28/03/2024

Gramsci en Chile. Apuntes para el estudio crítico de una experiencia de difusión cultural, de Jaime Massardo

 Lom Ediciones,  Santiago, 2012, 290 págs.

 
La difusión de Gramsci en América latina se encuentra asegurada; existe una respetable bibliografía en italiano sobre la suerte de Gramsci en Argentina y Brasil y comienzan a aparecer ensayos explicativos de su obra en otras realidades culturales específicas de aquel continente cultural, tales como México, Cuba y Chile. En Chile, la difusión del pensamiento gramsciano ha tenido algunas particularidades específicas.
 
El libro de Jaime Massardo no está enteramente dedicado a la difusión de Gramsci en Chile, pero es también una demostración de su uso en ese país. El ensayo más extenso lleva un título que se transforma en el de todo el volumen (43-110); pero luego hay otros ensayos en los que se utiliza ampliamente el pensamiento gramsciano para afrontar cuestiones que tienen que ver con Vico, Labriola, Mariátegui y el Che Guevara. Massardo demuestra un buen conocimiento no sólo del marxismo italiano, sino también de la filosofía italiana.
El descubrimiento del pensamiento de Gramsci en Chile comienza gracias a la importación de las traducciones en español de Agosti y Aricó, realizadas en la Argentina. El Partido Comunista de Chile, de observancia soviética, no adhiere al pensamiento gramsciano y, por lo tanto, la difusión queda sustancialmente circunscripta a pequeños grupos de intelectuales, como sucedió en casi toda América Latina antes del arribo de las dictaduras militares.
La particularidad más relevante de la difusión del pensamiento gramsciano en Chile tiene que ver con la atención que le prestó la derecha chilena al pensador marxista. Chile nos recuerda inmediatamente la trágica muerte de Salvador Allende, como conclusión de una experiencia extraordinaria de construcción del socialismo a partir de una elección democrática. La burguesía chilena olvidó los valores democráticos y aplastó aquella experiencia, en septiembre de 1973, con un golpe militar que hundió al país en un baño de sangre. Paralelamente al asesinato de masas dirigido contra la izquierda chilena, sin distinguir entre militantes, intelectuales, dirigentes o simples simpatizantes, se llevó adelante una obra de edificación intelectual que apuntaba a denigrar al marxismo y a construir una hegemonía de la cultura de derecha, inspirada en la escuela económica de Chicago, es decir, en Milton Friedmann y Friederich Hayek. En Chile, por lo demás,  la hegemonía de las clases dominantes era un “hecho real” (74) casi sin alternativas antihegemónicas nacidas de la cultura popular, como sí sucedió, en cambio, en México, Brasil y toda el área del Caribe.
La denigración del marxismo se concentró sobre todo en el pensamiento de Gramsci, incluso bajo el expreso pedido de funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que con el Documento de Santa Fe II produjeron una suerte de vademécum para los dirigentes políticos y los intelectuales latinoamericanos anticomunistas. En ese documento, de la época de la presidencia de Bush padre, se indicaban los dos enemigos de la democracia: la Teología de la Liberación y Gramsci, un “importante y renovador teórico marxista” (76). La invitación fue aceptada con placer por los ambientes intelectuales ligados a la Iglesia Católica y a los militares. La revista Mercurio procede a entrevistar a Augusto Del Noce y al padre Flavio Chiappucci, presentados al público chileno como “dos de los principales estudiosos del problema gramsciano en Italia” (68), quienes obviamente se prestaron con gusto a la obra de denigración gramsciana puesta en acto por la dictadura militar de Pinochet. El colmo se alcanzó con la afirmación del capitán de fragata Omar Gutiérrez, según quien Gramsci “se dio cuenta de que el Partido Comunista de su país funcionaba mal, situación que lo empujó a plantear críticas abiertas al partido a consecuencia de las que fue encarcelado y condenado a veinte años de prisión” (81). En Italia, en estos últimos tiempos, hemos tomado este mismo camino y dentro de no mucho encontraremos a alguno sosteniendo una tesis similar. Esta atención hacia Gramsci por parte de la cultura de derecha, católico-integrista o militar, obviamente orientada ideológicamente y, por ende, grosera, demuestra el valor del pensamiento de Gramsci, aceptado incluso por sus adversarios ideológicos, aunque en la forma antes mencionada.
Sin dudas, su concepción de la hegemonía fue la más atractiva y Massardo se detiene a analizar este problema, adelantando incluso una interesante consideración a propósito de los estudios de la subalternidad. Massardo afirma:
 
La condición  “subalterna” se asimila, en forma aleatoria, a la de “excluidos”, “oprimidos”, “explotados”, “rebeldes”, “pobres”, “bandidos”, “dominados”, “desposeídos”, “marginales”, “miserables”, “pueblo bajo”, “parias” y otras tantas diversas categorías sociales que muchos autores tratan sin relacionarla con el ejercicio de la hegemonía por parte de una clase social determinada, concreta e históricamente identificable, y aún menos con su comportamiento respecto del capital y las formas de su expansión mediante la subsunción real” (93).
 
Y los que lo hacen son autores que se remiten a Gramsci. En este punto, la subordinación se transforma en una suerte de condición antropológica ahistórica y abstracta; una forma metafísica de ser, cuando debería ser el punto de partida para la comprensión de la totalidad de la sociedad, de sus mecanismos de funcionamiento con el fin de abatirlos y superarlos en formas antropológicas, emancipadas y libres de la subordinación. Un Gramsci así es, en el fondo, “un Gramsci castrado de todo su potencial político” (97). Aquellas masas subalternas son en realidad el producto de un proceso histórico de acumulación capitalista, colonial primero y globalizadora después. Massardo recuerda las tareas que Gramsci asignaba al “historiador integral, aquel que trata de escribir la historia de las clases subalternas”, recordando que para cumplir esta tarea “resulta imprescindible ‘hacer surgir un grupo de intelectuales independientes’” (103).
 
 
Traducción de Pedro Peruca
 

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