20/04/2024

Bicentenario: Démosle las armas a los negros, a los pobres y a los pueblos

 

...Ven a los indios formar
el escuadrón...
Y aprontar los morenos,
el corazón.
De fogón en fogón
se oye la voz:
–¡Si la patria me llama,
aquí estoy yo!...
“A don José”
 
Rubén Lena
 
I ¿Qué historia contamos y para qué?
 
Este 25 de Mayo de 2010 fue una ocasión especial para reflexionar profundamente sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestras luchas. Es importante, para empezar, plantearnos una serie de preguntas y problemáticas que sirvan de disparadoras de un análisis histórico, político e ideológico riguroso y movilizador. ¿Qué había que festejar este 25 de Mayo? ¿Cuál es el discurso tradicional y la ideología oficial estatal argentina instituida sobre el Mayo y “la Patria”, y qué influencia –y que consecuencias– ha tenido y tiene este discurso en todas las esferas de la vida social, especialmente en los ámbitos comunicativo y educativo? Y sobre todo, es bueno preguntarnos, ¿hasta dónde nos animamos a revisar nuestra historia, y hasta dónde nos animamos a avanzar en el debate histórico, político y pedagógico? Y, ¿qué alternativas podemos empezar a sembrar, a regar y a desplegar? 
 
II Volvamos a darle las armas a los pobres
 
Es imprescindible, a estas alturas del debate historiográfico, político y pedagógico empezar a superar algunas imágenes ideológicas hegemónicas, como por ejemplo, la de que “la revolución se hizo en el cabildo de Buenos Aires”, cuando allí sólo se abrió –y contradictoriamente– una puerta a la lucha antiimperialista, en realidad, o mejor dicho, se pasó a una nueva fase de la lucha de nuestros pueblos y culturas de América-Abya Yala –que venían resistiendo desde hace tanto tiempo– contra el dominio colonialista español y europeo. En el cabildo de Buenos Aires había intereses y especulaciones muy contradictorios: los políticos de la Primera Junta terminan jurando el 25 de Mayo, a pedido de los influyentes capitalistas ingleses instalados en el Río de la Plata –aliados con España contra Napoleón en Europa, pero ávidos de expansión económica global–, por el caído rey español Fernando VII. Y esos intereses británicos se fueron imponiendo –gracias a sus aliados criollos– cada vez más, en Buenos Aires, en el Río de la Plata, en Sudamérica y en el mundo en todo el siglo XIX y en buena parte del siglo XX. Tenemos que deconstruir, desarmar las falsas imágenes hegemónicas y tradicionales, y reafirmar la lucha antiimperialista sudamericana como un proceso, duro y complejo. Si reproducimos la imagen de que en el cabildo hubo una revolución y de que sólo los políticos de saco y galera, y la “gente bien” es la que toma las decisiones mientras el pueblo y los pobres están esperando afuera, vamos a seguir siendo cómplices de la reproducción de la ideología liberal burguesa de la representación política para algunos, negándole al pueblo toda participación en las luchas pasadas, presentes y futuras.
Mejor que la imagen del cabildo y de la elite de los “próceres” de Buenos Aires (¿no importa que Moreno haya sido envenenado por sus enemigos de la Junta?) es mostrar las luchas en toda Nuestra América y remarcar, por ejemplo en Entre Ríos, los heroicos triunfos de Bartolomé Zapata y sus milicias gauchas contra los españoles en Gualeguay, Gualeguaychú y el Arroyo de la China (Concepción del Uruguay). Destacamos aquí un trabajo hermoso hecho en una escuela entrerriana en la Semana de Mayo del Bicentenario: una alumna trabajó creadoramente en la realización de dos láminas gigantes; en una hay un cabildo y una pareja de criollos ricos apoyando su mano sobre las banderas de España y de Gran Bretaña. En la otra imagen, hay un mapa de Sudamérica donde se ven un indio, un gaucho, una negra y un soldado cada uno con las armas en la mano, de pié peleando por la liberación.
Ese es nuestro desafío histórico, político, comunicativo y educativo: superar la ideología oficial mitrista –en todas sus variantes– de la “Patria Argentina que empezó en el Cabildo de Buenos Aires” y volver a darle las armas a los negros, a los pobres y a los pueblos de Nuestra América –Artigas lo hizo, para fundar el proyecto federalista revolucionario– que son los que dieron todo para derrotar al enemigo y que, a pesar de ello, no dejaron de ser –hasta hoy– los condenados de la tierra y de la historia.
Sólo la participación y el protagonismo de los pueblos en las luchas –la autoactividad de las masas y las multitudes populares en acción– lograron y logrará la emancipación política y social.
En este sentido –estas son iniciativas muy importantes de disputa del sentido más allá de los discursos–, la imagen racista tradicional de la “negra mazamorrera”, de los pobres que sólo están para vender comida, debe ser absolutamente superada. Hay que volver a darle las armas a los negros, a los pobres y a los pueblos, y dejar de excluirlos en la práctica teórica historiográfica, política, popular y pedagógica.
Por lo demás, el Estado argentino unitario instituido –una estructura política concreta de la que mejor ni hablar, con una larga historia de infamias y genocidios– no puede tener el tupé de hablarnos de ninguna revolución.
 
III Las Provincias Unidas, la Patria Grande y los discursos sobre la libertad
 
Superar la ideología unitaria mitrista argentina que tenemos metida hasta los tuétanos, implica discutir qué entendemos por nuestra Patria. Y aquí es imprescindible recordar que la idea de Patria que rodeaba el proceso complejo abierto en 1810 era una noción de dos pliegues de una misma tierra: las Provincias Unidas del Sur y Nuestra América. No existía la Argentina en 1810 ni su Estado “nacional”: eso existió después para oprimir a los pueblos, a los trabajadores, a las clases subalternas, y para ocultar sus historias y devenires profundos.
Los pliegues de la Patria Grande Sudamericana que luchaba colectivamente por su liberación pueden observarse claramente en algunas estrofas del Himno argentino original, de la Marcha Patriótica de 1813 –que es un documento a recuperar, discutir y trabajar–. Allí se canta a la lucha en todas las trincheras populares de las Provincias Unidas, como así también a las luchas y los padecimientos de toda Nuestra América.
Cantemos con fuerza “las Provincias Unidas del Sur”, porque así le hacemos honor a la lucha de los pueblos sudamericanos hermanados, y así avivamos las brasas de una memoria que debe ser futuro.
Recuperemos públicamente también ese mapa, que tal vez nos pueda ayudar a superar el corcet de las fronteras y divisiones posteriores instituidas.
Y repasemos y revisemos bien qué se entendía por Provincias Unidas, por pueblos libres y por libertad, porque no todos pensaron o piensan lo mismo.
Siempre va a haber 6, 7, 8, mil voces que nos van a hablar de libertad y de derechos, pero que van a seguir jurando fidelidad al imperio. Nosotros necesitamos pasar el cepillo a contrapelo del pasado y del presente para dejar de mentirnos y dejar de cerrarnos el futuro.
En la dialéctica y las paradojas de la lucha independentista americana, podemos constatar que los pueblos en lucha superaron los discursos de libertad generados por las burguesías criollas y por los liberales morenistas de Buenos Aires. Para los liberales porteños, libertad era liberarse del control español, pero pensando instituir un libre comercio –siempre tan suicida para los pueblos– con sus socios ingleses. La lucha por la libertad colectiva nació –paradójicamente– en la provincia paraguaya en 1811. Los hermanos paraguayos empezaron a darse cuenta que libertad era liberarse de España y del predominio de Buenos Aires también. Por eso enfrentaron y derrotaron a Belgrano –sí, a Belgrano, enviado por Buenos Aires para sojuzgar a los paraguayos–, y por eso enfrentaron y derrotaron a los españoles también. Por eso, más adelante, dieron la lección política del siglo enfrentando a una triple alianza genocida e infame.
Tenemos que rearmar el rompecabezas del proceso revolucionario sudamericano.
Artigas –iniciando su campaña revolucionaria en ese momento– advirtió claramente el ejemplo del pueblo paraguayo, y en él se inspiró –como se inspiró estudiando sobre la soberanía popular y sobre el federalismo, pero siempre incluyendo y creando en base a nuestra multiculturalidad originaria y subalterna– para proyectar su federación revolucionaria de pueblos y culturas libres.
Cuando el capitán Laguardia, enviado paraguayo al Ayuí, a las tierras entrerrianas de Concordia –donde acampaban los orientales en su éxodo confederal– habló con Artigas de la política necesaria para lograr la independencia verdadera, se convenció de que “el general Artigas es un paraguayo en su sistema y su pensamiento”. Así lo escribió a su gobierno en Asunción.
Así lo vio claramente Alberdi –siempre tan inteligente, pero tan conservador– años después en su obra Grandes y pequeños hombres del Plata: la libertad real para las provincias era liberarse de España, pero de la influencia de Buenos Aires también.
Provincias y Autonomías en aquella época se escribían con mayúsculas, y es necesario quizás que revisemos nuestra ortografía histórica y política. El concepto y la consigna que elabora el artiguismo es la defensa de la soberanía particular de los pueblos, de los pueblos libres confederados. La noción política y jurídica de soberanía particular y de pueblo libre es extraordinaramente positiva, novedosa, constructiva y democrática. Cada Provincia de la Liga Federal revolucionaria, de la Liga de los Pueblos Libres, era un pequeño país –no sólo los orientales son un paisito– independiente y solidario con los demás. Era la autodeterminación solidaria de los pueblos frente a la presión y el ataque del imperialismo y del centralismo, dos caras de la misma moneda. Un pueblo libre no es cualquier pueblo: la intuición artiguista es extraordinaria.
 
IV Doscientos años de (in)dependencia: los pueblos libres y la emancipación social, ayer y hoy
 
Es necesario, más que nunca, sacarnos los lentes ideológicos del unitarismo estatal e ideológico instituido, de la matriz ideológica alberdina-urquicista-mitrista (la matriz política de la combinación y de la alianza elitista feudo-federal-unitaria constitucional de 1853, que se concretó lamentablemente en Pavón en 1861) y volver a las raíces de nuestra genealogía histórica. Necesitamos liberar el pasado para liberar el futuro.
Pensemos en la lucha de los pueblos y las culturas de Nuestra América y del mundo de hoy: el pueblo mapuche, o el pueblo charrúa, por ejemplo, dicen claramente que no reducen su historia a 200 años de política instituida. La militancia popular vasca –pensando otro ejemplo del otro lado del Atlántico– no mira a la historia, a su lucha y a su futuro con los lentes ideológicos de Francisco Franco ni de la España instituida centralizada en Madrid, y no por eso deja de tener relaciones fluidas y solidarias con los demás pueblos de España, de la “Unión” Europea y del mundo (al contrario quiere liberar y profundizar sin condicionamientos esas relaciones). Lo mismo para la lucha de los trabajadores y los pueblos de Catalunya y Galicia, como de tantos otros pueblos en el mundo. Como del pueblo escocés, que quiere independizarse de Londres; como del pueblo kurdo y del pueblo palestino, como de muchos otros. Como dice Karlo Raveli, unos 200 Estados capitalistas oprimen hoy todavía a más de 5.000 naciones, pueblos y culturas en todo el planeta.
Los trabajadores entrerrianos y el pueblo entrerriano, como los demás trabajadores y pueblos de Nuestra América y de un mundo en crisis estructural, necesitamos mirar distinto la historia y el futuro, para encontrar nuevos caminos de lucha y emancipación política y social.
Necesitamos todos releer nuestra historia profunda –hay más espíritu revolucionario en la cultura charrúa originaria que en el cabildo de Buenos Aires– y analizar las distintas ideas y luchas aportadas por las perspectivas dialécticas, autónomas, originarias, subalternas, libertarias, independentistas y federalistas. Necesitamos estudiar mucho, pensar y crear para avanzar y transformar. Necesitamos salir como sea de los callejones políticos sin salida. En Nuestra América-Abya Yala y en el mundo hay experiencias y luchas muy enriquecedoras y motivadoras para discutir: los debates sobre el Estatuto de Autonomía Catalán y el Estatuto Autónomo Vasco, las discusiones políticas sobre lo que fue el Plan Ibarretxe en Euskadi, el referéndum independista proyectado en Escocia, el referéndum en Islandia contra la deuda externa, la plurinacionalidad comunitaria y la ética política del buen vivir co-instituyentes en el extraordinario proceso abierto boliviano. La autonomía zapatista y las confederaciones de pueblos originarios: las soberanías particulares y el federalismo libertario nacieron con la tierra en Nuestra América. Y por supuesto que no podemos obviar la cultura revolucionaria cubana ni los consejos comunales y las empresas de producción social bolivarianas, entre tantas experiencias extraordinarias, como la de los Sin Tierra de Brasil y la Vía Campesina Internacional.
Otra experiencia histórica interesante es la de la Confederación Suiza, sus cantones y provincias y las relaciones libres de éstos con la Unión Europea. Los cantones suizos tiene el derecho soberano particular de establecer relaciones con los pueblos de Europa más allá de las fronteras políticas instituidas, aunque sin desconocerlas en ningún momento.
Son experiencias estimulantes para pensar un futuro distinto para Entre Ríos, para los pueblos, para Argentina y para una UNASUR distinta, como así también a una necesaria democracia real global.
La crítica dialéctica, libertaria y espartaquista, como así también la teoría postcolonial y postoccidental, y los estudios de la subalternidad, todavía tienen mucho para ayudarnos para tratar de transformar la realidad, sin olvidarnos de la que propia dialéctica y el pensamiento libertario deben ser también liberados de su eurocentrismo y de su positivismo históricos. Repasemos las palabras de Marx y Engels sobre la Comuna de París, como también recordemos que Lenin condujo la revolución rusa con la consigna libertaria de “todo el poder a los soviets”, a las asambleas populares, y que lo que los bolcheviques instituyeron –más allá de todo lo que queramos discutir– fue una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en plural. Para los que gustan de Gramsci, recordemos que el gran revolucionario de los Quaderni del Carcere proyectó, en La Cuestión Meridional, una república federal de obreros y campesinos.
Ni qué hablar lo que tienen para aportarnos los Proudhon y los Bakunin para repensar el concepto federativo libertario desde un punto de vista político y económico. Es imprescindible pensar las tres esferas federativas articuladas y atravesadas: Argentina (pero tachando la Argentina unitaria instituida), sudamericana y global, para imaginar y luchar por un mundo distinto.
Es urgente mirar distinto para pelear mejor: la falta de unidad y de coordinación de los que luchan, como así también la falta de ideas claras y de compromisos profundos de todos, nos van a seguir generando divisiones que dispersan las fuerzas y potencias co-instituyentes. Así pasó en el pasado: así les pasó a los sudamericanos antes, durante y después de Ayacucho en 1824.
Necesitamos volver a soñar la utopía concreta de las soberanías particulares confederadas en una Patria Grande para Todos y en una federación mundial de pueblos y culturas libres, absolutamente democrática, antiimperialista, anticapitalista y anticolonialista.
¿Qué patria puede festejar algo asegurando la libertad y la estabilidad de “los mercados” en base al hambre, la pobreza y las necesidades de su pueblo?
Necesitamos levantar la cabeza para hacer un mundo mejor, antes de que sea tarde.
Necesitamos forjar entre todos un buen vivir biodiverso regional, continental y global.
 
María Grande, Entre Ríos 


Enviado por el autor para su publicación en Herramienta en junio 2010.

 

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