimientos políticos en los que se ven involucrados los “grandes hombres” en actos bien definidos, expresa el marco ficticio en el que se desenvuelve la historia concebida como escenario. La claridad de la traducción, a cargo de Laura Sotelo y Héctor A. Piccoli, promueve una lectura fluida y accesible; del mismo modo, el pertinente y cuidado cuerpo de notas que acompaña al texto le permite al lector establecer vinculaciones que de otro modo, dado el carácter coyuntural del texto, podrían pasar desapercibidas.
 

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