28/03/2024

Subalternidad, antagonismo y autonomía, de Massimo Modonesi

 

UBA-Prometeo-CLACSO, Buenos Aires, 2010, 186 páginas
 
Entre filias y fobias: las experiencias de subjetivación entre subalternidad, antagonismo y autonomía
  
Escritura individual pero inmersa en los debates colectivos forjados al calor de las luchas contra el neoliberalismo de las últimas décadas. Gramsci, Negri, Socialismo o Barbarie, Modonesi; militantes unidos por un hilo rojo: la escritura con una voluntad política con respecto a la época que viven.
Desde esta perspectiva militante, Modonesi aborda el problema de los procesos de subjetivación política en las experiencias de dominación, conflicto y emancipación. Para pensarlas se valdrá de los conceptos de –correlativamente– subalternidad (a partir de Gramsci y a la Escuela de Estudios Subalternos); antagonismo (con el obrerismo italiano, sobre todo con Antonio Negri) y autonomía (abrevando en el grupo Socialismo o Barbarie y la experiencias autogestionarias en Francia). 

Una de las preguntas que preocupa al autor y que opera como sustrato del libro, es el por qué estos conceptos, teniendo los tres antecedentes en el marxismo, han sufrido un desencuentro, con correlatos trágicos para la estrategia política de los movimientos políticos emancipatorios. Una de las principales causas es el hecho de que cada concepto fue elaborado por intelectuales orgánicos en lucha, con “una apuesta estratégica y un horizonte histórico”. Aquí aparece entonces lo que considero uno de los mayores méritos de la obra: Modonesi es un lector en el que el compromiso político no se contrapone a la rigurosidad; a la manera de Gramsci, no elije la discusión ideológica con representantes menores de las corrientes analizadas, sino que pone todo su empeño en discutir y asimilar las obras de algunos de los pensadores más lúcidos del siglo XX. Esto no lo convierte en un lector neutral que quiere articular teorías asépticas, sino en un lector crítico. Así, no más allá sino entre filias y fobias de las escuelas teóricas, el autor supera el peligro de la sobrepolitización (anteponer las necesidades y voluntades políticas a la rigurosidad y crítica metodológica).

Para subsanar el trágico desencuentro, Modonesi defiende la tesis de que los conceptos analizados son homólogos (tienen una misma lógica de construcción conceptual y se sitúan en un mismo nivel de análisis) y complementarios, ya que destacan “la centralidad del cruce entre relaciones de poder y construcción del sujeto”. Esto significa que “las subjetividades políticas son combinaciones desiguales de subalternidad, antagonismo y autonomía”; combinación desigual, que dependerá de las relaciones de fuerza de los movimientos emancipatorios. Poner en tensión y diálogo los conceptos implica un intento por superar los problemas denominados como esencialismo, hipertrofia explicativa y sobrepolitización de la teoría. El autor sale airoso del desafío no sólo por la rigurosidad en el análisis de cada uno de los autores y las precisas críticas que realiza, sino también por la originalidad de la propuesta final de complementariedad. Ésta debe ser pensada en un plano sincrónico y diacrónico. En el sincrónico implica la superación de cualquier tipo de esencialismo e hipertrofia explicativa, en tanto reconoce la coexistencia desigual de los tres elementos. El análisis diacrónico invita a poner en movimiento la fotografía sincrónica, estableciendo líneas hipotéticas para el desarrollo de los procesos de subjetivación política. La línea básica (que admite múltiples intercambios) es la subalternidad como punto de partida a superar, el antagonismo como superación conflictiva y la autonomía como punto de llegada.
Luego propondrá una matriz analítica con el objetivo de cruzar ambos niveles de análisis para comprender los procesos reales de subjetivación política. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿es posible encerrar en indicadores las potencialidades y complejidades de los procesos políticos? ¿No es esta una pretensión omnicomprensiva demasiado ambiciosa que puede caer en nuevos esencialismos? La solución a este problema se encuentra en la decisión metodológica-política de colocar al antagonismo en el centro de los tres procesos, como eje articulador, en tanto se encuentra en forma larvaria en la subalternidad (experiencia de la resistencia) y en forma expandida en la autonomía (conflictos internos en las experiencias de emancipación). Si los procesos de subalternización tienen su alcance dentro de las relaciones de dominación, mientras que la autonomización busca estar más allá de ellas, el antagonismo es al mismo tiempo interno a la dominación (en y por la que existe) y externo (como deseo e hipótesis de superarla). Con el antagonismo en el centro, el modelo teórico se reabre a la indeterminación (aunque no al incondicionamiento) y los procesos de protagonismo popular pueden ser comprendidos en forma abierta.
Si momentos históricos de avances populares dieron lugar a “optimismos de la voluntad” que encontraron su forma teórica en la autonomía y el antagonismo; y si un momento de reflujo en Italia dio lugar a un “pesimismo de la inteligencia” que llevó a elaborar la idea de subalternidad; ¿qué nos queda a nosotros? ¿Qué le queda a una generación militante marcada por las luchas (con rasgos de poder hacer) contra el neoliberalismo, pero que atravesó también el reflujo posterior al 2002 y la recomposición del sistema bajo formas neodesarrollistas? Los movimientos populares tenemos el desafío de construir un proceso emancipatorio que pueda combinar en tensión dos tipos de estrategias políticas (con sus diferentes procesos subjetivos): la que acentúa la autonomización (lo comunitario, la construcción de nuevas relaciones sociales en una nueva territorialidad, autogestión, prefiguración) con otras formas más clásicas (pero no menos válidas más allá de la necesidad de su reformulación) de organización de la clase trabajadora, más relacionadas con la subalternización (sindicatos y similares instancias reivindicativas). Se trata de un desafío mayúsculo, en tanto cada una de estas estrategias pone en juego convicciones profundas, afectos, intereses, concepciones comunes a generaciones de militantes, etc. Creo que esta combinación se hace posible en tanto se sostiene en los procesos reales del régimen de acumulación vigente, que necesita de la supervivencia y reaparición de lo más primitivo junto a lo más novedoso del capitalismo globalizado. El grado máximo de extracción de plusvalía absoluta -acumulación por desposesión (Harvey, 2004)- se complementa con el grado máximo de extracción de plusvalía relativa, lo que nos debe llevar al compromiso con diferentes tácticas antagonistas que tomen a la articulación entre ellas como criterio estratégico para la emancipación.
Quizás este momento, donde el 2001 sigue hablando aunque suturado bajo la forma-estado, la posibilidad de la fecunda articulación entre los conceptos propuesta por Modonesi tenga un contexto real para tomar forma. Y quizás otro concepto, ausente en el libro pero sumamente presente en las luchas desde abajo, pueda operar como catalizador de esa articulación: poder popular.

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