25/04/2024

“A 150 años de El Capital. Su vigencia para conocer y transformar el mundo” El Capital de Marx y su crítica de la economía política

 
Exposición realizada el jueves 29 de junio de 2017 en el marco de las jornadas “A 150 años de El Capital. Su vigencia para conocer y transformar el mundo”, que tuvieron lugar en el Centro Cultural del Teatro San Martin de la Ciudad de Buenos Aires. El panel estuvo integrado por Paula Bach (PTS-IPS), Aldo Casas (Herramienta), Marcelo Buitrago (Nuevo Mas) y Adrian Piva (UNQ), y fue coordinado por Beatriz Rajland (FISyP). El tiempo de exposición convenido era de 12 a 15 minutos, de allí lo conciso de la presentación.
Los subtítulos fueron introducidos con la edición del texto.
 
 
El capital no es una Biblia…
Para destacar la importancia de El capital, Engels dijo alguna vez que era la Biblia de los trabajadores. La metáfora es desafortunada, porque no es un libro que ofrece verdades reveladas, ni normas de conducta para ganar el Paraíso… o hacer la Revolución.
Marx saca a luz lo específico de la explotación en el capitalismo y advierte sobre la telaraña de justificaciones ideológicas, fetichismos e “ilusiones reales” sin las que no podría funcionar. Y lo hace con el propósito explícito de ayudar a que el naciente movimiento obrera combatiera con más claridad y efectividad, no contra tal o cual patrón en particular, ni contra el afán de lucro de la burguesía en general, sino en contra del orden del capital, antagónico, expoliador, destructivo y en definitiva inhumano. Quería, muy especialmente, combatir la recurrente ilusión, entre los mismos trabajadores, sus organizaciones y dirigentes, en que el capital podía ser reformado, mejorado o humanizado, y la quimera de que ello podría conseguirse con ayuda del Estado.
 
Tampoco es un tratado de economía
Por eso, El capital no es, como muchos creen, “un libro de economía”. Es una crítica del capital y de la economía política, de la forma política que los economistas burgueses habían impuesto a las categorías con que analizaban el nuevo modo de producción, presentándolas como eternas e inmutables, como si el capitalismo fuese expresión y culminación de la naturaleza humana.
Marx pone en evidencia que el capitalismo liquidó las trabas feudales e impulsó un desarrollo de la producción antes inimaginable, pero que lo hizo imponiendo nuevas formas a las relaciones sociales. Formas éstas que, además de ser asimétricas e incapaces de satisfacer las aspiraciones a una vida mejor de las mayorías, degradan a hombres y mujeres, convirtiéndolos en engranajes de un mecanismo alienado y alienante.
Por eso, el hacerse mundo del capital, es también el hacerse capital del mundo ¡y a la vista tenemos el resultado!: un mundo puesto “patas para arriba”, un mundo “loco”, donde los seres humanos estamos sometidos al fetichismo: de la mercancía, del dinero, del consumo, del Estado, de la competencia con nuestros pares para hacernos valer a costa de los demás…
 
Más allá de las apariencias y las “ilusiones reales”
La explotación del trabajo vivo es disimulada por la forma contractual del salario, pero en el terreno de la producción lo que impera es “el despotismo de la fábrica” y la apropiación por el capital de trabajo no pagado. Más allá de justificaciones y encubrimientos ideológicos, el capital opera como una “totalidad totalizante” que pone e impone las condiciones materiales, tecnológicas, institucionales, culturales y políticas que necesita para asegurar, casi automáticamente, la desenfrenada producción de mercancías capitalistas portadoras de valor y plusvalor, y la continua reproducción ampliada del capital que es también reproducción de su obligada y subordinada contraparte, el trabajador colectivo asalariado.
Marx enseña que el capital es “valor que se valoriza”, unidad de producción y circulación de mercancías regida por el imperativo de la valorización. La explotación del trabajador colectivo en múltiples unidades productivas obligadas a competir entre sí para incrementar su propio capital, es la base de un sistema de creciente complejidad que incluye la rotación de capitales, la diferenciación y conflictiva colaboración entre capital industrial, capital comercial y capital financiero, la necesaria e inestable proporcionalidad entre las distintas secciones en que se divide el conjunto del capital social, etcétera… El análisis de tamaña complejidad escapa al marco de esta exposición.
 
Insaciable succión de plusvalor, irrefrenable tendencia expansiva…
Quiero sí destacar que el capital vino a romper la preexistente y estrecha relación entre el productor y los medios de trabajo y a desvincular e invertir la relación tradicional entre necesidades humanas y producción destinada a satisfacerlas, iniciando el camino que lleva al enloquecido productivismo y al degradante consumismo masivo de nuestros días. A esta realidad en la que coexisten superproducción y carencias, despilfarro y penuria de recursos, desperdicio y contaminación, inconmensurable acumulación de capitales en un polo e insondable miseria en otro… Y la totalidad de la praxis social tiende a ser subsumida por el capital, generando una catástrofe simbólica y de sentidos sin precedentes.
 
Crisis cíclicas y crisis estructural
Se confirma la validez de la radical crítica marxiana al “mundo invertido” del capital, cuyas contradicciones y antagonismos conducen a cíclicas crisis y, ahora, a una crisis estructural: el orden del capital tiende a hacerse cada vez más incontrolable y se multiplican los rostros de la crisis: crisis financiera, crisis de sobreproducción y sobreacumulación, crisis energética, crisis alimentaria, crisis urbana, todo lo cual se combina con la crisis ecológico-ambiental hasta desembocar en una crisis civilizatoria.
Pero afirmar el carácter históricamente transitorio del capitalismo y advertir la tendencia al colapso, más evidente en ésta su etapa senil, no significa que esté asegurada la conquista de una forma civilizatoria superior.
Ningún automatismo histórico, económico, o socio-político, abrirá el camino hacia la re-apropiación por hombres y mujeres de las condiciones sociales de existencia y, con ello, a una nueva sociedad comunal, comunitaria o comunista. Sociedad nueva que debería ser capaz de terminar con el reino de la necesidad y la escasez desplegando la riqueza de las potencialidades humanas de producción y de goce apelando a nuevos paradigmas productivos que, en equilibro con la naturaleza, aseguren la disponibilidad de valores de uso en la cantidad y calidad que requieran las necesidades libremente redefinidas del ser social. 
 
Ir más allá del capital
Llegados a este punto, forzoso es admitir que algunos de los análisis y previsiones de El capital resultan insuficientes e incluso engañosos.
Marx sostuvo, correctamente, que “la historia es la historia de la lucha de clases” y que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Batalló para que la lucha de clases en defensa de mejores salarios y condiciones de trabajo organizada por sindicatos y partidos obreros, fuese considerada una especie de “escuela preparatoria” para el desarrollo de una lucha de clases ya no puramente defensiva sino desplegada como confrontación estratégica contra el capital y sus personificaciones, estimulando la autoactividad y autoorganización del proletariado.
Pero, también suponía, en un sentido opuesto, que el mismo progreso del capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas e incluso la conformación de inmensos grupos económicos merced a la extrema concentración del capital, generarían elementos y tendencias tendientes a superarlo, como si operase una lógica inmanente que conduciría al sistema más allá de sus límites, recurriendo entonces a las hegelianas formulaciones de “negación de la negación”, “necesidad histórica” y/o “astucia de la historia”. Pensaba también que, con la plena conformación del mercado mundial, la magnitud de la crisis pondría en evidencia que la burguesía era ya incapaz de controlar e impulsar las fuerzas productivas y marcaría el momento en que una clase obrera, ya preparada para ello, podría imponer su poderío y hacer su “revolución política con alma social”.
El capital está recorrido de punta a punta por la tensión entre estas dos lógicas que Marx intenta, sin éxito, conciliar. Tal vez sea esa una de las razones por las que nunca pudo terminar de escribir los seis libros proyectados. Sólo terminó el tomo 1, dejó borradores para los tomos 2 y 3, algunos manuscritos de lo que podría considerarse tomo 4, y los dos últimos, que debían tratar del Estado, el Mercado Mundial y la Crisis no llegaron a ser siquiera esbozados.
Este es el legado que puso Marx en nuestras manos: con sus inmensos aportes, pero también con limitaciones y aporías. Por eso, para ir más allá del capital, no basta con lo que fue escrito hace un siglo y medio. Para construir una perspectiva revolucionaria capaz de enfrentar al capital debemos asumir el antagonismo social en toda su actual complejidad, y redefinir e impulsar la lucha de clases en términos estratégicos, desbordando el economicismo y el corporativismo. Será preciso para ello el aporte del imprescindible pero debilitado y fragmentado movimiento obrero, de las nuevas masas de “pobres” del campo y las megalópolis, de los desplazados por la guerra y las catástrofes ambientales, de los pueblos originarios, de las comunidades que asumen la vanguardia del combate contra la catástrofe socio-ecológica, del masivo movimiento de las mujeres contra el femicidio y el patriarcado, reconstruyendo sobre tales bases un nuevo y poderoso internacionalismo, que en nuestras circunstancias de tiempo y lugar bien podría comenzar por la defender la continuidad del agredido proceso revolucionario de la Venezuela bolivariana y chavista.
Y siempre y en todo momento, combatiendo la engañosa ilusión de que el capitalismo puede ser mejorado con reformas parciales y la no menos errónea confianza en que el progreso del capitalismo prepara las mejores condiciones para el cambio social. Es preciso una revolución total, que termine con el trípode que conforman Capital, Estado y Trabajo asalariado. Y si bien la revolución debe ser un acto práctico, se trata de una acción que requiere un proyecto emancipatorio, una coproducción colectiva en la que confluyan las diversas luchas anticapitalistas, antipatriarcales y eco-socialistas, y los hombres y mujeres que en todo el mundo las protagonizan.
A 150 años de El capital, se trata de ir más allá del capital.
 
Buenos Aires, 29 de junio de 2017.

  

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