18/04/2024

Algunos comentarios acerca del ensayo de Sybille von Flatow y Freerk Huisken “El problema de la derivación del estado burgués”

Por Revista Herramienta

 Helmut Reichelt

 
Introducción de los editores [J. Holloway y S. Picciotto][1]
 
Criticar a Flatow y Huisken es un tema recurrente en la mayoría de las contribuciones de este libro, aunque su largo ensayo no está incluido en esta selección. El principal argumento de Flatow y Huisken y el significado de su crítica es puesto de relieve en el breve ensayo de Reichelt. La característica distintiva del ensayo de Flatow y Huisken es su énfasis sobre la superficie de la sociedad burguesa como la base para derivar la forma estado.
Basándose en la expresión de Marx y Engels, en La ideología Alemana, según laque “de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, cobra el interés común, en cuanto estado, una forma propia e independiente”[2], Flatow y Huisken argumentan que el interés común o general que encuentra su expresión institucionalizada en el estado debe derivarse del análisis de la superficie de la sociedad capitalista. Al derivar este interés general de la producción simple de mercancías (como hace el grupo Projeckt Klassenanalyse) se confunde la igualdad real y formal de la producción simple de mercancías con la igualdad meramente superficial o formal en la que degenera en el capitalismo. En el capitalismo, la igualdad y el interés general en la que halla expresión existe sólo sobre la superficie de la sociedad: “La totalidad de la sociedad burguesa […] se divide de ese modo, en los procesos superficiales del intercambio, por un lado, y en los procesos “en la profundidad”, por el otro, que están produciendo […] permanentemente la falta de libertad y la desigualdad”.[3] El estado debe derivarse de la de la superficie de la sociedad, del reino de “la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham”.[4]
Continuando desde donde dejó Marx al final del tercer volumen de El capital, sobre la base de la fórmula trinitaria (“capital - ganancia, suelo - renta de la tierra, trabajo - salario”[5], Flatow y Huisken argumentan que todos los miembros de la sociedad aparecen en la superficie como poseedores de una fuente de ingresos y, por lo tanto, tienen un triple interés común: en mantener la fuente de ingresos, en ingresos los más altos posibles y en el continuo flujo de ingresos. Todos tienen así un interés común como propietarios [property owners].
Como propietario privado, como representante del interés general en mantener las condiciones de la propiedad privada –cualquiera sea su sustancia material–, los propietarios privados constituyen en la superficie esa esfera de la apariencia real de igualdad, libertad e independencia, que entraña la posibilidad del desarrollo del estado burgués.[6]
En relación con el estado, el triple interés de los propietarios deviene en un interés común en proteger la propiedad, asegurar el crecimiento económico y el funcionamiento sin crisis de la economía. Así, una vez que la posibilidad del estado ha sido establecida, su necesidad es derivada de la incapacidad de los propietarios privados en competencia para realizar el interés común.
De este modo, habiendo derivado la forma estado de su función más general (la administración del interés general) –antes que de un catálogo de funciones que cumple de hecho–, Flatow y Huisken pasan a considerar la derivación de las funciones del estado, estando habilitados por su derivación de la forma estado a reformular la cuestión de sus funciones del siguiente modo: ¿qué hace que las demandas concretas particulares que emergen de la sociedad adquieran el estatus de “interés general” y sean implementadas a través del estado? Ellos argumentan que no es una cuestión de la cantidad o de la fuerza del lobby detrás de la demanda, sino de la relevancia de la demanda para superar las barreras de la acumulación de capital. De aquí se sigue, inter alia, que no hay necesidad de una derivación general de las funciones específicas del estado (ya que lo que se constituye en función de estado se puede analizar sólo en relación con el proceso de acumulación y sus barreras). Flatow y Huisken concluyen sus argumentos examinando el ejemplo específico de la educación en este contexto.
Reichelt focaliza su crítica a Flatow y Huisken sobre el uso de las categorías de “superficie” e “interés general” y sobre las implicancias ahistóricas de su enfoque. Su ensayo plantea importantes cuestiones de método y, en algunos aspectos, prefigura el ensayo de Hirsch que le sigue.[7]
 
[Texto de H. Reichelt]
 
En su ensayo, Flatow y Huisken desarrollan su argumento de un modo muy extraño: después de haber discutido problemas de la derivación por más de cincuenta páginas, finalmente concluyen que no hay “ninguna obligación metodológica de alcanzar una derivación general de las actividades estatales específicas”. Una vez establecido que el estado burgués en su forma específica de separación de la sociedad burguesa debe interpretarse como un administrador del interés general, y una vez explicado largamente qué es el interés general, entonces la investigación puede volcarse hacia el problema real y rastrear el curso del proceso de acumulación capitalista, en el que las barreras a la autovalorización son presentadas como el punto de partida real para la derivación de las funciones individuales del estado; la necesidad de superar las barreras a la valorización del capital total, que aparece en cada momento en un modo diferente, conduce hacia una nueva función que el estado debe desarrollar de esta forma específica. Flatow y Huisken están preocupados, por lo tanto, por la “derivación general de las actividades estatales específicas”, o en otras palabras, por la derivación del estado burgués “mediante una argumentación que abarque todas sus funciones específicas concretas”.
Pero ¿en qué se basa este intento, si al final resulta que el tema en sí no impone “una obligación metodológica de alcanzar una derivación general”? ¿Qué lleva a los autores a construir un modelo en el que no se plantea el problema de las funciones estatales particulares y su contenido especial, sino en el que la generalidad de estas funciones particulares se constituye en el objeto de una deducción genético - formal? Poner en debate una interpretación que finalmente (en vista de la superación de las barreras a la valorización del capital, una superación [Aufhebung] que se impone por la compulsión del capital de valorizarse y que se auto-constituye como funciones del estado) resulta superflua -una interpretación en la que una función constitutiva para la génesis de la forma del estado burgués se atribuye a la ideología, o más precisamente, a la conciencia superficial- sólo puede evitar ser superflua si esa falsa conciencia tiene un papel fundamental que desempeñar en el marco de una discusión sobre estrategia en relación con el estado burgués. Sin embargo, esa discusión no se encuentra en ninguna parte del ensayo de Flatow y Huisken.
Recordemos sus argumentos. Flatow y Huisken argumentan, en contra de los grupos dogmáticos, que no es posible explicar la totalidad de las funciones del estado de la manera simple en la que comúnmente se hace. Con el fin de conservar la tesis del estado de clase puro, el estado es reducido a las tres funciones tradicionales: el ejército, la policía y el poder judicial –otras funciones en las áreas de la política social, el derecho laboral o la política educativa son desestimadas simplemente como engaño y mistificación. Este concepto de estado debe fracasar necesariamente en cualquier disputa con la teoría burguesa del estado, teoría que entiende al estado como una instancia esencialmente neutral e interesada en el bienestar general -una interpretación que, de acuerdo con Flatow y Huisken, no puede ser vista como un engaño en el sentido de las concepciones burguesas tempranas de la ideología, sino que tiene una base material. Ellos se refieren al extendido debate reciente que, por un lado, intenta hacer justicia a fenómenos como la intervención del estado en la política social o de infraestructura y a los orígenes objetivos de la ilusión del estado Social de raigambre reformista o revisionista y, por el otro, se esfuerza por derivar aquellas ideas de igualdad y libertad contenidas, sobre todo, en el concepto de democracia como rasgo característico del estado burgués.[8] Todo esto no puede ser captado adecuadamente con un concepto que reduce al estado a la determinación abstracta, a un “estado de clase”.
Flatow y Huisken ven en los argumentos de Wolfgang Müller y Christel Neusüss un primer paso hacia una aproximación más sutil.[9] Ellos –basándose en La ideología alemana– describen explícitamente el carácter de neutralidad de clase del estado burgués como una apariencia y relacionan esta apariencia de neutralidad de clase con la forma del estado burgués, esto es, con la forma del estado político, diferenciado de la sociedad burguesa y por encima de ella. A pesar de esto, incluso Müller y Neusüss no llevan sus argumentos lo suficientemente lejos: no explican la constitución del estado burgués, la génesis de esta particularización y la forma de la separación del estado; ellos simplemente muestran cómo se llevan a cabo medidas particulares a través del estado –ya constituido–  y cómo son añadidas en calidad de nuevas funciones a otras ya existentes.
A esta altura está clara la manera peculiar de delimitar el problema por parte de Flatow y Huisken. Bien podría ser que Müller y Neusüss meramente simulen una derivación basándose en analogías. Pero, implícitamente, Müller y Neusüss distinguen entre la derivación de la forma como la “base real de esta apariencia”, es decir, la derivación de esa instancia a la que esta apariencia tiene que estar adherida, y el origen dentro de este estado separado de nuevas funciones que primero suscitan esta apariencia. En otras palabras, con la forma misma, la apariencia como tal aún no está postulada. Pero, precisamente, esto es lo que Flatow y Huisken no quieren reconocer. Su objetivo es construir una estructura teórica que encuentre el carácter de clase del estado en la forma de su particularización y no en sus funciones individuales. Dado que –argumentan– todas las funciones del estado deben situarse en esa “particularización” y, por lo tanto, no muestran ninguna diferencia cualitativa en lo que a ello refiere, no se encuentran aquí criterios para fundar el carácter de clase del estado. La crítica marxista de la ley formal, una vez descifrada la esfera de la circulación simple como la esfera de la apariencia a través de la presentación dialéctica de las categorías, muestra que por su propia forma es una ley de clase. Dicha crítica es universalizada en su estructura teórica y extendida a la problemática completa del estado. Esto se vuelve claro en su discusión con la posición del Projekt Klassenanalyse. Esta perspectiva ofrece la posibilidad de reunir todos los problemas hasta aquí discutidos en una única interpretación teórica: el carácter instrumental del estado, la forma de la particularización y la apariencia de neutralidad de clase pueden derivarse en su conjunto de una única línea argumental. Una característica del enfoque de Flatow y Huisken es que no discuten en lo más mínimo la relación entre el tratamiento lógico abstracto de la relación entre economía y política, anticipado por ellos, y la interpretación subsiguiente de los escritos políticos de Marx en el tratamiento del tema que hace el Projekt Klassenanalyse: no discuten, por ejemplo, hasta qué punto estas categorías duplicadas [categories as doubling], como el interés general, etcétera, se concretizan significativamente en la exposición o simplemente se arrojan como afirmaciones verbales. En su lugar, se concentran en las fallas de la construcción abstracta, que Flatow y Huisken observan en el hecho de que la forma de la particularización se sitúa en un nivel metodológico diferente del de la representación de las dos funciones centrales del estado, y que la derivación de estas funciones estatales (el estado como garante y administrador de las condiciones generales de la producción y como instrumento de la clase dominante) no están mediadas por la derivación de la forma de la particularización. Más aún, fallan en atribuir a la apariencia engañosa de la circulación una fuerza suficiente como para mantener sometida a la clase trabajadora. Básicamente, Flatow y Huisken aceptan la interpretación de que la falsa conciencia en la superficie del proceso de reproducción juega un rol constitutivo para conectar directamente la forma de la particularización del estado con la apariencia de la neutralidad de clase; pero Flatow y Huisken creen que tienen que introducir algo de mayor peso del lado de los trabajadores para poder explicar la “estabilidad de la relación”. El consenso de hecho sólo se lo puede explicar, argumentan, sobre la base positiva, de intereses determinables que tienen en común los trabajadores y el capital y que encuentra su expresión en la forma del estado, con la actividad estatal representando la administración de estos intereses comunes. El énfasis sobre la génesis de la forma del estado burgués, que subyace a la discusión de los diversos ensayos, y la insistencia sobre la derivación general de la forma como tal no basada en funciones particulares, se revela, en un examen más detallado, como la expresión de la asunción de una unidad que se supone está basada en algo más que una fuerza ideológica ilusoria –a saber, sobre la cualidad general del interés. Flatow y Huisken están básicamente de acuerdo con la dualidad de esencia y apariencia en la que Projeckt Klassenanalyse fundamenta el carácter neutral del estado; pero tratan de darle más volumen a la apariencia en tanto intereses de superficie de los trabajadores, como el modo de existencia de los trabajadores definido exclusivamente en categorías burguesas, un modo de existencia que luego se ve como la forma de realización de los intereses del capital total. De aquí que escriban, por ejemplo: “en los intereses diferentes y hasta cierto punto cambiantes de cada uno de los dos grandes grupos de propietarios privados, comprobado por los testimonios históricos, se trasluce la tendencia a una auto-valorización desmedida del capital. Más precisamente: detrás del interés articulado por los trabajadores en mantener y usar de manera continuada la propiedad fuerza de trabajo está el ´interés´ del capital total en el consumo productivo continuo de la fuerza de trabajo”.[10]
En vista de tales afirmaciones, no es una coincidencia que utilicen un modelo y un método ahistórico que, en la medida en que excluye la historia, es igual a cualquier modelo construido desde una perspectiva burguesa, pero que, en su intento de estar “por encima de la historia”, es penosamente contemporáneo y, precisamente por esto, se revela como eminentemente histórico. Hay largos pasajes donde uno no puede evitar tener la impresión de que este modelo es meramente una descripción abstracta, usando categorías marxistas, del capitalismo actual de la República Federal de Alemania. Algunos años atrás tal construcción difícilmente habría sido concebible –por falta de bases ideológicas. Se presenta al trabajador –sin ninguna vergüenza– como un “miembro de la sociedad” y de este modo, por los términos utilizados, se presupone subrepticiamente una unidad de la sociedad que –si acaso existe– es de fecha reciente. Nunca se les hubiera ocurrido a teóricos liberales de la talla de Locke o Kant contar al trabajador como parte de la sociedad burguesa, él se encontraba simplemente fuera de ella y no se hacía ningún intento de ocultar ese hecho. De aquí que la identificación sin más preámbulos del sujeto del derecho privado, de la “personalidad” abstracta, con el propietario privado sea visto como el producto necesario de la falsa conciencia –identificación que puede encontrarse en la Filosofía del derecho de Hegel, pero que es atribuible a los límites insuperables e histórico-mundiales del conocimiento y que en este sentido tiene una justificación histórica. Más aún, Flatow y Huisken atribuyen abstractamente la ciudadanía del estado a cada trabajador sin decir ninguna palabra acerca del proceso histórico que condujo a ello. Pero lo más sorprendente de todo esto es que una categoría central de toda la tradición democrática burguesa, que fuera utilizada por el joven Marx durante la fase democrática radical en la que aún estaba atrapado por el pensamiento feurbachiano, pero que sólo la utiliza en un contexto emancipatorio, es decir, la categoría de “interés general”, está privada sistemáticamente de esa dimensión emancipadora y es utilizada como una categoría analítica que sólo sirve para proporcionar una interpretación de lo que puede ser institucionalizado en el estado burgués como la expresión de un interés supra-individual. Lo mismo puede decirse de la categoría de “duplicación” [Verdoppelung]. Ni en la “Circular 3” del grupo Erlangen, ni en el trabajo del Projekt Klassenanalyse, ni tampoco en el ensayo de Flatow y Huisken hay en absoluto mención alguna a la imagen democrática liberal de la liberación humana en relación con esta categoría. Significativamente, sólo se utiliza la categoría en analogía con la representación categorial de la teoría del valor y del dinero y el significado desarrollado allí –significativamente, porque la orientación hacia esa estructura particular de derivación lo presupone- así como en la teoría del valor –la unidad, lo general, es identificado como positivo. La representación dialéctica de la particularización, la representación teórica de la remoción de lo general en una existencia particular que permanece “al lado y por fuera” de las mercancías particulares, postula por adelantado que los dos momentos, el general y el particular, existen en una unidad inmediata. El resto de la interpretación se erige siguiendo el mismo patrón, siempre cumpliendo con dos requerimientos esenciales: primero, debe ser identificado un interés general que una a todos los que participan del proceso de reproducción; y segundo, la dimensión de la falsa conciencia debe ser sellada tan firmemente como sea posible contra la posible percepción de que la búsqueda de los trabajadores de su propio interés es ya la realización de los intereses del capital. La constelación de categorías descritas por Marx como la superficie del proceso de reproducción parece ser para Flatow y Huisken la que mejor puede satisfacer estos requerimientos: en la competencia, dice Marx repetidas veces en El capital, todo aparece al revés, las relaciones reales sólo son reconocibles de forma distorsionada y mistificada; el modo en el que aparece la totalidad del proceso para el capitalista práctico y para los trabajadores no es idéntica con su forma real. La “fórmula trinitaria” al final del tercer volumen [de El capital], que ante los ojos de Flatow y Huisken cierra el análisis sistemático de los tres volúmenes, abre el camino –según los autores– a un análisis que satisface el segundo requerimiento mencionado arriba. En un “excurso sobre el método” se explica, pues, que una derivación exacta de la forma del estado burgués siempre debe tener presente que -en el mismo modo en que el tratamiento de Marx del crédito en El capital, aunque a menudo es mencionado con anticipación, tiene su lugar lógico sólo en un estadio posterior del análisis total –el estado también puede derivarse de una manera lógicamente correcta sólo en un cierto estadio del desarrollo del concepto de capital: “no basta con enumerar las condiciones generales de la existencia del estado burgués, contenidas implícitamente en el desarrollo del concepto de capital, ni con intentar constituirlo como la suma de sus actividades fácticas, sino que debe encontrarse el punto de partida metodológico a partir del cual es necesario en su existencia real: el punto de partida a partir del cual —retomando una expresión empleada por Marx en otro contexto— aparece ¨la tendencia interna como necesidad exterior´en el proceso de desarrollo sistemático”.[11] Así, con la ayuda de un argumento de Marx que refiere exclusivamente a la relación entre las leyes del capital y su realización a través de la competencia de los capitales individuales, y que no debe ser entendido como si, en cada estadio del análisis sistemático, el examen de esa “tendencia interna” del capital condujera necesariamente, sobre la base de alguna dinámica interna, hacia el desarrollo de la “necesidad exterior” (véanse los Grundrisse) -con la ayuda de esa cita se prepara el “terreno metodológico” para la subsiguiente derivación de la forma del estado que utiliza, en cierta medida, los mismos conceptos, y, al mismo tiempo, se sugiere la corrección de su propio procedimiento: porque después de todo debería parecer lógicamente necesario que esta derivación de la forma de estado tome como punto de partida el final del tercer volumen de El capital.
Como resultado de las discusiones del grupo teórico de Erlangen, Flatow y Huisken creen poder interpretar esta determinación conceptual de la falsa conciencia sin más ni más que como la actitud de los trabajadores en tanto propietarios privados. De esta manera, los ponen en pie de igualdad con los capitalistas y, así, de una vez se permiten imputarles un interés idéntico -pero además surgen dudas acerca de la comprensión de los autores del método marxista. Son característicos, en este sentido, las reinterpretaciones de los argumentos de Marx y el grado de incertidumbre en su conceptualización. Así, basándose directamente en la teoría del valor y en consecuencia en un método que traza las determinaciones de forma de la objetividad social, postulan la “igualdad” [Gleichgelten] entre todos los que participan en el proceso de reproducción: pero esta “igualdad” de los propietarios privados se desarrolla en una forma que suprime la dialéctica específica de la esfera de la circulación simple y, sobre todo, su dimensión como crítica de la ideología. Incluso a riesgo de que me acusen de “escolasticismo marxista”, debe decirse que Marx no caracterizó al dinero, a la mercancía y al capital ciertamente como una cosa, ni tampoco al trabajador o al capitalista como guardianes o portadores de esas cosas.[12] Pero tal incomprensión es bastante lógica en el contexto de la interpretación de Flatow y Huisken. Su presentación de la dialéctica de la forma y el contenido con respecto a la relación de intercambio sólo es posible porque caen, nuevamente, en la trampa de la propia reificación. Así, en el caso de un capitalista que intercambia capital dinero por el capital de otro capitalista, ellos ven que la igualdad en el intercambio no sólo se mantiene formalmente, sino también en el contenido, ya que el capital es intercambiado por capital. “La propiedad de ambos es cualitativamente igual, es capital”[13], el capital de este modo es meramente una cosa. En mi interpretación de Marx, el capital circula en el modo de un cambio constante de forma, su existencia es un proceso, es la unidad de sus formas, es elcambio constante entre la forma de lo general y la de lo particular, del dinero y de la mercancía, y el problema de la economía política es precisamente explicar el incremento que el valor, el equivalente, sufre en este constante cambio de forma. Marx habla con razón de una distinción puramente formal, esto es, la distinción entre la forma de lo general y la forma de lo particular –el contenido, el valor de uso, cae fuera de la forma económica debido a que coincide inmediatamente con ella. La distinción entre contenido y forma deviene (económicamente) significativa sólo cuando se considera el intercambio entre capital y trabajo. Pero la interpretación de Flatow y Huisken de este acto es, justamente, incomprensible (o al menos comprende la interpretación anterior sólo por implicación negativa) en la medida en que se dice que la igualdad se mantiene como “meramente formal”. Hasta qué punto, en este caso, se intercambian equivalentes reales (y el término “intercambio” es idéntico a cambio de equivalentes y sólo puede referir a esto –me parece casi imposible que pueda interpretarse un intercambio de capital por capital, en base a los trabajos de Marx, como siendo cualitativamente igual), hasta qué punto la explotación se lleva a cabo a través de la forma del intercambio real de equivalentes: explicar esto y de esta manera representar el intercambio real de equivalentes como apariencia es uno de los puntos centrales de la teoría marxista. Igualmente confusa es la interpretación de Flatow y Huisken del proceso que transcurre “debajo de la superficie” “en las relaciones de propiedad y de apropiación de la producción y la reproducción” -como si la propiedad no fuera idéntica al derecho de apropiación de plusvalor sin equivalente, aunque mediada por el intercambio de equivalentes. El concepto de propiedad de Flatow y Huisken, como su concepto de capital, refiere a una simple cosa. Sin embargo, ellos pueden imaginar a la apropiación como transcurriendo “debajo de la superficie”, el curso de la presentación lógica de El capital, en su opinión, debe interpretarse en el sentido de que al final del tercer volumen la contradicción entre “propiedad y no propiedad” (que, según su concepción no debería existir, ya que el trabajador también es propietario) está “lógicamente subsumida” en las formas fetichistas de la superficie, que ya no muestran ninguna huella de esta contradicción.
Lo inadecuado de estas consideraciones también ayuda a explicar aquellas partes del artículo de Flatow y Huisken en que se declaran en contra del anclaje de las concepciones burguesas de la libertad y la igualdad en la esfera de la circulación simple. Su comprensión de esta esfera está en línea con su concepción reificada de la propiedad y del capital. De esta manera dicen: “en las condiciones de la circulación simple de mercancías, la libertad y la igualdad estaban referidas tanto al acto formal de circulación como a los requisitos en términos de contenidos de éste —relación de propiedad, intención, modo de apropiación—; si la separación de la propiedad del trabajo representa la base del modo de producción y establece la contradicción característica entre propiedad y no-propiedad, no puede mantenerse en sentido amplio ni el concepto de libertad ni el de igualdad en el contenido y la forma de la circulación simple de mercancías”.[14] Obviamente, Flatow y Huisken piensan en la circulación simple de mercancías como en el mundo idílico de los pequeños productores de mercancías; ven las concepciones de la libertad y la igualdad como resultado no sólo del acto de circulación sino también de la igualdad de condiciones de la producción –por eso el cultivo libre de los campos, la propiedad (entendida en categorías fetichizadas) de aproximadamente el mismo tamaño, las fortunas moderadas y aproximadamente iguales de los artesanos, etcétera–, de manera que uno podría apropiarse de los productos del trabajo del prójimo sólo a cambio de los productos del trabajo de uno. Si esta imagen está en la base de su análisis (y el pasaje citado no permite ninguna otra interpretación), entonces Flatow y Huisken están reproduciendo de forma clásica la ideología que Marx criticaba incansablemente con la dialéctica de la esencia y la apariencia, sobre la que los autores afirman basarse. Lógicamente ellos cometen los mismos errores que la teoría burguesa cuando es incapaz de comprender las formas determinadas peculiares de la esfera de la circulación tal como son, y en lugar de ello las rellenan con contenido sensorial. Sólo necesitamos remitir a las diversas teorías de la “condición natural”, aquel paraíso de personas libres e iguales que nunca ha existido y que incluso en la teoría burguesa es entendido como meramente hipotético. Pero Flatow y Huisken reproducen esta hipótesis con toda seriedad en un tiempo en el que, Dios sabe, esta ha perdido toda sustancia histórica mundial.
Una vez que surge la división en clases, entonces (de acuerdo a Flatow y Huisken) las concepciones de la libertad y la igualdad sólo pueden basarse en la falsa conciencia intrínseca de los propietarios privados, que se ven erróneamente como orgullosos sujetos burgueses y que, en razón de la fuerza distorsiva de las formas fetichizadas de superficie, comparten intereses generales idénticos sobre una amplia gama de asuntos con todos los otros propietarios. La falsa conciencia de la superficie está, en la perspectiva de los dos autores, tan herméticamente cerrada en su estructura conceptual contra cualquier posible percepción de relaciones reales que el trabajador debe verse erróneamente a sí mismo como un propietario y, por lo tanto, actuar en la persecución de sus intereses –burgueses- como ejecutor inconsciente de los intereses del capital total. En su ilusión el trabajador se refiere a su fuerza de trabajo del mismo modo en que el capitalista se refiere al capital (entendido como una cosa), el cual arroja un ingreso de la misma forma (forma dinero). Los intereses que él articula son, asimismo, indistinguibles de aquellos que el capitalista expresa: el homo oeconomicus auténtico,él tiene interés en el mantenimiento de esta fuente de ingresos, interés en un ingreso tan alto como sea posible y en el flujo continuo del mismo. Cualquiera sabe que él sólo puede obtener ese ingreso a través del uso de su particular fuente material de ingresos; él puede emplearla, sin embargo, y así obtener ingresos, sólo cuando trata al mismo tiempo de proteger las pre-condiciones generales dentro de las que se reproduce a sí mismo. De aquí que, independientemente de la naturaleza material de sus fuentes de ingreso, todos los propietarios privados tengan un interés general en asegurar las condiciones que hacen posible la realización de los tres intereses basados en las tres fuentes de ingreso particulares. Su unidad es el interés abstractamente unificado en asegurar las precondiciones que determinan la relación de las fuentes de ingreso y el ingreso en sus tres partes componentes. En este sentido, ellos distinguen entre sí mismos como interesados en el bienestar general y como ciudadanos que persiguen un interés particular que refieren a su fuente particular de ingreso. “Los propietarios privados existen, por lo tanto, de un modo doble: como propietarios privados con intereses particulares y como representantes de intereses generales. Esta duplicación se corresponde conceptualmente con la de los propietarios privados y la de los ciudadanos, referida a la totalidad de los propietarios privados, se corresponde con la duplicación de la sociedad en sociedad y estado.”[15] Mientras que la “duplicación” para el joven Marx era la liberación respecto de la realidad burguesa particular y la constitución de la existencia abstracta como ciudadano (citoyen), como miembro del estado, vista como la emancipación (aunque todavía en la limitada forma política abstracta) de la humanidad respecto de su prehistoria natural, en el ensayo de Flatow y Huisken esta pareja ideal del “hombre doble” –créase o no– se redujo a la protección de la propiedad privada (como interés general en el mantenimiento de la fuente de ingresos), al crecimiento económico garantizado (como interés general en las pre-condiciones para la mayor creación posible de nuevo valor a ser dividido y distribuido) y al “funcionamiento sin crisis de la economía” como precondición para el flujo continuo de ingresos.
El resto del argumento puede anticiparse: la duplicación de la sociedad en sociedad y estado resulta de la unidad inmediata de la unidad y la diversidad, de lo general y lo particular;  la posibilidad –como lo expresan Flatow y Huisken–  de la separación del estado burgués respecto de la sociedad burguesa descansa sobre la unidad, los intereses generales; la necesidad de la duplicación real, de la separación real, descansa sobre el hecho de que su propia unidad como tal, esto es, su interés general como el interés general, no puede ser reconocido ni alcanzado por los propietarios privados, cuyos ojos están fijados en la particularidad de sus propios intereses. Por lo tanto, debe haber una instancia que reconozca y realice los contenidos del interés general y se presente de modo particular como el administrador de lo general. La unidad de los propietarios privados se presenta de forma particular - como estado.
Esta “derivación general” (como la llaman Flatow y Huisken), que presenta al estado en un proceso de razonamiento que planea sobre todas sus funciones reales, también contiene entonces la repuesta a la pregunta planteada al principio: cómo el estado en la forma de su particularización (y no sólo en sus funciones estatales individuales y particulares) puede ser, al mismo tiempo, estado de clase y estado neutral. La mediación de ambos aspectos es posible sobre la base de la función distorsiva inherente a las formas objetivas de la apariencia de la superficie del proceso total, que no sólo tiene el efecto de hacer que el modo de existencia de los sujetos empíricos vivientes aparezca ante estos mismos sujetos, exclusivamente, como el modo de existencia de los propietarios privados, sino que además conduce a los trabajadores, que actúan con esta conciencia, a perseguir intereses reales (particulares y generales) como propietarios privados. El estado, entonces, también es su estado, en la medida en que no reconozcan que sus propios intereses como propietarios privados son idénticos a los intereses del capital total. Una vez que ellos adquieren alguna comprensión de la función de su falsa conciencia, el espejismo se destruye, ellos reconocen su –supuestamente– propio estado como el estado del capital que asegura las condiciones generales de reproducción del capital y por lo tanto de la acumulación. Un instrumento de la clase dominante –el elemento enfatizado tanto por el grupo de los dogmáticos como por las teorías del capitalismo monopolista de estado– es precisamente lo que el estado no es en esta forma de separación (en la que, después de todo, también puede volverse contra la clase de los dueños del capital), salvo en tiempos de lucha de clases, cuando la clase de los genuinos propietarios privados actúa en conjunto con el estado para repeler el ataque de los proletarios en todos los niveles. ¿Qué pudo haber llevado a Flatow y Huisken a construir un modelo en el que un consenso existente y estable de hecho (alcanzado por cualquier medio) es presentado como el resultado y la expresión del interés general que siempre ha unido a todos los propietarios privados? ¿Qué fue lo que llevó a Flatow y Huisken a definir no sólo como un “interés general” siempre presente al hecho evidente de que sin duda habrá conflicto si el esfuerzo para asegurar un “crecimiento estable” y un “funcionamiento de la economía sin crisis” no fuera coronado por el éxito, sino también a reinterpretar este hecho ontológicamente como un interés general que también es específico para los trabajadores en tanto que propietarios privados y que “siempre permaneció oculto en las relaciones económicas”? La totalidad de la empresa da a uno la impresión de que una interpretación específica de un proceso muy específico, que continua hasta el momento, está siendo generalizada con la ayuda de categorías marxistas. Flatow y Huisken entienden que la grave situación de la educación tiene que ser referida a la estructura del proceso de expansión del capital en la presente constelación; la reforma de la educación controlada por el estado es un intento de superar por medios administrativos una barrera al proceso de acumulación y valorización; esta barrera se manifiesta en parte en el hecho de que muchas personas están inadecuada o insuficientemente calificadas y exigen más educación e igualdad de oportunidades. Flatow y Huisken explican todo esto de la siguiente manera: la totalidad del proceso permea los actos conscientes de los participantes. El hecho de que la gente quiera ver realizados como derechos garantizados por la constitución la igualdad de oportunidades, la mejor educación, etcétera, demuestra que no sólo no reconocen que estas demandas planteadas por ellos en un momento particular son la expresión de una barrera al proceso de valorización, sino además que están haciendo demandas que deben ser interpretadas exclusivamente en interés de la estabilización de largo plazo del capital total. Sobre esta base, entonces, los autores desarrollan un modelo que –como demuestran los ejemplos que ellos creen justificado elaborar a partir del primer volumen de El capital- puede reclamar validez para la totalidad de la historia de la sociedad burguesa.
No tenemos intenciones de negar que el ensayo de Flatow y Huisken reune por primera vez varios aspectos de la teoría marxista del estado en una interpretación unificada, que ciertamente produce avances en la discusión. Lo que debe cuestionarse, sin embargo, es si una crítica metodológicamente legítima tiene que llevar a una construcción en la que el problema de la explicación de la estabilidad política es reunido, sin mediación, con la derivación de las funciones del estado: esta combinación incorrecta es la debilidad central del ensayo. Ellos critican el procedimiento de Alvater porque subsume varias funciones y actividades estatales bajo un sistema de categorías preconcebido y, de esta manera, tanto este sistema de categorías como aquel ordenamiento de distintas funciones en dicho marco son contradictorios.[16] En contraste, Flatow y Huisken insisten en que las funciones del estado deben desarrollarse en su génesis y en su interrelación interna, materialmente fundada; con este propósito, las barreras al proceso de valorización implícita y explícitamente mencionadas en la presentación de Marx del “concepto general del capital” parecen actuar como señales de tránsito que indican el camino hacia una representación sistemática de la génesis de las funciones del estado. En otras palabras, este es un intento de entender el concepto de capital de Marx en su lógica de presentación como una guía para la escritura de la historia real, un intento que en el desarrollo de las funciones del estado se mueve en un plano de reflexión metodológica que corresponde al plano en el que Marx se movió en su crítica de la economía política. Por supuesto, este intento no debe considerarse sin intentar proveer información de una manera metodológicamente apropiada acerca de la forma particular en que las funciones, determinadas por el proceso de valorización como un todo, deben consolidarse, esto es, aparecer como funciones del estado. El estado, según argumentan contra Alvater, no debe ser presentado como un recurso temporario o como un hecho de la experiencia, se lo debe presentar positivamente en su necesidad inmanente ¿Pero por qué esto debe hacerse en el marco de una “derivación general” que discute sólo la esencia del estado burgués, desarrollando la forma del estado en una derivación que planea sobre las funciones individuales? ¿No habría sido suficiente analizar el concepto básico de la exposición de la forma, la unidad contradictoria de lo particular y lo general, en relación con cada función individual, en su forma específica como función del estado? Sin demostrar de una manera general-abstracta lo general en todas estas funciones –es decir, que son funciones del estado o, en palabras de Flatow y Huisken, que es una cuestión de intereses generales administrados de una forma específica– podría alcanzarse el mismo resultado si se mostrara que, sobre la base de una dualidad de intereses comunes y particulares, debe tener lugar una particularización institucional, separada, de las funciones del estado. Aunque una tarea semejante podría parecer minuciosa, en ningún caso estaría cargada del lastre analítico cuestionable y de las implicancias metafísicas que resultan del objetivo de derivar la forma del estado burgués en una manera abstracta general y, me parece, de un interés nunca declarado explícitamente en explicar la estabilidad política.
Una lectura cuidadosa del ensayo también revela que los autores desarrollan arduamente su enfoque hasta su conclusión, la que hacia el final declaran “superflua”. Ellos dejan sin explicar el status metodológico del concepto de “interés general”. Las referencias directas a las formulaciones de Marx, que principalmente se encuentran en los Grundrisse en la explicación de las máscaras que actúan en la circulación simple y de las concepciones que de allí surgen, sugieren que el objetivo es extender el método de Marx de representación de la objetividad social; sin embargo, en contraste, Flatow y Huisken utilizan ese concepto exclusivamente como un concepto omniabarcante que, mediante el uso del método de la subsunción lógica, reúne abstractamente en los tres intereses mencionados (el mantenimiento de la fuente de ingresos, los ingresos lo más altos posibles y su flujo continuo) a todas las acciones concebibles e históricamente desarrolladas para asegurar la reproducción burguesa. Dejando de lado el hecho de que es pretencioso imaginar un interés “aun no descubierto” del trabajador  en “un crecimiento continuo y un funcionamiento sin crisis de la economía”, interés que el trabajador es incapaz de distinguir conscientemente de su interés particular y que, por otra parte, se supone que aparece en la estructura formal de su implementación como “su estado”, dejando a un lado este hecho, de un enfoque semejante debería seguirse lógicamente que el contenido abstracto de ese interés general debería autonomizarse como una consolidación institucional, particular, distinta del proceso inmediato de reproducción. Por supuesto, esto es impensable, pero en tanto construcción hipotética cierra la brecha conceptual en el enfoque de Flatow y Huisken: de la forma estado ellos sólo pueden afirmar que es la forma necesaria de la administración del interés general; sólo pueden empezar a cumplir sus promesas concretamente, cuando se trata de un interés definido que es subsumible tautológicamente bajo uno de los tres intereses generales. En el proceso, los autores dejan caer algunas formulaciones reveladoras, como donde hablan de “lo que aparece en la superficie como un interés más o menos general”[17], por lo que el concepto de interés general ya no se toma analíticamente en serio sino que simplemente se le atribuye una dimensión (ideológica) crítica. En la transición hacia la investigación de las barreras resultantes del proceso de valorización del capital y de su superación (una superación que se desarrolla dentro de las funciones del estado), se vuelve claro lo que está involucrado en este concepto del interés general: es ideología. “En este punto se evidencia la incompatibilidad entre la idea burguesa de democracia, fundada en definiciones cuantitativas, y la necesidad, ajena a menudo a las relaciones de mayoría cuantitativa, del estado burgués de imponer aquellos intereses que no encontrarían un respaldo mayoritario por parte del pueblo.”[18] En otras palabras, no hay intereses generales, sino solo intereses particulares que son proclamados como generales. Por lo tanto, se reconoce implícitamente que la unidad postulada del interés general se inventó solo con el fin de derivar la forma del estado de manera abstracta y general –la forma del estado de la que se dice al mismo tiempo que su marco institucional debe interpretarse como una forma particular de la superación de las barreras a la valorización del capital de conjunto–. Además, no es claro, en su perspectiva, si la superación políticamente mediada de las siempre nuevas barreras a la valorización, un proceso que se presenta como la acumulación de funciones del estado, conduce a una instancia caracterizada por contradicciones, en la que las funciones individuales se obstaculizan y paralizan mutuamente en sus efectos. Solo si se trae a la discusión la historia subyacente de la valorización del capital como un todo (con el capital siendo estructurado siempre por la oposición entre el trabajo asalariado y el capital) parece posible entender estas funciones, que no son inequívocamente atribuibles a intereses de clase definidos, como funciones que carecen no obstante de neutralidad de clase en su estructura formal; sólo sobre esta base puede uno tratar de comprender, por el contrario, que precisamente en su forma en tanto funciones del estado (aún cuando sean contradictorias entre sí), su unidad reside en su carácter de clase.
Pero esto es precisamente lo que el concepto de interés general de Flatow y Huisken no consigue ya que sirve, en una interpretación desarrollada puramente sobre el nivel de la afirmación, para anclar el carácter de clase de cada función del estado en la dimensión del trabajador que se malinterpreta como burgués. En efecto, este concepto impide desastrosamente una comprensión adecuada del proceso histórico. Está en la naturaleza de la construcción que la posibilidad de discutir medidas definidas (por ejemplo, políticas sociales) como resultado de consideraciones estratégicas quede excluida a priori; tales medidas, en cambio, deben atribuirse al interés general de los trabajadores en la propiedad privada, que, en su articulación determinada, debe entenderse como la expresión de una barrera a la expansión del capital, una barrera sentida profundamente por los trabajadores. Sí, por un lado, “la democracia burguesa es la forma más adecuada para el estado capitalista de imponer los intereses y ejercer la política, ya que adopta el principio de igualdad en su forma más pura”[19], entonces la resistencia de la burguesía al sufragio universal, claramente, sólo pudo haberse basado en una confusión de su propio estado, que la burguesía interpretó como su estado, como un estado de clase, y cerró contra la influencia proletaria sólo porque (la burguesía) se topó con la casualidad de haber articulado y afirmado sus intereses generales primero y el proletariado aún no había hecho su contribución para “apoyar al estado”.
 


[1] NdE: Se trata de la introducción al artículo de Reichelt de los editores de la mencionada compilación inglesa sobre el debate, que no incluyó el texto de S. von Flatow y F. Huisken: “Zum Problem der Ableitung des bürgerlichen Staates”, que sí incluimos en este volumen.
[2] Marx, C. y Engels, F.: La ideología alemana, Montevideo, Pueblos unidos, 1974, p. 35.
[3] Flatow, S. V. y Huisken, F.: “El problema de la derivación del estado burgués. La superficie de la sociedad burguesa, el estado y las condiciones generales de producción” [incluido en este volumen].
[4] Marx, K., El capital, México, Siglo XXI, 2009, tomo I, p. 214.
[5] Marx, K., op. cit, tomo III, p. 1037.
[6] Flatow, S. V. y Huisken, F.: op. cit.
[7] [Holloway y Piccioto se refieren al artículo de J. Hirsch “Aparato de estado y reproducción social: elementos para una teoría del estado burgués”, incluido en este volumen; NdE.]
[8] Flatow, S. V. y Huisken, F.: op. cit.
[9] [Reichelt se refiere al artículo de W. Müller y C. Neusüss incluido en este volumen, NdE.]
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Ibidem.
 [15] Ibidem.
[16] Ibidem.
 [17] Ibidem.
[18] Ibidem.
  [19] Ibidem.

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