29/03/2024

En la ruta de la decadencia. Hacia una crisis prolongada de la civilización burguesa

Por , , Beinstein Jorge

 

1. La decadencia del Imperio

Salto al vacío

La recesión se instaló en los Estados Unidos hacia fines de 2007, se fue agravando durante 2008 y en el último trimestre se produjo la entrada en depresión con una caída del Producto Bruto Interno superior al 6 %. Las informaciones económicas al comenzar 2009 demuestran que el proceso tiende a radicalizarse.

Se despliega ante nuestros ojos el final de lo que deberíamos mirar como el primer capítulo de la declinación del Imperio norteamericano (aproximadamente 2001-2007) y el comienzo de un proceso turbulento disparado por el salto cualitativo de tendencias negativas que se fueron desarrollando durante un largo período.

De todos modos las malas noticias económicas y militares (fracaso evidente de las guerras coloniales en Asia) no parecen bloquear las rutinas imperiales de Washington, Obama anuncia la retirada gradual de Irak pero al mismo tiempo decide ampliar la ofensiva bélica en Afganistan (y en Pakistán) hostilizando así a Rusia y China y preservando los megagastos parasitarios del Complejo Industrial Militar (mas de un millón de millones de dólares) y, en consecuencia, agrandando un súperdéficit fiscal insostenible.

La incapacidad para cambiar de rumbo, la rigidez en el comportamiento del sistema de poder, es una clara muestra de decadencia.

En la cúpula del sistema reina la incertidumbre que se va convirtiendo en pánico; el fantasma del colapso comienza a asomar su rostro. Mientras tanto las autoridades económicas inyectan masivamente liquidez en el mercado, otorgan subsidios fiscales e improvisan costosos salvatajes a las instituciones financieras en bancarrota, intentando suavizar la recesión, sabiendo que de ese modo están construyendo una gigantesca bomba de tiempo inflacionaria y condenando al dólar a una declinación segura.

La palabra "colapso" fue apareciendo con creciente intensidad desde fines de 2007 en entrevistas y artículos periodísticos muchas veces combinadas con otras expresiones no menos terribles, en algunos casos adoptando su aspecto más popular (derrumbe, caída catastrófica...) y en otros su forma rigurosa, es decir como sucesión irreversible de graves deterioros sistémicos, como decadencia general.

Paul Craig Roberts (que fue en el pasado miembro del staff directivo del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y editor de Wall Street Journal) publicó el 20 de marzo de 2008 un texto titulado “El colapso de la potencia americana”, donde describe los rasgos decisivos de la declinación integral de los Estados Unidos[1]; el 27 de marzo The Economist titulaba “Esperando el armagedon” a un articulo referido a la marea irresistible de bancarrotas empresarias norteamericanas. El 14 de abril Financial Times publicaba un articulo de Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos donde señalaba que “la era unipolar, periodo sin precedentes de dominio estadounidense, ha terminado. Duro unas dos décadas, algo más de un instante en términos históricos”.[2]

Una prolongada degradación

Para entender lo que está ocurriendo es necesario tomar en cuenta fenómenos que han modelado el comportamiento de la sociedad norteamericana durante las últimas tres décadas, generando un proceso de decadencia social.

En primer lugar, el deterioro de la cultura productiva gradualmente desplazada por una combinación de consumismo y prácticas financieras. La precarización laboral incentivada a partir de la presidencia de Reagan buscaba disminuir la presión salarial mejorando así la rentabilidad capitalista y la competitividad internacional de la industria, pero a largo plazo degradó la cohesión laboral, el interés de los asalariados hacia las estructuras de producción. Ello derivó en una creciente ineficacia de los procesos innovativos que pasaron a ser cada vez más difíciles y caros comparados con los de los principales competidores globales (europeos, japoneses, etcétera). Uno de sus resultados fue el déficit crónico y ascendente del comercio exterior (2 mil millones de dólares en 1971, 28 mil millones en 1981, 77 mil millones en 1991, 430 mil millones en 2001, 815 mil millones en 2007...).

Mientras tanto, se fue expandiendo la masa de negocios financieros absorbiendo capitales que no encontraban espacios favorables en el tejido industrial y otras actividades productivas. Las empresas y el Estado demandaban esos fondos, las primeras para desarrollarse, concentrarse, competir en un mundo cada vez más duro, y el segundo para solventar sus gastos militares y civiles que cumplían un papel muy importante en el sostenimiento de la demanda interna. Recordemos por ejemplo las erogaciones descomunales motivadas por la llamada "Iniciativa de Defensa Estratégica" (mas conocida como "Guerra de las Galaxias") lanzada por Reagan en 1983 en el momento en que la desocupación superaba el 10% de la Población Económicamente Activa (la cifra más alta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial). Financerización económica (factor decisivo del ascenso parasitario) y decadencia de la cultura productiva constituyen dos procesos complementarios.

Un segundo fenómeno fue la concentración de ingresos: hacia comienzos de los años 1980 el 1 % más rico de la población absorbía entre el 7 % y el 8 % del Ingreso Nacional, veinte años después la cifra se había duplicado y en 2007 rondaba el 20 %: el más alto nivel de concentración desde fines de los años 1920; por su parte el 10 % mas rico paso de absorber un tercio del Ingreso Nacional hacia mediados de los años 1950 a cerca del 50% en la actualidad.[3] Contrariamente a lo que enseña la “teoría económica” dicha concentración no derivó en mayores ahorros e inversiones industriales sino en más consumo y más negocios improductivos que con la ayuda del boom de las tecnologías de la información y la comunicación engendraron un universo semivirtual por encima del mundo, casi mágico, donde fantasía y realidad se mezclan caóticamente. Por allí navegaron millones de norteamericanos, en especial las clases superiores.

En tercer lugar (enlazado a lo anterior), se fue desplegando un proceso de desintegración social, uno de cuyos aspectos más notables fue el incremento de la criminalidad y de la subcultura de la transgresión abarcando a los mas variados sectores de la población, acompañada por la criminalización de pobres, marginales y minorías étnicas. Actualmente las cárceles norteamericanas son las más pobladas del planeta, hacia 1980 alojaban unos 500 mil presos, en 1990 cerca de 1.150.000 , en 1997 eran 1.700.000 a los que había que agregar 3.900.000 en libertad vigilada (probation, etcétera), pero a fines de 2006 los presos sumaban unos 2.260.000 y los ciudadanos en libertad vigilada unos 5 millones; en total más de 7.200.000 norteamericanos se encontraban bajo custodia judicial.[4]

En abril de 2008 un articulo aparecido en el New York Times señalaba que los Estados Unidos con menos del 5 % de la población mundial alojan al 25% de todos los presos del planeta, uno de cada cien de sus habitantes adultos se encuentran encarcelados; es la cifra más alta a nivel internacional.[5]

En cuarto término es necesario a tomar en cuenta la larga marcha ascendente del Complejo Industrial Militar, área de convergencia entre el Estado, la industria y la ciencia que se fue expandiendo desde mediados de los años 1930 atravesando gobiernos demócratas y republicanos, guerras reales o imaginarias, períodos de calma global o de alta tensión. Algunos autores, entre ellos Chalmers Johnson, consideran que los gastos militares han sido el motor central de la economía norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial hasta las guerras eurasiáticas de la administración Bush-Cheney pasando por Corea, Vietnam, la Guerra de las Galaxias y Kosovo.

Y ahora Obama (guerra de Afganistán mediante) aparece también atrapado por la dinámica militarista. Según Johnson, que define a la estrategia sobredeterminante seguida en las últimas siete décadas como "keynesianismo militar", el gasto bélico real del ejercicio fiscal 2008 superaría los 1,1 billones (millones de millones) de dólares, el más alto desde la Segunda Guerra Mundial.[6] Estos gastos han ido creciendo a lo largo del tiempo involucrando a miles de empresas y millones de personas, de acuerdo a los cálculos de Rodrigue Tremblay en el año 2006 el Departamento de Defensa de los Estados Unidos empleó a 2.143.000 personas. mientras que los contratistas privados del sistema de defensa empleaban a 3.600.000 trabajadores (en total 5.743.000 puestos de trabajo) a los que hay que agregar unos 25 millones de veteranos de guerra. En suma, en los Estados Unidos unas 30 millones de personas (cifra equivalente al 20 % de la Población Económicamente Activa) reciben de manera directa e indirecta ingresos provenientes del gasto público militar.[7]

El efecto multiplicador del sector sobre el conjunto de la economía posibilitó en el pasado la prosperidad de un esquema que Scott MacDonald califica como "the guns and butter economy", es decir una estructura donde el consumo de masas y la industria bélica se expandían al mismo tiempo.[8] Pero ese largo ciclo esta llegando a su fin; la magnitud alcanzada por los gastos bélicos los ha convertido en un factor decisivo del déficit fiscal, causando inflación y desvalorización internacional del dólar. Además su hipertrofia otorgó un enorme peso político a élites estatales (civiles y militares) y empresarias que se fueron embarcando en un autismo sin contrapesos sociales.

La creciente sofisticación tecnológica paralela al encarecimiento de los sistemas de armas alejó cada vez más a la ciencia militarizada de sus eventuales aplicaciones civiles, afectando negativamente la competitividad industrial. Esta separación ascendente entre la ciencia militar (devoradora de fondos y de talentos) y la industria civil llegó a niveles catastróficos en el período terminal de la ex Union Soviética, ahora la historia parece repetirse.

A todo esto se suma un acontecimiento aparentemente inesperado, las guerras de Irak y Afganistán y de manera indirecta el fracaso de la ofensiva israelí en el Libano han demostrado la ineficacia operativa de la súper compleja(y súper cara) maquinaria bélica de última generación puesta en jaque por enemigos que operan de manera descentralizada y con armas sencillas y baratas. Planteando una grave crisis de percepción (una catástrofe psicológica) entre los dirigentes del Complejo Industrial Militar de los Estados Unidos y de la OTAN (en la historia de las civilizaciones no es esta la primera vez que ocurre un fenómeno de este tipo).

En quinto lugar, la decadencia del Estado (estrechamente asociada a la hipertrofia militar-financiera) se expresó como repliegue de su capacidad integradora (declinación de la seguridad social, predominio de la cultura elitista en sus centros de decisión, etcétera), degradación de la infraestructura y persistencia del déficit fiscal que ha derivado en una deuda pública gigantesca. Si nos remitimos a las últimas cuatro décadas, los superávits fiscales constituyen una rareza, desde los años 1970 los déficits fueron creciendo hasta llegar a comienzos de los 1990 a niveles muy altos, sin embargo Clinton se despidió a fines de esa década con algunos superávits que observados desde un enfoque de largo plazo aparecen como hechos efímeros. Pero desde la llegada de George W. Bush el déficit regresó, alcanzando cifras sin precedentes: 160 mil millones de dólares en 2002, 380 mil millones en 2003, 320 mil millones en 2005... ahora Obama se instala en la Casa Blanca con un déficit superior al millón de millones de dólares.

Nos encontramos frente a un estado imperial cargado de deudas, cuyo funcionamiento depende ya no solo del sistema financiero nacional sino también (cada vez más) del financiamiento internacional; le hubiera resultado extremadamente difícil a los Estados Unidos lanzarse a su aventura militar asiática sin las compras de sus títulos por parte de China, Japón, Alemania y otras fuentes externas.

En sexto término debemos agregar la dependencia energética, hacia 1960 el Imperio importaba el 16 % de su consumo de petróleo, actualmente llega al 65 %.

Los Estados Unidos emergieron como un gran país industrial porque desde comienzos del siglo XX fueron también la primera potencia petrolera internacional. Al igual que Inglaterra durante el siglo XIX respecto del carbón, gozaron de una ventaja energética que les permitió desarrollar tecnologías apoyadas en dicho privilegio y competir exitosamente con el resto del mundo. Pero a mediados de los años 1950 prestigiosos expertos norteamericanos como el geologo King Hubbert anunciaron el fin próximo de la era de abundancia energética nacional, según lo anticipó Hubbert (en 1956) desde comienzos de los 1970 la producción petrolera estadounidense comenzaría a declinar: así ocurrió.

La incapacidad de los Estados Unidos para reconvertir su sistema energético (tuvo casi cuatro décadas para hacerlo) reduciendo o frenando su dependencia respecto del petróleo puede ser atribuida en primer lugar a la presión de la compañías petroleras que impusieron la opción de la explotación intensiva de recursos externos, periféricos, que fueron sobrestimados. Podría afirmarse en este caso que la dinámica imperialista forjó una trampa energética de la que ahora es victima el propio Imperio. El Estado no desarrolló estrategias de largo plazo tendientes al ahorro de energía, lo que probablemente habría desacelerado (no evitado) la crisis energética actual, no solo por la imposición del lobby petrolero sino también porque sus cúpulas políticas (demócratas y republicanas) se fueron sumergiendo en la cultura del corto plazo correspondiente a la era de la hegemonía financiera, subordinándose por completo a los intereses inmediatos de los grupos económicos dominantes.

Pero también deberíamos reflexionar acerca de los límites del sistema tecnológico moderno que los estadounidenses exacerbaron al extremo. El mismo se ha reproducido en torno de objetos técnicos decisivos de la cultura individualista (por ejemplo el automóvil) que definen el estilo de vida dominante y a procedimientos productivos basados en la explotación intensiva de recursos naturales no renovables o en la destrucción de los ciclos de reproducción de los recursos renovables. Gracias a esa lógica destructiva el capitalismo industrial pudo en Europa desde fines del siglo XVIII “independizarse” de los ritmos naturales sometiendo brutalmente a la naturaleza y acelerando la expansión de la civilización burguesa. Ello aparecía ante los admiradores del “progreso” en los siglos XIX y XX como la gran proeza del capitalismo, una visión más amplia nos permite ahora darnos cuenta que se trataba del despliegue de una de sus irracionalidades fundamentales que los Estados Unidos, el capitalismo más exitoso de la historia, llevó al más alto nivel jamás alcanzado. 

Desequilibrios, deudas, declinación del dólar 

La pérdida de dinamismo del sistema productivo fue compensado por la expansión del consumo privado (centrado en las clases altas), los gastos militares y la proliferación de actividades parasitarias lideradas por el sistema financiero. Lo que engendró crecientes desequilibrios fiscales y del comercio exterior y una acumulación incesante de deudas públicas y privadas, internas y externas. La deuda pública norteamericana pasó de 390 mil millones de dólares en 1970, a 930 mil millones en 1980, a 3,2 billones (millones de millones) en 1990, a 5,6 billones en 2000 para saltar a 9,5 billones en abril de 2008 y a 10,9 billones a comienzos de marzo de 2009; por su parte la deuda total de los estadounidenses (pública más privada) ronda 54 billones de dólares (aproximadamente equivalente al Producto Bruto Mundial) de esa cifra el 20 % constituye deuda externa. Solo durante 2007 la deuda total aumento cerca de 4,3 billones de dólares (equivalente al 30 % del Producto Bruto Interno norteamericano). El proceso fue coronado por una sucesión de burbujas especulativas que marcaron, desde los años 1990 a un sistema que consumía más allá de sus posibilidades productivas.

A partir de los años 1970-1980 es posible observar el crecimiento paralelo de tendencias perversas como los déficits comercial, fiscal y energético, los gastos militares, el número de presos y las deudas públicas y privadas. Todas esas curvas ascendentes aparecen atravesadas por algunas tendencias descendentes; por ejemplo la disminución de la tasa de ahorro personal y la caída del valor internacional del dólar (que se aceleró en la década actual), expresión de la declinación de la supremacía imperial .

La articulación de esos fenómenos nos permite esbozar una totalidad social decadente a la que se incorporan (convergen) una gran diversidad de hechos de distinta magnitud (culturales, tecnológicos, sociales, políticos, militares, etcétera).

Esta visión de largo plazo ubica a la era de los halcones presidida por George. W. Bush como una suerte de “salto cualitativo” de un proceso con varias décadas de desarrollo y no como un hecho excepcional o una desviación negativa. Nos encontraríamos ante la fase más reciente de la degradación del capitalismo estatista-keynesiano iniciada en los años 1970, puntapié inicial de la crisis general del sistema. La experiencia histórica enseña que esos despegues hacia el infierno casi siempre debutan en medio de euforias triunfalistas donde detrás de cada señal de victoria se oculta una constatación de desastre. La loca carrera militar sobre Eurasia estaba en el centro del discurso acerca del supuesto combate victorioso contra un enemigo (terrorista) global imaginario que sumergió en el pantano a las fuerzas armadas imperiales, las expansiones desenfrenadas de la burbuja inmobiliaria y de las deudas eran ocultada por las cifras de aumento del Producto Bruto Interno y la sensación (mediática) de prosperidad.

Imperio y globalizaciónLos Estados Unidos son todavía el centro del mundo (del capitalismo global), su declinación no es solo la de la primera potencia sino la del espacio esencial de la interpenetración productiva, comercial y financiera a escala planetaria que se fue acelerando en las tres últimas décadas hasta conformar una trama muy densa de la que ninguna economía capitalista desarrollada o subdesarrollada puede escapar (salir de esa tupida red significa romper con la lógica, con el funcionamiento concreto del capitalismo integrado por clases dominantes locales altamente transnacionalizadas).

Durante la década actual la expansión económica en Europa, China más otros países subdesarrollados y el modesto (efímero) fin del estancamiento japonés solían ser mostrados como el restablecimiento de capitalismos maduros y el ascenso de jóvenes capitalismos periféricos cuando en realidad se trató de prosperidades estrechamente relacionadas con la expansión consumista-financiera norteamericana. Estados Unidos es el primer importador global, en 2007 compró bienes y servicios por 2,3 millones de millones de dólares, es el principal cliente de China, India y Japón, Inglaterra, el primer mercado extra europeo de Alemania. Pero es sobre todo en el plano financiero en tanto área hegemónica del sistema internacional donde se destaca su primacía.

Por ejemplo, la red de los negocios con productos financieros derivados (más de 600 millones de millones de dólares registrados por el Banco de Basilea, es decir unas 12 veces el Producto Bruto Mundial) se articula a partir de la estructura financiera norteamericana, las grandes burbujas especulativas imperiales irradiaron al resto del mundo de manera directa o generando burbujas paralelas como fue posible comprobar con la experiencia reciente de la especulación inmobiliaria en los Estados Unidos y sus clones directos en España, Inglaterra, Irlanda o Australia e indirectos como la superburbuja bursátil china.

Si observamos el comportamiento económico de las grandes potencias comprobaremos en cada caso como sus esferas de negocios superan siempre los límites de los respectivos mercados nacionales e incluso regionales cuya dimensión real resulta insuficiente desde el punto de vista del volumen y la articulación internacional de sus actividades. La Unión Europea está sólidamente atada a los Estados Unidos a nivel comercial e industrial y principalmente financiero, Japón agrega a lo anterior su histórica dependencia de las compras norteamericanas, por su parte China desarrolló su economía en el último cuarto de siglo sobre la base de sus exportaciones industriales a los Estados Unidos y a países, como Japón, Corea del Sur y otros, fuertemente dependientes del Imperio.

En fin, el renacimiento ruso gira en torno de sus exportaciones energéticas (principalmente dirigidas hacia Europa), su élite económica se fue estructurando desde el fin de la URSS multiplicando sus operaciones a escala transnacional en especial sus vínculos financieros con Europa occidental y los Estados Unidos. No se trata de simples lazos directos con el Imperio sino de la reproducción ampliada acelerada de una compleja red global de negocios, mercados interdependendientes, asociaciones financieras, innovaciones tecnológicas, etcétera, que integra al conjunto de burguesías dominantes del planeta. El mundo financiero hipertrofiado es su espacio de circulación natural y su motor geográfico son los Estados Unidos, cuya decadencia no puede ser disociada del fenómeno más amplio de la llamada globalización, es decir de la financerización de la economía mundial.

Podríamos visualizar al Imperio como sujeto central del proceso, su gran beneficiario y manipulador, y al mismo tiempo como su objeto, producto de una corriente que lo llevó hasta el más alto nivel de riqueza y degradación. Gracias a la globalización los Estados Unidos pudieron sobreconsumir pagando al resto del mundo con sus dólares devaluados imponiéndoles su atesoramiento (bajo la forma de reservas) y sus títulos públicos que financiaron sus déficits fiscales. Aunque también gracias al parasitismo norteamericano, Europa, China, Japón, etcétera, pudieron colocar en el mercado imperial una porción significativa de sus exportaciones de mercancías y de sus excedentes de capitales.

En ese sentido el parasitismo financiero, producto de la crisis de sobreproducción crónica, es a la vez norteamericano y universal, la otra cara del consumismo imperial es la reproducción de capitalismos centrales y periféricos que necesitan desbordar sus mercados locales para hacer crecer sus beneficios. Ello es evidente en los casos de Europa occidental y Japón pero también lo es en el de China que exporta gracias a sus bajos salarios (comprimiendo su mercado interno).

Lo que se está hundiendo ahora no es la nave principal de la flota (si así fuera, numerosas embarcaciones podrían salvarse); solo hay una nave y es su sector decisivo el que está haciendo agua. 

Neoestatismo y crisis 

Debemos ubicar en su contexto histórico a las actuales intervenciones de los Estados de los países centrales destinadas a contrarrestar la crisis. A comienzos de 2008 proliferaban ilusiones conservadoras referidas al posible desacople de varias economías industriales y subdesarrolladas respecto de la recesión imperial pero los hechos derrumbaron esas esperanzas. Junto a ellas apareció la fantasía del renacimiento del intervencionismo keynesiano: según dicha hipótesis el neoliberalismo (entendido como simple desestatización de la economía) sería un fenómeno reversible y nuevamente como hace un siglo el Estado salvaría al capitalismo. En realidad en las últimas cuatro décadas se ha producido en los países centrales un doble fenómeno: por una parte la degradación general de los Estados que manteniendo su tamaño con relación a cada economía nacional quedaron sometidos a los grupos financieros, perdieron legitimidad social. Y por otra fueron progresivamente desbordados por el sistema económico mundial no solo por su trama financiera sino también por operaciones industriales y comerciales que burlaban los controles (cada vez más flojos) de las instituciones nacionales y regionales.

En los Estados Unidos dicho proceso avanzó más que en ningún otro país desarrollado, nunca fue abandonado el histórico keynesianismo militar, por el contrario el Complejo Militar-Industrial se hipertrofió articulándose con un conjunto de negocios mafiosos, financieros, energéticos, etcétera, que se convirtió en el centro dominante del sistema de poder apropiándose groseramente del aparato estatal hasta convertirlo en una estructura decadente.

En los países centrales el Estado intervencionista (de raíz keynesiana) no necesita regresar porque nunca se ha ido, a lo largo de las últimas décadas, obediente a las necesidades de las áreas más avanzadas del capitalismo, fue modificando sus estrategias, apuntalando la concentración de ingresos y los desarrollos parasitarios, cambiando su ideología, su discurso, en el pasado lejano integrador, social, productivista-industrial, ayer elitista, neoliberal y virtualista-financiero, hoy enarbolando un neokeynesianismo salvavidas (impotente) de la globalización.

Es en el mundo subdesarrollado donde el estatismo retrocedió hasta ser triturado en numerosos casos por la ola depredadora imperialista, la desestatización fue su forma concreta de sometimiento a la dinámica del capitalismo global. Allí el regreso al Estado interventor-desarrollista de otras épocas es un viaje al pasado físicamente imposible, las burguesías dominantes locales, sus negocios decisivos, están completamente transnacionalizados o bien bajo la tutela directa de firmas transnacionales.

Finalmente es necesario señalar que el hiper-gigantismo del Imperio hace que su hundimiento tenga un poder de arrastre sin precedentes en la historia humana. Además los Estados Unidos no constituyen “un mundo aparte” (marginado) sino el centro de la cultura universal (el capitalismo), la etapa más reciente de una larga historia mundial en torno de Occidente.

La inmensidad del desastre en curso, la extrema radicalidad de las rupturas que puede llegar a engendrar, muy superiores a las que causó la crisis iniciada hacia 1914 (que dio nacimiento a un largo ciclo de tentativas de superación del capitalismo y también al fascismo, intento de recomposición bárbara del sistema burgués) genera reacciones espontáneas negadoras de la realidad en las élites dominantes, los espacios sociales conservadores y más allá de ellos, pero la realidad de la crisis se va imponiendo. Todo el edificio de ideas, de certezas de diferente signo, construido a lo largo de más de dos siglos de capitalismo industrial está empezando a agrietarse. 

2. Crisis de civilización

Aspectos de la crisis 

La crisis financiera es gigantesca pero también lo son las "otras crisis" unas más visibles o virulentas que otras convergiendo hasta conformar un fenómeno inédito. Para tomar un solo ejemplo, la crisis energética que expresa por ahora el estancamiento y próxima reducción de la producción petrolera global, fue hasta hace muy poco un catalizador decisivo de la especulación y la inflación (antes de la caída económica global del último trimestre de 2008) y nos espera en un futuro no muy lejano para darnos nuevos golpes inflacionarios, cuando la extracción descienda algunos peldaños más o cuando la depresión económica se detenga. Por otra parte la crisis energética está asociada a la crisis alimentaria y ambas señalan la existencia de un impasse tecnológico general que se extiende a la degradación del medio ambiente y del aparatismo militar-industrial asociada a su vez a la degradación del Estado potenciada en la era neoliberal (marcada por la financierización global), todo ello concentrado y exacerbado a partir del colapso financiero en los Estados Unidos, el centro del mundo.

Es posible entonces afirmar que las diversas crisis no son sino aspectos de una única crisis, sistémica, del capitalismo como etapa de la historia humana.[9]

Ciclos

Una componente importante de esa crisis es la constatación de que ciertos ciclos que parecían regir el funcionamiento económico han dejado de funcionar, se trata de la destrucción de la creencia en que luego de un determinado número meses o años de vacas flacas llegaría el de las vacas gordas y que el sistema seguiría su camino ascendente. Los ciclos decenales descubiertos por Juglar hacia 1860 atravesaron buena parte del siglo XIX expresando las oscilaciones del joven capitalismo industrial aunque al final del mismo esas rutinas se fueron desdibujando. Hacia 1885 en una nota anexa al Libro III del Capital Engels señalaba que "se ha operado un viraje desde la última gran crisis general (1867). La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que se venía observando hasta entonces parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión...". Y atribuía ese cambio a la nueva configuración económica internacional marcada por el rápido desarrollo de los medios de comunicación, la ampliación del mercado mundial y el fin del monopolio industrial inglés.[10]

Los viejos ciclos decenales tendían a desaparecer porque el capitalismo había sufrido cambios estructurales decisivos. Pero ello no afectó a otras rutinas del sistema como las o­ndas largas de Kondratieff, etapas de aproximadamente entre 50 y 60 años (la primera mitad de ascenso económico y la segunda de descenso) que se venían sucediendo a partir de la revolución industrial inglesa. A lo largo de la historia del capitalismo han sido registrados cuatro ciclos de Kondratieff, el primero se inició a fines del siglo XVIII y concluyó a mediados del siglo XIX, el segundo terminó durante la última década de ese siglo y el tercero durante los años 1940 cuando se inició un cuarto ciclo cuya etapa de prosperidad llegó hasta fines de los años 1960, hasta 1968 si seguimos la propuesta de Mandel, que prefiere establecer cortes históricos precisos.[11] A partir de ese momento la tasa de crecimiento de la economía mundial impulsada por los países capitalistas centrales describió una tendencia descendente en el largo plazo que no se ha detenido hasta la actualidad y que debería prolongarse en un futuro previsible (ver Gráfico 2).

Si aceptamos la periodización de Mandel, la fase descendente del primer Kondratieff habría durado unos 22 años, la del segundo 20 años y la del tercero 26 años, el promedio es de aproximadamente 22,6 años, pero el descenso del cuarto Kondratieff ya estaría durando unos 40 años (en 2008) y no es demasiado osado pronosticar su prolongación al menos un lustro más. Siguiendo el modelo teórico la recuperación debió haber comenzado hacia mediados de la década pasada, ello no se produjo y tampoco ocurrió en la actual (ver el Gráfico 3).

Peor aún, cada fase ascendente suele ser asociada a grandes innovaciones tecnológicas que modificaron los sistemas de producción y los estilos de consumo. Así sucedió durante la primera revolución industrial con la máquina a vapor y la expansión de la industria textil, a mediados del siglo XIX con el acero y el desarrollo de los ferrocarriles, a fines del siglo XIX con la electricidad, la química y los motores, y la electrónica, la petroquímica y los automóviles a mediados de los años 1940 en el debut del cuarto Kondratieff. Así "debió-haber-sucedido" en la década de los años 1990 atravesada por grandes innovaciones en informática, biotecnología y nuevos materiales, sin embargo esos cambios técnicos no modificaron positivamente el curso de los acontecimientos, por el contrario acentuaron sus peores características.

Por ejemplo la informática: cuando evaluamos su impacto según la importancia de la actividad económica involucrada constatamos que su principal aplicación se produjo en el área del parasitismo financiero cuyo volumen de negocios (unos mil millones de millones de dólares) equivale actualmente a unas 19 veces el Producto Bruto Mundial.

Esto me permite plantear la hipótesis de que así como ocurrió hace cerca de un siglo con los ciclos decenales de Juglar podemos actualmente sostener que las o­ndas largas de Kondratieff han perdido validez científica, la fase descendente del cuarto Kondratieff ha sido triturada por la nueva realidad, la economía mundial completamente hegemonizada por el parasitismo financiero obedece a una dinámica radicalmente diferente de la vigente durante la era del capitalismo industrial.

Frente a esa evidencia no faltan los expertos y académicos apurados en encontrar una nueva rutina restauradora del orden, algunos proponen regresar a ciclos más cortos y violentos al estilo Juglar (¿retorno al siglo XIX?), otros mixturan Juglar y Kondratieff introduciendo algunos adornos provenientes de la psicología social, otros realizan manipulaciones econométricas en el ciclo Kondratieff conservando así la esperanza en una futura recomposición ascendente del sistema. Es el caso de Ian Gordon, renombrado especialista norteamericano en pronósticos económicos que no duda fabricar un súper "cuarto Kondratieff" estadounidense de casi 70 años, corriendo hacia la derecha el inicio de su etapa ascendente (desde 1940 a 1950) extendiéndola hasta los años 1980 y proponer el fin del descenso (y el comienzo de un nuevo y maravilloso quinto Kondratieff capitalista) para finales de la segunda década del siglo XXI.[12]

Senilidad

El fin de las rutinas y el ingreso en un tiempo de desorden general nos están señalando que el mundo burgués no se encuentra ante una enfermedad pasajera, una "crisis cíclica" más al interior del gran ciclo, único y supuestamente vigoroso del capitalismo sino ante una crisis de enorme amplitud donde las enfermedades se multiplican no por un capricho del destino sino porque el organismo, el sistema social universal, esta muy viejo.

El capitalismo mundial ingresó en la etapa senil[13] en los años 1970 cuando el parasitismo devino hegemónico, a lo largo de dicha década y del primer lustro de los años 1980 ocurrieron hechos decisivos en los Estados Unidos, entre ellos el debut de la declinación de su producción petrolera, la decisión del gobierno de Nixon de terminar con el patrón dólar-oro, la derrota en Vietnam a lo que luego se agregaron los déficits comerciales y fiscales crónicos y la suba incesante de las deudas pública y privada, la concentración de ingresos, el consumismo, la elitización y degradación del sistema político, etcétera.

Todo eso derivó a comienzos del siglo XXI, cuando se desinfló la burbuja bursátil, en una situación extremadamente grave a la que el Imperio respondió con una desesperada fuga hacia adelante: radicalizó su estrategia de conquista de Eurasia desplegando grandes operativos militares (Irak, Afganistán) y reanimó la especulación financiera inflando la burbuja inmobiliaria y gracias a ella volviendo a inflar la burbuja bursátil. Ante la crisis del parasitismo financiero decidió impulsar una ola parasitaria mucho más grande que la anterior, no se trató de un "error estratégico" sino una consecuencia estratégica lógica inscripta en la dinámica dominante del sistema de poder.

Un primer indicador de senilidad es la decadencia de los Estados Unidos resultado de un largo proceso de degradación. La "globalización" desarrollada desde los años 1970 implicó un triple proceso; el aburguesamiento casi completo del planeta (la cultura del capitalismo devino verdaderamente universal al derrotar a la URSS e integrar a China), la financierización integral del capitalismo (hegemonía parasitaria) y la unipolaridad: instalación del Imperio norteamericano como poder supremo mundial. Principal consumidor global y área central de los negocios financieros internacionales a lo que se agrega el hecho decisivo de la "norteamericanización" de la cultura de las clases dominantes del mundo. Es por ello que la declinación (senilidad) de los Estados Unidos, más allá de sus consecuencias económicas (o incluyendo sus consecuencias económicas) constituye el motor de la decadencia universal del capitalismo.

El Imperio ha sido a la vez verdugo y víctima del resto del mundo, su consumismo parasitario ha tenido como contrapartida los buenos negocios comerciales y financieros de las burguesías de la Unión Europea, China, Japón, India, etcétera La hinchazón parasitaria estadounidense fue el amortiguador fundamental de la crisis de sobreproducción crónica de las grandes potencias, pero la burbuja imperial ahora se está desinflando y el capitalismo global ingresa en la depresión.

Un segundo indicador de senilidad es la interacción entre dos fenómenos: la hipertrofia financiera global y la desaceleración en el largo plazo de la economía mundial (ver el Gráfico 2). En las últimas décadas del siglo XX se llegó a la financierización integral del capitalismo, las tramas especulativas impusieron su "cultura" cortoplacista y depredadora que ha pasado a ser el núcleo central de la modernidad. Presenciamos un circulo vicioso; la crisis crónica de sobreproducción iniciada hace cuatro décadas comprimió el crecimiento económico desviando excedentes financieros hacia la especulación cuyo ascenso operó como un megaaspirador de fondos restados a la inversión productiva.

Un tercer indicador de senilidad es el bloqueo tecnológico que se manifiesta de diversas maneras, entre ellas como crisis energética asociada a la crisis alimentaria y como crisis ambiental. Es útil el concepto de “limite estructural del sistema tecnológico” definido por Bertrand Gille como el punto en el que dicho sistema es incapaz de aumentar la producción a un ritmo que permita satisfacer necesidades humanas crecientes[14], no se trata de necesidades humanas en general, ahistóricas, sino de demandas sociales históricamente determinadas. Es así posible formular la hipótesis de que el sistema tecnológico del capitalismo estaría llegando a su límite superior más allá del cual va dejando de ser el pilar decisivo del desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en la punta de lanza de su destrucción.

El capitalismo está ahora generando un enorme desastre ecológico, resultado de una rigidez civilizacional decisiva que impide superar una dinámica tecnológica que conduce hacia la depredación catastrófica del medio ambiente. Cada vez que eso ocurrió en el pasado precapitalista fue porque la civilización que engendró dicho sistema técnico había llegado a su etapa senil (la destrucción del medio ambiente es en realidad autodestrucción del sistema social existente).

Un cuarto indicador de senilidad es la degradación estatal-militar puesta en evidencia por el fracaso de la aventura de los halcones norteamericanos pero que expresa una realidad global. El estado intervencionista permitió controlar las crisis capitalistas ocurridas desde comienzos del siglo XX, su ascenso estuvo siempre asociado al del militarismo, a veces de manera visible y otras, luego de la segunda guerra mundial, bajo disfraz democrático (si observamos la evolución de los Estados Unidos desde los años 1930 comprobaremos que el “keynesianismo militar” ha constituido hasta hoy la espina dorsal de su sistema).

Pero finalmente el desarrollo de las fuerzas productivas universales, hasta llegar a su degeneración parasitaria-financiera actual, terminó por desbordar a sus reguladores estatales sumergiéndolos en la mayor de sus crisis. El neoliberalismo aparentó ser la expresión de una globalización superadora de los estrechos capitalismos nacionales; en realidad se trataba del vigoroso monstruo financiero devorando a su padre estatal-productivo-keynesiano. Esta decadencia estatal incluye la del militarismo moderno evidenciado por el empantanamiento militar del Imperio en Irak y del conjunto de Occidente en Afganistán. Se trata de un doble fenómeno, por una parte la ineficacia técnica de esos superaparatos militares para ganar las guerras coloniales y por otra su gigantismo parasitario operando como acelerador de la crisis, el caso norteamericano es ejemplar (y sobre determinante): la hipertrofia bélica aparece como un factor decisivo de los déficits fiscales y la corrupción generalizada del Estado.

Un quinto indicador de senilidad es la crisis urbana desatada en la era neoliberal y que se agravará exponencialmente al ritmo de la crisis actual. Desde comienzos de los años 1980, cuando la desocupación y el empleo precario en los países centrales se hicieron crónicos y cuando la exclusión y la pobreza urbanas se expandieron en la periferia, el crecimiento de las grandes ciudades fue cada vez más el equivalente de involución de las condiciones de vida de las mayorías. La descomposición de las ciudades es claramente visible en la periferia pero no es su exclusividad, se trata de un fenómeno global aunque es en el mundo subdesarrollado donde se suceden los primeros colapsos, expresiones más agudas de una ola multiforme, irresistible. 

Crisis 

Desde sus orígenes el capitalismo industrial experimentó una larga sucesión de crisis de sobreproducción, en el siglo XIX se trató de crisis cíclicas de crecimiento de una civilización joven; luego de cada gran turbulencia el sistema se expandía pero dejando secuelas negativas que se fueron acumulando hasta finalmente engendrar una fuerza parasitaria-financiera que hacia comienzos del siglo XX devino dominante.

En ese momento el capitalismo ingresó en su era de "madurez", la intervención estatal junto a los parasitismos militar y financiero consiguieron controlar las crisis de las que emergieron fenómenos de decadencia que dieron un salto cualitativo al estallar la crisis de sobreproducción de fines de los años 1960. Esta última fue amortiguada, el sistema global siguió creciendo pero sobre la base de la expansión exponencial de la depredación ambiental y del parasitismo, principalmente financiero, que pasó a controlar por completo al conjunto del mundo burgués inaugurando la era senil del capitalismo

Es en este nuevo contexto que se fue preparando el gran estallido que hoy presenciamos cuyo disparador ha sido el colapso financiero de 2008, a partir del mismo el capitalismo global va pasando (rápidamente) de ser un sistema viejo creciendo cada vez menos y con mayores costos sociales para devenir abiertamente una fuerza destructora de las fuerzas productivas y su contexto ambiental (de la "destrucción creadora" schumpeteriana del siglo XIX a la destrucción depredadora del siglo XXI).

Las civilizaciones anteriores al capitalismo no liquidadas por factores exógenos (invasiones, catástrofes naturales, etcétera) lo fueron por devastadoras y prolongadas crisis de subproducción donde su rigidez técnica (producto del envejecimiento cultural) bloqueaba el desarrollo productivo y desataba una catástrofe ecológica. El motor de esas tragedias fue siempre el predominio paralizante del parasitismo acumulado durante el largo ciclo civilizacional. La burguesía proclamaba haber terminado con las crisis de subproducción de las antiguas civilizaciones gracias al excepcional dinamismo tecnológico del sistema que solo podía sufrir crisis cíclicas de sobreproducción siempre controladas gracias a la creciente sofisticación de sus instrumentos de intervención (que el neoliberalismo no eliminó sino que los potenció poniéndolos al servicio de la depredación financiera). Se burlaba de los catastrofistas, en especial los marxistas, que aguardaban la crisis general y final de sobreproducción que nunca llegó.

Sin embargo dichas crisis fueron acumulando un potencial parasitario que está ahora comenzando a generar una crisis de subproducción planetaria, la mayor de la historia humana. Si en este caso quisiéramos seguir utilizando el concepto de crisis cíclica lo deberíamos hacer refiriéndonos al ciclo aproximadamente bicentenario del capitalismo que acaba de ingresar en el período de aceleración de la senilidad, de multiplicación de enfermedades y de colapsos.

Cuatro esperas inútiles

Teniendo presente este contexto de crisis sistémica, civilizacional, quiero hacer referencia a cuatro esperas inútiles que florecen en los círculos de poder y sus periferias cortesanas. La primera de ellas, que sobre determina a las otras tres, es la de la llegada de un quinto ciclo de Kondratieff, de una nueva prosperidad productiva del capitalismo, aguardado durante la década pasada y la actual. No puede llegar porque la estructura económica que engendraba a ese tipo de ciclos en el pasado ha desaparecido víctima del parasitismo financiero.

La segunda se refiere a la llegada milagrosa de un nuevo keynesianismo que portando la espada del intervencionismo estatal les cortaría la cabeza a los malvados especuladores financieros instalando en el centro de la escena a los buenos capitalistas productivos. El nuevo héroe keynesiano no llegará porque su instrumento decisivo, el Estado, es impotente frente a la marea financiera y lo es mucho más ante el océano de la crisis sistémica, además la larga fiesta neoliberal lo ha degradado profundamente. Por otra parte los buenos capitalistas productivos no aparecen por ninguna parte, los que sí aparecen por todos lados son los genios de la especulación financiera.

La tercera espera inútil es la del renacimiento del Imperio luego de casi cuatro décadas de decadencia, sobrecargado de deudas, desquiciado por el consumismo, con una cultura productiva seriamente deteriorada. No existe ningún indicio serio de ese supuesto renacimiento.

Finalmente la cuarta espera inútil es la de un nuevo Imperio capitalista o una nueva alianza imperial, un nuevo centro del mundo burgués, el acople total entre las grandes potencias descarta por completo esa expectativa (dicho acople es el resultado de un largo proceso de integración que terminó por conformar un sistema global fuertemente interrelacionado).

Un segundo indicador de senilidad es la interacción entre dos fenómenos: la hipertrofia financiera global y la desaceleración en el largo plazo de la economía mundial (ver el Gráfico 2).

3. De la depresión a la desintegración 

Setiembre de 2008 marcó un punto de inflexión en el proceso recesivo que se venía desarrollando en los Estados Unidos a lo largo de ese año: estalló el sistema financiero y la recesión comenzó a extenderse rápidamente a nivel planetario al tiempo que se evidenciaban síntomas muy claros de tránsito global hacia la depresión cuya llegada comenzó a ser admitida desde comienzos de 2009.

Ahora asistimos a un encadenamiento internacional de derrumbes productivos y financieros acompañado por una mezcla de pesimismo e impotencia en el más alto nivel de las elites dirigentes ante la probable transformación de la ola depresiva en colapso general.

La declaraciones de George Soros y Paul Volcker en la Universidad de Columbia el 21 de febrero de 2009 marcaron una ruptura radical[15], muy superior de la que estableció hace dos años Alan Greenspan cuando anunció la posibilidad de que los Estados Unidos entren en recesión. Volcker admitió que esta crisis es muy superior a la de 1929, eso significa que la misma carece de referencias en la historia del capitalismo, la desaparición de paralelismos respecto de crisis anteriores es también (principalmente) la de los remedios conocidos. Porque 1929 y la depresión que le siguió están asociados a la utilización exitosa de los instrumentos keynesianos, a la intervención masiva del Estado como salvador supremo del capitalismo y lo que estamos presenciando es la más completa ineficacia de los Estados de los países centrales para superar la crisis. En realidad la avalancha de dinero que arrojan sobre los mercados auxiliando a los bancos y a algunas empresas transnacionales no solo no frena el desastre en curso sino que además está creando las condiciones para futuras catástrofes inflacionarias, próximas burbujas especulativas. 

¿Implosión capitalista?

Por su parte Soros confirmó lo que era evidente: el sistema financiero mundial se ha desintegrado, a lo que agregó el descubrimiento de similitudes entre la situación actual y la vivida durante el derrumbe de la Unión Soviética. ¿Cuales son esos paralelismos? Como sabemos, el sistema soviético comenzó a desmoronarse hacia fines de los años 1980 para finalmente implotar en 1991, el fenómeno ha sido por lo general atribuido a la degradación de su estructura burocrática haciéndolo en principio intransferible al capitalismo que alberga una vasta burocracia aunque no hegemónica como lo fue en el caso soviético.

Existe un proceso, una enfermedad que no es el patrimonio exclusivo de los regímenes burocráticos, se ha desarrollado en el capitalismo al igual que en civilizaciones anteriores a la modernidad: se trata de la hipertrofia parasitaria, del predominio aplastante de formas sociales parasitarias que depredan a las fuerzas productivas hasta un punto tal en que el conjunto del sistema queda paralizado, no puede reproducirse más y finalmente muere ahogado por su propia podredumbre. A lo largo del siglo XX el capitalismo impulsó estructuras parasitarias como el militarismo y sobre todo las deformaciones financieras que marcaron su cultura, su desarrollo tecnológico, sus sistemas de poder. Las tres últimas décadas presenciaron la aceleración del proceso adornado con el discurso de la reconversión neoliberal, del reinado absoluto del mercado, tal vez su punto más alto fue alcanzado durante el último lustro del siglo XX, en plena expansión de las burbujas bursátiles y cuando el poder militar de los Estados Unidos aparentaba ser imbatible.

Pero en la primera década del siglo XXI comenzó el desmoronamiento del sistema, el Imperio se empantanó en dos guerras coloniales, su economía se degradó velozmente y burbujas financieras de todo tipo (inmobiliarias, comerciales, de endeudamiento, etcétera) poblaron el planeta. El capitalismo financierizado había entrado en una fase de expansión vertiginosa aplastando con su peso a todas las formas económicas y políticas, en 2008 los Estados centrales (el G7) disponían de recursos fiscales por unos 10 billones (millones de millones) de dólares contra 600 billones de dólares en productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea a lo que es necesario agregar otros negocios financieros, según algunos expertos la masa especulativa global supera actualmente los mil billones de dólares (cerca de 20 veces el Producto Bruto Mundial).

Esa montaña financiera no es una realidad separada, independiente de la llamada economía real o productiva, fue engendrada por la dinámica del conjunto del sistema capitalista: por las necesidades de rentabilidad de las empresas transnacionales, por las necesidades de financiamiento de los estados. No es una red de especuladores autistas lanzados a una suerte de autodesarrollo suicida sino la expresión radicalmente irracional de una civilización en decadencia (tanto a nivel productivo como político, cultural, ambiental, energético, etcétera). Desde hace más de cuatro décadas el capitalismo global con eje en los países centrales soporta una crisis crónica de sobreproducción, acumulando sobrecapacidad productiva ante una demanda global que crecía pero cada vez menos, la droga financiera fue su tabla de salvación mejorando beneficios e impulsando el consumo en los países ricos, aunque a largo plazo envenenó por completo al sistema.

Se ha puesto de moda achacarle la crisis a los llamados especuladores financieros y según nos explican altos dirigentes políticos y expertos mediáticos las turbulencias llegarán a su fin cuando la “economía real” imponga su cultura productiva sometiendo a las reglas del buen capitalismo a las redes financieras hoy fuera de control. Sin embargo a mediados de la década actual en los Estados Unidos más del 40 % de los beneficios de las grandes corporaciones provenía de los negocios financieros[16], en Europa la situación era similar, en China en el momento de mayor auge especulativo (fines de 2007) solo la burbuja bursátil movía fondos casi equivalentes al Producto Bruto Interno de ese país[17] alimentada por empresarios privados y públicos, burócratas encumbrados, profesionales, etcétera No se trata por consiguiente de dos actividades, una real y otra financiera, claramente diferenciadas sino de un solo conjunto heterogéneo, real de negocios.

Es ese conjunto el que ahora se está desinflando velozmente, implotando luego de haber llegado a su máximo nivel de expansión posible en las condiciones históricas concretas del mundo actual. Bajo la apariencia impuesta por los medios globales de comunicación de una implosión financiera afectando negativamente al conjunto de las actividades económicas (algo así como una lluvia toxica atacando las verdes praderas) aparece la realidad del sistema económico global como totalidad contrayéndose de manera caótica. 

Señales 

Las declaraciones de Soros y Volcker fueron realizadas unos pocos días antes de que el gobierno norteamericano diera a conocer la cifras oficiales definitivas de la caída del Producto Bruto Interno en el último trimestre de 2008 con respecto a igual período de 2007: la primera estimación oficial que había fijado dicha caída en un 3,8 % resultó ser una burda mentira, ahora resulta que la contracción había llegado al 6,2%[18], eso ya no es recesión sino depresión. Japón por su parte tuvo para el mismo período un descenso en su PBI del orden del 12 %, en enero de 2009, sus exportaciones cayeron 45 % en comparación con igual mes del año anterior[19], en Europa la situación es similar o tal vez peor, luego del derrumbe financiero de Islandia la amenaza de bancarrota económica en varios países de Europa del Este como Polonia, Hungría, Ucrania, Letonia, Lituania, etcétera, amenaza a su vez de manera directa a las bancas acreedoras suiza y austríaca que podrían hundirse como la de Islandia.

Mientras tanto los grandes países industriales de la región como Alemania, Inglaterra o Francia van pasando de la recesión a la depresión. Los pronósticos sobre China anuncian para 2009 una reducción de su tasa de crecimiento a la mitad respecto de 2008, sus exportaciones de enero han sido 17,5 % inferiores de las de enero del año anterior[20], este brusco deterioro del centro vital de su sistema económico no tiene perspectivas de recuperación mientras dure la depresión global por lo que su ritmo de crecimiento general seguirá descendiendo.

Que Soros y Volcker abran la expectativa de un colapso del sistema económico mundial no significa que el mismo se produzca de manera inevitable, después de todo una de las principales características de una decadencia civilizatoria como la que estamos presenciando es la existencia de una profunda crisis de percepción en las élites dominantes, sin embargo la acumulación de datos económicos negativos y su proyección realista para los próximos meses nos están señalando que la gran catástrofe anunciada por ellos tiene muy altas probabilidades de realización. A ese desenlace contribuyen la impotencia comprobada de los supuestos “factores de control” del sistema (gobiernos, bancos centrales, FMI, etcétera) y la rigidez política del Imperio, por ejemplo ampliando la guerra en Afganistán preservando así el poder del Complejo Industrial Militar, gigante parasitario cuyos gastos reales actuales (aproximadamente algo más de un billón de dólares) equivale al 80 % del déficit fiscal de los Estados Unidos.

A estos síntomas económicos y políticos debemos agregar la crisis energética y la alimentaria derivada de ella que seguramente volverán a manifestarse apenas se detenga el proceso deflacionario (y tal vez antes), todo eso bajo un contexto de crisis ambiental que ha pasado a ser un factor actual de crisis (ya no es más una amenaza casi intangible localizada en un futuro lejano). Y detrás de esas crisis parciales encontramos la presencia de la crisis del sistema tecnológico moderno incapaz de superar, en tanto componente motriz de la civilización burguesa, los bloqueos energéticos y ambientales creados por su desarrollo depredador. 

Desintegración, implosión y desacople 

La desintegración-implosión del sistema global no significa su transformación en un conjunto de subsistemas capitalistas o bloques regionales con relaciones más o menos fuertes entre ellos, algunos prósperos, otros declinantes (la unipolaridad estadounidense convirtiéndose en multipolaridad, “desacople” ordenado en torno de nuevos o viejos polos capitalistas). La economía mundial está altamente transnacionalizada, conforma una densa maraña de negocios productivos, comerciales y financieros que penetra profundamente en las llamadas “estructuras nacionales”, inversiones y dependencias comerciales las atan de manera directa o indirecta a los núcleos decisivos del sistema global.

En términos generales para un país o una región la ruptura de sus lazos globales o su debilitamiento significativo implica una enorme ruptura interna, la desaparición de sectores económicos decisivos con las consecuencias sociales y políticas que de ello se derivan.

Además el sistema global estaba hasta ahora organizado de manera jerárquica tanto en su aspecto económico como político-militar (unipolaridad) resultado del fin de la Guerra Fría y de la transformación de los Estados Unidos en el amo del planeta. No solo en el espacio de concentración de las decisiones comerciales y financieras (eso ya ocurría desde hace más de seis décadas) sino también de las grandes decisiones políticas.

El hundimiento del centro del mundo[21] en medio (como detonador) de la depresión económica internacional significa el despliegue de una cadena global de crisis (económicas, políticas, sociales, etcétera) de intensidad creciente. Recientemente Zbigniew Brzezinski dejó a un costado sus tradicionales reflexiones sobre política internacional para alertar sobre la posibilidad de agravación de los conflictos sociales en los Estados Unidos que podría según él derivar en una generalización de disturbios violentos.[22] Por su parte y desde una perspectiva ideológica opuesta Michael Klare ha descrito el mapa de las protestas populares atravesando todos los continentes, países ricos y pobres, del Norte y del Sur, iniciadas en 2008 como consecuencia de la crisis alimentaria en un amplio abanico de países periféricos pero que comienzan a desarrollarse globalmente en respuesta a la agravación de la depresión económica[23]: la multiplicación de crisis de gobernabilidad nos espera en el corto plazo.

La hipótesis de implosión capitalista abre el espacio para la reflexión y la acción en torno del horizonte postcapitalista donde se mezclan viejas y nuevas ideas, ilusiones fracasadas y densos aprendizajes democráticos del siglo XX, frenos conservadores legitimando ensayos neocapitalistas y visiones renovadas del mundo empujando grandes innovaciones sociales.

Agonía de la modernidad burguesa con sus peligros de barbarie senil, pero ruptura de bloqueos ideológicos, de estructuras opresivas, esperanza en la regeneración humanista de las relaciones sociales.

Buenos Aires, 6 de abril de 2009 

 


Reproducido de www.lahaine.org.

 

[1] Paul Craig Roberts, “The collapse of American power”, Online Journal, 20-03-2008.

 

[2] Richard Haass, “What follows American dominion?”, Financial Times, April 16, 2008.

[3] Center on Budget and Policy Priorities.

[4] U.S. Department of Justice - Bureau of Justice Statistics.

[5] Adam Liptak, “American Exception. Inmate Count in U.S. Dwarfs Other Nations”, The New York Times, April 23, 2008

[6] Chalmers Johnson, "Going bankrupt: The US's greatest threat", Asia Times, 24 Jan 2008.

[7] Rodrigue Tremblay, "The Five Pillars of the U.S. Military-Industrial Complex", September 25, 2006, http://www.thenewamericanempire.com/tremblay=1038.htm.

[8] Scott B. MacDonald, "End of the guns and butter economy", Asia Times, October 31, 2007.

[9] Jorge Beinstein, “Los rostros de la crisis. Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa”, http://www.lahaine.org/index.php?p=22591.

[10] Carlos Marx, El Capital, Libro III, Capítulo 30, nota 3, páginas 458 y 459, Fondo de Cultura Económica, México, D.F, 1966.

[11] Ernest Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, Ediciones Siglo XXI de España, Madrid, 1986.

[12] Ian Gordon, “The Long Wave Analyst”, (http://www.thelongwaveanalyst.ca/cycle.html) .

[13] El concepto de capitalismo senil fue elaborado en los años 1970 por Roger Dangeville (Roger Dangeville, Marx-Engels. La crise, editions 10/18, Paris 1978) y retomado por varios autores en la década actual (Jorge Beinstein, Capitalismo Senil, Ediciones Record, Rio de Janeiro, 2001), Samir Amin , Au delà du capitalisme senile, Actuel Marx -PUF, Paris 2002).

[14] Histoire des techniques, sous la direction de Bertrand Gille, La Pléiade, Paris, 1978.

[15] ”Soros sees no bottom for world financial 'collapse' ", Reuters. Sat Feb 21, 2009. David Randall and Jane Merrick, “Brown flies to meet President Obama for economy crisis talks”, The Independent , Sunday, 22 February 2009.

[16] US Economic Report for the President, 2008.

[17] En agosto de 2007 la capitalización de las bolsas chinas superaba el valor del Producto Bruto Interno del año 2006. Dong Zhixin, “China stock market capitalization tops GDP”, Chinadaily (http://www.chinadaily.com.cn/china/2007-08/09/content_6019614.htm )

[18] Cotizalia.com, 27 febrero 2009, “El PIB de EEUU se hunde un 6,2 % en el cuarto trimestre”.

[19] BBC News, 25-2-2009, “Japan exports drop 45 % to new low”.

[20]  “China's export down 17.5% in January”, Xinhua, 2009-02-11.

[21] Jorge Beinstein, “Estados Unidos entre la recesión y el colapso: El hundimiento del centro del mundo”, http://www.lahaine.org/index.php?p=30048.

[22] “Brzezinski: ‘Hell, There Could Be Even Riots’ “, FinkelBlog – 20/02/2009 - (http://finkelblog.com/index.php/2009/02/17/brzezinski-hell-there-could-be-even-riots ).

[23] Michael Klare, “A planet at the brink?”, Asia Times, 28 de febrero de 2009.

 

 

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